Capítulo 25. El ángel que cayó del cielo.
No había ningún asiento vacío para mí, todavía estaba temblando de la ansiedad y me balanceaba hacia los lados con mis manos en los agarraderos. Las personas me miraban feo y evitaban que me sentara al lado de ellas, había un grupo de hombres haciendo chistes de mal gusto sobre la comunidad LGBT, uno de ellos estaba hablando descaradamente sobre mí pero no tuve la energía para confrontarlo. Era una razón más por las cuales aborrecía la ciudad en que la vivía. Siempre recibía amenazas, discriminación y burlas por parte de la gente de mi ciudad natal.
Improvisadamente, miré al final del pasillo y vi que una chica de cabello rosa me estaba haciendo señales para que me sentara a su lado, me acerqué a ella, pero no podía reconocer su rostro hasta que la vi de cerca. « ¡Gracias a Satán! », exclamé en mi cabeza. Ella era Valentina, mi vieja amiga de siempre, y no sé cómo no la pude reconocer desde lejos, su estilo indie ochentero y su cabello teñido era lo más característico que identificaría en ella, creo que lucía más diferente, estaba más delgada y tenía gafas de Sol.
- ¡Siéntate conmigo! –Bramó, moviendo la mochila del asiento desocupado–. No te veía desde hace meses.
- ¡Me caíste del cielo! –Dije en voz alta, sentándome a su lado–. ¿Cómo has estado?
- No muy bien... He estado enfermándome últimamente, los médicos no hallan respuesta –respondió con preocupación–. ¿Y tú?
- Yo... Normal, como siempre. ¿Qué tienes?
- Se me ha estado cayendo el cabello a pedazos, me he hecho muchos exámenes y todos salen bien... No sé qué tengo. Creo que tengo cáncer.
- ¡No digas eso! –Amonesté–. ¿Qué tal tu salud mental?
Valentina apretó la mandíbula.
- Supongo que igual –respondió con desánimo–. Mucho estrés, mucho trasnocho, mucha ansiedad, preocupaciones...
- Por lo que me dices pienso que se trata de un efluvio telógeno, no tengo pruebas para confirmarlo pero creo que los signos y síntomas me hacen suponerlo.
- ¿Y qué es esa verga? –Replicó con humor–. ¿Cáncer de pelo?
- ¡No, tonta! –Negué mientras me reía–. Es el tipo de estrés físico o emocional capaz de causar la caída del cabello, antes me sucedía algo similar, solo que a diferencia de ti, yo mismo era quien me arrancaba el cabello cuando tenía ansiedad, tricotilomanía.
- Ohhh, no me asustes jajajajaja –Valentina aún no entendía–. ¿Tú cómo te sientes?
- Te mentiría si dijera que ahorita mismo estoy bien –hablé con el ceño fruncido, forcé una risa y mantuve la serenidad de mi voz–. Sé que también estás pasando por algo emocional, así que no quiero que cargues con mis problemas, pero...
No pude continuar hablando, me quedé trabado en lo que había sucedido. Valentina me interrumpió rápidamente.
- ¿Qué tienes? –Preguntó ella, apoyando su mano sobre la mía, el viento movía su cabello–. ¿Te pasó algo? La verdad sí es muy extraño verte por estos lugares, cualquiera creería que estabas comprando drogas.
- ¡Ojalá fueran drogas! –Bromeé divertidamente, los pasajeros se quedaron callados cuando mencioné la palabra droga.
- ¿Un chico, una chica, alguien no binario?
- Es un chico –respondí soltando un resoplido–, es complicado, muy complicado. Vamos juntos a la universidad, así que estoy condenado a verlo todos los días de mi carrera. Él se llama Antonio, empezó a gustarme desde hace unas semanas atrás, hemos estado hablando mucho e incluso, hoy estuve todo el día en su casa y no sé si yo también le atraigo como él me atrae –expresé dramáticamente mientras hacía ademanes con las manos–, estoy muy confundido por la forma en la que me mira y me trata, siento que es mutuo, he tenido muchos amigos heterosexuales pero con ninguno me he sentido como cuando estoy con Antonio. ¡Sé que soy el del problema! –Dije histéricamente mientras Valentina me observaba con compresión, ella estaba acariciando mi hombro–, todo éste tiempo me hizo creer que yo era la única persona con la que hablaba y hoy confirmé que era mentira, habla con un montón de personas y me echó en la cara que habla con su ex novia y que quieren volver...
- ¿Qué? –Rezongó Valentina coléricamente–. ¡Eso es un maldito patán! Por lo que me dices siento que es una persona inestable, insegura y manipuladora que no sabe lo que quiere. Desde mi punto de vista creo que tienes dos caminos a seguir, el primero, es que te alejes desde ya porque saldrás más herido de lo que ya estás, el universo te está diciendo que no tienes por qué estar ahí, ni como amigo, ni como algo más, por la manera en la que dices que todavía habla con su ex novia y que quieren volver, demuestra su mediocre conformismo y bajo amor propio, o sea, ¿Quién puede estar coqueteándole a alguien y luego decirle que volverá con su ex? ¡Eso es algo enfermizo! ¡Es tóxico! Y te está manipulando con esa carita de niño tonto e ingenuo. Detesto a ese malnacido y todavía no lo conozco.
Observé a Valentina fijamente de manera reflexiva, estaba despeinado por el viento que entraba iracundamente a través de la ventana.
- Y el segundo camino –Valentina cerró la ventana y continuó en voz baja–, es que seas paciente, y sí crees que vale la pena, dale tiempo porque probablemente está confundido y aunque no le gusten los chicos, puede ser que contigo sea diferente y le atraigas. Es difícil, porque cuando estamos descubriéndonos hay un sentimiento vacilante y ambiguo, yo por ejemplo, cuando supe que me gustaban las mujeres me sentí muy extraña y llegué a herir a otras porque no sabía lo que quería... Y hoy reconozco que dejé pasar oportunidades que jamás volvería a tener, así que no te sientas mal porque sé que lo quieres y eres incapaz de hacerle daño, mejor vive el momento sin involucrarlo mucho en tu vida, porque el día en que salga será devastador para los dos. Sé que es difícil para ti no involucrarlo en tu vida, porque conociéndote sé que terminarás escribiendo un libro sobre esto –Valentina sonrió–, incluyendo esta conversación que jamás olvidarás. ¿O me equivoco?
Abracé a Valentina antes de que terminase de hablar, fue catalizador. Al soltarla supe que nunca es tarde para desahogarte con alguien que te quiere.
- Creo que me conoces muy bien –añadí, sonriendo con picardía–. Seguiré el segundo camino, me arriesgaré e intentaré darlo todo de mí. Sólo espero que mi amor propio no me abandone cuando más lo necesite –hice una pausa y proseguí–: aunque ya me abandonó.
- ¿Estás seguro que puedes con esto? Sé que eres fuerte, pero, no te destruyas por alguien que no sabe lo que quiere y que no sabemos si vale la pena. Por favor, sí necesitas hablar con alguien sobre ello no dudes en escribirme.
- ¡Así será! –Le aseguré, levantando las cejas–. Te prometo que así será.
Valentina observó la mancha de mi overol por encima de sus gafas e hizo una mímica de rareza.
- Sí ese degenerado te hace daño, te juro que lo mataré lentamente con mis propias manos –dijo ella, apretando sus puños y luego se echó a reír–. Le patearé los testículos mientras escucho la discografía de Michael Jackson.
Valentina y yo nos reímos mutuamente.
- No te preocupes, eso no va a pasar –agregué genuinamente, miré a la calle desde la ventana y noté que el autobús se había pasado mi parada.
- ¿A dónde vas? –Arrojó Valentina, abriendo la ventana para mirar a la calle.
- ¡Mierda! –Vociferé estremecido y boquiabierto–. Creo que hace rato pasamos mi parada.
- ¡Jajajajaja! –Valentina se carcajeó fuertemente. ¡Vete! Bájate antes de que te dejen más lejos.
- ¡Señor, me quedo aquí! –Grité, levantándome del asiento–. ¡Por favor!
El chofer me clavó una mirada de disgusto a través del espejo, no podía volver a pararse hasta la próxima parada.
- ¡Señor, él es un extranjero! –Vociferaba Valentina desde su asiento–. Ni siquiera habla bien el español, ¡Piedad!
Miré a Valentina y no pude evitar reírme, me despedí rápidamente de ella con un abrazo. El chofer se estacionó y bajé apresuradamente del autobús.
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