Capítulo 21: El Sol de mis noches.
Llegué al centro comercial y me quedé afuera para esperarlo, había mucha tensión en la calle y la bulla de los carros era desesperante. Antonio todavía no llegaba, así que, saqué mi móvil y le marqué a su número para llamarlo.
- ¿Ya llegaste? –Contestó rápidamente.
- Sí, estoy aquí –le respondí. disimulando mi nerviosidad.
- Saldré de mi casa ahora mismo, nos vemos en dos minutos. Quédate ahí, no te vayas a mover.
- Aquí estaré –repuse, soltando un quejido de cansancio.
Antonio colgó la llamada.
«El lugar no es tan feo», pensé, mirando a mi alrededor como un turista. Después de un par minutos vi que Antonio venía desde lejos, pude reconocerlo por su hermosa cabellera rizada y castaña. Se veía irrealmente perfecto, su piel blanca de porcelana, sus labios rojos y sus mejillas rosadas me dieron ganas de salir corriendo a besarlo. Llevaba una camiseta negra que tenía el estampado de una calavera, tenía un jean azul y las converses de siempre. A medida que se acercaba me saludaba con la mano mientras sonreía como un ángel caído. Caminé hacia él con el corazón latiendo a mil latidos por segundo.
Mi mundo se apagaba, pero él era mi única luz. Nos acercábamos lentamente como en la típica película de amor, abrí los brazos y le di un fuerte abrazo cuando lo tuve frente a mí.
- ¿Cómo estás? –Me preguntó en el oído, aun me abrazaba.
Las manos de Antonio tocaban mi cintura, el olor de su perfume y la dulce mirada en sus ojos era el cortejo perfecto.
- Ahora mejor –murmuré, levantando la mirada hacia la suya–. ¿Y tú?
Él sonrió dulcemente, los hoyuelos en su rostro fulguraban amor.
- También lo estoy –respondió entre mis brazos–. Vamos a casa, el Sol está muy intenso y somos dos vampiros en la luz del día –me soltó lentamente y se apartó con disimulo–. ¡No, perdón, casi lo olvido! –Añadió repentinamente–. Primero acompáñame a la tienda para comprar algo.
- De acuerdo –convine–. El Sol es un agente carcinógeno muy potente, así que, vayamos por la sombra.
Antonio me miró con extrañeza e hizo una pequeña sonrisa.
- Pero, ¿Qué tan malo puede ser el Sol a nivel de la piel? –Me preguntó mientras íbamos a la tienda.
- Los rayos ultravioleta penetran las capas exteriores de la piel y pasan a las capas más profundas –expliqué– en donde pueden dañar o matar las células de la piel. Inhiben las mitosis celulares y la síntesis de ADN, sin embargo, no solo genera cáncer y otras alteraciones fisiopatológica, sino el envejecimiento prematuro.
- ¿Envejecimiento prematuro? –Repitió con sorpresa–. No me digas eso, a veces no uso protector solar y salgo a la calle sin sombrilla.
- Los rayos solares degradan las fibras de colágeno y elastina –razoné–, esto hace que la piel se vuelva dura y acartonada.
- Impresionante –reconoció, sorprendido–. Ojalá el mundo lo supiera para que lo evitase.
Antonio estaba muy cariñoso conmigo, me tomaba del brazo cada vez que cruzábamos la calle. Antes de ir a su casa me llevó a una tiendita ubicada en un rancho del barrio, no podría olvidar la gentiliza y la bondad de los trabajadores. Antonio se llevaba muy bien con los vendedores, tenía una pequeña lista donde su abuela le había ordenado comprar la comida. Posteriormente, nos dirigimos a su vecindario.
Todos en el barrio amaban a Antonio, cuando lo veían se acercaban a saludarlo y era visto como el futuro médico de la vecindad. Me pareció bonito que todos pudieran ver el enorme corazón de Antonio, era el típico ser querido con el que todos se llevaban bien; y a mí que ni mi padre me quería. Algunas personas nos miraban y me señalaban indiscretamente, al parecer era herejía que un chico se vistiera con overoles y ropa rosada. Él sabía que estaban mirándonos, pero claramente no le importaba y seguía tratándome como si fuera su príncipe rosa.
Las señoras chismosas murmuraban cuando nos veían pasar, sabían que Antonio llevaría un chico raro a su casa y eso les parecía llamativo, en especial porque nunca me habían visto en sus tierras. Era obvio adivinar lo que las señoras pensaban, de seguro creían que tendríamos coito y eso me daba curiosidad, porque yo tampoco sabía lo que podría ocurrir en una habitación sola junto a él. Honestamente, el sexo era lo de menos, únicamente quería pasar el resto de mi vida a su lado, besarlo, cuidarlo y abrazarlo hasta el día de mi muerte.
Cuando estábamos por llegar a su casa, Antonio se detuvo para sacar las llaves del bolsillo de su pantalón. Era la última casa al final del vecindario, realmente tuvimos que caminar muchísimo para llegar a donde vivía, creo que yo me habría perdido fácilmente si él no me hubiera acompañado. Su pequeña casita estaba localizada en un lejano cerro que subimos a través de una carretera muy empinada. Mi ropa se llenó de barro, además de que por poco resbalaba al vacío, pero eso no sucedió porque Antonio estaba cuidando de mí. Todas las desgracias eran divertidas cuando estaba a su lado.
Su casita lucía muy linda y acogedora, parecía una cabaña del bosque. Había una tienda de golosinas que era administrada por Antonio y su abuela. Se sentía bonito estar ahí con la serenidad y la paz por todas partes, estaba en la zona más alta del cerro por lo que se podían observar las montañas de la ciudad. Todavía recuerdo la fuerte brisa sacudiendo mi cabello y mi ropa, abrazando a Antonio en medio de la vasta soledad de los árboles.
- Ya llegamos –anunció Antonio, dejando escapar un bramido–. Probablemente no estás acostumbrado a estar por estos lugares tan rudimentarios, pero eres y siempre serás bienvenido en mi humilde casa.
Lo miré con intensidad y le sonreí mientras vislumbraba la bella vista. El Sol coloreaba la oscuridad de mis ojos.
- Muchas gracias –le hablé cariñosamente–, todo es muy lindo aquí. Algo me dice que las noches son hermosas en este lugar.
Antonio me regresó la sonrisa con el aire moviendo los rizos de su cabello.
- Tendrías que quedarte conmigo una noche para que lo compruebes tú mismo –sugirió con la vista en el paisaje.
- ¡Me encantaría! –Expuse contento, la brisa jugaba con mi cabello–. Sería perfecto.
- Cuento con ello –añadió Antonio mientras abría la puerta de su casa–. Antes de entrar quiero presentarte a mi abuela. ¡Vamos, está en nuestro negocio!
Antonio hizo que lo siguiera. Su abuela estaba sentada en la entrada de la tienda, parecía estar en un profundo sueño cuando llegamos. Él la observó tiernamente y la despertó:
- ¡Abuela! –Exclamó graciosamente.
Su abuela sonó el último ronquido y se despertó con alerta, Antonio estaba riéndose de ella. Era una mujer realmente encantadora y risueña, su carisma fue lo primero que percibí, tenía el cabello negro y su tez morena, las arrugas de su rostro le daban un toque de amor.
- ¡Casi me matas del susto! –Rezongó su abuela, levantándose.
- ¿Qué hubieras hecho si te roban todo el negocio? –Le preguntó Antonio, poniendo las bolsas sobre la mesa.
- Ay, hijo, a mi edad no puedo controlar mi sueño –dijo ella, quejándose con vergüenza.
- Él es Michael –indicó Antonio, sosteniéndome del brazo–. Es mí... Compañero de la universidad –hizo una pausa incómoda, bajó la cabeza y me soltó del brazo con lentitud.
Su abuela lo observó con rareza, me miró afectuosamente y arrojó una sonrisa.
- Mucho gusto –expresó, dándome un apretón de mano delicadamente–. Soy Esmeralda, bienvenido a nuestra casa.
- ¡Es un placer! –Le respondí–. Muchas gracias.
Le solté suavemente la mano y le devolví la sonrisa con un ademan.
- ¿Vienen a estudiar? –Preguntó ella.
- Si –Antonio y yo respondimos al mismo tiempo, nos miramos y nos reímos.
La Sra. Esmeralda se confundió con nuestra reacción.
- Está bien, no se desconcentren –comentó la abuela, dirigiéndose a la mesa para abrir las bolsas.
- Bye, abuela –se despidió Antonio–. Estaremos en mi habitación por si necesitas algo.
- ¡Lo que necesito es que se larguen para seguir en mi siesta! –Exclamó la abuela con una risa de hilaridad.
La abuela le lanzó un tomate a Antonio desde la mesa, tenía una personalidad divertida.
- Si nos roban tú serás la responsable –dijo Antonio, siguiéndole el juego–. ¡Chao!
Antonio me hizo un gesto para que nos fuéramos, salimos de la tienda y entramos a la casa. Él abrió la puerta y me invitó a pasar de primero, se le veía muy contento de tenerme en su casa. Su forma de hablarme y de mirarme me hacía sentir seguro, era todo lo que necesitaba en mi vida.
Los luminosos rayos de luz penetraban los ventanales de la casa. En el despacho había diferentes tipos de jarrones y adornos que le daban un toque primaveral, las paredes estaban desteñidas y el techo tenía una estructura peculiar con un revestimiento granular.
- Me gusta la energía que hay aquí –susurré, observando el jardín–. Adoro todo lo que te pertenece.
- Estás en tu casa –dijo Antonio, caminando detrás de mí.
Me detuve y volteé a mirarlo de cerca.
- Gracias –gratifiqué, dándole una caricia en la mano–. Ahora veo por qué eres un amor, tu abuela también lo es.
Antonio agachó la cara y sonrió con las mejillas enrojecidas.
- Vi que le caíste muy bien a mi abuela.
- Tu abuela es muy dulce –repuse–, me contenta saber que soy de su agrado.
- Es raro cuando alguien le agrada –aseguró–. Ella detesta a mis mejores amigos.
- ¿Tendrá sus razones? –Arrojé interrogativamente.
- Quizá porque mis amigos son unos vagos sin educación –supuso abatidamente–. Pero, ¿Para qué mentirte? No tengo amigos, solo son conocidos.
- ¿Y qué hay de tus amigos de la universidad?
- Jajajajajaja –negó con la cabeza mientras fruncía el ceño–, no los considero amigos, son compañeros de clases y nada más. No les tengo confianza, ni siquiera los he invitado a mi casa y honestamente tampoco lo haría.
- ¿Y yo qué o quién soy para ti? –Le pregunté en un tono bajo y titubeante. .
Antonio se encogió de brazos y me sonrió con afición, su cara se ensombreció al ver que le hablaba con seriedad.
- Eres la única persona con la que hablo todos los días, la única con quien puedo sentirme yo mismo y olvidarme de mis preocupaciones. Eres la sombrilla de mis días lluviosos.
- Oh –dije con asombro, levanté la mano y le di una caricia en las mejillas–. Qué bonito saberlo, ahora que mencionas la lluvia puedo decir que eres el arcoíris de mis tormentas más sangrientas. Cuando estoy a tu lado siento que estoy en otro planeta, al mirarte me traslado a la dimensión más lejana de nuestro universo.
Hubo un silencio profundo y emotivo luego de que esas palabras salieran de mi boca.
- ¿En serio? –Arrojó pensativamente, se acercó lentamente y me tomó de las manos. .
- Sí –afirmé tenuemente con la cabeza–. Eres el Sol de mis noches.
Nuestras manos heladas temblaban con la intensidad de su mirada. Mi corazón latía con el sudor en mi frente.
- Vamos a mi habitación –me invitó cariñosamente.
- Vamos –repetí con la voz trémula.
Antonio apretó mi mano y me paseó por su casa.
- Parece que estuviéramos en un castillo encantado –hablé embelesado.
- Podríamos viajar a la Edad Media sí lo deseas –añadió, dedicándome una sonrisa.
- No quiero cambiar nuestro presente por nada –agregué, riendo encantadoramente.
- Entonces, hagamos que en el futuro queramos regresar a este momento –expresó.
- ¿Es eso posible? –Cuestioné.
- Solo vivamos el momento y no pensemos en cualquier otro tiempo que ya no exista –verbalizó, dejándome atónito con su respuesta.
Antonio caminaba delante de mí como si fuera el guardián de mi corazón, a medida que lo seguía me perdía en el encanto de su potente atracción.
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