Capítulo 15: El chico raro de los libros.

Aún recuerdo la neblina de aquel helado jueves por la mañana, la delicada brisa matutina moviendo mi cabello y la llovizna empapando mi rostro. La calle estaba húmeda y el lodo embarraba mis converses blancas, llevaba un cárdigan beige y un pantalón ancho, terminé poniéndome una ropa sencilla y cómoda sin el propósito inicial de asombrar a alguien. El petricor del clima lluvioso hacía que mi mañana fuera de ensueño, el olor de los árboles y la tierra mojada me animaba a saltar sobre los charcos de agua mientras reía como un niño. Se sentía bonito caminar por el lugar que nadie transitaba, adoraba respirar el oxígeno del bosque cuando me sofocaba la humanidad. Me sentía seguro estando rodeado de árboles y aves, el sonido del río y de los animales establecía la serenata perfecta para mi corazón. Era el divino encanto de la naturaleza, mis gafas empañadas le daban una visión distinta a la vida. Adoraba el sonido del viento soplando las ramas.

Me dirigía lentamente a la universidad con los audífonos sonando a un volumen bajo, estaba escuchando "folklore", mi álbum favorito de Taylor Swift. Cargaba mi mochila y un par de libros en mis manos, tenía uno de Edgar Allan Poe y otro de Howard Lovecraft, los escritores que me motivaban a seguir escribiendo mis historias. Soy de las pocas personas a las que les gusta leer en la calle mientras caminan y escuchan música con sus auriculares, no hay nada más perfecto en la vida que ambientar lo que lees con tus canciones favoritas. Estaba concentrado en la lectura de la obra "El Necronomicón" de Lovecraft, vivía los minutos más valiosos de mi vida con la paz que encontraba en mis hobbies.

Al llegar a la universidad mi fantasía terminó, la paz se convirtió en frustración y perdí el entusiasmo de seguir leyendo. Aborrecía a la gente que siempre me miraba y murmuraba a mis espaldas, eran individuos marginales, mediocres y vulgares, parecían criminales de barrios peligrosos. Y para peor debía leer letreros enormes que decían: "Chávez es amor, no hables mal de él". Cada día despreciaba el lugar donde estudiaba, no entendía cómo era que veía a tantos jóvenes apoyando y encumbrando a líderes políticos, sobre todo a dictadores del comunismo. Me sentía como si estuviera en Corea del Norte, no tenía ningún derecho, el fin de ir a la universidad no era estudiar medicina, sino idolatrar a Nicolás Maduro.

Entré al salón de clases y vi a Antonio sentado en las primeras mesas, siempre guardaba un lugar para mí porque sabía que llegaba tarde. Su sonrisa resplandeció mi día como el Sol del verano, desde lejos parecía una perfecta escultura del Louvre, se veía más diferente que la última vez, tenía un precioso abrigo color pastel y el cabello peinado hacia atrás. Antonio se levantó como todo un caballero y caminó lentamente hacia mí, mis males desaparecieron cuando me tomó la mano y me dedicó una sonrisa.

- Hola –titubeó, tumbándome la mirada con timidez.

- Hola –musité, sonriendo como un imbécil.

Estábamos mirándonos a los ojos sin saber qué decir. Antonio se paralizó.

- ¿Te ayudo con tu mochila? –Me preguntó repentinamente.

Antonio estiró la mano e intentó quitármela.

- ¡No! –Respondí con una ligera exclamación, comencé a reírme de la nada–. Descuida jajajajaja, muchas gracias.

- Quiero ayudarte con tu mochila –insistió, caminando detrás de mí para quitármela–, se ve muy pesada.

- ¡No, Antonio! –Grité mientras lo esquivaba, estaba muriendo de la risa. Sus manos me hacían cosquillas.

- ¿Qué traes ahí? –Bufoneó, mirando mi mochila con suspenso.

- Un cuerpo mutilado –le contesté con rigidez, encarándolo sarcásticamente–. Secuestré a un vagabundo y lo obligué a estar despierto por un mes para luego matarlo a latigazos.

- ¿Por qué siento que es verdad? –Arrojó, mirándome con intimidación.

- Pues, yo no estoy diciendo mentiras –proseguí, cruzando mis brazos–, y si no te quitas de mi camino serás mi próxima víctima... ¿O te da miedo?

- Para que no me digas cobarde yo quiero ser un voluntario –dijo–, sé muy bien de lo que estás hablando.

- ¿De qué estoy hablando? –Cuestioné irónicamente.

- El experimento ruso del sueño. ¿No? –Respondió dudosamente.

- Oh –dije, asombrado–, hoy despertaste más inteligente. ¿Qué estás comiendo?

- Cerebro de tiburón –contestó.

- Pensé que me sorprenderías –satiricé.

Me reí con picardía y eludí su mirada.

- Eres un maldito raro –murmuró, clavándome una mirada llameante–. Y eso me fascina.

- Gracias por el cumplido –mascullé, levantando las cejas.

Antonio no paraba de mirarme.

- ¿Ya podemos sentarnos? –Continué.

- No hasta que no me des tu mochila –repitió.

- Entonces, estaremos aquí de pie todo el día –dije fatigosamente.

- ¿Estás seguro? –Añadió, rodeándome lentamente.

Al sentir sus manos sobre mis brazos me estremecí, dejé escapar un gemido y cerré los ojos mientras él me quitaba la mochila. Mis músculos se relajaron cuando sentí su cuerpo sobre mi espalda, Antonio respiraba suavemente en mi nuca.

- Ahora por tu culpa me siento como un anciano –gruñí.

Antonio colocó su mano sobre mi cintura y me llevó a la silla.

- Un anciano muy gruñó, eh –bromeó, poniéndose mi mochila sobre sus hombros.

- Gracias por guardarme un asiento –agregué mientras me sentaba.

- Tengo días sin saber de ti –aclaró, poniendo mi mochila en la mesa. Se sentó a mi lado.

- Digo lo mismo –coincidí, guardando mis libros en la mochila.

- ¿Cómo has estado? –Quiso saber, sus ojos tenían estrellas.

Hice una pausa mientras procesaba y separaba lo que debía responder y lo que no.

- ¡Muy bien! –Mentí con una sonrisa–. Me he sentido bastante cómodo los últimos días. ¿Y tú?

Antonio hizo una mueca como si dudase de mi respuesta.

- No me mientas, conmigo no puedes ocultar cómo te sientes. Dime... ¿Cómo estás?

Esquivé su mirada y volví a sonreír, los músculos de mi mandíbula se pusieron tensos.

- Debo admitir que he tenido mucho estrés por todos los exámenes –volví a mentir–. A veces siento que ya no tengo tiempo para mí.

- Te entiendo –dijo reflexivamente–. También me he sentido así, pero no te preocupes. Sé que todo estará bien, confía en mí.

Hubo un silencio sentimental que nos llevó al miedo, le hice una mueca y toqué su mano con fervor. La ansiedad estaba cubriéndome la boca con sus garras para que me quedara callado.

- ¿Te gustaría ir a mi casa mañana? –Preguntó de pronto.

Mi fisionomía se iluminó, mis dientes brillaron con la fulminante sonrisa que irradié.

- ¡Claro que sí! –Asentí alegremente con la cabeza–. Me encantaría. Sería genial hacer la tarea juntos.

- ¡Sí! –Afirmó mientras movía la cabeza–. ¿A qué hora puedes?

- Siempre puedo, tú elige la hora –respondí tenuemente.

- A las 10 de la mañana –confirmó–. ¿Quieres que te busque en algún sitio?

No podía dejar de sonreír al mirarlo, mi corazón estaba acelerado.

- Me parece perfecto –aseveré firmemente–, no quiero exagerar, pero... No conozco esta ciudad y puedo perderme en cualquier basurero.

Antonio comenzó a reírse, estaba acercándose a mí disimuladamente.

- No te preocupes, ahí estaré –dijo, cesando su risa mientras se sonrojaba–. Me encantaría ir por ti a donde sea. No quiero que te pase nada.

- Serás el guía de mi pueblo tercermundista –ironicé.

- ¿Me estás diciendo tercermundista? –Arrojó, levantando las cejas.

- Sí –le respondí sarcásticamente.

Antonio frunció el ceño y negó con la cabeza. Estaba haciendo puchero.

- No me hables –escarneció, haciendo un gesto de tristeza mientras me daba la espalda.

- Es broma jajajajaja –clamé, abrazándolo por detrás con ambos brazos. Apoyé mi cara en su espalda y empecé a reírme–. Sabes que eres mi tercermundista favorito.

Él se volteó rápidamente y nuestras narices se rozaron, mis labios casi tocaban los suyos. El tiempo se detuvo cuando la cercanía incendió nuestros cuerpos. Fue allí cuando supe que él era la medicina de mi dolor.

- Ahora dímelo en la cara, ¿Soy tu tercermundista favorito? –Susurró, viéndome a los ojos sin parpadear.

Antonio cerró los ojos y se empujó lentamente hacia mí, el olor de su perfume me paralizó por completo. Sentía su respiración recorriendo mis labios, su calor era mi dulce tentación.  

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