Capítulo 45: Sobredosis de amor.

El 2 de noviembre me levanté temprano y fui a la universidad, había pasado una semana sin tener clases, ocurrieron muchas cosas en tan solo 7 días, lo suficiente para sentir que no fue una semana sino un mes. La noche anterior dormí temprano y no pude recordar lo que había soñado, después de 22 noches me tracé una línea para seguir adelante y recrear todo lo vivido en mi nuevo libro. Necesitaba energía para terminar el semestre en la Facultad de Ingeniería y el segundo año de medicina, estaba decidido en dejar la carrera de ingeniería al terminar el semestre, mientras tanto me dedicaría únicamente en medicina para enfocarme en hacer el cambio de universidad.

No tenía ánimos de arreglarme, pero no podía darme el castigo de verme tan mal arreglado como mis compañeros de clases, la idea era hacer una diferencia y no ser otro del montón. Me puse uno de mis overoles color negro y un abrigo rosa pastel, mis converses blancas y me peiné el cabello hacia atrás, tenía más ondas doradas que el día anterior.

Sentía un bloque atado en mis pies mientras me dirigía al aula de clases, lo primero que vi al entrar en la universidad fue un enorme letrero que decía: "Mi corazón le pertenece a Chávez y a Maduro", la gente pasaba y miraba la imagen con respeto como si se tratase de una figura religiosa. La sangre me hervía del rechazo, no supe en qué momento llegué a repudiar tanto esa universidad, desde los profesores, los estudiantes hasta el personal de trabajo; simplemente detestaba verlos, me sentía irritado y sabía que no era bienvenido ahí, tampoco me veía en la necesidad de socializar con hipócritas que solo me hablaban cuando necesitaban algo. Entrando al salón de clases se quedaron viéndome y murmurándose, es lo que hacían siempre, empezando por el vocero y terminando por los envidiosos amiguitos de Antonio. Sabían que yo era el único opositor en una universidad chavista. Inmediatamente, busqué a las únicas dos personas con las que había entablado una bonita amistad, Mónica y Nairobis, las vi en las primeras mesas apartando un asiento para mí. Al verme me dedicaron una fulgurosa sonrisa que proyectaba realeza y pureza, ambas tenían sus kimonos médicos, simultáneamente azul marino.

- Llegó el chavista más fresa y divino del gobierno –bromeaba Nairobis en voz alta, arrojó una risa burlona y se levantó para abrazarme.

Ambas se rieron al mismo tiempo que yo, Mónica se levantó de la silla y me dirigí a ella para abrazarla. Me encantaba la forma en la que siempre me recibían con amor.

- Las extrañé mucho –dije, abrazando a Mónica. Posteriormente, situé la mochila en la mesa y me senté con ellas–. ¿Cómo han estado?

Mónica estaba sentada a mi lado, cerró su cuaderno y cogió el lápiz para guardarlo entre las hojas.

- Yo, sobreviviendo –respondió Mónica, emitiendo un quejido. Se veía perturbada y muy irritada–. Estoy perdiendo cada vez más cabello por el maldito estrés.

Nairobis apagó su teléfono y se recogió el cabello para responderme, algo no estaba bien en ellas.

- Yo voy de mal en peor –añadió Nairobis, su mirada proyectaba preocupación y cansancio–. Necesito vacaciones o una nueva vida. ¿Tú estudiaste para hoy?

- ¿Qué había que estudiar para hoy? –Pregunté, dudoso. Desorbitando los ojos con asombro.

- ¡Para el examen chavista! –Exclamó Mónica, levantando las cejas.

- ¡Maldita sea! –Refuté, negando con la cabeza y el ceño fruncido.

- ¿No pudiste estudiar? –Dialogó Nairobis, esperando por mi respuesta.

- No es que no pude –expliqué–, es que no quise y tampoco lo recordé.

No pude contener la risa.

- ¡Jajajajaja! –Se carcajeó Mónica–. ¿Sabes de qué es el examen?

- ¿De la pubertad jurásica? –Ironicé.

- ¡Loco! –Rugió Nairobis con una risotada–. Es sobre los basureros, las aguas negras y las cloacas de la ciudad.

- ¿Qué mierda? –Rezongué–. ¿Hablas en serio?

- ¡Sí, puto! –Vociferó Mónica, abriendo su cuaderno para mostrarme lo que había escrito con desanime–. Es acerca de los desechos humanos y el impacto fecal en la comunidad.

- ¿Me estás diciendo que tenemos una evaluación sobre la importancia de la mierda en la comunidad? –Reconsideré–. Mónica, en primer lugar no entiendo tu letra. No sé qué es lo que dice tu cuaderno.

Nairobis comenzó a reírse con locura, Oriana estaba burlándose a carcajadas.

- El examen es sobre dónde desemboca la basura de la ciudad –expuso Nairobis–, no es tan difícil.

- Supongo que el lugar donde desemboca la mierda es en las casas de los chavistas –dije con mordacidad.

- Jajajajaja –volvió a reírse Mónica–. ¡Ya ensériate! El examen es sobre eso. Es sencillo, pero el tema es fastidioso.

- ¿Y cuándo veremos clases de fisiología, patología y genética? –Repliqué–. ¡Esto es un chiste! Estamos estudiando medicina, en lugar de tener a un profesor dándonos clases de lo que debería ser, tenemos evaluaciones acerca del destino de la mierda y la basura. No sé por qué pienso que la mierda y la basura somos nosotros.

- Ahora dilo sin llorar –satirizó Nairobis.

- ¿Y eso te sorprende? –Replicó Mónica–. En esta universidad hacen teatros de Chávez jajajajaja y si no lo haces te joden.

- El Dr. Roberth está enfermo –informó Nairobis–, por esa razón no hemos tenido clases con él. No hay ningún médico o profesor experto en el tema que quiera darnos clases.

- Oh... ¿Y qué tiene el Doctor? –Cuestioné, disminuyendo el tono de voz–. Espero que se recupere pronto.

- Escuché que tiene mal de amor –respondió Nairobis, cautelosamente.

- ¡JAJAJAJAJAJA! –Rugí a carcajadas–. Eso es lo que tengo yo. ¡Digan! ¿Qué tiene él?

- Según lenguas chavistas y socialistas tiene la viruela del mono –murmuró Mónica con misterio–. Es altamente contagioso.

- ¿De verdad? –Volví a preguntar–. ¡Yo lo vi hace días! –Proferí con asombro–. No creo lo que me estás diciendo jajajajajaja, ha de ser así ya me contagió y ustedes también lo están.

- Tiene salpingitis –agregó Nairobis–, fue lo que escuché.

- ¿El Dr. Roberth tiene vagina? –Arrojé sarcásticamente.

Mónica y Nairobis detonaron en risas.

- ¿Ya se la viste? –Bufoneó Mónica.

- La salpingitis solo le da a las mujeres en las trompas de Falopio –repuse–, espero que él no se entere lo que están inventándole jajajajaja.

- Pues, que sigan poniéndonos a estudiar las tuberías y los basureros en lugar de medicina –habló Nairobis con sátira.

Mónica volteó la cara y proyectó sus ojos a la puerta del salón.

- ¡Oh, vaya! Miren quién llegó –avisó Mónica, haciendo un gesto burlón con el rostro–. El pedacito que le faltaba a la mierda.

- ¿Quién? –Preguntó Nairobis, dirigiendo la mirada hacia la puerta.

- ¿Hillary Clinton? –Pregunté con humorismo, distraído en mis apuntes de fisiología.

Tuve un ataque de risa hasta que vi a la persona de la que hablaban, mi sonrisa se borró y sentí como si estuviera descendiendo en un ascensor. Mónica y Nairobis me miraron de inmediato como si una catástrofe se aproximara. Era Antonio.

- No te inquietes –indicó Mónica, encarándome con alerta–, aquí estamos nosotras.

- ¿Seguiste hablando con él? –Me preguntó Nairobis, bajando la voz.

- No –murmuré, negando apaciblemente con la cabeza–. Espero no volver a hacerlo.

- ¿No te volvió a responder los mensajes? –Arrojó Mónica con rareza.

- No –volví a negar, acción repetida–. Ha estado actuando como si yo no existiera, todo el tiempo está en línea y ni siquiera ve mis mensajes.

- Qué maldito hijo de perra –refunfuñó Nairobis, haciendo un ademán de desprecio–. No quiero verlo cerca de nuestra mesa, soy capaz de tirarle la pizarra en los testículos.

- ¡Hola, buenos días! –Apareció Antonio repentinamente–. ¿Puedo sentarme con ustedes?

Mónica y yo nos miramos, cubriéndonos la boca con disimulo. Estábamos a punto de reírnos en la cara de Antonio. Nairobis agachó la cara y fingió que abría su cuaderno, ya no sabía cómo esconderse para no reírse.

- Buenos días –le respondí, levantando el rostro con una mirada fija e inexpresiva–. Sí, claro que puedes sentarte en nuestra mesa.

Nairobis y Mónica lo observaron burlonamente, estaban conteniendo la risa. Antonio se veía hermoso como siempre, tenía una camiseta negra y un jean azul. Evité mirarlo, así que lo esquivaba cuando me buscaba la mirada.

- ¿De qué hablaban? –Inquirió con distracción, fingiendo que no había escuchado nada. Se podía percibir su incomodidad–. Espero que se encuentren bien.

Antonio se sentó al frente de mí, justo a un lado de Nairobis.

- Hablábamos sobre gemelos monocigóticos –contesté rápidamente. Fue lo primero que se me ocurrió. Mónica y Nairobis me observaron, haciéndome un gesto de confusión–, con síndrome de transfusión gemelar. Es importante estudiar y comprender cómo las anastomosis placentarias desencadenan un desequilibrio en el flujo sanguíneo entre los dos fetos. Por lo tanto, la vida de uno de los dos se compromete porque el otro feto recibe más sangre en sus tejidos.

- ¿Y qué ocurre? –Preguntó Mónica, siguiéndome la corriente.

- El pronóstico es pernicioso –persistí, enfocado en mi tema–, en la mayoría de los casos terminan muriendo ambos fetos. Ha de no ser así, sobrevive uno de los dos, el que tiene mayor tamaño, pues es quien tuvo más oxigenación en sus tejidos para satisfacer todas las necesidades fisiológicas.

- Oh, casualmente, anoche estuve viendo un documental sobre los gemelos siameses –dijo Nairobis, cerrando su cuaderno y participando en el diálogo–. Hablaban acerca de los experimentos nazis realizados por Josef Mengelle, era un tipo muy inteligente.

- ¡Lo eran! –Asintió Antonio–. Me hubiera gustado participar en dichos experimentos, no por maldad y sadismo sino por curiosidad.

- Más allá de los experimentos –añadí, quitándome las gafas–, la separación parcial del nódulo primitivo y de la línea primitiva pueden generar gemelos unidos, me explico, gemelos siameses. Según las características de la unión pueden ser clasificados en pipópagos, toracópagos y creaneópodos. Por allá en el siglo XIX nacieron dos gemelos que estaban unidos por el abdomen, viajaban por Inglaterra y los Estados Unidos para ser exhibidos como criaturas. Muchos gemelos anómalos han podido nacer por obra y gracia de la ciencia.

- ¿Y qué pasó con esos gemelos, murieron? –Curioseó Mónica.

- ¡No! –Negué, sonriendo, maravillado y asombrado–. De hecho, tuvieron 21 hijos con sus dos esposas.

- ¿QUÉ? –Gritó Nairobis, boquiabierta y pasmada–. ¿Cómo es que pudieron coger tantas veces unidos uno con el otro?

- ¿Orgías monocigóticas? –Gorjeó Antonio con sarcasmo.

Las chicas se rieron, fui el único al que no le dio gracia el chiste.

- Por cierto –repuso Mónica–, cuando uno de los dos fetos muere por alguna aberración, el muerto se convierte en una masa comprimida y momificada. ¡Feto papiráceo! Casi olvido su nombre.

- ¿Sabían que en el año 1860 se creó el primer vibrador? –Dije, eludiendo drásticamente el tema.

- Jajajajaja –se rió Nairobis–, ¿Cómo pasaste de hablar de fetos a juguetes sexuales?

- Ay, yo quiero comprarme uno –habló Mónica, expresando ironía y humorismo–. Pero, soy tan pobre que no tengo dinero ni para comprar pan.

- Yo soy tan pobre que la única manera en la que coma carne es cuando aborto –dije con la intención de salirme del contexto.

- ¿Has abortado? –Cuestionó Antonio, haciéndose el sorprendido. Estaba riéndose.

- Sí –respondí.

- Los hombres no pueden abortar –titubeó Nairobis, siguiéndome el juego.

- ¿Tú qué sabes? –Arrojó Mónica.

- ¿Naciste siendo mujer? –Inquirió Nairobis, dudosa y perdiendo la certeza, no sabía si yo hablaba en juego.

- En serio –confesé mentirosamente–, nací siendo una niña, pero siempre sentí que era un chico en el cuerpo de una mujer.

Mónica estaba aguantando la risa mientras me miraba.

- ¡Oh! Entonces, eso explica tus rasgos andróginos –razonó Antonio sarcásticamente.

- Pues –continuó, Mónica–, yo soy tan pobre que la única forma en la que pueda tomar sangría es cuando me llega la menstruación.

Los chicos se rieron tan escandalosamente que los demás alumnos nos miraron extraño.

- ¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡Ya basta! –Clamó Nairobis, poniendo sus manos en el estómago.

- ¿Cómo pasamos de gemelos, fetos, juguetes sexuales a la menstruación de un hombre trans? –Replicó Nairobis, irónicamente.

- Así es cuando tienes una plática con Michael –le respondió Mónica–. Hablas de todo y a la vez de nada jajajajaja.

- ¿Y cómo estás, Antonio? –Preguntó Nairobis, dirigiéndose a él.

- Bien, gracias –contestó apresuradamente, intimidándose cuando me miraba de reojo–. Llegué tarde porque pensé que hoy no teníamos clases, tampoco tenía ánimos de venir.

Mónica y Nairobis tenían algo entre manos.

- ¿Y qué has hecho? –Arrojó Mónica, interrogativamente.

- No mucho –articuló.

- ¿Tienes novia? –Indagó Nairobis.

Antonio me miró a mí como si yo fuera el que le hubiera preguntado, su lenguaje corporal expresaba el nerviosismo que tenía.

- Sí –respondió sin decir más, me esquivó la mirada y se fijó en Nairobis.

Me hice el sordo y fingí que no me importaba el tema.

- ¿Cuánto llevan? –Preguntó Nairobis.

- Casi cinco años –reveló, sonriendo con impudor–, siempre terminamos y volvemos. Es parte de nuestras vidas hacerlo una y otra vez.

Mónica me pellizcó la pierna por debajo la mesa, Nairobis me lanzó una mirada desconfiada e hizo un gesto con los ojos. Sentí algo retorciéndose en el estómago, su respuesta fue un balde de agua helada.

- ¿Nunca te han gustado los chicos? –Averiguó Mónica.

Antonio evitaba mirarme, se quedó mudo por tres segundos mientras observaba a Mónica.

- No –respondió con naturalidad y humorismo, pensó mucho su respuesta–, yo... Yo soy heterosexual.

Nairobis volvió a mirarme. Me sentí raro, no sabía qué decir mientras pensaba. Hubo un silencio incómodo hasta que escuchamos al vocero André hablando en voz alta, parecía que hubiera salido de un pozo petrolero, su bata estaba curtida y el sudor empapaba todo su rostro.

- Estimados camaradas –dijo en voz alta–, la clase de hoy queda pospuesta para la próxima semana debido a que la doctora no podrá llegar a tiempo. El examen se realizará en el transcurso de la otra semana.

- ¿Otra semana sin clases? –Murmuró Mónica, enfadada.

El vocero terminó de hablar y salió del salón, dejé escapar un suspiro y me crucé de brazos. Mónica y Nairobis platicaban en voz baja, estaban quejándose con frustración. De pronto, quise mirar a Antonio y noté que me estaba observando antes de que yo lo hiciera, me hizo una seña y en voz baja dijo:

- Vamos para atrás –musitó, poniéndose de pie y dirigiéndose al rincón del salón.

Era un lugar muy solo al que nunca iba nadie, solo había un sofá, un montón de mesas y bibliotecas que lo rodeaban como un escondite secreto. Miré a mis amigas discretamente y lo seguí como un estúpido.

- ¿Por qué venimos para acá? –Le pregunté, ambiguo–. Siento que saldrá un vagabundo de los escombros y nos torturará.

Antonio volteó a mirarme y volvió a hacerme una seña mientras sonreía.

- Quiero que me leas tu libro –declaró con un tono suave.

Se sentó y se echó a un lado para que me sentara, le dio una palmada al sofá y me invitó a sentarme junto a él. Me sentía decepcionado y utilizado, no quería tenerlo cerca, pero lo necesitaba. Antonio sacó el teléfono de su bolsillo, lo encendió, desbloqueó la pantalla y buscó el libro en sus archivos. Me sentía como su juguete favorito, se entretenía conmigo y luego que me aburría desaparecía.

- Volví a leerlo después de que me lo leíste en mi casa –añadió, dándome su teléfono en las manos–, tuve la necesidad de hacerlo.

Él ladeó la cabeza hacia mí y miró seductoramente mis labios, me sentí bastante nervioso y confuso. Antonio se acercó más y apoyó su cabeza sobre mi hombro.

- ¿En qué capítulo quedamos? –Pregunté en voz baja.

Escuchar su respiración me tranquilizaba, sentía su brazo rozando con el mío y mi corazón se aceleraba.

- En el 6 –respondió, levantando su mirada a la mía. Sus ojos brillaban–, estoy intrigado de saber lo que está por venir. Me encanta leer tu obra, pero admito que prefiero mil veces que me la leas tú. Es un honor trascendente que nunca imaginé tener.

De mi boca no salieron palabras, pero en mi rostro se proyectaron expresiones que gritaban lo que sentía. No dije nada, solo lo observé mientras sonreía y mis mejillas se enrojecían.

- ¿Cómo estás, Michael? –Arrojó, inesperadamente.

Mi respiración se agitó.

- Súper –respondí con apatía.

- Sé que la semana pasada cuando me llamaste estabas muy mal –consideró.

- Sí, lo estaba –afirmé con la cabeza, hablaba con rigidez–. Estoy mejor.

- Sé que tienes muchos secretos –masculló.

- Todos los tenemos.

- Me gustaría conocer tus secretos –reivindicó con serenidad–, ¿Qué tan difícil es?

- ¿Puedo decirte algo? –Musité, dedicándole una sonrisa reveladora.

- Lo que tú quieras –expresó, conectando conmigo a través de la perfección del silencio.

Antonio estaba tan cerca de mí que sus suspiros erizaban el vello de mi piel. De repente, Mónica y Nairobis llegaron a nuestro escondite secreto para buscarme.

- ¡Michael! –Exclamó Mónica, se veía molesta. Me hizo una seña con la mano para que me fuera de ahí.

Me levanté rápidamente del sofá y me les acerqué. Antonio eludió sus miradas y se quedó con su celular, se molestó al ver que mis amigas me buscaron.

- ¿Qué demonios estás haciendo aquí con él? –Susurró Nairobis, ardía en furia–. ¿No fue suficiente con lo que escuchaste ahora? ¿Dónde está tu amor propio?

Nairobis me tomó de la mano y me haló hacia ellas.

- No lo sé –les respondí, agachando la cara con vergüenza–, él me quiere aquí a su lado.

- Ese maldito tiene novia –resaltó Mónica con el fin de recordarme–, es un hombre sucio e inestable que no sabe lo que quiere en su vida. Michael, abre los ojos. ¡Él no quiere a nadie! No te quiere a ti, no la quiere a ella... Ni siquiera se quiere él mismo.

- Amigo, saldrás herido –advirtió Nairobis en forma de consuelo, nunca la había visto tan preocupada por mí–. No quiero que estés sufriendo por un hombre que no vale la pena. Tú no le importas como crees. ¿Por qué no puedes verlo? ¡Él no te merece!

- ¿Ahora ves por qué no te responde los mensajes? –Recalcó Mónica, poniéndose ambas manos en la cintura–. Michael Jericco, vámonos de aquí. No pienso irme hasta que no te vengas con nosotras.

- Pero –dije detenidamente, haciendo una pausa con un nudo en la garganta.

- ¡Nada de peros, Michael! –Insistió Nairobis, levantando la voz.

Me di la vuelta para despedirme, pero, cuando lo hice... Lo primero que vi fue a Bruno y al resto de sus amigos, Antonio estaba divirtiéndose con ellos como si nada. Había olvidado que yo estaba ahí. Volteé otra vez hacia adelante y encaré a mis amigas, la vergüenza se apoderó de mi rostro. Ellas miraron al grupo de Antonio con repugnancia, indicándome que yo no debía estar ahí.

- Quiero chupársela a Antonio en este mismo lugar –sonó la voz de Bruno desde atrás.

Antonio se reía con infantilidad, se convertía en un imbécil cuando estaba con sus amigos del gobierno. Lo desconocí cuando lo escuché reírse como un estúpido. Yo no sabía qué decir al respecto, estaba mudo.

- ¡Quiero lamerte el glande, Antonio! –Gemía Bruno vulgarmente mientras reía y gritaba, Antonio lo había cargado en sus brazos–. ¡Oh, sí! ¡AAHHH!

Bruno tenía la ropa desecha y el cabello grasoso, su personalidad cutre y maleducada era lo que más le gustaba a Antonio. Yo era todo lo contrario a él. Era momento de dejarlo ser feliz con alguien que estuviera en su mismo nivel.

- Vámonos de aquí –expresé con enfado. Mónica tenía mi mochila–. No tengo nada más que hacer aquí.

Caminé junto a ellas hasta la salida, no quería pensar en nada más. Mónica me entregó la mochila y me la puse.

- ¡Hey, Michael! –Prorrumpió Antonio inesperadamente, nos estaba siguiendo–. ¡Espera! ¡Por favor, espérame!

Las chicas siguieron caminando, pero yo me detuve, resoplando con frustración.

- Apúrate, Michael –ordenó Nairobis–, no tienes nada que hacer aquí.

Antonio las observó con animadversión

- ¿Por qué te vas? –Me preguntó, observándome temerosamente, imploraba con sus ojos de víctima–. Por favor, no te vayas, quédate conmigo para que sigamos leyendo.

«Quédate, Michael. No pierdas la oportunidad de pasar tiempo con él» dije en mi mente.

- No puedo –le respondí cortante–, mis amigas me necesitan.

Antonio me tomó de la mano y me miró a los ojos, rechacé a que me tocara y le quité mi mano.

- Michael, quédate –suplicó, intentándome dar lástima con sus gestos–. ¿Sí? Por favor...

Su mirada era un fuerte campo de atracción sobre mis sentimientos.

- Lo siento, Antonio –ultimé, echándome hacia atrás para irme–. Pero yo...

Antonio se me acercó ágilmente y me abrazó, levanté mis manos y las puse en su espalda mientras apoyaba mi cabeza en su pecho. El olor de su perfume y el calor de su cuerpo eran parte de su peligroso encanto, cerré los ojos mientras aún estaba en sus brazos y le acaricié la espalda. Él nunca lo notó, pero lloré silenciosamente en su pecho hasta que mis lágrimas se absorbieron en su cuerpo.

- Te quiero –dijo, abrazándome fuertemente.

- Está bien –susurré, segundos después.

Escapé afligidamente de sus brazos y me alejé con lentitud, volteé a mirarlo y vi que todavía estaba observándome. Su mirada me hacía decaer, pero debía seguir adelante. No quise irme, siempre quise quedarme a su lado, pero fue él quien me hizo alejarme.

- ¡Te quiero! –Repitió, diciéndolo exclamativamente ésta vez–. ¡Te quiero, Michael!

Me quedé viéndolo tontamente hasta que Nairobis y Mónica me halaron para que me fuera con ellas.

- Ese parásito está muy mal de la cabeza –refunfuñó Nairobis cuando salimos al pasillo–, no entiendo qué quiere de ti sí supuestamente es heterosexual y tiene novia.

- ¿Y además nos dice en la cara de Michael que volvió con su novia? –Rezongó Mónica–. Es un maldito patán. ¡Descarado!

- Ya no quiero volver a hablarle –razoné en medio de la confusión, caminando como un zombi mientras pensaba obsesivamente en su mirada–, en mi vida no hay más espacio para gente tóxica.

- Que se joda ese falso de mierda –protestó Nairobis, lanzando un manotazo en el aire–. Tengo mucho coraje.

- Siento que él es mi droga –mascullé–, cuando estoy con él es como tener una sobredosis de amor.

- ¡Eso no es ningún amor, primero que nada! –Replicó Nairobis–. ¿Sabes qué es el amor? ¡El que deberías sentir por ti mismo y no por ese payaso!

- Es cierto –concordó Mónica–, yo veo a Antonio como una infección anal. Es maldita y desesperante.

- Como tener hemorroides –añadió Nairobis.

- Mejor vayamos a un café para quitarnos toda esta negatividad –invitó Mónica.

- Está bien –asentí con desánimo–. Ayúdenme por favor, esto es una enfermedad.

- Sí quieres ayuda debes aprender a recibirla –expresó Nairobis–, no te juzgo... Pero, en este punto es necesario que te tengas a ti mismo antes que a nadie.

- Nosotras estamos contigo –continuó Mónica–, pero eres tú quién decide si quiere seguir cayendo en sus juegos.

- Michael –insistió Nairobis, acariciando mi brazo–, tú no eres ninguna opción de nadie, tú eres de esas increíbles oportunidades que solo se presentan una vez en la vida, ya no dependerá de ti sí las personas que no te valoran pierdan la oportunidad de tenerte. Solo espero que nunca olvides esto que te estoy diciendo y te veas con los ojos que te vemos nosotros los que sí te valoramos. Ojalá pudieras verte con mis ojos, de lo contrario no estarías conformándote con las migajas que te da ese rufián.

Las palabras de Nairobis resonaron en mi mente por el resto de mis días, desde entonces no han salido de mi mente. 

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