Día 21 | Loop Oscuro |
Diciembre.2217
Bitácora de Afar, cuarto día del doceavo mes del año terrestre dos mil doscientos diecisiete. ¿Por qué cada vez que vuelvo a encender este aparato mi vida se vuelve más complicada? Duda seria, querido Alá.
Ni suspirando puedo quitarme esta sensación, no sé ni por dónde empezar; todo sale mal en mi vida, ¡todo!
Ha pasado un mes desde que mi ex-mejor amiga no me dirige la palabra, me sigue culpando por el asesinato de Dante.
¡Neta lo intenté! Pero no pude, se encontraba tan mal...
Bien, quizás sea mejor dar algo de contexto a todo esto. Comenzando desde hace treinta días, cuando estaba encerrado en aquella celda en dudoso estado.
John me visitó, fue agradable poder conversar con él y saber que aún después de todo, me sigue apoyando y sacándome de los lugares que no debería de estar. Me ayudó con el ritual de cada año...
El cumpleaños de Jocelyn.
Cada año —si es que estoy junto al Médico—, hacemos un ritual en el revivimos el último recuerdo más fuerte mediante un vínculo de similar fuerza. Ciertamente, está prohibido realizarlo ya que, al usar distintos químicos y plantas medicinales prehispánicas, suele resultar mortal para el usuario.
Todos los años festejaba su cumpleaños, revivía los últimos momentos que estuvimos juntos. Pero esta vez, he decidido dejar ir a Jocie. La he dejado descansar por fin.
Al dejarme nuevamente solo, me puse a pensar en mi vida, hasta quedarme dormido.
Al cabo de tres horas, el guardia atlético —aquel que no era tan amable—, me despertó golpeando los barrotes de la celda.
—¡Tienes visitas, Assaf! —exclamó colérico. Provocando que me despertara rápido, cayera de la cama y me diera un golpe en la boca. Una risa femenina estalló a causa de eso.
—Jamás aprenderás a dormir bien, ¿verdad? —preguntó Mei. Negué y me incorporé rápidamente mientras arreglaba mi camisa. Llevaba consigo su abrigo y unas botas negras altas, con el cabello amarrado en una coleta alta—. ¿Dormiste bien o prefieres quedarte dormido en el piso otro rato?
—Jamás pensé que Mei Izumi hiciera esos comentarios sarcásticos —confesé mientras el guardia abría la puerta y mi jefa entraba—. Lamento el desorden, solo que no he podido limpiar mucho...
—Adivinaré, te falta tiempo —respondió, manteniendo ese sarcasmo que usualmente mantenía. Yo sonreí
—Exactamente —respondí, siguiéndole el juego. Mei se sentó en el duro colchón.
—Vaya. —Tocó el colchón y comenzó a hacer círculos—. Ahora entiendo el por qué de tu cómoda posición fetal. —Hizo una breve pausa y me miró a los ojos, hundió su mano en el colchón—. Es debido a la suavidad de tu cama
—La recomiendo, leí que puede servir para las cervicales.
Ella negó y posó su mano sobre su abdomen, en el momento no me había dado cuenta pero ella tenía más abultada esa zona.
—No puedo —añadió y sacó un pequeño sobre que me tendió—. De eso quería hablarte o mejor dicho, queríamos decirte...
—¿Iba a venir Eduardo?
—Sí, solo que no supera lo que hiciste, todavía quiere darte un puñetazo en la nariz. Romperla, si es posible —respondió, observando el piso—. Pero quería decírtelo, has hecho cosas inimaginables en poco tiempo y gracias a ti pude relajarme un poco.
»Me diste el tan ansiado descanso que necesitaba. —Hizo una pequeña pausa, cerró sus ojos y respiró profundamente. Yo tragué en seco, observando un pequeño sobre lo que traía en sus manos—. Ocurrió un milagro...
Volvió a hacer una pausa y señaló el sobre, insinuando que debía abrirlo.
Con temor, abrí el sobre y saqué una fotografía o lo que parecía ser una fotografía.
—¿Estás...?
—Sí —susurró Mei mientras sonreía y se incorporaba—. Estoy embarazada. Y es algo sorprendente.
Solté el sobre y me acerqué a mi jefa, la abracé. Me sentí feliz por ella.
—Felicidades, ¿cuánto tiene?
—Dieciocho semanas, al hacer la ecografía, John dijo que está creciendo sin ningún peligro... —Hizo otra pausa y se separó de mí, caminó hacia la puerta y se abrazó a sí misma, dándome la espalda—. Sin la enfermedad que yo tengo.
Guardó silencio y observó el fondo del corredor, lugar donde se encontraban las escaleras. Suspiró y cerró los ojos.
—¿Cuál enfermedad? —pregunté, acercándome despacio.
—"Encefalopatía Espongiforme Subaguda" —explicó, metiendo sus bolsillos al abrigo—. O "Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob¹". Es una enfermedad bastante rara y hereditaria en algunos casos.
—Dijiste que no se está formando sin ningún peligro —interrumpí, recargando mi cabeza sobre los barrotes—. ¿John le hizo la prueba...?
—No es necesario —añadió, girando y colocando su espalda en la división entre la libertad y el encierro—. Los hombres no son susceptibles a contraerla, no a menos que reciba un transplante de alguien contaminado.
—Eso quiere decir que...
—Será un niño. —Sus ojos adquirieron un brillo especial, había ilusión en ellos—. Se llamará Félix, en honor a una persona especial para Eduardo. Una persona que significa mucho para ambos.
—¿Puedo saber...? —Ella negó—. ¿Entonces, para qué me lo dices?
—Porque vamos a trabajar juntos y en unos meses tendré licencia por maternidad —respondió de forma tranquila, meciendo sus tobillos—. Y porque necesitamos un padrino; entre todas las personas posibles a la que más le debemos por esta bendición, es a ti.
»¿Quieres ser su padrino?
Yo asentí con gusto, ella aceptó mi respuesta y se irguió mientras metía sus manos en sus bolsillos.
—Bien, eso era todo. —Dio un pequeño respingo y se golpeó la frente—. ¡Casi lo olvido! —Sacó una hoja y me la tendió—. Tú orden de liberación, saldrás al anochecer; Christina vendrá en unas horas, así que te recomiendo que no vuelvas a tu cama y vuelvas a caer en los brazos de Morfeo. Intenta no estar en tu cómoda posición fetal.
Asentí y coloqué la hoja sobre la cama, al girar el atlético guardia cerró nuevamente la celda. Mei elevó los hombros y torció la boca.
—Medidas, ya sabes —susurró y giró su cabeza al final del pasillo mientras volvía a suspirar—. Tengo que hacer otra cosa, fue un gusto hablar contigo, Assaf.
Ella comenzó a caminar y yo me precipité contra los barrotes, haciendo ruido que provocó que se detuviera.
—¿Ocurre algo? —preguntó en un susurro.
—Gracias, Mei —respondí, seguido de una sonrisa—. Gracias por ser como una madre para mí.
Mei negó divertida y siguió su camino.
—Suerte con tu novia, niño —exclamó por encima del hombro, mientras llegaba a la puerta final del corredor—. Tienes mucho qué explicarle.
Después de seis horas, en las cuales el guardia atlético pasaba a mofarse y a humillarme cada que podía —que en total fueron más de doce veces—, Christina se hizo presente mientras recibía mi comida.
—Comes como un cerdo, ¿ya te lo había dicho? —mencionó, mientras terminaba de comer unos fideos con pollo que sabían a gloria.
—Disculpe, su Majestad —respondí sarcástico, intentando no ahogarme con la pasta—. Pero esto es un cambio enorme a la bazofia que me daban.
—Disculpa aceptada, plebeyo —dijo con sorna, metiendo sus manos al abrigo negro—. ¿No has pensado en decirles que te cambien la cama?
—Eres la segunda persona que lo dice el día de hoy —susurré, ella se me quedó mirando de forma penetrante—. La primera fue Mei, no malentiendas.
—Está bien. —Suspiró y su respiración comenzó a ser agitada, estaba nerviosa—. Tenemos que hablar.
¿Han sentido que el corazón se les detiene por unos breves segundos? Y no estoy hablando de un infarto; desde que comencé a interesarme por el sexo opuesto, he tenido miedo al escuchar esas palabras, nunca eran sinónimo de buenas noticias. Dejé mi plato sobre el pequeño buró y me giré, hasta quedar frente a ella.
La observé, se veía tan hermosa como siempre. Su cabello se encontraba sujetado en una trenza francesa con unos mechones rebeldes que caían sobre su faz, sus mejillas y nariz se encontraban sonrojadas a consecuencia del frío clima. Sus labios se encontraban lacerados, consecuencia de la preocupación.
—¿De qué quieres hablar, Christy? —intenté preguntar con seguridad, aunque mi voz estuviera temblando.
—Quiero la verdad —declaró, mirándome directo a los ojos, su usual púrpura se encontraba apagado—. Quiero que me digas si lo hiciste.
—Siempre te he dicho la verdad. —Coloqué mi mano sobre su mejilla, su piel estaba fría. Ella quitó mi mano de inmediato, alejándose.
—Esto es en serio, Afar —añadió molesta, cerró sus párpados, sus ojos estaban cambiando—. Por una sola vez, deja de coquetear y dime la verdad.
—¿Cuál? Soy un libro abierto...
—¿Mataste a Dante? —preguntó, abriendo los ojos, demostrando un rastro de rojo—. De camino allá, tú te enojaste conmigo por haber ocultado un secreto. Confié en ti y te lo dije.
»Quiero retribución —añadió y se acercó a mi oído—. Solo dilo. Puedes confiar en mí, no le diré a nadie la verdad.
—No tengo idea —respondí finalmente, contuve la respiración unos segundos, intentando encontrar la verdad en mi fragmentada mente—. Sé que no lo maté porque no lo recuerdo, lo último que viene a mi mente es tener el cuerpo del novio de mi mejor amiga sobre mis muslos, intentando parar la hemorragia —confesé, intentando ocultar las lágrimas. Christina se acercó a mí y colocó su mano derecha sobre mi mejilla—. Así que, no, yo siento que no lo asesine pero mis palabras no son suficientes para un juez. —Volví a hacer una breve pausa y con mi mano izquierda toque la palma de la pelirroja, su tacto comenzó a ser cálido—. Pero estoy seguro que un asesino no se quedaría junto al cuerpo de su víctima, intentando detener la sangre. Sé que debía pedir ayuda pero, ¿quién nos iba a encontrar antes de que muriera?
Christina intentó responder pero yo la detuve, una lágrima rebelde salió de mis ojos.
—Nunca —añadí, mi respiración se volvió un poco más agitada—. Tenía que quedarme a su lado, tuve que intentar salvar a la pareja de Gaby, al hombre que posiblemente se hubiera convertido en su pareja de vida. Tenía que intentar salvar una vida con la vida que me regaló Gabriella.
»Así que, no —declaré, intentando procesar todas las palabras que dije, ¿alguien en su sano juicio mataría y se quedaría con la víctima? No, eso era imposible—. Yo no asesine a Dante —aseguré, tomando la mano libre de Christina—. Y si estás segura de que fui yo, lucharé cada día para cambiar esa perspectiva.
Terminé mi discurso y me acerqué lentamente sus labios, ella se encontraba mirándome fijamente mientras contenía la respiración. Observé aquellos hipnóticos ojos púrpuras que ella tenía, nuestros cuerpos estaban tan cerca que podía sentir aquel sabor de sus labios.
—¡Yo le creo, Christina! —exclamó la voz de Eduardo por un comunicador, interrumpiendo nuestro beso—. No se tú, pero ese discurso sonó convincente y tu novio no es ningún psicópata. —Intenté buscar el lugar de donde salía la voz de Eduardo pero no tuve éxito—. ¡Tranquilo, chico! Christina quiso demostrar y convencernos de que no fuiste tan estúpido como para cometer homicidio —explicó el líder del Arrabal.
—¿Cómo es que...? —pregunté mientras seguía buscando el origen de la voz.
—Antes de que sucediera todo esto, Dante propuso colocar cámaras y micrófonos en las celdas, así poder monitorizar todo y encontrar una buena forma para juzgarlos. —Hizo una breve pausa y pude escuchar un estornudo—. Lo siento, como te decía, mañana Mei pasará por ti para que continúes con tu investigación. —La voz de Eduardo se tornó grave—. Si te pasas de listo y la vuelves a cagar, ten por seguro que no encontrarás algún puto escondite para escapar. Te juro que te cargará el payaso.
Tragué en seco y observé a Christina, ella seguía aguantando la respiración mientras se mordía los labios.
—¡Bien! —exclamó el líder del Arrabal, intentando sonar carismático—. Los dejo solos, los dispositivos electrónicos los apagaré y tendrán intimidad, ¡feliz momento!
La voz desapareció y suspiré, no lo negaré, estaba un poco molesto.
—¿En serio tenías que hacer eso? —pregunté, intentando no explotar—. ¿Tenías que ir con Eduardo para que oyera esto?
—Afar, yo creo en tu palabra —respondió la pelirroja, soltando el aire contenido. Me tomó el rostro por las mejillas—. Y sé que nunca asesinarías a nadie pero, tienes que saber que Eduardo era el único que se interponía en darte un juicio y dejarte trabajando. John lo convenció para darte esa ventaja pero yo... —Volvió a hacer una pausa y me abrazó, yo estaba inmóvil—. Pero yo no hice nada, tu amigo se comportó como un verdadero detective y yo me ocupe del Hospital. Estaba enojada conmigo misma por no saber ayudarte porque ni con todas las mejoras físicas, químicas y psicológicas que tengo, no pude sacarte. —La rodeé con mis brazos y recargue mi mentón sobre su cabeza—. Por eso recurrí a Eduardo, ¡no había otra opción! —Sentí cómo nuestros corazones latieron al unísono—. No me arrepiento, aunque sé que estuvo mal.
—No te disculpes —susurré, cerrando los ojos, Christina me abrazó aún más fuerte—. Solo es que Eduardo sigue sacándome de mis casillas y aunque sé que no es un estúpido, todavía me cuesta verlo como tal. —La tomé por la barbilla, obligándola a verme—. Además, no puedo enojarme contigo, Christina.
—Eres un idiota —dijo entre risas, me tomó del cuello y completamos la acción que Eduardo nos impidió.
Poco a poco el calor se fue intensificando, al punto de fundirnos en uno solo y disfrutar el uno del otro. Christina es única y jamás quiero perderla. Al terminar, Christina se quedó acostada conmigo en aquel colchón duro un rato más, hasta que el guardia le pidió que se retirara.
Aquel último día en prisión fue el mejor de todos.
Al día siguiente ocurrieron sucesos dignos de ser contados; Mei llegó a primera hora con mi liberación, yo estaba feliz de abandonar aquel incómodo colchón y poder respirar aire puro, le di las gracias con un abrazo, un extraño ruido nos separó.
—¿Qué es ese ruido? —pregunté, girando hacia las escaleras.
—Es la prisionera que trajeron cuando fueron a la incursión —respondió mi jefa, firmando las últimas cosas de la liberación.
—¿Puedo ir a verla? —volví a preguntar, Mei me observó y levantó los hombros.
Tomé ese gesto como afirmación y caminé escaleras arriba.
Al estar en el siguiente piso, encontré a Hannah ordenando a varios sujetos, ella estaba enojada.
—¡Hola, Han! —exclamé y ella giró. Llevaba un hermoso traje gris, ceñido al cuerpo con el cabello recogido en una coleta baja mal hecha, dejando unos cuantos cabellos rebeldes. Traía su placa colgando del cuello y en su mano izquierda, un vaso de café—. ¿Qué haces aquí?
—Hola, Afar —dijo la pelinegra molesta, masajeándose las sienes—. Eduardo quería que lo ayudara como Detective. —En sus ojos se observaban unas enormes ojeras acompañada de una sonrisa cansada—. En sus propias palabras "tengo la misma capacidad deductiva comparada al mismísimo Sherlock Holmes". —Solté una risa, ella suspiró y miró al techo—. ¡Lo sé! Soy pésima para deducir...
—Se nota que te está destrozando este trabajo.
—Alguien que por fin me entiende —declaró, elevando sus brazos al cielo—. Junto a John, llegamos a la conclusión que este trabajo es mejor que estar sin hacer nada. Aunque estoy seguro que el Médico quiere seguir encerrado, trabajando como siempre —añadió, negando con la mano derecha en su frente, intentando no soltar su café—. ¡Por cierto! No me estorbes más de lo que ya lo haces... ¡Demonios! ¿Acaso estoy diciendo muchas tonterías? —Asentí, extrañado—. Lo siento, debe de ser culpa del café.
—No es tu culpa, Han —expliqué, metiendo las manos en mis bolsillos—. Cualquiera estaría estresado al estar a cargo de un departamento completo... y más si solo tienes un único empleado.
—Pues te equivocas, hay más gente aquí —señaló hacia enfrente, habían varios hombres hablando entre ellos—. Pero como la mayoría, no trabajan y dejan que los casos los resuelvan la guardia negra de Eduardo —dijo, dando un largo sorbo a su café—. Hablando de él, ¿no se supone que deberías de estar encerrado y oliendo a desechos humanos por haber matado al novio de Gabriella?
—Verás... —añadí, rascándome la nuca—. Christina consiguió que Eduardo accediera a liberarme bajo palabra.
—Esa mujer vale oro, Afar —musitó, girando hacia mí y mirándome directo a los ojos—. Recuerda mis palabras, no la dejes ir. —Volvió a dar un largo sorbo, al terminar, observó el interior y frunció el ceño—. Permíteme un segundo. —Se dirigió hacia la puerta y la abrió—. ¿¡Alguien podría mover las nalgas y traerme un café!? ¡Es una orden! —Cerró la puerta y respiró profundamente, volviendo a lado mío—. Listo. ¡Ah, sí! No pierdas a esa pelirroja, ella haría cualquier cosa por ti y siéndote sincera, jamás la había visto hacer algo por alguien; a lo que voy, no sé qué hiciste pero ella se enamoró de ti y logró convencerme.
»Me refiero a que Eduardo no fue el único que falló contra ti en un comienzo, yo también lo hice. —La observé extrañado, ella solo alzó los hombros—. Cuando me dieron este nuevo puesto, yo tenía que pensar que eras culpable y no, no me disculparé; al ser una servidora pública, mi deber es encerrar y pensar como los criminales. —Volvió a hacer otra pausa para tomar aire, al parecer las malas costumbres jamás se dejan—. Así como Christina, John me convenció y me hizo cambiar de opinión, así te otorgué visitas y el voto decisivo del líder del Arrabal.
—Supongo que... ¿gracias? —dudé ante su expresión—. Y como recomendación, intenta dejar el café, en exceso puede ser dañino.
—Lo haría, si estos incompetentes hicieran bien su trabajo —señaló a sus subordinados, trasladando a la francesa a una jaula en el mismo piso—. La encerraron junto con el prisionero que casi acabó con el Arrabal en su comienzo, ¿puedes creerlo? —Observó su reloj y chasqueó los dedos—. ¡Ah, sí! Tengo una pregunta, ¿qué quieres? ¿No deberías de estar disfrutando del apacible sol que nos regaló la anomalía el día de hoy?
—Iba de salida, aunque ahora que lo dices —dudé, señalando a la prisionera—. ¿Podría hablar con ella?
—¿Quieres hablar con la muda? —cuestionó divertida, centrando toda su atención hacia mí—. Adelante, suerte con lo que puedas conseguir. De hecho, Hunter fue el único que le logró sacar más de tres palabras para que pudiéramos liberarte... —dudó, llevando su índice a su barbilla—. Como sea, pasa, tienes vía libre. No creo que haga mucha diferencia. Le diré a mis hombres que tienes autorización, yo tengo que ir a hablar con mi novio. Así que si me disculpas, ¡me voy! —Me movió y comenzó a caminar escalera arriba, con el pie derecho en el primer peldaño, se detuvo—. Ha sido un placer hablar contigo, Afar, y lo lamento por todos los inconvenientes, estos días han sido demasiado movidos.
Antes de que pudiera despedirme y agradecer el gesto, Hannah se había ido, di media vuelta y un hombre con barba de candado de cuarenta años apareció.
—¡Aquí está su café, Se... —Al ver que no estaba la pelinegra en la habitación, se enfocó en mí—. ¡Carajo! ¿Se fue? —Asentí y señalé hacia las escaleras, este salió corriendo.
—¡Espera! —exclamé, llamando su atención y frenándolo. Tomé el café y sonreí—. Gracias, puedes irte.
Una vez que el tipo de barba de candado se fue con cara de pocos amigos, entré a la celda de Odette e intentaré resumir lo más que pueda de esa conversación. Intenté disculparme por cada cosa que le había hecho a su grupo, argumentando que todo era en defensa de mi integridad ; ella solo me veía colérica y con altanería, señalándome como el culpable de la larga cicatriz que recorría su faz, desde su ojo izquierdo hasta la comisura de sus labios
Resoplé frustrado y me retiré, ya continuaría mi cruzada otro día. Dejé la taza de café a escasos centímetros de los barrotes, metí las manos a mis bolsillos y emprendí la caminata hacia mi casa.
El camino fue un tanto extraño, las miradas juzgadoras de la gente no se hicieron esperar, todos tenían miedo o enojo porque un recién llegado les había arrebatado a su inventor. Suspiré, estaba demasiado cansado para aparentar fortaleza..
Iba a buscar a la única persona que me daba miedo visitar después de todo esto, Gabriella.
Después de un cálido recibimiento de la pelirroja, de una increíble ducha con agua caliente y una larga noche de descanso, decidí enfrentar al último demonio que me perseguía de la incursión, tenía que enfrentar a Gabriella.
Entré temeroso al Edificio de Salud, ahí me encontré a Julia saliendo de la habitación de Gaby. Ella saludó primero y me observó.
—¿Estás bien? —preguntó, acercándose y colocando su mano en mi frente.
—Yo quiero decir que sí —respondí, meneando mi pie—. Aunque no sé por qué tengo nervios, siento que me costará mirarla e intentar hablar con ella.
—Te soy sincera —dijo Julia, sentándose en las sillas—. No tengo idea de lo que ocurrió afuera de las murallas y sinceramente, estoy bien así. —Colocó su mano sobre la mía, regalándome una sonrisa—. Pero no deberías de tener miedo, si dices que no hiciste algo malo, entra con la frente en alto. Recuerda que el miedo es el mayor y peor enemigo de la gente.
Sonreí ante su breve intercambio de palabras.
—Gracias por recordármelo, Julia.
—Cuando quieras. —Se incorporó y comenzó a retirarse—. Si necesitas hablar con alguien con nula participación política dentro del Arrabal, ven conmigo. Mi experiencia en la vida es más que suficiente. —Comenzó a juguetear con su anillo de compromiso, ladeé la cabeza, jamás le conocí un esposo—. Solo ven y estaré gustosa de escucharte, sería un buen cambio de aire.
Le agradecí y me disculpé con ella por no tratarla mucho. Julia siempre me acompañó durante mi recuperación y se lo debía. Se despidió y me invitó a pasar, tragué en seco y con miedo, giré el picaporte y abrí la puerta.
Ahí estaba, mi mejor amiga —¿se puede llamar "mejor amiga" después de lo sucedido en la incursión?—, postrada en una cama conectada a varias máquinas que le suministraban los suficientes líquidos para mantener hidratada su piel, ella estaba leyendo pero cuando escuchó que la puerta se abría, su tranquilidad se esfumó
—¿Qué haces aquí? —preguntó, molesta. Aplanando el ceño.
—Solo quise visitar a mi mejor amiga —respondí, intentando bromear, ella no reaccionó positivamente—. Y quería ver cómo estabas y si necesitabas algo.
—Estoy bien —respondió, señalándose de cuerpo completo—. Dentro de lo que alguien quemado estaría, así que, vete.
—¿Estás segura, Gaby? —cuestioné, acercándome lentamente—. John me dijo que...
—Serás arrecho —susurró, cerrando el libro y mirándome directamente a los ojos—. Te lo repito por si no te ha quedado claro, estoy bien. —Hizo una breve pausa y cerró sus ojos—. Ya has hecho suficiente.
—No sé de qué hablas...
—No me vengas con hipocresía, cerdo —dijo con sarcasmo, masajeando el puente de su nariz—. Puede que todos en el Arrabal se hayan dado por vencidos y por falta de pruebas seas libre, pero eso no quita que seas completamente inocente.
—Yo no maté a Dante —confesé tajante, intentando no alzar la voz—. No sé qué te contaron pero esa no es la verdad, yo lo intenté salvar.
—¡Oh, vamos! —se exaltó, levantando las manos al aire, intentando no reír—. No me vengas con que "perdiste la memoria" otra vez, lo hiciste después de que estuviéramos a mano cuando te salvé en el Metro. —Se irguió y aplanó sus expresiones—. Con la Tormenta perdí a toda mi familia y Dante fue el único que me hizo sentir amada, ¡y le lo arrebataste! ¿Qué acaso no es suficiente para ti?
—Por favor, Gaby, yo no...
—¡Vete! —sentenció colérica, señalando la puerta—. Siempre te tienes que salir con la tuya, ¡estoy harta de ti! Déjame en paz. —Tiró del pijama del hospital y dejó ver la piel de su cuello quemado, intentando recuperarse y una enorme cicatriz que nacía desde su pómulo izquierdo y seguía por debajo de su clavícula—. ¡Asume tus responsabilidades como el pseudo-hombre que eres! Vete, no lo vuelvo a repetir.
—Cálmate, Gabriella, por favor —pedí, acercándome lentamente a su cama, pudiendo observar con claridad su rostro.
Su faz estaba sanando muy rápido a consecuencia de los injertos, el daño desaparecía a una velocidad increíble aunque todavía tuviera marcas provocadas por las llamas. Aquella cicatriz que parecía nacer del pómulo, en realidad nacía de una mancha en su ojo, maldije por dentro, los injertos no habían sido aceptados del todo y esto dificultaba la sanación de la morena.
—¿Ahora lo ves, no? —susurró molesta, ocultando su cara tras su cabello—. No puedo llorar, perdí mis lagrimales. Solo me queda sentirme triste y culpable porque él estaría vivo si no te hubiera traído conmigo. —Cerró los ojos y dejó el libro sobre la mesa, respiró profundamente y me miró a los ojos. Había ira y dolor—. Vete, solo vete de mi vida.
Cerró sus puños y comenzó a estrujar la sábana y romperla, el IS-Core estaba dando resultados, asentí y di media vuelta.
—Solo quiero que recuerdes... —musité, antes de tomar el picaporte.
—¿Que me quieres? ¿Que me vas a cuidar? —cuestionó, negando, apretó la mandíbula—. Puedo valerme por mí misma, siempre lo he hecho. —Hizo otra pausa y volvió a serenarse—. Te quiero fuera de mi casa, no quiero verte ahí. Vete de mi vida si es posible
»Sé feliz, Afar —susurró Gabriella, mientras cerraba la puerta y me deslizaba, llorando por la impotencia.
Solté todo el llanto acumulado a causa de la muerte de Dante, la pérdida de Jocelyn y ahora, por no saber qué decirle a mi mejor amiga. Elevé mi rostro al aire, intentando encontrar alguna solución útil pero era imposible: John me había vuelto a salvar el culo, dejando de lado su trabajo, Christina tuvo que convencer al líder del Arrabal para dejarme en libertad.
Todos habían hecho algo pero yo... yo no hice nada. Y sabía que tenía que arreglarlo.
Pero no tengo ni la más remota idea de cómo hacerlo.
Poco después, no hay mucho que reportar, exceptuando que tuve que mudarme a la casa de la pelirroja, ella me recibió con los brazos abiertos mientras que yo, seguí llorando. Me quebré porque la había cagado en banda ancha, no encontraba el sendero.
Ella me escuchó atentamente mientras yo gimoteaba en sus piernas, me consoló e intentó ayudarme a arreglar las cosas con Gabriella pero sé que es imposible.
Aquel día lo supe mientras observaba su cálida sonrisa, daría mi vida por ella. Los salvaría.
Luego volvió la monotonía, desayuno en ¿risas? Caminar hacia el CEPLAC bajo los murmullos y miradas acusadoras de la gente del Arrabal e intentar encontrar alguna solución viable para poder liberarnos de la Tormenta.
Esto no llegaba a ningún lado, así que opté por encerrarme en el CEPLAC después de una evacuación por la Tormenta y sin embargo, aquí sigo, preguntándome por qué sigo sufriendo. Buscar la respuesta correcta ante esa desesperada pregunta infinita es imposible, sigo cayendo una y otra vez en el mismo patrón, en el mismo bucle.
Pero ahora hay algo dentro de mí, y es que no quiero defraudar a nadie más. Quiero salvar a todos en el Arrabal.
Quiero ese mundo feliz en el cual no tenga que preocuparme por anomalías climáticas y deba de resguardarme en un lugar seguro pero, por Alá, no hay una solución correcta.
¿Cómo saboteas tu propia creación?
No hay respuestas correctas, solo queda pensar mientras observo la luz de la vela y me sumerjo en un loop oscuro.
¡Afar, fuera!
Acotaciones:
(¹). Es una forma de daño cerebral que lleva a una disminución rápida en el movimiento y pérdida de la función mental. Para más información, consultar el link de los comentarios o directamente a la pagina de "Mayo Clinic".
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N. de A.
Vaya, un año después he logrado terminar este capítulo y lo confieso, ha sido el más difícil de editar y corregir (más porque no me acordaba de los cambios hechos y mi forma de escribir y redactar ha cambiado considerablemente en este tiempo) porque toca un tema que pasó en la vida real.
Mi amiga y mentora, en su tiempo, se alejó de mí por algo que dije y escribí en esta historia, me disculpo públicamente (aunque ya haya pasado), por todo, en serio, Bell, perdón.
En fin, ¡hola, gente! ¿Extrañaban esta hermosa historia? xD
Ya, no vuelvo a desaparecer tanto porque quiero seguir con la Saga Climática y eso significa que... después de las ediciones de 25 Días y Phoenix 's Madness, seguiremos con Óbito, luego con Risco y ¡culminaremos esta hermosa historia!
Y también agradecer porque cuando escribí esta nota (en su día), habíamos llegado a las mil lecturas, ahora estamos en la recta de los 5k... Ha pasado mucho.
En fin, ¡nos vemos en la próxima semana! O tal vez antes, no sé (?
Pd. Que nostalgia ver el banner con la primera portada, ¿no creen que debemos de actualizarlo? Por fa, manifiestate, Bian :p
Pd 2. La de los guioncitos.
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