Día 8 | "Infierno Fantasmal" |
| Canción Multimedia: For the Damaged Coda - Blonde Readhead |
¿Fecha inexacta?
Bitácora de Afar... ¿estamos a...? No tengo ni la más mínima idea de la fecha; con sinceridad puedo decir que estamos en el año terrestre dos mil doscientos diecisiete. O eso quiero creer.
Por primera vez en toda mi patética vida, no sé en qué día, mes ni año estoy; no sé si han pasado muchas horas o tan solo unos minutos.
Estoy casi, no, mejor dicho, estoy completamente hasta el cuello de mierda. No hay comida, un par de litros de agua y poco de la porquería del W². Agregándole un Reloj-Comunicador que quedó descompuesto desde que estoy aquí, ¡no hay forma de comunicarse!
¡Sin Gabriella! Sin nada... No me equivoco, hay algo que todavía me mantiene vivo, mi Jocelyn.
¡Como lo oyen! Mi novia está viva; ya sé, hace unas entradas dije que ella había fallecido en un accidente de avión. Pero no, ¡Jocelyn está viva! Aquí, en el Metro y me ha ayudado mucho.
—Aquí hay comida, mi amor. —Fue lo primero que me dijo—. ¡Aquí hay agua! Toma, bebe, que no te pasará nada.
»Necesitas curarte la pierna, ¡déjame ayudarte, mi amor! —Todas las antiguas promesas regresaron—. Encontré un bastón, úsalo y ven a este lugar; aquí podrás descansar. ¡Siempre, siempre estaré protegiéndote!
Ese lugar es en donde estoy ahora, en resumidas cuentas, me ayudó a sobrevivir.
Pero ¡quién soy yo para hablarles de esto! Vamos, diles algo, mi amor, ¡diles lo que me dijiste ayer!
...
¿¡La escucharon!? ¡Sí! La escucharon, ¡Jocelyn está viva! Más viva que nunca. Y me dijo dónde se encuentran mis padres... solo tengo que recuperarme un poco de mi pierna y dirigirme a la parte más oscura del Metro.
Pero alto, ¡qué despistado soy! No les conté cómo llegué aquí, ¿cierto? Porque parezco un loco si no les digo por qué estoy vivo. Comenzaré por partes y como el famoso Jack el Destripador, comenzaré por el principio.
Todo inició el decimoquinto día del cuarto mes del año terrestre dos mil doscientos diecisiete; justamente un día después de la última vez que hablé con Kitty.
Felices y descansados, Gabriella y yo montamos a la motocicleta y con todo a nuestro favor, seguimos la senda. El Arrabal, nos esperaba. Con todo el estilo del mundo, el clima más agradable que podíamos pedir y unos lentes de sol que calzaba de puta madre con el ambiente.
—Ya casi llegamos —dijo Gabriella—. Tenemos que llegar a la última red segura del Metro y continuar por ahí, ya que si seguimos por la carretera vamos a sufrir porque es pura tierra.
—Sale pues, pero oye ¿no la línea que dices es la "23"? —respondí mientras giraba a la derecha. Ella asintió—. Pero, ¿esa no está ligeramente unida con la "Línea Negra"?
—Sí, pero no te preocupes; la gente del "Arrabal" ha hecho un perímetro seguro. ¡Calma!
—Vale, confiaré en ti, cachapa. —Gabriella me dio un tremendo golpe en mi cabeza, yo reí.
Todo iba bien, avanzamos mucho más de lo que teníamos planeado; casi llegábamos al destino, pero empezamos a notar un cambio horrible en la temperatura.
—¿No tienes frío? —preguntó la venezolana, sentía como sus manos se movían rápidamente.
—Un poco, pero creo que es normal... digo, estamos subiendo una montaña.
—Cierto, ando medio caída de la mata...
La increíble sensación de ser Reyes del mundo se desvanecía a cada metro que avanzamos. Lo agradable del clima se convirtió en la sensación de pesadez más grande del planeta. El motor de nuestra motocicleta comenzó a fallar.
—¡Oh no! —exclamé con frustración. De pronto, todas esas sensaciones nos invadieron—. ¡Enciende chingadera!
—¡¿Por qué coño nos estamos parando?! —gritó Gabriella, su malhumor comenzó a florecer.
Frustrado, bajé bruscamente del vehículo. Sin querer, le di un golpe a Gaby.
—¡Auch! ¡Mira lo que haces, estúpido! —reclamó mientras se masajeaba el muslo y bajaba de la moto. Yo le di una patada seca al motor—. ¡Hey! ¡¿Qué rayos te pasa?!
—¡Esta chingadera no funciona! —grité furioso mientras señalaba la bicicleta con motor—. Ya está, ¡se acabó la sensación de la motocicleta! Ahora tendremos que caminar hasta el maldito metro.
—No me grites hijo de tu madre —respondió enojada mientras se acercaba y me señalaba la cara—. Podré ser una niña, pero no tienes derecho a gritarme, becerro.
Una extraña vibra se sintió en el ambiente. La felicidad se empezó a convertir en melancolía, furia y gritos.
—No te pases de lista conmigo, mocosa —dije, colocando mi dedo en su frente y empujándola con todas mis fuerzas—. ¿Sabes de qué soy capaz, no?
—A ver, becerro. —Indignada, me devolvió el golpe, pero en el estómago. Me retorcí de dolor, ella me tomó por el cabello y me habló como si fuese superior. —. No te doy una parrapanda, porque te necesito para llegar al Arrabal con vida.
El sentimiento de extinción se apoderó de mí, la cuna de la humanidad estaba perdida. Este es el final, pensé. Mi mente, comenzó a realizar múltiples conexiones. Bruscamente me quité el agarre de Gaby.
—¡¿A dónde vas, idiota?! —chilló la venezolana. Yo me dirigía a la mochila, saqué mi viejo cuaderno de anotaciones—. ¡Hey! Te hablo, animal.
—Espera un segundo —respondí calmado. Abrí mi cuaderno rápidamente, buscando mis anotaciones—. Oh no...
Todo hizo click rápidamente: el frío, las sensaciones, las emociones; el trabajo de tesis que hice para entrar al Doctorado, las anotaciones de cuando comenzó el fenómeno climático.
—No, no puede ser... —susurré. Gabriella se dio cuenta que algo me pasaba—. Solo, solo era una hipótesis...
—¿Estás bien, Afar? —La voz de Gabriella llegó más lejana, más distante, más preocupada.
—Tenemos que seguir. La... la motocicleta todavía sirve. Móntate y en el camino te explico. —ordené. Mi voz salió más autoritaria de lo que quería.
Gaby hizo exactamente lo que le pedí; levanté la motocicleta y me volvió a tomar por la cintura y traté de avanzar, de escapar. Pero no pude, el transporte volvió a fallar un kilómetro después, esta vez, había muerto el motor.
—Oh no
Eso fue lo último que nos augurio de lo que venía...
—¿Qué ocurre? —preguntó Gaby, mientras se bajaba de la motocicleta—. ¿Volvió a fallar el motor? —Negué.
—¿No te sientes extraña? Como si tus emociones más profundas y negativas salen a la luz. —Ella asintió, yo seguí mientras desmontaba y tomaba las mochilas, sacaba el exceso de peso. —. No es casualidad. Todo es parte de algo que se acerca.
—¿Qué... Qué se acerca? —preguntó con miedo.
—"La Tormenta" —respondí.
Sabía que estaba muy cerca, pero sin señales satelitales, sin algún indicio de saber que estaba justo en nuestras narices. ¡Mierda! Me confié en que había desaparecido.
Pero mi hipótesis anterior estuvo correcta; se transformó, evolucionó, se hizo más inteligente, ¡o lo que mierda le haya pasado...!
¿Inteligencia? No. Eso no podría ser, solo, solo era una hipótesis. Nadie pensó en las consecuencias, todo es inevitable.
Mi trabajo no pudo haberse convertido en eso... ni con las modificaciones de los Polos Terrestres. No, es imposible. Ni con la probabilidad a favor, ¡Es imposible!
—¡¿Qué coño vamos a hacer?! —preguntó histérica mi acompañante. Yo calmado, tomé el equipaje más pesado y lo cargué en mi espalda. Me giré.
—Tú te irás al "Arrabal". —Puse mis manos sobre sus hombros. —. Vas a salvarte y sin importar qué ocurra, tú vivirás.
»"La Tormenta", ya viene. No podemos detenerla, pero sí confundirla.
—¿Qué dices? —respondió anonadada.
—Yo voy a ser la carnada mientras tú avanzas hasta la estación del Metro; estarás segura y podrás llegar a avisar al "Arrabal" que la anomalía climática está transformándose.
—No, Afar... No —gimió y comenzó a llorar—. ¡Tú no!
—¡Hey! —respondí y traté de hacer una sonrisa, la cual, salió como mueca de desesperación—. Te prometo llegar, me esconderé en la "Línea Negra". Cuando todo esto pase, saldré e iré al "Arrabal". —La abracé y sentí como se quebraba. Los efectos se hacían presentes y la tristeza se apoderaba de mi. Al cabo de unos segundos, se separó y me dio un beso en la mejilla.
—Cuídate, Afar —susurró mientras agachaba la cabeza. Metió su mano a sus bolsillos y sacó un llavero con un Azabache pulido en forma de Sol, brillante y limpio—. Toma, esto es para que te acuerdes de mí. ¡Prometo volver por ti!
Dicho esto, comenzamos el plan. Gabriella montó nuevamente en la motocicleta y, con un esfuerzo sobrehumano, encendió el motor y escapó. Tenía que salir del radio de los efectos.
Era momento de poner en marcha mi nueva hipótesis.
—Ven por mi, hija de perra.
Corrí hacia todos los lados, descartando el Norte. Cuando di el origen de la pesadez mental, emprendí la carrera al lado contrario. Al Oeste, a la entrada de la Línea Negra.
Mi plan sufrió una pequeña falla, solo pude avanzar un par de metros más; de pronto mi pasado volvía a mí; la culpa, la tristeza, el sentir pánico por el hecho de que alguien venía siguiéndome. La muerte, la tan esperada y ansiada muerte.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Ignorando esos sentimientos, seguí corriendo.
Otros cuantos metros más adelante, la sentía sobre mí. El impacto de los rayos sobre la tierra se sentían, la caída de agua empezaba. Busqué por todos lados hasta que encontré mi objetivo.
La vieja entrada al Metro y la Línea Negra; tan destruida y llena de grafittis, donde la verja ya se había convertido en comida del óxido por años. Podía haber sido mi salvación o mi muerte, la línea más peligrosa de todo el subterráneo.
Estaba decidido. Emprendí la marcha en dirección a la entrada, mis músculos se quemaban pero no tenía otra opción. Sobrevivir, ese era mi pensamiento... hasta que se me jodio la pierna.
Un hoyo, de aproximadamente ocho metros de profundidad, apareció en mi visión; no pude hacer nada, caí dentro de él.
La ausencia del piso era la marcha final de mi camino, pero por suerte o desgracia, solo sentí el golpe y el crujir de mi hueso, específicamente, de mi fémur derecho.
Me desmayé del dolor. Era insoportable.
Sin consciencia del tiempo, desperté de sopetón. Estaba vivo, las emociones negativas se habían ido; sobreviví a La Tormenta. Pero algo extraño había sucedido.
No estaba debajo del hoyo en el que caí, sino en un viejo cuarto de baño. Ensangrentado y manchado de heces humanas. No tenía ni la menor idea de cómo llegué ahí.
Traté de curar mi pierna derecha con los pocos conocimientos médicos que había aprendido gracias a mi amigo John; armándome de valor, traté de recomponer mi hueso, he de decir que fue horrible la experiencia. Porque, sí, logré medio arreglar mi fémur partido en dos, pero fue horrible porque me auto-operé .
Mi falsa recuperación fue tortuosa, los antibióticos que tenía guardados en mi mochila, pronto se acabaron.
Y así, sucesivamente, todo lo que estaba en mi mochila desapareció:, mi comida, mi agua, mi W², mis medicinas, mi linterna. ¡Todo!
Incluso mi Reloj-Comunicador, el cual se había descompuesto en la caída; pensé que se había roto por dentro, pero no, seguía sin un rasguño. Extraño, y lo más emocionante, perdí conciencia del tiempo.
Tenía el impulso de salir del limbo en el que estaba, pero era inevitable. Había algo que no me dejaba salir de aquel viejo cuarto de baño; algo que me detenía, que me protegía.
El poco tiempo que mantuve la sensación de tiempo —que fueron dos días—, fue fatal; no me acostumbraba a este infierno.
Ahora veo porque antes decían que dentro del subterráneo se comparaba las sensaciones de una vieja fábrica, en el área de máquinas con todos los hornos prendidos; el calor que se siente es un infierno, tuve que desprenderme de toda mi ropa hasta quedarme solo con una camiseta, mis pantalones y mis botas.
Y así pasaron los ¿días? No lo sé; me quedé sin ningún alimento, sin ninguna fuente de agua, sin medicinas con las cuales soportar el dolor de mi pierna, sin saber cuánto había pasado... hasta que pasó algo que no me creí al inicio.
La puerta estaba cerrada y de golpe se abrió, dejando visualizar una silueta que en mi vida olvidaré. Ahí estaba parada mi Jocelyn.
—¿Jocelyn? —pregunté anonadado. Ella asintió, se acercó a mí y me abrazó fuertemente. Su olor, su calidez, ¡todo! Estaba aquí.
Al inicio me quedé en shock, creyendo que estaba muerto, al parecer ella se dio cuenta.
—Mi amor, recuerda que estamos juntos en las buenas y en las malas; ven conmigo, te ayudaré a ponerte mejor, a que vuelvas a ser la persona fuerte e inteligente de la que me enamoré. Nunca te pienso dejar solo.
En serio, sentí sus palabras, me ayudó a conseguir el bastón que tengo a mi lado, las latas de comida y botellas de agua que me han alimentado, las medicinas que me están ayudando a mi pierna que empieza a sanar... en serio, ella es tan real; ahora está a mi lado durmiendo en mi pecho, mientras hablo contigo, Kitty.
Ella me recordó que debo contar más anécdotas, y es lo que hago. Con ella aquí el tiempo se pasa súper rápido; ya me duele muy poco la pierna y me dice que iremos a visitar a mis padres cuando mi pierna se recupere.
¡No pueden creer la felicidad que tengo! Me siento seguro con ella; no me importaría quedarme en el Metro, claro, hay sus inconvenientes como el incontrolable calor y la extraña sensación que se siente.
Podría morir aquí y ser feliz, pero creo que dejaré esta entrada por aquí; he contado cómo ha sido mi viaje.
Creo que dejaré de hacer esto, ya no tengo necesidad de estar haciendo esto. Me siento bien: tengo compañía y no necesito a Gabriella ni a otros supervivientes. Quiero quedarme aquí. Sí, decidido.
Me siento muy cansado, dice Jocelyn que cuando me despierte me llevará a ver a mis padres..., porque cuando despierte, mi pierna estará bien. Que siempre estará conmigo, que nunca me volverá a dejar y que estaremos juntos por siempre.
Descansaré un poco, quiero que mi pierna mejore.
¡Nos vemos en la siguiente vida, si alguien encuentra esta grabadora! Fue un placer hablar con ustedes.
¡Afar, fuera! Para siempre...
Narrador Omnisciente
La noche se extiende por la vasta planicie que, días antes, unos violentos rayos habían impactado sobre su superficie.
La entrada, devorada por el óxido, estaba a punto de caer; dejando ver un plano de lo más triste.
El Metro y su tan temida Línea Negra. Capaz de volver loco a un solo hombre por el escaso oxígeno que contiene.
Dentro de un deplorable cuarto de baño, se encuentra Afar Assaf.
—Jocelyn, Jocelyn —murmura el pobre hombre.
El subterráneo ha hecho de las suyas, la cordura se ha ido y la locura se ha implantado. Agregando, los riesgos que conlleva La Tormenta.
La pierna del hombre se ve destruida, mal reparada. Un triste intento de salvación de su parte. Un charco de sangre lo acompaña.
A lo lejos, tres pares de pies se escuchan recorrer el túnel.
Las linternas empiezan a iluminar la vieja estación, revelando los secretos de la antigua civilización que la habitó.
—¡Debemos encontrarlo rápido! —dice una voz femenina. Era la voz de Gabriella—. ¡Podría haberle pasado algo malo!
La figura femenina se rebela ante la luz de la luna. Aquella venezolana de rasgos Israelíes lleva una máscara especial.
Una que filtra el aire denso de la Línea Negra.
—Tranquila, Gaby —respondió una voz de hombre jovial. Una desconocida—. Los gases de esta línea podrían haberlo afectado.
La luz lo ilumina y podemos observar a un hombre de ascendencia afroamericana, con un aspecto duro y ojos saltones.
—¡Me importa un rábano! —respondió Gabriella. El afroamericano se sintió triste por la forma en que le respondió—. Lo siento, Dante, pero él me ayudó y quiero devolver el favor.
—¿Los tortolitos dejaron de pelear? —interrumpió la voz grave y juguetona de un hombre.
Los halos de luz logran iluminar su silueta. Era un hombre caucásico, de unos treinta años, con una sonrisa burlona y barba frondosa.
—¡Becerro! —respondió Gabriella. —. Está bien, busquemos.
Los tres seres humanos seguían su camino, dando pisadas cortas y certeras. Cuidando su caminar.
Al llegar los tres al centro de la estación, se separaron y buscaron en diferentes lugares.
—¡Aquí, Eduardo! —dijo Dante al hombre de sonrisa sarcástica—. Creo ver una silueta humana.
Sin pensarlo dos veces, el denominado Eduardo se acercó al afroamericano.
—Sí, es un humano —respondió Eduardo —.¡Y está hecho una mierda! Ja'
Gabriella, quien rápidamente corrió hasta Dante. Reaccionó de manera imprudente, llevándose las manos a la boca.
—¡Está desangrándose! —chilló Gaby.
—Jocelyn... Jocelyn... Jocelyn... —seguía balbuceando Afar
—¡Es él! Es de quien les conté —siguió la venezolana.
—Bien, no perdamos más tiempo —dijo Eduardo, quien, moviendo su arma a su espalda, cargó a Afar en brazos—.Rápido ayúdenme a llevarlo con John. ¡Dante, una máscara!
El afroamericano, rápidamente, le puso una máscara filtradora.
—Ayúdame, que pesa el desgraciado —ordenó Eduardo a Dante.
Y mientras los dos hombres ayudan a cargar al individuo, la chica trata de recoger la mochila y observa una vieja grabadora.
La toma y se da cuenta que sigue grabando.
—Vamos Afar, no te mueras. —Al decir eso, Gabriella Campos detuvo la grabación, había encontrado a su amigo y ahora, era turno del Médico del Arrabal salvar a Afar Assaf.
Creo que aquí está el cambio más significativo de la historia. ¿Les gustó este nuevo día? Porque a mí me encantó realizarlo.
Con este terminamos la primera parte, ¡yei! Una menos, quedan dos.
Comercial de nuestros patrocinadores: ¡Vayan a leer Phoenix's Madness! Esa historia ya casi la termino y estoy por empezar otra ^^/
Me voy, porque tengo que seguir haciendo más deberes.
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¡Farewell!
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