Capítulo 31: ¡Maldito lunes!

  Después de un largo fin de semana ya estaba listo para empezar una nueva semana, la mañana de aquel lunes fue ambigua y extraña, mi vida tenía una dualidad entre el día y la noche, repentinamente, me sentía en una laguna mental al recordar lo que en mis sueños ocurría; no obstante, había una batalla mental que estaba perdiendo por mis malditos caprichos, continuaba pensando en alguien que me hacía sentir más inestable y confundido de lo habitual. Tenía muchas preguntas que no me atrevía a hacer ni porque fuera el fin del mundo, la cobardía me estaba ganando.

Estaba sentado en la parte más distante y sola del salón de clases, era un día soleado pero para mí seguía siendo gris, tenía puesto un abrigo azul y un jean blanco, además de las converses que siempre me llevaban a todos lados. Me molestaba el ruido que todos hacían con su existencia, todos estaban reunidos amistosamente con una sonrisa que no podían borrar de sus rostros; yo estaba sentado muy calmado con mi soledad, el único amigo que me acompañaba era ese libro que había comenzado a leer unas noches antes, "El modelo de Pickman". Unos de mis favoritos de Lovecraft, no hay algo mejor en la vida que un libo en físico.

Aunque me veía tranquilo y callado, me sentía en alerta como si estuviera en un campo de guerra, no soportaba más estar en un lugar trivial rodeado de conformistas y mediocres, mis compañeros me observaban con rareza y luego se murmuraban entre sí mientras les regresaba una mirada fría y aborrecida. Era fácil despreciarlos con mi indiferencia, lo único que me importaba en ese momento era mi libro favorito de Lovecraft, lo devoraba silenciosamente con la cabeza abajo.

Por un momento sentí que ya no podía continuar leyendo, había mucho ruido y me abrumaba leer sin poder concentrarme, cerré el libro y lo guardé en mi mochila. Con la mirada perdida en la nada escuchaba mi propia voz gritando con frustración desde mi mente: «Michael, ya huye de este horrible lugar, no sé por cuánto tiempo estarás perdiendo tu vida en una universidad donde ni siquiera estás estudiando medicina, sal por esa puerta corriendo y no vuelvas más a un lugar donde no eres feliz», decía dentro de mí.

Era injusto ver asignaturas de adoctrinamiento político y socialista en una escuela de medicina, con mucha más razón justificaba mi desespero de irme. No era normal ver imágenes de Nicolás Maduro, Hugo Chávez y Fidel Castro en las aulas de clases, pero mi castigo era estudiar en una universidad del gobierno.

- Michael. –Escuché que alguien dijo mi nombre.

Estaba muy concentrado en mis pensamientos.

- Hey –volvieron a hablarme, yo continuaba con la cabeza agachada y la mirada en el piso. Estaba pensando en todo, recordando mis sueños con desconcierto.

- ¡Michaeeel! –Volví a escuchar mi nombre, levanté la cara y vi que era Nairobis, la única persona de la clase que aparte de Mónica y Antonio que me agradaba.

- Oh, jajajaja, demonios, hola –le saludé respetuosamente desde el asiento, ella se acercó a mí dándome un abrazo y un beso en la mejilla–. Perdón por ignorarte, estaba perdido en el limbo.

- Sí, te ves muy distraído amigo –concertó–. ¿Puedo sentarme contigo?

Lanzándole una mirada ambigua le hice un gesto afirmativo con la cara. Nairobis cogió una silla y la situó a mi lado.

- ¿Quieres hablarlo? –Preguntó ella con sutilidad y carisma–. No está mal hablar con alguien sobre lo que sientes.

- Gracias –hablé apaciblemente con un tono bajo–. Qué lindo que te preocupes. Yo...

No sabía cómo empezar, empecé a tartamudear hasta que Nairobis habló por mí.

- Es Antonio, ¿Cierto? –Añadió con interrupción.

Observé a Nairobis con los ojos muy abiertos, me asombré al ver lo evidente que era.

- ¿Cómo lo sabes?

- Michael, puedes confiar en mí... ¿Sí?

Podía sentirme en confianza con ella, algo me decía que era una buena persona y muy bien lo sabía. Simplemente, era mi problema ser alguien cerrado.

- Sí, es Antonio, –respondí siendo directo y concreto–. Desde que lo dejé entrar a mi vida me he sentido inseguro con muchas cosas, ni siquiera sé qué soy para él, lo único que sé... Es que, Antonio se está convirtiendo en mi todo.

Nairobis apoyó su mano en mi hombro y comenzó a acariciarme con cariño.

- Espera, ¿Ustedes no son novios?

- No –respondí rápidamente. No somos novios, ¿Pensaste que éramos pareja?

- Michael, no soy la única –agregó serenamente, miró a las personas y continuó en voz baja–. Todo el mundo piensa que son novios, es imposible no pensarlo. Ustedes son tan lindos cuando están juntos, siempre tan unidos y cariñosos, él se ve que está enamorado de ti.

- ¿Qué? –Repliqué con sarcasmo mientras fruncía el ceño.

Me reí despacito, cubriéndome el rostro con ambas manos.

- Él siempre te sigue, he observado cómo prefiere estar contigo que con cualquier otra persona. Eres lo primero que él mira cuando entra a la universidad, algunos compañeros lo han notado y no paran de hablar de ustedes dos. Desde mi punto de vista creo que se ven muy enamorados.

«Estoy hablando con mi ex, estamos pensando en volver», recordé las palabras de Antonio al mismo tiempo que escuchaba a Nairobis.

- ¡Solo son apariencias! –refunfuñé tirando mi lápiz en la mesa–. También lo creí, pensé que yo era importante para él hasta que... Me dijo algo que, me hizo cambiar de opinión.

- ¿Qué te dijo? –Preguntó Nairobis, alzando una ceja.

Cogí el lápiz y abrí mi libreta, agaché la cabeza distraídamente y comencé a dibujar estrellas.

- El viernes pasado fui a su casa, anteriormente me invitó para ir a estudiar... ¡Y ni siquiera estudiamos! –Guardé el lápiz y cerré la libreta–. Solo estuvimos en su habitación hablando, además hice algo que nunca se lo había hecho a alguien, le leí mi libro mientras él estaba en su cama con los ojos cerrados escuchando mi voz. Estuvimos hablando sobre nosotros, y, de repente, comenzó a decirme que todavía hablaba con su ex novia porque estaban en plan de regresar. Todo el día me sentí bien estando a su lado hasta que me dijo eso, desde entonces no he parado de pensar en que regresó con su ex y ahora yo estoy sintiendo todas estas cosas como si todo hubiera sido un sueño.

Nairobis cambió de semblante, parecía apesadumbrada y confundida.

- Wow, no sé qué decirte... Ya que me hablas de lo que realmente está ocurriendo me confunde, no me imagino cómo debes sentirte ahora. ¿Ya le dijiste lo que sientes por él?

- ¡No! –Exclamé, negando con la cabeza–. No estoy listo y creo que nunca lo estaré.

- Aunque no se lo digas es muy probable que ya lo sepa, piensa bien, sí todos en el salón piensan que ustedes tienen algo por la forma en la que se tratan, ahora imagínate él. Es incoherente que te haya hablado de su ex novia en ese preciso momento donde había una conexión emocional muy grande, parece que quiere ocultar el Sol con un dedo, es como si prefiriera evadir sus emociones. ¿No has pensando en que él se está reprimiendo lo que siente?

Nairobis estaba rascándose la cabeza.

- No lo sé, esto es bastante confuso, o sea, ¿Qué quiere de mí sí todavía no sabe lo que quiere? Porque claramente no somos amigos, es imposible tratarlo de otra manera, sabiendo que no puedo verlo como un amigo sintiendo todo esto.

- Exacto, pero tampoco estás en la obligación de seguir hablándole mientras eso te haga daño. Antes de pensar en él, piensa primeramente en ti, porque solo puedo percibir que es una persona inestable que simplemente no sabe lo que quiere. No creo que merezcas eso, pero sí en verdad lo quieres y crees que vale la pena, no te apresures y dale tiempo porque sí siente algo por ti, puede ser muy difícil para él que le guste alguien de su mismo sexo y no entiende lo que está sucediendo contigo, especialmente sí se considera heterosexual. Lo que sí puedo asegurarte, es que él está muy interesado en ti y eso no puedes dudarlo. En algún momento él te lo dirá, no podemos esperar mucho de alguien inestable e inseguro, eso que sientes es porque él te trasmite la confusión que padece al verte, tú no eres el del problema y ni se te ocurra pensar que sí. ¿Ok?

- Gracias, Nairobis, tienes mucha razón y agradezco que quieras apoyarme en esto. No sabes cuánto lo agradezco y me alegra saber que puedo confiar en ti.

- No me lo agradezcas, cariño, tienes mi número por sí me necesitas en cualquier momento de las 24 horas.

Inesperadamente vi a Antonio entrando al salón, comencé a sudar sintiendo que algo caliente me descendía desde la cabeza hasta los pies. Nairobis lo observó y rápidamente me clavó una mirada nerviosa y alertada.

- Creo que será mejor irme –dijo Nairobis, poniéndose de pie–. Sabes que él viene por ti y no quiero estar sobrando porque tienen mucho de qué hablar.

Antonio venía a nosotros con su mochila, tenía la chaqueta de siempre y su cabello rizado alborotado.

- No –balbucí agitado mientras la halaba del brazo y reía nervioso–. De aquí no te vas. Siéntate de nuevo.

- Está bien, está bien, –repitió disimuladamente–- No me iré.

De pronto, llegaron los indeseables amigos de Antonio a sentarse en nuestra mesa. El gesto de incomodidad que tuve con Nairobis fue mutuo y conectivo, a ninguno de los dos nos agradaba estar con ellos, podía tolerarlos siempre y cuando Antonio estuviera presente.

- ¡Buenos días, amigos y amigas! –Dijo André el vocero de la sección, hablaba en voz alta para todo el salón–. Espero que hayan tenido un ameno y revolucionario fin de semana, sean bienvenidos una vez más a la casa de estudios de nuestro comandante Hugo Chávez Frías. El día de hoy agradecemos una nueva victoria socialista, en honor al grande Fidel Castro, a Nicolás Maduro y a la medicina cubana por abrir las puertas de esta universidad. ¡Qué viva Chávez y Nicolás Maduro!

Nairobis y yo volvimos a mirarnos con repudio e inquietud, quería reírme, pero la vergüenza de estar ahí solo me recordaba la razón por la que quería salir corriendo. El chavismo estaba consumiendo la mentalidad y la cordura de los estudiantes. Todos los estudiantes comenzaron a apoyar al vocero, aplaudiéndole y chiflando con festejo.

¡Oh, por Dios, eso era patético! Tenía vergüenza por mí mismo, me lo lamentaba cada día de mi vida.

- Qué asco estar aquí. ¿Dónde está Mónica? –Le pregunté a Nairobis.

- Hoy no podrá venir a clases –respondió–. Bebimos mucho alcohol ayer, dijo que está muy trasnochada.

- ¿En dónde estaban? –Añadí interrogativamente.

- Salimos de fiesta, hubieras venido con nosotras. Nos divertimos bastante.

- Oh, cierto, Mónica me invitó pero no me sentí motivado. Y tú... ¿No has dormido nada?

- No jajajaja, –respondió mientras reía–. Me siento como un espantapájaros, no he absolutamente dormido nada.

De improviso, Antonio pasó frente a mí mirándome a los ojos con timidez, ambos sentimos incomodidad y nerviosidad. No supe cómo reaccionar, él tomó una silla y se sentó a mi lado. Saludó a sus amigos y actuó como si yo no estuviera ahí. Ladeé la cabeza hacia donde él estaba sentado y le busqué la mirada, parecía esquivo, miré a sus amigos y solo sentía nauseas al ver la cantidad de idiotas que me rodeaban.

- ¿Hola? –Dije con los ojos puestos en él–. Siento que no nos conocemos.

Antonio volteó lentamente la cara hacia mí y me sonrió.

- Oh, Michael, yo te saludé... Pero, me dejaste con el saludo en la boca.

Fruncí el ceño e hice un gesto de seriedad y desconcierto.

- ¿Seguro que no te equivocaste de Michael? –Gruñí sarcásticamente–. Porque el único Michael aquí soy yo.

Antonio se rió avergonzado.

- Quizá no me escuchaste, está bien. ¿Cómo estás? –Balbuceó.

Nairobis me miró mientras arrugaba la frente, era obvio que no quería estar rodeada de gente tóxica. Se levantó del asiento y me hizo una señal con las manos, ya se iba a casa.

- Yo estoy bien, gracias –le respondí a Antonio–. ¿Y tú?

No había alguien más falso que yo cuando decía estar bien.

- Yo muy bien, me alegra saber que también lo estás.

Antonio hizo una pausa y me observó fijamente desde su mejor ángulo, era perfecto de cualquier forma. Me daban escalofríos mirarlo a los ojos, sentía que no podía quitarle la mirada de encima.

- ¿Cómo está tu abuela? –Mascullé mientras olvidaba todo lo malo al mirarlo, parecía que se había convertido en mi terapia más preciosa y dañina.

- Ella está bien, te manda saludos. Dice que puedes visitarnos cuando quieras.

Sonreí tontamente y acaricié su cabello.

- Tu abuela es un amor.

- Lo sé –dijo Antonio, cerró los ojos y se puso cómodo. Disfrutaba de mis caricias–. ¿Qué hiciste el fin de semana?

- Estudiar mucho –respondí apaciblemente–. ¿Y tú?

- Además de estudiar, volví a leer lo que me habías leído en mi casa. Tu libro lo es todo, ¿Ya lo sabías? Me encanta que puedo leerlo una y otra vez, no deja de sorprenderme.

- Qué lindo saberlo, gracias, sinceramente me da mucho gusto leerte mis historias.

Silencio incómodo, de repente, apareció Bruno de la nada.

- ¡Antonio, soñé contigo! –Profirió vulgarmente–. Tuve el sueño más caliente y excitante que he tenido hasta ahora.

Quité la mano de su cabello con lentitud, hice un gesto de incomodidad y me aparté.

- ¿Qué soñaste? –Preguntó Antonio, mirando a Bruno con una risa cínica–. ¿Igual que el último?

Escuchar a Antonio interesado en lo que Bruno decía era algo inmundo.

- Estábamos en una camioneta y tú ibas conduciendo... Me pediste que tocara la corneta y después terminé encima de ti brincando como conejo.

Antonio y todos sus amigos empezaron a reírse. Yo quería vomitar, era el único que tenía una cara de disgusto y hastío. Encendí mi móvil y me distraje, todos esperaban mi participación o que reaccionase a lo que hablaban, pero hacía que no existían. Me harté de estar ahí, abrí la mochila y guardé mis cosas.

- ¿A dónde vas? –Preguntó Antonio inmediatamente.

- Me largo –dije, poniéndome de pie.

- Espera –insistió–. ¿No vas a esperar a que llegue el profesor?

Negué con la cabeza.

- No. ¿Y por qué crees que perdería mi tiempo esperando una asignatura que ni siquiera importa? Sí ese señor no ha llegado es porque a él tampoco le interesa dar sus clases. Además, es una asignatura chavista y política que no aporta nada a tu carrera como médico.

El vocero estaba atento de lo que Antonio y yo hablábamos con discreción.

- ¡Claro que sí importa! –Despotricó el vocero con arrogancia e insolencia–. Sí te vas, le dejaré dicho al profesor que te retiraste de la clase y quedarás ausente. Tú decides, te quedas o te vas con ausencia.

Empecé a reírme con hipocresía y vanidad.

- Niño, ¿Es que acaso tengo cara de que me importa una clase mediocre de cómo ser un chavista cutre y basura? ¡Obvio, no! –Proferí malhumorado–. Adiós.

Me puse la mochila y les di la espalda a todos.

- ¡Espérame, Michael! –Gritó Antonio–. Yo también me voy.

Me detuve sin voltear a mirarlo, sabía que él iba a hacer algo y me sorprendió ver que lo hiciera tan rápido. Antonio cogió su mochila y me siguió, en ese momento me di la vuelta y les vi la cara a sus amigos, a todos se les borró la estúpida sonrisa que tenían, en especial a Bruno y al vocero. Fue gracioso y divino sentir la tensión que había; sabía que ninguno de sus amigos me quería ver, me observaban de reojo y susurraban como si yo no me diera cuenta de que lo hacían. Le proyecté una mirada a Antonio y le hice una seña para que nos retiráramos de ese pestilente cuchitril, volteé hacia adelante y marché hacia la salida como si estuviera en un desfile de moda. No importa qué tan mal me sintiera, siempre mantenía la frente en alto sin mirar a los lados. Antonio me seguía como si fuera mi mascota.

- Michael, ¿Qué harás hoy? –Preguntó mientras salíamos del salón de clases.

- Estudiar y trabajar en mi audiolibro, ¿Por qué?

- Oh, está bien. sólo preguntaba. Quería saber sí te gustaría estudiar conmigo en mi casa... ¿Qué dices?

Pensé en la posibilidad de regresar a su casa y pasar otro día con él, pero recordé lo mal que me sentí el viernes pasado y sentí que no era buena idea.

- No, no puedo –balbucí con inseguridad.

Antonio me lanzó una mirada confusa, parecía que esperaba otra respuesta.

- De acuerdo –respondió rápidamente–. No hay problema, de todas formas iré a casa de Gaby, creo que tampoco puedo.

« ¿Gaby su ex?» pensé, sintiendo nuevamente incomodidad e inquietud. No le dije nada al respecto. La garganta se me cerraba con un hormigueo que sentía en el pecho.

- ¿Cuándo tenemos clases de nuevo? –Añadí eludiendo el tema.

- El viernes –respondió–, por lo visto sólo venimos a perder tiempo. Esto me está hartando, ni siquiera tenemos clases.

- Estamos en la peor universidad del país, ¿Qué esperabas? –Dije irónicamente.

Antonio sonrió, tumbando la cara con timidez, elevó la mirada y la proyectó hacia mis ojos mientras sus mejillas se pintaban de escarlata.

- ¿Te gustaría sí hacemos una videollamada más tarde? –Quiso saber–. Quizá en la noche... Ya sabes, para estudiar.

Mis mejillas se enrojecieron para demostrarme lo estúpido que era cada vez que lo miraba.

- Sí –respondí sin pensarlo dos veces–. Me encantaría.

Salimos de la universidad mientras caminábamos juntos al mismo paso y en la misma acera, había una multitud de personas con sus coches estacionados haciendo la fila para la gasolina. Antonio levantó su brazo y lo apoyó sobre mis hombros mientras caminábamos, bajó la mirada hacia mí y me miró con cariño mientras me abrazaba delante de todas las personas, me sentía como en un cuento de hadas invertido, me encantaba estar tan cerca de él como para sentirlo junto a mí. Nunca en la vida había caminado con alguien abrazado, fue tan perfecto como mi dolor de sentirme despreciado y querido al mismo tiempo.

- Me gusta estar contigo –reconocí, soltando un profundo suspiro–. El tiempo contigo pasa diferente.

Silencio mutuo e incómodo.

- También me gusta estar contigo –titubeó, perdiendo la tranquilidad.

Antonio bajó su brazo y continuó caminando a mi ritmo, percibí el rotundo cambio. Ya habíamos llegado a mi parada, decidí quedarme ahí para tomar el bus a mi casa.

- Me quedaré aquí –dije, señalando la parada.

- Vale, nos vemos después.

Antonio se acercó a mí, abrazándome suavemente.

- Adiós. –Me despedí mientras todavía me abrazaba.

- Cuídate mucho –Antonio me soltó lentamente y se marchó.

Me quedé ahí en la mitad de la acera mientras lo veía irse, no sabía por cuánto tiempo soportaría mi silencio. Levanté la mano y miré la hora en mi reloj, me dirigí a la parada y tomé el primer autobús que vi. Regresé a casa con las mejillas enrojecidas y la mentalidad revertida, fue un día largo y raro, me desconcentraba pensando en Antonio, era el mismo ciclo obsesivo que se repetía día a día.  

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