Cuando el aliento de la naturaleza se congela,
cuando el sol se esconde tras las nubes grises,
cuando la vida se detiene y se calla,
es el tiempo de mirar hacia adentro,
de meditar, de aprender.

Cuando la nieve cubre la tierra con su manto,
cuando el hielo cristaliza las formas y los colores,
cuando la luz se refleja en los copos y los astros,
es el tiempo de admirar la belleza,
la magia, el encanto.

Cuando el frío cala los huesos y el alma,
cuando el viento azota la piel y el corazón,
cuando la esperanza se aferra a la llama,
es el tiempo de resistir,
de perseverar, de fortalecer.

Cuando el sueño se hace largo y profundo,
cuando la semilla germina en la oscuridad,
cuando el germen se prepara para el mundo,
es el tiempo de renovarse,
de reinventarse, de transformarse.

Cuando el ciclo se cumple y se renueva,
cuando la primavera anuncia su llegada,
cuando la vida resurge y se renueva,
es el tiempo de celebrar,
de agradecer, de amar.

Así es el tiempo de invierno,
el tiempo de nuestras vidas,
de nuestros ciclos y procesos.

El tiempo de sabiduría,
de humildad,
de esperanza.