Prólogo.

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El principio de un fin.

Octubre, 2022.

Las vísperas decembrinas comenzaron a sentirse en aquel amanecer del primer lunes de octubre, una madrugada imperecedera y desolada que me revelaba los caminos más lóbregos a los que mis miedos me acarreaban. Estaba entumecido en mi cama con el cuerpo paralizado, la velocidad de mis pensamientos no era lo suficientemente rápida como para levantarme. Mis ataques de pánico y las parálisis del sueño eran más frecuentes. El primer estímulo auditivo del amanecer fueron aquellos desesperantes gritos y golpes que vinieron de afuera, los que retumbaban mi mente con traumas y recuerdos grotescos de mi infancia, no podía normalizar la violencia doméstica, pero estaba acostumbrado a escuchar las peleas de mis padres en cada mañana. Específicamente, no eran peleas sino ataques, porque crecí viendo cómo el bicho al que le llamé padre por mucho tiempo, amedrentaba y castigaba a mi madre con maltratos físicos y psicológicos. Por desgracia, mi madre no era la única presa de la que se alimentaba el depredador, porque también lo fue mi hermana de 15 años, mis difuntos abuelos y mi persona.

Mi nombre es Michael y mis características corporales corresponden a la raza caucásica, pero nativo de Venezuela. Soy un poco alto, complexidad robusta, ostento un rostro del tipo diamante y de rasgos prominentes, ojos marrones, nariz recta, labios rojos y mi cabello es castaño claro.

De manera idiopática, había algo que me mantenía despierto por las noches, el reflejo de ello era la hipercromía nocturna que teñía mis párpados inferiores de negro y violáceo, las ojeras y la palidez de mi rostro me daban un aspecto vampírico y temiblemente fúnebre. Mi alma salía por las noches para librarse del sabor de mis pecados más terrenales, las alas que me permitían volar noctámbulamente eran mi imaginación y la escritura.

En mis noches más frías me vestía de negro, guardando el duelo por la memoria de mis muertos. Alimentaba mi cerebro con la literatura ocultista y astronómica, mi personalidad estaba dividida entre la dualidad de la luz y la oscuridad de mi sendero. Mi corazón era un pentagrama invertido, el que latía con secretos luctuosos y sentimientos sombríos. La luz que nacía de mi interior era visible exclusivamente para los que profesaban la veracidad y la rectitud, mientras que mi oscuridad se vislumbraba solo por los verdugos que violentaban mi paulatina destrucción. Sin embargo, a veces me preguntaba quién me llevaría flores a la tumba y pasaría horas hablándole a mis restos.

Las glándulas suprarrenales de mis riñones trabajaban activamente con la secreción del cortisol, la única hormona y el único mecanismo que me mantenía en la vigilia, pero como un muerto viviente, mi sistema inmunitario agonizaba en la afonía y mi energía mental se consumía en la epifanía. El aumento de cortisol multiplicaba la secreción de sebo a través de mis glándulas sebáceas y mi cutis se atiborraba de acné, me decepcionaba terriblemente ver mi reflejo en el espejo; estaba consumido por la vil desesperación y mis inseguridades proyectaban una monstruosidad viviente en mi mente. El estridente estrés de mi silencioso sufrimiento gritaba en ataques de ansiedad, nerviosismo y depresión, no estaba viviendo sino sobreviviendo.

Fui estudiante de ingeniería geológica desde el año 2018 en la Universidad de los Andes (ULA), una de las más importantes del mundo. Dadas las diferentes y trágicas realidades de Venezuela, la situación retrasaba el inquietante futuro de los estudiantes ante la fuerte crisis humanitaria y económica subyacente. En 2020, la pandemia hizo que la universidad cerrara por un tiempo indefinido y angustioso, lo suficiente para descubrir la carrera que de verdad me apasionaba, la medicina.

A comienzos del año 2021 empecé a estudiar medicina de manera presencial, mientras tanto continuaba mi carrera de ingeniería geológica con la modalidad online. Por desgracia, las universidades autónomas de Venezuela estaban cerradas por la pandemia, eso fue un gran obstáculo para retomar mi vida y empezar de cero. No quería perder más tiempo hasta que la pandemia terminara. En consecuencia, hice algo de lo que hoy me arrepiento y me lamento. Tuve que inscribirme en una universidad chavista que le pertenece al gobierno de Nicolás Maduro, prefiero no decir el nombre porque ensuciaría mi historia con ese título; lo hice con la meta de posteriormente cambiarme a la facultad de medicina de la Universidad de los Andes, pero para ello debía aprobar dos años en la institución del gobierno, después de eso, cumpliría el requisito principal para que me aceptaran en la ULA. Desafortunadamente, estudiar en la facultad de ingeniería de la Universidad de los Andes no me brindaba ningún tipo de beneficio para poder ingresar a la de medicina.

No debía sorprenderme, pero me dolía ver cómo pasé de lo mejor a lo peor. Pues, estaba estudiando medicina en una de las universidades más malas y mediocres del planeta, ésta tenía una espantosa reputación por la formación insuficiente de sus médicos. Siempre que hacían algún evento político obligaban y amenazaban a los estudiantes para que no faltaran, uno de los principios más importantes de ésta universidad era adorar fielmente a los líderes políticos venezolanos y cubanos. Vivía preocupado, llorando, pensando y sobrepensando en cuál sería mi destino final.

Todavía recuerdo aquel sentimiento tenaz y simbólico que representaba el miedo y la presión de que el tiempo se me estaba acabando. Siempre le he temido al tiempo, y el hecho de que mis noches se hicieran jóvenes, envejecía por cada amanecer mientras intentaba volver a la vida durante el día. La crisis de los 20's estaba empeorando, tenía 22 y me sentía de 70, tanto cansancio me hacía comparar mi edad con una a la que todavía no llegaba.

Me sentía solo, perdido y vacío. Únicamente, tenía a mi madre y a mi hermana, mi único amigo estaba muy lejos de la ciudad. Mi vida no podía estar peor, ni siquiera tenía ánimo e inspiración para escribir la obra que tanto esperaban mis lectores. No tenía esperanzas para continuar caminando en la cuerda floja, sentía que por cada paso retrocedía una y otra vez hasta caer al abismo, destruyéndome en los pedazos que quedaban de mis mejores años.

­« ¿Por qué siempre estoy en mi contra?» Me lo repetía continuamente con la amargura de mi despertar, intentaba recuperar el ánimo y el aliento que fueron saqueados por mis pensamientos intrusivos, pero creer que algún día volvería a ser el mismo de antes, sólo me alejaba de lo que estaba a punto de convertirme...

Una enérgica potencia me levantó con un impulso y me senté en la orilla de la cama, con los pies colgando de ella di un bostezo y fruncí el ceño abatidamente, apoyé mis pies sobre el helado suelo y me levanté. Era otro día de mierda para mi triste y miserable existencia, la manera en la que odiaba despertar no era sana para mi bienestar.

De repente, el despertador sonó escandalosamente mientras marcaba las 6:00 AM, le di un puñetazo y lo apagué de golpe; un atenuado rayo de luz penetró mi ventana iluminando la oscuridad de mi alma, levanté la mirada y me acerqué a ella con las mejillas enrojecidas; por primera vez en varios días sentí el resplandor del Sol en mis ojos. Pestañé tres veces mientras la flamígera luz matinal penetraba la pupila de mis ojos, la que se contraía bilateralmente en la miosis de los músculos ciliares. El poder de mi mente me encerraba en la penumbra, convirtiéndome en un fenómeno noctívago de las tinieblas. Pasaba días y semanas encerrado en mi habitación, me mantenía lo más lejos posible de la luz del día y de la civilización. En cualquier parte que estaba apagaba la luz, tenía mucha fotosensibilidad y solo anhelaba la paz de la oscuridad.

La delicada brisa matutina movía las abundantes ondas de mi cabello, levanté las manos apaciblemente y acaricié mis mejillas mientras proyectaba la mirada hacia los colores que se matizaban en aquel desconocido cielo. El Sol se encumbraba como un poderoso rey desde el lejano horizonte, luciéndose en su ascenso con los diferentes colores que se combinaban en mi vacío para crear un nuevo color, la Luna se ocultaba entre las nubes y las aves salían a volar mientras las criaturas nocturnas volvían a sus guaridas.

El amarillo del crepúsculo irradiaba las palabras que pudieron identificarme, únicamente sí mi amor propio no me hubiera abandonado: "originalidad, inteligencia y alegría"; pero, recíprocamente, el amarillo fulguraba en las nubes mi preocupación y mi relativo deterioro mental, conduciéndome al martirio de los estrepitosos alaridos mentales que dibujaron las sonrisas en la máscara de mi mentira. Las nubes que nacían del naranja me hacían sentir en confianza, por un momento, me sentí tan creativo e independiente hasta que el rojo surgió, coloreando y reluciendo el reflejo de los cielos. El rojo resumió en los estratos más recónditos de mi memoria el poder de la sabiduría, las sombras de mi pasado danzaban jolgoriosamente en la reminiscencia del ayer.

Con un ligero suspiro me aparté de la ventana y caminé hacia atrás, experimentando una motivación fantasmal que me reveló el nuevo día que iniciaba, me sentí puramente exaltado e inspirado, me encantaba tener ese sentimiento vanguardista y desafiante de conquistar lo desconocido. Giré rápidamente y me aproximé a la puerta de la habitación, en menos de una hora tenía que estar en la universidad. Al abrir la puerta me topé sorpresivamente con mi mamá, siempre se despertaba temprano para preparar el desayuno. Mi madre es una mujer preciosa, su cabello negro resaltaba el color blanco de su aterciopelada piel blanca y perfecta, siempre luce radiante, jovial y sonriente. Su carisma ilumina los espacios más oscuros donde la malicia predomina. Su bello nombre es Carolina, es la única persona que puede despertar a mi niño interior.

- ¡Michael! –­Prorrumpió mi madre como si hubiese visto a un fantasma–. Dios mío. Me has asustado.

Mi mamá tenía puesta la vieja y larga camiseta roja con la que dormía en las noches. Tenía el cabello suelto y su hermosa sonrisa se convirtió en el tesoro de mis ojos, le regresé la sonrisa y le di un beso en la frente, no quería arruinarle el inicio del día ni de la semana hablándole nuevamente sobre mis terrores nocturnos. No me gusta verla preocupada.

- Hola, mami –le saludé apaciblemente con la voz entrecortada–. ¿Cómo te sientes hoy?

Mi mamá me miró a los ojos taciturnamente, cruzándose de brazos.

- ¿Otra noche sin dormir? –Preguntó, haciéndose la sorprendida y al mismo tiempo proyectándome una mirada de preocupación–. ¿O las pesadillas volvieron? Creo que ya es tiempo de descansar, Michael, siempre estás estudiando sin parar. Te esconderé los libros de medicina y te los regresaré el día en que ya no vea esas ojeras de trasnocho.

Eludí su mirada nerviosamente y reí con misterio. Me rasqué la frente e hice una mueca.

- Solo estaba leyendo un libro de anatomía patológica –vacilé–. Por cierto, hoy entro a las 7:30 a la clase, ya sabes... Sólo es una asignatura política del comunismo en Venezuela y Cuba, qué asco –gruñí, asqueado y malhumorado.

La esquivé rápidamente, evitando que notase mis horribles ojeras. Salí de la habitación y me dirigí al pasillo.

- ¿De nuevo esas asignaturas chavistas? –Protestó, soltando un bufido mientras me seguía–. Todavía no entiendo qué tiene que ver esa inútil ideología con la medicina, es una aberración... ¡Como sea! –Bramó posteriormente–. Solo te diré algo, sabes que te conozco perfectamente y no me gusta que me ocultes cosas. Mejor deja de actuar como si todo estuviera bien y dime qué te está pasando.

Abrí la puerta del baño y entré apresuradamente, necesitaba miccionar. Cerré la puerta y mi mamá se quedó afuera.

- ¡Mamá, sólo me trasnoché estudiando! –Exclamé desde adentro–. La verdad no quiero ir a clases, odio estar en esa universidad. ¿Sabes? Siento que estoy en medio de una odisea política. Lo único de lo que hablan es sobre Nicolás Maduro y del imbécil de Hugo Chávez, o sobre asistir a marchas organizadas por el gobierno. Y por cierto, no hay de qué preocuparnos –añadí, cambiando de tema, mi voz se escuchaba agitada–, solo tengo un desequilibrio en mi ritmo circadiano. Algo debe estar ocurriendo a nivel del diencéfalo. ¡La síntesis de melatonina se está agotando y necesito acelerarla! Ojalá pudiera destapar mi cráneo y revolver mi cerebro para observar el estado fisiológico de mi glándula pineal.

Mi mamá estaba afuera del baño, escuchándome mientras se peinaba el cabello. Me duché rápidamente y me puse mi mascarilla de aloe vera, había olvidado aplicármela en la noche anterior.

- ¡Intenta dormir más! –Contestó, sonando un poco enfadada y confundida–. No hay nada más peor que el agotamiento mental y tú más que nadie lo sabe. Y recuerda que tu tiempo en esa universidad está contado, ya pronto harás el traslado a la ULA, allá no te obligarán a ser un chavista. Aguanta un poco más, ya tienes dos años ahí, no está mal esperar algunos meses. No te des mala vida, corazón, eres joven, hermoso e inteligente. Tienes un futuro muy comprometedor y no vale la pena esforzarse tanto por un lugar en el que no valoran tu potencial.

Escuchar a mi mamá me dio tranquilidad. Salí del baño con la toalla, el cepillo dental en la boca y la cara cubierta con la mascarilla. Como de costumbre en Venezuela, casi nunca había agua en las tuberías, me dirigí al tanque para buscar agua y terminé de lavarme los dientes, retiré la mascarilla de mi cutis y me apliqué una crema hidratante.

- Tienes razón, mamá –concerté, peinándome el cabello hacia atrás–. Es octubre, pronto será navidad y tendré vacaciones para descansar. Espero encontrar un empleo temporal.

- Sé que tendrás un buen empleo para fin de año –aseguró, hablando con paciencia y calma–. Pero, por ahora céntrate en terminar el segundo año de medicina, tu prioridad es formarte como un gran profesional y ser el doctor que tanto sueñas. Mientras yo esté trabajando podré ayudarte en lo que pueda, no te desanimes, estás escalando muy alto. Solo no sobrepienses mucho las cosas, eso es lo que te está dañando, porque creas los escenarios más catastróficos en tu mente y te pierdes en la realidad.

La observé emotivamente y le hice una mueca, se veía muy preocupada por mí.

- Gracias, mamá –le hablé cariñosamente en voz baja. Me miré en el espejo y agaché la cara–. Te prometo que así será. No te defraudaré jamás.

Sequé mi cabello con la toalla y lo peiné de lado.

- Está bien –asintió con la cabeza, sus ojos irradiaban amor–. Por cierto, ya te planché la bata, ayer la lavé. Es importante que siempre estés impecable como el médico que eres.

Mi mamá cogió la bata del tendedero y me la entregó cuidadosamente en las manos.

- ¡Quedó como nueva! –Exalté mientras olía su fragancia, hice una pausa y suspiré con los ojos cerrados–. Gracias, mamá –dije con detenimiento–. No sé qué haría sin ti.

Le di un beso en la frente y la abracé fuertemente. Mis ojos se llenaron de lágrimas e impedí que mi madre me viera llorar.

- Se te está haciendo tarde –informó, señalando el reloj.

- Lo sé –convine presurosamente. Oculté mis lágrimas y sonreí tenuemente–. Iré a vestirme ya mismo.

- Te serviré el desayuno –dijo calmadamente, dirigiéndose a la cocina.

Fui corriendo a la habitación para vestirme, cerré la puerta y encendí la luz. Dejé la bata tendida en la cama y busqué mí ropa en el armario, seleccioné una camiseta negra y un jean oscuro. Tomé mis converses blancas y comencé a vestirme. En 5 minutos ya estaba listo, pero faltaba algo, no podía salir a la calle luciendo como un espantoso cadáver con ojeras. Busqué la mochila y de ella saqué mi base de maquillaje, la añadí cuidadosamente sobre mis ojeras y la extendí hasta las mejillas para ocultar el acné. Extendí la mano y tomé el peine de la mesa para volver a peinarme, tenía el cabello muy largo y ondulado, siempre me despeinaba.

Mi mamá abrió la puerta y entró a la alcoba, situando un plato y una taza sobre la mesa. El cappuccino se veía espumoso y las arepas olían exquisito.

- Michael –dijo mi mamá, dirigiéndose a la puerta para salir–, se te está haciendo tarde. Ve a comer y no te pongas mucho maquillaje porque con o sin acné te ves hermoso.

- Gracias, mamá –gratifiqué. Sonriendo apenado–. Sabes que no me gusta tener granos. Mi autoestima retumba el suelo cuando me aparecen, estoy consciente de que todo esto es por estrés. ¡Es culpa del cortisol!

- Tú mismo le estás respondiendo a tus inseguridades –repuso mi mamá, apoyándose en la puerta–. Es el estrés y sabes perfectamente que eso no te define, por supuesto que está mal porque no es saludable, pero que tengas acné no te hace menos persona. Sé que es terrible, nos exponemos críticas o burlas absurdas, pero el acné es natural, sobre todo en chicos de tu edad. Solo es una señal de que debes cuidarte por dentro para lucir bien por fuera.

- Tengo 22, ¿Verdad? –Concerté, acercándome a la comida, moví la silla hacia la mesa y me senté–. Siento que tengo tu edad, mamá, por eso nos llevamos tan bien jajajaja.

- ¿Me estás diciendo vieja? –Replicó mi mamá irónicamente, riendo con sarcasmo.

- ¡No, no, jajajaja! –Negué con la cabeza mientras elevaba el cappuccino a la altura de mi boca–. Espera, Mamá, ¿Le pusiste huevo a las arepas?

Amaba el cappuccino que mi madre preparaba. Coloqué la taza en la mesa y tomé una de las arepas.

- No –negó, moviendo la cabeza lateralmente–. ¿Acaso crees que soy tonta?

- ¿Tonta por qué? –Añadí, cubriéndome la boca mientras hablaba.

Estaba tragándome la comida sin masticarla correctamente. Se estaba haciendo tarde.

- Los huevos casi te dejaban ciego cuando tenías 12 años –bromeó–. ¿Piensas que olvidé que eres alérgico al huevo?

- Jajajaja –me carcajeé, deglutiendo la comida con prisas. Por poco me atoraba–, mamá, un huevo no podría matarme, o quizá sí, –satiricé–. Ha de ser así, me habría comido una docena de huevos crudos con todo y cáscaras.

Terminé de comerme la primera arepa y proseguí con la segunda, me bebí el cappuccino muy rápido.

- Tomando en cuenta lo que llevas estudiando, ¿Ya sabes por qué eres alérgico al huevo? –Preguntó sugestivamente.

La pregunta de mi madre viajó con la velocidad del sonido en mi conducto auditivo hasta llegar al lóbulo temporal de mi cerebro.

- Sí –afirmé, dejando escapar un suspiro al terminar mi desayuno–. Según lo que estuve leyendo en los libros de inmunología creo que puedo entenderlo. El huevo tiene un componente ovomucoide en la clara, es una proteína que podría ser la causante de mis reacciones alérgicas. Se trata de una hipersensibilidad tipo 1 –alegué concluyentemente, mirando a la pared con las ideas lloviendo en mi mente–, esto se debe a la exposición a algún antígeno exógeno que genera la activación de los anticuerpos y las células de mi sistema inmune, en conclusión, la alergia se manifiesta con la irritación de mis ojos. La histamina es la que genera la vasodilatación ocular, aumentando la permeabilidad de los vasos y la contracción del músculo listo. También hay otros mediadores químicos como los leucotrienos y las prostaglandinas... Honestamente, no recuerdo bien el mecanismo inmunológico, luego lo estudiaré a profundidad.

Mi mamá me observó, confundida. Intentaba procesar e integrar la información en sus centros aferentes.

- ¿Ok? –Agregó–. Está bien. Sí tú lo dices, así es. Pero, no te olvides de descansar.

- De acuerdo, mamá, ya debo irme –anuncié, levantándome del sillón–. No quiero ir, pero sí no lo hago me sentiré culpable e inútil por el resto de mis días. Además, podría haber represalias hacia mí por no asistir a esas clases.

Cogí el plato y la taza de la mesa para llevarlos a la cocina.

- Ven, yo los llevaré –dijo mi mamá, caminando hacia mí. Le entregué el plato y la taza y le di un beso en frente–. Vete, ya es tarde. Dios te bendiga.

- Amén, mamá, nos vemos más tarde –ultimé, dándole un abrazo rápido antes de que saliera de la habitación.

Tomé la bata y la doblé escrupulosamente, abrí la mochila y la guardé junto a mis libros de medicina. Al salir de la habitación tuve una sensación de alarma y peligro, apareció una energía maligna que estremeció mi cuerpo. Mi padre estaba sentado en el sofá de la sala, su rostro de villano y su complexión maciza lo hacían verse como un monstruo, era calvo, rechoncho y tenía los ojos enrojecidos, emanaba un olor pútrido realmente desagradable. Siempre tenía un pedazo de chimó llanero en la boca, su dentadura amarillenta provocaba asco con tan solo mirarlo. Cuando hablaba mostraba su lengua blanquecina, goteando una saliva espesa y negruzca. Él me odiaba a muerte, también a mi hermana y a mi madre.

Al verme pasar cerca suyo desgarró su garganta y escupió una expectoración en el piso, lo hizo con la intención de escupirme y ensuciarme. No le hablaba desde el 2019, decidí desechar el vínculo paternal que tuve con esa bestia, solo conservaba lo genético como si fuera una enfermedad degenerativa. Me dirigí a la puerta de la calle sin mirarlo, me sentía incómodo y amenazado cuando lo veía, él hacía lo posible para capturar mi atención con su estrategia de atemorizar a sus víctimas; golpeando las paredes, pateando las puertas, tirando cosas al piso, lanzando indirectas. Sin embargo, yo siempre intentaba ser fuerte y toleraba cada desaire para no caer en sus provocaciones. Salí rápidamente de la casa antes de que algo peor ocurriera.

El frío de la mañana me dio serenidad, el día comenzaba soleado y muy despejado. Me fui caminando hasta la universidad y llegué en cinco minutos, estaba algo cerca de la casa.

Al llegar a la universidad el pesimismo me dominaba, ver carteles de líderes políticos me hacía querer regresar, la facultad parecía una prisión de máxima seguridad y me sentía como un recluso. En ese lugar te obligan a ser chavista a la fuerza. Me dirigí al salón de clases mientras sacaba la bata de mi mochila, al entrar se quedaron viéndome con asombro. La mayoría de mis compañeros de clases era gente hipócrita, maleducada y chismosa, descaradamente murmuraban mi nombre sin importarles que podía escucharlos. No quise decirles ni los buenos días, simplemente quería maldecirlos y salir corriendo para siempre. Nunca me sirvió eso de ser falso con las demás personas, sí no me agradas, simplemente te ignoro y respeto tu espacio, no puedo socializar con personas que hablen atrocidades a mis espaldas, jamás podría fingir ser alguien que no soy para agradarle a quien no me agrada. Eran muy pocos los que me caían bien.

Caminé en medio del gentío buscando una mesa para ubicarme, pero no veía un sitio en el que me fuera a sentir cómodo. Me aproximé hacia los primeros puestos hasta que vi a Mónica, una de las grandes amigas que hice en ese horrible lugar. Mónica era de tez blanca y cabello castaño, siempre nos sentábamos juntos para ver las clases y estudiar. Éramos el mejor equipo, teníamos el mismo sentido del humor y nos reíamos de todo. Ella llevaba puesto un kimono médico y su impecable bata blanca, se levantó de la silla y me hizo señas para que me sentara en su mesa.

Mónica estaba sentada junto a Antonio, el misterioso chico que se ponía nervioso cuando me veía. Él era el típico chico hegemónico que cumplía con los estándares de belleza, no podía creer cómo existía un hombre tan exageradamente hermoso y perfecto. Su piel era muy blanca y brillante, tenía el cabello castaño y rizado, mejillas rosadas, cuerpo esbelto y mucho más alto que yo. Mientras me acercaba a la mesa lo miré fijamente a los ojos, tenía algo que me llamaba la atención. Antonio era un galán muy educado y quería conocerlo mejor, aunque hablamos varias veces en el pasado tenía el interés de hacerlo más seguido. A mi vida le faltaba un poco de diversión y él tenía todo lo que yo estaba buscando.

Antonio me dedicó una mirada profunda y misteriosa cuando me acercaba a la mesa, sentí algo tan fuerte que todavía no puedo describirlo. Mónica quitó la mochila del asiento que tenía reservado para mí y la situó en el piso, ella quería que me sentara junto a él.

- Buenos días –les saludé mientras me sentaba en medio de ambos.

- Te estábamos reservando el puesto desde la madrugada –bromeó Mónica, echándose a un lado–. Si no habría llegado temprano estarías sentado con los homúnculos de atrás.

Mónica se carcajeó, tenía un sentido del humor muy negro y divertido.

- ¡Gracias! –Le respondí chistosamente, coloqué mis libretas en la mesa y me abotoné la bata–. Creí que me sentaría con los animales del zoológico, pero terminé sentándome con los payasos del circo.

Antonio me miró de reojo y se rió, lo observé y también me reí.

- Hola –me saludó él con su voz grave y atropellada, metió las manos en los bolsillos de su bata y sonrió. Quería mirarme a la cara, pero sus mejillas se enrojecían con timidez.

- ¿Cómo estás? –Le pregunté, amablemente.

Él elevó la mirada hacia mis ojos y me hizo una mueca. Yo sabía que lo estaba intimidando y eso me encantaba.

- Estoy muy bien, gracias, –respondió afectuosamente con un tono de voz sosegado– ¿Y tú?

No podía dejar de mirarle los labios mientras me hablaba.

- Me alegra saber que estás bien –reconsideré, haciendo una pausa sin quitarle los ojos de encima–, yo también lo estoy.

Mónica soltó una carcajada, ladeé la cabeza hacia ella y le clavé una mirada ambigua. Con mucha discreción se acercó a mi oído y continuó riéndose.

- ¿Acaso no ves que lo tienes loco? –Susurró apaciblemente.

Contuve la risa con una expresión inalterable, estaba constriñendo mis labios.

- Cállate –mascullé mientras le hacía un gesto con los ojos–. Está a mí lado, ¿Lo sabías?

Antonio se incomodó al escuchar nuestros murmullos y se sacó su teléfono del bolsillo, lo encendió, lo desbloqueó y entró a Facebook. Mónica soltó una escandalosa risotada que se escuchó en todo el salón.

- ¿Ven que no era necesario venir a clases? –Refunfuñó Mónica, haciéndose la loca.

Antonio la miró y apagó su teléfono.

- Eso es cierto –concordó él.

El profesor estaba sentado en su escritorio usando su teléfono, era un señor mayor muy agradable, aunque su asignatura era la peor de todas. Tenía gafas enormes y una calva muy graciosa. .

- No importa –agregué, mirando al profesor con un rictus de hastío–. Prefiero hacer nada a que el profesor comience a hablarnos de política. Mejor que siga viendo pornografía de extraterrestres en su teléfono.

Antonio me observó y se rió en voz baja.

- Ahorita vuelvo –informó Mónica, levantándose del asiento–. Iré a hablar sobre algo con el profesor.

- De acuerdo –le respondí satíricamente–, ten cuidado por sí pretende chantajearte con algo más.

- Yo corro más rápido que una leona –bromeó ella, soltó una carcajada y se dirigió hacia el profesor.

Antonio me observaba con curiosidad, siempre que miraba a cualquier parte se encontraba con mis ojos.

- ¿Y qué has hecho, Michael? –Inquirió, se levantó de la silla y la empujó hacia mi lado para sentarse.

Cuando lo miré de cerca me perdí en sus palabras, hice una pausa sin parpadear y reaccioné rápidamente.

- Estudiar –contesté, me puse nervioso–, trabajar en mi audiolibro y estudiar. ¡Oh! –Hice un gesto con los ojos–. Creo que dije estudiar dos veces... Y también –continué– lidiar con un millón de cosas muy pesadas, como por ejemplo, mi desgraciado bloqueo de autor desde hace dos años. Casi lo olvido, también debo estudiar cálculo diferencial y otras asignaturas para mi carrera de ingeniería.

Solté un bufido y fruncí el ceño.

- Te entiendo –consideró él en voz baja–. La verdad admiro el hecho de que te dediques a tantas cosas, eres escritor, estudias medicina e ingeniería, así que, no puedo imaginar la presión que debes sentir en tu día a día.

Sentí un extraño cosquilleo en el estómago cuando entablamos una profunda mirada de la que no podíamos huir, no sabía qué responder.

- A veces es complicado soportar tanta presión –confesé–, pero, sé que al final de todo tendré un gran resultado por mi esfuerzo.

Amaba el misterio que transmitían sus ojos, no podía parpadear cuando nos mirábamos.

- Eres muy inteligente –halagó con sus mejillas sonrojadas–. Tienes un futuro brillante y puedo verlo en tu mirada.

Al mirar sus mejillas enrojecidas me ruboricé.

- ¿Tú crees? –Le pregunté seriamente, la barbilla me temblaba.

- ¡Por supuesto que lo creo, eh! –Prorrumpió, asintiendo afirmativamente con la cabeza–. Estoy seguro que eres mucho más.

La manera en la que hablaba me hacía sentir como en casa. Teníamos una extraña conexión que de alguna forma u otra me profundizaban en su campo de atracción.

- ¿Sabes? –Arrojé, pensativamente–. Pienso lo mismo de ti. Eres un chico culto, amable y verdaderamente fascinante.

Antonio hizo una mueca y sonrió, negando con la cabeza.

- ¿De verdad? –Replicó mientras se negaba con la cabeza–. Soy un chico muy normal en realidad. No soy para nada fascinante.

- ¿Y crees que ser culto, amable e inteligente no es normal? –Cuestioné.

- Así es –repuso, haciendo un suave silbido con sus labios–. Porque eres de las personas que no se ven todos los días.

Levanté las cejas y abrí la boca, agaché la cara y sonreí apenado.

- Wow, gracias –titubeé con las manos sudadas–. No sé qué decirte.

- No tienes que decir nada –me habló cariñosamente, apoyando sus codos sobre la mesa.

- Gracias –repetí con la mirada absorta y perpleja–. Háblame de ti, ¿Qué música te gusta?

- Dime tú primero –contestó, regresándome la pregunta–. ¿Qué escuchas?

- Taylor Swift –respondí sin preámbulos–, es mi cantante preferida.

- ¡También me encanta la música de Taylor Swift! –Exclamó animosamente–. Sabía que te gustaba Taylor Swift, no sé por qué.

- Wow –dije, sorprendido–, me da mucho gusto saberlo, ¿Tienes algún álbum favorito?

Él se quedó pesando con nerviosidad mientras intentaba darme una respuesta.

- Honestamente no tengo algún álbum favorito –concluyó.

- ¿Y alguna canción que más te guste? –Pregunté, sugestionado.

Antonio se tocó el mentón y frunció el ceño pensativamente.

- Tampoco tengo una canción favorita jajajajaja –se rió, avergonzado–, pero, me encanta la música de Dua Lipa. ¿Quieres escuchar una canción conmigo?

- Claro –afirmé, riéndome confusamente–. Me encantaría.

Antonio no sabía mentir, mientras revolvía torpemente los bolsillos de su pantalón empecé a reírme con nervios. Su sonrisa llenaba el vacío de mis días grises.

- Aquí están jajajaja –enseñó sus auriculares risueñamente, los conectó en su teléfono y lo encendió para entrar a la carpeta de música pirateada–. Pensé que los había perdido, ten, escucha.

Él me dio sus auriculares y me los coloqué cuidadosamente, estaban muy remendados y se veían cables dañados. Antonio reprodujo la canción que menos me gustaba de Dua Lipa.

- ¡Me encanta esa canción! –Le mentí, sonriendo con disgusto–. Está buenísima.

Intenté tararear la canción, pero, ni siquiera me la sabía y la incomodidad se me veía en la cara. Comencé a reírme con el rostro constreñido, era imposible disimular.

- ¿No te gusta? –Me preguntó mientras borraba su sonrisa.

Lo miré apenadamente y le respondí con un ademán.

- No... No me gusta –negué con honestidad–, sé que hay otras canciones que me gustan mucho más.

Me quité los auriculares y los puse sobre la mesa.

- ¿Cuál es tu favorita? –Quiso saber.

- No tengo favoritas –contesté, luego comencé a reírme al recordar que él me había dicho lo mismo al principio.

Antonio se contagió de mi risa, estábamos carcajeándonos ridículamente mientras la gente nos miraba raro.

- Me gusta platicar contigo –dijo misteriosamente, poniéndose de pie para estirarse, su hermoso rostro se enrojeció como una manzana y su cabello se despeinó–. Me agradas.

Levanté la mirada hacia él y lo observé con cariño.

- ¿En serio? –Le pregunté, dudoso.

Sin responderme verbalmente asintió con la cabeza, proyectándome una sonrisa.

- Debo admitir que también me gusta hablar contigo –manifesté–. Y creo que...

Inesperadamente, llegó Mónica.

- ¡Saqué 20 puntos! –Retumbó Mónica con un carcajeo de jolgorio.

Antonio volvió a sentarse a mi lado mientras observaba a Mónica celebrar.

- ¡Te felicito! –Congratuló él–. Pero, ¿Cómo hiciste sí no estudiaste?

- Yo tampoco sé jajajajaja –respondió Mónica, sarcásticamente–. Pero, es el privilegio que tenemos los que estudiamos en universidades mediocres como la nuestra.

Mónica cogió sus cosas de la mesa, se veía algo apurada. No quería sentarse.

- ¡Felicidades, pedazo de conformista comunista! –Añadí divertidamente y luego dije–: Oigan, ¿Qué estamos haciendo acá sí por lo que veo el profesor no dará la clase?

- Deberíamos irnos –sugirió Antonio, quitándose sensualmente la bata.

Le arrojé una mirada deslumbrada.

- Vámonos, –propuso Mónica–. Es temprano.

- ¿Qué van a hacer ahorita? –Les pregunté a ambos.

- Yo iré a descansar –respondió Antonio cansinamente–. Anoche no pude dormir nada.

- Entiendo –dije, levantándome de la silla con la mochila en mi espalda–. Yo iré a las prácticas médicas, tengo semanas sin ir.

- Sólo quiero llegar a casa para estudiar –añadió Mónica–. Necesito estudiar.

Los estudiantes del salón se nos quedaron viendo.

- ¿Qué harán el fin de semana? –Interrogó Antonio, caminando a nuestro ritmo.

- Estudiar –le respondí soltando un suspirar.

- Apenas es lunes jajajaja –graznó Mónica–. Yo ni siquiera sé qué haré hoy con mi vida y tú preguntando qué haremos el fin de semana.

Antonio soltó una risa incómoda.

- Perdón –excusó–, sólo quería saber si querían salir a algún lugar para estudiar.

- Yo sí puedo –afirmé–. Creo que la otra vez te di mi número de teléfono, ¿Aun lo tienes? Puedes escribirme cuando quieras.

Mónica me arrojó una mirada burlona.

- Sí –asintió él con la cabeza–, todavía lo tengo guardado en mis contactos. Te escribiré.

Salimos de la universidad y llegamos a la acera de la calle.

- Adiós Antonio –se despidió Mónica, dándole un abrazo instantáneo.

- Cuídate –le respondió él.

Antonio y yo nos miramos, petrificados y embelesados.

- Nos vemos el jueves –balbucí, levantando la mano y moviéndola hacia los lados.

Antonio se acercó y me abrazó, puse mis manos en su espalda y lo acaricié suavemente.

- Cuídate mucho, ¿Sí? –Dijo, tomándome de los brazos.

- Tú también –convine, dedicándole una mirada.

Antonio se fue y me quedé con Mónica viéndolo marcharse, ambos nos quedamos callados.

- Creo que alguien se está enamorando –ironizó Mónica, rompiendo el silencio–. Y muy rápido.

- ¿Quién? –Le contesté, borrando mi estúpida sonrisa de enamoramiento.

- No te hagas el amnésico –bufoneó– sabemos que ahí está pasando algo.

- No digas tonterías –rezongué–, sólo me parece un chico muy atractivo.

- Ustedes serían la típica pareja caucásica de las series adolescentes de Netflix –dijo ella soltando una profunda espiración–. Incluso, la típica pareja que todos vemos en el porno gay.

- Esto es tan cliché –verbalicé mientras cruzábamos a la otra calle–, de todas formas él es heterosexual. No tengo nada que decir en mi defensa.

- ¿Le estás diciendo heterosexual al chico con el que simultáneamente tienes una especie de atracción? –Replicó Mónica.

- Ni siquiera sé qué fue eso, por Dios –me quejé–. Pero, ya sé quién será mi próximo trauma y eso no está bien.

- No seas pesimista –refutó Mónica, dándome un manotazo en el brazo–. Yo sí siento que le gustas.

- ¡No! –Insistí, negando la cabeza–. Simplemente, nos confundimos al ver la manera en la que me trata.

- Quizá no quieres aceptar que hay una gran conexión, pero, tarde o temprano llegará el momento en el recordarás lo que te dije, y verás que siempre tuve la razón. –Expresó Mónica.

- Mónica, él es hetero –continué.

- Al menos es lo que pretende demostrar –dijo, dándose por vencida–, estoy muy segura de que él no es completamente heterosexual.

Observé a Mónica pensativamente.

- Lo pensaré –hablé con la voz trémula–, solo espero no salir herido e ilusionado.

- No está mal intentarlo –dijo Mónica–. Únicamente, sigue tu instinto y encontrarás la verdad.

- Gracias, Mónica, así lo haré.

- ¿Cuándo nos vemos? –Preguntó, cambiando de tema–. Quiero que estudiemos para la clase del jueves, estoy muy perdida con inmunología. No entiendo nada.

- Podríamos vernos mañana temprano –respondí afirmativamente–. Así yo podría repasar algunos temas.

- Está bien –afirmó–, más tarde te llamo por sí tengo algunas de mis crisis existenciales.

- Ok, te quiero mucho. Nos vemos luego –ultimé.

Me dirigí al centro comunitario de salud para asistir a las clases prácticas de medicina, no había mucho que hacer ahí, pues siempre me sentaba a leer mis libros de fisiología y anatomía mientras escuchaba al personal de salud encumbrar al régimen de Maduro. Todos sabían que yo era el único estudiante que no hablaba con ninguno sobre el tema, me hacían sentir como una basura al lanzarme indirectas y poner malas caras cuando me veían llegar. Se supone que debía aprender algo cuando asistía a las prácticas, pero simplemente aprendía una nueva razón para detestarlos y maldecir el día en que caí tan bajo como para estudiar ahí.

La frustración estaba carcomiendo mi juventud, y la única esperanza que me mantenía vivo era la de ser un buen médico, algo que parecía imposible debido a la universidad en la que me estaba preparando. La desorganización y la mala reputación de ésta facultad estaba quemando mi sueño de ser un futuro neurocirujano, no podía dejar de pensar en la cantidad de países que rechazaban el diploma que otorgaba ésta universidad a sus médicos.

La presión se hacía cada vez más insoportable, porque la universidad no tenía un mecanismo académico eficiente con el que pudiera impartir un aprendizaje completo sino incompleto.

Los días transcurrían y mi tiempo se perdía, creyendo que una luz iluminaría el abismo en el que me perdía. Me miraba en el espejo con los ojos llorosos, observando deformidades imaginarias que me hacían ver como una bestia afligida y dolida. A veces quería sentirme acompañado, ser la persona favorita de alguien y creer que algún día sería lo suficiente, pero dentro de mí sabía que, nadie en el mundo se fijaría en una cosa tan rara como yo. La soledad de mis noches era la prueba de que jamás sería el sueño de nadie, solo tenía a los demonios de mi pasado gritando para salir de mi cabeza, cada persona que entraba a mi vida salía corriendo cuando veía la pesadilla en la que se sumergía. Mi mundo se acababa y me aferraba a la inexistente visión que le daba a los falsos espectros que me protegían, los que terminaban devorándome con el hambre de la envidia y la traición.

Tenía el presagio de que mis tormentos me devastarían en las solitarias noches de octubre, las ojeras de mi rostro y los pensamientos de mi quebranto alimentaron el insomnio de mis feroces madrugadas, los monstruos de mis pesadillas hicieron un pacto con la Luna para teñir de sangre los cielos que algún día fueron azules.   

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