Fire Meet Gasoline | Dylmas AU
Thomas tiene 25 años, trabaja como bartender en un establecimiento al que Dylan acude seguido. Dylan está perdido por él, pero sabe que el rubio tiene una lista larga de amantes y que probablemente, él no figurará en ella.
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Dejó el vaso sobre la barra cuando hasta la última gota del contenido de este, pasó por su garganta. Sus ojos se posaron entonces, en el adorable rubio que sonreía ampliamente a una de las jóvenes que estaba sentada, justo al otro extremo de donde él se hallaba.
Llevaba más de dos meses acudiendo a ese bar, podía contar los días, las horas y los minutos que habían transcurrido desde que dejó a Britt y cayó por accidente ahí. Probablemente, la decisión de finalizar su relación con la chica, había sido la mejor y todo caía inexplicablemente, alrededor de aquel par de hermosos ojos color chocolate que se achicaban preciosamente cada que Thomas sonreía.
Dylan alzó la mano para pedir otra copa, y quizá, con la intención de recapturar la atención de aquel precioso rubio. Bastaron dos minutos antes de que Thomas se alejara de la chica y caminara hasta él. El conjunto negro que llevaba aquella noche, se entallaba perfectamente a sus caderas, a su delgado cuerpo y a la curva de su trasero. Dylan tragó audible cuando se encontró pensando en aquello. Le gustaba Thomas, sí, le gustaba la manera en que su precioso acento inglés resaltaba en el medio de sus conversaciones, le gustaba que fuera el último en irse del bar y por supuesto, le gustaba que Thomas le dedicara varios días a la semana a aquellas pláticas que, pese a todo, carecían de todo sentido. Porque cuando estaba cerca de Thomas, Dylan no era capaz de pensar con coherencia, y siempre hacía bromas sin sentido con tal de encontrarse con la preciosa sonrisa de aquel ángel de rubios cabellos.
Sí, le gustaba Thomas, y sí, anhelaba ser él quien le enseñara que existía una vida estable con una persona como él. Porque Dylan también podía ver desde su lugar, aquellas noches en las que Thomas se besaba con algún cliente, poco antes de desaparecer con este durante veinte minutos en uno de los baños para empleados.
Pero con él no lo había hecho. Con él todo se reducía a charlas, a tragos gratis y a comer un hot dog a las cinco de la mañana en el carrito que estaba fuera del bar. Por supuesto, Dylan anhelaba ser capaz de perderse en los encantos del inglés, de hundirse en el dulce manantial que se hallaba en el medio de aquellas largas piernas. Dylan también quería a Thomas de esa manera, por supuesto que sí. Pero por alguna extraña razón, el rubio nunca —y de verdad que nunca—, había tenido ni la más mínima insinuación para con él. Y de verdad estaba bien. Aquello le hacía pensar que probablemente, tenía la oportunidad de demostrarle a Thomas, que él podía darle mucho más que un simple acostón.
—Si sigues bebiendo así de rápido, la noche acabará pronto. —La voz de Thomas sonó por encima de la música. Dylan sonrió y ladeó apenas la cabeza, observando con más detenimiento al hombre que se hallaba frente a él.
—Conoces mis límites. Puedo beber más, solo estoy aburrido, es todo. Hoy no hay demasiado movimiento.
Thomas sonrió. Sus bonitas facciones se arrugaron y Dylan tuvo que tragar el suspiro que la imagen casi le hizo soltar. Diablos, Thomas era perfecto.
—Eso quiere decir, que conoces bastante bien el bar.
Bueno sí. Dylan se había delatado sin querer, pero al inglés si quiera parecía importarle el detalle.
—Es normal. Me gusta venir aquí, hay buena música —Dylan arqueó una ceja y fingió observar el pequeño escenario, pero para su sorpresa, la banda había dejado de tocar... ¿O es que no había una banda esa noche? Bien, sí, de acuerdo, probablemente, no había prestado mucha atención desde que Thomas inició su turno.
—Dyl... —De nuevo ahí estaba, aquel tono dulce que acompañaba a su nombre de manera especial. Los dedos del rubio se movieron por la barra, sus yemas acariciaron los nudillos de Dylan, quien elevó la mirada al instante.
Era demasiado peligroso enamorarse, y Dylan lo sabía. Ese hombre era un encanto andante, era un mar de notas sonando en sincronía, diseñando música para atraparlo, devorarlo y hundirlo en la vorágine de emociones que atravesaba. Apenas y podía respirar. Thomas estaba peligrosamente cerca, con sus hermosos pardos clavados en él.
—¿Estás libre esta noche?
La pregunta le supo a gloria. Dylan sabía exactamente a qué se refería Thomas con ello. Conocía sus ademanes, sus gestos, cada mínima expresión en su cuerpo. Dios, podía sentirse como un completo acosador por el simple pensamiento del hecho.
—Lo estoy. —Sí, por supuesto. Desafío aceptado. Lo deseaba, Dios, deseaba poder tocar la piel del ángel que le sonreía por aquel instante, deseaba poder marcarlo, mancillarlo, dejar en claro que solo él podría otorgarle lo necesario. Los demás se alejarían cuando Thomas le sonriera, cuando Thomas dejara en claro que tenía a alguien... Porque él sería ese alguien.
—Le diré a Ki que me cubra. —Thomas le guiñó un ojo poco antes de alejarse, quitándose el delantal negro que utilizaba en horas de trabajo, tras aquello, le hizo un gesto que Dylan entendió al instante.
Cuando se quedaba hasta el final del turno de Thomas, Dylan solía dejar un par de dólares extras en la barra, poco antes de ir hasta el pequeño callejón contiguo y esperar a su rubio favorito salir por la puerta de empleados. Esta vez, no era la excepción. El rubio asomó su bonita cabellera por la puerta de metal, tan solo un par de minutos después de que Dylan arribó al lugar.
La luz llegó a la noche al segundo en que Thomas saltó a sus brazos y depositó un beso en su mejilla. Dylan no pudo hacer más que pasar su diestra por la delgada cadera del chico y comenzar a caminar hacia su auto.
—La noche es muy tranquila —Thomas comenzó a hablar, sin siquiera mirar a Dylan, no cuando sus pardos estaban fijos en el jeep que se hallaba estacionado al final del lugar.
Dios, Thomas odiaba ese horrible estacionamiento, pero el bar no podía pagar un lugar mejor y debían conformarse con aquel terreno baldío que era digno de una película de terror.
—Bueno, probablemente no estés acostumbrado a dejar el bar antes de las cinco. —¿Qué mierda acababa de decir? Dylan se maldijo internamente ante el intento de plática que había soltado. Dios, su cerebro ya comenzaba con la intermitencia casual que siempre se presentaba cuando estaba cerca de Thomas.
—Bueno, Ki no cobra muy caro, al menos extrañamente no cuando se trata de ti.
Aquello logró que Dylan observara con curiosidad al rubio. ¿Cuándo se trataba de él? Pero ¿qué no aquella era la primera vez que Thomas se escapaba en su compañía?
De verdad que el castaño deseó preguntar, pero su curiosidad tuvo que aguardar apenas llegaron al jeep de color azul. Los brazos del abandonaron su cuerpo al tiempo en que este caminaba hasta la puerta del pasajero. Bastaron unos momentos antes de que el castaño se introdujera en el vehículo y destrabara la puerta, permitiendo que el bonito inglés abordara.
Cuando se hallaron en la oscuridad del interior, Dylan no pudo evitar el bonito perfil del rubio, deteniéndose justo cuando el bonito par de color chocolate brilló felinamente en su dirección. Thomas le estaba mirando. Sus pequeños labios rojos eran visibles aun con la poca luz presente, podía distinguir como estaban abiertos, como un pequeño vaho invernal se escapaba a través de ellos.
—¿Por qué no vienes un poco más cerca? —Thomas sonrió. Las palabras dejaron mudo al castaño.
Estaba pasando y Dylan simplemente no podía creerlo. El deseo era tan doloroso como el sentimiento sin límites que aquel hombre despertaba en él. Mierda, mierda. Por mucho que el americano quisiera controlarse, no existía absolutamente nada que deseara en el mundo, por supuesto, ¡quería también a Thomas! Pero no, él no quería ser como los demás, él quería demostrarle a aquel rubio que era capaz de mucho más que un simple acostón.
El castaño apretó los labios poco antes de tomar la diestra del inglés, llevando el dorso de esta hasta su boca, depositando un beso en el lugar.
Thomas se quedó quieto, admirando el instante en que Dylan se alejó de su mano y se inclinó hacia él, coronando el momento con un beso más, uno que acabó directamente sobre su frente. Luego otro más, que se posicionó sobre su nariz. El final llegó al instante en que los labios de Dylan bailaron sobre los suyos, otorgándole el beso más suave que en su vida le habían dado.
No era como Will, no era como Ty, no era como ninguno de los tipos que había llevado al baño privado del bar. Dylan realmente estaba besándolo sin deseo, sin necesidad. Sus manos no recorrían sus caderas, sus dedos no desnudaban su cuerpo. Pero él lo deseaba, deseaba ser lastimado, tomado con fuerza, con rudeza. Deseaba deshacerse en súplicas, en gemidos, deseaba sentirse ultrajado. Necesitaba eso.
Le tomó menos de un minuto empujar a Dylan antes de ir hasta él, colocándose a horcajadas sobre sus caderas al tiempo que, un beso hambriento le devoraba la boca.
Habían sido días los que ocupó antes de tener el valor de hacer aquello, habían sido semanas para decidir si Dylan haría una visita a su cuerpo. El castaño se sentaba religiosamente de lunes a viernes en aquel lugar de la barra, observándole desde las diez, hasta las cinco, haciéndole charla casual y platicándole su día en el trabajo. Dylan jamás le había insinuado nada, Dylan jamás había intentado tocarle de más, Dylan jamás le había mirado con deseo, Dylan...
Thomas suspiró contra los labios del castaño. La sensación extraña que el menor producía en él, comenzaba a enloquecerlo. Sentía que en cualquier segundo se iba a quemar hasta las cenizas, y que no entendería la razón.
—Mierda, Dylan, fóllame, fóllame ahora.
Dylan parpadeó repetidamente ante la petición del inglés. No, él no quería follarlo, él no quería ser simplemente el tipo con el que lo hizo en un auto. Él quería ser más para Thomas, él quería...
Los pensamientos racionales se desconectaron el segundo en que sintió las manos del rubio abriéndole los vaqueros, hurgando entre su ropa interior para finalmente, capturar la dolorosa erección de la que ya era poseedor por aquel instante.
Tuvo que obligarse a cerrar los ojos al segundo en que los dedos de Thomas se apretaron alrededor del tronco de su polla, comenzando a bombearlo de arriba hacia abajo, lento, rápido, alternando. Mierda, mierda. Todo su cuerpo estaba ardiendo, de manera literal. Era una muerte segura, pero lo quería, mierda, lo deseaba más que nada.
—Acaso... —Thomas detuvo el bombeo de su diestra en un instante, mientras sus bonitos labios descansaban cerca del cuello de Dylan, impidiendo que este pudiese admirar la expresión que se pintaba en el rostro del otro—. ¿Acaso no me deseas?
¿Qué no lo deseaba? Dylan quiso reír ante ello. Dios, no, lo deseaba más que a nadie en el mundo.
—Tommy —Dylan suspiró, enterrando su nariz en la larga melena rubia del otro. El aroma a menta le hizo inhalar con fuerza, deseando grabarse la esencia del otro para siempre—. Me gustas.
Cuando las palabras se deslizaron fuera de sus labios, Dylan supo que era demasiado tarde. Thomas se había echado hacia atrás, y si no fuera porque la bocina del jeep estaba inservible, sabía que el claxon hubiese terminado por amenizar el desértico lugar.
—Yo... Mierda, Thomas, yo... —Las palabras murieron al segundo en que el inglés volvió a devorarle los labios en un nuevo beso.
A partir de ese instante, Dylan no supo más de sí. Fue como soñar despierto, como acariciar el velo que envolvía noche a noche sus sueños más locos, aquellos que protagonizaba con el dulce ángel que mecía sus caderas encima de él, aquel precioso muchacho que le tocaba de manera sucia, morbosa, y que le incitaba a arrancarle las alas en el medio del deseo.
Supo el segundo en que la cerilla se encendió entre ambos. Fue aquel preciso momento en que sus manos finalmente respondieron, buscando la curva del trasero de Thomas, deslizándose por toda la línea que se marcaba por encima de los ceñidos vaqueros de mezclilla que tenía por aquel instante.
Tela, tela y más tela. Thomas pareció entender el predicamento por el que atravesaba Dylan, apoyándose sobre sus rodillas, abriéndose los vaqueros y deslizando la gruesa mezclilla oscura por debajo de la línea de sus nalgas. En menos de un instante, la gloria fue accesible para el castaño: las manos de Thomas le guiaron con celeridad, le hicieron recorrer sus caderas antes de detenerse en el firme par del que era poseedor. Dylan no pudo evitar gemir de placer. Su cuerpo encendido se friccionaba una y otra vez contra el del otro. Lo había imaginado, lo había soñado, y ahora, justo ahora, estaba dejando ir el índice dentro del apretado agujero del rubio.
Dios, Dios, Dios, iba a enloquecer. El calor envolvió la longitud de su piel al tiempo que el interior del rubio se contraía y palpitaba a su alrededor. Iba a quemarse vivo, mierda.
—Dyl... —El suave gemido que brotó de los labios del inglés, fue el incentivo suficiente para que Dylan comenzara a mover el índice dentro de este. La primera resistencia que halló, cedió al instante, Thomas se abrió para él y le permitió ir tan lejos como la posición le concedió.
El castaño se obligó a morderse el labio inferior, a soportar la tortuosa espera antes de finalmente poderse hallar dentro de aquella cálida cavidad. Porque no quería lastimar a Thomas, porque no quería simplemente follárselo, porque él quería hacerle el amor en el maldito sentido estricto de la palabra. Cerró los ojos al instante en que un segundo dedo se coló dentro de la estrecha cavidad. La dulce sinfonía de gemidos volvió a inundar el lugar, al tiempo que Thomas, comenzaba a moverse sobre él, empalándose con suavidad contra los dedos que a ese punto, Dylan trataba de mantener rígidos. Imposible. No notó el segundo en que la necesidad le ganó, no notó cuando un tercer intruso se abrió paso en el interior del inglés, ni mucho menos, cuando el sonido húmedo comenzó a inundar el lugar.
Thomas estaba caliente y húmedo. Dylan no lo había notado, no hasta ese instante. ¿Acaso...?
—Más fuerte, Dyl —el dulce ángel gimió cerca del oído de Dylan, mientras continuaba dejándose ir una y otra vez sobre sus dedos. No necesitaba estirarlo más, Thomas se había preparado, se había preparado para él.
Tragando de manera audible, el castaño se obligó a detener sus acciones. Thomas le observó durante un instante: un delgado hilo de saliva se había deslizado por una de sus comisuras, había un muy apenas perceptible tono rojo adornando sus mejillas —bendita luz de luna—, y sus cabellos rubios estaban ligeramente desarreglados.
—Thomas... Esto... —Esto no es lo que quiero de ti. Mierda, ¿por qué era tan difícil decirlo?
Pero Dylan no necesitó completar aquellas palabras, no cuando el inglés se inclinó en su dirección y le dejó un pequeño beso sobre la nariz.
—Está bien, Dyl. Quiero esto, deseo esto... —Thomas buscó la mano de Dylan, llevándola hasta su mejilla. En menos de un instante, la suave piel del inglés se frotaba contra la palma abierta del castaño, como si de un gatito de tratara—. Hazme el amor, Dylan.
Aquello bastó para que el castaño finalmente acomodara el cuerpo de Thomas encima de él, llevando la punta de su miembro hasta el pequeño estirado músculo de este. Con suma lentitud, comenzó a usar la gravedad a su favor, dejando que la cabeza de su sexo abriera el apretado agujero del rubio. Thomas gimió con suavidad ante ello. Su voz no estaba acompañada de dolor, mierda, era placer, lascivia, deseo. Dylan sabía que su autocontrol se iba ir al averno en cualquier segundo.
Y probablemente sucedió cuando Thomas le devoró por completo, albergando toda su longitud con dificultad. Dylan lo escuchó gemir, lo sintió retorcerse suavemente encima de él, mientras sus piernas apoyadas sobre el cuero del asiento, comenzaban a moverse con necesidad. El castaño no demoró absolutamente más en hundir sus dedos en las caderas del inglés, comenzando a moverlo de arriba hacia abajo, lento, sin prisas.
Las manos que Thomas antes había colocado en los hombros de Dylan, se trasladaron hasta el techo del jeep. Con las palmas abiertas y usando aquel apoyo, Thomas se dejó ir a su ritmo, dejándose ir, moviendo sus caderas en círculos antes de volver a subir, y finalmente, bajar.
Dulce locura, bendito infierno que le devoraba. Dylan se obligó a cerrar los ojos, a deleitarse con cada minúscula oleada de placer que el cuerpo de Thomas despertaba en él. No podía, Dios, se sentía como un estúpido: porque estaba sucediendo, porque estaba con Thomas y porque no había rechazo siquiera sus palabras. ¿Le estaba contestando acaso? ¿Quizá había sido el mediocre ganador de la lotería por el corazón de Thomas?
Sus pensamientos de desvanecieron cuando el inglés gimió audiblemente, dejándose ir contra su pecho, moviéndose con más desespero del que era capaz de dimensionar. Dylan no demoró más en concederle al pequeño su deseo, terminando por apartar la diestra para buscar la pequeña palanca a un lado del viejo asiento del conductor. De un simple movimiento, el metal crujió, logrando que el mueble cediera y que, con un brusco andar, terminara por ir hasta abajo.
La pequeña risa de Thomas inundó la oscuridad, su respiración descontrolada y el húmedo sonido de su agujero ultrajado, acompañaron aquello. Era una combinación fatal: lo dulce con lo sensual, único y lascivo que el rubio era capaz de proyectar. Thomas era un ser creado completamente con el único propósito de hacer a los hombres pecar. Y por Dios que Dylan iba a ceder ante la tentación. Con las manos una vez más sobre la pequeña curva de las caderas del otro, el castaño finalmente comenzó a mover el delgado cuerpo del inglés a su antojo.
Thomas apenas y podía emitir palabra o sonido coherente alguno. Incluso había curvado los dedos de sus pies, justo cuando su cuerpo comenzó a sonar alarmantemente contra el de Dylan. Estaba lleno, completo. Su trasero ardía, el constante golpeteo contra las caderas del menor, le dejaban esa extraña y deliciosa sensación. Su pene estaba erecto, hinchado, llorando, rebotando una y otra vez sobre el abdomen del castaño. Sabía que el vehículo se movía, que cualquiera que estuviese en los alrededores sabría lo que sucedía en el interior. Pero no le importaba, Dios, no le importaba en lo absoluto. Había esperado por ese momento, había esperado porque Dylan lo mirara como lo hacía ahora, porque sus manos le recorrieran, le marcaran, y demostraran lo que la previa confesión le hizo notar aun más.
El ruego sobre hacérselo más fuerte, más profundo y más rápido, no demoró en llegar. A Thomas realmente no le importaba, no cuando sabía que sus palabras funcionaban lo suficientemente bien, como para lograr que Dylan le golpeara la próstata sin clemencia.
Dios, sí, sí. Más, Más.
El gemido brotó al segundo en que las lágrimas se hicieron presentes. Thomas estaba al límite, su pequeño agujero ardía y se apretaba al compás en que sus testículos lo hacían. Cuando cerró los ojos, fue capaz de ver el universo debajo de sus parpados. El orgasmo que le devoró fue abrasador, fulminante. Su sexo explotó en espesas hileras que arruinaron la camiseta negra de Dylan, quien, pese a la violento espasmo, continuó moviéndole, abriéndole y penetrándole con tanta intensidad, que Thomas no pudo hacer más que retorcerse con suavidad encima de él. Bastaron unos minutos antes de que la caliente y húmeda sensación le llenara, logrando que su interior se tensara y se negara a dejar escapar el más mínimo vestigio de la cremosa esencia que albergaba en su interior.
El silencio llegó al cabo de unos minutos. Las respiraciones agitadas de ambos acompañaron el sonido de la noche: los grillos, un claxon en la calle cercana y nada. Thomas se dejó ir encima del cuerpo de Dylan, poco antes de que los brazos de este subieran hasta su espalda, apretándole con suavidad contra él.
El castaño suspiró cuando fue capaz de sentir como Thomas le besó el cuello, buscando aferrarse a su piel pese al maltrecho estado en el que se hallaba. ¿Quería hacerle el amor? Mierda, había acabado follándolo como animal en celo. Se reprendió mentalmente, pero era casi imposible. Thomas era fuego, y él era gasolina, y esto era lo que sucedía cuando juntabas ambos: solo el humo quedaba.
—También me gustas.
Las palabras de Thomas le pillaron por sorpresa. Dylan no pudo evitar hundir los dedos en la desarreglada camiseta que este portaba. Le gustaba, gustar ¿gustar de gustar? ¿O de desear? Las preguntas le revolvieron los pensamientos en menos de un instante, quería cuestionar al mayor, quería preguntarle la razón por la qué llevaba a todos esos sujetos al baño del bar. ¿Se vería demasiado celoso? ¿Acaso Thomas se retractaría?
—Soy un alma libre, Dyl. No me gusta la palabra compromiso —ahí estaba la respuesta, como si Thomas pudiese leerle los pensamientos. Dylan se limitó entonces, a pasar saliva audiblemente—. Pero puedo acostumbrarme a tu polla. Me encanta.
¿Qué?
—Tommy... Yo...
—¿En qué momento vas a pedirlo, Dyl? —Había un tono coqueto en la pregunta, Dylan apenas y pudo comprender a lo que Thomas se refería con ello. ¿Pero qué no había dicho que odiaba el compromiso?
Thomas bufó con tono de burla y se separó al instante de Dylan. Pardos y mieles se escrutaron en la oscuridad una vez más.
—De acuerdo, lo diré yo. Estamos saliendo, oficialmente.
Había una enorme sonrisa en los labios de Thomas, la sola calidez del gesto, le hizo olvidar que todavía tenía la polla flácida metida en él. No fue sino hasta que sintió su propio semen manchando sus piernas, que recordó que era lo que habían estado haciendo durante los últimos veinte minutos. Dylan no pudo hacer más que buscar una vez más los labios de Thomas, encendiendo nuevamente el deseo entre ambos.
Demoraron diez minutos en llegar al departamento del castaño: lo hicieron en su cama, lo hicieron en el baño y lo hicieron temprano por la mañana. Dylan acabó por reportarse enfermo para poder llevar a Thomas a su casa cerca del medio día. Pasaron el resto de la tarde comiendo, charlando y hablando de cosas vagas, justo como lo solían hacer en el bar.
Cuando la noche cayó, Dylan se encargó de llevar al rubio a su turno, sentándose en el taburete de siempre y entreteniéndose al contar las marcas que había dejado en su cuerpo. Rió con suavidad cuando notó que Thomas no se pudo sentar y más aún, cuando el sonrojo se hizo presente en el rostro de este, justo cuando Ki soltó una broma al respecto.
Cerca de las once, el tipo inglés y alto de siempre, había arribado al bar. Thomas se había acercado a él para cogerle la orden, pero el hombre había apoyado los brazos en la barra, susurrándole algo al inglés al oído. Dylan estuvo a dos segundos de ponerse de pie y partirle la cara a aquel tipo, pero Thomas se encargó de reír y negar con suavidad, logrando que el rubio se fuera del lugar sin más.
Cerca de la media noche, Dylan abandonó su lugar en la barra justo cuando Thomas le llevó a la bodega del bar. Thomas era insaciable, aunque a Dylan, aquello le daba completamente igual.
Notas finales: les dejo mi edit Newtmas bc quiero y puedo (?). Originalmente pensé acabar mal este fic, con Thomas siguiendo con su vida de promiscuidad y Dylan aceptando ser uno más, pero no quise hacer otro OS sad. Así que aquí está. Perdonen la demora :((
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