Capítulo 30: Viajes Astrales.

Noche 14.

22:14 PM.

Una noche más para mí calamidad, otro día menos para mi existencia. Fue un domingo solitario y ambiguo como cualquier otro día, por cada hora trascurrida me preguntaba cómo es que había perdido mi dignidad entregando mi corazón a alguien cuyo corazón latía por otro más, yo sólo quería comer mi corazón para escupirlo y liberarme de él con toda la sangre que me quedaba por derramar, era imposible hacer que todo fuera tan fácil y dejarlo ir sabiendo que lo único que quería era tenerlo cerca. « ¿Qué soy para ti?» Pensaba en mi cama paralizado por la inseguridad que me hacías sentir, pensaba cómo era posible que lo nuestro era una típica relación de amigos cuando sabías perfectamente que había algo que de seguro no querías aceptar, ya no podía seguir haciéndome el loco con que yo era el único que sentía esas cosas, fingiendo que no veía lo que sucedía. Supongo que eso era lo que a ti te gustaba, seguir jugando con una venda en los ojos, corriendo a ciegas en un maratón sin importar cuantas veces podrías decaer a mi lado.

Estaba entre la vigilia y el sueño, no sabía sí estaba despierto o dormido, escuchaba mis pensamientos y parecía que alguien estuviera ahí hablando todo lo que pensaba. Comencé a sentir un hormigueo que recorría todo mi cuerpo en plena rigidez, un zumbido inquietante apareció de repente y mi cuerpo empezó a elevarse con una vibración celestial, la alcoba se llenó de humo y sentí una paz interior cuando el silencio se apoderó de mí ser. Era la fantasía y la realidad de un sueño perfecto, había salido de mi cuerpo y estaba levitando en el aire con la invasión de la duda y la tranquilidad.

«Ahora estoy fuera del cuerpo» dije repetidamente, la levitación cesó y bajé lentamente hasta quedar de pie sobre el suelo, todavía podía verme a mí mismo durmiendo en la cama. Miré la puerta de la habitación mientras se abría lentamente haciendo un chirrido, me dirigí hacia ella con una extraña neblina cubriendo mis pies y salí al pasillo, estaba consciente de que estaba soñando. El reloj de la casa estaba volteado hacia abajo y las agujas giraban en sentido contrario, le quité la mirada y continué hacia la salida de la casa. Mis gatos Salem y Percy me miraron y comenzaron a gruñir, no me reconocían, sentía que ellos estaban en una realidad muy diferente a la mía.

De pronto, el inquietante siseo de una serpiente retumbó en el silencio con un relámpago infernal; con los ojos muy abiertos miré a mí alrededor soltando un suspiro escalofriante, di una pequeña vuelta hacia atrás y vi que mis gatos se habían convertido en dos horripilantes cobras, siseaban furiosas con aquellos ojos negros que proyectaban una mirada intimidante, me eché hacia atrás rápidamente y esquivé el veneno espeso que lanzaban hacia todos lados con ímpetu, aquella misteriosa y pestífera sustancia quemaba todo lo que tocaba. Me dirigí hacia la puerta de salida y corrí sintiendo un peso por todo mi cuerpo, al salir de la casa mi noche se convirtió en un colorido día, fue tan mágico que el cielo parecía una pintoresca obra de arte, la Luna seguía brillando con las estrellas ante la luz del día, el Sol se veía perfecto entre las nubes blancas y rosas que lo ocultaban.

¡Lisandro estaba ahí afuera! Fue fascinante y sorprendente ver a mi mejor amigo, salté de la alegría y corrí hacia él para abrazarlo; tenía su gorra rosa y una chaqueta jean bastante elegante, detrás de Lisandro apareció un carruaje negro con dos bellísimos caballos que tenían el pelaje rosado, me sentía como si fuera parte de la realeza y solo tenía puesta mi vieja pijama. Nos subimos en el asiento trasero de la carroza y repentinamente apareció una anciana en el puesto del chofer, una mujer rubia con una piel impecable y un moño alto que perfeccionaba las facciones de su rostro, su sonrisa irradiaba tranquilidad y armonía en aquel hermoso lugar, la anciana tenía un vestido blanco con un collar de diamantes que colgaba de su cuello.

Los caballos corrían muy rápido, arrastrando el carruaje sobre el pavimento del pueblo en el que estábamos. Por arte de magia el entorno se convirtió en un pintoresco lugar de montañas y árboles altísimos. El sonido de las cascadas más altas me hacía sentir como en casa, me sentía aliviado y por primera vez mi mente estaba en silencio.

- ¿Qué estamos haciendo aquí? –Le pregunté tenuemente a Lisandro, la fuerza del viento movía mi cabello con serenidad.

- Vine a visitarte, ya te extrañaba mucho... Solo quería que supieras que todavía hay mucho camino por recorrer, todavía tienes mucho oxígeno por respirar, hay muchos mares por navegar e islas por explorar, por eso estoy aquí –la anciana y Lisandro se miraban y reían con felicidad–, quería recordarte que aunque las personas que realmente te amamos estamos lejos, siempre habrá una razón para sentirnos vivas cuando te recordemos... Porque eres luz.

- Oye, eso suena como sí uno de los dos estuviéramos muertos –dije humorísticamente. Pero, esto es hermoso, es radiante, no sabía que necesitaba escucharlo de ti para sentirme vivo.

- ¡Siempre lo repetiré hasta que te lo memorices! –Replicó él, alanzando la voz–. Sé bien qué tan perdido te sientes, conozco ese sentimiento de que la vida se nos está pasando y estamos atados a los monstruos que nos manipulan por medio de la ansiedad, especialmente cuando sobrepiensas todo, cuando temes, cuando lloras, cuando sufres, cuando quieres hablar pero sienes que nadie te querrá oír, y más allá de todo lo que pienses, quiero que sepas que eres más de lo que tu ansiedad te hace creer, no eres lo que tu mente te dice de ti.

Ladeé la cabeza hacia el paisaje y me quedé en silencio, el extenso jardín se apoderó de mi atención.

- ¿A dónde vamos? –Añadí curiosamente.

- Al lugar donde los sueños se hacen realidad –respondió con firmeza.

- Algo me dice que vamos a Disneyland en esta carroza de Cenicienta.

- ¿Cómo lo adivinaste? –Arrojó Lisandro con sarcasmo–. Ah, claro, probablemente ya te enteraste que tendrás una orgía con los 12 enanitos.

- Jajajajaja, espera, ¿Sabes que en realidad estoy soñando?

- ¿De dónde sacas con que estás soñando? –Replicó Lisandro, confundido.

- ¿Pensabas que esto era real, iluso? –Dije, alzando la voz.

Lisandro estaba petrificado y estremecido.

- Entonces, ¿Estoy dentro de tu sueño o tú estás en el mío?

- Tú estás en mi sueño –le respondí–. Pero, no creo que también estés soñando, sólo estás aquí por casualidad.

- Has arruinado esta escena de película –musitó Lisandro, agachando la cabeza y emitiendo una risa confundida.

Inesperadamente, la anciana desapareció del carruaje y ya no había nadie dirigiendo a los caballos. El atalaje por el cual los animales arrastraban el vehículo empezaba a romperse.

- ¡Vamos a estrellarnos! –Vociferé, entrando en desespero. Los caballos corrían a toda velocidad–. ¡Hay que saltar!

- ¿Estás loco? –Farfulló Lisandro con pánico–. ¡Moriremos!

- No podemos morir porque nada de esto es real, ¡Estoy soñando! –Prorrumpí con histeria y euforia, el carruaje estaba brincando sobre el pavimento mientras los caballos corrían más veloz–. ¿Quién era la mujer que estaba de chofer?

- ¡Mi tía Ledy! –Respondió Lisandro, resonando una furiosa carcajada de pavor–. ¡JAJAJAJAJA! Desapareció cuando dijiste que esto era una simple casualidad, creo que se molestó.

- ¿Y qué hacía ella en mi sueño? –Bramé con el viento golpeando mi cara–. Jamás la había visto.

- ¡A la mierda! –Gritó Lisandro–. ¿Cómo bajamos de aquí?

- Oh, espera, espera, un segundo –dije repentinamente mientras pensaba en algo, me quedé callado por unos milisegundos cuando de pronto comencé a reírme de manera exagerada, mi risa era enfermiza y psicótica, se me había ocurrido una idea muy fantasiosa–. Creo que se me ocurrió algo muy loco, y no me preguntes si en realidad estoy drogado o soñando porque de verdad estoy consciente.

- ¿QUÉ? ¡Ya dilo! –Insistió Lisandro, apresurado.

- ¡Deténganse! –Le grité fuertemente a los caballos, levantando ambas manos. No creí lo que vería hasta que pararon de correr, al frenar el carruaje se inclinó hacia adelante levantándose de atrás. Lisandro estaba atónito–. ¡Quietos!

Bajé las manos y vi que los caballos se convirtieron en dos pequeños duendes.

- ¿Ahora eres brujo? –Titubeó Lisandro, boquiabierto.

- Algo tenía que aprender de "PLÉYADES", ¿No crees? –Añadí con ironía–, pero, no te sorprendas tan fácil, eh. Estoy consciente de que estoy soñando, significa que puedo hacer lo que quiera porque nada es real.

- ¿Cómo qué cosas podrías hacer?

- Sólo mira con atención –dije con mucha seguridad mientras cerraba los ojos.

Abrí los ojos y vi que ya no estábamos en el carruaje sino en la mitad de un bosque muy nublado. Los árboles eran sorprendentemente altos, la neblina descendía y el sonido del río se mezclaba con el canto de las aves para hacer una perfecta melodía, el sonido de la naturaleza era relajantemente inspirador. Era un momento perfecto que había vivido antes, solo mi mejor amigo, los árboles y yo, no podía pedir más. Podía sentir la tierra húmeda bajo mis pies descalzos, daba pequeños pasos mientras me hundía suavemente en el barro, no había algo más catalizador y renovador que eso.

- ¡No puede ser! –Exclamó Lisandro con emoción–. ¡Esto es irreal! ¿Es magia?

La gorra de Lisandro había desaparecido.

- Creo que sí –murmuré, mirándome las manos–. Todo está bajo mi control, sólo di qué quieres tener y yo te lo concederé.

- Wow –Lisandro estaba atónito–, incluso puedes teletransportarte sin necesidad de romper los átomos y las moléculas de tu cuerpo.

- No hay necesidad de hacerlo, siempre y cuando estés soñando puedes hacer todo lo que quieras mientras estés consciente. Es un poco difícil.

- No sé tú, pero yo siento esto muy real –opinó Lisandro, mirando a su alrededor con las manos en los bolsillos de su chaqueta, la llovizna humedecía su delicado rostro–. Quisiera detener el tiempo para quedarme aquí para siempre.

- Digo lo mismo –convine–. No quiero volver a despertar nunca más, solo quiero ser feliz y seguir soñando con la paz que jamás podré tener.

- Ese tiempo es ahora –reconsideró–, antes de que despiertes quiero que vivamos lo que no volveremos a vivir.

Lisandro se quitó los zapatos y los arrojó en el lodo.

- ¡Vayamos por lo nuestro! –Grité ruborizado de la felicidad–. ¡Uno, dos TRES!

En un santiamén, comenzamos a correr velozmente entre los árboles mientras nos moríamos de la risa, éramos dos niños veinteañeros confundidos y perdidos por la vida. Trepábamos los árboles como panteras hambrientas alcanzando la cima del bosque, y aunque los troncos del camino obstaculizaban nuestro destino, no había nada que nos hiciera perdernos de nuestro propio rumbo. Salimos del corazón del bosque y llegamos a un extenso campo de flores, de un invierno grisáceo pasamos a una colorida primavera.

- Esto es el cielo –hablé, entonando la voz–. ¡Estoy muerto! ¡AAAAAAAAAH! –Grité con risas y lágrimas–. ¡He muerto!

Mis gritos hacían ecos en la naturaleza.

- ¿Tanto deseas estar muerto? –Me preguntó, dirigiéndome una mirada de perplejidad.

No respondí su pregunta, suspiré y miré a la puesta del Sol mientras sonreía.

- Siento que el tiempo está acabándose –dije de repente, sintiendo un mal presagio. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo–. Siento que estoy por despertar... No me queda mucho tiempo.

- ¿Y sí te vas qué será de mí? –Clamó Lisandro con preocupación–. ¿Me quedaré solo aquí? ¡No quiero que te vayas! ¡Sé que ya no te volveré a ver por aquí!

- Prometo venir a verte cada noche, recuerda que el universo nos hizo hermanos... Y a donde quiera que vayas, mi alma siempre te seguirá... Debo irme antes de que el Sol se oculte por completo o no sé qué será de mí.

La mirada de Lisandro irradiaba desánimo y melancolía.

- No quiero que me dejes –lloriqueó Lisandro–. No quiero quedarme solo aquí. Ya nada tendrá sentido sí tú no estás.

- Tengo miedo de no volver a verte –musité con la voz entrecortada–. Eres el único amigo que me queda...

- ¿Y sí nos quedamos aquí por toda la eternidad? –Dijo, animosamente.

- Tengo miedo –confesé, agachando la cara–. Estamos en un universo muy hostil.

- Para el universo no hay nada más hostil que nuestra amistad –sonrió, dejando escapar un par de lágrimas.

Lisandro tomó mis manos y cerró los ojos como sí intentase pedir un deseo.

- ¿Qué estás haciendo? –Le pregunté.

- Sólo quiero hacer lo que tú hiciste...

- Así no funciona –susurré compasivamente–. Pero, creo que todavía puedo hacer algo mientras yo esté consciente. Relaja tu cuerpo, es probable que sientas algo de miedo.

Lisandro se relajó, tumbando los hombros y extendiendo los brazos.

- Solo escucha mi voz... No te pierdas de lo que diré a continuación –le indiqué con la voz suave y serena–. Volaré lejos...Mientras llueva la sangre que he derramado por la herida de mi pasado, aunque mi corazón se vacíe en nostalgias y desesperanzas, ante la turbulencia suicida y huracanes melancólicos.

- ¡OH, DIOS MÍO! –Exclamó Lisandro con todas sus fuerzas, ambos estábamos elevándonos en el aire–. ¡Michael, estamos flotando!

Era como si estuviéramos caminando en la Luna, dábamos grandes pasos que nos impulsaba a saltar a lo más alto. Nos tomamos de la mano y nos desplazamos hacia adelante extendiendo los brazos como si tuviéramos alas, fue fácil agarrar el vuelo hasta que dimos un brinco que nos hizo volar.

- Todo aquel que crea en sí mismo, encontrará la magia en su interior aunque solo haya oscuridad –manifesté mientras nos elevábamos sobre los árboles más altos.

- ¡Aaaaaaaaaahhh! ¡Estamos volando! –Gritó Lisandro en medio de risas y jolgorios–. ¡Aaaaaaaaaa!

- ¡AAAAAAAAAAAA! –Vociferé, perdido en la adrenalina–. ¡Somos libres!

Éramos dos aves libres volando sin miedo ante el resplandor crepuscular, nunca me había sentido tan libre y feliz como en aquel místico momento en el que volaba serenamente sobre montañas, ríos y coloridos campos de flores; y aunque siempre le temía a las alturas, por primera vez me sentía tan seguro como para quedarme allí para toda la eternidad.

- Que esto sea para siempre –murmuré mientras sonreía y gritaba con regocijo–, que los sueños nunca nos abandonen en la maldad, que la vida siempre nos empuje a soñar en lugar de sobrepensar lo que podría ser la tranquilidad de sentirnos seguros y estables, ¡Que los sueños se hagan realidad!

- ¡Mira hacia abajo! –Prorrumpió Lisandro–. ¡Es el océano!

Desde las alturas se escuchaba el sonido de las olas, podían observarse las ballenas y delfines que salían a la superficie.

- ¡Dios mío! Es el océano atlántico –añadí sugestivamente–. ¡Es perfecto!

La alegría nos impulsaba a volar más alto, atravesábamos las nubes y con las luces que irradiábamos teñíamos gigantescos arcoíris en lo más alto del cielo.

- El Sol está por desaparecer del horizonte –añadió Lisandro–. ¿Qué vas a hacer?

El atardecer se había coloreado de rojo y el océano parecía sangre.

- Debo irme –dije rápidamente–, ya no queda más tiempo...

- ¿Por qué no hay más tiempo? –Preguntó Lisandro–.

- Algo está por llegar, puedo presentirlo...

Las nubes se amazacotaron y se hicieron densas, estaban aplastándose entre sí formando torres inmensas e irregulares, en el interior de las nubes relumbraban relámpagos y resonaban ensordecedores truenos, recreaban monstruosas figuras que irradiaban miedo y furia. El cielo se oscureció y las nubes se hicieron negras entre los poderosos ventarrones, ya no parecía un momento agradable sino espeluznante.

- Esto está muy mal –reconsideró Lisandro, cubriéndose los oídos de los coléricos truenos–. ¿Ahora cómo bajamos? Michael, haz que bajemos ahora mismo.

- ¡Sujeta fuertemente mi mano! –Le indiqué a gritos mientras le extendía mi mano, los remolinos de aire caliente nos apartaba y nos arrojaba a lo largo–. ¡NO TENGAS MIEDO! ¡EL MIEDO ES QUIEN NOS ALEJARÁ!

- ¡TENGO MUCHO MIEDO! –Gritaba Lisandro–. ¡ES IMPOSIBLE NO TENERLO!

Estábamos temblando en las alturas por la turbulencia de los irascibles vientos huracanados. Inesperadamente, el cielo comenzó a girar con velocidad mientras me alejaba de Lisandro, los truenos rugían diabólicamente y las nubes continuaban creciendo sobre nosotros para arrastrarnos a la desgracia. Nuestros miedos y ansiedades empeoraban la tormenta, pero, algo me decía que yo era la catástrofe, todo lo que estaba sintiendo y pensando estaba manifestándose con la furia de la naturaleza, por mi culpa Lisandro estaba alejándose a través de las nubes apocalípticas de mi sufrimiento. Estaba gélido con mis temores, ni siquiera tenía el poder para salvarme del lugar a donde mis impulsos me habían llevado.

- ¡Lisandro! ¿Dónde estás? –Exclamé a ciegas, solo podía observar el reflejo de los relámpagos entre las nubes.

- ¡Michaeeeeel! –Escuché su voz distorsionada–. ¡Auxilio! ¡Por favor, ayúdame! ¡Me quemo! ¡Estoy quemándome! ¡AAAAAAAAAA!

- ¿Dónde estás? –Vociferé alertado, mirando a mí alrededor. Estaba flotando en la perdición de la tormenta–. ¡LISANDRO! ¿Puedes oírme?

- ¡Ayuda! –Gritaba Lisandro, el sonido de su voz sonaba muy lejos y en forma de eco.

¡No podía creer lo que mis ojos estaban viendo! Había una nube negra súper masiva y extremadamente maquiavélica donde los relámpagos recreaban la figura de un rostro, tenía una impresión horrenda y malévola, con dos enormes ojos iluminados por rayos rojos abría y cerraba aquella gigantesca boca que parecía un agujero negro, devoraba todo lo que succionaba en su alrededor. Inesperadamente, Lisandro apareció flotando de cabeza entre los relámpagos mientras se acercaba a aquella horrible nube, ésta abrió la boca y lo succionó en su interior mientras él entraba con los ojos cerrados y el cuerpo inmovilizado.

La nube estaba devorando lentamente a mi mejor amigo, tenía una furia tan grande y oscura como la de mi ansiedad; empecé a alejarme mientras me dirigía hacia abajo hasta que de repente perdí el poder de volar, el desespero se apoderó de mi cuerpo y comencé a sacudirme. En mi espalda crecieron dos alas negras que solo hicieron un peso sobre mi cuerpo, estaba cayendo en línea recta al vacío; aferrado a la idea de que hace un instante podía volar.

La confusión consumía mis recuerdos al perderme en el desconcierto de mis quimeras. Esquivaba los relámpagos mientras sacudía mis alas por inercia, la tormenta enfurecía y el miedo a caer me petrificaba en la realidad de hacerme pedazos en el inframundo, me había convertido en un ángel caído y errante. Mi ropa despareció y no había una explicación para ello, caía desnudo desde lo más alto como si ya no hubiera una esperanza para volver a volar.

El calor de los relámpagos y el sonido de los truenos me recordaban que nunca volvería a soñar con la serenidad de un cielo azulado, estaba condenado al fracaso y para ser enterrado. Mirar hacia abajo era terrorífico, parecía que perdía la conciencia mientras más me acercaba al suelo, la fuerza del aire penetraba mis oídos desgarrando mis tímpanos. Las nubes negras y espesas me golpeaban manchando mi cuerpo de negro, mi cabello se prendió en fuego y con todo mi cuerpo me encendí en llamas como un meteoro; y violentamente, me estrellé en el piso de las ruinas de una iglesia demolida, era la catedral de Notre Dame.

Los huesos de mi cara se trituraron proyectando una deformidad sangrienta y dolorosa, el impacto de mi cuerpo sobre el suelo generó una erosión ardiente en la que apareció lava. Adolorido y afligido, intenté levantarme y me puse de pie mientras me tambaleaba hacia los lados, miré hacia arriba y las gotas de la lluvia removieron la sangre de mi rostro, las heridas de mi cuerpo empezaron a desaparecer con el silbido del viento.

Observé a mí alrededor con la vista nublada y repentinamente escuché violentos gruñidos venir tras de mí, la masiva oscuridad se iluminaba momentáneamente con los relámpagos y retornaba al silencio de la negrura; la ansiedad y el misterio me generaban sobresalto, giré con lentitud y quedé exageradamente petrificado del suspenso... El titilante y fugaz resplandor de los rayos iluminó algo inquietante que me provocó desvanecimiento, observé un grupo de criaturas con aspecto monstruoso y demoniaco entre las ruinas, eran las gárgolas de la catedral cobrando vida. Tenían figuras de animales reales, de humanos y monstruos mitológicos, algunas eran antropomorfas. Me detuve con intimidación y empecé a caminar paso a paso mientras me seguían emitiendo berridos, mis alas comenzaron a crecer hiriendo la carne de mi espalda con un dolor ardiente y quemante, podía sentir cómo la sangre escurría en mi piel.

Imprevistamente, apareció una misteriosa mujer con un vestido rojo sentada sobre los escombros, los relámpagos caían furiosamente a su alrededor. Tenía el cabello oscuro y un perfecto flequillo sobre su frente, su piel pálida resaltaba la perfección de sus labios pintados de negro, irradiaba una belleza sombría, flamígera y sensual que se me hacía realmente familiar.

- ¿Quién eres? –Le pregunté temblorosamente con nervios, la mirada de aquella mujer irradiaba mucha maldad y perversión.

La mujer sonó una carcajada que hizo eco en las ruinas, sus ojos se iluminaron en la penumbra.

- Aradia... Soy yo –respondió la chica, bajando la caperuza de su cabeza. La brisa movía su cabello con perfección. Caí de rodillas, elevando la mirada hacia la suya–, tu creación femenina más perfecta y oscura.

El cielo se iluminó de rojo y la tormenta desapareció por arte de magia, las nubes negras se atenuaron hasta quedar el cielo limpio y despejado. Las gárgolas salieron volando y las ruinas se reconstruyeron, era místico e irreal, la catedral de Notre Dame se había reconstruido luciendo más alta y hermosa.

- ¡Eres mi salvación! –Loé con admiración y alegría–. Siempre apareces cuando tengo miedo, siempre llegas cuando menos lo espero.

El cielo se convirtió en un enorme acuario de cristal, desde abajo se observaban colosales especies marinas que nadaban en las alturas. ¿Cómo era eso posible? El océano estaba en el cielo, reinando con tiburones, ballenas, delfines, pulpos y millones de peces que tenían diferentes colores.

- Tú me hiciste tu alma gemela, tú me hiciste tu compañera y tu hermana –dijo Aradia, caminando hacia mí. El sonido de sus tacones golpeaba el suelo, haciendo que crecieran rosas rojas por cada lugar donde pisaba–. Siempre que tengas miedo, regresaré de "PLÉYADES" para llevarte a las estrellas más lejanas de tu oscuro y solitario universo.

- Cuando escribí "PLÉYADES" supe que algo había cambiado dentro de mí, supe que no solo había escrito un libro sino la biblia de muchos lectores a quienes les cambió la vida con su magia.

Aradia tomó mi mano y me levantó con afecto.

- Todos somos "PLÉYADES", tú, yo, cada personaje, cada lector, cada lugar en el que te inspiraste, cada temor, cada sentir, ¡Somos la nación PLÉYADES!

Con los ojos nublados de lágrimas dejé escapar una sonrisa placentera de orgullo y amor. Algo en Aradia llamó mucho mi atención, pues, tenía un precioso collar en el que colgaba un amuleto en ámbar báltico.

- Oye, ¿Qué significa qué tiene tu collar?

- El corazón de un feto –respondió Aradia, tocando el amuleto con una sonrisa malévola–. ¿No es encantador?

- De hecho, sí, lo es –le respondí–. Honestamente, sí es algo que creo que sería único de ti, y tú... ¿Tú misma lo abortaste?

- ¡Obvio! –Respondió con firmeza y seguridad, Aradia dio un brinco y comenzó a reírse como una completa loca–. ¡JAJAJAJA! No puedo permitir que nazca una potencia más grande que yo, sería una competencia para mí.

La risa de Aradia era sádica y maléfica.

- Pienso que eres una potencia con o sin hijos, eres una Diosa y ese trono nadie te lo puede arrebatar.

- ¡Exacto! –Exclamó su risueño narcicismo–. Por cierto, siento mucho lo que le ocurrió a Lisandro.

- ¿Cómo supiste lo que le sucedió?

- Yo siempre lo veo todo, por algo soy bruja –confesó ella mientras desfilaba a mí alrededor–. Además, ¿Sabías que la nube era tu propia ansiedad?

- Sí –respondí aturdido, acariciando mi brazo–. Sé que yo era la tormenta, por eso caí y perdí el poder de volar, una vez más estoy abajo por mí mismo.

- Mi vida, no está mal volver a caer una vez que hayas alcanzado la cima más alta –reconsideró Aradia–. Está bien, ¿Sí?

- Siento mucha culpa todo el tiempo, siento que siempre estoy en problemas como si un apocalipsis estuviera por llegar, odio tener miedo siempre, detesto mirarme al espejo y desconocerme, sentir que me destruyo por dentro y por fuera cada vez que respiro.

Aradia extendió los brazos y lanzándome una mirada compresiva y afligida me dio un fuerte abrazo.

- No estás en problema, no has hecho nada malo, no eres el reflejo de tus inseguridades, no eres lo que tu ansiedad te haces creer... ¡Eres la magia que tienen tus libros! Eres lo que amas, eres lo que te apasiona, lo que te hace feliz.

Las heridas de mi espalda dejaron de sangrar cuando Aradia las tocó, aquellas alas negras de murciélago que crecían con dolor desaparecieron y sentí alivio.

- Nunca es tarde para volver a volar una vez que hayas caído –añadió Aradia todavía abrazándome, mi mentón estaba apoyado sobre su hombro–. Sigue tu instinto y quédate donde te sientas tú, no minimices tu grandiosidad en lugares donde te hagan sentir tan pequeño e insignificante como ellos. Eres un ganador desde hace mucho aunque no puedas verlo, naciste para triunfar.

De pronto, el mundo empezó a desvanecerse y el cielo dejó de ser rojo para ser gris, Aradia estaba pulverizándose con todo lo que nos rodeaba, ella desapareció y un extraño humo me sumergió en su espesor. No podía entender lo que sucedía, sólo sabía que debía huir porque algo nuevo estaba por ocurrir.

Comencé a correr rápidamente mientras el humo me seguía, no tenía sentido correr a ciegas entre la humareda, pero solo corriendo podía sentir que me alejaba del peligro que me perseguía. Estaba retrocediendo mi sueño, parecía que me había transportado al mismo bosque en el que estaba con mi mejor amigo, todo estaba repleto de humo y lo único que podía ver era a los árboles prendidos en fuego. Continué corriendo velozmente hasta que vi la salida al final del camino, el incendio forestal crecía paulatinamente hasta que alcancé el punto más alto de la colina, creo que por primera vez estaba a salvo.

Me detuve a descansar y tumbé la mirada hacia un lado cuando repentinamente vi un montón de carroñeros devorando el cuerpo de una mujer desnuda, el pestífero olor de la putrefacción cadavérica me provocó nauseas e inmediatamente vomité. Me aproximé hacia el cuerpo y reconocí el rostro de la mujer mientras me ponía pálido, era el cadáver de Aradia, yacía en malas condiciones como si tuviera días descomponiéndose. Un escalofrío me sometió a un espantoso estremecimiento que me hizo temblar, caminé espaciosamente hacia atrás tropezándome conmigo mismo y continué caminando mientras conservaba esa imagen en mi mente.

No podía continuar más, estaba fatigado, confundido y perturbado por todo. Cerré los ojos y me concentré en mis pensamientos, respiré hondo cuatro veces y cuando abrí los ojos estaba de vuelta a mi habitación, me vi a mí mismo dormido en mi cama donde todo había empezado, me dirigí a la cama con mucho cansancio y salté encima de mi otro yo; fue como tirarme de clavado en el agua, me sumergí en mi cuerpo y finalmente todo quedó en negro hasta que desperté y volví a mi realidad. 

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