Capítulo 37: Noche 18.
22:18 PM.
La situación del día anterior me afectó en cantidad, todavía me sentía humillado y herido por lo que pasó con Amanda, la decepción se apoderó de mi titubeante realidad. Perdí todos los motivos de volver a confiar en alguien, la soledad de mi alma me hacía vagar por el llanto de mi perdición. También habían pasado días sin saber de Antonio, lo extrañaba y me preguntaba qué había hecho mal para que me ignorase por completo, solíamos hablar las veinticuatro horas del día y prácticamente estaba acostumbrándome a él. Lo veía en línea y sabía que su prioridad era alguien más, probablemente tenía a otra persona más interesante que yo, extrañaba recibir sus mensajes de buenas noches cuando me encontraba durmiendo.
De pronto, pensé en algo estúpido que sacrificaría lo poco de dignidad que me quedaba, sé que no era una idea pero necesitaba estar tranquilo conmigo. Marqué el número de Antonio y comencé a llamarlo, el miedo me estaba haciendo temblar, fue una noche en la que estaba muy emocional.
- ¿Hola? –Contestó Antonio.
Sabía que había metido la pata al cometer la estupidez de llamarlo, mis impulsos eran más fuertes que mi cordura.
- Oh, hola... –Hice una pausa, dejando sonar mi respiración–. ¿Cómo estás?
- Bien, Michael. ¿Tú cómo estás?
Segundos de silencio.
- Me contenta mucho que estés bien –proseguí, tenía muchos nervios–. Yo... Yo estoy bien.
- ¿De verdad estás bien, Michael?
- ¡Sí! –Respondí con seguridad y después me contradije–.No, disculpa, para ser honesto no me siento bien.
Estaba actuando sin pensar, tuve la necesidad de confesarle lo que sentía.
- ¿Quieres que lo hablemos ahora o nos vemos en algún lugar? –Preguntó Antonio, sonando preocupado–. Aquí estoy para ti, dime lo que quieras y yo te escucho.
Inesperadamente, apareció mi ansiedad manifestándose con la necesidad de llorar. Mi voz se estremeció y mi respiración se aceleró, por primera vez Antonio me escuchaba llorar.
- Últimamente han estado sucediendo muchas cosas en mi vida –confesé entre lágrimas de aflicción. Sostenía el teléfono temblorosamente–, siento que, he estado callando por muchas noches y ya no quiero seguir viviendo en una mentira... Me siento muy presionado con lo que pienso y lo que siento, no creo que pueda seguir con esto.
- Michael, pero, ¿Qué es lo que te presiona exactamente? –Preguntó mientras hablaba con afecto y cariño–. Puedes hablarme lo que quieras, aquí estoy para ti.
Su voz me daba seguridad y tranquilidad, pero no podía parar de llorar.
- Antonio, quiero decirte algo...
- ¿Dime? –Habló interrogativamente.
- Tú me...
Mi voz se cortó.
- ¿Puedes escucharme? –Arrojó intranquilo, había mucha interferencia por la mala señal de mi casa.
Estuve a punto de decirle que me gustaba, fue como sí algo místico lo hubiera impedido.
- Tú me pareces una gran persona –completé la frase mentirosamente–, y agradezco tu apoyo como no tienes idea.
- ¿Seguro que no querías decirme algo más?
- No –respondí velozmente, soné bastante torpe, nervioso y distraído–, es la presión que tengo por el millón de cosas que tengo que hacer todos los días, ya no me gusta esta rutina...
- Aparte de la carrera de medicina, ¿Qué otras responsabilidades tienes? –Cuestionó.
- Trabajar en mi audiolibro, sacar adelante mi otra carrera de ingeniería y no fracasar en el intento –resoplé cansinamente, mi voz continuaba sonando áspera como si tuviera algo atravesado en la garganta. No podía dejar de llorar–, intentar liberarme del bloqueo de autor que tengo porque siento miedo de no volver a escribir nunca más, siento que ni soy el mismo escritor que solía ser antes. ¡Ni siquiera sé cómo hacerlo! Lo sé, es estúpido y no tiene coherencia, pero siento que ya no sé cómo escribir como cuando escribía mis primeras obras. ¿Y sabes qué es lo peor? Llevo dieciochos noches sin dormir, y cuando lo hago, despierto a la mitad de la noche después de tener sueños extraños como si fueran parte de la realidad. Y cuando eso sucede lo único que puede calmarme es leyendo mi libro de autoayuda, así que, estoy toda la noche leyendo y al día siguiente cuando amanece voy a la universidad para que un grupo de malditos me hablen de Nicolás Maduro o de Chávez como sí eso tuviera que ver con medicina.
Al terminar de hablar solté un profundo suspiro, sentí alivio y mis lágrimas dejaron de caer.
- Michael, tienes un gran peso de responsabilidades y podemos justificar lo mucho que te afecta. En primer lugar, no creo que se trate de que hayas perdido tu talento de escribir, todo lo que estás pasando te ha agotado mentalmente y te has quedado sin ideas, es imposible encontrar inspiración cuando lo único que haces es estudiar y creer que estás estancado en el fracaso. En segundo lugar, la literatura es muy diferente a lo que estudias en medicina, y así mismo, la medicina es muchísimo más diferente a lo que ves en tu carrera de ingeniería. ¡Es demasiado para cualquier persona! No solo es eso, sino que además estás trabajando como narrador de tu obra, siendo la voz de tu propio audiolibro. Por el tiempo que llevo conociéndote puedo decir que eres un genio y no solo lo digo con el fin de halagar, me encanta como eres porque en ti puedo ver lo que en otras personas no. ¿No crees que estás siendo duro contigo mismo?
Las palabras de Antonio me regresaron el aliento, repentinamente sentí la necesidad de verlo y abrazarlo. Quería seguir llorando, pero a su lado.
- Tienes razón –repuse. Estaba demasiado sentimental en ese momento, parecía que a él le conmovía escucharme llorar. Todavía no sabía que casi todas mis lágrimas eran por él–. Gracias por escucharme, qué vergüenza que me escuches llorar, eres una hermosa persona por dentro y por fuera.
- Siempre estaré para ti –consideró genuinamente–. ¿De acuerdo? No importa cómo ni cuándo, jamás te dejaría.
Escucharlo me hizo sentir mejor, pero, sí decía que estaría para mí, ¿Por qué motivo me ignoraba? Fue como si me mintieran en la cara. Tan pronto que lo pensé no quise hablarle más por esa noche, odiaba que me dijeran mentiras y falsas promesas. Reconozco que fue una idea intrusiva porque estaba atravesando un momento muy sensible, pero tenía miedo de sentirme decepcionado de alguien a quien empezaba a amar.
- Gracias –le agradecí con indulgencia–, quiero decirte que, pase lo que pase por favor recuérdame por lo que hoy me conoces. En tiempos negros de cambios astrales, no puedo asegurarte que siempre seré la misma persona que en esta noche te quiere.
- ¿Eso es algún tipo de despedida metafórica y litúrgica?
- ¿Querrás decir literaria? –Bromeé con una pequeña risa–. Y sí, ya me iré a dormir. No sabes cuánto necesitaba hablar contigo, ya puedo irme en paz.
«Maldición, ¿Por qué dije eso?» pensé.
- Me da gusto saberlo, espero que puedas descansar. Hmmm, Michael... –Antonio hizo una pausa, quedándose en silencio–, te quiero mucho. Espero que pases una linda noche.
- Yo también te quiero –recombine–, dulces sueños.
Al colgar apagué el teléfono y empecé a sobrepensar, no entendía qué demonios me sucedía con él pero me estaba volviendo loco. Todavía estaba en mi habitación cuando inesperadamente escuché gritos afuera, mi episodio de euforia y emoción se esfumó al oír la desagradable voz de mi padre borracho, tenía casi dos días en las calles tomando con sus amigos alcohólicos. Salí silenciosamente de mi alcoba y me asomé en el cuarto de mi madre para ver sí él la estaba molestando, no la vi en su cama, pero al menos vi a mi hermana durmiendo tranquilamente. Salem, Percy y Fatty estaban asustados el sofá, temblaban de miedo como también pudieran sentir lo que yo sentía.
- ¡Apúrese, maldita! –Resonó la grotesca voz de la bestia, mi padre estaba golpeando las paredes–. ¿Dónde está la puta comida? ¡No sirves para nada! Lo sabes muy bien... ¿Verdad? –Gritaba más fuerte, rodeando agresivamente a mi madre–. ¿Me escuchas, basura engendrable? ¡PUTA!
Caminé lentamente hacia la cocina y me escondí detrás de la pared para escuchar, estaba molestando y acosando a mi mamá para que fuera su sirvienta. Siempre hacía eso desde que tengo uso de razón, recuerdo que, cuando era niño lo veía llegar a casa muy borracho para fastidiar a mi mamá. Me asomé cuidadosamente y vi que mi madre estaba calentando la comida, mi padre estaba acostado en el piso como un animal atropellado, se veía sucio y descuidado. No entendía cómo era posible que mi madre, siendo una mujer tan hermosa, cuerda e intelectual se hubiera casado con una porquería tan inhumana como mi padre.
- Solo sirves para dar hijos feos e inservibles –continuaba, insultando a mi madre–. Y sé que la mariquita de tu hijo me está escuchando en este momento –me escondí detrás de la pared, evitando que me viera asomado. El hombre cogió su botella de alcohol y la tiró contra la pared, mi madre saltó del susto cuando escuchó el ruido. Los cristales de la botella cayeron en todos lados–, ¡Y que lo sepa muy bien, aquí en mi casa no quiero maricones, quiero tener un hijo que sea como yo, un hombre de verdad! Quiero tener muchos nietos en este momento, él está en la edad de tener hijos con diferentes mujeres. ¿Por qué es tan difícil pedirlo? ¡Nunca me diste el hijo que yo quería! ¿Qué se puede esperar de una perra como usted? ¡JAJAJAJAJAJA! –Se reía a carcajadas, era el mismísimo diablo en carne humana–. ¿Escritor, un estudiante de dos carreras? ¡JAJAJAJAJA! Esa escoria solo pierde su tiempo... ¡Nada de eso servirá para nada mientras sigas estando bajo mi techo y bajo mi mando!
Las palabras de mi padre me aplastaban, era irrazonable escuchar a un alcohólico que apenas podía respirar, pero me quemaba ver la perspectiva que mi propio padre tenía sobre mí. Comencé a llorar desconsoladamente en la oscuridad, necesitaba sacar a mi madre y a mi hermana de ese infierno y no sabía cómo.
Solo esperaba que mi madre no le respondiera nada, no valía la pena discutir con un alcohólico de su nivel. Además, era peligroso y no quería que mi mamá saliera herida. No sé cómo la policía nunca llegaba cuando los llamaba, en momentos como ese me sentía desprotegido y lo único que quería era una salida para salvar no solo a mi madre sino a mi hermana. La impotencia que tenía era más grande que mis ganas de vivir, estaba aterrado con lo que escuchaba, y saber que mi mama estaba exponiéndose al peligro de tenerlo cerca me desmoralizaba. Cerraba los ojos pidiéndole a algún ser supremo que me ayudase y cuestionaba la existencia de un Dios que nunca estaba cuando lo necesitaba, cuando era niño tenía mucha fe y aun así pidiéndole a Dios que me protegiera nunca lo hacía. Nadie iba a hacer que mis deseos se hicieran realidad, solo era yo contra el infierno que me tocó vivir.
Mi madre se acercó lentamente a él con el plato de comida y lo situó a su lado, parecía que fuera su esclava. Mi padre se levantó y pateó el plato arrojando la comida por todas partes. Mi mamá retrocedió con sobresalto, caminando hacia atrás mientras mi padre se le acercaba con una mirada sádica, dejé de esconderme y entré a la cocina cuando vi a mi padre desafiar a mi madre; de inesperado, él comenzó a vomitarse encima mientras se caía de lado, cayó de golpe en el piso poniéndole la cabeza a la pared, por un momento pensé que se había matado pero simplemente gruñía y vomitaba todo su alrededor. Tomé a mi madre de la mano y salimos de la cocina, ella estaba fría, temblorosa y estremecida.
- Ay, Michael –sollozó mi mamá–, no sabes el miedo que le tengo a ese hombre cuando está borracho. Esa mirada de odio y perversidad me hace querer salir corriendo. Dios mío –suspiró–. ¿Cuándo será el día en que nos vayamos de aquí?
- Mamá, nosotros ya no tenemos por qué seguir tolerando esto. Ese monstruo está mal de la cabeza y es capaz de matarnos. Honestamente, no quiero que tú sigas viviendo esto, no puedo permitir que mi hermana crezca sintiendo miedo, ¿Sabes cuánto puede afectarle psicológicamente para toda la vida? Aunque sabemos que está comenzando a sufrir ansiedad, ataques de pánico y depresión.
- Lo sé, Michael, pero... No tenemos a dónde ir, ni siquiera podemos hacer una denuncia porque tu padre se enterará y las cosas se pondrán peores. Él es un ex militar y tiene muchos conocidos en las autoridades... Tengo miedo, no sé quién nos pueda ayudar. Él una vez me dijo que se enteraba de las veces que yo lo denunciaba, cuando eso sucedía decía que ni Dios podría salvarme de su castigo porque yo estaba sola.
- Mamá, tienes todo el derecho de pedir una orden de alejamiento –insistí, abatido–. Yo puedo dejar de estudiar, no me importa, para ponerme a trabajar y ayudarte a pagar los gastos de la comida, los estudios de Vivi y lo que necesitemos.
- No –negó con la cabeza–, ni si te ocurra dejar de estudiar porque me lo lamentaré por toda la vida.
- Mamá, no tenemos dinero, estamos comiendo mal y tampoco tenemos a dónde ir, necesitamos salir de aquí. Puedo ver cómo una tragedia se acerca para nosotros, puedo oler la sangre y el sufrimiento que se avecina.
- Michael, ya ve a tu habitación –ordenó mi madre, sonando nerviosa y estresada–, él no va a molestar más esta noche. No te quedes con el teléfono hasta tarde, mañana será otro día y necesitarás energías.
- Está bien, mamá, buenas noches.
- Hasta mañana.
Fui a mi habitación con la cabeza agachada, cerré la puerta con pasador y me acosté. Sentía bastante cansancio físico y mental. Fue otra noche más de trasnocho, pasaron las horas y la oscuridad me mantenía despierto, lo estuve hasta que salió el Sol y escuché el cantar de las aves.
La presión que había en la mañana del nuevo día era caótica, sentía tantas cosas que no podía identificar cada una. Estaba retorciéndome del desagrado, el aborrecible ambiente de mi casa me hacía detestar y cuestionar los minutos de mi existencia. Me levanté de la cama con los ojos hinchados del trasnocho y me paré frente al espejo observando al espectro en el que me estaba convirtiendo, un monstruo nocturno y oscuro que odiaba la luz del día. No sé a dónde se había ido ese niño genuino que solía ser día a día, crecer fue una pena de muerte para el inocente chico que creyó que nunca se convertiría en adulto.
Estar en la edad de los veintes significa mucho sacrificio para los estereotipos que pone la sociedad con respecto al tiempo de nuestro ciclo de vida, donde graduarse tiene una edad específica al igual que casarse y tener hijos, no me sentía preparado para volar a la velocidad con la que se estaba yendo mi juventud.
Ya no quería seguir pensando en nada, ese era mi problema más grande, sobrepensar lo más mínimo para convertirlo en algo máximo y llevarlo a mi destrucción. Un pensamiento me llevaba a otro y así terminaba en la miseria deseando morir en el silencio. A pesar del infierno de mis pensamientos quería seguir dando lo mejor de mí por más basura y dañado que me sintiera, mi único propósito era llenar mi vació con el talento de escribir historias y crear mundos a base de las experiencias que se supone que me harían más fuerte, quería conservar ese punto de vista para mantenerme vivo por un poco más de tiempo.
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