Día 15 | "Nueva Realidad" |
Junio.2217
Bitácora de Afar; vigésimo día del sexto mes del año terrestre dos mil doscientos diecisiete. ¿Quince días sin actualizar? Vaya nuevo récord.
Han pasado tantas cosas que ni yo me las creo.
¿Por dónde inició? Regularmente diría por el principio, pero bueno; desde mi última entrada —cinco de junio—, no pasó nada interesante.
Lo único resaltable es la más tortuosa e increíble recuperación de toda la historia de las operaciones de fémur.
No me malentiendan. Pensé que John ya estaba más loco que de costumbre, ¿seguir las indicaciones de alguien que solo quiere que le paguen? ¡Que estupidez!
Pero, ahora entiendo que no era así.
No quiero ni voy a negarlo, dolió como nunca.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté mientras entrábamos a una mediana estancia —. ¿A dónde me trajiste, "Médico"?
—Comenzarás tu recuperación —respondió pasando por enfrente de mí, y abrió una puerta—. Vamos, no me hagas rogarte.
Lo seguí sin rechistar. A la mala aprendí que John puede molestarse mucho.
El cuarto a donde entramos era un poco más grande, había caminadora a con bandas extrañas —parecidas a los instrumentos de tortura de abtaño—, algunos tubos de madera que servían de andaderas, y una enorme piscina.
Julia se encontraba parada a un lado de las andaderas.
—¿Estás de broma, no? —volví a preguntar divertido. John dio media vuelta y cruzó sus brazos—. Oh, parece que no.
—Eres mi primera operación con esa nueva prótesis —exclamó mientras me miraba a los ojos—. Si mis cálculos son correctos, que siempre lo son, podrás comenzar a caminar en poco tiempo con la terapia adecuada.
Dio media vuelta y comenzó a caminar. Saludó a Julia de beso y puso sus manos en sus hombros.
—Julia será tu terapeuta —añadió con orgullo—. Y sí, ella tomó cursos para ayudar a los tercos como tú.
—No soy terco —refuté.
—Solo los tercos no lo admiten —señaló mi mejor amigo—. Tengo que irme, los dejo solos.
John desapareció rápidamente, dejándome solo con ella.
—Hola, Afar —rompió Julia y elevó su mano en un saludo—. Será un placer ayudarte.
—¿En qué me metí? —murmuré y le tomé la mano.
No lo negaré, estar en esa caminadora con aquellas extrañas bandas que soportan mi peso, fue doloroso. Me caí un par de veces.
Y con la cara de vergüenza, Julia me ayudaba a incorporarme. Esa chica es un pan de Dios.
Y así fue durante dos largos días tortuosos, y ¡qué decir! Odio la terapia, pero mi salud mejoraba y mis caídas eran menos frecuentes.
Y sin quererlo ni beberlo, al tercer día estaba mejor; mi cuerpo comenzó a sentir normal mi peso, no, corrijo, mi fémur era más fuerte.
Claro, había dolor, pero era mínimo. ¡John lo estaba logrando!
—¿Cómo va? —preguntó el Médico, con las manos en sus bolsillos, a Julia, mientras yo caminaba la pequeña pasarela con un poco de facilidad. La mujer giró orgullosa.
—Sorprendente, John —señaló Julia, mientras sonreía y cruzaba sus brazos—. No se ha caído ni una vez hoy.
Giré mi cuerpo y saludé con mi mano de forma vigorosa. John asintió con la cabeza y Julia elevando su mano.
—¡Te la volaste, wey! —exclamé, intentando correr hacia ellos, un pequeño tirón me hizo dibujar una mueca. La "todologa" corrió a mi auxilio—. Gracias Julia, pero solo fue un…
—Un pequeño tirón —añadió mi mejor amigo, mientras se acercaba y me tendía una mano. La acepté y me jaló.
«Tenía bastante más fuerza de la que recordaba» Pensé.
—Es normal —complementó, los tres fuimos a sentarnos a una banca de madera—. Ya sabes, no era cien por ciento segura tu recuperación. —Abrí los ojos como platos y brinque en mi lugar.
—¿Qué dijiste? —pregunté con incredulidad y apretando los dientes.
—Las probabilidades —respondió sereno—. Había un setenta de que funcionara y ¡funcionó! ¿No es fantástico?
—Y qué ocurría en el otro treinta por ciento —interrumpió Julia, con muchas dudas. John elevó sus hombros. —. Posiblemente su cuerpo rechazaría la prótesis y tendríamos que amputar. —Mis ojos se clavaron sobre él. —. ¿Qué? Tenía que arriesgarlo todo para salvarte, Ingeniero.
Julia rodó los ojos y exhaló todo el aire contenido; tanto mi mejor amigo como yo, comenzamos a reír.
Ese malnacido tendría que ganar algún Nobel de Medicina o algo por el estilo, hizo algo imposible; digo eso porque no sé nada de medicina —más que los primeros auxilios de pena que usé antes—.
Siguiendo mi relato, a partir de ese día, pude dominar las muletas para no apoyar mi pie sobre el piso.
Ya saben, costumbres médicas.
Los días pasaban sin muchos cambios: cuatro horas diarias de terapia y luego conocer el edificio de Salud junto a mi mejor amigo.
Conocí un pequeño jardín interior, con distintas cantidades de flores y plantas que contrastaba con el gris de las paredes del edificio. Con un falso techo que dejaba entrar la poca luz.
Fue un cambio distinto. Aunque eso fue momentáneo.
Una alarma sonó. Tipo preventiva de desastres naturales.
—¿Qué es eso? —pregunté en un murmuro.
—"La Tormenta" —respondió mi amigo—. Cuando se detectan cambios la alarma suena y no nos permiten salir. Hasta que pase estaremos juntos. —Asentí y entramos nuevamente a las zonas cerradas.
De pronto, el falso techo comenzó a cerrarse, unas láminas de acero se desplegaron y taparon cualquier entrada de aire. ¿Quizás el edificio sea de concreto y metal?
—Mi oportunidad para ganarte en el Poker —sonreí y pasé mi brazo sobre su hombro.
—Ni lo sueñes, sigo siendo mejor….
Y así continuaron los días, hasta dar el once de este mes… Yo, simplemente..
Ahhh… ¿en serio quieren saber que tengo mala suerte? Bueno pues…
Con las luces de emergencia —porque querían ahorrar energía por si ocurría alguna emergencia— y una baraja proporcionada por la misma Julia. Los tres estábamos jugando una ronda.
Apostamos tapas de envases y nos divertíamos entre risas y rabietas; ya nos habían dado la orden de que la Tormenta se había alejado y la luz comenzaba a regresar, pero, el juego realmente se puso bueno.
—¡Toma! —gritó Julia mientras daba un brinco de victoria—. Lo siento chicos, pero les he ganado nuevamente…
De pronto, ruidos provenientes del corredor irrumpieron el momento.
—¿Qué ocurre? —murmuró John, mientras se incorporaba y abría la puerta.
—¡Necesitan ayuda! —Exclamó un desconocido. John se quitó y algunos hombres más entraron cargando tres cuerpos. —. Atendialos, ¡de inmediato!
Todo ocurrió muy rápido, con muchísimo trabajo ayudé a cargar el cuerpo de un hombre afroamericano, lo colocamos en la cama más alejada de la habitación.
Julia y John movieron a las demás personas y… Alá, me quedé pasmado por la situación.
La pelirroja se encontraba en la cama más cercana a la mía, inconsciente, frágil.
—Afar, apártate por favor —dijo Julia mientras me tomaba por el brazo. Me llevó a sentar a mi cama. —. Estarán bien.
Dicho eso, corrió a ayudar de John, cubriendo las camas con aquellas cortinas blancas de "privación del sonido"¹ y, para asegurarse de que no me entrometiera, me quitó las muletas.
¿Un día fue? No recuerdo bien, mala costumbre que adquirí. Julia retiró las cortinas e inmediatamente un golpe de sonido me llegó.
—Buenos días —dijo Julia.
—Auch —exclamé mientras tapaba mis oídos. —. ¿Qué ocurrió?
Antes de responder, dos personas estaban sentadas comiendo la rica comida de la "todologa". A lado de ellos estaban unas personas desconocidas. Mientras, Christina se encontraba todavía inconsciente.
—¡Hola! —exclamó una chica de tez pálida con rasgos finos y una cabellera totalmente negra.
—¿Que hay? —Levantó la cabeza en un saludo el chico afroamericano de ojos penetrantes.
Elevé mi mano en un saludo. La chica me saludó con una sonrisa y el chico solo asintió. Antes de que pudiera hablar, John entró por la puerta.
—Al parecer el efecto te ha lastimado —bromeó el Médico mientras tenía las manos en las bolsas—. Nunca pensé usarlo, en verdad.
—¿Cuánto tiempo estará así? —pregunté señalando a la pelirroja, John elevó sus hombros.
—No lo sé. Pueden ser horas o días, pero descuida, está fuera de peligro. —respondió mientras se acercaba a mi cama—. Ellos estarán en observación un rato, luego pueden irse y dejarte solo.
La conversación se tornó más extraña. Y yo preferí concentrarme en Christina.
Los demás se fueron, y sí, pude ser grosero con ellos al no importarme sus vidas, pero al fin y al cabo están vivos. La pelirroja me preocupaba más.
No puedo describir la sensación que tuve cuando por fin abrió sus ojos, de no sé cuántos días, aquellos increíbles ojos púrpura.
John la revisó inmediatamente, con algunas interrupciones mías, fue un despertar fugaz, pero al menos me alegré que estuviera viva.
Cuando despertó, nos contó su historia…
Lo siento, es que… ¿Cómo pudo sobrevivir a eso?
La Tormenta la consumió, su rostro lo confirmaba. Se veía vacía y sin ganas, y yo… Bueno, solo le quise dar un abrazo y ¡no, Kitty! No es lo que piensas.
Lo dijo con un tono muy flojo, sin gana; provocó que dijera "todo saldrá bien". Al igual que descubrí que se topó con aquellos franceses, siguen vivos los hijos de…
La atraje hacia mí, cuando terminó su historia y rompió en llanto. Se quedó dormida rápidamente, preferí retirarme a mi cama y dormir. Ella necesitaba estar sola.
Y, a la mañana siguiente, Christina no paraba de mirarme. Quizás ella estaba agradecida, ¿no?
Los días pasaron, más o menos hasta el vigésimo, y la confianza con Christina mejoraba.
—¿Comida favorita? —preguntó Christina desde su cama. Yo me puse pensativo.
—No lo sé, hay tanta que no podría elegir una —respondí mientras jugaba con mis dedos—. Podría decir que los tamales o tacos, aunque eso suene muy cliché, ¿no? —La pelirroja rió y asintió.
—Bastante sí —Miró al piso e hizo una pequeña pausa. —. ¿Qué harás cuando te den de alta?
—Me quedaré con Gabriella y "ayudaré" a Eduardo —volví a responder con sarcasmo—. Descuida, no me haré como él.
—Espero que no —murmuró mientras me miraba a los ojos—. Ya eres lo suficiente cabezón para volverte como él…
—¿Tanto rencor le tiene? ¿Qué hizo para merecer el odio?
—Algún día lo descubrirás, moreno —Giró su cabeza y se rascó la nuca cambiando de tema. —. Sabes que tienes que seguir en terapia después, ¿verdad? —Asentí. —. Tendrás que ir a mi casa a las terapias, ya luego te daré la dirección.
¿Lo puedes creer? ¡Hablamos hasta horas de la madrugada! A diario, nuestra confianza crecía. Y eso yo lo adoraba.
También conocí momentáneamente a Hannah y a Dante. Mi mejor amigo entró con la chica de cabello negro.
—Hola, Ingeniero —dijo John, entrando a la habitación de terapia. Yo estaba descansando mientras aparecía Julia.
—Hola, Médico —respondí y me acerqué cojeando hacia él. Lo abracé—. ¿Y ese milagro que me visitas aquí?
—Te voy a presentar a alguien —Mi mejor amigo se hizo a un lado, haciendo aparecer a la susodicha. —Afar, ella es Hannah Lincoln. Hanny, él es Afar Assaf, el causante de que no podamos vernos.
Hannah vestía completamente de negro, a excepción de su blusa gris, su melena estaba libre y llevaba una canada como la mía.
—Hola —estiré mi mano para estrecharle la suya—. Mucho gusto, y perdona los inconvenientes. John me ha hablado mucho de ti.
—Mucho gusto —respondió Hannah mientras tomaba mi mano, su piel era bastante suave—. Espero que haya dicho cosas buenas y, descuida, estoy acostumbrada a que este hombre cancele nuestras salidas. Te doy la bienvenida al "Arrabal", soy algo así como la "Alguacil", pero en realidad no hay ningún crimen… —terminó sin respirar.
Yo sonreí sin saber cómo reaccionar.
La charla fue bastante agradable, y siendo sinceros me gusta para John. Ya le tocaba ser feliz al cabrón.
Luego llegó el turno de conocer a Dante, este vino acompañando a Gaby.
—¡Hola, gente! —exclamó Gabriella, mientras entraba por la puerta. Tenía arrastrando de la mano al tiempo que había estado antes—. Les traigo una visita nueva. ¿Dónde está Christina?
—Hola —dije mientras me incorporaba—. Salió con Julia un instante, no sé a dónde.
—Bien, no importa —exclamó la venezolana—. Afar, te presento a Dante mi…
—Novio —terminó el afroamericano mientras se acercaba y tomaba mi mano. Gaby se sonrojó. —. Un placer y debo admitir que te debo mucho por salvar a esta niña del exterior.
—Mucho gusto —respondí con mucha inconsciencia—. Pero ella me salvó a mí. Y creo nunca se lo he agradecido.
—¡Olvídalo, Afar! —exclamó Gaby mientras besaba en la mejilla a Dante—. Vine para que se conocieran y jugaramos "UNO". Quizás si Christina estuviera aquí…
La puerta de abrió y la pelirroja ingresó y dio un brinco.
—Jesús… —Colocó su mano en pecho, asustada. —. ¿Por qué no me avisaste que vendrías con Dante?
—¿Porque era una sorpresa? —respondió Gabriella con obviedad—. Ya rápido, ¡hay que jugar!
Y qué decir, ambos son geniales; confiables según Christy.
Y hablando de eso, ella se fue hace dos días. John por fin le dio su alta médica y las mismas personas que la trajeron se la llevaron, ¿serán la escolta o algo por el estilo?
—Te prometo que vendré mañana —dijo mientras cruzaba la puerta, con una sonrisa distinta a las anteriores…
—Te esperaré —respondí y me quedé solo.
Y cumplió su promesa. Ella se ha vuelto un sol conmigo.
Finalmente, llegamos a los acontecimientos más importantes; ¡la terapia funcionó!
Sí, ahora estoy caminando con un bastón. Pero a su vez, mi alta médica fue dada por Eduardo.
—Knock, Knock —anunció Eduardo, mientras abría la puerta.
—Buenos días —respondí mientras me estiraba. Él entró y me tiró una mochila sobre la cama. —. ¿Qué es esto?
—Ropa para ti, ¡tienes alta médica, muchacho! —respondió con su sonrisa falsa—. Vamos, cámbiate toda esa ropa y vámonos.
—¿John sabe de esto? —pregunté mientras me trataba de incorporar.
—Ya lo sabrá, las altas las puedo dar yo y como estas recuperado, no creo que le importe —dio media vuelta y abrió la puerta de nuevo —. Te espero afuera.
Resoplando, abrí el la mochila y me sorprendió el contenido: unos jeans azul oscuro rectos, una playera blanca de algodón sintético, una camisa negra mate, una chamarra de cuero simbiótico², un auricular, un aparato de respiración en dos piezas, y unas converse negras.
Estoy seguro que este estilo lo escogió Gabriella.
Proseguí a ducharme con, sí, ¡agua caliente! Un placer perdido que está de vuelta.
Con ropa limpia y mochila en hombro salí con ayuda a del bastón.
—Vaya… Al parecer la gente sí cambia con nueva ropa —exclamó sorprendido. Dio media vuelta y comenzó a caminar—. Sígueme, es hora de que conozcas el Centro de Planificación Climática y, sobre todo, a alguien.
Con gran dificultad seguí a Eduardo afuera del edificio de Salud. Y vaya, una grata sorpresa al salir por aquellas puertas.
El Arrabal, es un lugar bastante grande con una enorme cantidad de personas.
Unos edificios acompañaban los caminos de gravilla, con unas casas donde salía gente a saludar con ¿respeto? ¿Temor? Yo que sé, a Eduardo.
Varios "Buenos días, Eduardo" o "Buen día, señor"...
Mientras que yo, seguía en silencio. Anonadado por la sociedad que han logrado construir en estos casi cuatro años; mucha de la gente nos veía pasar con recelo, mientras que yo trataba de darles una sonrisa que según yo transmitía un "Buen Día a todos".
Quince minutos después, llegamos a otro edificio, que por fuera, era igual al que nos encontrábamos antes. Pero, por dentro era distinto…
Fue como volver a los laboratorios de la Universidad.
No se dejen engañar, el shock era porque había gente yendo y viniendo, tratando de arreglar esa situación.
El lugar era increíblemente grande, de por lo menos tres plantas, una baja, un desnivel que hacía parecer a un sótano y una planta alta; en la cual cada una tenía cosas distintas.
En la superior, estaban las computadoras con un enorme monitor que mantenía vigilada las estaciones climáticas a lo largo del globo terráqueo. Había muchas mujeres a cargo de ese lugar, con diferentes estilos de ropa; dando señales o hablando con coordenadas.
En la planta baja estaban las oficinas, aquellos lugares donde había escritorios con diversos aparatos de comunicación antiguos, sucias computadoras y diversos pizarrones con varias ecuaciones y palabras que no alcanzaba a identificar.
Y el falso desnivel, gente con bata investigando patrones de movimiento y de cambio, con sus mesitas de laboratorio y todo el asunto.
Había poca gente en las plantas inferiores, eso lo pude notar.
—¿Muchacho? ¿Todo bien? —dijo Eduardo, trayendo me nuevamente a este mundo. —. ¡Bienvenido al CEPLAC!
—¿Cómo… cómo lograron hacer esto? —señalé y comencé a dar vueltas—. ¿Cómo es esto posible?
—Fue un esfuerzo de mi parte —respondió una voz femenina.
Unos pequeños golpes de tacón me hicieron voltear a las escaleras del desnivel. Una mujer de no más de treinta y tantos años venía vestida con una bata blanca, cabello recogido en un moño y una mandíbula cuadrada que dejaba resaltar sus increíbles ojos rasgados agua marina.
—¿Cómo dijiste? —volví a preguntar—. ¿Quién eres?
—Hola, mi pequeño Sol —dijo Eduardo, tomando por la cintura a la mujer, le plantó un beso en los labios y fue correspondido.
—¿Ahora a quién me traes, Edward? —respondió con sarcasmo.
—Muchacho —Se separó de la misteriosa mujer y se dirigió a mí. —. Ella es Mei Izumi, la encargada del lugar, tu futura jefa y lo más importante, la mujer de mi vida.
—Un placer —Tendió la mano y yo se la tomé sin saber qué hacer. ¿Cómo este individuo puede tener una esposa?
—Mucho gusto, soy Afar —alcancé a responder. —. Usted ¿qué es?
—Háblame de tú, no estoy tan vieja —respondió con una sonrisa, separándose de su esposo—. Soy Doctora en Astrofísica, estudié física como licenciatura.
—Bien, dejaré a los cerebritos solos, yo tengo que seguir trabajando —interrumpió Eduardo. Besó nuevamente a su esposa—. ¡Nos vemos!
Cuando Eduardo desapareció por el umbral, Mei se dirigió hacia mí.
—Edward me había dicho que tenías te ibas a recibir como Maestro en Morfoclimática —Mei sonrió mientras me invitaba a caminar con ella. —. Eso me hizo muy feliz, porque por fin tenemos a alguien que entendiese las anomalías climáticas.
—Estaré encantado de ayudarte —respondí con una sonrisa ella me transmitió confianza.
—¡Muy bien! —dio un pequeño saltito y tosió. —. Lo siento, ando un poco enferma. Vamos te mostraré el lugar y algunas cosillas.
Me mostró todo lo que dije con anterioridad y también un sin fin de datos matemáticos, físicos, climáticos y, principalmente, la situación que tenía el planeta.
—Mañana comenzaremos —dijo mientras salíamos de la oficina que yo ocuparía, nos dirigimos hacia la salida del edificio. —. Procura descansar bien, que te espera un día completo y pesado.
—Prometo apoyarte, Mei —respondí con gusto.
—Y me alegra, ahora, ¡a descansar, niño! Tu casa está al fondo de la puerta Sur, creo te esperan para darte la bienvenida. —Asentí y comencé con el camino a casa.
A casa… ¿Mi casa? No, saben. Han pasado tantas cosas que por primera vez estoy en un lugar en el que puedo llamar "hogar".
Al llegar a la periferia de la casa de Gabriella, encontré a Christina ayudando a una señora que se le habían caído algunos recursos.
Me acerqué y me incliné a ayudarla.
—Hola —saludé con una sonrisa y ella me la respondió.
Terminamos de recoger las cosas y emprendimos la marcha.
—¿Qué haces aquí? —pregunté mientras nos acercábamos a la puerta.
—Vengo a visitar a mi amiga. —respondió con inocencia.
Llegamos a la puerta y busqué las llaves en mi ropa. Yo abrí los ojos como platos.
—Mierda —murmuré. Christina se dio cuenta.
—¿Qué ocurre?
—Olvidé las llaves en la habitación —respondí y procedí a tocar a la antigua.
Toqué e inmediatamente una chica de diecinueve años se abalanzó sobre mí, abrazándome muy fuerte que casi provoca que me cayera.
—¡Hola! ¿Lo encontraste en el camino? —dijo mientras me soltaba. Christina asintió. —. ¡Pasen!
Tiró de mi mano conduciéndome dentro, dejando la mochila en uno de los sillones. Dentro me encontré a John riendo junto a Julia, Hannah, y Dante.
—Bienvenido al "Arrabal" oficialmente —dijo John tendiéndome una copa.
—Gracias a todos —respondí con una sonrisa—. Gracias por recibirme —Alcé la copa y los demás me siguieron. —. Salud —Y un trago profundo y un beso en la mejilla de la pelirroja fue lo suficiente para seguir feliz.
Conversamos toda la tarde, son unas personas increíbles; contamos anécdotas y reímos bastante. Fue un tarde en la que no pareciera como si no existiera una "Tormenta".
Todos comenzaron a irse temprano, por sus responsabilidades, dejándonos a Gabriella, Christina y yo solos.
Sí, Christy se fue más tarde, y eso fue, porque nos quedamos conversando de las desgracias graciosas de Gaby. Cosa que a ella no le pareció gracioso.
—Yo iré a descansar —bostezó Gabriella y comenzó a retirarse—. Hasta mañana.
—Descansa, Gaby —dijimos al unísono.
Nos quedamos un tiempo en silencio, hasta que la pelirroja lo rompió.
—Bien yo también. Me iré a descansar.
—Te acompaño a la puerta.
Con el corazón a mil, le hice una pregunta antes de que le abriera la puerta.
—Oye, me preguntaba si tú… No lo sé, ¿quisieras salir conmigo? —murmuré con la voz más varonil que encontré estando nervioso.
—Claro Afar —respondió divertida—. Dime cuándo puedes.
—Mañana mismo —respondí sin titubear—. Por la tarde, después de las seis, porque creo "tengo que pagar lo que usé", ¿te parece? —Ella rió.
—Claro —sonrió y con un toque de picardía continuó—. Nos vemos en la plaza.
Le abrí la puerta y… ¡salté de felicidad! No lo puedo creer todavía, ¡saldré mañana con Christina! Creo que Alá está de mi lado.
Di media vuelta y el cansancio me invadió. Tomé la mochila que descansaba despreocupadamente en uno de los sillones y me dirigí a mi habitación, la que me había dicho hace semanas.
Y qué decir, es muy… blanca. A decir verdad, lo único que había era una cama, una mesita de noche a lado de ella, un closet con varias mudas de ropa, un escritorio de madera, repisas arriba de este, y un librero viejo; todo esto acompañado de un ventana que daba hacia afuera de los muros de contención, hacía lo que fue la humanidad hace algunos años.
Y también mi caja con mis viejas cosas con una nota que decía "Rescatado por John"... ese tonto había recuperado mis cosas, debo agradecérselo.
Tomé la caja y me senté en la cama, que por cierto es blandita y cómoda, y empecé a ver el contenido de la misma.
Tenía todo lo de mi mochila: la canada, la balas de emergencia, el revólver, las cerillas, mi cuchillo sin mi sangre y con la funda, mi viejo cuchillo con la vieja funda, mi ropa de supervivencia limpia y cocida, la linterna, la mochila rota y sucia, y mi Reloj-Comunicador que olvidé.
—Gracias, viejo amigo —murmuré con una sonrisa.
Dejé todo en la caja, menos el Reloj-Comunicador que ya estaba en mano, y la puse encima el escritorio.
Me despoje de la chamarra, los tenis, la camisa, las calcetas, y los pantalones, para dormir, dejándome solo mi playera blanca y mi ropa interior.
Y así es como estamos ahorita mi querida Bitácora, estamos en cama, en una cama que no es de hospital, trabajando para Eduardo, rodeado de amigos y de posiblemente alguien especial.
Creo que mi suerte está cambiando, que esta será una etapa angelical...
Y creo queehh… lo siento por el bostezo. Creo que debo dormir más.
Para así poder, sobrevivir un día más.
¡Afar, fuera!
Acotaciones:
(¹). Este efecto ayuda a concentrar el sonido en un radio de diez centímetros alrededor de un individuo, ya sea, vivo o inanimado; este está equipado en todos las camas de la sala de emergencias del siglo XXIII para ayudar a dar una sensación de tranquilidad al paciente, ya que se le priva de toda la agitación que una sala de emergencias tiene; así mismo, mientras más personas entren al radio del campo, aumenta el radio de este.
(²). Este tipo de prendas son usadas comúnmente por la gente de este siglo; sirve para adaptarse a la situación en la que se encuentre el sujeto, ya sea en una tormenta eléctrica, en una tormenta solar, en un clima normal, en primavera, verano, invierno, otoño; en cualquier situación el material simbiótico se acomodaba a la comodidad del usuario. Existen diversos materiales, cuero, algodón, etcétera.
Sí, este capítulo fue muy largo. Esta edición va a matarme. Y ¡ya no debo pedir disculpas! Afortunadamente todo comienza a volver a la normalidad.
Poco a poco. Y espero que siga así.
Me voy, porque tengo que hacer cosas de humano responsable. Y quizás a seguir editando los siguientes días :D
Vota, comenta y comparte.
¡Farewell!
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