Día 10 | "El Médico" |


 Hoy le he ganado a los rayos de luz solar artificial. Me desperté aproximadamente a las cinco de la mañana; comencé mi rutina diaria, lo que involucra ir directamente al baño.

  Veo mi rostro reflejado en el cristal. La cicatriz marcada en mi ceja derecha estaba más roja de lo normal, la barba de varios días —no me he afeitado, una consecuencia de que no tener rastrillos en todo el Arrabal— oculta mi rostro sereno y apacible que todos reconocen; mi nariz nubia combina con mis ojos rasgados, los cuales se hacen más pequeños a la hora de sonreír.

  Bajo mi mirada y veo la cicatriz de mi brazo izquierdo, por fin ha dejado de arder.

  Cepillo mis dientes lo más rápido y cuidadosamente que puedo, y me dirijo a hacer un poco de ejercicio. Cardio, para ser más exactos.

  Después de dar dos vueltas a la comunidad, reviso mi Reloj-Comunicador, he hecho diez kilómetros en cincuenta minutos, nuevo récord para mí. Me dirijo a tomar mi tan esperada ducha, aunque rápida para gastar lo mínimo en agua; al salir voy a mi armario y lo abro.

  Veo su interior, una camisa a cuadros azul con unos vaqueros negros, mis botas y, finalmente, mi bata, la cual se encuentra pulcra y planchada.

—Una nuevo día y otra vez a la rutina —exclamó en voz alta—. Bueno, primero tengo que desayunar, entonces… unos vaqueros y una sudadera será lo mejor.

  Me terminé de colocar las botas y mi bata. Fui a prepararme el desayuno, pobre sí, pero al fin y al cabo, solo era para mí.

 
  Dejando mi plato sobre el lavabo, me dirijo al Edificio de Salud, al “consultorio” que me habían dado hace seis meses a mi llegada.

—Buenos días —mencioné al abrir mi puerta, los fantasmas de la estancia me respondieron calladamente—. Otro día más encerrado, atendiendo gente sin poder hablar como desearía hacerlo.

  Eduardo había ordenado que todos los días, exceptuando los domingos y en mi triste hora de comida, me quedara atendiendo las enfermedades que pudiesen ocurrir en el Arrabal. Una mierda si me lo preguntan, teniendo una excelente psicóloga titulada, la rezaga como si fuese del sexo débil.

  ¡No existe el sexo débil! Ella tendría que compartir turnos conmigo, ayudar juntos.

  Y qué les digo, mi día es bastante normal, nada que un Médico no pueda arreglar: un dedo roto, esguinces de tobillo, infección por pulgas romulanas¹, resfriados comunes; cosas básicas.

  Antes de que terminara mi jornada habitual, una persona llamó la puerta.

—¡Pase! —grité mientras anotaba los últimos detalles del expediente clínico de la persona con el dedo roto.

  La puerta de abrió y me quedé viendo a la persona. Una chica de metro sesenta, pelinegra y de tez pálida, con ojos azules y mirada perdida. Sonrisa tímida y cejas cuidadas; estaba usando una blusa de flores y un pantalón de mezclilla alto, con unos tacones negros.

—Hola, John —dijo la pelinegra.

—Hola —respondí y guardé rápidamente los papeles en mi escritorio—, Hannah.

—¿Lo olvidaste? —preguntó mientras entraba y se sentaba en la silla contraria, cruzando su pierna—. ¿Cierto?

—No —mentí—. Simplemente no pude salir más temprano. Eduardo me colgaría de órganos que no estoy cómodo describiendo.

—No sabes mentir, John —dijo la pelinegra, mientras jugueteaba con una pluma—. Desde nuestra primera cita supe que no sabías mentir, es algo que es inevitable.

—Perdona —declaré—. Es solo que estoy cansado de la rutina, mi vida se consume en estas cuatro paredes. Y hoy, confirmé que las pequeñas cosas no son disfrutables.

—¿Soy una pequeña cosa? —Asentí—. Explícate antes de que te corte los huevos.

—En un mundo tan jodido como este... —Señalé hacia la pared—. Cualquier cosa es pequeña: una comida con tus padres, una lectura atrapante, un caso de infarto y, quizá también, una cita con una pelinegra de ojos azules.

»Son pequeños detalles que nos recuerdan nuestra humanidad —concluí mientras me incorporaba. Al estirarme, todas las burbujas acumuladas en el fluido sinovial de mis huesos explotaron—. Pequeños detalles que nos iluminan en esta Tormenta.

—Es lo extrañamente más lindo que me han dicho —murmuró mientras se incorporaba y me tomaba el brazo cual pinza—. Y tú, necesitas un masaje, que yo te voy a dar.

—Recuerda: “lo normal para mí…”

—”…es lo extraño para mí” —terminó. Yo sonreí—. Me lo recordaste en la segunda cita.

—Y te lo recordaré cuando podamos tener nuestra… ¿séptima?

—Sexta cita.

—Como sea —dije y cerré mi silla—. ¿Gustaría acompañarme a una cena romántica esta noche, increíble señorita?

—Hum… ¿Cuál es el menú? —contraatacó con otra pregunta. Comenzamos a acercarnos a la puerta.

—Creo que tengo unas cajas de macarrones con queso y dos latas de duraznos —respondí sarcásticamente.

—¡Mis favoritos! —Hizo un salto y me soltó. Yo abrí la puerta—. Encantado de acompañarlo esta noche, Médico.

  Hice una reverencia para dejarla pasar, ella la respondió y la seguí. Me arremangué y me volvió a tomar por los brazos.

—¿Algún día me vas a contar de tu cicatriz? —Pasó sus dedos sobre mi antebrazo.

—Algún día, pero hoy tenemos unos macarrones que nos esperan.

  La luna nos había cubierto con su velo oscuro, se nos había pasado volando el tiempo entre risas y tonterías.

  Faltaban quince minutos para que dieran las doce de la madrugada. Había llevado a Hannah hasta su casa, con la promesa de que la vería pronto.

  Estaba en mi cuarto, quitándome la camisa cuando mi puerta fue asediada por unos golpes frenéticos.

—¿Quién toca a esta hora? —pregunté molesto.

  A la par de bajar las escaleras, me iba abotonando de nuevo la camisa. Los golpes seguían.

—¡Ya voy!

  Me tomó por sorpresa esto, porque nadie toca mi puerta a esta hora. Sí, es raro que alguien que haya estudiado medicina diga esto, pero, usualmente aquí no hay emergencias.

  Al abrir la puerta, la sorpresa que me llevé fue demasiado tremenda.

—¡Gabriella…! —La venezolana estaba enfrente de mí, sudando y con cara de preocupación.

—¡Necesito tu ayuda! —gimió—. Necesito tu presencia en emergencias, ¡hay alguien que necesito que salves!

—Más despacio. —La tomé por los hombros y le ordené—. Inhala y exhala. —Siguió las indicaciones—. Bien, ahora sí, ¿qué ocurre?

—El chico que me salvó, está demasiado grave; ¡por favor, ayúdalo!

—Deja tomo mis cosas y vamos. —Ella negó.

—Te veo allá, tengo que avisarle a Christina; prometió ayudar.

—Claro ve…

  Sin que pudiera decir más, salió disparada. Yo entré y tomé todo lo necesario.

  Al entrar al edificio, me encontré a Eduardo.

—¡Alto, John! —dijo y me puso una nano-máscara de oxígeno² en el pecho—. Pontela, aquel cabrón está en muy mal estado.

  Seguí sus órdenes y me apresure a entrar.

  Estoy seguro que no podrán saber lo qué pasó por mi mente en esos instantes. Lo vi, recostado sobre la mesa de operaciones.

  Con sangre brotando de su pierna derecha, con la ropa hecha girones y con un pésimo olor. Y lo más importante, balbuceaba ese nombre, Jocelyn.

  Solo los gases neurotóxicos de la Línea Negra podían causar ese efecto. Tenía que salvarlo, al menos intentarlo.

  Se lo debía, no podía dejar morir a mi mejor amigo, no debía dejar morir a Afar Assaf.

  Decidí operarlo, aun con los riesgos que conllevaba.

  Los rayos del sol sintético entraron por la ventana.

  Miré mi Reloj-Comunicador. Seis de la mañana y yo estaba sentado en el piso, rezándole a Alá para que Afar no despertara. Gastamos mucho sedante en él.

  El resonador electromagnético rompía el silencio de la habitación, se encontraba analizando si había anormalidades, invisibles a la vista humana, capaces de generar complicaciones en un futuro.

  Julia, una de las mujeres a las que Eduardo dejaba trabajar a mi lado, se encuentra dormida en el sillón; ella siempre me ayudaba en todas las cuestiones de oficina, pero hoy, me había asistido como enfermera.

  Por eso estaba cansada, durmiendo plácidamente en el sofá. Tenía que comenzar con el expediente del paciente, ella estaba incapacitada.

  Con esfuerzo sobre humano, me estiré para tomar la carpeta que se encuentra a las faldas inferiores de la cama.

  Con bolígrafo en mano, comencé a redactar:
 

Expediente No. 23

  Fecha: 18 de marzo de 2217

    Paciente: Afar Assaf Dueñez

    Estado: Crítico. Quemaduras de segundo grado; probabilidad de paro respiratorio por daño a los bronquios. Extremidad inferior derecha con tejido epiteliar dañado, posible necrosis del cuádriceps Femoral derecho con fémur quebrado en tres partes. Al estar inconsciente, balbucea el nombre de una mujer.

     Tratamiento: Procedimiento quirúrgico de emergencia para estabilizar al paciente. Uso del experimento "IS-Core"³, para una posible recuperación exitosa de bronquios y epidermis; implante de prótesis nanotecnológica bio-regenerativaen el fémur derecho, para su futura recuperación. Uso de resonancia electromagnética para el uso especializado de un médico en rama de la psicología.

     Recomendaciones: Reposo absoluto de dos días; posteriormente administrar pequeñas dosis del experimento "IS-Core" cada ocho horas para mantener estabilizado el sistema inmunológico del paciente; además de dos tabletas de Bexidemil cada doce horas para la inflamación de la extremidad inferior derecha.

  Al escribir la última palabra, una pequeña lágrima rebelde impactó sobre el papel. No puedo ver a Afar así; no puedo ni imaginarme el infierno por el que pasó allá afuera.

  Sí, yo tuve el mío, pero al menos el destino me trató de forma distinta.

  Me sentí tan culpable, tan miserable; ¡si tan solo aquella noche la hubiéramos enfrentado juntos! Una estúpida discusión nos separó hace años.

  Podíamos haber atravesado todo juntos, llegado aquí y no le hubiera pasado nada malo...

  La puerta se abrió.

  Con la manga de mi bata, hice el esfuerzo sobrehumano para guardarme el llanto.

—¿Tanto te importa? —dijo una voz femenina característica como pocas. Ni tan grave, ni tan aguda, lo suficiente para ser catalogada “sexy”. Elevé mi vista.

  Christina había entrado. La pelirroja con síndrome de Alexandria, alta y esbelta, con finos rasgos y un carisma natural.

  Eso sí, llegaba a ser tan pesada en algunas ocasiones.

—Es mi mejor amigo —respondí mientras le tendía el expediente. Ella lo comenzó a leer.

—¿Dos días? —preguntó secamente. Yo asentí—. ¿Por qué dos días? Vine a ayudarte y me mandas cuarenta y ocho horas a la banca.

—Es el tiempo en el cual podría recaer —respondí mientras me incorporaba. Al estar enfrente de la pelirroja, me di cuenta que era media cabeza más baja que yo—. Después lo tendrás para ti, se lo prometiste a Gaby y lo entiendo.

—De todas formas, es mucho tiempo —dijo molesta y se cruzó de brazos—. John, sé que solo hemos hablado unas cuantas veces, pero tienes que descansar.

—No hasta que él esté fuera de peligro. —Lo señalé.

—No entiendo qué tiene él de especial —añadió despectivamente—. ¿Por qué Gabriella y tú lo protegen tanto?

—Ya te tocará descubrirlo —respondí secamente—. Mientras, ve a casa, quédate con Gaby y dile que Afar está bien. Yo iré por ti después de dos días.

—Como quieras —respondió rodando los ojos. Dio media vuelta y se dirigió a la puerta—. Solo te digo, John, estoy para ayudarte. Quiero ayudar a alguien que salvó a mi mejor amiga. No cometas una estupidez.

  Dicho eso, cerró la puerta y me dejó otra vez en mi aparente soledad.

—Algún día lo entenderás —murmuré al aire.

  Exhalé de frustración, miré a mi alrededor y me detuve en el cuerpo de mi mejor amigo.

  Christina tenía razón, jamás he visto a un paciente más de dos veces —exceptuando a Hannah—, y menos me había quedado a cuidar a uno. Pero él era diferente, fuimos compañeros durante muchos años y poco a poco nos volvimos hermanos de otra madre.

  Se lo debía.

 
  Afar volvió a murmurar el nombre de su antiguo amor. Corriendo, abrí la mesita de noche y saqué otro sedante. Al aplicarle la inyección, volvió a dormir.

—Vas a matarme algún día, wey. —Reí y le di la espalda.

  Julia, había obtenido los objetos recuperados del moreno y los guardó en una caja de cartón, me dirigí a esos objetos y comencé a husmear.

  Cómics, libros, mochila con latas y botellas vacías, cosas de supervivencia, el viejo botiquín de ambos. Todo lo que era Afar estaba aquí.

—Jamás dejarás de ser un nerd, cabrón. —Reí. Mi curiosidad se plantó en un objeto.

  Su viejo Reloj-Comunicador, aquella pertenencia que amaba más que otra cosa en el mundo. El último regalo de Jocelyn, claro, junto a su collar.

  Lo tomé y, a su vez, el medicamento para controlar el dolor que pudiese tener en su pierna. Suministrándolo a través de la vía, me senté en la silla conjunta a la cama.

—Hannah me va a matar por faltar nuevamente a la cita. —Exhalé y comencé a ver el reloj.
 

  Tardé dos días en componer su aparato. Dos días en los cuales no dormí ni me moví de su lado.

  Dejando a un lado el reloj, me incorporé y me dirigí a la puerta.

  Al abrirla me encontré con la pelirroja cruzada de brazos.

—¡Christina! ¡Que sorpresa! —exclamé mientras bostezaba.

—Ve a dormir unas cuantas horas —dijo haciéndome a un lado—. Según tú, ya tengo autorización para realizar la resonancia neutro-cerebral.

  Yo asentí y me fui a mi casa a dormir.
 

  Jamás me volveré a quejar de mi rutina.



Acotaciones:

(¹) Una infección conocida en el universo de "Star Trek"; en nuestra historia es una infección muy común en el planeta Tierra.

(²) Estas se colocan en dos partes, una en la abertura de los orificios de la nariz y otra se coloca alrededor de la faringe para así poder filtrar el aire que entra por los orificios nasales y así proteger a los pulmones de cualquier toxina maligna

(³) Un químico inestable solo usado en los casos muy especiales, en los que se necesite una extrema regeneración de cualquier tejido. Este mismo es inestable por el grado de infección que se ha inhalado de cualquier gas neurotóxico, de alguna sustancia de parte de "La Tormenta", o en lugares muy calientes. Este mismo puede tener ciertos efectos secundarios no-letales; tales como pérdida porcentual de la memoria, locura repentina, claustrofobia inesperada, debilidad muscular parcial, alteración de algún Sistema Nervioso (Central o Periférico); y además de un efecto secundario letal que es la desintegración molecular.

(⁴) Diseño experimental de autoría de John implantada dentro de la pierna derecha, para que recupere la movilidad permanente; usando la nanotecnología para reparar cualquier organismo o estructura.



Y bien, hemos llegado al Arrabal.


¿Les gusta el nuevo John maduro y menos robot? Esto es gracias a Phoenix's Madness, la historia del susodicho médico.

Y les tengo noticias: la siguientes dos semanas quizás publique algo de Óbito de un Astro, pero no publicaré nada de 25 Días :D

Y es porque voy a presentar exámenes finales (o de lapso o como le llamen en sus países) y tengo que pasarlos todos para vengar el semestre.

Y yo me voy, porque tengo que comenzar.

Vota, comenta y comparte

¡Farewell!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top