Capítulo 4


Antes de volver a su apartamento, Asuia pasó por un Almacén de Alimentos para procurar víveres para la cena. La ciudad tenía muchos tipos de almacenes donde los habitantes recogían lo que necesitasen con sólo pasar su ojo por un escáner. Así funcionaba la economía de la Nueva Tierra, estaba organizada de tal modo que hubiese suficiente de todo para todos. No había un sistema de raciones, porciones, o cantidades necesarias, puesto que cada individuo tiene sus preferencias, lo que no le gusta, lo imprescindible, lo que consume esporádicamente... y para eso estaba el sistema de escáneres. Había un monitoreo sistematizado de lo que en promedio consumía cada persona, se hacían estadísticas para saber cuánto stock producir. El ciudadano tomaba lo que quería consumir de la colonia, y a cambio registraba horas de labor.

En el caso de los alimentos se podía optar por ingredientes crudos o sin procesar, o comidas preparadas, y aunque hoy Asuia iba decidida a elegir vegetales y pasta para cocinar, le ganó la pereza y terminó llevando una vianda que se le antojó suculenta.

Al llegar al hogar encendió el intercomunicador, aparato electrónico que había en casi todos los sitios, y comenzó a hacer zapping entre las frecuencias que solía escuchar. Una de las cosas que hacían las personas como hobbie en su tiempo libre era emitir "programas" según sus intereses, es decir, podcasts. Había una inmensa variedad, por mencionar algunos estaban los relacionados a las ciencias o tecnología, con la cobertura de juegos deportivos -que también era una actividad de esparcimiento-, estaban los que se aventuraban a especular sobre posibles inventos o teorías, los que caían en cualquier tipo de debate por el hecho de debatir sobre algo... Y también estaban los que emitían sus composiciones musicales, por lo general producidas digitalmente. No encontró nada que le apeteciese escuchar y lo apagó.

Tomó la vianda de comida y se sentó en su escritorio. Sobre la superficie había un aparato rectangular de unos treinta centímetros de longitud por 5 de ancho y otros 5 de altura. Era blanco, levente arqueado a lo largo, y tenía impreso en letras negras el nombre Atlas. Pasó su mano por un sensor que había en el centro, y éste arrojó un holograma de unas 50 pulgadas. Era el ordenador convencional que cada ciudadano tenía.

—Buscador. Quiero información sobre los orígenes de la Colonia.

En una fracción de segundos aparecieron en la pantalla muchos apartados llenos de colecciones de videos y fotografías, pero las más antiguas databan del 2110.

—¿No hay nada anterior? —Asuia creía recordar que la colonia se había comenzado a construir en el 2080, o cosa así.

—No. No hay nada anterior cargado en la red de los servidores comunitarios.

—Bueno, ya... —Respondió con cierta decepción en su tono de voz—. Atlas, cuéntame qué es lo primero que tienes.

—En el 2110 los primeros colonos celebraron con éxito la gestación de la primer generación de ciudadanos de la Nueva Tierra. —La pantalla iba pasando fotos y secuencias de videos cortos, mientras se escuchaba la voz un tanto monótona de Atlas, la inteligencia artificial de la colonia.

—La nombraron Asellus, y en su primera etapa, "Asellus A", nacieron los primeros 500 ciudadanos autóctonos. Como ya sabes, cada generación tiene 4 etapas, y así ha sido desde su inicio. Cada etapa A, B, C o D se gesta cada 5 años respectivamente, por lo tanto, cada generación comienza pasados 20 años de la anterior. La particularidad de la primer generación es que en total constó solamente de 2000 ciudadanos, es decir, se mantuvo la pequeña cantidad de 500 neonatos por etapa.

Asuia miraba la pantalla con atención. Grandes salas de laboratorios, llenos de cápsulas ovoides de vidrio conectadas a tuberías y monitores, y dentro de cada una, sumergido en un líquido ambarino, un bebé. Lo había visto mil veces en pantallas, pero en una sola ocasión visitó una sala de ectogénesis. Aunque fuese lo más normal y sensato del mundo, encontraba todo ésto fascinante y abrumador, en Asuia se había despertado una curiosidad insaciable desde hacía muy pocas noches, en la cual tuvo un sueño que según pensó, parecía una epifanía.

Su brazalete emitió un sonido y una luz se encendió en él, distrayendo a Asuia por completo. Al mirar su pequeña pantalla, vio que era un mensaje entrante de Gemma que contenía una foto. Prefirió contemplarla más grande y detalladamente. Hizo un ademán con la mano -que correspondía a una instrucción o comando- y apuntó al ordenador, el cual arrojó una nueva pantalla al lado de la anterior que proyectó la foto de Gemma. Se había puesto el vestido que le había sugerido Asuia. La tela negra recorría pegada a la silueta de su cuerpo desde los hombros a la cintura, y dibujaba sus caderas, cayendo suelta con mucha gracia hasta un poco antes de las rodillas. Posaba frente al espejo apuntando la cámara del brazalete, con una sonrisa carmesí pintada en sus labios.

—Tan bonita... —pensó Asuia.

Un nuevo mensaje entró, esta vez con dos imágenes.

—¿Cuál? —Sonó la voz de Gemma. Las fotos mostraban dos colgantes, uno de hilos rojos trenzados con aros de metal enganchados, y otro con un hermoso fragmento de meteorito engarzado, parecido a una pallasita.

Asuia sonrío pícaramente—. Gemma, el único adorno que precisa tu cuello es tu escote. —Y le envió el audio.

Hizo un ademán y quitó la pantalla secundaria, volviendo a lo suyo. Reprodujo un video donde habían dos auxiliares propiciando el nacimiento de un niño. La cápsula estaba abierta, y con sumo cuidado retiraban al bebé del fluido, uno lo tomaba con ambas manos, y otro cortaba el cordón umbilical. El bebé lloraba. Le secaban e higienizaban cuidadosamente, y una vez calmado le depositaban en una incubadora mucho menos moderna de las que tenían en la actualidad, como las que Asuia conocía. En una de las pantallitas de la incubadora aparecía el nombre que le era asignado al azar.

Asuia no podía parar de reparar en el hecho de que, por más que hubiese visto muchas veces videos similares, sentía que lo estaba viendo con ojos nuevos. Hacía cientos de años que la humanidad, la trans-humanidad para ser más precisos, se reproducía de ese modo, pero ahora parecía apreciar cosas que antes no había sido capaz, desde una nueva perspectiva concedida por su curiosidad.

Comenzó un nuevo video, genetistas y doctores hablaban de la éxito y grandeza de los logros, de de lo que significaría para el futuro de la colonia, de futuros proyectos en los cuales seguirían mejorando el genoma humano, porque, después de todo, la primer tanda se hizo con una base genética traída del Planeta Primario.

—Atlas, pon pausa.

Asuia terminó de comer y depositó la vianda vacía en el hueco de basura reciclable. En cada hogar habían dos huecos de residuos, uno para elementos orgánicos que se convertían en energía, y el de reciclaje que transportaba lo que fuese arrojado en él para luego procesar y hacer nueva materia.

Volvió a su sillón y se quedó meditando en silencio, absorta en sus pensamientos que revoloteaban de un lugar a otro. Recordaba que en Historia General le habían explicado que antes de llegar a la Nueva Tierra los humanos se reproducían entre ellos, pero por más que trataba, no lograba imaginarlo. Si bien la mera idea era fascinante e increíble, le resultaba muy extraño, poco práctico, hasta peligroso y letal. La única forma sensata y natural era lo que ellos conocían, como lo habían hecho por casi 200 años. Asuia lo relacionaba en su imaginación con como se reproducen la mayoría de las plantas, su profesión. Diseñas una semilla, la germinas, nace, la siembras, la cuidas y cuando quieres acordar tienes una nueva planta. No podía imaginar a una planta con un bulto en el tallo, que se expande y expande hasta reventar y ver salir de ahí una nueva plantita miniatura.

—Lo que es todavía más increíble —pensó Asuia—, es eso de las bestias multiformes y de distintos tamaños, que algunas caminaban en cuatro piernas y tenían pelos en todo el cuerpo, o vivían y respiraban bajo el agua. Una locura total.

Y sus pensamientos retornaron nuevamente al sueño que había tenido algunas noches atrás. Un sueño muy estrafalario, en el cual ella también estaba soñando.

Tomó su antiguo ordenador y comenzó a escribir. 


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