Día 19 | "Descontrol" | Primera Parte |

Septiembre.2217


Bitácora de Afar; vigésimo primer día del noveno mes del año terrestre dos mil doscientos diecisiete. En estos instantes mi cabeza es, ¿cómo decirlo?

Algo no encaja; no, esa no es la frase correcta, ¿roto? No, esa tampoco. ¡Desgastado! Sí, desgastado es la palabra correcta.

Todo lo que ha ocurrido en este mes me ha consumido.

Sí, lo admito. En todas y cada una de las entradas pasadas digo lo mismo. Repetitivo y cansado, lo sé. Pero esa es la verdad, estoy demasiado cansado de mi vida.

¿Quieres que comience por el principio, Kitty? Pues curiosamente, comienza al finalizar mi anterior entrada.


¡Gabriella despertó! Al haber cortado la grabación, la venezolana logró despertar. Aunque, su humor ha cambiado bastante. Ahora Chris... la pelirroja y yo somos Alyn.

¿Cuándo creó un shipeo? No tengo idea, ideas de una adolescente venezolana.

Fui feliz, muchísimo. Mi mejor amiga sobreviviría.

Pero, como todo en mi hermosa vida -nótese el sarcasmo en mis palabras-, todo tiene tendencia a irse a la misma mierda.

Exagero, mucho, pero es cierto. Tuvo una recaída, que en su estado, pudo ser fatal; si John no hubiese actuado como el excelente médico que es, posiblemente la hubiéramos perdido.


Todo fue viento en popa; su estado mejoró considerablemente -a consecuencia de los vendajes, ungüentos y curaciones-, al igual que su ánimo.

-¿Eres consciente de que me es imposible tener una recaída? -recalcó Gabriella, en una de las tantas veces que estaba con ella-. No me voy a ir corriendo por ahí, ¡menos con esta bata horrible!

Afortunadamente, Eduardo seguía en recuperación, por lo que yo me la pasaba cual chicle pegado.

Obviamente con limitante, siendo este el horario de visitas. Tanto Dante -que era el único que se podía quedar-, como John me aseguraron que estaría bien.

Hablando de este último, jamás pensé que fuese tan excelente médico. Digo, reparó toda la piel de la venezolana, prometiendo que quedaría igual que siempre.

Pero hubo algo que no pudo reparar.


Estábamos los dos solos. Dante había salido a sus guardias en la muralla.

-¡No es justo! -exclamó Gaby. Jugábamos Uno-. ¿Cómo es que te salieron dos "+4"? ¡Es imposible! Hiciste trampa.

-¿Cómo quieres que te haga trampa? -respondí conteniendo la risa-. Tú las revolviste.

-¡Becerro! ¡Hiciste trampa! -Me aventó una almohada a mi rostro.

-Cree lo que quieras. -Le devolví el proyectil, que impactó en su nariz. -. Come ocho cartas y deja de llorar, niña.

Gabriella refunfuñó y yo comencé a reír sonoramente. Me divertía con ella.

-¿Interrumpo? -preguntó John, mientras abría la puerta. Llevaba una carpeta en su mano derecha y la otra oculta en sus bolsillos.

Ambos giramos y negamos.

-¡Pasa! -exclamó la venezolana.

El Médico, con la elegancia que lo acompaña siempre, entró al cuarto y se puso a los pies de la cama. Comenzó a masajear los adornos.

-¿Qué ocurre? -pregunté mientras recogía las cartas.

La mirada penetrante de mi mejor amigo me dio pavor, tragué en seco; Gaby se dio cuenta de mi reacción.

-¿Qué está pasando? -interrogó Gabriella. Silencio fue la respuesta-. ¡Dime, John!

-¿Puedes esperar afuera, Afar? -preguntó, no, más bien, rogó el Médico. Yo asentí.

-No -sentenció la niña-. Él se queda. Ahora, ¡habla! Tu silencio me preocupa.

-Cómo sea -respiró profundamente y cerró sus ojos. Abrió la carpeta y comenzó a leer-. Ya tenemos todos los análisis parciales. Y tenemos dos noticias, una buena y una mala... ¿Cuál quieres oír?

-La buena -respondió Gaby.

-No tendrás secuelas. Si sigues todo el tratamiento al pie de la letra, podrás retomar tu vida con cierta normalidad.

»Y antes de que digas algo, tengo que decirte que hicimos todo lo posible para que nada malo te ocurriera.

-Escupelo, Hunter.

-En palabras más sencillas, la Hidro-Cápsula hizo la preservación máxima de tejido; pero tu estado era muy delicado. -Mi corazón comenzó a bombardear sangre con mayor velocidad. -. Toda tu dermis y epidermis de tu área púbica fue bastante afectada. El cuero que usaste como prenda, se impregnó lo suficiente para dañar órganos internos.

-No te enrolles -ordenó Gabriella con los ojos cerrados. Contenía algo-.Dilo.

-Gabriella, eres estéril. -La pequeña estancia quedó en silencio. -. Tu condición es demasiado delicada, si llegas a quedar embarazada, puedes morir. Tus órganos, algo les pasó. Necesitamos más análisis...

-Suficiente -dijo en seco Gabriella. En un tono de voz distinto-. Ya entendí.

-Gaby... -murmuré mientras trataba de tomar su brazo. Ella me lo quitó.

-Déjenme sola -Yo volví a intentar tomarla por el brazo. Ella giró hacia mí y gritó-. ¡Vete! ¿Qué no entendiste nada? ¿Tú acaso crees que necesito el menosprecio de la gente? ¡Vete, mexicano idiota!

»¡Eres una mierda! -Aventó una almohada a mi cara.

Habían furia en su voz. Un sentimiento que nunca había estado presente en ella.

Su actitud volvía a cambiar.


Así fue como me tuve que ir. La dejamos sola, con la única condición de que Dante se quedaría con ella.

Volví a casa a descansar. A esa solitaria casa que iba a habitar.

Por dos días no me paré en el Edificio de Salud, vivía todas mis tarde y días solo. Tratando de no volverme loco, trabajando desde casa.

Hasta que, alguien tocó la puerta.

-Voy -exclamé mientras salía de la cocina. Estaba haciendo mi desayuno. Insistían tocando la puerta-. ¡Espera!

Abrí la puerta y me quedé pasmado ante la escena.

Una pelirroja sostenía una caja y una mochila sobre su hombro.

-¿Necesitas compañía? -sonrió forzadamente, mientras jugaba con su cabello-. Supe lo de Gaby, y también que tú te la vives encerrado.

Me hice a un lado, asintiendo y dejándola pasar.

-Llegaste justo a tiempo -susurré, cerrando la puerta-. Estaba haciendo Panqueques.

Christina dio la vuelta y sonrió con sinceridad.

-¿Dónde dejo mis cosas? -Elevó la caja y los hombros.

-Puedes ponerlas en mi habitación -Señalé las escaleras-. Claro, puedes tener tu propia habitación.

-Está bien -respondió y comenzó a subir las escaleras-. Quizás así te haga feliz...


Sonreí. Bastaron esas simples palabras para volver a mi rutina.

Aparentaba ser feliz una vez más. Quería ser fuerte y no volver a llorar por todas las cosas que me estaban ocurriendo.

Pero ahora había cosas que no eran iguales. Mis recorridos usuales eran sin compañía, mi trabajo en el CEPLAC no era requerido, la natación del Edificio de Salud no era lo mismo. ¡Hasta incluso trabajé en el Almacén!

Estaba aburrido, ¿lo notaste, Kitty? Aunque nota aparte, sus almacenes son bastante enormes y ordenados; hasta me perdí un par de veces.

Los días se convirtieron en semanas, yo seguía muy aburrido; menos por las noches que podía hablar con Christina hasta el amanecer.

Hubo una noche que siempre voy a recordar.

Decidimos tener una cita, una donde le pediría ser mi pareja.

En esta ocasión, no fue tan elaborado; decidimos que fuese sencillo.

Ambos vestimos semiformales, yo con una camisa blanca, jeans y unas zapatillas blancas con verde; por otro lado, la pelirroja usó un vestido negro ligero con zapatillas del mismo color.

-Te ves hermosa -susurré mientras ella cruzaba el umbral de la cocina-. A ti todo te queda bien.

-Lo sé -respondió con superioridad-. ¿Qué estás preparado?

-Pasta.

-¿Y la haces sin música? -Encendió el reproductor. -. Muchísimo mejor.

Entre risas y salpicadura de salsa, logramos terminar la cena. Estábamos orgullosos de nuestra creación. Entre risas, miradas y música fue pasando la cita.

-Eres todo una caja llena de sorpresas, Assaf -dijo Christina, mientras recogimos los platos-. ¿Quién pensaría que eres tan buen cocinero como metedor de pata?

-¡Oye! -exclamé mientras tomaba toda la basura-. No es mi culpa que todo salga mal.

Ambos reímos y depositamos los platos en el lavaplatos. La tomé por la cintura y ella me puso los brazos alrededor del cuello. La iba besar y una melodiosa voz salió de los parlantes.

La música quedó como anillo al dedo. She de Elvis Costello amenizó todo.

La tomé por las piernas, obligándola a sentarse sobre la pequeña barra. Mis manos recorrieron su espalda, trazando el camino hacia sus muslos.

-¿Estás segura que quieres hacer esto? -susurré mientras respirábamos. Sus caricias, tacto, cuerpo, su todo, en realidad, era mi perdición.

-Me encantaría -respondió mordiéndome los labios-. Además, si tu no das el paso, lo haré yo.

Tomó el control y seguimos a la habitación, dejando que la música sonara y los trastes crearán bacterias.

Y sí, mi confidente abiótico, todo fue con la mayor protección y cuidado del mundo.


La mañana siguiente fue cuando tuve mi audiencia con Eduardo. Su Guardia Negra fue a tocar mi puerta.

Admitiré que ha sido la primera vez en muchísimo tiempo que despierto con un humor tan bueno. Quizás tiene que ver la hermosa cabellera roja que cubría una linda espalda, que recorrí con mis labios hasta su mejilla.

-Aliento -susurró Christina poniendo su mano entre mi cara y la suya. Yo gruñí y me incorporé a ver la puerta.

-Todavía no te he hecho la verdadera pregunta; ¿quisieras...? -respondí depositando otro beso en su faz.

-Sí quiero -sonrió-. Pero ve a ver quién molesta tan temprano.

Con sonrisa en el rostro bajé y abrí la puerta.

-Buenos días -Una ráfaga de aire me dio en todo el torso. Demasiado tarde me di cuenta que estaba sin camisa .-. ¿En qué puedo ayudarlos?

Uno de los hombres me tendió una nota y dieron media vuelta.

-¿Gracias? Supongo... -Cerré la puerta y la pelirroja venia bajando las escaleras con una bata puesta.

-¿Quién era? -preguntó mientras se ataba el cabello en un chongo.

Abrí la nota y la leí.

-Eduardo quiere verme -respondí-. Puede esperar, ¿desayunamos?

-Siempre cuando después nos duchamos juntos.

-Jalo.


Después de un desayuno rápido y una ducha un poco lenta, cada uno tomó un camino distinto. Ella al Edificio de Salud y yo hacia la oficina del jefe del Arrabal.

En mi trayecto, pude notar que el ambiente había cambiado bastante. Después del incendio y las acciones de Black, la gente se sentía más feliz.

Las mujeres ya no tenían la cabeza baja, en cambio, tenían la cabeza erguida y llena de felicidad. Los hombres estaban ayudando por fin; todo era amor y paz.

Al estar a los pies de la puerta principal, sobre el camino de grava, la Guardia Negra me abrieron las puertas.

Por dentro, era casi estéticamente similar a todos los edificios; con la ligera diferencia que había un enorme corredor con un ventanal de principio a fin, con vistas a un rosal interno.

Al final del corredor, se encontraba la puerta de la oficina. Toqué tres veces.

-¡Adelante! -exclamó una voz femenina.

Al abrir la puerta me alegré.

No solo estaba Eduardo, sino también Mei, con veinte semanas de embarazo.

-¡Afar! -sonrió Mei, la cual me abrazó fuerte. Sus instintos maternos estaban saliendo-. Me alegro que estés bien.

-Sí... A mi también me alegra verlos enteros...

-¡Muchacho! Me alegra verte. Ven siéntate con nosotros -dijo Eduardo parándose e indicándome un asiento-. Sol mío, deja al chico respirar.

-Perdón, solo es que me alegra tanto volver a verte -añadió Mei mientras me soltaba y se dirigía al asiento en el cual estaba sentada hace sólo unos segundos-. ¿Cómo va todo?

-Bien, afortunadamente todo va bien, con Gabriella, John y Christina -respondí extrañado-. No es que no me guste que me interroguen, pero, ¿para qué vine?

-¡Ah sí! -exclamó Black-. Siéntate, muchacho, tenemos asuntos que hablar.

-¿Cómo cuáles? ¿Tiene algo que ver con Gaby o Christina?

-No -dijo tajante-. Ya sé que la venezolana es estéril y que te acostaste con la pelirroja.

-¡Edward! -reprimió Mei mientras le daba codazo. Él se comenzó a reír-. Deja al chico en paz.

-Él se lo buscó -tomó la mano de su esposa y depositó un beso sobre sus falanges-. Sabe que las paredes tienen oídos.

»En fin. -Quitó su sonrisa y me miró a los ojos con su cara de malhumorado. -. Ayer Mei y yo fuimos a nuestras respectivas consultas, ella con Julia, y yo con tu novia. Y nos dijeron que el bebé va a ser un varón.

-¡Felicidades! -exclamé y le di un abrazo a mi jefa-. Pero sé que no me llamaron para saber el sexo de su bebé.

-En gran parte no -respondió el jefe del Arrabal-. Mei sí quería que vinieras. ¿Quieres ser el padrino de nuestro bebé? -Asentí. -. Bien, perfecto. Lo otro era para decirte que tengo alta médica; podremos ir a buscar tu Tesina.

»Ya está todo preparado. Mañana iremos de escaramuza; Dante y Christina se ofrecieron a ir, ya que Dante maneja casi cualquier arma de fuego y Christina es médica; mi Guardia Negra irá -Dio un profundo respiro. -. Todo está listo; vehículos, puestos de control con agentes asegurándolos, provisiones y seguridad. En teoría no habría que usar violencia, pero no estamos seguros de nada, tendrás que estar seguro de poder matar a otro ser humano, de abandonarlo si es necesario.

»Nuestro equipo no rastrea a la Anomalía, pero leyendo tus notas es posible que haya mutado de una forma en la cual no sabemos ni tenemos conocimiento. Para eso disponemos de un mes para ir y volver, esperando que la Tormenta no nos alcance. Se te proporcionará tu pistola, comida y agua, todo lo demás es a tu cuenta. ¿Es un trato? -Levantó su mano, esperando a que yo la estrechase.

Suspiré.

-Trato -Le estreché la mano. Mei me dio un abrazo y un beso corto en la mejilla.

Me retiré de ahí lo más rápido que pude. Evitando así más preguntas y muestras de afecto entre los dos líderes.


Los días pasaron, la rutina volvía de forma amenazante. Claro tenía compañía, pero al fin y al cabo, era rutinario.

El día por fin había llegado; mi fémur por fin aguantaba mi peso, la Guardia Negra me entregó mis cosas una noche antes.

Después de una ducha larga, me puse las prendas que usaría en la expedición: pantalones de mezclilla negros, una playera de manga larga blanca y mis antiguas botas.

Coloqué la canada pistolera a mi cintura al igual que la funda de mi cuchillo. Tomé mi chamarra de cuero simbiótica y la vieja mochila de viaje.

Metí todo lo que importaba: fósforos, encendedor, papel, papel, lápiz, mis lentes de aviador, municiones extras, mi antiguo cuchillo roto en la guarda de las asas, un cambio de camisa, y mi grabadora.

Durante la ducha, me afeité para que el vello corporal no me molestase durante el viaje. El cabello me lo arreglé de forma natural.

Al tener mi Reloj-Comunicador, tomé las llaves que John me había dado, quizás su vehículo por fin me serviría.

Salí solo de casa, Christina había salido mucho más temprano.

Al estar en la puerta Norte, presioné el botón de encendido de las llaves. Sonreí ante la sorpresa.

Una Harley de color rojo oscuro con un par de alforjas y unos increíbles luces led.

-Por fin hiciste algo bien, Médico -murmuré conteniendo mi felicidad de niño.

Todos estaban ya montados en sus respectivos vehículos.

Eduardo junto con otros cinco hombres en un camión, Dante en un carro junto a otras tres mujeres, y yo encima de mi moto, pero había un inconveniente. Christina no llegaba.

-¿Y tú novia? -preguntó Dante, mientras jugaba con sus manos. Estaba impaciente.

-Ni idea -respondí sincero, mientras tocaba una batería invisible-. ¿Gaby sabe que te irás unos días?

-Sí, aunque ella tiene algunos problemas de humor.

Unos silbidos y demás gritos nos hicieron girar hacia donde se sonaba todo.

Vaya sorpresa la que me llevé.

Una despampanante y atrevida pelirroja venía caminando hacia nuestra dirección. Tenía una sonrisa traviesa y mirada penetrante. Vestida de colores oscuros y sintéticas prendas de cuero, fueron lo que resaltaron sus curvas.

-¿Estoy lista? -preguntó mientras jugaba con su cabello-. ¿O es demasiado?

-Perfecta... -respondí shockeado. Ella se acercó y me besó la mejilla.

-Te sacaste la lotería -susurró al oído y luego me dio un beso en los labios.

¡Santa Virgen de los espíritus chocarreros! De recordar esa escena se me eriza la piel completamente.

-Sube -dije con una sonrisa tonta.

-¿Ya terminaron? -preguntó Eduardo.

Encendí la moto, como respuesta. Una sonrisa brotó de su cara.

Salíamos de Arrabal.

¿Recuerdan lo que dije en mis entradas pasadas?? ¡Lo reafirmo! Una extraña sensación de libertad que recorre todo el cuerpo es lo mejor de todo el Universo.

Sensaciones como estas son las que nos recuerdan lo pequeños y frágiles que son los seres humanos.

Te recuerda que, aunque seamos pequeños, somos poderosos rivales y difíciles de vencer. Te recuerda que aunque somos frágiles, pero a su vez, una raza difícil de matar; una que sobrevive a pesar de todas las amenazas que nos han planteado la vida y el destino.


De ahí, la semana fue más tranquila, hasta prácticamente hoy; pero me adelanto.

Verán: la rutina era conducir hasta un punto seguro, uno de los tantos que Eduardo planeó durante semanas; todos tenían comida y agua, suministros básicos más que nada.

Mis únicos contactos con gente fueron Christina, Dante y Eduardo. Aunque, de forma extraña, estos últimos dos entablaron una amistad en poco tiempo, las demás personas que nos acompañaron eran distintas y extrañas. Todos portaban una arma para defenderse, pero actuaban súper precavidos.

Perfección es lo que a Alá no le gusta. Así que, contaré todo lo que pasó desde que llegamos, lo que alcanzo a recordar.

Llegamos hace aproximadamente tres horas al refugio seguro; que en esta ocasión era una gasolinera, para rellenar los combustible.

Al entrar, un tipo llamado David nos recibió y nos dio lo clásico; comida, agua y habitaciones, que como siempre Christina tomó una habitación para nosotros dos.

Siempre que nos quedábamos solos, conversábamos acerca del viaje y de lo que teníamos que hacer.

Siempre me perdía en su mirada, su penetrante mirada color púrpura, la mira que te desnuda y te vista más de cien veces, esa mirada que transmite distintas emociones o sensaciones.

Después de pasar tiempo de calidad juntos, tomaba mi reproductor de música y escuchábamos juntos hasta quedar dormidos.

Todo iba igual que siempre, hasta que un ruido nos despertó. Un peculiar ruido de bala.

Desperté de golpe e instintivamente me levanté a proteger la entrada con una silla.

-Colócate tu equipo -ordené, con miedo.

Nos vestimos el doble de rápido, con la excepción de que nos colocamos un chaleco antibalas plasmático¹ por debajo de nuestras playeras.

Tomamos nuestras armas y nos dirigimos a registrar todo.

Pegados a la pared, avanzamos por los pasillos, tratando de no alertar a nadie. El miedo se apoderó de mí, es difícil con tanta presión y gente desconocida.

Nos encontramos el cuerpo de uno de los hombres que siempre acompañan a Eduardo, y a lo lejos oímos unas risas.

Una risa conocida me heló completamente.

Una francesa estaba parada en el centro de una enorme estancia, junto a ella sus dos secuaces. Tenía a todos los demás arrodillados frente a ella.

-Debí matarte cuando pude -murmuré con enojo.

Sin pensarlo, me abalancé disparando a sus secuaces, dejando para el final a la francesa.

Uno tras otro, mis tiros llegaron al blanco que había elegido. Excepto el último.

Lo último que recuerdo, es el estruendo de un cañón impactando en la zona de mi corazón, y un golpe en la cabeza que me noqueó.


Al despertar, una de las chicas, que acompañan a Dante en el auto, me estaba colocando paños de agua en la cabeza, instintivamente busqué a Christ... ina.

Presencié una de las escenas más aterradoras de toda mi vida.

La mayoría de los hombres intentaban tomar a la pelirroja para alejarla de la Francesita moribunda.

Un charco enorme de sangre se encontraba debajo de su humanidad, un ligero "auxilio" salía de su boca.

Golpe tras golpe, había odio. Christina era más fuerte que todos.

Unos dos intentos más bastaron para que Eduardo me observara e intentará de nuevo tomar a Christina.

-¡Está vivo! -gritó Eduardo-. Suéltala, ¡eres mejor que eso! Ya hablamos de esto.

Mi corazón se quebró al instante; me habían ocultado algo, lo único que me lastima más que nada es que me oculten las cosas y ser el último en enterarme.

Si ella decía que me quería y amaba, ¿por qué nunca me dijo nada? ¿Qué era lo que me ocultaban?. Simplemente me sentía engañado y lastimado.

La pelirroja volteó a verme y su característico color púrpura se había perdido. Un rojo brillante lo había sustituido. Sus ojos lentamente volvieron a adquirir la tonalidad púrpura que me volvía loco, pero, cuando ella intentó abrazarme la rechacé.

Ladeaba su cabeza porque no entendía el porqué la rechazaba e intentaba una y otra vez.

Me levanté y corrí hacia la habitación; tomé la mochila y salí de ese lugar. Necesité un lugar tranquilo, un lugar en paz.

Un lugar para llorar y poder sacar todo.

Mi novia me había traicionado, es algo que, no... no podría perdonar.

Encontré una de las entradas del Metro, de la Línea Negra. Entré, necesitaba oír la voz de... la voz de Jocelyn...


Narrador Omnisciente

-Encontré una de las entradas del Metro, de la Línea Negra. Entré, necesitaba oír la voz de... la voz de Jocelyn... -repitió Afar, mientras tiraba de su cabello.

El viento penetraba a la solitaria estación de Metro, provocando el despertar de los viejos fantasmas.

-Me encerré en el primer cuarto de baño que encontré, encendí mi grabadora y esperé... esperé a tener una vez más la voz de mi Jocie -musitó el de ascendencia árabe.

Todo era inútil, no había respuesta.

Las alucinaciones producidas por los gases neurotóxico tardarían mucho más en hacer efecto.

-¡Pero nadie me habla! ¡Soy un completo estúpido por confiar plenamente en una persona sin conocerte tanto! -exclamó gimiendo, tenía tanto dolor en su corazón. Había sido traicionado una vez más-. ¿¡Jocelyn, dónde estás!?

Los lamentos rebotaba en las oxidadas paredes, sin respuesta alguna.

Afar Assaf se tiraba al piso, llorando y gimiendo. Había perdido todo en un solo momento, ¿pero habría otra historia?

-Me haces falta cariño. Eras la única que me comprendía y la cual no tenía secretos -añadió mientras aventaba unas cuantas piedras-. Te... te... tete necesito.

Unas ligeras pisadas se escuchan a lo lejos, ¿será acaso una alucinación?

-¡¿Dónde estás Joss?! Me haces falta. Vu... vuel... vuelve. Te extraño...

-¡Assaf! -gritó la voz de la pelirroja.

El Moreno elevó su vista, negó repetidas veces. ¿Cómo era posible que lo encontrara ahí?

Se incorporó y trató de secar todas sus lágrimas. Irguiéndose y puso su grabadora cerca de su boca.

-¡Afar, fuera!

Mientras guardaba su grabadora en sus bolsillos, la puerta fue abierta; dejando ver el rostro de una preocupada pelirroja

-Necesitamos hablar -dijo Christina, mientras cruzaba la puerta.

Afar inhaló y exhaló profundamente, a la par de que cerraba sus ojos.

-Está bien...

¿Cuál era la historia de Christina Callen? ¿Cuál era su versión?

Acotaciones:

(¹). Dispositivo que se coloca alrededor del cuello, ríen la misma función que un chaleco antibalas normal, con la diferencia de ser más ligero, liviano, y muy discreto. Este a simple vista parece un collar.

N. de A.

Y después de doce horas, en una sesión intensa de edición. Por fin pudimos decir que, ¡Día 19, publicado!

¡Volvemos con esta hermosa novela! Que cuesta muchísimo editar. ¿Les gustó el cambio?

Porque a mí sí.

Me voy a dormir porque mañana hay escuela y Geología.

¡Espero traer la segunda parte la siguiente semana!

Porque es mucho más corta y más rápido.

¡Me voy!

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