Capítulo 2: El admirador secreto.
Una semana después.
El lunes por la mañana me encontraba en el salón de clases, esperaba a que el Dr. Roberth llegase para su asignatura de fisiopatología, microbiología y genética médica, me mantenía bastante concentrado con mi libro de genética mientras imaginaba tridimensionalmente las cadenas del ADN. Yo estaba en la misma mesa de siempre, apartado de aquella sociedad hipócrita y nefasta.
De pronto, mis manos comenzaron a sudar cuando inesperadamente apareció Antonio de la nada. Me puse tan nervioso que me enrojecí con solo verle la cara, Antonio se veía más hermoso que la última vez. Él se acercaba hacia mí como si yo fuese su destino, me miró a los ojos y sonrió misteriosamente. Tenía un collar que relucía la sensualidad en su delicada piel clara, no podía dejar de mirarlo sin mi impresión de sorpresa.
- Buenos días –me habló con dulzura–. ¿Puedo sentarme contigo?
Lo miré con nerviosidad y asentí con la cabeza. Cerré el libro y le dediqué toda mi atención.
- Claro –balbucí, regresándole una sonrisa nerviosa–, me encantaría... ¿Cómo estás?
Antonio acarició mi hombro y se sentó a mi lado.
- Yo estoy muy bien –respondió, encarándome afectuosamente–. ¿Cómo estás tú?
- Bien, gracias –contesté–. Me da gusto saber que también lo estás.
- ¡Gracias! –Exclamó animosamente–. A mí también me da mucho gusto.
Nos miramos fijamente por varios segundos, fue un silencio incómodo, pero malditamente hermoso.
- ¿Y qué has hecho? –Arrojé vacilantemente.
Antonio dejó escapar un suspiro mientras colocaba su libro en la mesa.
- No mucho –comentó frustrado–, intentar estudiar. Se me ha dificultado bastante retener la información.
- ¿Tienes problemas para estudiar? –Repuse.
- Sí –afirmó cansinamente–. Sobre todo porque hay cosas que me enredan.
- Yo puedo ayudarte –articulé–. Dime cuándo estarás libre para que estudiemos juntos, estuve esperando por ti la semana pasada.
- Joder, ¿Cómo es posible que lo olvidara? Perdóname –se disculpó apenadamente–. Me siento muy avergonzado contigo, y por supuesto, me encantaría que nos viéramos para estudiar.
- No te preocupes –continué–. Te entiendo, está bien.
Hicimos una pausa y nos perdimos nuevamente en la mirada, fue otro silencio perfecto en el que nuestras mentes gritaban para decir algo. Empecé a ponerme rojo cuando sentí su mano tocando la mía. No pude evitar aquella estúpida sonrisa de encanto y empecé a reírme sin razón.
- ¿Te gustan las lenguas muertas? –Preguntó aleatoriamente.
- ¡Por supuesto! –Respondí rápidamente, acariciando las hojas de mi cuaderno–. ¿Y a ti?
- El latín es mi preferido –agregó, apoyándose en el espaldar de su silla.
- El mío también –coincidí con regocijo.
Antonio hizo una expresión de asombró y tocó mi brazo. Observé su mano en mi piel y comencé a temblar.
- Wow, veo que tenemos algunas cosas en común –verbalizó, dejándome paralizado.
- ¿Tú crees? –Repliqué, poniendo los codos sobre la mesa mientras ladeaba la cara hacia él.
- Lo creo, lo veo y lo confirmo –repuso, echándose hacia adelante para acercarse a mí.
- ¿Qué cosas crees que tenemos en común? –Quise saber, observando sus labios.
Antonio hizo un sonido con la boca y se quedó pensando.
- A veces siento que tenemos la misma forma de pensar –dedujo, pensativamente–, creo que somos tan iguales.
- Jajajajaja –me reí en voz baja, no pude contener la risa al escucharlo–. Es lindo saberlo.
Antonio me sonrió e hizo un ademán, se incomodó con mi risa burlona.
- ¿Por qué crees que desaparecieron las lenguas muertas? –Preguntó.
- A la sustitución lingüística se le atribuyen diferentes causas –interpreté–, la primera pudo ser la invasión y exterminación de culturas, a través de la violencia transmitida en guerras y colonizaciones. Pero, de alguna forma u otra, la evolución lingüística se ha mantenido constante.
- Me encanta la manera en la que te expresas –halagó con fascinación–, la naturalidad te identifica. Y dime, ¿Por qué te gustan tanto las lenguas muertas?
Sonreí ruborizado y le hice una mueca.
- Para escribir mi saga "Pléyades" tuve que estudiar e indagar mucho sobre ello –glosé–, son unos de mis temas favoritos en la vida. Me genera mucha curiosidad.
- Me temo a que aprenderé mucho de ti –expuso tenuemente–. Es increíble que hayas estudiado tanto estos maravillosos temas, por cierto, ¿Qué me dices del latín?
- Me encanta hablar sobre estos temas contigo –admití, alzando la voz –. Bueno, el latín es una lengua itálica que fue hablada en la Antigua Roma y posteriormente en la Edad Media, esta legua adquirió una gran importancia con la expansión de Roma, incluso fue la lengua oficial del Imperio Romano. Actualmente, la iglesia católica usa el latín en el ritual romano y en exorcismos.
Antonio no quitaba su mirada de encanto, hizo una pausa como si se hubiera congelado con mi hechizo y se acercó para decirme algo, pero, repentinamente, nuestra privacidad perdió la magia cuando llegaron sus estúpidos amigos. También estaba Mónica, ella era la única de los presentes a la que consideraba mi amiga.
Bruno y André eran los amigos más allegados de Antonio. Bruno era delgado, alto, moreno y tenía una nariz de bruja, su piel se veía muy tostada y maltratada. A diferencia de Bruno, André tenía una contextura grande y robusta, su piel era amarillenta y tenía largos bigotes que le daban una imagen desaseada y desarreglada. No me gustaba la personalidad de esos dos, André siempre estaba de metiche en asuntos que no le correspondían y era uno de los tantos que hablaban mal de mí, incluyendo a Bruno, la persona más falsa que conocí en la universidad. André era el vocero del movimiento estudiantil, el típico hombre chavista y mediocre de Venezuela.
- Buenos días –dijo Bruno afeminadamente, lanzándole un beso a Antonio.
Antonio cambió por completo, se levantó y abrazó a sus amigos. Yo simplemente le hablé a Mónica. Me sentí bastante incómodo.
- Espero que no hayamos interrumpido algo –bufoneó André sarcásticamente.
André y Bruno se sentaron junto a Antonio, fue inoportuno. Antonio se movió de su puesto y a mi lado se sentaron sus amigos.
- No, para nada –hablé con ironía, mis ojos disparaban candela–. Buenos días.
Mónica se acercó a mí y me dio un ligero abrazo, empujó a los idiotas de mi lado y se sentó junto a mí. Bruno estaba haciendo cosas para llamar la atención, se ponía a cantar y a llorar para que todos lo viéramos. Antonio estaba muerto de la risa por lo que sus amigos hacían.
- ¿Cómo has estado? –Preguntó ella en voz baja.
- Estaba mejor –satiricé, observando con malos ojos a los imbéciles–. ¿Tú cómo estás?
Mónica miró a Bruno con desprecio y luego se volteó a verme. Se inclinó y se acercó a mi oído para decirme algo.
- Yo también estaba mejor antes de llegar a esta puta universidad de feos y transformistas –susurró–, hoy me siento tan gorda que estoy cagando mayonesa
- También quiero irme de este cementerio –murmuré discretamente–. Por cierto, ¿Cómo va tu fibroadenoma mamario?
La escandalosa voz de Bruno y André me incomodaba.
- Mañana me harán la biopsia en el laboratorio de anatomía patológica –contestó–. En los próximos meses me harán la cirugía para extraerlo.
- Todo saldrá bien –reconsideré–, espero que la cirugía sea pronto. No te preocupes, todo va a estar bajo control.
Observé a Antonio y noté que estaba mirándome desde antes, le hice una mueca de cariño y agaché la cara. De inesperado, llegó el Dr. Roberth, un caballero muy respetable y pulcro, tenía la tez morena y era de baja estatura, siempre mantenía el cabello corto.
- ¡Buenos días! –Vociferó–. Espero que se encuentren muy bien, la clase de hoy abordará los trastornos hemodinámicos e inmunológicos, y para ello elaboraremos grupos de cinco integrantes. Debido al poco tiempo que nos queda del semestre, ustedes con sus correspondientes grupos deberán dar una clase sobre el tema 3, 4 y 5 de la guía. Les daré el permiso de que ustedes mismos hagan los grupos que quieran.
- ¡Listo! –Profirió André arrebatadamente, se levantó con un papel mal recortado y se lo dio al Dr. Roberth–. Acá está nuestro grupo, integrado por Mónica, Bruno, Antonio, Diana, Michael y mi persona.
- Gracias por integrarme involuntariamente –arrojé con sarcasmo–. Estaba muy contento de formar parte de tu equipo.
Mónica estaba riéndose.
- ¡Perfecto! –Aclamó Antonio, aplaudiendo festivamente–. Michael estará con nosotros, él es todo un genio. Ya verán que tendremos la mejor exposición de todas.
Le lancé una sonrisa forzada y luego la borré de mi rostro, al menos él estaría conmigo en la presentación.
- ¡Jajajajaja, por Dios! –Escandalizó Bruno, poniéndome mala cara–. Yo me considero un buen estudiante que siempre da todo por sus estudios, y...
- ¡Michael! –Espetó inesperadamente el Dr. Roberth con entusiasmo, interrumpiendo lo que Bruno quería decir–. Tengo grandes expectativas con tu presentación... ¿Será que puede contar contigo? ¡Claro que sí! –Se respondió a si mismo con alegría, los demás estudiantes me miraban con envidia–. Yo estuve pensando en darte todo el tiempo que quieras para tu exposición, creo que eres el único que tiene el potencial para explicar el tema más profundo y complicado de todos.... Sí tuvieras que elegir entre los diferentes tipos de shock, ¿Cuál elegirías?
André y Bruno parecían molestos con lo que el Dr. Roberth me decía, se notaba el disgusto en sus miradas. Mónica y Antonio estaban sonrientes, se veían muy emocionados por mí.
- ¡Encantado del privilegio! –Loé, dándole un apretón de mano al Dr. Roberth–. Muchas gracias. Estaría fantástico dar mi propia clase sobre el shock neurogénico, pues como el futuro neurocirujano que seré me encantaría dedicar toda mi pasión a esta parte de la medicina.
- Magnífico –engrandeció el Dr. Roberth–. Estoy seguro que no vas a decepcionarme, yo espero mucho de ti.
- Prometo que así será –le aseguré con firmeza.
El Dr. Roberth se despidió y se dirigió a los otros estudiantes. Me di cuenta que Bruno y André estaban golpeando la mesa mientras me miraban con mal gusto.
- ¿Acaso tengo un pene enorme en la cara? –Rugí, clavándoles una mirada desafiante–. Porque parece que en mi rostro hubiera algo que quisieran tener.
- Pues, tu belleza mi vida –disputó Mónica, apoyándome–. Si tuvieras un pene en la cara yo estuviera chupándote las mejillas jajajajaja.
Bruno y André se intimidaron y empezaron a reírse forzosamente. Antonio sintió la tensión y quiso disimular mientras se reía.
- Jajajajaja, ay, tonto, no es nada –habló la falsedad de Bruno–. André y yo te admiramos mucho, hemos leído tus libros y siempre hablamos de ti.
Los observé de arriba abajo con frialdad y les quité la mirada. De inesperado, llegó Diana, una de las compañeras de clases a la que le tenía mucho aprecio. Era una chica muy linda y carismática, tenía un estilo rockstar, me encantaba su cabello corto y pelinegro. Siempre iba a la universidad con su chaqueta negra y un fabuloso delineado.
- ¡Hola, lindos! –Saludó tiernamente–. ¿Puedo sentarme aquí?
Diana cogió una silla y la situó al lado de Mónica, puso el casco de su motocicleta en la mesa y se arregló el cabello rápidamente.
- Por supuesto –le respondió André.
Antes de sentarse, Diana nos dio un abrazo a cada uno. Se dirigió a su silla y se sentó.
- ¿Qué hay para hoy? –Preguntó Diana, escudriñando su mochila–. Estoy perdida.
- La próxima clase tendremos una exposición –le contestó Antonio desde su asiento–. En resumen, debemos dar una clase.
- ¿Me incluyeron en el grupo? –Se preocupó Diana, desorbitando los ojos.
- ¡Obvio! –Vociferó Bruno.
- ¡Gracias! –Prorrumpió Diana–. ¿Michael estará con nosotros?
Diana me miró desde su silla y estiró la mano para acariciar mi cabello.
- Así es –asentí con la cabeza–. Me encantará trabajar contigo en esta presentación.
- ¡Perfecto! –Sonrió Diana con festejo–. Me siento honrada de compartir esta oportunidad contigo, nunca me cansaré de expresar mi admiración hacia ti.
Bruno y André se miraron entre sí, estaban echando humo por sus narices.
- Muchas gracias, Diana –le respondí amorosamente, tendí la mano y apreté la suya mientras reía con alegría–. Sé que aprenderemos juntos de esto, eres el tipo de personas de las que me gusta rodearme. Siempre sumas y nunca restas, nunca me olvidaré de esta hermosa energía que me transmites.
- Te adoro –arrojó Diana, oprimiendo mi mano con las suyas–. Cuenta conmigo siempre.
- Yo también te adoro –convine, regresándole una sonrisa con el rubor en mis mejillas–, siempre que me necesites aquí estaré.
Aunque odiaba la multitud que me ceñía, Mónica y Diana me demostraban el lado bueno del lugar que tanto odiaba. Los minutos transcurrían y utilizaba mi tiempo para platicar con mis amigas sobre las grandiosidades de la medicina, nos dimos un descanso y Diana se levantó para ir al baño.
- Michael –dijo Mónica repentinamente, se acercó a mi oído y murmuró–: Antonio no ha dejado de verte desde hace rato, míralo disimuladamente.
Fingí que miraba al techo y discretamente lo observé de reojo, y sí, estaba viéndome. Él notó que también lo estaba mirando, su reacción fue tan incómoda que desvió la mirada.
- ¿Lo viste? –Susurró Mónica en mi oído.
- Lo vi todo –titubeé, mirándola con disimulo–, creo que estoy sintiendo más atracción hacia él y eso no me gusta para nada. No sé por qué me mira tanto, ¿Acaso le atraigo?
- La atracción es mutua –masculló Mónica mientras sacaba el teléfono de su bolsillo–. Se me ha ocurrido hacer algo, le tomaré una foto descuidado y te mostraré... No digas nada porque pueden demandarme por acoso.
No pude contener la risa, así que, estallé con una risotada.
- ¡JAJAJAJAJAJAJAJA! No, no, no, no, –le insistí carcajeándome fuertemente mientras intentaba quitarle el teléfono–. Cuidado, porque creerá que yo te mandé a hacerlo.
- ¡No seas cobarde, JAJAJAJA! –Exclamó muriéndose de la risa–. Yo sé lo que hago.
De improvisto, nos dimos cuenta que Antonio estaba mirándonos con rareza. Mónica y yo paramos de reírnos y nos vimos la cara con espanto, solté su teléfono y Mónica lo dejó caer en el piso mientras el golpe rompía su pantalla, abrí mi libro disimuladamente y fingí que leía. Mónica se agachó y recogió su teléfono del suelo, no podía aguantar la risa, la pantalla se había quebrado por completo.
- ¡Michael! –Gritó el Dr. Roberth, apareciendo de inesperado. Lo miré con terror y pensé que me expulsaría de la clase junto a Mónica–. ¿Puedo preguntarte algo?
Mónica me miró y agachó la cabeza mientras se reía en silencio.
- Claro –le respondí con la voz trémula, no podía contener la risa–, ¿Qué sería?
El Dr. Roberth estaba con una estudiante de bata blanca, la chica era de piel clara, baja estatura, ojos color avellana y cabello muy ondulado.
- Ella es Nairobis –la presentó mientras la señalaba–, desafortunadamente se quedó sin equipo y ningún otro grupo quiso incluirla. Necesito que por favor la integren y la traten bien.
- La trataré como si fuera mi nieta –bromeé, levantándome del asiento para darle la mano–. Bienvenida, Nairobis, me llamo Michael y estoy encantado de conocerte.
El Dr. Roberth se apartó del grupo y se dirigió a su escritorio.
- ¡Muchas gracias! –Habló Nairobis con timidez, tomó una silla y se sentó al lado de Diana.
Mónica y Diana fueron amables con Nairobis, el resto la ignoró.
- ¿Quién se hará cargo de indicar los temas que presentará cada uno? –Arrojó André con altanería y arrogancia, tenía las axilas muy sudadas. Su amarillenta bata estaba húmeda y manchada.
- Yo lo haré –opiné, manteniendo un tono de voz inalterable.
- Perfecto –concordó Antonio–, me encantaría que sea Michael quien lo haga.
Antonio y yo nos quedamos mirando fijamente, mordí mis labios y le desvié la mirada con un cosquilleo en el estómago.
- Concuerdo con Antonio –convino Mónica, haciéndome un gesto de afecto–. Michael es la persona indicada para esto, él tiene muchos conocimientos y estoy segura que hará un show con nuestra presentación. Es algo que nos beneficiará a todos.
Nairobis me observaba con una gran sonrisa mientras asentía con la cabeza.
- Digo lo mismo –concertó Diana–, apoyo la idea de que Michael se encargue de esto.
Mónica levantó la mano y acarició mi espalda.
- Yo también podría hacerlo –espetó Bruno furiosamente–. No se preocupen, Michael es alguien muy ocupado y esto le restaría de su tiempo. ¡Yo quiero hacerlo! No se diga más.
Todos hicieron una expresión de desacuerdo, excepto el arrogante vocero de André.
- Mejor que lo haga Michael –añadió Diana–. No repetiré lo mismo dos veces.
- Pienso lo mismo –admitió Nairobis con risa–. Que lo haga Michael. Aunque apenas los estoy conociendo.
- Bruno es la persona indicada –rezongó André, escupiendo la mesa con toda la saliva que disparaba de su boca–. No creo que Michael tenga los conocimientos que tiene Bruno.
Miré a André apaciblemente y me eché a reír.
- ¿Estás escuchándote a ti mismo? –Le preguntó Antonio.
- Michael tiene las calificaciones más altas del año –recalcó Mónica, encolerizada–. ¿Cómo vas a comparar a Michael con semejante perdedor? ¡Bruno repitió primer año!
Bruno me echó malos ojos, pero le guiñé el ojo con coquetería.
- No tengo problemas con que otro sea quien se encargue de hacerlo –dije serenamente–, lo que ustedes decidan será lo correcto.
- ¡Michael! –Exclamaron todos.
Bruno y André se miraron entre sí con enfado. Los observé con una sonrisa y les hice una mueca.
- ¡Fabuloso! –Prorrumpí, abriendo mi libro de fisiología. Hojeé las páginas y busqué el capítulo de los trastornos hemodinámicos–. Escuchen atentamente y anoten. Nairobis, tú explicarás las generalidades del shock, serás la primera en presentarte, sé que lo harás de maravilla. André, tú deberás explicar todo en relación con el shock cardiogénico, según su correspondiente o, serás el segundo en presentarte. Bruno –pronuncié, observándolo tranquilamente mientras él me ignoraba–, tú serás el tercero en presentarte, quiero que expliques la fisiopatología, la fisiología y la anatomía patológica del shock hipovolémico. Diana, cronológicamente, serás la cuarta en presentarte, hablarás sobre la fisiopatología, la fisiología y la anatomía patológica del shock anafiláctico, quiero que lo presentes porque eres diana-filáctica –reí–. Mónica, la quinta persona en exponer, el shock obstructivo es todo tuyo, necesito que expliques detalladamente su fisiopatología, fisiología y anatomía patológica. Y Antonio, –continué, soltando un suspiro mientras lo veía a los ojos–, serás el sexto, creo que eres perfecto... –Hice una pausa–, para presentar el shock séptico, sé que te encantan estos temas, ya sabes, debes explicar la fisiopatología, fisiología y anatomía patológica. Y yo –dije, cerrando el libro con un resoplido–, seré el último en presentarme. El shock neurogénico es lo que voy a explicar.
- ¡Magnífico! –Bramó Diana.
- ¿Todos están de acuerdo con sus temas? –Les pregunté a todos–.
Todos afirmaron con la cabeza, excepto Bruno.
- Estupendo –verbalicé, mirándolos a todos–, seremos el mejor grupo que pueda existir en esta universidad de mediocres.
Mis compañeros se rieron por lo último que dije, pensaron que lo había dicho en broma.
- Y sí estás con nosotros seremos inalcanzables –arrojó Mónica.
- Todos brillaremos simultáneamente –proseguí, mirándolos bonitamente–. Sé que esta presentación tiene un valor porcentual muy alto para la calificación final, todo estará bien.
- ¿Presentaremos alguna diapositiva? –Preguntó Antonio.
- Obvio –le respondió Mónica–, no soy tan pobretona como para exponer en una lámina de papel.
- Yo había pensado en una lámina de papel –dijo Antonio, agachando la cara.
- Jajajajaja –risoteé–, podríamos elaborar una diapositiva deslumbrante. ¿Qué dicen?
- ¿Qué les parece sí cada uno hace una diapositiva para su propio tema? –Añadió André a regañadientes–. No estaré haciéndole diapositivas a nadie.
- Me gusta esa idea –reconsideró Bruno–. Así cada uno hace lo suyo sin joder la paz de otro cabrón.
- ¡Somos un equipo! –Alcé la voz con molestia–. No todos tienen acceso a computadoras, teléfonos o cualquier otro artefacto tecnológico. Creo que están siendo muy egoístas con los demás.
- Yo no tengo computadora –comentó Nairobis con vergüenza–. Y tampoco internet.
- Yo apenas tengo para comer –ironizó Mónica.
- Yo ni tengo electricidad –bufoneó Antonio.
- Yo ni siquiera tengo agua –burló Diana.
- Y yo ni tengo donde vivir –continué mordazmente, lanzando una carcajada.
- Perdón por no tener computadora –lamentó Nairobis–, sé que eso nos atrasará.
- Yo puedo hacer la tuya, Nairobis –expresé tenuemente–, en caso de que cada uno deba hacer su propia diapositiva. No te preocupes, solo estudia. ¿Sí?
- ¿De verdad? –Inquirió Nairobis, apenada–. Pensé que eso les molestaría. ¡Gracias!
- No veo una razón por la cual deba molestarme en ayudar a alguien más –contesté–, si hay otra persona que no tenga los recursos para elaborar su material yo puedo ayudarles con mucho gusto. Así podré estudiar sus temas, me gustaría hacerlo.
- Yo tampoco tengo computadora –dijo Mónica–. La que tenía se dañó. Tiene un virus porno y cuando la enciendo se escuchan los gemidos de una mujer.
Mónica y yo empezamos a reírnos con locura, sentía que me iba a dar un infarto de la risa.
- Cosas que solo le ocurren a los adictos de la pornografía –satiricé–, yo te ayudo... Pero, ya no consumas tanta porno porque terminarás como Donald Trump.
- ¿Y qué tiene que ver Donald Trump en esto? –Replicó Mónica, riéndose con burla.
- No lo sé –negué mientras constreñía la cara de la risa–, jajajajaja.
- Quiero mostrarte algo –dijo Mónica, sacando el teléfono estuchado de su bolsillo–, esto es para que veas el efecto de atracción que ejerces sobre ciertas personas.
- ¿Qué hiciste? –Arrojé, levantando las cejas con intriga.
Me acerqué a Mónica discretamente y vi que le había tomado fotos a Antonio mientras me miraba.
- ¿Qué? –Vociferé boquiabierto, comencé a reírme de nuevo–. No puede ser jajajajajaja.
- Para que veas que nunca miento –expuso con firmeza–, borraré esta mierda antes de que se dañe más mi teléfono.
- ¿Cómo es posible que tengo un admirador secreto que me gusta? –Ironicé pensativamente.
Repentinamente, el Dr. Roberth se acercó a la pizarra para iniciar la clase. Todos los alumnos hicieron silencio.
- Estimados estudiantes –habló el Dr. Roberth mientras escribía en la pizarra–, asumo perfectamente que todos han estado estudiando sobre el tema que hoy comenzaremos, trastornos circulatorios. ¿Cierto? Quiero que me respondan una pregunta que formulé para ustedes, es muy sencilla, y se supone que cualquier estudiante de medicina debería responderla correctamente.
Los alumnos se acobardaron, tenían intriga y nerviosismo de que el Dr. Roberth los fuese a seleccionar. Algunos se escondían y otros intentaban no llamar su atención.
- ¿Cuál es la pregunta? –Cuestionó André, limpiándose el sudor de sus mejillas con la lengua–. Yo que lo sé todo puedo responder lo que sea.
André se puso de pie y desafió al Dr. Roberth con altanería.
- ¿Cómo se encontraría la presión general media en un paciente que ha perdido grandes cantidades de sangre? En relación a los trastornos hemodinámicos explíquenme a profundidad los acontecimientos fisiológicos presentes.
André se sentó disimuladamente, mirando a su alrededor con vergüenza. Nadie sabía qué era lo que decía el Dr. Roberth. En un santiamén, escribí la pregunta mientras hacía una representación analítica y descriptiva en mi mente, a continuación, hice un espantoso dibujo basado en la pregunta del doctor.
- La presión general media se encuentra aumentada –respondió Nairobis, dudosamente.
- Incorrecto –respondió rápidamente el Dr. Roberth, negando con la cabeza.
- La presión no se modifica –contestó Antonio, pensativamente.
- ¡Incorrecto! –Refunfuñó el Dr. Roberth, paseándose por el salón.
Por cada respuesta errónea me apresuraba en responder la pregunta. «Magnífico» pensé, haciendo un gesto de sorpresa. Ya tenía la respuesta en mí cabeza, así que comencé a estructurarla mientras mis neuronas colisionaban de energía para crear múltiples sinapsis.
- ¿Aumenta el gasto cardiaco? –Añadió Bruno como respuesta, el temor lo invadió y se puso a temblar–. La presión atmosférica altera los sistemas.
Mónica y Diana me miraban, esperando a que respondiera algo.
- ¡No! –Insistió el Doctor perdiendo la paciencia–. Piensen y analicen. ¿Cómo pueden relacionar la presión arterial con la atmosférica? ¡Qué decepción! Les recuerdo una vez más que ustedes serán médicos.
«Apúrate, Michael, hazlo rápido», pensaba.
- Disculpe, simplemente no sabemos nada, doctor jajajajaja –escarneció André con el fin de hacer reír a los demás alumnos–. Somos muy brutos.
- ¿Estás escuchando lo que me estás diciendo? –Protestó el Dr. Roberth con la decepción en sus ojos–. Entonces, ¿Nadie sabe nada?
Todos comenzaron a reírse del Dr. Roberth, en ese momento me levanté e hice lo que tuve que haber hecho al instante.
- ¡Dr. Roberth! –Prorrumpí, levantando la mano sutilmente–. Yo sí sé lo que hablas y tengo la respuesta. Me demoré en responder porque no quise decir la primera estupidez que se me pasaba por la mente, usted se merece respeto por todo el tiempo que nos ha dedicado para nuestro aprendizaje.
El Dr. Roberth me clavó una mirada de esperanza, se sentó en el borde del escritorio y me observó atentamente. Todos los alumnos se quedaron mudos y me dieron su atención.
- Perfecto, Michael, adelante –asintió el Dr. Roberth, relajando los músculos de su cara.
La mayoría de los estudiantes estaban burlándose de mí, esperaban que me confundiera.
- Ante una hemorragia masiva se desarrolla un proceso hipovolémico por la pérdida del volumen sanguíneo –expliqué con seguridad mientras hacía un ademán con las manos–. Es completamente irracional pensar que en una hemorragia la presión general media se encuentra aumentada, esto se debe a que ella es la primera en disminuir en cuestión de segundos. En consecuencia, se reduce el retorno venoso, por lo tanto, el gasto cardiaco cae muy por debajo de lo normal, y respondiendo a su pregunta, entramos en un estado de choque. Evidentemente, una hemorragia produce todos los grados de choque por la disminución del gasto cardiaco.
Los estudiantes se quedaron atónitos y confundidos con mi respuesta, Mónica me observó y aplaudió desde su asiento. Antonio me sonrió con asombro.
- ¿Cómo se encontraría la compensación simpática? –Me preguntó el Dr. Roberth.
La gente susurraba con agitación.
- La disminución de la presión arterial durante una hemorragia inicia poderosos reflejos simpáticos que estimulan el centro vasomotor –respondí rápidamente–. Y...
El Dr. Roberth me interrumpió bruscamente.
- ¿Cómo se encuentran los vasos sanguíneos? –Prosiguió.
- Las arteriolas se contraen en la mayor parte del cuerpo –razoné explicativamente–, este mecanismo es esencial para aumentar la resistencia periférica total. Las venas se contraen con lo que ayudan a conservar el retorno venoso a pesar de estar disminuido.
- Por último –concluyó el Dr. Roberth– ¿Cómo crees que se encontraría la actividad cardiaca?
- ¡Aumentada! –Respondí firmemente–. La frecuencia de latidos va desde 72 a 200 por minuto.
- Vuelve a tu asiento porque ya no te necesito –habló el Dr. Roberth con seriedad.
Bruno y los demás estudiantes comenzaron a reírse, me sentí humillado públicamente.
- ¿Por qué? –Le pregunté, confundido y apesadumbrado.
- Porque te has ganado 100 puntos –dijo el Dr. Roberth, observándome con orgullo–. Felicidades, Michael, siempre tienes una respuesta lógica y natural para todo. Sigue así, lo estás haciendo muy bien.
- Muchísimas gracias, Dr. Roberth –retribuí alegremente, pasé de tener preocupación a tener emoción.
Miré al Dr. Roberth con una sonrisa de agradecimiento y le hice un gesto de alegría. Volví a mi asiento y vi cómo la mayoría me vislumbraba con odio.
- Me encantó todo lo que dijiste –comentó Antonio, acariciando mi mano desde su silla.
- Gracias –le hablé con nerviosidad.
Antonio soltó mi mano lentamente.
- ¿Cómo puedes retener tanta información? –Me preguntó Diana–. Te felicito.
- ¡Gracias! –Le contesté, contento–. El secreto está en la lectura, es el mejor alimento que le puedes dar a tu cerebro.
- Wow –dijo Nairobis, maravillada–, creo que hoy conocí a la persona correcta con la que puedo estudiar. Eres admirable, definitivamente amaré ser tu amiga.
- Eres espléndida –repuse–, qué hermoso saberlo. Puedes contar conmigo para lo que sea. Muchas gracias.
Nairobis estiró el brazo y me dio su mano, le di un apretón y la acaricié.
- Me siento afortunada de tenerte como amigo –expuso Mónica, dirigiéndose a mí con un abrazo–. Siempre aprendo de ti, espero que eso nunca cambie.
- Te prometo que siempre será así –le aseguré mientras palmeaba su cabeza–. Me encanta que seas mi alumna y mi amiga, te amo.
Un par de minutos después me dirigí al baño y me encontré con Bruno cara a cara.
- Qué sorpresa verte por aquí –dijo hipócritamente, estaba lavando sus manos–. Amé lo que le respondiste al Dr. Roberth, felicidades. Me agradas muchísimo.
Lo observé fríamente desde el reflejo del espejo y me lavé las manos sin responderle. Sequé mis manos y me le acerqué lentamente, Bruno me miró amedrentado.
- Que ni se te ocurra volver a meterte en mi camino –susurré en su oreja, hablándole con seducción y malicia–, o te arrepentirás de haber despertado al demonio.
- ¿A qué te refieres? –Tartamudeó, acobardado e intimidado–. No-no sé de qué hablas.
Bruno se puso pálido, comenzó a sudar mientras me miraba medrosamente.
- Conmigo no te hagas el tonto –le respondí en voz baja, observándolo con asco–, porque el que me busca... Me encuentra. Las serpientes como yo –siseé– nos alimentamos de ratas como tú, y estamos en octubre, mi mes favorito para cazar.
Respiré en la nuca de Bruno y lo empujé con mi hombro mientras salía del baño. Empecé a reírme cuando me aproximaba a la mesa, me encantaba utilizar mi apariencia vampírica para actuar como un villano, siempre había un idiota que caía en mis juegos.
- ¿De qué te ríes? –Curioseó Mónica.
- De nada –reí con misterio, me senté en la silla y abrí mi libro de patologías.
- Los vampiros no salen en el día a cazar –escarneció, cruzándose de brazos–. ¿Quién habrá sido la víctima?
Mónica vio que Bruno salió del baño temerosamente, él se estaba subiendo la cremallera.
- ¿Qué estabas haciendo? –Preguntó, boquiabierta, observándome con asombro–. Dime que no se la mamaste a ese monstruo.
- ¡No! Jajajajajaja –me carcajeé–, ¿Acaso piensas que tengo malos gustos?
Mónica miró a Antonio con lastima.
- Un poco –arrojó chistosamente.
- Todavía puedo ser el villano de "Pléyades" –ironicé, poniendo cara de malvado–. Nadie conoce todas mis versiones, por eso me encanta utilizarlas como defensa. Creo que soy bueno en la actuación.
- Solo lo dices porque tienes trastorno bipolar –satirizó Mónica, riéndose con locura.
- Por algo somos amigos jajajaja –repuse–, estás tan desquiciada como yo.
La mañana transcurrió lentamente, pero al lado de Mónica todo era mejor.
Todavía me preguntaba... ¿Era felicidad o alegría?
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