Capítulo 24: La pudrición de mi autoestima.

  Antonio se veía muy feliz, simplemente me arrojaba su perfecta mirada de admiración. La música todavía estaba sonando y el suspenso de mi libro se sentía en la lectura, pasaron dos horas mientras le leía y platicábamos sobre cada capítulo. A las 3:19 PM paré de leer, ya tenía la boca seca de tanto hablar y me sentía fatigado.

Estuvimos jugando Clash Royale por un rato, el típico juego adictivo con el que te envicias y no puedes parar, estaba acostumbrado a ganarle en cada partida porque él era pésimo jugando, incluso me halagaba por el hecho de tener grandes estrategias en el juego.

Alrededor de las 4:18 PM me levanté del sillón para que Antonio usara la computadora, él ingresó al WhatsApp desde la web y yo me quedé sentado a su lado en el borde de la cama. Era imposible no mirar sus chats, entre ellos vi que uno tenía el apodo de "Gaby amor". Sentí que los planetas del sistema solar colisionaron conmigo, la inseguridad me aplastaba y me hacía pensar muchas cosas con el silencio de una mirada ojerosa.

- Veo que hablas con muchas personas –comenté, fingiendo mi tranquilidad.

Antonio ladeó la cabeza y me arrojó una mirada ambigua e incómoda, yo ya no quería estar ahí y mi impresión era evidente. Él hizo una pausa como si estuviera intentando ocultarme los chats y me dijo fríamente:

- Estoy hablando con mi ex novia...

El tiempo se detuvo caóticamente, mi mundo se hizo cenizas con el ardiente fuego de su indiferencia. Agaché la cabeza mientras su mirada todavía estaba situada en mí, no tenía ánimos de hablar.

- ¿Alguna vez has considerado volver con alguien? –Añadió con indiferencia.

Me quedé callado por 4 segundos.

- No –respondí con la voz monótona, estaba mirando al suelo con desesperanza. Arrojé la almohada en su cama–. Creo que ya me voy, ya es tarde.

Antonio percibió mi repentino cambio de personalidad, pero eso no fue lo suficiente como para ver que yo estaba herido.

- ¿Tan pronto? –Preguntó con extrañeza.

Lo miré con decepción y decaimiento, recordando aquella pesadilla que había tenido en las noches pasadas, esa en la que estaba besándose con una chica.

- Sí. –Respondí mientras luchaba con los gritos que escuchaba en mi cabeza, las manos comenzaron a sudarme y mi voz no podía estar más quebrada.

Me levanté rápidamente y cogí mis cosas para guardarlas en la mochila, él se levantó detrás de mí y se rascó la cabeza pensativamente.

- Michael... –Escuché su voz en forma de eco.

Lo escuché sintiendo un estremecimiento. Me detuve, me di la vuelta y lo miré fijamente, alzando la mirada hacia sus ojos.

- Dime.

- No te vayas aun –susurró tiernamente con esa maldita mirada que me extasiaba en su toxicidad.

«Huye, Michael, sal de ahí». Decía una voz en mi mente, quedándome en silencio.

- Está bien –le respondí imperturbablemente con abatimiento y confusión, forcé una sonreí fingida y volví a sentarme en el sillón. Fue ahí cuando supe que había firmado mi sentencia de muerte, supe que perdí mi amor propio cuando sólo quería sentir dolor–. Sí tú me lo pides, me quedo.

- ¿Te parece sí continuamos con tu libro? –Preguntó animosamente mientras volvía a su cama.

- Genial –respondí con quebranto, eludiendo mi tristeza–. Vamos.

Antonio se acostó en su colchón y yo proseguí a leerle con el corazón acelerado, mi voz sonaba temblorosa y agitada, sentía que había corrido un maratón. Tenía cansancio físico y no paraba de sudar, aunque la habitación estaba helada. Con la respiración acelerada no podía coordinar lo que leía, me trababa y tartamudeaba al pronunciar las palabras de mi propio libro.

No podía concentrarme y mis pensamientos se estrellaban entre sí coléricamente, sentía que algo malo iba a ocurrir y las palpitaciones en mi pecho no se detenían. Detuve la lectura después de veinte minutos y respiré hondo mientras cerraba los ojos, debía enfrentar todo lo que estaba sintiendo y pensando en ese momento. Me llené de valor y recordé que no hay nada mejor que conocer una verdad dolorosa, a diferencia de una mentira sutil y genuina que me arruinara la paz mental.

- ¿Cuánto tiempo duraron de novios? –Le pregunté con seriedad, era lo mejor que podía hacer para confrontar mis inseguridades.

- 5 años –respondió.

- Oh... Entiendo, entiendo, –repetí trémulamente. ¿Hace mucho terminaron?

- Siempre terminamos y volvemos –respondió con naturalidad–. Es nuestra rutina. Ah, y por cierto, ella también estudia medicina en nuestra universidad, pero está en un año más avanzado.

No respondí nada, tenía la mirada perdida.

- ¿Y tú? –Preguntó después de un silencio incómodo–.

- ¿Yo qué? –Repliqué.

- ¿Has tenido alguna relación que dure mucho tiempo?

- Nunca –respondí con un suspiro–, porque nunca he estado en una relación...

- ¿Nunca has tenido un noviazgo? –Preguntó sorprendido.

- No –le contesté–. Lo más cercano que tuve, fue cuando estuve enamorado de una chica por 7 años. Una experiencia bonita y traumática, desde que tenía 12 años hasta los 19.

- ¡Wow! –Añadió con asombro–. ¿Fueron algo?

- Quizá sí, pero creo que siempre soy la segunda opción de las personas. Supongo que no aprendo de las lecciones de la vida.

- ¿Por qué piensas eso? –Arrojó con un tono seco.

Me quedé callado por varios segundos.

- Supongo que es así –repuse.

- ¡Mira! –Exclamó. Señalando el chat con su ex novia donde ella le preguntaba con quién estaba–. Por esa razón siempre terminamos mal, eso nunca va a cambiar.

Miré la pantalla con repugnancia y demostré apatía. Iba a decir algo, pero, preferí callarme.

- Ahora sí me voy –dije, poniéndome de pie, cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos con el deseo de que fuese una pesadilla nocturna–. Se me hará tarde y no conozco estos lugares.

- Está bien –agregó, callándose por algunos segundos. Luego dijo–: Hmmmm, Michael, ¿Te tomarías una foto conmigo?

« ¿Para mostrarle con quién estás a tu ex?» Pensé.

- Claro –respondí, desanimado. Odiando el hecho de no poder decir no.

Antonio acercó el teléfono a mi cara, y simplemente miré a la cámara haciendo el símbolo de la V con la mano, él hizo el mismo símbolo y tomó la selfie.

- ¡Súper! –Exclamó, mirando la selfie–. Te aseguro que no se la enviaré a nadie, tampoco la publicaré.

Quizá él estaba acostumbrado a verse perfecto en todas sus fotos, yo solo me veía como un cadáver pálido y demacrado.

- Como quieras –dije, sabía que él iba a enviarle nuestra foto a su ex.

- ¿Tienes dinero para el pasaje hasta tu casa? –Preguntó mientras revisaba su billetera–. Te daré para el bus.

- Sí, sí tengo –le respondí negativamente–. Muchas gracias, muy amable de tu parte, pero tengo mi dinero.

- Vale, está bien –Antonio guardó el dinero en su billetera y la colocó en su armario–. Yo te acompaño.

- Está bien –asentí.

Quería irme solo, pero no conocía el camino hasta la avenida. Al salir de la habitación me sentí calmado, ya quería irme a mi casa, perdón, a mi otro infierno. Cuando nos dirigíamos hacia la salida sonaron fuertes truenos hasta que comenzó a llover.

- ¡No puede ser! –Clamé, mirando la lluvia a través de la ventana–. ¿Ahora qué?

- Debes esperar porque puedes enfermarte. ¡Está lloviendo mucho! –Bramó–. Yo puedo prestarte un abrigo.

- No, gracias –mascullé–. Pero, me parece bien que me acompañes porque no sé dónde estoy y no quiero perderme.

- Tranquilo, yo te acompañaré cuando termine de llover, vamos a mi habitación.

Ya estaba cansado y fatigado, sentía que el día se había arruinado.

- De acuerdo –contesté–.

Volvimos nuevamente a la habitación, él se tiró en su cama y me hizo un gesto para que me acostara con él. Me acosté lentamente mientras lo miraba, no sabía cómo podía dejar de sentir tantas cosas por él, a pesar de todo quería estar ahí hasta el amanecer. Lo nuestro no tenía nombre, no había nada, pero en lo profundo sé que él sentía lo mismo que yo al encontrarnos en las miradas. Estábamos mirando al techo sin decir nada, simplemente éramos nosotros dos en esa oscura habitación, la lluvia caía sobre el techo y me recordaba la razón por la que estaba allí.

La lluvia desapareció una hora después, se estaba haciendo tarde y en lo personal no me sentía bien como para seguir estando ahí. Cogí mis cosas y me largué, su abuela no estaba en la casa cuando salimos a la calle, pensé en despedirme suyo, pero ya comenzaba a sentirme culpable conmigo mismo por estar ahí. La lluvia todavía caía como mis ilusiones y los truenos resonaban mis razones para alejarme, pero sólo había un pequeño rayo de luz en sus ojos por el cual quería ser iluminado en la penumbra de mis miedos, necesitaba seguir dando todo de mí aunque nada de eso fuera importante para él.

Mientras caminábamos hacia la parada me quedé mudo y atónito, los escalofríos sacudían mis músculos al escucharlo hablar sobre su ex novia, me sentía tan inestable y vacilante como él. « ¿Qué soy para ti?» Me preguntaba al mismo tiempo que caminaba a su lado con la mirada en el piso, era abrumador y desconcertante. Antonio me tomó del brazo cuidadosamente y cruzamos a la otra calle, ya estábamos en la parada.

- No te sorprendas sí cuando yo vuelva a verte te diga que volví con mi ex. –Añadió de repente en forma de chiste.

Una filosa espada traspasó mi corazón, comencé a sentir repugnancia mientras me desangraba en silencio. Me sentía como una maldita basura a su lado.

- ¿Es muy difícil el transporte por estos lugares? –Evadí, haciéndome el sordo con la voz apagada, estaba parpadeando rápidamente con la sensación de que algo malo iba a sucederme.

- Muy raras veces –respondió muy sereno.

Mis manos seguían frías, el calor de la tarde no era suficiente como para evitar el frío que tenía bajo la intensa energía térmica del Sol. Tenía mucho miedo, estrés, coraje y decepción, me sentía como un idiota y tenía la autoestima por el suelo.

- ¡Ahí viene el autobús! –Exclamé señalando al norte de la autopista–.

Antonio me observó con extrañeza, notó la insistencia que tenía en irme. De pronto, un grupo de chicos que iba por la acera se me quedaron mirando burlonamente, me observaron de arriba abajo y empezaron a murmurar señalando mi overol. Ellos estaban en short y sin camisa, caminaban descalzos por la calle, tenían la piel quemada y acartonada como si aguantasen mucho Sol, tenían zarcillos y el cabello teñido de amarillo, pensé que iban a robarnos y levanté el brazo para hacerle una señal con la mano al chofer del autobús. Eran los típicos cutres y marginales de la ciudad que se reían de mi forma de vestir, no los juzgo, su tercermundismo no les permitía mirar mi brillo porque los cegaba. Antonio estaba mirándolos con ojeriza, pero yo sólo le hacía señas al autobús con desespero.

- ¡Adiós! –Me despedí distantemente cuando el autobús se acercaba–. Nos vemos en la clase del lunes.

El autobús se detuvo y Antonio se acercó dándome un fuerte abrazo, me quedé inmóvil cuando sentí su olor y sus brazos sobre mi espalda. Levanté mis manos y las apoyé con desconfianza sobre sus hombros.

- Por favor, escríbeme al llegar a casa –susurró en mi oído.

Me aparté lentamente y mirándolo a sus ojos asentí con la cabeza. Ladeé la cabeza hacia el bus y tumbé la mirada con incomodidad, el chofer y los pasajeros se nos quedaron mirando con desconcierto y hostilidad mientras expresaban la homofobia con insultos. Me di la vuelta y subí al autobús mientras aceleraba y Antonio me observaba desde afuera, a través de la ventana levanté la mano y volví a despedirme con un gesto de nostalgia y confusión. No entiendo cómo podía seguir sintiendo algo después de aquella semejante humillación, te entregué mis sueños y los convertiste en una pesadilla.

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