Día 16 | "Confesiones de Rutina" |
Julio.2217
Bitácora de Afar; segundo día del séptimo mes del año terrestre dos mil doscientos diecisiete. Saben, recuerdan cuando dije que este lugar era algo soñado en un mundo tan desolado, pues me equivoqué como siempre.
Llevo diez días sin parar, estoy a punto de desfallecer del cansancio. Diez días en los que me he sumido a la más completa y decepcionante rutina.
Sí, hay cosas que me elevan la moral, pero no son suficientes. Me explico.
Mejor dicho, explicaré mi rutina:
Los rayos de luna entran por las pequeñas cortinas y uno de ellos, un rebelde, impacta directamente sobre mi faz.
Me molestaría bastante si no fuese por el insomnio que he desarrollado estos últimos años. El mínimo ruido hace que mis instintos florezcan.
Son las cuatro de la mañana cuando mi micción hace presencia; mi cuerpo, aunque exhausto, trata de recuperarse en la increíble cama blanda.
Una cama que se sentía extraña la primera noche. Porque digo, ¿dormir en un lugar seguro? Parece una locura, una parte de mi sigue creyendo que esto es una trampa, pero ¡vamos! Son cosas mías.
Con el transcurso de los días, logré acomodar algunas cosas de la caja de cartón a lo largo de mi habitación. Je.
Prosigo, me cambio y coloco mi ropa deportiva para salir a correr… Y no, no estoy loco.
Sí, en mi última entrada tenía el bastón, pero John me obligó a comenzar a realizar la misma rutina que hacía en la Universidad.
La misma consistía en despertarme cada mañana y salir a correr a lo largo de todo el campus de la Universidad. Con audífonos puestos y teléfono en brazo derecho, corrían doce kilómetros, unos más o unos menos.
Todo terminaba con un desayuno en una vieja cafetería, en la cual, John me esperaba para desayunar…
Todo eso parece que fueron hace millones de años…
Rindiéndome ante su palabra, comencé mi rutina cual sonámbulo. Comencé relajado, con la misma música clásica que me encanta, por los pequeños tirones que sufría mi pierna. ¡Parecía que un tanque pasaba por encima de mí!
Fui gradualmente, para que mi pierna no se rompiera, y porque el Arrabal es demasiado pequeño, las vueltas que tuve que dar no eran mayores a dos kilómetros; primer día: un kilómetro, segundo: tres kilómetros, tercero: cinco, cuarto: nueve kilómetros acompañado , quinto: once acompañado, sexto: once acompañado.
Creo debo aclarar eso de "acompañado". Al llevar siete kilómetros el cuarto día y con la actitud hasta el cielo, me encontré a cierta melena roja estirándose.
—¡Hola! —grité lo cual hizo que ella brincara de la sorpresa.
—¡Jesús! —exclamó cerrando los ojos. Giró y me apuntó con sus dedos índice y corazón—. ¡No vuelvas a hacer eso! Podrías matarme de un infarto, ¿sabes?
—Lo siento —respondí quitándome los audífonos—. Es que, estos no me dejan saber si hablo fuerte o no.
La de ojos púrpuras cerró los ojos y respiró lentamente.
—No importa, en verdad —murmuró y me miró a los ojos—. ¿Por qué estás corriendo?
Yo comencé a jugar con mi pie.
—Órdenes de John —volví a responder—. Ya sabes, "recomendaciones médicas" a consecuencia de su prótesis milagrosa.
—Hum. —Me miró con mala cara. —. Tendrías que descansar, puede afectarte y podrías lastimarte.
—Puedes acompañarme, si quieres —solté sin pensar. Inmediatamente me rasqué la nuca—. ¡No lo malinterpretes! Me refería a que si algo me ocurriera, estaría más cómodo contigo. —Ella rió.
—Está bien, te acompaño. —terminó—. Solo déjame estirarme bien.
Y, ¿qué decir? Es la pareja perfecta para conversar mientras corro.
Cada día, descubro más de ella. Me hace querer saber más de ella, como si me gustara. Dejemos este tema para el final de la entrada, ¿te parece, Kitty?
Como decía, mi límite fueron quince kilómetros sin cansarme, llegados al sexto día. También debo admitir que fue porque la gente del Arrabal comienza sus actividades muy temprano y eso hacía que tropezara con ellos a cada rato.
Con los primeros rayos de luz solar, la gente salía, ayudaba, charlaba, es más, ¡eran felices! Ya quisiera ser ellos.
Al terminar dejaba a Christina a las puertas de su casa y lentamente, disfrutando del paisaje y ambiente, me dirijo a mi supuesto hogar con Gabriella.
Toma a una refrescante ducha y siempre me colocaba una muda de ropa distinta, a excepción de una cosa… La chamarra de cuero simbiótico. Es que, no sé, me encantó tanto que es mi prenda de día a día.
Al estar vestido, bajo a tomar mi desayuno junto a Gaby. Aunque siempre era la misma rutina.
—¡Buenos días! —exclamó al momento de bajar por las escaleras.
—Hola —dije arrastrando los pies y sentándome en la pequeña barra de la cocina. Aspiro el olor de los sartenes—. ¿Qué estás haciendo hoy?
—Huevos con tocino —respondió dejando el contenido del sartén sobre un plato—. Jugo de naranja y, si quieres, café.
—¿Un desayuno muy internacional, no lo crees? —pregunté con burla. Ella se quitó el mandil—. Pensé que harías algo más venezolano.
—¡Jamás! —chilló y se sentó—. Primero porque no hay ingredientes para hacer algo de mi país y segundo porque no te lo haz ganado, mexicanito. —Yo rodeé los ojos y comencé a comer.
—Algún día… —murmuré y negué.
—¿Cómo va tu pierna!
—Bien.
—¿Y cómo vas con Christina…?
Y así todos los días. Por lo regular al terminar los alimentos, subo nuevamente a mi habitación para tomar mi viejo y confiable morral.
Sí, aquel que tiene su funda improvisada donde guardé mi cuchillo y pistola. Porque la canada hace mucho bulto.
Agarro mi bastón y me dispongo a ir al CEPLAC para cumplir con mi deuda con el Arrabal.
Y… ¿cómo decirlo? Ese lugar es increíble.
Casi tanto como los laboratorios de la Universidad, aunque todo eso está dentro de muros seguros y, por demás decir, aburridos.
El camino lo hago lo mar de rápido, ocho de la mañana es la hora en la que no hay nadie. Me da el tiempo suficiente para tener todas esas instalaciones para mí y poder investigar qué hacen los demás trabajadores.
La vida diaria ahí se divide en tres cosas: los trabajos de los demás, Mei y mi deuda que crece a cada rato que respiro…
Lo primero también varía en tres cosas: las "consoleras" son las primeras en llegar y las últimas en salir; su función es encargarse de las comunicaciones que pueden quedar con las Colonias Humanas y dan informes de los avances encontrados por los satélites, para así, darle información a los exploradores y a toda la Guardia Negra de Eduardo. Prácticamente, son el sistema nervioso del CEPLAC.
Luego están… están los… no tengo ni un apodo que me pueda divertir. Pero sí son los que más impresionan.
Me explico, ellos mantienen las comunicaciones en los interiores del Arrabal; archivan los descubrimientos, las grabaciones con otras Colonias, los registros de viajes y expediciones fuera de los muros, los registros médicos, los del Almacén.
Esperen, un segundo. ¡Ya sé! Los llamé "los Archivistas". Lo sé, lo sé, soy original.
Por último, pero no menos importante, están los ¿científicos? Ellos son más difíciles de describir.
Aún siendo colegas cercanos, no revelan muchos datos a nadie, excepto claro, a Mei, mi jefa.
Luego está Mei. Sí, mi jefa y esposa de Eduardo. En resumen, ella es muy diferente a su esposo.
—¿Por qué estudiaste esto, Afar? —preguntó Mei mientras comíamos encima de una mesa. Habíamos hecho una pausa de nuestras investigaciones.
—Me preocupaba el clima —respondí jugando con los fideos chinos—. La Tierra y todo lo malo que le habíamos hecho; sabía que no tendríamos mucho tiempo para que acabáramos con ella.
—Ya veo —respondió con un dejo de curiosidad—. Cuando Edward me habló de ti, dijo que serias un colaborador valioso. Y no mintió.
—Debes estar acostumbrada a que te mienta —Ella negó.
—Muy pocas veces no me dice la verdad. —Comenzó a balancear sus piernas y tosió. —. Lo siento. Como te decía, él siempre dice la verdad, aún tras toda esa capa de dureza hay alguien bueno, solo dale tiempo.
Guardó silencio y volteó a verme, me regaló una sonrisa y una palmada en la espalda.
¿Ven lo que digo? Ella transmite confianza, muchísima, sabe cómo aliviar la tensión. Llega una hora después de yo y se va una después.
Me contó la historia de cómo conoció a Eduardo, los retos que tuvieron que pasar y, sobre todo, cómo comenzaron su vida juntos.
Sobre un pequeño grupo de supervivientes llamados "Compañía" y su travesía para llegar a esta vieja construcción de residencias.
También mencionó un nombre extraño junto a una fecha importante, "Einar" era el nombre y "navidad" la fecha; tengo que investigar más eso…
Luego, lograron trasladar muchas cosas para este edificio. Con el paso de los años, el Arrabal creció y su comunidad dejó de ser una Compañía.
Una historia que vale la pena saber.
Es tiempo de hablar sobre mi deuda, una que es una mierda.
De ocho a cinco son mis horarios, trabajar en una oficina —que poco a poco se transforma en algo sumamente desastroso—, donde casi nunca salgo.
Me explico; mi trabajo consiste en descubrir el origen de esta anomalía climática y encontrar una forma de pararla o, en su defecto, controlarla.
Unir toda la información que tienen es inútil, no encuentro ni fuma respuesta. ¡Coño! No sé si quiera encontrarla pronto, pero juro que lo haré, aunque sea lo último que haga.
Al darme las cinco de la tarde, me pongo la mochila en mi hombro y, con bastón en mano, me dirijo al edificio de Salud, a mi terapia.
Quince minutos es el trayecto, en el cual disfruto de mi soledad y sonido de la naturaleza.
Julia siempre me recibe.
—Buenas tardes, Afar —dijo Julia al recibirme la primera vez—. Deja le aviso a John que estas aquí y te acompaño.
—Buenas, Julia —dije con una sonrisa—. Mientras no sea cansado, yo te sigo.
Julia me acompañaba y comenzaba mi rutina.
Hacíamos mi terapia tradicional y mi hidroterapia, esta vez, soportaba mejor nadar.
Este proceso, por lo regular, dura hora y media; ya que, estoy empeñado a hacer esto por mi mismo.
El día de hoy, John me dio una buena noticia.
—¡Ingeniero! —gritó John mientras yo me detenía y me acercaba a la orilla—. ¿Cómo va, Julia?
—Cada vez lo hace más rápido —respondió con una sonrisa de satisfacción—. Pronto hará todo por el mismo.
—Y por eso mismo estoy aquí —volvió a exclamar mi mejor amigo, yo estaba en la orilla.
—¿De qué hablas, Médico? —pregunté, quitándome el agua de la cara.
—Pues ya no necesitas más terapia —explicó mientras se ponía en cuclillas—. La prótesis ya tendría que ser parte de tu código genético; eso significa abandonar tu bastón y poder seguir con tu vida.
—¿Estás de joda, cierto? —pregunté anonadado.
—Sí, solo trata de seguir con tu rutina mañanera y con la natación, para que tu cuerpo asimile por completo. Ya puedes seguir pero tu recuperación solo sería parcial.
Mi cara se iluminó y de un brinco, tomé la mano de John y lo empujé al agua.
—¡Gracias! —dije saltando sobre él, hundiendolo. John peleaba por salir a la superficie—. ¡Eres el mejor médico del mundo! —Lo solté y salió del agua, molesto.
—¡¿Qué te ocurre?! ¡No vuelvas a hacer eso! —gritó y yo reí.
Al termino de la terapia, me despido de ambos y me dirijo a mi siguiente y penúltimo destino, con música en mis audífonos.
Nuevamente tardó quince minutos andando hasta la… ¿Recuerdas lo que dije antes, Kitty? Pues sí, al cuarto para las ocho tocó su puerta.
La primera vez que abrió la puerta, Pretty Woman sonó a través de mis auriculares. Aquella figura femenina de ojos púrpuras traía su melena suelta, una blusa de tirantes blanca y unos jeans altos.
—Hola —dije, tratando de ocultar el ritmo acelerado de mi corazón, la mezcla de emociones —nervios, felicidad e impulsividad—, la tensión de todos mis extremidades, la congelación de mi respiración, la pérdida de sensación en mis piernas. Así de enamorado creo que estoy.
—Pasa —Se hizo a un lado con esa sonrisa, dejando ver su dentadura blanca y perfecta, aquella calidez que me despertó la primera vez.
Christy siempre sirve dos de vino. Para romper el hielo.
Tengo que confesar algo, hace un par de días en nuestra cita yo… me congelé por completo.
Tuvo que sacar la plática, yo no pude.
Fue una cita patética.
Sé que aceptó salir conmigo por la evaluación psicológica y mi condición psiquiátrica.
Es increíble conversar con ella, no me lo tomes a mal, Kitty, pero… pero ella siempre lo hace como psicóloga.
Esto del amor es super difícil. Si tan solo Jocelyn no se hubiera ido…
Como sea, hablamos de todos los temas posibles; e, increíblemente, es llevadero el rato que estamos juntos. Hemos hablado de las cosas de la vida, de la muerte, de las elecciones o, tan siquiera de lo jodida que está la situación.
Siempre evaluamos todos los temas posibles. Tratamos de conocernos, aunque ella esquiva un tema, su pasado.
Nuestras charlas duran una hora, dando así por finalizar la terapia y despidiéndome a mi casa. Porque ella decía que, quizás, Gabriella se estaría preocupando por mí.
Quince minutos después, llegó a mi hogar con el mejor recibimiento que una chica venezolana puede darte. ¡Es mi mejor amiga y siempre la estimaré!
Preparamos la cena juntos, sin callarnos por supuesto, bromeando, cantando y, yo que sé, tonterías variadas.
La cena suele pasar sin pena ni gloria; seguimos conversando o, mejor dicho, quejándome sobre Eduardo y su estúpida deuda. O sencillamente la música sigue de fondo mientras hay silencio.
Acabamos a las diez, ahí es donde la venezolana se va a dormir y yo, me voy a un sillón de la sala y reviso todos mis datos y notas recabados en el día; para encontrar algo, algo que se me haya pasado.
Estoy ahí sentado un par de horas, hasta que mi cuerpo pide que regrese a mi habitación y me disponga a dormir; me despojo todo lo que me puse en el día y aviento mi mochila al escritorio. Duermo por lo regular en bóxer y en playera blanca... pero hoy me dio por ponerme una pijama.
Y ahí acaban mis días, a las doce de la noche intentando dormir sin éxito, con todas aquellas preocupación es en mi cabeza.
Pero hoy, quise actualizar esta bitácora. No sé, algo me dice que tengo que hacerlo.
Intentaré dormir un poco, quizás hoy lo logre, je…
Para así, poder sobrevivir un día más.
¡Afar, Fuera!
¡Glow, Pipol!
Hoy continuamos con esta bella historia y, sobre todo, ¡faltan dos capítulos para la finalización de la segunda parte!
Espero que les encante, traté de hacer esto más ameno.
¡Cualquier duda o sugerencia en los comentarios! Je.
Me voy, porque tengo que hacer cosas de humano responsable xd
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¡Farewell!
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