Capítulo 40: ¡Mayday!

Noche 20.

22:20 PM.

Fue un buen día para reflexionar y procesar las experiencias que me estaban convirtiendo en una nueva persona, al salir del hospital regresé a casa con mucho esmero para estudiar y trabajar en mis proyectos, desde la medicina, la ingeniería y la escritura; tres carreras, un solo destino, el éxito y la prosperidad, ya en la noche me sentía orgulloso de haber hecho lo que me propuse para el día, conocer a Sofía me llenó de vida y me recordó el motivo por el cual yo estaba trabajando sin parar. No importa qué tan destruido estuviera, mi meta era ver los resultados de tanto esfuerzo en el futuro.

En las horas de la noche tuve episodios de euforia al interactuar con mis lectores mediante nuestro grupo de Facebook, PLÉYADES NATION. ¡Por Dios, me sentía tan feliz que no creía lo que sentía! Leer cientos de mensajes y comentarios de personas que me apoyaban era verdaderamente irreal, soy consciente de lo mucho que adoro a las personas que leen mis libros, son mis ángeles. Cada día recibía miles de mensajes de personas que me decían lo mucho que les habían encantado mis primeros libros, era encantador que gente de países como México, Estados Unidos, Cuba, Colombia, Chile, Argentina, Venezuela, España, Rumania, Argelia, Polonia, Reino Unido e incluso, Filipinas, me dijeran cuánto admiraban mi arte.

Apagué las luces de mi habitación y caminé cansinamente a la cama, parecía un zombi, me acosté y cerré los ojos mientras pensaba en la enfermedad de Hannah. De pronto, mi mente hizo silencio y me sumergí en las profundidades del sueño. Repentinamente, aparecí sentado en el puesto de un inmenso avión de pasajeros, estaba en la primera clase rodeado de gente refinada y elegante, las personas bebían vino y cargaban sus mascotas exóticas. Yo tenía puesta una chaqueta dorada adornada con brillantina y un lujoso sombrero negro que brillaba con lentejuelas, me sentía fabuloso.

No sabía qué estaba haciendo en ese avión ni para dónde iba hasta que inesperadamente, Antonio apareció sentado a mi lado mientras yo miraba las nubes desde la ventana; él lucía como un rey de la época victoriana, tan radiante y perfecto que me estremecía al mirarlo a los ojos. Su cabello castaño y rizado estaba un poco despeinado como de costumbre, pero su rostro se miraba precioso al igual que una pintura renacentista. Sus mejillas se enrojecían por mí, él me sonrió y luego miró hacia adelante resplandeciendo la perfecta simetría de su perfil.

- ¿Estás feliz ahora mismo? –Preguntó Antonio, ladeando la cabeza hacia mí, me guiñó el ojo y tomó mi mano mientras la acariciaba.

Lo miré a los ojos y asentí con la cabeza, regalándole una radiante sonrisa.

- Nunca estuve tan feliz como en este momento –reconocí, apretando su mano–, ¿Cómo podríamos detener el tiempo y convertir esto en nuestra eternidad?

- El tiempo no existe cuando estoy contigo –dijo Antonio, acercándose lentamente–, solo existe cuando no estoy a tu lado porque mis días transcurren lentos y muero con el deseo de tenerte en mis brazos.

No supe qué responderle, los sentimientos me hicieron mudo con el silencio de una mirada enamorada y trastornada. Antonio me besó y acarició mis mejillas mientras apretaba mi mano.

- A veces creo que todavía estoy descubriéndome porque hay días en los que no me conozco –expresé mientras acariciaba su mano con mi pulgar. Antonio volvió a besarme–, pero cuando te miro parece que te conociera de toda la vida, sé que en una vida pasada estuvimos juntos y fuimos lo que no pudimos ser en esta...

- Tengo algo para ti –dijo repentinamente, arrojándome una mirada de misterio, soltó mi mano y se inclinó hacia el otro lado para sacar algo debajo del asiento. Antonio sacó un libro y lo puso sobre mis piernas–. Es una de tus obras, a la que le llamaste "Un Viaje Sin Retorno".

- ¿Por qué me regalas mi propio libro? –Curioseé, observándolo con asombro.

- No te lo estoy regalando –bromeó mientras reía–, únicamente quiero que lo abras. Hay una sorpresa para ti...

Al abrir el libro me quedé atónito y boquiabierto con lo que vi salir de entre las hojas, no sabía de qué manera reaccionar, sintiendo tantas cosas que no podía procesar. Aquello era un hermosísimo anillo de compromiso, bañado en oro rosa y cubierto de diamantes.

- ¿Te gustaría casarte conmigo? –Titubeó, hablando en voz alta. Los pasajeros nos miraban con sorpresa. Antonio estaba nervioso y tembloroso.

- ¡Sí! –Respondí firmemente, abrazándolo amorosamente–, por supuesto que sí.

Los pasajeros estaban aplaudiéndonos mientras nos besábamos, no éramos los únicos que celebrábamos nuestro amor. Antonio tomó mi mano e introdujo el anillo en mi dedo anular izquierdo. Después de varios minutos, estuvimos abrazados en silencio, su presencia podía calmarme del miedo que le tenía a las alturas. Su brazo sobre mis hombros me generaba tranquilidad.

- Por cierto, ¿A dónde vamos? –Pregunté, observando la ventana.

El anillo se veía refulgente en mi mano.

- Será un viaje sin retorno –respondió, respirando en mi oreja–, solo tú y yo volando por los cielos más altos. Soy tu destino y tú eres mi rumbo.

- Eso se escuchó poéticamente gay –bufoneé, haciendo un rictus gracioso de cariño–, y me encanta.

Me acerqué con lentitud y lo besé.

- ¿A cuántos metros estamos volando? –Quiso saber.

- Creo que a doce mil metros de altura.

- ¿Qué pasaría sí volase a menos altura? –Arrojó.

- Se detendría por una pérdida de sustentación –respondí, acariciando su cabello–, su inclinación se verá afectada y se dificultará el paso del aire a través de las alas. De lo contrario, el avión comenzaría a caer. Siempre me he preguntado algo... ¿Cómo saben los pilotos a qué parte del cielo dirigirse?

- Por radiotransmisiones –dijo Antonio–, eso le permite al piloto calcular la posición del avión. Unas de las grandes ventajas de los radiotransmisores, es que el piloto puede volar en condiciones climatológicas adversas.

- Eso es fascinante –repuse–, siempre quise ir a la aviación, pero debo reconocer que mi mayor miedo son las alturas. Después de leer la historia de lo que ocurrió en el atentado terrorista del 11 de septiembre, quedé traumado.

- A mí también, prefiero no imaginarlo.

- Hola, damas y caballeros –comunicó una de las azafatas desde el micrófono–, estamos volando sobre los cielos belgas para aterrizar en Aeropuerto Internacional de Bruselas. Abróchense los cinturones porque tendremos fuertes turbulencias.

- ¿Así que veníamos a Bélgica? –Le preguntó sorpresivamente con entusiasmo y alegría.

- Sí –Antonio asintió suavemente con la cabeza mientras me besaba la frente–. ¿Cómo es que lo olvidaste?

- No lo sé –respondí confusamente–, solo sé que quiero casarme contigo.

- Nos casaremos en la hermosa e histórica ciudad de Brujas –anunció, rozando la piel de su mano con la mía–, y en nuestra Luna de miel nos iremos a Gante.

- ¡Mi sueño siempre ha sido ir a Brujas! –Vitoreé absorto y estupefacto–. ¿Y a Gante? ¡A tu lado! Parece mentira saber que estoy haciendo mi sueño realidad contigo, esto es un cuento de hadas.

- Tú eres mi sueño hecho realidad –dijo Antonio, tomando mi mano con cariño, levanté la mía y la apoyé sobre su cuello mientras lo acariciaba enamoradamente–. ¿Sabes qué me gustaría hacer realidad?

- ¿Qué? –Fisgoneé.

Antonio empezó a hablar en un tono de voz baja sensual y erótico, sentirlo tan cerca de mí me generaba escalofríos.

- Tú y yo en un precioso jardín medieval de Brujas mientras me lees "PLÉYADES", tu sentado y yo acostado, apoyando mi cabeza sobre tu regazo, es lo único que pido... Tener tus manos acariciando todo de mí, porque cuando me tocas, haces magia no solo en mi alma sino en mi cuerpo.

- Tu cuerpo es mi cuerpo –susurré, descendiendo mi mano desde su cuello hasta su pecho–, puedo hechizarlo sabiendo que tu corazón me pertenece... Porque mi alma es tuya y ese es nuestro eterno conjuro.

Antonio sacó su lengua y lentamente la pasó sobre mi rostro, humedeciendo la piel que se ruborizaba con lubricidad. Mis mejillas se volvieron escarlata.

- Te amaré por cada noche hasta el fin del mundo –murmuró, besando mis orejas con sensualidad. Cerró sus ojos y empujó mi cuerpo hacia el suyo mientras bajaba a mi boca para morderme los labios–, no quiero perderte...

- Shhhh –chité, silenciando sus labios con mi dedo índice–, no puedes perder lo que ya te pertenece.

Comenzamos a besarnos impetuosamente sin importar que hubiera personas alrededor de nosotros, queríamos terminar lo que empezamos; Antonio me quitó el sombrero y haló mi cabello, encajando nuestras bocas con nuestros cuerpos encendidos de fogosidad y lujuria, ver su piel blanca enrojecida me excitaba tanto hasta querer hacerme lanzar encima suyo, me levanté y me senté sobre él mientras elevaba sus brazos hacia arriba, olfateé su cuerpo al igual que una perra y comencé a desabotonar la camisa de su traje. Antonio puso sus manos sobre mi cintura y la hizo mover circularmente a su favor con la fricción de nuestras húmedas erecciones, me puse de pie y le tendí la mano, levantándolo de su asiento. Antonio me siguió y fuimos apresuradamente al baño tomados de la mano.

Antonio chocó con mi espalda y me permitió sentir la rigidez de su erección, estimulando los receptores de mi piel. Entramos al baño y cerramos la puerta con seguro, me sentía como en el video musical de la canción "Toxic" de Britney Spears. La altura de Antonio hacía que su pene se frotara sobre mi abdomen mientras nos besábamos, comencé a desabotonar su camisa lentamente y él se la quitó arrojándola al suelo, Antonio empezó a desabrochar mi camisa al mismo tiempo que yo succionaba su lengua con mi boca. Él se acercó a mi cuello y comenzó a succionarlo, generándome una molestia de ardor y dolor. De pronto, tuve la necesidad de pedirle que se detuviera porque absorbía mi piel con mucha fuerza y yo más que nadie conocía la fisiopatología de las consecuencias.

- Oye, cuidado con mi cuello –cuchicheé, haciendo un gemido excitante.

- ¿Por qué? –Preguntó mientras todavía chupaba mi cuello a succión.

Su respiración agitada me excitaba.

- La fuerte succión sobre mi piel puede lesionar los vasos sanguíneos, rompiéndolos hasta el punto de provocar una extravasación de sangre –expliqué, arruinando la magia erótica de nuestra escena–, acumulándose así en el tejido intradérmico. o subcutáneo.

Antonio se detuvo y me miró sonriendo, extrañado y confundido.

- ¿Un chupetón puede matarte?

- ¡Por supuesto! –Afirmé–. ¿Acaso no entraste a las clases de anatomía patológica?

Él empezó a reírse mientras acariciaba mi cutis con la yema de sus dedos, agachó la cara y elevó la mirada hacia la altura de mis ojos.

- Creo que... ¿No asistí a esas clases? –Dijo, dudosamente.

Antonio continuaba dándome besos mientras le hablaba.

- Esa contusión a la que llamas chupetón se denomina equimosis por succión o sugilación y se observan en los cadáveres de personas que fueron víctimas de agresión sexual –proseguí, hablándole sensualmente al oído–, al iniciarse el proceso inflamatorio se conlleva la degradación de la hemoglobina en hemosiderina y bilirrubina, eso es lo que le da la coloración en su evolución cromática, lo que va desde el negro al morado, azul, verde, anaranjado y amarillo... Así que, jamás le vuelvas a hacer un chupetón a alguien porque puedes asesinarlo. –Ultimé, dejando escapar una risa.

- De todos modos, pienso que en el cuello no hay estructuras tan importantes como para algo peligroso –opinó apaciblemente, sus manos agasajaban mi cuerpo–, esos vasos no son de gran preocupación.

Alguien tocó la puerta del baño, pero ignoramos el sonido y continuamos hablando:

- ¿Bromeas? –Rebatí con sarcasmo, acariciando su glande deleitosamente–. No solo se encuentran las arterias carótidas sino las faciales junto con el tronco tirocervical, además de las venas yugulares y la subclavia... No sé por qué siento que estamos haciendo porno para médicos. –Dije, riéndome patéticamente.

- ¿Cómo es que terminamos hablando de anatomía cuando estábamos a punto de tener sexo? –Añadió Antonio, irónicamente.

Sin más preámbulo, retomamos lo nuestro con mucha más furia y salvajismo. Al vernos con el torso desnudo me excité tanto que me junté hacia él para continuar frotando nuestros humedecidos penes, él comenzó a acariciar mi cuerpo desde los brazos hasta el abdomen, sacó la lengua y se acercó a mis pezones para lamerlos circularmente con mordidas y besos, lo tuve succionando y babeando mis pectorales por varios segundos hasta que volvió a mi boca para revolver su lengua con la mía.

Desabotoné su pantalón lentamente y le bajé la cremallera con una mirada sicalíptica, él colocó sus manos en mi cabeza y me hizo descender despacio mientras mi lengua recorría su cuerpo. A continuación, me incliné y bajé su pantalón, con mi boca quité su ropa interior y detenidamente observé con deseo lo que Antonio tenía para mí; la apetencia me hacía saborearme cuando veía el líquido preseminal goteando, derramándose encantadoramente desde el glande hasta el tronco. Su aparato reproductor era magistral, Antonio tenía la verga más perfecta y provocativa que había visto en mi vida, el azul de sus remarcadas venas le hacía verse apetitosa, cumplía con el estereotipo pornográfico de ser gruesa, larga y jugosa, además de ser tan blanca como la leche se veía evidentemente higiénica. Quería comérmela toda.

Tomé su pene con ambas manos y empecé a agitarlo mientras sentía la tibieza en mi piel, la calidez y la suavidad del mismo eran muy tentadoras, levanté la cara y le dediqué una profunda mirada voluptuosa. Antonio miró hacia abajo y me guiñó el ojo, se pasó la lengua por sus labios e introdujo su pene en mi boca, al sentir el calor de mi lengua emitió un gemido y cerró los ojos mientras su glande traspasaba mi garganta. Levanté los brazos y los extendí acariciando su abdomen con lentitud, empecé a bajar mis manos y volví a ponerlas sobre su pene para masturbarlo y satisfacerlo oralmente, Antonio ponía los ojos en blanco y los cerraba con fuerza cuando yo succionaba su polla hasta quedarme sin oxígeno, al sacar su pene de mi boca bajaba hacia mí para besarme cariñosamente, me encantaba jugar con sus testículos paladeando la piel rugosa y delgada de su escroto. Él me halaba del cabello y controlaba la velocidad con la que chupaba su pene, puse mis manos sobre sus glúteos y lo empujé todo hacia dentro de mi boca hasta que empezó a moverse circularmente de atrás hacia adelante, cuando tosía de ahogo él volvía a mi boca con la suya para besarme y escupirme. Sentía su pene traspasando profundamente mi garganta, a veces lo sacaba de mi boca para lamerlo y golpearlo con su rigidez en mí cara. Había crecido enormemente en mi boca.

Antonio me levantó del piso y me abrazó mientras continuaba besándome, desabotonó mi pantalón y sacó mi pene para frotarlo junto al suyo, fue muy placentero ver lo caliente que estábamos. No podíamos dejar de mirarnos; comenzamos a masturbarnos mutuamente sin parar de besarnos, sentir sus manos frías sobre mi miembro hacía que se pusiera tan duro y húmedo como el suyo. Él se inclinó hacia mí y comenzó a hacerme sexo oral, me encantaba sentir mi pene explorando el interior de su estrecha boca, Antonio pasó mi glande por sus carnosos labios y vi cómo se enrojecían al igual que una fresa.

Él se levantó y regresó a mi boca, continuó besándome y repentinamente empezó a gemir en mi oído mientras disparaba su semen en línea recta sobre mi abdomen, al verme cubierto de sus espermatozoides llegué al punto máximo de excitación y eyaculé grandes cantidades de semen en su cuerpo.

Inesperadamente, dimos un violento brinco hasta caer cuando el avión empezó a sacudirse de forma brusca e intempestiva por la turbulencia. Al caer, Antonio se carcajeó mientras me abrazaba fuertemente en el piso; aun teniendo su erección rígida, levantó mi pierna derecha y acostado detrás de mí terminó de eyacular en mi interior. Sentí un dolor intrusivo como si algo me estuviera desgarrando por dentro, pero al ver que lo hacía Antonio fue excitante. Finalmente, Antonio me abrazó por varios minutos mientras me besaba las orejas y la nuca. Sentía su semen escurriendo dentro de mí. Posteriormente, nos vestimos y salimos del baño para regresar a nuestros asientos como si nada hubiera pasado.

- ¿Quién pagó nuestro viaje a Bélgica? –Interrogué, confundido.

- No lo sé –respondió–, fuiste tú... ¿No?

- No –negué con la cabeza–, pensé que esto lo habías pagado tú...

- No –negó sarcásticamente–, yo soy tan pobre que los ratones de mi casa se mueren de hambre.

Empecé a reírme con humor hasta que súbitamente mi risa se convirtió en un grito de susto, el avión volvió a sacudirse haciendo brincar a todos los pasajeros, la tranquilidad del vuelo cambió radicalmente en cuestiones de segundos; las azafatas cayeron de golpe y se deslizaron por el pasillo mientras el avión se salía de control. Los pasajeros se pusieron las mascarillas especiales porque el oxígeno comenzó a descender, miré hacia abajo a través de la ventana y vi que el avión estaba cayendo al vacío, inauditamente, empecé a sentirme mareado y aturdido, el estrepitoso ruido de los motores despertó una gran ansiedad que con el berrido de los pasajeros me motivó a gritar atronadoramente.

Había movimientos bruscos y erráticos en el avión, estábamos atravesando un estado de desorientación espacial. De inesperado, las luces del avión se apagaron haciendo que todo quedara a ciegas. Por algunos segundos el avión se hundía violentamente en caída libre, retomando la normalidad para volver a hacer lo mismo repetidas veces. La turbulencia era muchísimo más severa con fuertes vientos y ráfagas infernales. Los pasajeros soltaron sus mascotas y las dejaron libremente por el avión, los animales estaban asustados y buscaban lugares para esconderse.

En medio del caos apareció el escalofriante sonido de una alarma, parecía que estuviera dentro de una guerra porque alrededor del avión volaban cientos de aviones de combate. Antonio y los demás pasajeros estaban abrochándose los cinturones desde sus puestos, pero creo que mi asiento era el único que no tenía, aunque era una medida de seguridad no podía evitar que el avión se estrellara. Estábamos en descenso y desde las alas del avión escapaba un humo negro que empezaba a traspasar el interior, de pronto, se escuchó una explosión en la parte trasera de la nave. Esto causó alaridos y llantos de terror.

- ¡Por favor, colóquense las máscaras de oxígeno! –Gritaba el piloto desde los parlantes, su voz sonaba desesperada, llorosa y despavorida–. ¡Abrochen sus cinturones! ¡Apresúrense! ¡Estamos cayendo! La altitud está disminuyendo y la velocidad asciende con poder.... La aeronave está precipitándose. ¡Estamos cercas de las montañas! ¡MAYDAY! ¡Necesito el tren de aterrizaje y freno de velocidad!

El piloto se dirigía al copiloto con chillidos y clamores terroríficos.

- ¡Sube! ¡Vamos, para arriba! –Imploraba el copiloto desde la cabina, se escuchaban otras voces gritando a través de los parlantes–. ¡Estamos a menos de cuatrocientos metros de altura! ¡Ve a la izquierda, muévete! ¡OH, POR DIOS, LEVÁNTATE! ¡ARRIBA! ¡NO PUEDES BAJAR MÁS! ¡QUÍTALE TODA LA POTENCIA, POR DIOS!

- ¡MAYDAY! ¡MAYDAY! –Prorrumpía el piloto, sus gritos sonaban estremecidos y desgarradores. Los alaridos de los pilotos eran incesantes, se escuchaba lo mucho que hacían para intentar evitar el destino de todos–. ¡MAYDAY! ¡ESTAMOS CAYENDO! ¡PERDIMOS EL SISTEMA HIDRÁULICO!

Era difícil escuchar lo que el piloto decía por al apocalíptico escándalo en la tripulación, el avión estaba cayendo a gran velocidad. Antonio me abrazó fuertemente y me sujetó para que no me impactara hacia adelante con la velocidad en la que caía el avión.

- Todo estará bien –dijo Antonio, hablando con preocupación. Apretó mis manos y besó mi frente–. Prometo que saldremos de esto y algún día reiremos de cómo sobrevivimos.

Mi único seguro fue abrazarlo, incluso sabiendo que no saldríamos con vida.

- Pérdida de altitud –advertía automáticamente la voz robótica del sistema de advertencia de proximidad al suelo–, pérdida de altitud... Pérdida de altitud, pérdida de altitud.

- ¡POSICIÓN DE IMPACTO, CABEZA ABAJO, CÚBRANSE! –Berreaba la azafata–.

- Velocidad de descenso excesiva –repetían los operadores de seguridad–, velocidad de descenso excesiva... Velocidad de descenso excesiva...

Sentía un intenso cosquilleo en la parte baja de mi abdomen. Estábamos cayendo en picada mientras grandes cantidades de adrenalina se descargaban en nuestro torrente sanguíneo, el cuerpo detectó la amenaza y comenzó a optimizar nuestra supervivencia, sentía cómo todas las partes de mi cuerpo se empujaban entre sí en caída libre bajo la fuerza de la gravedad.

A través de la ventana se vio una inmensa nube turbulenta que estaba cargada de aviones que también caían en picada, el ambiente cambiaba aleatoriamente desde cielos sangrientos hasta nubes negras cargadas de relámpagos, incinerando tripulaciones completas que hacían cenizas a sus pasajeros. Íbamos a estrellarnos a máxima velocidad, el pitido que hacía el avión me hizo gritar desconsoladamente mientras perdía la esperanza de llegar sano y salvo a tierra firme. Podía sentir la monstruosa velocidad a la que estábamos cayendo.

La caída en picada fue tan violenta que el avión comenzó a desintegrarse antes de tocar tierra, los pasajeros de la parte trasera del avión salían volando por todas partes, apenas se podían escuchar aquellos horripilantes gritos de horror acompañados de la alarma.

- ¡AAAAAAAAHHHHHH! –Gritaban desde la cabina del piloto–. ¡HAY FUEGO EN LOS MOTORES! ¡ESTAMOS A MENOS DE CIEN METROS!

La gente gritaba con desespero, la mayoría estaba volando por el aire mientras se soltaban de sus cinturones.

- Despeje del terreno inseguro –decían repetidamente los operadores de seguridad, todas las alarmas estaban activas–, terreno... Demasiado bajo, terreno... Demasiado bajo, terreno...

El avión estaba sacudiéndose imparablemente en su destrucción, me aferré a Antonio ante la poderosa velocidad del descenso y lo abracé con todas mis fuerzas cerrando los ojos.

- Te amo –titubeé, resignado a la muerte–, quizá esto era lo que necesitaba.

- Yo también te amo –lloriqueó, apretándome fuertemente–, perdóname por no darte todo lo que te merecías desde un principio.

- Tú siempre fuiste lo que merecí –ultimé.

Inesperadamente, los operadores del sistema de advertencia comenzaron a contar la altura a la cual estábamos descendiendo. El infierno se hizo crudo y despiadado cuando fuimos acercándonos lentamente al suelo, desde ese momento no quise volver a abrir los ojos.

- Setenta, sesenta, cincuenta, cuarenta, treinta... Veinte...

- ¡Posición de impacto! –Gritaban las azafatas repetidamente–. ¡Cúbranse! ¡Posición de impacto! ¡CÚBRANSE!

Los pasajeros que todavía permanecían en el avión se quedaron en silencio, ya no valía la pena gritar. Era tiempo de aceptar que el final había llegado para todos.

- Diez... cinco –continuaron contando los operadores.

Impetuosamente, el avión se estrelló contra las montañas, generando una súper explosión que provocó una muerte súbita e inminente para sus pasajeros, antes de que explotase hubo un enorme impacto que me arrancó de los brazos de Antonio para lanzarme hacia lo más recóndito de la aeronave. Después del estallido no hubo nada más que silencio y oscuridad, supongo que eso es exactamente lo que hay después de la muerte, nada.

Desperté de un impulso, dando una brusca sacudida en la cama, escudriñé mí alrededor con la mirada asustada y me levanté sintiendo que todavía estaba soñando. Fue una de las pesadillas más desesperantes y sombrías que he tenido, a pesar de estar despierto tenía los vértigos a millón, en cada paso que daba me sentía mareado y aturdido. Encendí la luz de la alcoba y vi la hora en el reloj, apenas era la 2:00 AM, parecía que hubieran pasado muchas horas soñando.

Estaba analizando cómo es que era posible pasar de un sueño húmedo a una pesadilla. Fue extraño. No sabía sí masturbarme o ponerme a llorar hasta el amanecer, ya no tenía sueño y no quería volver a dormir, soñar era lo último que deseaba. Cogí un bolígrafo y comencé a escribir lo que soñé en mi vieja libreta de sueños perdidos, encendí una vela aromática y la situé en la mesa mientras escribía lo que recordaba. Fue esa noche en la que decidí escribir después de mi eterno bloqueo, a través de una catarsis recreaba literariamente lo que sentía desde la primera noche de mis trasnochos. 

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