Capítulo 11: Noche 7.
22:07 PM.
En mi séptima noche comenzaba a sentirme seguro de lo que venía experimentando desde noches atrás, estaba dispuesto a darme la oportunidad de enamorarme. Quizá era una gran alternativa para intentar algo diferente, a veces pensaba lo peor, pero, al final de todo, las desgracias son las mejores experiencias para crecer y vivir. No quería ser pesimista, mucho menos un vil ilusionista.
Desahogaba mi confusión comiendo compulsivamente, tenía más acné y el interior de mi boca ardía con pequeñas úlceras que hacían mi vida peor; inconscientemente, acariciaba mi cabello y veía cómo se caía a pedazos sobre mis hombros, mi destrucción era irreversible, y la normalizaba con el falso concepto de lo que significaba estar enamorado. Las horas pasaban y yo seguía acostado en la misma posición, abrazando mi almohada con los ojos llenos de lágrimas. ¿Por qué el amor duele tanto cuando lo sientes por alguien? Seguramente, porque no podía dar algo que no tenía, y por ende, no podía amar a nadie sí todavía no me amaba a mí mismo.
Encendí mi teléfono y vi que tenía un mensaje de audio de Antonio:
- Hola, Michael. Probablemente estás dormido –suspiró, riendo con encanto–, sé que son las 3 de la mañana y no es correcto molestar a nadie a esta hora... Pero, tuve la necesidad de escribirte para saber si estabas bien. Ya me iré a dormir, igualmente estaré aquí sí quieres hablarme en cualquier momento. ¿Sabes? –Bufó–. Me acostumbré a darte las buenas noches antes de irme a dormir –hizo una pausa y rió nerviosamente–, es raro... Lo sé. Por eso quería que lo supieras, porque me importas mucho y te quiero.
Antonio también me tenía presente en sus noches, no entendía cómo me veía él, pero era lindo saber que siempre me enviaba un mensaje en las madrugadas para despedirse. Quería responderle y decirle que estaba pensando en él, pero no podía expresarme como debía, cada noche me reprimía lo que sentía y por eso lloraba en silencio. Tenía tanto por hablar y no sabía por dónde empezar, me aterraba su rechazo o su desprecio.
Estuve despierto durante 7 horas y 15 minutos, sobrepensando lo que podría ocurrir hasta que inesperadamente amaneció. Odiaba ese sentimiento de culpa cuando el Sol salía por la mañana, quería descansar, pero el insomnio no me lo permitía. La noche pasó tan rápida como la velocidad del sonido, solo que mis pensamientos transcurrían lentamente en la discontinua letargia de mis trasnochos.
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