Desenlace
Banda sonora:
Hugo tocando el piano:
https://youtu.be/_3o8wL6qdnc
Discurso de Adrien: (Importante)
https://youtu.be/9ifR2A9Afbk
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D E S E N L A C E
La resolución de una historia.
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Hoy, es el día.
No es un buen día. Ni tampoco malo.
Sólo es el día que todos esperan.
Aquel día que sólo algunos sufren de verdad.
Un día en el que esos pocos perderán algo que aman.
Una parte de ese reducido grupo morirá junto con ella... Más no su espíritu, ni su recuerdo.
Las palabras: "Llanto, lágrimas y dolor", por mencionar unas pocas, se repetirán de forma consecutiva. Los sinónimos han dejado de ser suficientes para explicar tales emociones. Emociones y sentimientos descontrolados y heridos. Pero, sin duda alguna, las palabras son las protagonistas de esta historia. Son las encargadas de perforar tu pecho hasta perderse en lo más profundo de tu subconsciente. Son las que se encargan de lastimarte conforme vas avanzando.
El día, la noche, la luna, las estrellas, el invierno, la primavera... Todo ha dejado de tener sentido.
Lo obvio dejará de serlo.
Lo invencible se habrá vencido.
Las sonrisas se volverán falsas.
La música perderá armonía.
Las mentiras estarán a la orden del día.
El caos reinará en sus vidas.
El deseo de hacer justicia es cada vez más poderoso...
Hoy, es el día.
Una historia concluye. Se ha terminado.
El gato negro admite, finalmente, que está condenado a la mala suerte. Se siente culpable, ya no encuentra razones.
La heredera busca venganza. No piensa quedarse de brazos cruzados.
El músico se ha vuelto un esclavo. Su vida se basa en el estudio y el teclado.
El actor ha hecho que su trabajo sea de tiempo completo. Fingir es su talento.
La reporta ha perdido a su primicia.
El Dj a su cómplice.
El artista su musa.
La reina solitaria perdió a su rival de antaño.
La muchacha astuta a su consejera.
Los amables panaderos a su mayor creación.
París a su protectora.
¿Y yo?
Yo...
Lo he perdido todo.
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...
<< Un automóvil salió volando por los aires, hasta llegar al otro extremo de la calle, dejando inconscientes a los pasajeros.
Ladybug rodó justo a tiempo para evitar ser arrollada.
Con la adrenalina al tope y unos cuantos rasguños en el rostro, cubierto de tierra, lanzó su yoyo por segunda vez en dirección al akuma, que no dejaba de correr a una velocidad sobrenatural, haciendo más difícil la tarea.
—¡Chat! ¡Chat! ¡¿Dónde estás?!—Gritó, furiosa, apenas viendo por sobre el remolino que el villano en turno formaba alrededor suyo, atrapándola en una burbuja gris y humeante. El oxígeno se volvía cada vez más escaso y sus poderes no eran lo suficiente como para mantenerla en pie sin una jaqueca infernal.
—¡Estoy aquí!—gritó el héroe, dese un lugar desconocido.—¡Iré por ti!
El tubo de metal se extendió hasta donde ella estaba y se aferró a éste con todas sus fuerzas. Aterrizó, golpeándose las costillas contra la pared. Chat Noir extendió la mano para ayudarla levantarse, pero Ladybug rechazó su ayuda con un golpe feroz, mientras respiraba como si nunca lo hubiera hecho. Necesitaba regular el flujo de aire que llegaba sus pulmones y la oxigenación al cerebro; todo le daba vueltas y sentía náuseas. Cuando logró recuperar las fuerzas, lo primero que hizo fue fulminar al rubio con la mirada. Sus ojos echaban chispas.
—¿Dónde mierda estabas? ¿Eh? ¡¿Dónde?!
Chat guardó silencio. Su Lady nunca ocupaba malas palabras a menos que estuviera enojada. Y vaya que lo estaba.
No sabía cómo explicar el porqué había tardado tanto en llegar para ayudarla, pero haría el intento.
—Fueron cuestiones familiares, no podía irme—dijo, en un débil susurro. Ladybug alzó los brazos al cielo.
—¡Claro que podías! ¡ES TU DEBER! ¡Y no puedes dejarme sola! ¿Sabes lo poderoso que es este akuma? ¡No! ¡Ésta es una de las pocas veces en las que necesito tu ayuda y no estás para mí! —Estaba muy molestada, dolida, cansada. Tenía un tobillo torcido y una gran herida en el brazo. Chat se acercó para vendarla con un pañuelo que tenía en uno de sus bolsillos, pero ella lo empujó con el brazo sano. Su cabello estaba suelto, lo más seguro era que sus ligas se habían roto.—¿No podías actuar como lo que eres por una vez? ¡Déjate de coqueteos absurdos y excusas tontas, Noir! ¡Yo confié en ti y me fallaste!
—Ladybug, yo...
—¡Prometiste siempre protegerme!
—Sé lo que dije...
—No quiero escucharte, no quiero verte. Eres un egoísta...
—¡Hoy fui al cementerio! ¿Sabes? No todos podemos decir que tenemos madres vivas a las que felicitamos cada cumpleaños en persona ¿crees que yo quería ir? ¿Crees que no quería ayudarte? ¡Maldita sea, Ladybug! ¡Mi madre cumple siete años de fallecida ¡¿y quieres que llegue aquí a tiempo?— vociferó, harto de que no le dejara explicarse. Su tono era ácido, dañino, amargo. — Querías una explicación y ahí la tienes ¿Contenta? Ahora, volvamos a la batalla antes de que todos los ciudadanos terminen en el hospital...>>
Marinette se despertó de golpe. Aquello había sido sumamente real. Como si de nuevo estuviera con Chat aquel día, hace tantos años...
Fue una de las pocas veces en las que discutieron. Fue una de las veces en las que Marinette se sintió una tonta insensible.
Mucho antes de que Chat conociera a Marinette.
Mucho antes de que Adrien conociera a Ladybug.
Fue el inicio de la nueva relación entre Ladybug y Chat Noir. El origen de los héroes que se apoyaban mutuamente.
A partir de ahí, dejaron de ser simples compañeros de batalla.
Se volvieron amigos, cómplices. Pilares en la vida del otro.
Ella dejó de ver a Chat como a un creído sin sentimientos. Él se dio cuenta de que ella no era tan perfecta.
Y así ambos amaron sus defectos.
Después de esa batalla, una de las primeras, Chat nunca volvió a incumplir su promesa: La protegería. Siempre. Y lucharían codo a codo, juntos.
Así surgieron los héroes de París, los verdaderos.
—¿Pesadillas?—Adrien se había despertado y la miraba con los ojos entrecerrados. Marinette le acomodó el cabello con delicadeza para poder verlo a los ojos. Tenía unas leves ojeras azuladas, producto de una noche revisando las estadísticas de la empresa.
—No, solo eran recuerdos, nada más.
—¿Segura?
—Sí, ahora descansa.
Adrien no se lo pensó dos veces y en menos de cuatro minutos, ya estaba dormido de nuevo. La diseñadora, en cambio, ya no podía conciliar el sueño.
Tenía una extraña punzada en el pecho. Una corazonada.
Recordó con exactitud cómo se sintió al estar atrapada en aquel torbellino. Justo como si le succionaran la vida ante sus ojos sin poder hacer nada.
Se cubrió más con las cobijas, tenía escalofríos.
Seguro que todo eran imaginaciones suyas y no pasaría la gran cosa.
Todo marchaba bien, ¿qué podía salir mal?
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...
Marinette sacó la cabeza por la ventana del auto, mientras disfrutaba de la refrescante brisa de la carretera. Adrien sonrió y, con la mano que no sujetaba el volante, acarició sus dedos.
—¿Recuerdas cuando cuando fue nuestra primera cita?
—Sí, un verdadero desastre—contestó ella, con melancolía.—Estabas muy nervioso y me tiraste al piso en el restaurante cuando quisiste acomodar mi silla—Adrien se ruborizó, tenía la mirada clavada en la autopista, así que no podía ver lo enternecida que estaba su esposa. —Fue lindo.
—Hasta que, por querer aparentar ser valiente, bebiste de más. Decías puras tonterías.
—Refréscame la memoria, gatito.
—No, no eran cosas lindas las que decías.
Marinette levantó una ceja.
—¿Y qué decía?
Adrien negó con la cabeza.
—No es necesario que lo recuerdes, es tonto.
Su esposa rodó los ojos.
—¿Y qué hay de la confianza?
Él detuvo el auto.
—Te lo diré algún día, por el momento no quiero preocuparme.
La diseñadora lo miro fijamente.
—Sí, bueno... Yo recuerdo cómo empezó a sonar nuestra canción en la radio y, poco a poco, empezamos a cantar tan fuerte que todo terminó en un griterío.
—¡Es que esa canción es sagrada! Yo nunca antes había cantado con alguien en el auto antes de ti, acostumbraba encender la radio y guardar silencio todo el tiempo. Entonces llegaste tú y me era inevitable no cantar en tu compañía... O, bueno, intentarlo.
Guardaron silencio. Adrien estaba tanteando el tablero y presionó un botón. La melodía inconfundible de la canción hizo que el corazón de su esposa se encogiera.
—Every little thing you does is magic...—Marinette cerró los ojos cuando escuchó el primer estribillos.
—Everything you do just turns me on...
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...
<<—Adrien, ¿tú crees que sigamos juntos cuando la universidad termine?—El rubio dejó de tocar la guitarra para verla con seriedad.
—Sí, y no lo creo, yo estoy seguro de eso, ¿qué te hace creer a ti que no?
—Ya sabes... Muchos dicen que los noviazgos de secundaria no duran.
—Pues están muy equivocados, porque nosotros seremos eternos.
Marinette no dudó de sus palabras, confiaba en él. >>
—¡Mamá!
—¿Qué ocurre, Em?—Su hija entró dando tumbos, tenía brillantina en el pelo y cara de pocos amigos. Marinette se abstuvo de reírse. —No creo que tengas edad para seguir jugando a las manualidades con plastilina—bromeó, mientras le quitaba trozos de la plasta moldeable de la ropa. Emma se sacudía con ahínco, no quería que su conjunto preferido se estropeara.
—No estoy para juegos, má—bufó, abriendo la alacena y agarrando una bolsa de papas. Del otro lado de la puerta, se escuchaban los gritos de guerra de los compañeros de clase del pequeño Louis. Emma había buscado refugio en la cocina, igual que su mamá. —Esos niños están poseídos o algo.
—Tienen cinco años, Em—replicó la azabache, con una sonrisa mientras decoraba uno de los postres—tú eras igual de hiperactiva a los cinco.
—Claro, si tú lo dices... —comentó, con cierta ironía. Sin que su madre se diera cuenta, metió el dedo en la natilla de chocolate—. Por cierto, Louis no ha dejado de buscar en todas partes su regalo, está como loquito por encontrarlo—rió—, ¿cuándo se lo darás?
—¡Cierto! El regalo, se me había olvidado...—Emma abrió mucho los ojos.
—¿Cómo? ¿No lo has comprado?
—No, no, ya lo compré—la calmó su madre, quitándose los guantes. —Debo ir por el, sigue en la zona de entregas.
—Oh, bueno, entonces, ¿quieres que te ayude a ir por el? No tengo nada que hacer.
—Sabes que no me gusta que vayas sola por la calle.
—¡Pero mamá...!
—Pero nada, iré yo. Tú encárgate de mantener a las bestias bajo control mientras tanto—le revolvió el cabello a su hija con cariño mientras se colocaba su gabardina roja.—No tardaré, le avisaré a tu padre.
—Vale, te quiero mamá.
—Y yo a ti, Em.
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...
<<—Me gusta pensar que nadie más en el mundo puede tenerte como te tengo yo ahora.
—¿Despeinada y con los pies fríos?
—Enamorada. Aunque me encanta verte con tu cabello así...>>
Se detuvo.
Rebuscó en sus bolsillos. Había olvidado algo. El recibo de entrega. Qué tonta. No le entregarían el regalo de su hijo sin el dichoso recibo.
Dio media vuelta para regresar a casa. Todavía con el sabor del beso de su esposo en los labios. Sonrió cuando su mano encontró la cadena con su fotografía.
Fue entonces, que un ruido seco sonó a sus espaldas.
Vidrios rotos. Cientos de ellos volando en todas direcciones. Cerró los ojos, conteniendo el impulso de gritar al sentir el filo contra la piel. Nuevos arañazos decoraron su rostro. Dispuesta a enfrentarse con el vándalo o el ladrón, se mantuvo firme y se puso en guardia. Seguía siendo una súper heroína al fin y al cabo.
Se quitó los guantes de franela. No había peatones. Solo ella. Miró en todas direcciones, la calle aparentaba estar vacía.
Las apariencias engañan.
Había alguien, ahí, en la oscuridad. Viéndola limpiarse los rastros de la sangre fresca con rabia y efusividad. Esa mirada ambarina la congeló.
No necesitaba ver el rostro completo. Ya sabía quién era: Su verdugo. Su carcelero, su torturador, su acosador. Aquel hombre que tantas pesadillas y fobias había provocado. Avanzó un par de pasos. Las luces amarillas de las farolas cubrían solo una pequeña parte de su cuerpo. El sonido hueco de sus viejos botines contra el pavimento sonaba demasiado fuerte.
—¿Quién está ahí?—preguntó, mientras un vaho de plata salía por entre sus labios. El frío la estaba invadiendo cada vez más. Sabía que no obtendría respuesta. Los edificios se vieron, de pronto, fantasmales y abandonados. Un extraño humo grisáceo comenzó a salir por uno de los extremos. Su visión se volvía borrosa con cada paso tembloroso.
Tenía que huir.
Corrió tan rápido como pudo. Tikki se removió en su bolsillo. La desesperación se atoró en su garganta, a punto de estallar en gritos de auxilio. Sus más temibles pesadillas se estaban volviendo realidad.
Decidió tomar un atajo.
Grave error.
Algo la golpeó en la nuca, sus piernas flaquearon. Su cuerpo cayó como un muñeco de trapo mientras un líquido escarlata rodeaba su cuello.
Un zapato de cuero rojo apareció en su nublado y delimitado campo de visión. Podía escuchar su respiración agitada, la carcajada triunfal y tétrica. Intentó levantar la cabeza, pero alguien la empujó de nuevo. Su mejilla se empapó con el líquido rojizo. Todo le daba vueltas.
Una voz ronca y rasposa le susurraba palabras ininteligibles.
Odio, mucho odio. Quería agarrar su cabeza y romperla contra el suelo. Pero no podía, sus manos estaban atadas por cuerdas que no hacían más que abrirle nuevas heridas.
"Oh, dulce, dulce amor... Una promesa no se rompe..."
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<<Ella lo sostuvo cuando se detuvieron en la lápida número de diez. Él lloró a mares. No necesitaba fingir que estaba bien. Con ella, no tenía necesidad de aparentar nada. Acarició el mármol blanco y la inscripción, Marinette se arrodilló junto a él, mientras dejaba las flores a un costado y trataba de mostrar la más dulce de sus sonrisas. La tomó de la mano y la colocó en su corazón.
—Mami, te presento a mi novia...>>
Adrien Agreste suspiró mientras veía de manera insistente la puerta de entrada.
Ya eran pasadas de las doce. Estaba sumamente oscuro. El sonido inquietante y estresante del reloj comenzó a resonar cada vez más fuerte en su cabeza. Cada sonido le alertaba y ponía los nervios de punta.
Marinette no llegaba.
La preocupación le picaba el pecho y la angustia se reflejaba en su rostro. Sus hijos, cansados, ya se habían ido a dormir. Habían esperado largo rato, e inconscientes de la situación, decidieron festejar junto a su mamá en la mañana. Por Louis, no hubo inconveniente, pues su padre y su tío Nino le permitieron abrir los regalos para calmarlo un poco. Solo así pudieron tranquilizarlo, pues el pequeño no dejaba de insistir en que quería a su mamá junto a él para partir el pastel que sus abuelos le llevaron. Ese gran pastel en forma de balón con un vibrante número "5" en lo alto, que se derretía poco a poco en la mesa.
Adrien cobijó a Louis, con la promesa de que, al despertar, el gran regalo que su mamá había ido a recoger se encontraría a sus pies. Calmando así a su hijo, y también, a él mismo.
"Tranquilo, Adrien, ella llegará"
Pero el modelo ya no estaba tan seguro de las palabras de Alya y Nino.
Los adornos de la fiesta de cumpleaños se caían del techo, arremolinándose en el suelo, inservibles. Pedazos de serpentinas, globos y envolturas de dulces brillaban en la alfombra. Los juguetes de Hugo y Louis adornaban los rincones, y la cosmetiquera de Emma, abierta, manchaba la pared.
Llamó por décima vez al móvil de su esposa. Por décima vez, marcó fuera de servicio.
Su corazón se encogió un poco. Marinette siempre, pero siempre, contestaba. O siquiera, mandaba mensaje de que se encontraba ocupada.
Sólo podía recordar sus palabras:
"No es un adiós, es un hasta luego"
Plagg se acercó a su portador, con las orejas y bigotes decaídos. También estaba preocupado. Adrien se mantenía atento a las cámaras de seguridad, con un termo lleno con café al lado.
Comenzaba a arrepentirse de haber dejado ir sola a Marinette.
Si algo le sucedía, jamás se lo perdonaría. Nunca.
"No seas tonto, Adrien, ve a buscarla, nadie tarda tanto en recoger un simple regalo. Algo malo sucedió."
Por primera vez, Plagg tenía razón. Era demasiado lento en comprender las cosas.
El héroe se deslizó por la ventana, con la agilidad que cualquiera envidiaría, ya que a sus cuarenta años, seguía manteniéndose joven y ágil. Puede que fuera porque tenía un kwami y poderes; o porque le gustaba ejercitarse. De cualquier forma, sabía perfectamente que esa era de las últimas veces en las que se transformaba.
Al cumplir los quince, Emma heredaría su Miraculous. Faltaba solo un año para ello.
Marinette y Emma no dejaban de hablar sobre ese asunto. Hugo, en cambio, no dejaba de lanzar indirectas para quedarse con el Miraculous de Ladybug, argumentando que unos piercings le irían bien. Incluso Louis lo apoyaba.
El recuerdo de su familia fue lo suficiente para mantenerlo tranquilo durante el patrullaje.
Tenía mucho miedo; contuvo varias veces el impulso de soltarse a llorar. Le daba igual parecer débil. El miedo era más poderoso.
Sus labios sobre los suyos, la luz de la farola sobre ambos. Su cálida sonrisa.
El miedo de perder a Marinette justo como perdió a su madre.
Estaba sucediendo exactamente lo mismo. En la misma fecha.
8 de mayo.
A dos días del día de las Madres.
Recordó perfectamente aquella época, donde su papá, Nathalie y su guardaespaldas salían a recorrer la ciudad entera. Carteles, anuncios, recompensas y visitas diarias a la comisaría.
Nada sirvió.
La tierra se tragó a la señora Agreste. Como si jamás hubiera existido y todo lo que ellos creían haber pasado con ella, se evaporó como un fantasma. Su mamá no regresó, y todas aquellas tardes en la comisaría, no sirvieron de nada. Conocía a la perfección los pasillos de aquel lugar, tapizados de rostros de personas desaparecidas y alguno que otro prófugo de la ley.
Adrien nunca supo cuál de los dos fue su mamá. Y Gabriel no se molestó nunca en aclararlo. No hasta que él lo exigió, pues no creía que su madre hubiera muerto.
Odió a su padre. Hasta que después, se enteró de que siempre siguió buscando a quien alguna vez fue el amor de su vida.
Adrien no quería terminar como Gabriel.
No quería ser el nuevo villano. Ni quería morir con el recuerdo de un sueño frustrado. Tampoco quería perder al amor de su vida.
El héroe no dejó callejón sin recorrer. No importó que sus párpados pesarán como yunques, ni que sintiera un nudo en la garganta y el estómago tan apretado como el corset de una burócrata de la Edad Media.
Encontraría a Marinette a toda costa. Por él, por sus hijos... Por París.
El amanecer se alzó a sus espaldas, mientras que sus esperanzas caían en picada.
No había señales de Marinette, de su adorada esposa. Tenías ganas de gritar de ira. Ira loca, insoportable. Imponente, inútil. Burdo, con los ojos rojos y las mejillas manchadas. Si tan solo la hubiera acompañado...
Lloraba.
Algo malo había ocurrido, podía sentirlo en cada parte de su cuerpo. Aquel hilo invisible que lo conectaba a su esposa..., alguien lo cortó. Y aquello dolía como si la Santa Inquisición se encargará de aplicarle las más famosas formas de tortura juntas en una sola sesión.
Con la transformación des hecha y el corazón en un puño, caminó hasta la juguetería. Su última esperanza. Plagg, escondido en el bolsillo, mantuvo la boca cerrada durante todo el trayecto. La gravedad del asunto era entendible incluso para él.
Ignoró de manera olímpica a los madrugadores, que trotaban o pasaban junto a él en sus bicicletas, como un muerto que mira al vacío.
El Agreste se podía considerar dramático, incluso exagerado, pero en esta ocasión estaba seguro de que cada pensamiento no era una cosa cualquiera. Cada pensamiento, podía llegar a ser dolorosamente cierto.
Al entrar, la dependienta lo saludó sin muchos ánimos. Adrien, igual de desganado que la muchacha, le pidió el dato más importante de esos últimos años.
"¿Mi esposa estuvo aquí anoche?"
Todavía recordaba la cara de sorpresa de la mujer, avergonzada de ignorar de qué hablaba el rubio. Marinette de Agreste no había pisado siquiera el local.
El regalo de Louis seguía en la zona de entregas. Las cámaras de seguridad no tenían nada sobre ella. Su linda Ladybug tampoco pisó esa calle.
Nunca llegó al destino.
Adrien comprendió que Marinette había desaparecido. Forzó tranquilidad, fingió que todo marchaba bien. Se despidió de la vendedora. La juguetería quedó a sus espaldas. Una ráfaga de viento ardiente pegó directo a su cuerpo, tembloroso, recordándole que no era un día gris ni sombrío como su mente desconsolada le indicaba. No. Apenas era el inicio del verano. El comienzo de una nueva etapa de cambios y transformaciones.
Se dejó caer al suelo, con los bravos rayos del sol pegando directo en su rostro. De nueva cuenta, lágrimas saladas se resbalaban por su cara hasta evaporarse en el asfalto caliente. Plagg tuvo que llamar al chófer.
Sintió vértigo. Mirar por la ventana era sinónimo de ver un remolino con líneas vagas, borrosas y difuminadas. La ira, frustración y dolor, se mezclaron. El sabor amargo de su boca lo obligó a vomitar. Era como estar en una situación irreal, ficticia.
¿Con qué cara vería a sus hijos? ¿Cómo sería capaz de dar la noticia? ¿Qué haría cuándo Louis corriera a sus brazos con la ilusión de verlo llegar con su mamá?
Al llegar a la mansión, Emma fue la primera en recibirlo. Tenía el largo cabello oscuro suelto, en cascada cubriendo su espalda y los ojos esmeraldas centelleando. Sujetaba su teléfono con fuerza.
—El tío Nino me llamó. —Dijo, de forma agitada. — Papá, ¿qué sucede?
—¿Y tus hermanos?
—Duermen. No te preocupes por ellos.
Ayudó al afligido rubio para que pudiera llegar al sillón. Esperaba la respuesta. Tampoco había podido dormir, su mamá solo debía ir a recoger un obsequio. En lugar de tardar un par de horas, llevó más de seis sin dar señales. O debía ser un obsequio demasiado voluptuoso y fabuloso, o—lo más seguro—una desgracia había dado lugar.
—Em—suspiró su padre, acunando sus mejillas. A Emma le partió el alma ver a su padre tan desmoralizado y apagado. — No quiero adelantarme al diagnóstico de la policía—aclaró, con la voz rasposa—, pero creo que tu madre ha desaparecido.
La mirada de Emma fue suficiente para hacerlo sentir peor.
Fue justo como ser aplastado por la Torre Eiffel. O las pirámides de Egipto.
O todas las maravillas milenarias juntas.
La adolescente no podía terminar de asimilar esas palabras. La sensación era similar a que te golpearan en el centro del estómago con un puño de acero.
—Papá, no me gustan las bromas.
—¿Crees que jugaría con algo así?
No, por supuesto que no. Siempre era mejor pensar lo más absurdo, que caer en la cruda verdad. Era ilógico que su mamá se hubiera ido por voluntad propia. No en el cumpleaños del pequeño Lou, su adoración. Emma apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
La azabache se levantó de un brinco. No se quedaría a esperar de brazos cruzados, ¡ella misma iría a buscar a su mamá! Y haría pagar con sangre a quien le hubiera hecho algo. Odio, necesidad de venganza. Veneno.
Una lista de posibles sospechosos asesinos y secuestradores se escribió en su mente. Creyó, por un breve instante, en que la lista sería larga, pero, sin la amenaza del villano de antaño que sus padres llamaban "Hawk Moth", el enlistado era minúsculo. El crimen en París era prácticamente igual a cero.
¿Quién en su sano juicio intentaría dañar a su mamá? ¿Quién sería el malagradecido que le guardaba rencor? Lo averiguaría. Y lo mataría de ser necesario.
—¡No podemos quedarnos aquí, papá!—Adrien levantó la mirada. Sin Marinette, la chispa de valor e iniciativa se había extinguido. —Debemos buscar ayuda, ir a la policía, contratar un detective... ¡Lo que sea! Pero te aseguro que mamá aparecerá.
Adrien sonrió un poco, Emma era tan parecida a Marinette... Con esa determinación y optimismo que te compartía energía. Prometió no dejarse deprimir, por su familia. Abrazó a Emma con fuerza. No dejaría que esos niños sufrieran.
—Necesitamos ayuda, toda la que se pueda.
...
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<<—Alya quiere hacer un anuncio hoy, ¿tú qué crees que sea?
—Yo creo que está embarazada.
—¿Quieres apostar?
—Por supuesto, prepárate para perder, Agreste...>>
Las brigadas de búsqueda se encargaron de rastrear a Marinette por toda Francia.
Parisinos agradecidos que no descansaban hasta encontrar pistas. Letreros y anuncios con el rostro de la diseñadora se extendieron como una plaga por las calles y las redes sociales. La policía ya estaba en el caso. La aduana europea tenía ya los datos por cualquier cosa. Interpol también se metió en el asunto. Los más grandes detectives no lograban dar con ella.
Sin embargo, era como si Marinette no hubiera dejado pista alguna. No tenían testigos, ni huellas, y ninguna cámara había registrado absolutamente nada. En toda Europa, nadie había dado una señal. La tierra la había absorbido como agua, para que se perdiera entre sus profundidades. El nombre de Ladybug sonó en los labios de cientos de personas con cientos de idiomas diferentes. La policía dijo que era el crimen más impecable que se vio en años. No era motivo de celebración.
La búsqueda continuó un año entero.
Louis, Emma y Hugo, dejaron de ser los niños alegres de antes. Solo eran niños asustados, vulnerables. La mansión Agreste se volvió fría, misteriosa y árida. La gente evitaba pasar por ese lado de la calle, siempre mirándolos con lástima y susurrando rumores en los oídos de sus compañeros. Los Agreste se acostumbraron a las miradas de compasión, y a los chismes.
Algunos decían, que aquella casa estaba maldita. Todo los que alguna vez pisaron su territorio.
Que los habitantes estaban condenados a desaparecer, morir, sufrir. Y que siempre, sería la esposa de un Agreste en pagar esas consecuencias. Era en vano continuar buscando. Marinette no regresaría. Las leyendas tomaron más fuerza.
Todos sentían pena por el pobre modelo y sus hijos. Adrien Agreste se había quedado huérfano muy joven y ahora su esposa seguía el mismo camino de su madre desaparecida.
La gente no dejaba de decir que la veían caminando en Milán, en Roma o incluso, California y Las Vegas. Se volvió una tendencia, algo como un juego sádico; un juego cruel donde la victoria se la llevaba quien lograra encontrarla.
Y, entonces, aquello sucedió.
Una llamada telefónica.
Adrien recuerda con claridad esas palabras. Nunca podrá olvidar ese discurso.
La velocidad con la que corrió a responder el llamado, no fue tan distante de la luz. Hugo, Emma y Louis, vieron maravillados como su padre recorría tantos metros en apenas un abrir y cerrar de ojos. Se encontraban en el jardín, regando las plantas. A su mamá le gustaba la jardinería, no dejarían morir a sus preciadas flores. Adrien llegó y arrancó el teléfono de su lugar.
Era la policía.
Encontraron algo.
Al lado de la costa de Normandie. A medio enterrar en la arena, con un cofre debajo.
Un cuerpo. Una mujer.
De cabellos oscuros y pálido semblante.
No hay descripción posible, para explicar lo evidente. Ni lo que duele justo en el alma. Simplemente se siente. Y te mata lentamente.
Debajo de ella, sacaron el cofre.
La llave estaba amarrada en una manija.
Una pequeña caja con adornos en rojo y unos aretes plateados en su interior, el contenido del tesoro.
El Miraculous de Ladybug.
El dije con la foto de su familia.
Habían ganado el juego. Apareció.
Unos turistas norteamericanos la encontraron de casualidad cuando uno de sus botes de motor se descompuso.
El jefe de policías fue el encargado de darle el primer pésame. Se acomodó la gorra y el bigote mientras evitaba ver a los ojos esmeraldas de aquel pobre enamorado. Había ensayado mucho para ser lo más sutil posible.
El rubio lo miraba serio, desesperado por obtener respuestas.
"Lo lamento mucho"
Adrien cayó de golpe al frío suelo de la estación de policía. La gente que lo rodeaba dejó de tener rostro.Llamaron a la ambulancia. Permaneció unos días en el hospital.
Hubiera preferido que nunca encontraran nada.
Los niños lo visitaban cada día.
Regalos de fans y ciudadanos agradecidos llegaban por montones a la mansión Agreste. La noticia se propagó como humo. Los paquetes se acumularon en el patio, no tenían intenciones de abrirlos. Llovía constantemente.
La desgracia llegó para cubrir París y nunca soltarlos.
Ese día, el corazón de Adrien Agreste, murió.
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<<—Mamá, ¿puedo decirte algo?
—Puedes decirme lo que quieras cariño, ¿qué ocurrió? ¿Problemas con la orquesta?
—No, no, no es eso... Mejor olvídalo.
—Hugo, sabes que puedes contar conmigo.
El pequeño la miró con los ojos cristalinos.
—Hoy llegó un señor a la escuela. Me dijo que mis y yo hermanos debimos ser sus hijos. Mamá, tengo miedo, no comprendo...>>
Emma se miró al espejo.
Miró con repulsión su largo cabello azul.
Se dejó caer al suelo, con las tijeras en una mano, y en la otra, una fotografía de su madre durante la secundaria. Encontró el álbum por casualidad, en una de sus excursiones al ático. Su mamá llevaba un lindo vestido azul y estaba acompañada de varios de sus compañeros de clase, en una de sus visitas a la Costa.
Cabello corto, ojos azules y cálidos, sonrisa cargada de ganas de vivir. Así era su madre.
Volvió a ver su reflejo en el espejo con marco de plata. No prestó mucha atención.
De pequeña siempre le habían dicho que ella era igual a su madre. Y siempre reclamó que ella no era su mamá. Que su color de ojos no era la única diferencia. No, no. Cada que hacía algo o veían sus fotos, el tema era el mismo: Emma era idéntica. La copia, el clon.
Emma terminaba argumentando que no era así.
Porque ella era Emma, no la imitación de la gran Ladybug. No quería ser recordada por eso, ni por la supuesta maldición que perseguía a su familia. No quería dar lástima, ni dar compasión. No necesitaba caminar por la calle y que todos se acercaran a darle palmaditas en la espalda como forma de consuelo. No quería que, en la escuela, los profesores la exentaran de todo como si fuera una muñeca frágil que se derrumbara con un soplido.
No quería ser recordada como el rostro de la fallecida heroína.
Pero ahora...
Tomó las tijeras con fuerza. Trenzó su larga cabellera y reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, cortó más de cuarenta centímetros de un solo tajo.
Los mechones cayeron para ensuciar el mármol blanco. Un gran círculo azulado la rodeó. Ni siquiera se preocupó en ver los resultados.
La brisa que se colaba por la ventana le daba cosquillas en su nuca. Un peso invisible se le quitó de los hombros. Más ligera.
Los rizos picaban en su oreja.
Parecerse a su mamá era casi como tenerla de vuelta.
Se levantó con mucho trabajo. Cada parte de su cuerpo dolía. Su mirada estaba perdida en la pared de enfrente. Ya no se sentía capaz de nada.
Enfundó su cuerpo con el vestido negro que había comprado para la ocasión. Odiaba los vestidos desde que tenía memoria, pero a su mamá le gustaban y la obligaba a usarlos en cada celebración importante. Era lo menos que podía hacer.
Subió el cierre con facilidad, le quedaba un poco grande. En especial de la parte de la cadera. Total, le daba igual. No se preparaba para una fiesta.
Se secó los ojos y la cara, hinchada. Debía ir a buscar a su padre. Y sus hermanos, que seguro se habían encerrado en su habitación, la nueva costumbre que tenían desde hace un año.
Miró su reloj de pulsera. Ya debía bajar. Julián llegaría más tarde. Necesitaba su apoyo.
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<<—¿Fútbol? ¿De verdad quieres que yo juegue contigo en un partido de fútbol? ¿No me has visto intentarlo? Soy un asco.
—Vamos, será divertido. Si los dos jugamos, Louis se pondrá muy contento.
—Pero no sé jugar.
—No importa, podemos practicar con los pequeños. Vamos, amor, siempre es divertido intentar cosas nuevas.
—De acuerdo, pero solo si me prometes algo.
—¿Qué?
—Que lavarás los platos.
—¡Ugh! Sabes que lo odio, siento que la comida me vigila... Pero, por ti, lo que sea...>>
—Papá, es la hora.
El rubio volteó, aun secándose las lágrimas. Estaba escribiendo en su escritorio, tenía tinta y pluma, como en los viejos tiempos. Sus movimientos eran calculados, robóticos. Emma se sintió diminuta al entrar al despacho de su abuelo. Los pergaminos que había visto hace años los tenía su papá en manos, escribía nuevas palabras. Tal vez un discurso, todos esperaban oírlo. Todos esperaban verlo destruido; todos esperaban ser conmovidos con sus palabras.
Dejó a un lado la pluma y el tintero, se quitó las gafas y se pasó una mano por el pelo, desordenándolo.
Revisó el reloj.
Ya sus hijos lo estarían esperando abajo.
Emma se abstuvo de preguntarle que significaban esa sarta de palabras, sin conexiones entre ellas. Cada una más rebuscada que la anterior. Pero no eran sus asuntos y si su padre no quería hablar de ello, lo respetaría.
—¿Qué le pasó a tu cabello, Em?—preguntó, con la voz todavía ronca después del largo rato de llanto. Por un momento, volvió a distinguir el tono dulce y meloso que usaba su padre cuando todos eran una familia. —Creí que amabas tenerlo largo.
Su hija sonrió a duras penas, sus labios temblaron mientras se acercaba a abrazar a su padre. No sonreía desde hace meses; las mejillas se le entumecieron, se sentía rara. No se creía capaz de estar sonriendo, no ese día. Su padre la rodeó con mucho cuidado, cual polluelo recién nacido. Extrañaba hablar con él. Desde lo sucedido no hablaban mucho, preferían el silencio. Incluso Louis, que dejó de hablar durante meses. Emma no lo culpaba. Tampoco tenía ganas de hacerlo. No había nada que decir. El dolor muchas veces no tenía explicaciones ni palabras para expresarlo.
—Así me parezco más a ella. Y de ese modo, no la olvidaré.
Adrien apretó un poco más a su hija. Observó su rostro, fino y delicado. La viva imagen de su único gran amor.
—Eres una buena hermana, Em. Y una gran hija.
Emma no respondió. Sabía que si intentaba contestar, las cosas terminarían de nuevo en lágrimas y rabia. Intentó buscar al asesino (o asesina) de su madre y hacer justicia por su propia mano. Evidentemente, recibió un castigo por parte de su padre al arriesgarse tanto. No permitiría que le quitaran también a su pequeña.
—Vamos, papá, todos llegaron.
—Hoy es un día bonito, ¿verdad?
—Sí, me encanta la primavera.
—¿Crees que ella...?
—No se lo perdería por nada.
La tomó de un brazo. Necesitaba mantenerse fuerte.
Ambos bajaron a la sala.
Hugo y Louis estaban sentados frente a la gran pintura familiar. Tenían las manos entrelazadas y el menor de los dos sujetaba su muñeco preferido, aquel que su madre le había hecho cuando nació. Todavía guardaba su perfume. Sus lindas mejillas se encontraban más arreboladas de lo usual, todo lo contrario a su hermano, pálido como el papel. Hugo heredó la tez lechosa de su madre, cosa que se intensificó más durante ese año, donde no salía del cuarto para recibir la luz del sol a menos que fuera realmente necesario. De haberse encontrado en mejor estado, Emma habría bromeado llamándolo vampiro o albino. Ya no era el niño alegre, ninguno lo era.
Emma y Adrien se sentaron uno al lado de otro. Hugo estaba inmóvil, tieso como una piedra. Emma podía jurar que contenía la respiración al ver el retrato de su madre. El niño se perdió en esos ojos y esa sonrisa, se sentía vacío.
Tenía sobre las piernas una partitura.
Las notas bailaban sobre el papel, manchado. La hoja estaba húmeda, empapada de lágrimas.
El regalo que había planeado darle a su mamá: Una canción en el piano. Llevaba días ensayando para que todo saliera perfecto, su madre estaría tan orgullosa...
La familia Agreste se quedó en silencio, todos viendo lo mismo.
El ambiente era pesado, nadie se atrevió romper el silencio. Emma los observó desde su lugar. Una nueva costumbre que adquirió durante ese horrible año fue enumerar como se sentían los que la rodeaban, así lograba mantenerse cuerda.
Observó a su padre, demacrado, con los pómulos altos; los ojos hinchados, las pupilas dilatas; las cuencas vacías, sin luz, sin vida; el cabello reseco, los labios partidos. El alma ausente.
Observó a Louis, con los labios firmemente apretados; los ojos celestes perdidos en el lienzo; las lágrimas que se perdían en la tela del muñeco de felpa.
Pasó de Hugo, ya no quería ver más su dolor. Pero, ¿quién la veía a ella? ¿Quién podía decirle cómo estaba?
Miró de reojo el espejo que colgaba a un lado de la chimenea. Minutos atrás solo se había percatado de su cabello y de nada más. Estaba muy delgada, ¿en qué momento había perdido sus tan odiadas mejillas infladas? Las clavículas de su cuello le daban asco, parecían que en cualquier momento se romperían. Sus labios, el centro de su rostro, estaban amoratados. Su cabello era un completo desastre. Ni hablar de sus ojos. Ni de todo lo demás. Había envejecido de tristeza.
Hay huellas que no se ven, que son invisibles. Huellas y marcas internas que nadie puede curar.
El tiempo es el verdadero detonante de las bombas.
El tiempo es quien sana las heridas.
El tiempo se la arrebató.
Fue tan ingenua para creer que El Tiempo se la regresaría.
—Hijos...— los tres miraron a su padre, el abrió sus brazos para poder abrazarlos. — Los amo.
—También te amamos—respondieron Hugo y Emma al unísono.
Volvieron a la pintura. Disfrutarían de sus últimos momentos de paz juntos antes de que todo el mundo llegara para "consolarlos"...
—Mamá...
—¡Has hablado!— exclamó Emma, todos ahora centraban su atención en el más pequeño de los Agreste. Louis se cubrió el rostro con su peluche. Adrien tomó al pequeño en brazos y lo levantó en el aire. Después de casi un año en silencio, el pequeño rompió con sus cadenas.
—¡Has hablado!— repitió Adrien, llorando de nueva cuenta.
Llorar, el verbo preferido de la familia.
—¿Dónde está mamá?—Louis parecía recién salido de un trance. Confusión y miedo se apoderaron de él. — ¡¿Dónde está mamá?! – Su padre lo cubrió con su cuerpo, sus hermanos se levantaron para ayudarlo a tranquilizarse. Temblaba de forma descontrolada y, la voz que pareció perder durante tanto tiempo, regresó con fuerza. Gritos desgarradores perforaron el pecho de Adrien Agreste.
Todo era su culpa.
Si la hubiera acompañado, si no la hubiera dejado ir sola... Si hubiera...
Su vida se basa en un "hubiera".
"Nada es tu culpa, hermano, nadie puede saber lo que pasará"
Y las palabras de Nino lograban calmarlo un poco.
—¡Que alguien le tape la boca!— pidió Hugo, cubriendo sus oídos, aferrado a la partitura.— Por favor, haz que se detenga...
El muñeco de felpa se cayó al suelo, Louis trataba de agarrarlo.
Emma se agachó con rapidez y se lo dio al niño. Al momento, el griterío se detuvo. Adrien la miró agradecido.
—No quiero hablar frente a todos, papá— susurró el pequeño rubio, en el oído de su padre. El Agreste le dio unas palmaditas cálidas en la espalda.
—Yo hablaré por ti, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Hugo miró molesto a su hermano menor.
—Espero que no vuelva a gritar de esa forma cuando me toque a mi dar mi discurso— Emma le sacó la lengua.
—No seas grosero, es difícil para todos.
—Yo no dije que no lo fuera, pero quiero MI momento, ¿es mucho pedir? Quiero que mi madre me vea...
— Niños, suficiente— los dos volvieron a callarse. Louis se colgó del cuello de su papá como un bebé mono. En ese momento, el timbre de la residencia sonó. Ya era la hora. – Bien, traigan todo lo que necesitan, ya llegaron sus tíos.
—Yo ya estoy— avisó Hugo, ajustando su elegante corbata azul marino.
—Y yo también.
—De acuerdo, Emma, ¿podrías ir por el sobre que está en mi escritorio? El color crema. Tus hermanos y yo nos adelantaremos, te vemos en el auto.
Los dos niños siguieron a su padre por la puerta principal. Emma se quedó sola.
Subió corriendo rumbo al despacho de su padre, le daba miedo seguir ahí.
Miedo de caerse y no levantarse.
Se acercó al escritorio y tomó el sobre, con los dedos temblorosos. Se vio tentada para abrirlo y ver el contenido, pero no era correcto.
Con mucho cuidado de no hacer demasiado ruido o imaginarse cosas, regresó al salón principal, para cerrar con llave. En cada movimiento le era imposible no sentirse observada. Podía jurar que alguien la vigilaba. Creyó ver un par de veces unos ojos mieles.
Definitivamente estaba perdiendo la cabeza.
Sus tíos estaban consolando a su padre y hermanos cuando ella llegó al automóvil.
Piper hablaba con Louis en un rincón apartado. Hugo hablaba con el tío Nino, con un semblante adusto y maduro.
La tía Alya y su padre estaban abrazados. Podía jurar que su padre trataba de calmar su llanto. Su tía estaba rota, llorando desconsoladamente en el hombro del rubio. Suspiró con pesar. Ella misma se rompió la noche anterior, pero prometió mantenerse fuerte este día.
Alya y Adrien no hablaban mucho, no tenían pasatiempos en común... Sólo la tenían a ella... Y ya no les quedaba nada.
—Alya, cálmate un poco...—habló el tío Nino, con la voz dura cual piedra; no tenía el tono alegre que lo caracterizaba. Sus ojos estaban oscuros. —Los niños ya lograron tranquilizarse y si te ven...
La mirada de Emma cayó en la gorra roja del Dj. Nunca comprendió porque jamás se la quitaba. Nino volteó a verla.
—M&M, ¿te sientes bien?—Emma asintió. No la llamaban así desde hace mucho tiempo. Ahora era Emma, o Em. Sonrió un poco al ver que el apodo que le dio su mamá hace años había regresado. Abrazó a su tío y se permitió recordar a su mamá cuando la llamó así por accidente por primera vez. Fue durante San Valentín, ambas estaban envolviendo el regalo de Adrien.
Su madre siempre fue fan de las cosas dulces y de los chocolates. Le encantaba cocinar junto con ella y sus abuelos. La cocina siempre terminaba sucia y ellos, cubiertos de la mezcla que se suponía debía ir en el horno. Estaba tremendamente agradecida de haber compartido esos momentos con ella. Momentos que a Louis le arrebataron.
Todos subieron a la camioneta. La tía Alya logró calmarse lo suficiente para cambiar el tema y hablar del lindo clima primaveral de la temporada. Las flores brillaban con sus llamativos colores y el sol no estaba insoportable como en otros años. El cielo se encontraba despejado y no se veían nubarrones cerca. El clima era perfecto.
Su padre se fue en la parte de en frente, se unió con facilidad a la charla de sus amigos. Hugo se sentó en la segunda fila, con la cabeza y los ojos clavados en aquella hoja. Parecía a punto de comerse las notas.
Emma decidió sentarse junto a una de las ventanillas. Louis caminaba detrás suyo.
Tuvo el instinto de tomar al pequeño rubio en brazos y llevarlo en sus piernas, mientras ambos cantaban su canción favorita.
Pero Louis prefirió irse con Piper, la hija de sus padrinos.
Hizo un gran esfuerzo para que no se notara su malestar.
Se recargó sobre su brazo, mirando por la ventana. Podía escuchar con claridad las palabras de consuelo de Piper. Louis respondía en voz muy baja, pero lo hacía.
A pesar de que los vidrios se encontraban cerrados, le resultaba imposible no ver a las personas que vestían de negro con una pañoleta o prenda roja en alguna parte del cuerpo en honor a su mamá. Rodó los ojos, celosa de que el resto del mundo estuviera enterado de aquel detalle que, se suponía, solo los amigos cercanos harían. Ella, por ejemplo, la llevaba en la mano a modo de pulsera; Louis lo tenía como corbata; Hugo llevaba un pañuelo y su padre una camisa de ese color debajo del saco negro.
No tenía idea de cómo fue que el resto del mundo se enteró, pero en muy poco tiempo las personas empezaron a compartir fotos con esa combinación de colores. Una verdadera falta de respeto, en su opinión. Por primera vez, no quería que otras miles de personas estuvieran apoyándola, ¡ellos no conocían realmente a su mamá! ¿Qué iban a saber del dolor que sentían? ¿Qué iban a saber lo mucho que les afectó perder a su núcleo? No se trataba sólo de una súper heroína con traje brillante y poderes envidiables, se trataba de un ser humano con grandes valores y cualidades. Se trataba de Marinette, no de Ladybug nada más.
Adrien, por otro lado, estaba agradecido del tremendo apoyo que la comunidad les brindaba. Lo ayudaba a sentirse vivo, útil. El hueco en las extrañas, el ardor en los ojos, el vacío en su pecho y las punzadas de su corazón no se marchaban (y no estaba seguro de que algún día lo fueran a dejar) pero sabía que no era el único. No solo el mundo perdió a una heroína, ni ellos a una esposa y una madre, se perdió a una gran artista y a una increíble diseñadora que innovó ese ámbito.
El rubio cerro los ojos un segundo, mientras Alya y Nino trataban de continuar con una charla trivial en un vano intento de contener las lágrimas. Recordó su voz y la suavidad de sus manos al entrelazarlas con las suyas, recordó sus labios chocando con los suyos y la dulzura de sus palabras.
El auto se detuvo en un movimiento brusco.
Alguien había gritado entre la multitud y, en poco tiempo, la camioneta de Nino se encontraba rodeada por una caravana de gente
—Padre, ¿qué está pasando?
—No lo sé, Em... Nino, ¿sabes qué pasa?
—No tengo idea, hermano.
—¡Gente tonta!—bramó Alya, indignada. Sus ojos aceitunados, ya cristalinos, se entrecerraron, viendo como obstáculo a las personas que vestían de negro—¿Por qué se les ocurre hacer una manifestación hoy? ¡Debemos llegar temprano, no podemos...!
La reportera se quitó el cinturón de seguridad. Estaba dispuesta a salir y correrlos para que abrieran camino. Nino la detuvo, actuaba de forma impulsiva y sus reclamos eran de puro despecho. La morena logró abrir la ventana y, justo cuando estuvo a punto de gritar, su esposo la tomó de los pies y le cubrió la boca. Fue cuestión de cinco segundos para que el grito del Dj llenara el auto. Adrien y el resto de los Agreste sonrieron un poco. Piper, en cambio, se cubrió el rostro con las manos. Sus padres podían llegar a ser unos verdaderos niños cuando se lo proponían.
—¡Ay! ¡Alya! ¿Por qué me has mordido?
—¿Qué te sucede, Nino? ¡Vamos camino a un...—los niños la miraron, no solían pronunciar la palabra en voz alta, así que su tía se contuvo. No es como si "funeral" fuera la palabras mágica, si no, la inombrable.—A uno de los eventos más importantes en nuestras vidas y no podemos darnos el lujo de llegar tarde!
—¿Qué hacen?—Hugo señalaba al frente del auto. Los adultos voltearon en esa dirección.
La gente había sacado pancartas y carteles con frases y dibujos en honor a la heroína de rojo. Un grupo de jóvenes pasó por su lado, llevaban violines y trompetas.
En un abrir y cerrar de ojos, la multitud se encontraba formada en cuatro filas, dos a cada lado del vehículo. Niñas disfrazadas y fans devotos encabezaban la marcha. El silencio se hizo dentro de la camioneta.
—Esto es...
—Alya, enciende las noticias.
La reportera tomó el control remoto y encendió la pequeña pantalla que servía para poner películas en la parte trasera. Todos prestaron atención.
Los noticieros estaban a reventar sobre los hechos. Alrededor del mundo, múltiples grupos de fanáticos, vestidos con los célebres colores negro y rojo, realizaban recorridos alrededor de sus monumentos locales. En partes de Sudamérica, los ríos se llenaron de velas y flores. Los superhéroes del resto del planeta acompañaban a las personas, imponiendo orden. En Norteamérica, Central Park se volvió sede de un espectáculo de globos y canciones.
Adrien sonrió mientras lágrimas silenciosas de agradecimiento resbalaban por sus mejillas. No estaban solos.
—Nino, arranca el coche.
Emprendieron de nuevo el camino, acompañados de toda esa multitud. Canciones antiguas y emotivas sonaban a lo lejos, en un compás nostálgico. En el Puente de las artes, al que vieron a lo lejos, cientos de globos se elevaron al cielo. Alya sacó muchas fotografías que prometió enviarle a Adrien después. El viaje duró menos de lo esperado.
Al llegar a su destino, un majestuoso parque en los lindes de la ciudad. La multitud comenzó a dispersarse. Pocos fueron los que se quedaron, insistentes para entrar al evento. Adrien fue el primero de bajar del coche y recibirlos con un saludo cordial. Los fans ya no gritaban, respetaban el luto y el aire mágico del parque. Todos inclinaron las cabezas y agitaron sus pancartas, dibujos y lonas. Nino y Alya fueron los siguientes en recibirlos. La morena no quitaba su mueca de desaprobación, al igual que Emma. Hugo, Louis y Piper comprendían que no se debía ser egoísta con la situación. Ella hizo mucho en el mundo, ayudó a quienes más lo necesitaban y siempre con una sonrisa. No podían negarles el acceso.
Caras de todos los tamaños, colores y rasgos les sonrían con entusiasmo. Faldas hasta los tobillos, kimonos, trajes y vestimenta de todos los gustos y culturas. El mundo entero se vistió de gala para despedirla.
—Muchas gracias por estar aquí— habló Adrien— significa mucho que todos ustedes nos estén brindando un apoyo tan grande. Me temo que no teníamos contemplado la presencia de tantas personas, así que...
—No se preocupe, con estar presentes nos basta— dijo un hombre de complexión robusta y vivaces ojos azules. Llevaba un gran moño de lunares en la cabeza y una esponjosa barba. Tenía a dos niños sujetos de la mano, cada uno con sus respectivos peluches de Ladybug y Chat Noir— Lo lamentamos mucho.
—Gracias, gracias a cada uno de ustedes... Me encantaría que todos firmen el libro de visitas— se acercó al hombre con la barba, cuyos ojos ya estaban cristalinos.— ¿Cómo te llamas?
—Soy Thomas.
—Bueno, Thomas, que hagan una fila detrás de ti y que todos vayan firmando, ¿de acuerdo? –Thomas asintió.— Los esperamos cerca del roble, mientras nos encargamos de crear un área especial para su comodidad. Bienvenidos.
Adrien encabezó la fila, con sus hijos aferrados a sus manos y sus mejores amigos pisándole los talones. Avanzaron por un corto camino alfombrado, adornado con flores de todas las texturas y tamaños. Los decoradores se habían lucido con el lugar, que se basaba en el recuerdo melancólico de una valiente mujer. Una manta blanca tenía en ese momento un vídeo que disparaba el proyector, con cientos de fotos mostrando su rostro alegre; sin máscara o con ella. Alrededor de esa misma lona, los visitantes dejaban sus ofrendas, envueltas en lino rojo.
Llegaron al centro del lugar. Filas y filas de sillas que miraban en dirección el río se extendían por la pequeña explanada.
Al fondo, se encontraba el féretro.
—No quiero mirar— murmuró Louis, muy por lo bajo, escondiendo su rostro entre sus manos. Adrien lo cargó en brazos y ambos cerraron los ojos una fracción de segundos. El resto los imitó. No estaban todavía listos. Nunca se estaba listo para algo así.
—Papá, ¿debemos ver...?— Inquirió Hugo, pasando saliva mientras su rostro adquiría un tono verdoso. Emma se mordió los labios, al ver como su padre apretaba más el folder que le había pedido. Louis mordisqueaba un caramelo que le dio Nino.
—Si no quieres, no lo hagas— Hugo suspiró pesadamente.
—Debo hacerlo— pensó en voz alta, enderezando su postura. — Mamá se sentirá decepcionada si sabe que sus hijos se niegan a despedirla...—El viento arrastró la frase. Los ojos azules el muchacho reflejaban el panorama.
Él fue el primero en avanzar en dirección a la caja de madera. Alya soltó un grito ahogado.
—Es un muchacho valiente, ¿verdad?— Adrien asintió.
—Más maduro de lo que esperaba—acomodó al pequeño Louis en sus brazos y avanzó detrás de su hijo. Emma corrió tras ellos.
—¿Estás lista, amor?— Alya apretó con fuerza la mano de su esposo. Piper sonrió.
—¿Tú lo estás?
Nino se quitó la gorra y la colocó en la cabeza de su hija. Miró fijamente a la reportera.
—Adelante.
Hugo estaba de pie, frente al féretro abierto. Sus pupilas estaban dilatadas y una expresión indescifrable cruzaba su rostro. Su padre colocó una mano sobre su hombre mientras una lágrima silenciosa se deslizaba por su rostro. Louis se había tapado la cara con su suéter. Emma llegó con la respiración entre cortada.
Sus ojos estaban cerrados, una hilera de pestañas oscuras los decoraba. El cabello oscuro resaltaba sobre la seda.
—¿No es bonita?
—No...No puedo reconocerla— musitó entre dientes. — No parece mi mamá.
—Pero lo es, hijo.
—No, no...Ella no es así. – Insistió, perdiendo la calma que mantuvo durante ese año. Se alejó de forma ruda de la caja de madera. — ¡Ella no es mi mamá!
—Hugo, cálmate— Adrien trataba de detenerlo. La negación era una de las faces que se debían atravesar.
—¿Es que no lo ves?— exclamó, mirando a su padre con desconcierto.— Ella NO es mi mamá.
—Claro que lo es, los médicos lo han dicho. Las personas cambian...
—Estás equivocado, papá. Muy equivocado.
Hugo salió corriendo del lugar. Adrien bajó lo más rápido posible a Louis y lo dejó en brazos de su hermana. Estaba resultando más difícil de lo que creía.
—¿Qué pasó con Hugo?— preguntó Piper, con sus padres a sus espaldas.
—¿Qué pasó? –Repitió el matrimonio Césaire. Emma se encogió de hombros con un largo suspiro. La gente comenzaba a llegar por montones.
—No a todos nos va bien ver cosas como estas. Creo que fue demasiado fuerte para Huges... Si me disculpan, debo ir con mi padre.
La azabache siguió los pasos de Adrien. Podía escuchar, entre el murmullo general, la voz agitada de su hermano.
—¡Papá, abre los ojos!— gritó, con furia.— ¡Esa mujer no es mi mamá!
—¡Escucha, Hugo Alexander!— Adrien sujeto sus puños, que estaban levantados minutos antes.— Yo tampoco quería creer en esto, pero ya no podemos seguir creando pretextos. No podemos hacer nada, solo estar aquí y apoyarla.
Emma se escondió detrás de un arbusto, atenta a la respuesta de su hermano. Hugo se acomodó el cabello, que se había revuelto por el griterío.
—De acuerdo...— Adrien lo abrazó.
—Este es mi muchacho, ¿quieres ayudarme a recibir a los invitados?
—Sí... ¿Puedo hablar primero?
—¿Seguro? ¿No quieres que hable yo?
—No, no. Yo debo hacerlo.
La adolescente se fue a toda prisa cuando el sonido de las pisadas ya era demasiado fuerte. Sin fijarse por donde caminaba y con las ideas nubladas, su cuerpo hizo contacto contra otro.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, no se preocupe...— Emma se sacudió la hierba del vestido y le sonrió a duras penas al extraño de negro cabello. El hombre la ayudó a terminar de levantarse. — ¿Lo conozco?
—Me temo que no tengo ese honor— bromeó, arrastrando las palabras. –Una pena conocernos en estas condiciones— se agachó con gracia y le plantó un delicado beso en la mano. Emma retrocedió con un escalofrío. –Lo lamento.
La niña arrugó la nariz. Había algo en sus palabras que no sonaba sincero.
—Gracias, yo debo irme...
—¿Te han dicho que eres igual a ella?— El hombre volvió a sonreír.—Eres muy bella, ¿lo sabías?
—Me lo han dicho— contestó, seca. Y, sin querer pasar más tiempo con aquel extraño, se marchó.
En las filas centrales, se formó una gran rueda de personas. En el centro, estaba su padre.
Chloé lloraba en sus brazos.
Se abrió paso a empujones. Todos voltearon a verla y guardaron silencio.
—M&M, ellos son mis ex compañeros de preparatoria— explicó el rubio.
—Hola.
—Lo lamentamos— dijo una chica de forma rápida y directa; llevaba el corto cabello rubio con varios mechones de colores. Sujetaba la mano de (lo que supuso) su novio, un hombre alto y grande con cara amable.
—No deben de, ella está bien— aseguró.
—¿Tienes más hijos?— intervino otro, un muchacho de barba color trigo, piel bronceada y ojos grises. Tenía puesto un pants deportivo de color negro con tenis del mismo color. Se veía gracioso.
—Esas no son preguntas correctas, Kim— lo regañó otro, un moreno de anteojos y moño, mucho más bajito que el deportista.
Adrien rió un poco.
—Tengo otros dos, Hugo y Louis.
—Que lindos nombres— suspiró una bella mujer en la que Emma no había caído. Llevaba un elegante vestido con costosas joyas y encajes. El cabello rubio contrastaba con el atuendo. Tenía el porte de una princesa. — ¿Los eligió ella?
—Sí, Rose.
La tal Rose se limpió una lágrima con el pañuelo que su marido le extendía con cuidado. Un verdadero príncipe.
—Adrien, sabes que cuentas con nosotros— Adrien chocó las palmas con la mujer de cabello rosado. — Te aseguro que no quería que esto sucediera.
—Estoy de acuerdo con Alix. Ninguno quería esto— añadió su tía Lila. Acababa de llegar y el largo pelo lo tenía en un rígido moño. El resto del grupo la miró mal. En especial Alya.
—Oh, te aseguro que nadie lo quería, ¿no?— espetó Alix, con ironía. — ¿No es así?
—No discutan, no hoy...
—¿Qué pasa contigo?
—¿Qué pasa conmigo? ¿No te parece sospechoso que, a la chica que decías odiar, haya aparecido muerta?
—¡Eso fue hace años! Yo no sabía que ella era Ladybug. Yo cambié, yo me volví su amiga.
—Creo que no deberías seguir hablando— intervino el príncipe, el esposo de Rose. — No debes probarle nada a nadie si no hiciste nada malo.
Adrien observaba atentamente a la italiana. Se convirtieron en oyentes.
Kim pegó un pequeño brinco, acalorado. Chloé, Sabrina, y su hija, Évy, se mantenían agarradas de las manos.
—¿Y si mejor nos sentamos y dejamos de comportarnos como pubertos estúpidos?
—Concuerdo con Kim— Adrien tomó el mando. — Empezaremos en pocos minutos y el día de hoy ya pasaron demasiadas cosas como para que inicien una pelea.
Todos asintieron, como niños regañados y fueron tomando sus lugares. Cuando la calma ya hubiera llegado en su totalidad, el Agreste se volteó a ver a su hija.
—Acompáñame, Em— pidió Adrien. Emma obedeció. Fueron detrás de una de las pantallas y el modelo se encargó de ver hacia ambos lados antes de hablar. – Primero, quiero que me prometas que no gritarás tan fuerte como una sirena o que saldrás corriendo, como tus hermanos.
—Lo prometo, papá.
—Es por eso que eres mi niñita— le revolvió el pelo. — Necesito que dejes este sobre en el féretro. No importa quien mire, o que digan. Sólo hazlo.
—¿Qué contiene?— Adrien bajó la mirada. Necesitaba saber que contenía antes de que se perdiera en las profundidades de la tierra.
—Palabras... Veinte palabras.
En otra instancia, habría insistido hasta conseguir la respuesta. Pero esa simple palabra, valga la redundancia, era lo suficiente para explicarlo todo.
—Cuenta con ello.
—Ya dará inicio, ¿vale? El lugar está repleto. — Emma abrazó a su papá. — Inicia Hugo y luego voy yo, ¿tú no quieres dar el discurso?
—No soy capaz papá, estoy segura de que empezaría a llorar apenas y me pararan en frente de todos. Sé que esto le dolerá a mamá, pero no puedo, simplemente no puedo...
—Hey, Em, no llores...— Emma respiró con fuerza, para calmar la ansiedad. — ¿Por qué no vas a saludar a tus abuelitos? Están en la primera fila, con Hugo y Louis; ansían verte.
—Está bien.
Emma corrió en esa dirección. Adrien sacudió los hombros para relajar los músculos.
—¿A quiéeen tenemos aquí? ¡El mismísimo Adrien Agreste!
Dio media vuelta, para encontrarse de frente con un hombre un poco más alto que él. Un forastero de apariencia extravagante.
—En persona, ¿qué quiere? ¿Lo conozco?— preguntó, con desconfianza.
—Todos hacen la misma pregunta el día de hoy, señor— respondió el extranjero. — Considéreme un fan de su familia.
—En dado caso, muchas gracias, ¿cómo se llama?
—Oh, tengo muchos nombres. No importa— Él levantó el mentón con altanería—. Su pérdida la siento como mía.
—Muchos me han dicho eso.
—¡Y no es para menos! Amaba mucho el trabajo de su esposa.
Adrien se removió en su lugar, incómodo.
—Creo que debería ir al frente. Todos lo esperan.
—¿Se quedará?
—Oh, no. Tengo mucho que hacer, sólo venía de paso.
Por alguna razón, aquello lo alivió.
—Que tenga buen viaje.
—Créame, lo tendré.
OOO
—¡Sean bienvenidos!— los saludó el predicador. Era un hombre bajito y llevaba una túnica salpicada de estrellas. Todos se levantaron de las sillas. A su lado, la familia Agreste, perfectamente ordenada en la primera fila, saludaron de igual modo. –El día de hoy, no os aburriré con las palabras de un anciano. Así que, a continuación, Hugo Alexander Agreste dará inicio con los discursos.
Hugo subió al estrado, con actitud solemne y refinada. Miró una única vez a sus tarjetas y sus labios se abrieron.
—Yo soy un niño— dijo, con mucha seguridad. No planeaban dar una bienvenida, ni dejarse llevar por los presentes—, y los niños crecen. En su mayoría, los niños olvidan. Y pocos son los recuerdos que sobreviven a esto. Los niños buscan independencia, quieren salir del nido. Se vuelven adolescentes y luego, adultos. Pero, hay una cosa que no cambia en los corazones nobles y libres: El amor. El amor que sienten por sus seres queridos. El amor no se olvida. Yo... Yo olvidaré algunos detalles en un futuro. Quiero aclarar, por supuesto, que ahora soy un niño. Nunca imaginé tener que escribir algo así tan pequeño, así que no me importa si está mal. Sólo son sentimientos transformados en un discurso...
<<Olvidaré a mamá cargando las bolsas del supermercado cargadas de golosinas que nos daría solo si nos portábamos bien.
Olvidaré su tacto, tan suave como la cáscara de un durazno.
Olvidaré la manera tan particular de moverse por la cocina. Siempre manteniendo un ritmo en los pies.
Olvidaré su fruta favorita.
Olvidaré su forma de peinarme, siempre preocupándose de que sus hijos se vieran decentes.
Sí, sé que las fotografías ayudan. Pero no lo son todo. Así como olvidaré cosas pequeñas recordaré cosas valiosas.
Su sonrisa cuando me vio ganar aquel primer recital de piano, después de largos meses de ensayo a su lado.
Recordaré su voz acompañándome en las más tristes y alegres canciones.
Recordaré su perfume.
Recordaré sus abrazos y sus bromas; todo lo que hacía para secar mis lágrimas.
La recordaré como la mejor mamá que pude haber tenido.
Ella me enseñó todo lo que sé. Siempre acompañada de mi padre, o como ella lo llamaba: "El hombre de su vida". Mi mamá me enseñó que está bien y que está mal. Lo divertido y lo aburrido. Me divertí con ella, jugando junto a mis hermanos. Me aburrí con ella, cuando insistía para que estudiara el inglés. Y a pesar de que no siempre estaba de acuerdo, nunca hice lo contrario. Parecía tener siempre el control sobre todo.
Y cumpliré con algo que yo le prometí mucho antes de que todo esto sucediera.
Una canción exclusivamente para ella. Es lo menos que puedo hacer por quien me dio la vida. Por ella, quien lo dio todo por y para nosotros. Por mi mamá.
Así que espero lo disfruten...>>
Hugo caminó hasta el piano de cola recién pulido. El público lloraba, pero él se mantenía tranquilo. Su corazón por fin estaba en paz.
Conforme la canción avanzaba, y los sentimientos fluían, Hugo pudo revivir un último recuerdo junto a su mamá. Ahí estaba, con un vestido blanco y una corona de rosas, sonriéndole, orgullosa.
Cuando terminó, todos aplaudieron.
Hugo corrió a los brazos de su padre.
Ya era su turno....
—Papi— Louis jalaba de su saco. Adrien se inclinó para quedar a su altura. — ¿Puedo hablar antes que tú?
—Por supuesto que sí, campeón. Encántalos.
Louis sonrió mientras le pasaban un banquito para quedar a la altura del micrófono. Sonrió, con las mejillas tan rojas como siempre.
—¡Hola!— saludó, con el oso de felpa en brazos.— No sé muy bien que decir.... No escribí nada— Un suspiró repleto de ternura recorrió al público—. Así que seré muy sincero: Yo amaré para siempre a mi mamá. No le estoy diciendo adiós, lo sé. Yo algún día, muy en un futuro, volveré con ella. Todos volveremos a estar juntos, como una familia. Estoy seguro de que ella seguirá igual de soñadora, optimista y sonriente, como me enseñó a ser. Hoy, rompo oficialmente con el silencio. Gracias por darle tanto amor a mi mami. Ladybug siempre estará en sus corazones.
De nuevo, los aplausos recibieron con un cálido abrazo al más pequeño de los Agreste. Adrien miró a Emma por último ima vez antes de tomar el lugar de Lou. Hugo lo cargó y se encargó de arrullarlo.
Emma hubiera preferido ser una niña. Una niña pequeña sin conocimiento de la vida.
Una niña con memoria fácil de borrar y con tolerancia al dolor.
Una niña de poca edad que no pudiera recordar el rostro o la voz de su madre.
Pero la vida no fue así.
La vida le dio catorce años a su lado, compartiendo risas, memorias, experiencias. La vida le hizo tener una memoria impecable, capaz de recordar el sonido de su voz por la mañana, el llanto al ver películas románticas, su sonrisa cuando alguno de sus pequeños lograba algo. La vida la hizo amarla, la obligó a necesitarla para poder ser feliz.
Emma nunca podría ser capaz de olvidarla. Ni de sacarse su voz de la cabeza. Mucho menos de su rostro, idéntico al suyo.
Entonces, miró a su padre, caminando tembloroso hasta el frente, con las miradas de lástima puestas sobre su espalda. Aquella espalda que cargaba con tres corazones rotos aparte del suyo.
Caminaba débil, encorvado y tembloroso.
Él tampoco podía olvidar.
Envidió a Louis, a Hugo, a cada niño presente.
Recordar sería un martirio.
Todo el mundo estaba al pendiente de los gestos de su padre, que sujetaba un paraguas negro a manera de bastón. Sus zapatos chocaban contra la grava y el césped. El sonido del riachuelo lograba dar un ambiente tranquilo y nostálgico. El gran árbol que cubría el lugar elegido se mecía de forma suave, como el andar de un barco.
Hugo jugaba de forma mecánica con la tela que cubría las sillas.
Louis sujetaba el oso de felpa con firmeza y sus tíos, todos ellos, mantenían la vista al frente, con solemnidad.
Su padre sacó un par de tarjetas de su manga y aclaró su garganta. El féretro se encontraba a su lado izquierdo, con la gran corona de orquídeas y rosas en un extremo. Procuró no mirarlo mientras daba un último repaso a sus notas poco legibles. Los más morbosos habían intentado ver dentro, por lo que se encontraba cerrado.
Rostros conocidos y desconocidos lo miraban atentamente desde sus lugares, con el sol picando en la cabeza y el calor de la primavera haciéndolos sudar por la ropa oscura. Nino levantó a medias los pulgares, animándolo a continuar; los señores Dupain Cheng, en cambio, le sonrieron de forma amorosa mientras unificaban más sus manos. Adrien les devolvió la sonrisa, ellos se convirtieron en su familia. Miró a sus hijos una última vez antes de empezar con su ansiado discurso. Sería el primero de los adultos en hablar y los que querían agregar cosas después de él esperaban para formarse en un extremo.
La arpista que Hugo había insistido en contratar ya se encontraba tocando una tenue melodía seleccionada de forma minuciosa.
—Hola—empezó, con una voz amable. Los invitados se acomodaron en sus asientos. Respiró hondo y dejó que los rayos del sol acariciaran sus manos para calmarse.—Cuando Marinette, el amor de mi vida, y yo empezamos a salir tuvimos una conversación que ella no recuerda...Que ella nunca recordó—se corrigió, con un suspiro—. Para mí, en cambio, sus palabras están grabadas. Ella había tomado de más creyendo que el vino era como beber jugo de uva, yo dejo advertirle...—sonrió para sí—y en su estado empezó a decirme cosas. Cosas dulces y tiernas, cosas que ella había callado durante todos esos años en los que nosotros éramos unos adolescentes indecisos y cobardes como para confesar nuestros sentimientos. Nos encontrábamos en nuestra primera cita oficial en la que no estábamos acompañados de nuestros fieles amigos—Alya y Nino sonrieron.
<<Yo sólo la escuchaba atentamente, embelesado de su inocencia, que seguía conservándose a pesar del alcohol. Bastaba con verla, ver su cálida sonrisa y sus labios rojizos, su piel delicada y pecosa. Cada parte de ella. Se encontraba muy feliz..., libre. Su vestido ondeaba de las mangas, dándole el aspecto de un bello pájaro de plumaje eléctrico a punto de saltar a la oscuridad de la noche, para perderse en ese laberinto estrellado.
Encendió el estéreo, hablaba muy emocionada sobre la película que habíamos ido a ver. Se trataba de una película de magia y romance. A ella siempre le encantaron ese tipo de cosas. Su lado romántico salía a flote cuando veía esas películas.
Seguía soñando entre risas sobre el amor del filme. Lo mucho que ambos habían luchado para estar juntos... Y después su sonrisa se borró. Había recordado el trágico final de la asistente del mago.
La chica había muerto. Murió protegiendo el secreto del brujo, de su amado,
Marinette se desplomó contra el suelo, lamentándose del desenlace que hubo en la película. Me acerqué para consolarla y se acurrucó contra mi pecho, en busca de un refugio. Sus sollozos me partían el corazón. Estuvimos así media hora, con su cuerpo tibio abrazado al mío. Ella fue la que se separó, para verme con seriedad.
"Si yo muero joven" había dicho "No quiero que lloren por mi todo el tiempo. No quiero que la gente detenga su vida ni que mi funeral sea un día gris. Quiero usar mi vestido favorito, quiero escuchar las voces de mis seres queridos recitando palabras de amor. Quiero que sea un día alegre, bonito. Que el sonido del riachuelo me haga dormir en paz, acompañada del delicado aroma de las flores y el cantar de las aves. Quiero convertirme en alguien libre, en un arcoiris o en una brillante estrella. Brillar o dar color al mundo... Si me extrañan bastaría con ver al cielo.
Si yo muero joven, me gustaría usar una corona de flores silvestres. Perderme entre las profundidades del mar... Si yo muero joven, prometo que no será el final."
Así que aquí estamos hoy.
Cumpliendo esos deseos.
No quiero ver más caras tristes, a ella no le hubiera gustado eso... En fin, supongo que es hora de empezar con mi discurso.... Sí, el real.
Nunca antes había tenido tanto problema para escribir algo.
Cuando yo la conocí no tenía idea de que todo esto pasaría. No sabía que ella se volvería la dueña de mis pensamientos, sonrisas y lamentos. Sólo trataba de ayudarla.
Siendo Ladybug le ayudé a tener confianza y a creer en sí misma.
Siendo Marinette, sólo quería ayudarla a no sentarse en el chicle que alguien le había puesto en su asiento.
Me enamoré de Ladybug el mismo día que la conocí.
Me disculpé con Marinette ese mismo día.
Podría contarles miles de historias sobre nosotros. Sobre lo enamorados que estamos.
Puedo contarles sobre los miles de días lluviosos que se volvieron nuestros favoritos debajo de esta misma sombrilla que hoy sostengo entre mis brazos. Pero eso se volvería eterno.
Nos volvimos niños cuando uno trataba de llamarle al otro, siempre coincidiendo, y por consecuencia, marcando en ocupado.
Me ponía nervioso a su lado, cada cosa que ella hacía era mágica, perfecta.
Hoy, sigo llamando a su teléfono con la esperanza de que conteste. Es absurdo, pero así soy yo.
Puedo escuchar su voz en la contestadora. Con eso me basta.
Me gusta dejar mensajes en su buzón, preguntarle si se volvería a casar conmigo.
Yo realmente creo en la idea de que esta historia no terminó por completo. Soy fiel creyente de que la vida de mi amor no se define en que haya fallecido o no.
Es el camino que recorrimos juntos. Todos sabemos que moriremos en en algún momento, es el ciclo de la vida.
Lo que no sabemos es como y con quién viviremos; si seremos o no felices.
El misterio aquí no es como mi amada murió. En el fondo, sabíamos que ocurriría alguna día. Tal vez en veinte años o tal vez hoy. No lo sabemos.
Sólo quería recordar mi vida con ella, esos preciados momentos que me salvaron de la tragedia.
Yo no tengo padres... Corrección: Yo no tenía. Hasta que el matrimonio Dupain Cheng me aceptó en su familia. Fue como encender algo en mí. Ella siempre interponía el bienestar de los demás por encima suyo. Cuando me enteré de esto, no lo negaré, estaba destrozado.
Nuestro amor era algo más que distaba de ser superficial. Logró ser real, logramos enamorarnos de todas nuestras caras. Ella adoptó a éste gato negro.
Le estoy agradecido.
Y, también, me dejó tres maravillosos hijos que cuidaré con mi vida.
¿Lo ven? Todo lo que ella hace es mágico.
Sé que un día miraré el cielo y la estrella más brillante será ella. Nadie puede opacarla...
Me gustaría decir más cosas, presumir lo mucho que nos amamos. Pero no tiene caso. Ella lo sabe.
Y es por eso que veinte palabras se irán con ella. Veinte palabras son las que pueden definir el tan grande amor que le tengo. Ella tiene una nota, la leerá cuando lo crea conveniente.
Esas palabras, son mis veinte maneras de recordarla...>>
Más de 12,400 palabras.
Gracias por todo.
Agradecería un comentario con su opinión y preguntas sobre lo que quieran saber.
Estrellas y comentarios son bienvenidos.
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