Arrebol.
N/A: Deben escuchar la hermosa canción de multimedia (You are beautiful) <3
Arrebol.
Cuando las nubes adquieren un color rojo al ser iluminadas por el sol.
El artista tenía el block de dibujo entre las piernas y una lata de cerveza fría en las manos.
Estaba sentado solo, frente a la barra, mientras escuchaba atento los sonidos de aquel bar tan famoso. Las bolas de billar chocar unas contra otras, los sonidos de copas brindando, las luces caóticas y los humos vibrantes, las canciones embriagantes y los cuerpos acalorados. Grupos de amigos riendo de manera absurda ante cualquier minimidad.
Perfecta noche de viernes como para pasarla solo.
Suspiró, ya se le estaba haciendo una costumbre.
El barman le proporcionaba una lata cada que el pelirrojo hacía una seña con la mano, mientras que con la otra, agitaba velozmente su lápiz en el aire en busca de ideas. Es como si toda su inspiración hubiera sido usurpada de la noche a la mañana. Frunció el ceño, no estaba muy contento. Debía presentar su pintura final antes de que el plazo terminara para por fin ver su arte en el museo Louvre.
Durante todos esos años, su musa siempre había estado presente en su vida, pero, ahora, ya casi no la veía. Es por eso que la inspiración lo había abandonado.
Miró de reojo el gran reloj que colgaba en una pared, marcaba las nueve en punto.
My life is brilliant
My life is brilliant
My love is pure
I saw an angel
Of that I'm sure
She smiled at me on the subway
She was with another man...
Se jaló de la coleta de caballo, comenzaba a experimentar la frustración. Bebió otro buen sorbo de su cerveza, helada como le gustaba, y sintió la necesidad de mojarse la cara con agua.
Si no se calmaba y empezaba con el boceto, no podría pasarlo al lienzo, si no lo pasaba al lienzo, no lo pintaría. Si no lo pintaba a tiempo, el museo no recibiría sus demás cuadros. Si el museo no lo aceptaba, jamás sería un artista de renombre.
Y entonces, fracasaría.
O tal vez estaba exagerando un poco.
Después de todo, ocho meses era bastante tiempo.
Recorrió el acogedor lugar con la mirada, era un bar familiar, no como esos de mala muerte en donde los sujetos no te dejaban avanzar ni siquiera dos pasos. Algo debía inspirarlo y hacerlo sacar el potencial del grafito. Una fina arruga se marcó en su frente, debía visualizarla...
La campanilla de entrada repiqueteó con brusquedad, y una chica entró dando tumbos con los puños apretados, llamando la atención de unos cuantos. Nath volteó a verle. Le parecía sumamente familiar.
La chica, que tenía cara de pocos amigos, agarró un banco junto a él, con modos bruscos. Se apartó un poco el flequillo púrpura que cubría la mitad de su rostro y se subió al banquillo, de brazos cruzados.
—Un whisky— pidió, con la voz quebrada. Al parecer, no era el único en tener un mal día. —¿Te conozco?
Nath pegó un respingo, la chica lo había pillado mirándola. Y esos ojos ambarinos ahora estaban posados en él. Poco a poco, las tuercas de su cerebro comenzaron a girar, y al parecer, las de la chica también, porque los ojos de ambos se abrieron de manera cómica.
—¿Juleka? ¿Nathaniel?— preguntaron casi al unísono.
Los dos sonrieron con timidez, y aquellos gestos malhumorados desaparecieron, un tanto incómodos de encontrarse en esa situación. El barman le entregó una copa a Juleka y se marchó guiñándoles un ojo a los dos.
—Es... Muy extraño verte por aquí— comentó el pelirrojo recargándose en la barra luminosa. Juleka se encogió de hombros, meneando el cabello negro con degradado morado y con una diminuta sonrisa en los labios coloreados de marrón. Sin dudas, Juleka seguía manteniendo su particular estilo.
—Lo mismo digo, nunca imagine que fueras de esos muchachos, ya sabes...Que les gusta beber. — Admitió la gótica, jugueteando con la aceituna de su copa, a la que apenas le había dado un pequeño sorbo que subió por su garganta. Nathaniel bebió un poco de su lata, un tanto avergonzado.
—En ocasiones es necesario. ¿Y tú? ¿Qué te ha hecho venir aquí? Creí que habías ido a Italia de intercambio con Rose a la Universidad.
Los ojos ambarinos, similares a los de un lobo, se oscurecieron. En el rostro de Juleka, una mueca de dolor era visible.
—Italia no era para mí. Yo no era necesaria. — Dijo, arrastrando las palabras. Nathaniel esperó, no la obligaría a contarle. — Digamos que era un mal tercio.
—Ah, ya veo...
—Fui estúpida, Nathaniel. Lo fui. — De nuevo, el rostro antipático se hizo presente. Juleka no necesitó un intensivo para soltar la historia, — No sé cómo pude creer que podría llegar a tener una oportunidad...
—¿Oportunidad?— Juleka sonrió de medio lado, como aquel que recuerda una linda tarde de verano.
—Con Rose, creo que es muy obvio— Nathaniel levantó ambas cejas. — Sí, lo sé. Me enamoré de algo imposible...
El artista suspiró al mismo tiempo que la chica. Él también seguía enamorado de algo imposible, tanto así, que por esa razón no se había marchado de Francia. Era increíble como dos personas podían dejar de verse por años y contarse tales cosas como si siempre hubieran sido amigos.
—Te comprendo— dijo, en voz alta. — Yo sigo aquí, en espera de algo que sé que jamás me pertenecerá. — Juleka desvió la vista.— No tienes por qué avergonzarte, fuiste valiente. Lo intentaste.
—Me ganaron— contestó, dolida— me ganaron en una competencia en la que nadie sabía que yo participaba. Me ganó él, el perfecto príncipe que todo el mundo adora. Me ganó él, su primera ilusión, su primer amor... Perdí. Ya no tengo idea de que hacer...— contuvo un sollozo, y lo calló con una bebida a su copa. — Sabía que quedarme no me ayudaría. Mierda, pura mierda... —golpeó la barra con el puño, imponente. — ¿Puedes creer que me ha pedido ser la madrina de su boda? ¡Casi me da un infarto cuando me lo pidió! Ella heredará una fortuna, vivirá en el cuento de hadas que siempre deseó. Es una idiota, la odio...
—Está bien...
—No, no lo está, porque no puedo odiarla— volvió a suspirar. — Supongo que debo empezar a dejarla ir.
—Creo que es lo correcto.
Juleka le sonrió.
—Eres buen consejero. — Bromeó, ante la timidez del chico. Aunque realmente no necesitara un consejero, si no alguien que pudiera escucharla sin juzgarla. Ya se había resignado a renunciar a Rose. — Ahora, es tú turno.
—¿Mi turno?— se sorprendió el artista, mientras Juleka reía con calidez.— No tengo nada bueno que contar, mi vida consiste en estar manchado de pintura y encerrado entre cuatro paredes blancas.
—¿Cómo en un manicomio?— Nathaniel soltó una carcajada. Juleka no era para nada como la recordaba, para empezar, ya no era una chica callada e indecisa. Le agradaba.
—Sí, esa es la perfecta descripción de un pintor— ambos adultos sonrieron con complicidad— nos volvemos locos de creatividad y nuestra mente no es capaz de contenerla, por eso recurrimos al lienzo.
—Que linda metáfora, ¿eh?— la gótica le dio un pequeño codazo amistoso. — Me alegro mucho de que estés cumpliendo tu sueño de ser pintor. Todavía recuerdo cuando vi tus dibujos por primera vez cuando se te cayeron en clase de química— sus ojos brillaron con picardía— y todos eran acerca de Marinette.
—Déjame decirte, — se lamentó Nathaniel— que eso no ha cambiado mucho.
—¿Sigues enamorado de ella?— preguntó ella, comprensiva. Nathaniel bufó y se jaló del flequillo. — Tomaré eso como un sí.
—Bueno, entonces, ¿para qué has preguntado?— replicó, de malhumor, a lo que Juleka se cruzó de brazos.
—¿Sabes? Yo nunca entendí porque si ella te gustaba tanto, faltaste aquel día del baile para dejarle el camino libre a Adrien.
—Yo no falté por gusto— el dolor era presente en las palabras. — No me invitaron.
Juleka abrió la boca.
—No, eso no es cierto, yo escuché cuando Marinette dijo que te mandaría la invitación...
Nathaniel había faltado por cuestiones de salud al instituto durante el último mes de clases. Por lo tanto, no estaba en contacto con nadie de la clase.
—Marinette, las invitaciones no las considero necesarias...— La ojiazul sonrió, confiada, mientras su amiga Alya anotaba cosas en su libreta. Como miembros del comité de planificación, debían pasar la hoja con los detalles al director Damocles para antes del mediodía. — Ya todos están enterados del evento.
—¡Pero es la tradición, Alya! No un simple correo electrónico. — Argumentó Marinette, con ojos soñadores. — ¿Qué pasa si no tienes el email de alguien?
—Lo consigo a toda costa, ¿qué sino? Además, es más fácil conseguir un email que la dirección de una persona. —La morena sonrió con superioridad.
—Por favor, por favor— pidió la diseñadora, con esos ojos de cachorro que volvían inmune a Alya. — ¿No crees que será bonito abrir el correo y ver una hermosa invitación que despedirá los mejores años de tu vida? ¡Y ya están listas! ¿De verdad piensas desperdiciarlas?
Alya se quedó callada un momento, pensativa. Al cabo de un rato, terminó por suspirar, rendida.
—De acuerdo, haré una lista de todos, te la paso al rato por si alguien falta y lo anexas. Después, ya le daremos las invitaciones a Adrien para que las lleve al correo.
—¡A la orden!
Tiempo después, Alya se encargó de hacerle pasar la lista a Marinette, donde ya todos los asistentes se habían apuntado, junto a su dirección. Marinette la revisó con minucioso cuidado, y, cuando frunció el ceño y sacó la lengua, Alya supo que alguien había faltado.
—¿Por qué no está Nathaniel?— Alya la miró sin comprender.
—¿Quién es Nathaniel...? ¡Auch!
—¿Cómo que quién? ¡El chico de cabello rojo que siempre se sentaba detrás!— respondió su amiga, indignada, mientras garabateaba los datos del muchacho en la hoja.
—Ah, no me eches la culpa. Él la tiene por no hablar mucho...Bien, lo agregamos y ya. — Concluyó. — No creí que te molestarías tanto por su ausencia— agregó, con una sonrisa mordaz.
—Al contrario que tú, yo me preocupo por mis compañeros— bromeó Marinette, mientras Alya y ella reían.
Las dos mejores amigas caminaron hasta el gimnasio, donde el resto de sus amigos se encontraban ayudando en otros tantos preparativos. Adrien las saludó apenas las vio entrar y corrió en ayuda de Alya, quien cargaba con la caja de las muchas invitaciones.
—Hola, chicas, ¿qué tal?
—Bien— contestaron ambas, con una sonrisa amable. — Queríamos saber si puedes llevar las invitaciones al correo.
—¡Por supuesto! ¿Ya están listas?
—Todas y cada una de ellas— respondió Marinette con orgullo. Adrien le sonrió.
—Perfecto, entonces. Las veo en unas horas.
El modelo salió del lugar, con aquella caja en manos. Plagg, su kwami, curioso por naturaleza, salió de su bolsillo para observar atento la caja.
—¿Qué son esas cosas?— inquirió con su voz cómica.
—Invitaciones.
—Oh, que emocionante— comento con sarcasmo el pequeño gato negro. — ¿Quiénes irán?
—Supongo que todo el colegio...¡Eh, no!— Era muy tarde, el gato ya había atravesado la tapa de la caja. El sonido de papel chocando contra el cartón lo siguió durante la bajada de los escalones de entrada, donde su guardaespaldas aguardaba en el auto.
—¡Uhh! Hay algo interesante aquí— el kwami había abierto la tapa y entre sus patitas, sostenía una sola invitación. —Adrien, debes de ver para quien va esta.
—No me interesa, Plagg. Debo llevarlo al...
—Al correo, sí. ¿Por qué eres tan aburrido?— rodó los pequeños obres verdes arrepentido de haber sido designado a un portador tan recto. — Sólo mira.
Adrien tomó la invitación, de mala gana, solo para que la gente que caminaba por ahí no lo viera como si estuviera loco. Leyó con atención el destinatario y apretó los puños, arrugando el delicado papel.
—¿Y esto qué?
—¿Cómo? ¿No has entendido?— exclamó el kwami con obviedad. — Sí aquel sujeto, Nathaniel, va al baile, te puede bajar a Marinette. No debes dejar que él vaya.
—Plagg, no lo sé... No sería correcto. — Suspiró, comprendiendo lo que su amigo insinuaba.
—Escúchame, Agreste— lo regañó su kwami, señalando con una pata. — Por una vez en tú vida, debes escoger: Tú felicidad, o hacer lo "correcto". Decide.
Adrien hizo un puchero. Plagg tenía demasiada razón, pero, ¿Nathaniel se enteraría que fuera él? ¿Le afectaría? No, seguro que no. Si no se enteraba, no habría daño. Con los ojos cerrados, rompió el papel en miles de pedazos y los aventó por sobre su hombro, en los arbustos. Plagg aplaudió.
—Si alguien pregunta, nada pasó.
—¿Y quién me preguntaría a mí, si soy una criatura que supuestamente no existe?
—Supongo que se habrá perdido en el correo— asumió Juleka, con un suspiro. Ambos dieron un sorbo.— No te perdiste de nada interesante.
—Claro— ironizó, mientras unos hoyuelos se formaban en su rostro al sonreír. Ya no era un niño y el paso de los años era evidente. De cierta manera le favorecía.—Sólo perdí al amor de mi vida.
Fue el turno de Juleka de sonreír con superioridad.
—No, te equivocas, Nath. Puede que la quisieras, que te gustase, pero dudo mucho de que Marinette fuera el amor de tu vida.— Explicó la chica, pidiendo un plato de alitas al barman.
—Tú no sabes nada— comentó el pelirrojo, a la defensiva. Ella no se dejó intimidar.
—En realidad sí. El amor de tu vida es aquella persona con la que no te cuesta formular un futuro, que con solo mirarla, ya sabes que todo marchará bien y que será seguro que estarán juntos. Es aquella persona con la que no te importa ser tú mismo, las barreras se rompen, los temas fluyen solos...Y es muchas veces, quienes menos te lo esperas. Dime, Nath, ¿te imaginabas casado con Marinette?
—No. Pero no significa que por eso...
—El amor de tu vida, es aquel con el que deseas pasar cada segundo de toda tu existencia. Te imaginas lo imposible, te mueres por su compañía. Y, tristemente, es confundido con el amor platónico. Una ilusión demasiado tentadora que no dura eternamente.— Juleka dio un mordisco a sus alitas, aprovechando que Nathaniel miraba al vacío.—Debes hacer algo para superarla.
—En realidad, creo que ya es muy tarde.— El pelirrojo, adquirió la misma tonalidad de su cabello.
—¿Qué hiciste, Nathaniel?
—¿Te enojaría si te dijera que, prácticamente, he realizado como cien cuadros inspirados en ella?— La alita que iba en dirección a la boca de Juleka cayó a medio camino, terminando en el suelo.— ¿Y qué además estarán en el museo Louvre dentro de ocho meses?
La gótica casi se cae del banco.
—Santos croissants, Nathaniel— musitó, impresionada.— Debes invitarla.
—¿Qué?— ¿Acaso había escuchado bien? Juleka, la chica que momentos antes le estaba diciendo que la superara, ¿le estaba dando permiso de invitarla?
—¿Segura? ¿Crees que quiera ir?— Ella asintió, convencida.
—Podrás darte cuenta de que fue un enamoramiento de adolescente y caminarás hacia el futuro— comentó, alegre. Ambos adultos se sonrieron mutuamente un tiempo, hasta que sus ojos cayeron en el gigantesco reloj y se dieron cuenta de que ya era cuarto para las once.
—¡Lo lamento mucho Juleka, pero debo irme ya!— se apresuró Nathaniel, levantándose con torpeza del banquillo. Su cuaderno de dibujos se cayó al suelo, y Juleka se inclinó para ayudarle.
—Wow, Nathaniel, tus dibujos son preciosos— El muchacho se ruborizó, agarrando los papeles que la chica le extendía. –Estoy segura de que en poco tiempo, estarás tan ocupado que será un milagro que volvamos a encontrarnos.
Nathaniel negó con un gesto de cabeza.
—Para nada, de hecho, me ha gustado mucho hablar contigo.— Ambos se levantaron.— ¿Te gustaría que nos viéramos el siguiente viernes a la misma hora?— Ni siquiera supo porque había hecho la pregunta, ya que al momento se arrepintió de hacerla. Juleka, al ver que el artista estaba más rojo de lo usual, asintió con una sonrisa.
—Me encantaría— afirmó— y también me ha gustado estar contigo.
Juleka extendió la mano. Nathaniel la miró sin saber qué hacer. No podía dejarla tendida.
—De acuerdo—se estrecharon las manos.
Y, después de muchos años sin sentirlo, Nath sintió cosquillas en el estómago.
...
Nathaniel esperaba la llegada del subterráneo.
Como era su costumbre, tenía su cuadernillo de dibujos en las manos.
El frío de la mañana bajaba por el techo de luces de la estación, creando una paleta de diversos azules que asemejaban al movimiento de las olas. Por supuesto, el artista se aprovechó de ello y en poco tiempo, la hoja en blanco se llenó con la marea.
Levantó un momento la vista, para confirmar algunos detalles y, del otro lado del andén, una bella chica de cabello azulado y amplia sonrisa, le quitó el aliento. Si no hubiera sido por la ayuda de Juleka quien le proporcionó valor para contactarla no habría vuelto a ver a la chica más hermosa de París.
Marinette Dupain Cheng sostenía un maletín en las manos, y una bonita boina roja resaltaba por sobre su melena oscura. Nathaniel tuvo el instinto de correr a saludarla, pero no tenía magia como para poder brincar por sobre las vías. Así que se limitó a dibujarla, podía ser el cuadro que le faltaba. Además, ya habían quedado en un lugar para poder él entregarle la invitación de honor para la muestra de arte en donde ella sería la protagonista.
Subió al vagón, y tomó asiento, quedando enfrente de él la ventana del otro tren. Con un suspiro, volvió a levantar la mirada. Y se encontró con unos traviesos ojos celestes observándolo.
Por alguna extraña razón, no sintió lo que esperaba.
Saludó con la mano y Marinette le devolvió el saludo, además de hacerle una seña que Nathaniel entendió al momento. Ambos se bajarían en la siguiente parada.
You're beautiful, you're beautiful
You're beautiful, it's true
I saw your face in a crowded place
And I don't know what to do
Because I'll never be with you
El pelirrojo corrió hasta su andén, donde la parisina lo esperaba en una banca. Estaba más hermosa que nunca.
Marinette y él se abrazaron a modo de saludo. El cabello de Marinette olía a cerezas. Es como si nunca se hubieran dejado de ver.
—Qué suerte encontrarte— dijo Marinette, mientras buscaba un poco en su maletín. — Porque justo iba camino a tu casa.
—¿A mi casa?— sonrió el pelirrojo, ilusionado.
—Tenía que dejarte esto. — Le extendió una invitación, bastante bonita a decir verdad. —Espero puedas asistir.
El corazón de Nathaniel le bajó hasta los pies.
—Marinette, ¿esto es...?
—Sé que no te llevas bien con Adrien, lo entiendo— explicó la chica— pero es un día muy importante para mí y me encantaría que fueras. Es dentro de cinco meses. No puedes faltar, Nath.
Él se mordió los labios.
Ella se casaría.
No, no, no, ¿cómo la invitaría ahora a su exposición en el Louvre? ¿Con qué cara la miraría en su exposición cuando Marinette, (ya casada) se diera cuenta de lo obsesionado que estaba con ella?
—No faltaré.
Marinette sonrió con más ganas.
—¿Y tú? ¿Para qué necesitabas verme? ¿Todo marcha bien?— Nath metió las manos en sus bolsillos, donde estaba su respectiva invitación honorifica para la muestra artística, la dobló con fuerza.
—Sólo quería saber que tal te marchaba, he visto tú última colección. Eres muy talentosa. — Marinette sonrió con nerviosismo.
—Y a mí no me sorprendería ver alguno de tus cuadros colgado en el museo Louvre algún día.
"Ni te lo imaginas" pensó mientras forzaba una sonrisa.
...
.
—¿Juleka?— preguntó, mientras del otro lado de la línea descolgaban la bocina.
¿Qué tal, Nath, todo bien?
—Me invitó a su boda.
¿Qué? ¿De qué hablas?
—Marinette se casará.
Oh...Nath, lo lamento...
—No la invitaré a la muestra.
¿Por qué? ¡Debes hacerlo!
—No, es un caso perdido ¿Sabes? Me gustaría verte, necesito ayuda...
Claro, nos vemos en el lugar de antes, ¿vale? Lo superaremos juntos.
—Sí, juntos.
Si quieres, yo pago los tragos.
Nathaniel sonrió, con el teléfono pegado a la mejilla.
—Vale, pero a la siguiente pago yo.
...
.
—Marinette, te ves preciosa. — La novia sonrió, mientras se acomodaba el velo. Ambos estaban en la entrada de la iglesia. El artista se las había arreglado para colarse en el cuarto, pues era una verdadera locura allá afuera. Fue una encantadora coincidencia que en ese mismo cuarto estuviera refugiada Marinette, frente a un pequeño tocador —Nunca me hubiera imaginado que tú eras Ladybug, ¿eh?
—¿Tú crees? Yo lo consideraba muy obvio— Nathaniel le ayudó con los pasadores, pues sus manos temblaban de la emoción y no era capaz de colocar el velo. — Gracias.
—Eres hermosa, Marinette. Siempre lo has sido. — Marinette lo miró enternecida, mientras revolvía con cariño su cabello, que siempre le recordó al atardecer, en ese preciso momento en que los colores formaban un arrebol rojo por sobre las suaves nubes. — Y el día de hoy, no hay mujer más bella que tú, te lo aseguro.
—Eres muy amable, Nathaniel— agradeció la chica—, aun no entiendo porque faltaste al último baile.
El muchacho se encogió de hombros, ya no valía la pena averiguarlo. El pasado ya no importaba.
—Bueno, Marinette, creo que debemos salir, ¿no crees? No podemos dejar al novio esperando por mucho tiempo allá afuera. —Sugirió el artista, de nuevo, con una sonrisa forzada. Marinette se agarró de su brazo y salieron del pequeño cuarto.
Afuera, Tom, el padre de Marinette, le agradeció al muchacho por acompañar a su hija en un momento tan importante. Ella le guiñó el ojo antes de pasar el umbral, mientras Alya y Sabine, su madre, caminaban detrás, levantando la larga cola del vestido.
Juleka apareció a su lado, con un vestido magenta. Nathaniel la saludó con entusiasmo. Junto a al gótica, estaban Rose y el príncipe Alí. Ambos dejarían ir ese día a dos personas importantes.
Yes, she caught my eye
As she walked on by
She could see from my face that I was
Fucking high
And I don't think that I'll see her again
But we shared a moment that will last till the end...
...
.
.
.
—Nathaniel, cariño, ya me voy ¿Seguro que no vas?
—No, Jules. No seré bien recibido allí.
—¡Pero incluso irá Chloé! Nathaniel, por favor...
—No puedo, amor, no puedo. No lo soportaría. Prefiero quedarme con el recuerdo que tengo.
—No se puede vivir a base de recuerdos, Nath. –Suspiró su novia— A Marinette le hubiera gustado que estuvieras presente.
—A Marinette no le gustaría que este día fuera triste.
Juleka guardó silencio, rendida. Sabía lo mucho que aquello había afectado al sensible artista. Nathaniel estaba sentado, frente al cuadro de la chimenea. No dejaba de contemplar esos ojos celestes, rodeados de la icónica máscara roja que tantas dudas había causado. Su musa, su inspiración.
Nathaniel había abandonado la pintura. Y Juleka no lo juzgaba, por mucho que le doliera que él siguiera prefiriéndola.
—Sí tú no vas, yo no voy.
—No eres capaz...
—Amor, por favor, de verdad piénsalo. No necesito que hables, solo ve....
—Odio el negro.
—Eso no dijiste cuando te me declaraste.
Nath esbozó una débil sonrisa, mientras la gótica se acurrucaba a su lado. Ambos miraron el reloj. La cita era a las cinco.
—Ella era hermosa, ¿no crees?
—Tan hermosa como un ángel. Y a los ángeles no les gusta estar solos. — Bastó esa simple frase, para que ambos se incorporaran.
—De acuerdo, Jules, tú ganas, vamos. Sólo promete una cosa— el artista suspiró— si lloro, ¿me secarías las lágrimas?
—Siempre lo he hecho.
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