Cumpleaños

Domingo 25 de Abril. Mi reloj biológico nunca falla y me despierta a la hora de toda la semana. Papá sigue roncando y voy al cuarto de baño para hacer mis necesidades y despabilarme mojando mi cara. Salgo para vestirme y papá se está levantando.

Voy a la cocina para preparar el desayuno. Papá llega cuando estoy a punto de servirlo.

—Buenos días, ¿qué falta?

—Buenos días. Nada, siéntate.

—Feliz cumpleaños. No deberías haberlo hecho.

—Gracias. ¡¿Qué más da?! Cuanto antes desayunemos, antes hago la tarta.

— ¿Te echo una mano?

—Claro que sí, que no sea al cuello.

—Gracias por tu buen humor, sin ti estaríamos perdidos.

—Papá, somos un equipo donde nadie es más que nadie. Tú has superado dificultades para seguir trayendo dinero y Rafa te ha ayudado. Yo no aporto nada.

—Lo más importante. Eres el guía de este hogar, el sustituto de mamá.

— ¿Le echas de menos?

—Sólo no poder verla ni esas cosas propias de adultos.

—Te entiendo. Estoy deseando que sean las 12 para estar a solas con Cris.

—Es una gran mujer, te felicito por tu buen gusto.

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Ayer sábado, compré bizcochos hechos con chocolate. ¿Para qué gastar tiempo y energía haciéndolo en el horno? Los coloqué sobre una bandeja de cartón dando forma de corazón. Papá elabora una crema con leche y vainilla, muy espesa para compactar la tarta.

El color predilecto de Cris es el rosa, mezclo en frío sirope de fresa con leche, removiendo hasta lograr el color deseado. Lo extiendo en las partes superior y lateral con una espátula de pastelería.

Mi color predilecto es el verde, no seáis mal pensados, por la naturaleza. Meto sirope de menta en una manga y escribo: Feliz Cumpleaños, Cris y Paul.

Como toque final, espolvoreo anisitos de colores y frutos secos que papá había picado antes con el rodillo.

Son las 10 y media y debo esperar a que Rafa salga del servicio. Sólo cinco minutos. Me ducho, cepillo mis dientes y me peino. Vuelvo a tener el pelo largo, hemos quedado en la peluquería para cortarme el pelo. Veo pelusa sobre y bajo mis labios. Debería afeitarme pero no me atrevo porque nunca lo hice y alguien debería enseñarme. Papá y Rafa se afeitan con cuchilla...

"Paul, no te afeites. Yo te enseñaré."

« ¿Cómo puede ser? Es la primera vez que Cris se comunica conmigo sin estar conmigo.»

"Cris, esto es nuevo. ¿Puedo estar contigo ahora?"

"Debes esperar a dormir, tu alma puede viajar en el tiempo y estar conmigo en el momento que tú quieras."

"Nos veremos antes de que duerma. Hasta luego."

"Hasta luego."

Abro el armario, sigo teniendo ropa roja. Si el luto es dolor por un ser querido y perdido, yo no tengo luto porque no he perdido a mamá. Pero eso sólo lo sabemos nosotros y los demás pensarán que no respeto el luto.

Estreno la camisa rosa que Cris me regaló el día de Reyes. No pudo evitar la sonrisa cuando vio mi cara. "Lo que importa es lo que piense yo, no los demás." Dijo entonces. Me pongo el pantalón gris del traje. Debo llevar algo verde por ser mi color favorito, escojo la corbata.

Salgo de casa a las 12 menos cuarto. Me cruzo con conocidos que me saludan y nada más. Van a misa y me eluden porque no voy. Llego a la plaza de Arteijo, veo la peluquería con el cierre metálico medio echado. Quisiera tener reloj, calculo que aún no son las 12. Golpeo el cierre.

—Paul. La puerta está abierta, sube el cierre, entra y lo bajas del todo.

Todo está oscuro, me quedo quieto cerca de la entrada. No oigo nada, pero sí huelo un perfume por primera vez, cada vez más intenso. Dice en silencio:

—Cierra los ojos.

— ¿Para qué? No veo nada.

—Calla y hazme caso.

Obedezco y noto algo de claridad a través de los párpados. Me desata la corbata y venda mis ojos con ella. Me quita toda la ropa. Mis manos la acarician, no palpo nada de tela, sólo su piel suave. Me abraza, yo también. Siento sus senos arrimados a mi pecho y sus labios junto a los míos. Recuerdo aquella primera vez en este sitio. El remordimiento no existe ahora y lo que provocó nuestra penitencia fue un juego infantil comparado con lo que sentimos ahora. Mancho su preciosa cara con mis lágrimas, yo también noto las suyas.

—Paul, levanta los pies. Te llevo al sillón.

—Quítame la venda.

—De eso nada, pícaro.

—Mira quién habla.

Me para, me da la vuelta y empuja mis hombros hacia abajo sentándome en el sillón. Se sienta en mis muslos y me libera los ojos. Nunca vi tanta belleza. Su pelo negro original que nunca antes vi. Sus ojos claros y húmedos. Su boca amplia. Su cuello largo. Sus hombros perfectos. Sus senos firmes y grandes.

Se acerca más si cabe, se penetra, algo se resiste; ella empuja y termina cediendo; una corriente eléctrica de alto voltaje atraviesa mi columna. Regala sus senos a mi boca. Se mueve y rebotan en mi cara. Somos uno en cuerpo y mente, sabemos lo que siente cada uno. No tenemos prisa por llegar, cada segundo es mejor que el anterior, todo va in crescendo. Hasta que una erupción de placer nos inunda a la vez. Lloramos otra vez mientras nuestros labios agradecen la ofrenda de Amor.

—Feliz cumpleaños, mi ángel. Éste ha sido nuestro primer regalo.

—Feliz cumpleaños, mi diosa. Me he sentido como el mortal que sube al Olimpo y Afrodita le da el mismo regalo.

Callamos, no hace falta decir nada más. Se levanta para coger sus útiles de trabajo. Puedo observar todo lo que antes no vi. Su cintura estrecha, sus caderas anchas. Su pubis sin pelo. —Paul, me he depilado para ti.

Me corta el pelo con la delicadeza de siempre, me hace cosquillas cuando cae por mi tronco.

—Creo que eres el hombre más sensible del mundo.

Me tiene de espaldas al espejo. No me importa porque sólo tengo ojos para ella. Sonríe con picardía. Su mente está concentrada en lo que hace, no quiero interrumpir. Así hasta que acaba, gira la silla para que vea el resultado. No digo nada, ella sabe que me gusta.

—Paul, vamos a estrenar tu regalo de parte de Laura.

Laura es su mejor amiga. Sé que trabaja en una perfumería y deduje por ahí y por el mensaje de Cris esta mañana cuál puede ser el regalo.

Cris baja el respaldo del sillón hasta que estoy casi tumbado.

— ¿Para qué tenéis sillón de barbería?

—Para maquillar.

Abre un neceser, saca una brocha y una barra de jabón para afeitar. Explica mientras lo efectúa a la vista de mis ojos:

—Primero se moja la brocha, se pasa por la barra hasta que hay abundante espuma y se extiende por donde tienes vello... ya está, tienes muy poco. Ahora viene lo más delicado, no muevas nada de tu cara y no me toques por si me tiembla el pulso.

Veo como desmonta la maquinilla, saca una cuchilla de un paquete de cinco, la coloca en la maquinilla y vuelve a montarla. Se pone a mi espalda, arrima sus senos a mi coronilla y veo como acerca la maquinilla a mi mentón. Su pulso es firme y rasura sin aspereza.

— ¿Has afeitado antes? —No me atrevo a mover los labios. ¡Qué gran ventaja la telepatía!

—Nunca en la cara, pero sí en otras zonas más delicadas.

Acaba rápida porque tengo poca barba y bigote, aunque lo hiciera lenta. Saca lo último del neceser, un frasco de Aqua Velva. Vuelve a ponerse tras de mí y masajea la zona afeitada con la loción. Por la radio suena "Madame Butterfly", me emociono por la delicadeza de sus dedos y la música.

—Paul, contente. No tenemos tiempo para repetirlo.

— ¿Qué hora es?

—2 menos cuarto.

—Llama a casa para saber si han echado el arroz. Tarda un cuarto de hora en hacerse.

—De acuerdo.

Llama y me entero de todo. Papá y Rafa no han llegado aún, papá es el encargado de hacer la paella. Me levanto del sillón, ella tiene cara de deseo, me acerco a ella y tomo la iniciativa. Esta vez no es mejor ni peor, volvimos a sentir lo mismo.

Nos vestimos. Hace buen tiempo, ella sólo se pone la ropa interior, un vestido rosa con flores verdes y los zapatos. Acaba antes y llama por teléfono. Ya han llegado pero papá no ha echado el arroz.

—Paul, no te pega la corbata con mi camisa.

—Tú también llevas rosa y verde.

—No es lo mismo la moda para mujer que para hombre.

— ¿Estás insinuando que parezco un marica?

—Exacto.

—No me importa. ¿Te gusta?

—Me encanta.

—Eso es lo que importa, ¿nos vamos?

—Vámonos.

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Llegamos antes de que la paella esté preparada. La mesa está lista, con Rafa y Eduardo como únicos sentados. Recibimos besos y felicitaciones de todos. Eugenia nos ordena que no entremos en la cocina y que nos sentemos en la mesa.

Comemos con buen rollo, mucho mejor con la tarta y los regalos. Regalo a Cris un anillo que pongo en su dedo anular de su mano izquierda. Eduardo le regala un libro de poemas. Rafa el disco de Serrat con poemas de Antonio Machado. Papá una chalina de seda natural importada de Italia, es exclusiva del almacén donde trabaja y cuesta al público trescientas pesetas. Eugenia un conjunto de ropa interior, soy el único hombre que lo ha visto, es el mismo que lleva puesto.

Me toca el turno. Eugenia me regala un estuche, lo desenvuelvo, lo abro y veo un reloj Omega de oro.

—Pablo, este reloj fue mi regalo a Cristóbal para nuestra boda. Me prometí que se lo regalaría al novio de Cristina.

—Gracias pero pienso que no debo aceptarlo. Lo justo sería que lo tuviera Eduardo.

El aludido sonríe, su hermana y su madre también. Los tres invitados no entendemos nada. Eugenia lo cuchichea a papá, Eduardo a Rafa, también sonríen. Cris me pide que mire el reloj de Eduardo, son idénticos. Eugenia lo explica:

—Abuela Cris y yo coincidimos con el mismo regalo. Cristóbal decidió quedarse con los dos.

—Paul, míralo por detrás.

Leo la inscripción: De Eugenia para su hijo Pablo. 25 de Abril de 1971. Me levanto, me acerco a ella, se levanta y le doy dos besos.

—Gracias, mamá.

Sólo Cris y yo notamos la presencia de quien me dio vida, está feliz y nos pide que lo ocultemos.

Eduardo me da su regalo, parece un libro. Lo desenvuelvo, veo el título en inglés, el autor es J.R.R. Tolkien. Traduzco:

—El Señor de los Anillos. Primera parte, La Comunidad del Anillo. Gracias, Edu. ¿De qué va?

—Fantasía en ambiente medieval, creo que te gustará.

Rafa me regala la segunda parte, titulada Las Dos Torres. Papá la tercera, El Retorno del Rey. Les doy las gracias y pregunto si hay más. Cris contesta:

—No hay más. Una clienta muy presumida, porque sabe inglés, nos contó que su marido se los trajo desde Londres porque suele ir por motivos de trabajo. Le conté que tú también sabes inglés y que me gustaría regalártelos para hoy. Me aprecia mucho y me los ha vendido porque su marido no vuelve hasta mayo.

—Sois los cinco mayores granujas por habérmelo ocultado. Pero os quiero porque jamás olvidaré este día.

Cris vuelve a ofrecerme su sonrisa pícara. No hace falta leer su mente para saber lo que piensa..

A eso de las 5 llegan Laura y Aurelio, su prometido e hijo del dueño de la perfumería. Ella es baja, llenita por no decir gorda, tiene gafas, morena, ojos marrones y, eso sí, maja de sonrisa. Saludan a todos y nos dejan los últimos para felicitarnos. Ella empieza por mí:

—Pablo, feliz cumpleaños. ¿Te ha gustado nuestro regalo?

—Gracias. Mucho porque es muy útil.

Aurelio responde: —Me alegro de que hayamos acertado.

Laura se pone seria: —Pablo, perdóname por lo que te dije en el colegio. Cristi lo pasó tan mal que te eché toda la culpa.

—Eso es agua pasada, éramos niños.

La sonrisa de Laura brilla: —Me alegro de que al fin estéis juntos. Cristi, toma tu regalo. No sé para qué lo envuelvo.

Cris hace colección de perfumes. Su habitación está decorada de color rosa. Su cama está llena de peluches y muñecas. Una pared está ocupada por una estantería con libros y frascos de perfume, la mayoría están sin usar. Sigo con la respuesta de Cris a su amiga:

—Por la ilusión de saber cuál es. —Lo desenvuelve. — ¡Oh! Chanel número cinco. No debiste gastar tanto.

Aurelio cuenta: —Compramos un lote a otra perfumería en crisis. Sólo le ha costado la mitad.

Eugenia, como buena empresaria, comenta:

—Aurelio, no se debe decir lo que cuesta un regalo.

—Laura me dijo lo mismo, quiero ser vuestro amigo y no tener secretos.

Cris amenaza: — ¡Vaya, vaya con Laura! Menuda amiga. Te vas a enterar de lo que vale un peine.

—Lo sé de sobra, vendo muchos.

La carcajada es unánime. Ya estamos todos sentados, queda algo de tarta y Eugenia trae dos cafés con leche para los nuevos invitados. Aurelio elogia:

— ¡Qué rica está la tarta! ¿Dónde la habéis comprado?

Otra carcajada. Laura aclara a su novio:

—Pablo la ha hecho.

Las dos parejas salimos para dar un paseo. Ellos bajan delante las escaleras. Cris mete hábilmente un billete de quinientas pesetas en un bolsillo de mi chaqueta y me transmite:

—Es costumbre que invite quien cumple años y está mal visto que paguen las mujeres.

Ellos llegan antes al portal, ella me saca de mi ensimismamiento:

— ¡Hey, tortolitos! No estáis solos.

—Paul me decía al oído que nos va a invitar.

—Paul... —Cris le interrumpe:

—Aurelio, me caes bien, pero si vuelves a llamarle así, perderás mi amistad.

—Pablo, eres un saco de sorpresas, ¿de dónde has sacado dinero?

Cris acude en mi rescate, ella lo idea y yo miento: —Me lo ha dado mi padre.

Cris está satisfecha porque no suelo mentir y ellos no lo han notado. Laura rehúsa:

—De momento no me apetece tomar nada. Pero no pienses que te vas a librar, Pablo.

La segunda fase del Barrio del Pilar es ideal para pasear, porque se puede pasar de una plaza a otra sin cruzar ninguna vía por donde circulen coches. Salimos a la calle Melchor Fernández Almagro, con viviendas y locales en una acera y un parque en la otra. Cruzamos al parque y paseamos por él, despacio. Salimos por la avenida de Betanzos, frente al cine. Cruzamos y entramos en la primera fase. Se nombra así porque fue donde se edificaron los primeros bloques. La segunda fase empezó a construirse, más o menos, cuando llegamos a Madrid.

Llegamos a la calle Chantada, cerca del instituto que abandonaré antes de dos meses. Amo al Barrio del Pilar, si por mí fuera, nunca me iría. Pero la vida sigue y debemos respetar las decisiones ajenas.

—Laura, estás cansada. ¿Nos sentamos en esa terraza?

—Sí. Gracias, Cristi. Debo plantearme en serio adelgazar para no cansarme antes que nadie.

—A mí me gustas así, más vale que sobre a que falte.

—Calla, cariño. ¿Qué van a pensar nuestros amigos?

Cris y yo tenemos la misma idea, el recuerdo de esta mañana. Ella habla.

—Somos mayorcitos, ya no nos escandalizamos.

La camarera llega poco después de sentarnos en la única mesa libre. La gente aprovecha el buen tiempo para disfrutar de un trago al aire libre. Pedimos cuatro copas* porque no nos apetece comer.

Me otorgan el papel protagonista de la conversación. No voy a contar todo lo que hablamos para no repetir lo que sabéis. Cuando pago ellos ya saben de mi vida casi tanto como vosotros.

Nos despedimos cuando el sol se pone, prometemos quedar cada domingo. Cris y yo volvemos a su casa, papá y Rafa nos esperan. Ver a papá sentado en el sofá al lado de Eugenia me hace pensar que hacen buena pareja, pero Cris me advierte: "No funcionaría, hay mucha diferencia de edad."

Hoy ha sido el día más feliz de mi vida. Cris y yo lo cerramos con el beso más largo y placentero.

*En aquella época, Aurelio era el mayor con diecinueve años y menor de edad. Se permitía el consumo de bebidas alcohólicas para los menores     

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