Capítulo 54: Adiós, Dr. Michael.
Tiempo después...
Hubo un rebatimiento masivo en mis proyectos de vida, pues desafortunadamente nada de lo que soñaba salió como esperaba y eso me provocó mucha frustración. Cada día era una batalla más fuerte que la del día anterior, mi rendimiento académico cayó muy por debajo de la normal, simplemente no tenía la más mínima motivación de continuar estudiando en esa "universidad", estaba desperdiciando mi potencial y mi brillo al ser obligado a estudiar el chavismo. No me gustaba normalizar lo que otros veían normal.
Sí se preguntan por Antonio, parecía que estaba obsesionado conmigo, nunca me quitaba los ojos de encima y siempre buscaba la forma de acercarse, yo prefería mantenerme lejos. Él logró aprobar el año con la ayuda de aquellos profesores que aprobaban a todos los malos estudiantes para no dejar a nadie por fuera, mientras que otros nos esforzábamos estudiando de día y noche para tener la buena calificación que se les daba como regalo a los irresponsables menos aplicados; así es como estos estudiantes con mala preparación son enviados a los hospitales para matar gente con malas praxis, esos mismos médicos chavistas a los que el gobierno les regalaba el título universitario.
No sé en qué momento me convertí en el enemigo número 1 de toda la universidad, me tachaban como el opositor que siempre estaba en desacuerdo con lo que ellos querían adoctrinarme. Tenía tanto estrés acumulado que ya no podía tolerar más infortunios en ese lugar, solo vivía con el motivo de cambiarme de universidad y por primera vez sentir que estudiaba medicina.
Mi vida se estaba desviando por otro camino que con más probabilidades me llevaría a la cima, pues alguien a quien quiero y respeto mucho me brindó la oportunidad de comenzar de cero y luchar por mis sueños, Irene Valle, esa mujer que comenzó ganándose mi corazón como lectora y luego como una segunda madre. Su enorme corazón iluminó mis días más oscuros con las esperanzas de volver a vivir y de ser feliz, Irene se propuso en ayudarme a salir del infierno que no solo estaba viviendo en mi hogar sino en mi país como general. Me brindó el apoyo económico para obtener mi pasaporte y se animó en llevarme a los Estados Unidos junto a ella, nunca pensé que alguien me adentraría a su familia como Irene lo hizo, pasé de ser un autor que ella leía a un nieto que tanto quería. Nunca me cansaré de expresar mi agradecimiento hacia Irene, el hecho de que ella forme parte de ésta historia le da un toque muy feliz.
Tenía la meta de llegar a Netflix con la finalidad de presentar mi saga "PLÉYADES" y así obtener una adaptación cinematográfica, además, pensaba en volver a empezar la carrera de medicina en una de las grandes universidades de Estados Unidos, Irene tenía convicción y la credibilidad total de que yo podría ingresar a Harvard. Estaba muy emocionado por salir de Venezuela, quería mudarme a un país donde me sintiera seguro. La magia duró poco, caí desde lo más alto a lo más bajo cuando mi visado fue rechazado, Irene era la única que comprendía mi desilusión, hizo todo lo que pudo para ayudarme por el medio legal y nada fue posible para los dos.
A consecuencia de ello, me detuve con decepción para caer en el abismo y tocar fondo. No estaba pasando por un momento fácil, no tenía empleo, me estaba enfermando y estaba viviendo situaciones que peligraban mi vida. Estaba exhausto de tanto soñar y nunca ver el fruto de mis esfuerzos.
Ahí estaba de nuevo, otro día más tachado en la lista negra de mis sueños perdidos. Asistía a la clase de semiología un viernes por la tarde, la doctora que enseñaba la asignatura no tenía los conocimientos suficientes para explicar la clase, ni siquiera conocía la anatomía del cuerpo humano, lo cual era lo más esencial en un médico o en un estudiante de medicina. Odio que mis recuerdos me hagan criticar todo el tiempo, pero callé por casi tres año que ya no puedo seguir reprimiendo mí sufrimiento en ese calvario.
Empezando el año hice dos nuevas amigas que se integraron en nuestro grupo, Camila y Gala, eran nuevas en la facultad y no conocían a nadie. Estábamos sentados en la misma mesa de siempre con Nairobis y Mónica, mientras la doctora platicaba con los demás de política, yo conversaba con mis amigas sobre patologías. Camila era una chica muy alta, tenía el cabello largo y castaño. Gala, tenía una complexión maciza y su piel era morena, adoraba su carisma y su cabello rizado.
La Dra. Stephanie aborrecía nuestro equipo, siempre hallaba la manera de hacerme sentir mal ante los demás, sabía que éramos los opositores de la facultad que siempre estaban en desacuerdo con todo lo que ellos hacían o decían. Me desmotivaba tanto entrar a cada una de sus clases, llegó un momento donde prefería no participar porque pretendía hacerme quedar en ridículo ante los otros alumnos, estaba muy afincada en desprestigiarme.
Describiré cada detalle de la Dra. Stephanie, era robusta, vulgar, malhablada, desaseada, gruñona y tenía el cabello mal teñido. Era una completa cínica, siempre faltaba a las clases y cuando volvía, nos mandaba múltiples exámenes sin explicar algo correcto previamente; solo se sentaba con su teléfono a tartamudear lo que leía. Supongo que tenía una lesión severa en el área de Broca, la porción del cerebro que proporciona los circuitos nervios para la formación de las palabras. No la culpaba de su ineptitud, al contrario, sentía curiosidad por abrir su cráneo y extraer una parte del lóbulo frontal para estudiar y comprender el origen de su idiotez. .
- ¿Sabían que mediante una interrupción quirúrgica se pueden inhibir las vías dolorosas? –Añadí repentinamente con asombro y entusiasmo.
- ¿De verdad? –Curioseó Camila, centrando su atención en lo que hablaba.
- Parece imposible –opinó Gala, levantando una ceja–, creo que sería una cirugía bastante delicado... ¿No?
- Recientemente leí algo similar en un libro de neurocirugía y me pareció verdaderamente interesante –convino Mónica, cruzándose de brazos con intriga–, pero no quise irme a tanta profundidad...
- ¿Cuál sería el procedimiento quirúrgico a seguir? –Inquirió Nairobis, mirándome atentadamente.
- Únicamente se realiza con personas que sufren dolores intensos y subversivos –expuse, gesticulando con las manos–, el procedimiento comienza cuando se destruye cualquiera de las vías doloras. Sí el dolor se manifiesta en la región más declive del cuerpo, procedemos a realizar una cordotomía de la zona alta del tórax. Para ello se corta la médula del lado opuesto al que genera el dolor, esto interrumpe el haz espinotalámico. Pero, no se confundan con algo, eh –indiqué, cambiando de tono–, una cordotomía no alivia el dolor de la parte alta del cuerpo, solo de la parte baja. ¿Sí me entienden? –Ellas me miraban con fascinación y sorpresa mientras anotaban lo que yo decía–. Porque las fibras dolorígenas de la parte alta no cruzan hacia el lado opuesto de la médula espinal antes de alcanzar el bulbo raquídeo, en éstos pacientes el haz espinotalámico se corta a nivel del tallo cerebral cuando pasa por encima de la oliva inferior –gesticulé con las manos, cogí mi lápiz y les expliqué en una hoja de papel–, esta intervención quirúrgica se denomina tractotomía bulbar.
Mis amigas anotaban todo para luego investigarlo y estudiarlo.
- ¡Wow! –Exclamó Diana, apareciendo rápidamente, se veía muy sonriente y asombrada. Llevaba rato escuchándome–. Michael, me encanta cuando explicas con tanta seguridad y naturalidad.
Diana se sentó con nosotros, me sentía en buena compañía. La saludé con un abrazo y le di un beso en la frente.
- ¿Y qué pasa sí el dolor nace en el cuello o en la cara? –Averiguó Camila, sugestiva.
- En ese caso ni la tractotomía bulbar da buenos resultados –alegué con fundamento–, en una ocasión como esa se interviene con otro procedimiento. Esto con la finalidad de destruir los núcleos del grupo posterior del tálamo, es ahí donde las terminaciones del dolor hacen sinapsis con las neuronas del tercer orden.
- ¿Dónde están ubicadas estas neuronas del tercer orden? –Cuestionó Diana.
- Se localizan ligeramente por detrás del complejo ventrobasal –respondí–, es el que se encarga de transmitir las sensaciones táctiles, de tal manera de que éstas no sean perturbadas.
- ¿Qué pasa sí hay una extirpación completa de las zonas sensitivas de la corteza cerebral? –Preguntó Nairobis.
Su pregunta me hizo escudriñar los estratos más profundos de mi memoria, sabía que ya lo había leído anteriormente. Muté pensativamente y luego recapacité.
- Es irónico, pero la extirpación de la corteza no suprime la capacidad para percibir dolor –establecí–, se cree que los impulsos dolorosos que llegan al tálamo y a otros centros del diencéfalo generan ciertas percepciones conscientes del dolor. Esto es impactante, pues en la corteza cerebral hay más de 9300 millones de neuronas.
- ¿Seguro que muestra alivio en el paciente? –Cuestionó Mónica, boquiabierta.
- Por supuesto –respondí–, mi querido autor y médico fisiólogo Arthur Guyton lo explicó en uno de sus tratados de fisiología. ¿Sabían que la estimulación eléctrica de la corteza visual hace que el paciente perciba destellos luminosos en su vista? Como colores, brillos y luces.
- Oh –dijo Diana, estupefacta–, ¿Y qué pasa sí se estimula eléctricamente la corteza auditiva?
- Supongo que el sujeto percibe sonidos –respondió Gala, dudosa–, ¿No?
- Sí –reafirmé–, de hecho, la estimulación eléctrica del lóbulo temporal del cerebro y de la circunvalación angular en un paciente consciente, desencadena en él pensamientos muy complejos, incluidos los recuerdos y las alucinaciones.
- ¿Qué pasa sí en un accidente craneoencefálico a la persona se le destruye el lóbulo temporal y la circunvalación angular? –Mencionó Camila, perdida en sus dudas.
- Sencillamente, su intelecto queda destruido –razoné pensativamente–, el paciente puede quedar severamente afectado al interpretar los mensajes sensitivos. A continuación, diré algo que sonará quizá un poco psicópata jajajaja, no sé cómo lo tomen ustedes, pero... A mí me encantaría estimular los núcleos perifornicales del hipotálamo.
- ¿Por qué? –Preguntó Diana, muriendo de la curiosidad y desorbitando sus ojos.
- En algunos experimentos realizados con seres humanos y animales se han observado reacciones violentas –comenté–, el sujeto puedo adoptar posición de defensa, el animal sacaría sus garras, tanto como el sujeto y el animal pueden sisar, escupir y gruñir. El día en que sea neurólogo, neurocirujano o psiquiatra, escribiré un libro eso. Es fantástico.
- ¡Joder, ese libro sí que sería icónico! –Espetó Mónica–. Puedes desencadenar ataques salvajes en un individuo solo estimulando una región de su cerebro, wow.
- ¿Qué ocurre cuando tenemos un ataque de ansiedad? –Añadió Diana.
- Se produce hiperactividad –contestó Nairobis– en toda la musculatura del cuerpo y en el sistema simpático. Se liberan grandes cantidades de adrenalina, la cual actúa de manera rápida y directa sobre el sistema reticular. A consecuencia de esto, se mantiene la vigilia con lo que disminuye la probabilidad de que el sujeto pueda dormir.
- Ahora entiendo por qué no tengo sueño cuando tengo ansiedad –repuso Camila.
- Aumenta la frecuencia cardiaca –continué– y la presión arterial, hay palpitaciones, estreñimiento por aumento del peristaltismo intestinal, esto es lo que explica la diarrea neurótica en estos momentos.
- ¿Eres un admirador de Guyton? –Preguntó Diana, arrojándome una mirada mientras escribía el nombre del autor en su cuaderno.
- ¡Lo amo! –Aclamé con orgullo–. Espero algún día ser como él... Un respetable médico, fisiólogo y escritor.
- ¿Por qué te gusta tanto la fisiología? –Agregó Gala, interrogativamente–. Vemos que tu amor por la medicina es supremo.
Hice una pausa y suspiré mientras estructuraba una respuesta que reflejara mi pasión.
- Soy fan del estudio científico de las funciones y mecanismos de los sistemas vivos –dije con una brillante sonrisa, me ruboricé al instante–, la fisiología es una subdisciplina de la biología, pero ésta se centra en los órganos individuales, las células, las biomoléculas y las funciones fisicoquímicas del organismo –expliqué emocionadamente–. Conocer la historia de Arthur Guyton me ha permitido identificar lo que siento exactamente por la medicina, él quiso convertirse en un cirujano cardiovascular, pero después de quedar paralizado por una infección de poliomielitis en su último año de residencia, decidió concentrarse en la enseñanza e investigación de la fisiología –mientras hablaba sentía que mi ojos se humedecían, mi corazón hablaba por mí–. ¿Saben qué es la mejor parte de la historia? –Me detuve, haciendo un gesto conmovedor con el rostro–. A pesar de sentirse frustrado y fracasado por su incapacidad, nunca dejó de luchar por sus sueños. Sufriendo de parálisis en la pierna derecha, brazo izquierdo, y de ambos hombros, transcurrió nueve meses en los que le sacó provecho a su imparable don de la creatividad, así construyó la primera silla de suelas motorizada controlada por una palanca de mano, un elevador para pacientes y otros aparatos para inválidos. Guyton fue un innovador de la medicina y la ingeniería, es la persona que más me inspira a no darme por vencido. Por allá en 2020 durante la pandemia del COVID-19, conocí sus obras e inmediatamente me revelaron que la medicina era lo mío.
Comencé a llorar con una sonrisa inexpresiva, Mónica puso su mano sobre mi hombro y Camila acarició mi brazo. Los ojos de Nairobis estaban nublados de lágrimas, fue como sí ella hubiera sentido lo mismo que yo sentía. Diana se levantó y me abrazó por detrás.
- Siento que nunca seré lo suficientemente bueno mientras estudie en esta universidad –sollocé con las lágrimas recorriendo mis mejillas–, me siento dañado e incapacitado, no sé qué estoy haciendo con mi vida y me duele reconocer que aquí no me convertiré en el médico que quiero ser... Quiero ser un doctor muy adelantado para su época, quiero hacer nuevos descubrimientos en la medicina, quiero salvar vidas, quiero que mis pacientes se sientan seguros conmigo, por primera vez en la vida quiero hacer algo bien. Siento que estoy dando todo de mí para algo que arrojaré en la basura tarde o temprano, estoy a punto de tirar todo por la borda.
Diana volvió a su silla, se dio cuenta que la Dra. Stephanie la miró cuando se puso de pie.
- Te prometo que en un futuro no muy próximo estaremos juntos hablando de esto en la ULA –vaciló Camila, intentando darme la mejor seguridad para consolarme–. Nosotras sí creemos en ti, escúchame bien, Michael... Ya eres es un escritor, un estudiante de medicina que muy pronto estará en la universidad de sus sueños, te convertirás en uno de los médicos más asombrosos de la humanidad y nosotras estaremos ahí para recordarte todo lo que viviste para llegar a la cima.
- Estamos contigo –lloriqueó Nairobis, apretando mi mano–, solo recuerda que no estás solo. Nosotras respiramos tu dolor para suspirar la fortaleza que necesitas.
De repente, sentí que alguien estaba parado detrás de mí. Mis amigas se quedaron atónitas y nerviosas, intentaron hacerme una señal con sus ojos, pero no les entendía.
- ¿Qué pasa? –Les pregunté, limpiando las lágrimas con mí bata.
- ¡Michael! –Rezongó la voz chillona de la Dra. Stephanie.
Di un brinco de susto cuando gritó mi nombre, me di la vuelta y la vi parada detrás de mí.
- Levántate del asiento –ordenó con dominancia–, al parecer lo que estás hablando con tus amiguitas es más importante que mi clase. ¿No es así?
Me levanté inalterablemente y la enfrenté cara a cara. Mis ojos todavía estaban enrojecidos y aguados.
- Tú lo has dicho, Dra. Stephanie –le respondí apaciblemente–. La medicina es mucho más importante que la política. ¿O necesitabas una confirmación de mi parte?
Todos los alumnos empezaron a murmurar por la manera en la que le respondí, entre esos estaba Antonio y sus amigos, estaban despellejando mis espaldas en mi cara.
- No estábamos hablando nada malo, señora –le respondió Camila desde su asiento.
- Al menos nosotros estábamos hablando de medicina y no de política –protestó Mónica, alzando la voz–, esto es injusto. ¿Qué descaro es este?
- ¡Cállense la boca! –Les gritó la Dra. Stephanie con enfado y repudio.
- ¿Qué quieres de mí? –Le pregunté, desafiantemente.
La seguridad con la que me expresaba le fastidiaba.
- Te haré una pregunta –dijo, distanciándose para observarme como si fuera su siguiente presa–. Porque por lo que veo tú estás muy por encima de todos nosotros.
- Sí lo dices es porque lo sientes y eso te molesta, ¿Verdad? –Le sonreí con picardía.
Mis amigas me observaban con firmeza, sabían que no me dejaría aplastar por nadie antes de que yo lo hiciera. La Dra. Stephanie olía a tierra de cementerio, estornudé cuando se me acercó de nuevo.
- En el examen físico observamos la estatura del paciente –habló la Dra. Stephanie con la intención de asustarme–, ¿Qué nos explicas sí en un caso te encuentras con alguien que padezca gigantismo?
Pensé que sería una pregunta matadora, mis amigas empezaron a reírse cuando escucharon la pregunta mal planteada.
- El gigantismo es el exceso del crecimiento simétrico –le respondí, dirigiéndome a todos los estudiantes. Fue la oportunidad perfecta para dispararles con mi grandeza–, sucede en algunas ocasiones cuando las células acidófilas de la hipófisis anterior se vuelven muy activas en circunstancias patológicas como en un tumor hipofisario. Todos los tejidos del cuerpo crecen con velocidad e incluso los huesos –expliqué, desfilando en medio de la gente que hablaba mal de mí–, un dato curioso es que el gigante desarrolla una hiperglucemia y las células beta de los islotes pancreáticos terminan degenerando. Es lo que común se observa en pacientes con gigantismos, la diabetes sacarina típica.
Mi respuesta fue un golpe para la petulancia de la Dra. Stephanie, ni siquiera entendía lo que le había respondido. Mis amigas eran las únicas que sabían de lo que yo hablaba.
- ¿Qué es el hipo? –Preguntó rápidamente, eludiendo mi respuesta. No sabía cómo hacer para verme fallar.
- Contracción involuntaria del diafragma por estimulación del nervio frénico –contesté en un milisegundo–. ¿Hay algo más que quieras saber para explicarte?
No hubo respuesta, la Dra. Stephanie me dio la espalda y caminó a su asiento.
- Dra. Stephanie –la llamé delante de todos–. Yo tengo una pregunta para ti, soy tu alumno y me gustaría que me dieras una respuesta, no solo para mí sino para todos los estudiantes.
Los estudiantes se alarmaron cuando me escucharon retarla, ella se detuvo y se dio la vuelta para encararme.
- Dígame –respondió, pálida y estremecida.
- En la clase de hoy nos hablabas acerca de lo que son signos, síntomas y síndromes –dialogué–, creo que nace la necesidad de hacerte una pregunta bastante sencilla que probablemente sabrás responder para aclarar mis dudas.
- ¿Qué quiere preguntarme? –Titubeó, mirando a los lados como si alguien la fuera a salvar.
Interpreté su lenguaje corporal y lo percibí como un "auxilio".
- ¿Qué es un síndrome mielodisplásico? –Pregunté seriamente.
La Dra. Stephanie agachó la cara y se rascó la cabeza mientras pensaba, empezó a reírse con timidez. Miré a mí alrededor y noté que todos estaban observándome con enfado, aún recuerdo los ojos de Bruno y André, se veían irritados al no saber la respuesta. Fue tan divertido para mí que comencé a reírme.
- Depende –masculló la Dra. Stephanie con enredo y vergüenza–, porque eso ya es parte de psicología.
La Dra. Stephanie miró a todos los alumnos mientras sonreía, aquellos ineptos apoyaron la falsedad que ella respondió, loando y ovacionado su incoherente argumento.
- ¿Perdón? –Vacilé, confundido y sorprendido de su respuesta–. ¿Cómo vas a decirnos que una patología hematológica le pertenece al área de psicología?
Mónica comenzó a reírse junto a mis amigas, la Dra. Stephanie se sulfuró.
- Yo no dije eso –se contradijo, poniéndose a la defensiva–. Eso no tiene nada que ver con mi clase.
- Estuve atento a lo que hablabas acerca de los síndromes –intervine–, ¿Por qué mientes al decir que mi pregunta se sale del contexto?
- Entonces, ¿Qué es un síndrome mielodisplásico? –Volví a preguntarle, analizando su inquietud.
La Dra. Stephanie se arrepintió de haberme intentado humillar delante de la chusma que la apoyaba, pretendía derribarme y terminó derribándose ella sola, me miró con odio y se dio la vuelta para irse a sentar. Sacó el teléfono de su bolsillo y continuó tartamudeando, era la forma en la que siempre daba las clases, leyendo un archivo PDF lleno de virus. La gente todavía estaba mirándome feo, incluyendo a Antonio, solo que él no sabía cómo acercarse a mí para hablarme.
- Te luciste –musitó Camila, riéndose en voz baja–, la humillaste delante de todos.
- Esto nunca lo voy a olvidar jajajajaja –dijo Mónica–. Le contaré esto a mi mamá y a mi familia entera.
- Yo no tendría el valor de hacer eso –farfulló Nairobis, riéndose en silencio–, intenté grabar la escena pero todos estaban mirándonos.
- Dios mío –agregó Gala–, la intimidaste con tan solo una pregunta.
- ¿Cómo va a decir que el síndrome mielodisplásico es algo de psicología? –Murmuré con risas–. Nunca olvidaré esto.
- Arthur Guyton estaría orgulloso de ti –reconsideró Diana, boquiabierta y atónita–. Eso fue muy potente jajajajaja, nunca había presenciado algo como esto.
Repentinamente, el vocero de la sección se levantó de la silla para anunciar algo.
- Compañeros, el día de mañana deberán presentarse en la marcha que realizaremos para que apoyemos a nuestro querido presidente Nicolás Maduro –avisó con manipulación e insistencia–, aquel que no quiera estar presente deberá atenerse a las consecuencias que enfrentarán por no asistir. Es de carácter obligatorio, mañana la oposición saldrá a las calles a protestar por el aumento del sueldo en contra de nuestro amado gobierno, por esa razón debemos enfrentar a la oposición y demostrar lealtad a la memoria de nuestro eterno y querido comandante Hugo Chávez. ¡Chávez vive!
- ¡La lucha sigue! –Festejó la Dra. Stephanie, estaba muy emocionada por la noticia–. Ahí estaremos todos, yo me aseguraré de que nadie falte.
- ¿Esto es una broma? –Murmuré, perdiendo la paciencia–. ¿Nos está amenazando a que marchemos para el gobierno?
Diana empezó a reírse, incomoda.
- Maldita sea –refunfuñó Mónica–, ¿Y lo dice tan amigablemente? Jajajaja, esto no puede ser verdad.
- ¿Qué clase de opresión es esta? –Gruñó Camila–. Yo no voy a poner mi vida en peligro en una protesta donde probablemente hayan disturbios y saqueos
- Yo tampoco –negó Nairobis–, primero muerta a que marchar para Maduro.
- Esto es una locura –musitó Gala, malhumorada–, no pueden amenazarnos.
- El que esté en desacuerdo que se levante para bajarle sus calificaciones –decía el tirano e irritante vocero–, es un reglamento que no deben fallar porque tendrán graves secuelas en sus carreras. Son actividades extracurriculares. ¡Se los digo por las buenas!
- ¡Conmigo no cuentes! –Grité sin miedo–. Por eso te lo digo en tu cara y en la de todos. Ahora atrévete a bajarme las calificaciones porque de inmediato iré a poner la denuncia.
- No puedes denunciar una orden que te está dando el presidente –intervino Bruno para defender al vocero–, esto es una oportunidad para unirnos y apoyar a nuestro gobierno. Sí tanto te gusta la medicina demuéstralo apoyando a tu presidente.
Lo miré con desagrado y asco, mi cara se enrojeció como un tomate.
- Creo que en ningún momento solicité tu mediocre opinión –impugné–, así que ahórrate lo que nadie te pide y quiérete un poco más.
- ¡Yo apoyo lo que dice Michael! –Exclamó Antonio, participando en la narrativa.
- Primero que nada, no me interesa saber quién me apoya y quien no lo hace –repuse con enojo–, esto es una injusticia y no estoy dispuesto a dejarme manipular por nadie. ¿En qué momento comenzaron a violar los derechos de los estudiantes?
- ¡Debes ir a la marcha o te arrepentirás! –Gritaba André–. Sino despídete de tus buenas calificaciones y de todo...
- ¡Esto es un delito internacional! –Prorrumpió Camila, levantándose de su asiento–. No deberían hacerle esto a los estudiantes, nos esforzamos estudiando como para que nos amenacen públicamente de esa manera. ¡Estoy indignada y asqueada!
- ¡Yo tampoco iré a esa puta marcha de ridículos! –Vociferó Mónica–. ¿O acaso es que ya nos tienen los ataúdes listos para cuando nos maten en esos disturbios? ¡Jódanse!
- Persisto –continué–, yo no voy a exponerme en un lugar donde pueden dispararme. Creo que esta discusión está de más, porque se supone que estoy estudiando medicina, no política. Lo siento, no cuenten conmigo.
- Atente a las consecuencias –advirtió la Dra. Stephanie–, porque yo sí cumplo lo que me dice mi querido presidente.
- ¡Esto es injusto! –Proferí desde el alma–. No hagan esto, ya paren de intimidarnos con sus amenazas baratas.
- Si no te gusta lárgate a otra universidad donde se opongan a nuestro querido presidente –decía la Dra. Stephanie, fortaleciéndose con el apoyo que le daban.
Ninguno de los estudiantes se atrevía a decir algo, solo mis amigas y yo estábamos dando la cara.
- Gracias a Nicolás Maduro, Fidel Castro y Hugo Chávez estamos aquí –sermoneaba el vocero–, gracias a ellos Venezuela se ha levantado poco a poco y triunfaremos como lo hizo Simón Bolívar. ¡Chávez vive! –Gritó levantando la mano.
- ¡La lucha sigue! –Respondió la Dra. Stephanie junto a Bruno.
Metí mis cosas en la mochila y me levanté de la silla.
- ¿A dónde vas? –Preguntó Mónica.
- Me voy de esta universidad para siempre –le contesté–, no puedo seguir estudiando aquí porque terminaré matándome. No pondré mi vida en peligro para apoyar al gobierno de un vil dictador.
- Yo también me voy –convino Mónica, recogiendo sus cosas–, sí tú te vas yo no tendré nada más que hacer aquí. Vámonos.
- Digo lo mismo –concertó Nairobis, se quitó la bata y la guardó–, vámonos. Aquí no estamos haciendo nada.
- También me iré con ustedes –se sumó Camila, abrió su cartera y metió sus libros–, esto es suficiente. Esperemos que comiencen los traslados en la ULA, no hay razón que justifique este maltrato porque ningún estudiante se lo merece.
Mientras mis amigas se preparaban para salir vi que Antonio estaba besándose con una de las estudiantes, sentí asco cuando lo miré, me puse la mochila y salí rápidamente de ahí. Mis amigas salieron del salón y nos marchamos muy lejos de esa universidad, Diana y Gala fueron las únicas de nuestro equipo que decidieron quedarse para seguir soportando los malos tratos y las amenazas.
Fue una odisea solicitar los documentos que necesitaba para realizar el traslado, por no asistir a la marcha hubo represalias como esa. Mis proyectos continuaban destruyéndose y no podía hacer nada por ello. Sin embargo, ocurrieron otros eventos de los que me da miedo hablar porque hay gente peligrosa detrás de esto, recibí amenazas en las que pensé que terminaría muerto, específicamente porque pretendieron silenciarme para que yo no escribiera nada de eso en mis libros; por lo tanto, sí hablo de ello podría poner la vida de mi madre y mi hermana en peligro.
Tomé una decisión drástica y terminal, respiraba con la duda de saber sí había elegido el camino correcto o incorrecto. Millones de preguntas llegaban a mente: ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Qué pasará en el futuro? ¿Qué será de mí? ¿Por qué hice esto? Lo único de lo que sí estaba seguro era que jamás regresaría a esa terrible universidad, sería como caer y retornar al sufrimiento del cual quería huir. Tenía mucho miedo, me sentía perdido, vacío y fracasado. Tal parece que había arruinado mi sueño de ser médico, todavía no estaba listo para decirle adiós al Dr. Michael. A pesar de todo, fue la mejor decisión que pude tomar al quitarme las esposas de un gobierno tirano, asesino y opresor.
En aquella marcha hubo graves disturbios, ataques y tiroteos, los chavistas destruyeron autos, saquearon tiendas y agredieron personas. No sé qué hubiera sido de mí sí habría ido a esa concentración que terminó tornándose violenta. Aunque no asistí, terminó marcando un antes y después en mi vida porque a partir de eso me despedí del sueño que nunca cumplí.
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