Día 13 | "Café y Tabaco" | Segunda Parte |

Apagué mi grabadora. Es liberador hablar con un aparato que no te juzga por lo que dices.

   Sí, digo estupideces que harían enojar a cualquiera, digo es normal. Todos lo hacemos.

   Niego y guardo el aparato en la cajonera de mi derecha. No quiero que nadie la encuentre.

   Con las ganas de ir al baño, me incorporo lentamente y busco con la poca luz la puerta del baño.

   Afortunadamente ha no necesito la ayuda de los demás, las muletas hacen su trabajo.

   Una vez hecho del baño y con los dientes limpios, me dirijo nuevamente a mi prisión, mi cómoda cama de hospital.

   La puerta de abre y deja ver un rostro conocido. Julia trae una charola con mi desayuno.

—Buenos días, Afar —dijo mientras ingresaba. Sus ojos se abrieron como platos al verme de pie—. Veo que ya puedes ir al baño.

—Sí, lo siento —dije—. Ayer John me ayudó a practicar y, cómo o no estabas, decidí ir al baño yo solo. Perdón por no avisarte.

—No hay problema —añadió y me tendió la charola en mi cama—. Mejor siéntate y desayuna, Eduardo vendrá hoy a verte.

—Gracias —me senté y vi el desayuno. Su comida era la más deliciosa en un hospital, y siempre lo terminaba una rica gelatina—. John me dijo que vendría.

—¿Y estás listo para hablar con él? —preguntó mientras se sentaba en la silla. Yo negué.

—Jamás estás listo para hablar con alguien nuevo.

   Julia cruzó sus piernas y puso su cara entre sus manos.

—Jamás habías hablado así, ¿ocurre algo? —preguntó.

   Inhalé y exhalé profundamente. Dejando la comida sobre la charola.

—Anoche, John me contó que las mujeres son tratadas peor que los esclavos, ¿es cierto?

—En parte sí —respondió—. Pero es porque Eduardo no quiere perder al futuro de la humanidad, somos las únicas que podemos alargar la especie.

—Eso lo entiendo, pero ¿por qué tú trabajas en todo?

—No puedo tener hijos —murmuró y una lágrima rebelde cruzó su faz—. Por eso Eduardo me permite trabajar para ayudar, pero al no tener personal, me encargo de todo.

   Guardé silencio y terminé mi plato de sopa. De un trago el jugo de naranja desapareció y tomé la cucharita y la gelatina.

—Lo que no entiendo —añadí—, es ¿por qué Gabriella y Christina me ayudaron? ¿No deberían de estar atadas aquí de alguna forma?

—No, ninguna mujer está atada, somos libres de hacer y deshacer lo que queramos aquí, claro, con sus limitantes —explicó Julia—. En el caso de Gabriella, es un espíritu salvaje; a ella nunca le gustó que la trataran como niña, quiso ser libre y te encontró. A esa niña la menosprecian por ser de otro país, así son las cosas.

   Me quedé callado, analizando las palabras de la "todologa"; Gabriella soporta tanta mierda aquí, cuando salga la abrazaré y me disculparé por todo.

   Quiero hacerlo. Se lo debo por comportarme como un estúpido.

  Abrí la gelatina y comencé a comer, con la vista perdida en el piso. Al tragar la última parte del recipiente, puse mi vista sobre la mujer.

—¿Y Christina? Digo, ella es más experimentada que John, pero cada vez que…

   Julia elevó su dedo y me calló, unos pasos se escucharon por fuera. Una silueta se pudo observar tras la puerta.

—¡Nock! ¡Nock! —dijo una voz grave mientras golpeaba la puerta.

—Hablaremos después —murmuró Julia.

   La "todologa" me quitó la bandeja y corrió a la puerta. Yo, con cara de no entender qué pasaba, me guardé mis preguntas.

   Julia, abrió la puerta y se hizo a un lado. Una silueta masculina se observaba.

—Buenos días, Julia —dijo el hombre desconocido.

—Buenos días —respondió la mujer—. Con su permiso, me retiro.

   Julia atravesó al hombre y con un quiebre de cadera entró.

—Propio…

   Los pocos rayos solares, iluminaron al susodicho.

   Un hombre de unos treinta y cinco años estaba parado fuera, un poco más alto que yo.

   Su mandíbula era fuerte y cuadrada, enmarcada con una sonrisa de oreja a oreja que daba poca confianza, su nariz era demasiado recta. Una barba descuidada era lo que resaltaba por encima de todo.

—¡Hola, muchacho! —exclamó sonriendo, mientras caminaba hacia mi persona.

   Su vestimenta era una chamarra de cuero negro viejosa con unos pantalones vaqueros negros y botas de campismo. Traía una camisa debajo de la chamarra.

   El olor de café y tabaco inundó la estancia. Era verdad.

—Hola… —respondí.

—¡Santo Dios! ¡Estás hecho una mierda, compadre! —rió y se sentó en el sillón, con las piernas abiertas—. Antes de que nada me presento —tendió su mano con otra sonrisa—, Eduardo Black, para servirle a Dios y a las causas chidas.

   Era una broma, no, él no podía ser el temible Eduardo del que todos hablaban, ¡no parecía tener nada malo!

—¿No vas a saludar a quien te rescató de la Línea Negra? —murmuró con curiosidad. Tomé su mano y le di el apretón más fuerte que tenía. —. ¡Eso chingados! Tú debes ser Assaf.

—Assaf es mi apellido —respondí con confianza—. Soy Afar Assaf —Recordé lo que John había dicho "gánate su confianza". —. ¿Qué lo trae por aquí?

—Es curioso que lo preguntes —soltó mi mano y cruzó su pierna derecha—. Vengo a decirte que tienes deudas.

»No conmigo, sino con el Arrabal.

—No entiendo.

—La Srita. Campos insistió al Consejo de aceptarte —añadió—. Con la condición de que fueses útil; verás, usamos demasiados recursos contigo y una vez que pagues, eres libre de irte. Claro, si así lo prefieres.

—¿Gabriella?

—Si la quieres llamar así, sí, ella insistió —Se acercó a mí y murmuró. —. Y entre nosotros, es un dolor de huevos esa niña, ¡no sé qué hacer con ella!

—Bien, acepto sus términos —respondí aguantando las palabras de él—. Pero tendrá que aceptar mis condiciones…

—Un muchacho con iniciativa… me gusta, dime chico, ¿qué quieres?

—Que trate a Gaby con respeto y permitale trabajar en lo que ella quiera —respondí secamente. Eduardo parpadeó perplejo.

—Primero dime dos cosas —su voz se tornó más grave—. ¿Por qué quieres que trate con respeto a una mujer que ni siquiera tú respetas? Sí Afar, estas paredes escuchan todo.

—La respeto —dije tajante—. Solo digo cosas sin pensar…

—Como todos los hombres —respondió—. En fin, la segunda es, ¿qué hacías antes de que ocurriera toda esta mierda?

   Se reclinó y esperaba atento mi respuesta. Quizás mi día se iría contándole mi viaje a este malnacido.

   Efectivamente, todo mi día se fue en hablar con él.

—Y eso es todo —terminé. Eduardo se la pasó callado toda la explicación.

—¡Por Dios! Tenemos otro cerebrito vivo —rió y negó divertido—. Lo siento, es que necesitaba liberar toda la tensión acumulada.

»Las has visto negras y peludas, así que tienes entera tu participación como cerebrito.

—¿Y qué quiere decir con eso? —pregunté.

—Cuando tengas el alta médica, vendré por ti y me acompañarás a un lugar donde saldarás tu cuenta —Se incorporó y se comenzó a retirar. —. Vas a ayudarnos a entender esta "anomalía climática".

—Supongo que está bien, si cumple su palabra —respondí.

—Claro que lo haré, un verdadero hombre cumple su palabra —Abrió la puerta y giró nuevamente. —. Incrementaré las terapias y ayudas hacia ti, ¡tienes grandes planes, muchacho! No la cagués conmigo.

—¡Una cosa más! —grité antes de que se retirara—. ¿Por qué huele a café y tabaco?

—El cuero guarda los olores más significativos de sus dueños —respondió con una sonrisa—. Cuando te lo ganes, sabrás de quién era esta chamarra.

»¡Descansa Assaf! Y recuerda, las paredes tienen oídos…

   Cerró la puerta de un portazo tan fuerte que mis oídos comenzaron a zumbar.

   Inhalé y exhalé. Creo que era momento de volver a abrir la bitácora.

   Con poca agilidad, me estiré a la misma gaveta de la mañana, tomando así mi aparato y dándole "grabar" para comenzar…


Actualización de la entrada pasada.

   ¿Qué quiso decir con "las paredes tienen oídos? ¡Es algo que no comprendo!

   Acabo de conocerlo, ya casi es hora de descansar, la luz se ha ido y los rayos lunares nos alumbran.

   ¿Es verdad que tengo que pagarle al Consejo? Vaya, no puedo creerlo.

   Pero me hizo entender algo, debo tratar mejor a mis amigos.

   ¡Vaya mierda que soy! Espero Gabriella nunca se enoje conmigo, no lo soportaría.

   Y otra sorpresa, ¡analizaré a la Tormenta! Vaya vaya, que camino me tenía la vida.

   Eduardo no es tan idiota como lo suponían, solo un poco. Pero debo mantenerlo vigilado.

   Espero John venga para poder así conversar con él…. Aunque Gabriella tampoco vino… Raro.

   En fin, creo que debo descansar.

   Pasa así poder, sobrevivir un día más.

   ¡Afar, fuera!





N. de A.

Glow Pipol.

Y se acabo la semana de Eduardo.

¡Una vez más perdón por los errores! Pero como ya expliqué, perdí a mi editora.

Cualquier error, por favor decirme dónde lo encontraron.

¿Les gusta el nuevo Eduardo? ¿La nueva narración? Estoy emocionado porque ya estamos a la mitad (o bueno, casi) y ya quiero llegar a Silencio Quebrantable jeje.

Me voy, pipol que tengo que hacer más cosas.

Vota, comenta y comparte.

¡Farewell!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top