Capítulo 58: Adiós.
El 15 de septiembre del 2023 le dije adiós a personas que nunca quise despedir, por cada despedida se cerraba una puerta y ascendía un escalón hasta la cumbre en la que tomaría el impulso final. Después de darles un adiós a mis amigos llegó el turno de decirle adiós a mis mascotas, a mi madre, y a mi hermana. A pesar de la tristeza, mantenía la esperanza de que no fuera una despedida sino un hasta pronto. Sin embargo, no pude despedirme de mi mejor amigo y eso me afectó aún más.
Mis lágrimas empañaron el cristal de mis gafas, parecía que el oxígeno estaba agotándose porque me estaba asfixiando de la ansiedad. Abracé a todos mis gatos y les di un beso en sus pequeñitas narices, le di un fuerte abrazo a mi perrita y lloré mientras le hablaba, sabía que me entendía aunque no podía responderme. Los animales tenían un semblante triste y apagado, aquellas miradas asustadas e inocentes lo decían todo. Cogí mí equipaje y salí de mi habitación, aquella que en algún momento fue mi refugio y mi patíbulo.
Temerosamente, sintiendo un nudo en la garganta salí de la casa con la cabeza agachada, Vivi estaba esperándome afuera con mi mamá. Cerré la puerta y suspiré en silencio con incertidumbre, no tenía idea de lo que me esperaba al otro lado del mundo y parecía difícil salir de mi zona de confort. Mi equipaje estaba pesado, a pesar de que simplemente tenía la misma ropa vieja de siempre. Cerré los ojos y pensé en mis abuelos, derramé una lágrima y les agradecí en mi mente mientras las nubes oscurecían el día. Evité que ellas me vieran llorar, por cada momento que reprimía mis emociones crecía una bomba nuclear a punto de estallar. Salimos del vecindario y caminamos hasta el terminal de pasajeros, aquel sentimiento era parecido al que tuve cuando me dirigía al cementerio para el entierro de mis abuelos, sentía que iba a morirme y por ende debía despedirme de las mujeres que más importaban en mi vida.
Vivi traía puesto su crop top favorito de Barbie, tenía el cabello suelto y voz se quebraba cuando hablaba. Mi mamá tenía la camiseta que le regalé en su cumpleaños pasado, con la mirada ojerosa ocultaba el dolor de mi partida con una sonrisa desabrida. El ambiente de la estación de autobuses era fatídica, cuando encendían los autobuses brincaba del susto al oír sus motores. De pronto, el hielo se rompió cuando llegó el autobús en que me iría, mi mamá se intranquilizó y empezó a llorar perturbadamente. Vivi mantuvo aquel profundo y doloroso silencio hasta que el bus se estacionó a nuestro frente, al escuchar el motor entró en una crisis de ansiedad de la que no podía escapar.
- Creo que ha llegado el momento –titubeé, quitándome las gafas. Dejé escapar un bufido y el llanto se hizo incontrolable.
- No –negó Vivi, lanzándose sobre mí con un gran abrazo–. No sé qué haré sin ti, dime que te volveré a ver y que esto no es una despedida.
- Te amo demasiado –gimoteó mi madre, abrazándonos a los dos–. Siento que esto es una pesadilla. ¿Por qué es tan doloroso?
- No sé qué decir –balbucí, coloreándome con nostalgia–. Supongo que estoy haciendo lo correcto para la libertad y el porvenir de nuestras vidas.
- Nunca lo dudes –replicó Vivi, ahogada en sus lágrimas–, tomaste la mejor decisión en tu vida.
- Estamos muy orgullosas de ti –murmuró mi madre, resoplando con clamor–. En Francia te espera lo más perfecto e inimaginable y te lo puedo jurar.
- Tengo miedo –continué, llorando–. ¿Qué he hecho con mi vida? ¿Por qué me voy? ¿Y sí tomé el camino equivocado?
La brisa vespertina erizaba el vello de mi piel, estaba estremecido del terror.
- No dejes que el miedo te haga olvidar las razones por las cuales saldrás a volar –dijo mi hermana, abrazándome más fuerte–. Te sobran razones para irte de este horrible lugar.
- Está bien tener miedo –musitó mi mamá, mirándome a los ojos con una sonrisa triste y confusa–, no podemos verlo ahora... Pero, cuando estés volando por los cielos de París recordarás todo lo que te llevó hasta ese hermoso lugar.
- Prometo que volveremos a vernos –aseguré, asintiendo con la cabeza–. Todo este dolor pasará cuando nos reencontremos en Europa.
- La historia no termina aquí –aseveró Vivi con un gemido–, porque a donde quieras que vayas te seguiré hasta el fin del mundo.
- No importa qué tan irresoluto sea el futuro –agregó mi madre desconsoladamente–, esto no será un adiós sino un hasta pronto...
- Porque el viaje apenas comienza –concerté, perdido en la melancolía y la tristeza.
- Y de eso se trata la vida –añadió Vivi con la voz llorosa–, la vida es un viaje sin retorno.
- Este viaje será nuestro –sollocé–, porque las llevaré en mi corazón en todo el camino.
- Tienes que enviarnos muchas fotografías de cuando estés en el avión –arrojó mi mamá, limpiándose las lágrimas. Tenía la voz temblorosa.
- Y de cuando llegues a Turquía –interrumpió Vivi.
- Y finalmente, cuando aterrices en París –concluyó mi madre–, ahí empezará tu nueva vida, una en la que ya no sientas miedo y puedas ser feliz.
- Les amo con todo el poder de mi alma –aseguré, abrazándolas entre risas y lágrimas–, yo siempre las amaré hasta el último día de mi vida. Aún no me quiero ir.
La gente estaba subiéndose en el autobús que esperaba por mí, había mucho ruido y quería gritar.
- Ya no hay vuelta atrás –dijo mi mamá, acariciando mis lagrimosas mejillas–. Llegó tu momento para partir. Te amé desde el primer momento que te sentí pateando dentro de mí vientre, pero te amé mucho más cuando te escuché llorar en la noche que naciste. Hoy te amo muchísimo más al ver que saldrás a volar muy lejos de aquí. Te amo y siempre lo haré. No importa qué tan lejos estés, seguiré siendo tu mamá aunque te vayas a la Luna y yo me vaya a Saturno.
Mi cuerpo estaba temblando exageradamente, sentía que me estaba muriendo por dentro.
- Te amo mamá –lloriqueé entristecidamente, le di un último abrazo y besé su frente.
- Te amo, Vivi –le hablé a mi hermana, abrazándola con aflicción–. Antes de irme quiero que me prometas algo...
- Dime –sollozó, consternada y apagada.
- Nunca más vuelvas a autolesionarte –susurré.
Vivi agachó la cara y asintió mientras sus lágrimas caían sin cesar.
- ¿Se lo prometes? –Le preguntó mi mamá, su rostro estaba constreñido del llanto.
- Si –afirmó, abatida. Vivi estaba alterada, sus manos estaban heladas–. Lo prometo.
- Cuando lo hagas, piensa que también me estás mutilando –balbuceé–, eso también me hace daño porque eres mi hermana gemela. Eres valiente, inteligente y hermosa. Estoy muy orgulloso de ti.
- No quiero hacerte daño –negó con la cabeza–, te lo prometo... No volveré a cortarme.
- Siempre estaré para ti cuando lo necesites –vaticiné, haciéndole una mueca–. Tú y mi mamá son lo único que tengo y no quiero perderlas por nada del mundo. Y cuídense mucho, por favor, pidan ayuda y nunca se queden calladas.
- Está bien –concertó mi mamá, nunca la vi tan afligida–, dándome una palmada en el brazo.
Repentinamente, el chofer del autobús comenzó a tocar la bocina para que se subieran los pasajeros que faltaban.
- Bueno –musité, temblando con el llanto–, no quiero decirles adiós, sino hasta pronto... Nunca dejen de soñar porque los sueños sí se hacen realidad. No estén tristes por mí, celebremos juntos esta victoria porque soy libre a partir de ahora. Hoy nos estamos despidiendo en este espantoso lugar, pero mañana seré yo quien las estará recibiendo en un aeropuerto de Francia.
El chofer volvió a tocar la bocina, solo faltaba yo por subirme.
- Hasta que la vida vuelva a unir nuestros caminos –arrojó mi mamá con un tono de voz desgarrador–, eres mi príncipe encantador y sé que tú nos rescatarás.
- Te amamos –ultimó Vivi, balbuceando inconsolablemente.
Volví a abrazarlas fuertemente y les dije con rapidez:
- La única manera de que los humanos descubran cómo llegar a alguna parte es dejando algo atrás –dije sentimentalmente con los ojos enrojecidos y la voz quebrada–, muchas gracias a ambas por siempre estar a mi lado y por nunca dejarme solo. Les aseguro que haré todo lo humanamente posible para volver a verlas una vez más, sé que cuando ese día llegue no volveremos a despedirnos nunca más. No me conformaré con verlas en mis sueños hasta que se hagan realidad.
Las solté lentamente y comencé a alejarme mientras caminaba en reversa. Las piernas me temblaban hasta tropezarme con mis propios pies, tuve tanto miedo que lloré a gritos. La gente se me quedaba mirando, estaba hecho pedazos y sentía que me estaba pudriendo por aquel maldito dolor tan enorme. Mi corazón estaba latiendo muy rápido, parecía que todo a mí alrededor daba vueltas porque sentía que me caería.
- ¡Sé libre! –Gritó mi mamá, llorando ahogadamente–. Que Dios te bendiga. ¡Vuelta muy alto!
- ¡Te amamos! –Vociferó Vivi, petrificada y atormentada por el dolor–. Siempre estaré contigo a dondequiera que vayas.
Vivi abrazó a mi mamá mientras me despedían entre gritos, sollozos y suspiros. Mi corazón se rompió cuando me subí al autobús y las vi desde arriba mientras la puerta se cerraba, con el pesado equipaje en mis manos lo arrastré en el pasillo y continué mirándolas desde las ventanas a medida que me acercaba al asiento. Me senté al lado de la ventana y las vi con los ojos nublados de lágrimas, hipando y llorando en un mar de sufrimiento. El conductor encendió el autobús y mientras aceleraba vi cómo mi madre se desesperaba, mi hermana cayó de rodillas y comenzó a gritar mi nombre con desconsuelo, mi mamá la levantó del suelo y la abrazó fuertemente.
Mientras el bus se alejaba con velocidad sentía que había tomado la decisión incorrecta, ya no podía hacer nada para volver y tampoco quería hacerlo, lo único que extrañaría de esa ciudad era mi madre y mi hermana. Con la respiración agitada tuve un ataque de pánico en mi asiento, comencé a ver todo borroso y tenía un desagradable hormigueo que estremecía mi cuerpo. No podía respirar calmadamente y parecía que me ahogaba, la gente me miraba raro y escuchaba que entre ellos se susurraban; encendí mi teléfono y le escribí a mi mamá, pero mis mensajes no le llegaban porque no tenía cobertura en el autobús. Cerré los ojos y me concentré en mis sueños, a pesar de que tuve miedo nunca me olvidé de las metas y de los objetivos que debía cumplir. Recordé lo importante que era mi viaje y me dormí al fantasear con las calles de París.
Después de 8 horas en carretera llegué a la ciudad de Valencia en la madrugada, no podía irme de Venezuela sin despedirme del hombre que se comportó como el padre que nunca tuve. Mi padrino Juan Carlos me abrió las puertas de su hogar y me recibió junto a sus hermanos, José Manuel y Norka, mi bella psicóloga. Aunque mi vuelo a Turquía era el 19 de septiembre, pasé el fin de semana con ellos para tranquilizarme y fortalecerme. Mi psicóloga estuvo ahí dándome las herramientas psicológicas que necesitaría para enfrentar cualquier situación en Francia. Ellos fueron mi mayor consuelo.
Finalmente, el lunes 18 de septiembre partí de su casa y me dirigí al aeropuerto para pasar la noche y esperar mi vuelo por la mañana. Fue otra despida muy triste, pero ya no quedaba nadie más por despedir... Solo debía despedirme de la persona que nunca más volvería a ser.
A ese punto no me quedaba más que liberar todo lo que no me podía llevar, lo único que me llevaría en la mente eran los recuerdos y los traumas que deseaba borrar con el paso de las experiencias. Cuando llegó mi avión supe que esa sería la máquina que me haría volar por el tiempo, viajando desde el imborrable pasado hasta el inquietante futuro que todavía no conocía. Con el pasaporte en la mano hice una larga la fila para entrar al avión, le escribí un mensaje a mi mamá, a mi hermana, a Irene y a mi padrino. Estaba asustado y feliz por lo que venía.
Entré al avión y busqué mi asiento emocionadamente, estaba nervioso y feliz de que había llegado el momento de enfrentar mi miedo a los aviones. Ahí entendí qué tan grande era mi valentía de aventurarme a un mundo completamente desconocido, me senté en mi asiento y miré a mi alrededor con un nudo en la garganta; de todas las emociones que tenía sabía que la más grande era mi felicidad, el miedo se convirtió en algo divertido cuando encendieron las turbinas del avión y comenzó a despegar. Tuve un ataque de risa y comencé a reírme de mí mismo, mi risa fue tan contagiosa que algunos de los pasajeros y las azafatas también se carcajeaban conmigo, la razón de ello era que la mayoría de los pasajeros estaban nerviosos como yo y el sentimiento era mutuo.
El avión despegó y se elevó por las nubes como un ave, el cosquilleo en mi estómago era el mismo que se sentía en una montaña rusa. Estaba impresionado y frenético al ver la rapidez con la que avión se alejaba de Venezuela. Sentí miedo cuando miré el mapa en la pantalla del asiento, todavía tenía aquella voz en la mente que me decía: « ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Y ahora qué?». Las lágrimas aparecieron nuevamente cuando desperté en mi realidad, ya no se trataba de un sueño sino de un hecho, ésta vez no lloré de tristeza sino de felicidad. En medio de un denso torbellino de emociones recordé a mis abuelos y todas mis lágrimas salieron juntas, con la imaginación en las nubes y mi corazón en el cielo les hablé desde mí ser interior:
«Abuela, abuelo, debo admitir que tengo mucho miedo y es importante aceptarlo para superarlo, estoy enfrentándolo desde que me subí a este avión y no puedo dejar de pensar en mi mamá, cuando la recuerdo a ella y a mi hermana es como si las hubiera abandonado, pero necesitaba salvarme a mí mismo para poder salvarlas a ellas. Tómenme de cada mano y llévenme con bien a todas partes; aunque me siento perdido sé que ustedes están conmigo porque puedo sentirlo. Finalmente, lo logré y este logro quiero compartirlo con ustedes porque siempre creyeron en mí cuando vivían. Ahora que estoy en el cielo me siento más cerca de ustedes, gracias por todo y por tanto, solo espero que se sientan orgullosos de mí porque nunca imaginé que lo logaría. Les prometo que algún día seré más grande lo que soy hoy... Porque seguiré creciendo»
El avión despegó de Venezuela a las 10:00 am y según mi reloj eran las 2 de la tarde, me pareció raro porque todo era de noche. Es algo todavía no puedo comprender desde el punto de vista científico, pero fue interesante la forma en la que el tiempo transcurría dentro del avión. Los pasajeros estaban durmiendo como si fuera medianoche, pues aterrizaríamos en Estambul cuando allá fuesen las 5:00 am. Eso era asombroso, el día apenas comenzaba y debía mantenerme despierto otra noche cuando mi reloj indicaba las 2:00 pm. En ese instante el horario de Venezuela no importaba porque estábamos volando a la mitad del océano Atlántico. Nunca olvidaré cuando el avión entró a los cielos de Europa, las luces de España y las turbulencias de Ibiza hicieron que me olvidara de las penas que traía de mi vieja vida.
Después de 10 horas de vuelo, el avión aterrizó en el aeropuerto de Estambul. La felicidad que experimenté al ver las luces, los altos rascacielos y las enormes autopistas me recordó a Dubái y a Nueva York. Los impresionantes monumentos de la arquitectura otomana e islam me cautivaron desde las alturas mientras aterrizaba. Parecía que estaba en el mundo de Aladdín, es una comparación notoriamente irónica, pero eso fue lo primero en lo que pensé cuando me bajé del avión y vislumbré la ciudad. Eran las 5:00 am del 20 de septiembre, mientras mi reloj indicaba la fecha y la hora de Venezuela, tenía las 7:10 pm del 19 de septiembre. No creía la belleza que me circunvalaba, por primera vez en la vida estaba viviendo el momento con que el que siempre soñaba.
El aeropuerto de Estambul me intimidó con su gigantesco tamaño y su lujosa tecnología, había más de mil personas a mí alrededor viendo los códigos de sus vuelos en las grandes pantallas. Mi próximo vuelo era rumbo a París y salía al mediodía. Mientras deambulaba por el aeropuerto conocí a muchas personas que viajaban a Australia, Escocia, Japón y Finlandia. Me sorprendí orgullosamente al ver mi capacidad de interactuar con las personas, todo era bastante nuevo para mí y quería hacer amigos de diversas partes del mundo, aunque mi inglés no era tan bueno lo puse en práctica e hice de ello una experiencia inolvidable de la cual hoy tengo la dicha de escribir.
Mi corazón sanaba lentamente a medida que me aventuraba a lo desconocido, solo era un chico de 23 años con un equipaje lleno de sueños y 100 dólares en el bolsillo. Ya no le tenía miedo a nada, estaba brillando con la luz propia que titilaba esplendorosamente de regocijo. Todo el mundo se veía elegante y superior a mi lado, yo solo tenía mis viejas converses y el mismo overol que usaba para ir a la universidad. Cada segundo era una eternidad para esa gran felicidad, encendí mi teléfono y me conecté a una red de Wi-Fi para escribirle a Vivi, a mi mamá, a Irene y a mi padrino Juan Carlos. Fue muy extraño hablar con ellos porque me sentía como una ilusión espectral del futuro, en Turquía era miércoles y en Venezuela martes, el cambio de horario me parecía bastante sugestivo porque prácticamente me había saltado un día de mi vida.
Desafortunadamente, no pude hacer el tour por Estambul por razones de tiempo limitado. Es una regla importante estar en el aeropuerto cinco horas antes del vuelo, sí hacía el tour podría perder mi avión. Con mucha paciencia esperaba mi vuelo mientras caminaba cerca de la terminal, la curiosidad de salir a recorrer Estambul era increíblemente tentadora, pero pude haberme perdido en una enorme ciudad en la que ni siquiera hablaban el español o el inglés.
Mi nueva aventura estaba por comenzar, llegó la hora de mi próximo vuelo y el destino final era Francia. Cada vez faltaba poco para cumplir la meta más esperada de todas.
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