LA ISLA OSCURA
Tras aquella aventura siguieron navegando hacia el sur y un poco al este durante doce días con viento moderado, el cielo despejado la mayor parte del tiempo y un tiempo cálido, y no vieron ni aves ni peces, a excepción de una ocasión en la que avistaron ballenas que lanzaban chorros de agua al aire a lo lejos, desde estribor. Lucy y Reepicheep jugaron innumerables partidas de ajedrez durante aquellos días.
Luego, en el día decimotercero, Edmund y Mariam desde la cofa, vieron lo que parecía una enorme y oscura montaña alzándose del mar por babor.
Cambiaron de rumbo y se dirigieron hacia aquella tierra, principalmente a remo, ya que el viento no les era útil para navegar al nordeste. Al caer la tarde se encontraban todavía a una distancia considerable, así que tuvieron que remar toda la noche.
A la mañana siguiente el tiempo era bueno pero prevalecía una calma total. La oscura masa se encontraba al frente, mucho más cercana y grande, pero todavía muy borrosa, de modo que algunos pensaron que seguía estando muy lejos y otros que se introducían en un banco de niebla.
Alrededor de las nueve de aquella mañana, de un modo repentino, estaba ya tan cerca que se dieron cuenta de que no se trataba de tierra, ni tampoco de una niebla normal y corriente. Era una Oscuridad. Resultaba bastante difícil de describir, pero sabrás cómo era si te imaginas mirando el interior de la boca de un túnel; un túnel tan largo o tortuoso que no se puede distinguir la luz en el otro extremo.
Así sabes qué aspecto tenía. Si anduvieses por ese túnel, durante un corto trecho podrías ver los raíles, las traviesas y la gravilla a plena luz del día; luego llegaría un punto en el que estarían en penumbra; y entonces, de un modo repentino, pero sin una línea divisoria definida, desaparecerían totalmente en una negrura uniforme y compacta. Lo mismo sucedía allí.
Durante una corta distancia por delante de la proa podían ver el oleaje de las brillantes aguas azul verdoso. Más allá, veían como las aguas aparecían descoloridas y grises como lo harían entrada la tarde; pero un poco más lejos, todo era una negrura total como si hubieran llegado al borde de una noche sin luna ni estrellas.
Caspian gritó al contramaestre que mantuviera la nave apartada de aquello, y todos excepto los remeros se abalanzaron al frente y miraron desde la proa. Pero no había nada que ver. A su espalda estaba el mar y el sol; ante ellos, la Oscuridad.
—¿Vamos a entrar aquí? —inquirió Caspian finalmente.
—Yo no se lo aconsejaría —respondió Drinian.
—El capitán tiene razón —dijeron varios marineros.
—Creo que opino lo mismo —indicó Edmund.
—Cobardes —murmuró Mariam ganándose una mira de desaprobación de parte del pecoso.
Lucy y Eustace no dijeron nada, pero se sintieron muy satisfechos por el giro que parecían tomar los acontecimientos. De repente la voz clara de Reepicheep se abrió paso en medio del silencio.
—Y ¿por qué no? —dijo—. ¿Quiere explicarme alguien por qué no?
Nadie tenía ganas de discutir, de modo que el ratón continuó:
—Si me dirigiera a campesinos o esclavos —manifestó—, podría suponer que esta sugerencia estaba movida por la cobardía. Pero espero que jamás se diga en Narnia que una tripulación de personas nobles y reales en la flor de la edad pusieron pies en polvorosa porque les asustaba la oscuridad.
—Pero ¿de qué serviría abrirse camino por entre esa oscuridad? —inquirió Drinian.
—¿Servir? —replicó la azabache —. ¿Servir, capitán? Si al decir servir os referís a llenar nuestros estómagos o nuestras bolsas, confieso que no servirá de nada. Por lo que yo sé no salimos a navegar en busca de cosas que pudieran servir sino en busca de honor y aventuras. Y aquí tenemos una aventura tan grande como jamás se haya oído contar, y también, si damos la vuelta, un gran motivo de censura a nuestro honor.
Varios marineros mascullaron por lo bajo cosas que sonaron algo así como: «Al cuerno con el honor», pero Caspian dijo:
—Vaya, maldito seas, Reepicheep y tu también Mariam. Ojalá los hubiera dejado en casa. ¡De acuerdo! Si lo expresas de ese modo, supongo que tendremos que seguir adelante. A menos que Lucy prefiera no hacerlo…
Desde luego, Lucy habría preferido no hacerlo, pero lo que dijo en voz alta fue:
—Por mí, adelante —ante aquella planas Mariam la abrazo en su rostro se podía ver el deseo de nuevas aventuras.
—Su Majestad ordenará encender luces al menos, ¿verdad? —dijo Drinian.
—Por supuesto —respondió Caspian—. Ocupaos de ello, capitán.
Así pues, se encendieron los tres fanales, en la popa, la proa y la punta del mástil, y Drinian ordenó encender dos antorchas en medio del barco. Las luces resultaban pálidas y débiles bajo los rayos del sol. Entonces a todos los hombres, excepto a algunos que se quedaron abajo con los remos, se les ordenó subir a cubierta, armados de la cabeza a los pies y se los ubicó en sus puestos de combate con las espadas desenvainadas. A Lucy, junto con dos arqueros, la enviaron a la cofa militar con los arcos tensados y flechas listas para ser disparadas. Rynelf se quedó en la proa con su cabo listo para sondear la profundidad. Reepicheep, Edmund, Mariam, Eustace y Caspian, cubiertos con relucientes cotas de malla, lo acompañaban. Drinian se ocupó de la caña del timón.
—Y ahora, en nombre de Aslan, ¡adelante! —gritó la azabache.
—Con golpes de remo lentos y uniformes. Y que todos los hombres permanezcan en silencio y mantengan los oídos atentos para recibir órdenes —siguió Caspian
Con un crujido y un gemido, el Viajero del Alba empezó a deslizarse lentamente al frente mientras los hombres comenzaban a remar. Mariam y Lucy, en lo alto de la cofa militar, dispusieron de una magnífica visión del momento exacto en que penetraron en la oscuridad. La proa había desaparecido ya antes de que la luz del sol abandonara la popa. Vieron cómo se desvanecía. La popa dorada, el mar azul y el cielo estaban bajo la luz del día un instante, y al siguiente el mar y el cielo se esfumaron, el fanal de popa —que antes apenas se destacaba— era entonces lo único que indicaba el punto donde finalizaba la nave.
Frente al farol veía la figura oscura de Drinian agachada junto a la caña del timón. Por debajo de ella las dos antorchas hacían visibles dos pedazos pequeños de la cubierta, y centelleaban sobre espadas y cascos, y al frente existía otra isla de luz en el castillo de proa. Aparte de eso, la cofa militar, iluminada por la luz de la punta del mástil que se encontraba justo encima de la niña, parecía un pequeño mundo con luz propia flotando en la solitaria oscuridad. Y las luces mismas, como sucede siempre con las luces cuando hay que encenderlas fuera de su hora apropiada, parecían espeluznantes y anormales. Advirtió, también, que sentía mucho frío.
Nadie supo cuánto tiempo duró aquel viaje al interior de la oscuridad. A excepción del chirriar de los escálamos y el chapoteo de los remos, nada indicaba que se movieran. Edmund, que atisbaba desde la proa, no conseguía ver otra cosa que el reflejo del fanal en el agua delante de él. Parecía una especie de reflejo untuoso, y las ondulaciones producidas por la proa al avanzar se veían pesadas, menudas y sin vida. A medida que transcurría el tiempo todos, excepto los remeros, empezaron a tiritar de frío.
Repentinamente, de alguna parte —nadie tenía el sentido de la dirección claro a aquellas alturas— les llegó un grito, bien de una voz inhumana o de alguien presa de tal terror que casi había perdido su humanidad.
Caspian intentaba hablar —tenía la boca reseca— cuando la voz aguda de su hermana, que sonó más fuerte que de costumbre en aquel silencio, se dejó oír.
—¿Quién anda ahí? —chirrió—. Si eres un enemigo, no te tememos, y si eres un amigo, tus enemigos aprenderán a temernos.
—¡Misericordia! —gritó la voz—. ¡Misericordia! Aunque no seáis más que otro sueño, tened misericordia. Subidme a bordo. Subidme, aunque me matéis luego. Pero en nombre de todo lo que es misericordioso no os desvanezcáis y me dejéis en esta tierra horrible.
—¿Dónde estás? —llamó Caspian—. Ven a bordo y sé bienvenido.
Se oyó otro grito, que tanto pudo ser de alegría como de terror, y en seguida comprendieron que alguien nadaba hacia ellos.
—Preparaos para izarlo, amigos —indicó Caspian.
—Sí, sí, Majestad —respondieron los marineros.
Varios se agolparon en el lado de babor con cuerdas y uno, inclinándose todo lo que pudo sobre el costado, sostuvo la antorcha. Un rostro frenético y pálido apareció en la negrura de las aguas, y entonces, tras unos cuantos forcejeos y tirones, una docena de manos amistosas consiguieron izar al desconocido a la cubierta.
Edmund se dijo que jamás había visto a un hombre con un aspecto tan espantoso. Si bien no parecía precisamente anciano, sus cabellos eran una desgreñada pelambrera blanca, tenía el rostro delgado y macilento y, por toda ropa, llevaba unos cuantos harapos mojados. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, que estaban tan abiertos que parecían carecer de párpados, y miraban como presas de un pánico mortal. En cuanto sus pies alcanzaron la cubierta dijo:
—¡Escapad! ¡Escapad! ¡Levad anclas y escapad! Remad, remad, remad con todas vuestras fuerzas para alejaros de esta costa maldita.
Ante aquellas palabras el azabache tomó el brazo de Mariam y la coloco tras de él, pues aún no conocían las intenciones de aquel hombre.
—Sosegaos —dijo Reepicheep—, y contadnos cuál es el peligro. No estamos acostumbrados a huir.
El desconocido se sobresaltó terriblemente al oír la voz del ratón, cuya presencia no había advertido aún.
—De todos modos huiréis de aquí —jadeó—. Ésta es la isla donde los sueños se hacen realidad.
—Ésa es la isla que he estado buscando durante tanto tiempo —observó uno de los marineros—. Siempre imaginaba que, si desembarcábamos aquí, resultaría estar casado con Nancy.
—Y yo que volvería a encontrar vivo a Tom —dijo otro.
—¡Necios! —exclamó el hombre, dando una rabiosa patada contra el suelo—. Ésa es la clase de palabrería que me trajo aquí, y habría sido mejor que me hubiera ahogado o que no hubiera nacido jamás. ¿Oís lo que digo? Aquí es donde los sueños… los sueños, ¿comprendéis? Se hacen realidad, se materializan. No las ilusiones: los sueños.
Se produjo apenas medio minuto de silencio y a continuación, con un gran estrépito de armaduras, toda la tripulación descendió atropelladamente por la escotilla principal tan de prisa como les fue posible y se arrojaron sobre los remos para remar como nunca lo habían hecho antes; y Drinian giró inmediatamente el timón, y el contramaestre marcó el ritmo de las paladas más veloces que se conocen en el mar. Nadie había necesitado más de medio minuto para recordar ciertos sueños que habían tenido —sueños que hacen que uno sienta miedo de volverse a dormir— y darse cuenta de lo que significaría desembarcar en un país donde los sueños se hacen realidad.
Únicamente Reepicheep permaneció impávido.
—Majestad, Majestad —dijo—, ¿vais a tolerar este amotinamiento, esta cobardía? Esto es pánico, esto es una huida vergonzosa.
—Remad, remad —rugió Caspian
—Nos va la vida en esto. ¿Está bien encarada la proa, Drinian? Puedes decir lo que quieras, Reepicheep. Hay cosas a las que ningún hombre se puede enfrentar —prosiguió Mariam.
—En ese caso, tengo la buena suerte de no ser un hombre —repuso éste con una reverencia muy estirada.
Lucy lo había escuchado todo desde las alturas En un instante aquél de todos sus sueños que con más intensidad había intentado olvidar regresó a ella con tanta nitidez como si acabara de despertar de él. ¡De modo que era eso lo que había detrás de ellos, en la isla, en la oscuridad! Por unos segundos deseó bajar a la cubierta y estar con Edmund, Mariam y Caspian. Pero ¿de qué serviría? Si los sueños empezaban a hacerse realidad, tanto Edmund como Mariam y Caspian podrían convertirse en algo horrible justo cuando llegara junto a ellos. Se agarró con fuerza a la barandilla de la cofa militar e intentó serenarse. Remaban de regreso a la luz con toda la velocidad de la que eran capaces: todo se arreglaría en unos segundos. Pero ¡ojalá todo se hubiera arreglado ya en aquellos momentos!
A pesar de que los remos hacían mucho ruido, no ocultaban del todo el completo silencio que rodeaba el barco. Todos sabían que lo mejor era no escuchar, no aguzar los oídos en busca de algún sonido en la oscuridad; pero nadie podía evitar hacerlo. Y pronto todo el mundo oía cosas. Cada uno oía algo distinto.
—¿No oyes un ruido como… como de unas tijeras enormes que se abren y se cierran… por ahí? —preguntó Eustace a Rynelf.
—¡Chist! —respondió éste—. Las oigo trepar por los costados de la nave.
—Va a posarse sobre el mástil —declaró Caspian.
—¡Uy! —exclamó un marinero—. Ya empiezan los gongs. Ya sabía que empezarían.
Caspian, intentando no mirar a nada, y en especial no mirar a su espalda, fue a popa a ver a Drinian.
—Drinian —dijo en voz muy baja—, ¿cuánto tiempo remamos para entrar? Quiero decir, cuánto remamos hasta el lugar donde encontramos al desconocido.
—Cinco minutos, tal vez —susurró éste—. ¿Por qué?
—Porque ya llevamos bastante más tiempo intentando salir.
La mano de Drinian tembló sobre la caña del timón y un sudor frío le corrió por el rostro. La misma idea empezaba a ocurrírsele a todo el mundo a bordo.
—Jamás saldremos, jamás saldremos —gimieron los remeros—. Nos está dirigiendo mal. Estamos dando vueltas y más vueltas en círculos. No saldremos jamás.
El desconocido, que había estado tumbado hecho un ovillo sobre cubierta, se sentó muy erguido y soltó una horrible risa chillona.
—¡No salir jamás! —aulló—. Eso es. Desde luego. Jamás saldremos. Qué estúpido fui al pensar que me dejarían marchar tan fácilmente. No, no, no saldremos jamás.
Lucy inclinó la cabeza por encima del borde de la cofa y musitó:
—Aslan, Aslan, si alguna vez nos has amado, envíanos ayuda ahora.
La oscuridad no disminuyó, pero la niña empezó a sentirse un poco —sólo un poquito— mejor. «Al fin y al cabo, en realidad aún no nos ha sucedido nada», pensó.
—¡Mirad! —gritó la voz de Mariam desde la proa.
Al frente se veía un diminuto punto luminoso, y mientras observaban, un amplio haz de luz cayó sobre el barco. No alteró lo que los rodeaba, pero toda la nave quedó iluminada como por un foco. Caspian parpadeó, miró fijamente a su alrededor y vio los rostros de sus compañeros con expresiones fijas y extraviadas. Todo el mundo miraba en la misma dirección: detrás de cada uno yacía su sombra negra y bien definida.
Lucy siguió la dirección del haz de luz con la mirada y finalmente vio algo en él. Al principio pareció una cruz, luego un aeroplano, más tarde una cometa, y por fin, con un batir de alas, fue a colocarse justo encima de ellos y resultó ser un albatros. Describió tres círculos alrededor del mástil y luego se posó por un instante sobre la cresta del dragón dorado de la proa. Gritó con una voz dulce y potente lo que parecieron ser palabras aunque nadie las comprendió, y a continuación desplegó las alas, se alzó y empezó volar despacio por delante de ellos, girando ligeramente a estribor.
Drinian hizo virar la nave para seguirlo, sin dudar ni un instante de que les ofrecía una buena guía. Pero nadie excepto Lucy supo que mientras daba vueltas al mástil había susurrado a la pequeña: «Valor, querida mía», y la voz, la niña estaba segura, era la de Aslan, y con la voz un aroma delicioso acarició su rostro.
En unos instantes la oscuridad se transformó en una semi oscuridad al frente, y luego, casi antes de que se atrevieran a tener esperanzas, ya habían salido veloces a la luz del sol y se encontraban otra vez en el mundo cálido y azul. Y de súbito todos comprendieron que no había nada a lo que temer ni lo había habido nunca. Pestañearon y miraron a su alrededor. La luminosidad del mismo barco los dejó asombrados: casi habían esperado que la oscuridad se aferrase a los colores blancos, verdes y dorados en forma de alguna especie de tizne o telilla.
Y a continuación primero uno y luego otro, empezaron a reír.
—Creo que nos hemos puesto en ridículo —declaró Rynelf.
Lucy no perdió ni un minuto en descender a cubierta, donde encontró a los demás reunidos alrededor del recién llegado, que, por un buen rato, se sintió demasiado feliz para hablar y no pudo hacer más que contemplar el mar y el sol y palpar las bordas y las cuerdas, como si quisiera asegurarse de que estaba realmente despierto, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Gracias —dijo por fin—. Me habéis salvado de… pero no hablaré de eso. Y ahora dadme a conocer quiénes sois. Yo soy un telmarino de Narnia, y cuando se me valoraba en algo la gente me llamaba lord Rhoop.
—Y yo —declaró Caspian— soy Caspian y ella es mi hermana Mariam, reyes de Narnia, y navegamos para buscaros a vos y a vuestros compañeros, que fuisteis amigos de mi padre.
—Señores —dijo lord Rhoop, cayendo de rodillas y besando la mano del rey—, son el hombre y la mujer que más deseaba ver en todo el mundo. Concededme un favor.
—¿Cuál es?
—No me volváis a traer jamás aquí —dijo él, y señaló a popa.
Todos miraron; pero vieron únicamente un brillante mar azul y un reluciente cielo, también azul. La Isla Oscura y la Oscuridad se habían desvanecido para siempre.
—¡Vaya! —exclamó lord Rhoop—. ¡La habéis destruido!
—No creo que fuéramos nosotros —observó Lucy.
—Señor —intervino entonces Drinian—, este viento sopla del sudeste. ¿Hago subir a nuestros pobres camaradas e izamos la vela? Después, yo enviaría a todo aquel que no fuera necesario a descansar a su hamaca.
—Sí —respondió Caspian.
—Ademas, distribuid ponche a todo el mundo. Cielos, yo también me siento como si pudiera dormir doce horas seguidas —secundó Mariam, tomando la mano de Edmund, acariciando sus nudillos sutilmente.
Así que toda la tarde, llenos de alegría, navegaron hacia el sudeste con buen viento. Sin embargo, nadie advirtió cuándo desapareció el albatros.
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