xxxiii. Home; A Long, Long Way Away
━━ chapter thirty-three
home; a long, long way away
( savreen )
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
Sólo cuando la luz se desvaneció, Savreen abrió los ojos. Tardó un rato en percibir el mundo que la rodeaba; parpadeó y pronto se sorprendió. El campo de batalla entero se había quedado sin monstruos, cada uno había sido pulverizado en la nada cuando sus ojos se encontraron con la muerte de la verdadera forma de Hera. El hielo se había derretido; el cielo nevado había vuelto a ser una noche apagada mientras el sol se ponía por fin. Respiró con dificultad, con las mejillas manchadas de lágrimas. Sintió la mano de Leo apoyada en su espalda mientras él también intentaba comprender todo lo ocurrido. Lo miró, desesperada por saber que estaba bien. Él asintió y ella suspiró, aliviada. Buscó a Piper y quiso llorar de felicidad al verla mirarla fijamente. Había alguien más que necesitaba comprobar, que necesitaba desesperadamente saber si estaba bien...
Savreen encontró a Jason y su corazón dio un vuelco.
Estaba tendido allí, entre los escombros y la nieve derretida... y no se movía. Su respiración se entrecortó; su corazón empezó a latir con fuerza, doloroso y punzante en su estómago hasta que le subió directo a la garganta. De repente no pudo respirar... se le cerró el pecho. Se quedó allí, congelada, esperando a que él se moviera. Todos lo estaban. Esperaban que él se levantara y les sonriera, habiendo ganado de nuevo y siendo tan modesto y atento, asegurándose de que estaban bien... felicitándoles.
—¿Jason? —gruñó Savreen, con la voz quebrada. Él no se movió. Ella sacudió su cabeza. No, él se levantaría—. ¿Jason? —lo intentó un poco más fuerte esta vez, pensando que tal vez él no la había oído antes.
Y así, la vacilación congelada y el temblor se rompieron en ellos. Savreen vio caer toda la fachada de Piper, el horror se extendió por todo su rostro.
—¡N-No! —se obligó a retroceder y se arrojó hacia Jason corriendo a trompicones—. ¡No! ¡Jason! —se dejó caer a su lado, tratando de sacudirle los hombros—. ¡Jason! —sus palabras se quebraron cuando un sollozo amenazó con subir por su garganta—. ¡Despierta! ¡Vamos, idiota, levántate!
Savreen y Leo compartieron una mirada angustiada. Él la dejó y corrió al lado de Piper, rodeándola con un brazo mientras ella continuaba tratando desesperadamente de despertar a Jason Grace; sacudía su cuerpo inmóvil, una y otra y otra vez.
—¡No! —chilló, cerniéndose sobre él—. Vamos, esto no puede estar pasando... Jason, por favor...
—Pipes... —Leo intentó suavemente pero ella lo rechazó, soltando más gritos.
—No —dijo Piper, severa—. Esto no puede estar sucediendo. ¡Se va a despertar! ¡Jason! —cerró los ojos y se inclinó contra su pecho, y Savreen la vio susurrar algo. No lo escuchó, pero Piper McLean había murmurado: No puedo perderte... Acabo de conocerte... Quería conocerte...
A medida que las figuras congeladas de las cazadoras empezaban a agitarse, despertando de sus gélidas prisiones, Savreen seguía quieta. Permaneció tan quieta como Jason a unos pasos de distancia, incapaz de acercarse más. Sintió que el collar le quemaba la piel y quiso gritar. Usarlo ahora tendría un precio: sabía que tendría un precio, siempre lo tenía. La tragedia la perseguía como el diablo, aterrorizando su vida y la de los demás que eran lo bastante estúpidos como para acercarse a ella. Ella lo utilizó y sabía lo que pasaría... y ahora, Jason yacía allí, habiendo pagado el precio. El Jason que había sido producto de su imaginación, tomándola bajo su brazo y protegiéndola cuando llegó a la Escuela del Monte. El Jason en el que confiaba y con el que hablaba en voz baja durante las clases. El Jason Grace que conoció en el autobús escolar, tan parecido y a la vez tan diferente. El Jason Grace que los aceptó a pesar de sus falsas expectativas sobre él. El Jason Grace que se había sentido solo, y confundido, y aun así tomó a Savreen bajo su brazo, la protegió y luchó por ella, y le hizo creer que era capaz de ser un héroe como él. El Jason Grace que había llegado a conocer era a la vez sus recuerdos y el desconocido que se convirtió de nuevo en su amigo entrañable.
Debería haberlo sabido mejor.
Leo tenía miedo de quemar a los que se acercaban demasiado, pero en realidad fue Savreen quien creó el incendio forestal del que nadie pudo escapar. Fue Hera quien reveló su verdadera forma, pero fue ella, Savreen Arora, quien mató a Jason Grace.
Sintió una mano cálida pero helada descansar brevemente sobre su hombro. Savreen levantó la vista con el rostro surcado de lágrimas y vio a Hera darle un mínimo suspiro de simpatía, como si estuviera agradecida por lo que había hecho pero lamentara cómo terminó; tratando de decirle que hizo lo correcto... Savreen la empujó, sin importarle que fuera alguna Reina de los Cielos. No necesitaba que una diosa le diera las gracias, una diosa que la había utilizado incluso antes de que supiera caminar o hablar. No quería que le dijeran que tomó la decisión correcta en su estúpida apuesta que le costó la vida a su amigo.
Thalia había recobrado el conocimiento. Cuando vio a su hermano pequeño, Savreen se quebró aún más. Sintió que casi colapsaba al verla correr hacia él. Puso su mano en la frente de su hermano y vio que sus hombros se hundían y algo se rompía dentro de ella.
Hera avanzó y, tan pronto como lo hizo, Thalia le lanzó una mirada fulminante.
—Es culpa vuestra —lloró—. ¡Haced algo!
La diosa se tensó por la furia.
—No te dirijas a mí de esa forma, muchacha. Soy la reina...
—¡Ocupaos de él!
Sus ojos brillaron con un poder lívido.
—Yo le advertí. Nunca habría hecho daño a propósito a este muchacho. ¡Iba a ser mi campeón! ¡Os dije que cerrarais los ojos antes de que revelara mi verdadera forma!
—Um... —Leo frunció el entrecejo. Contenía las lágrimas—. Vuestra verdadera forma es peligrosa, ¿verdad? Entonces, ¿por qué lo habéis hecho?
—¡Desaté mi poder para ayudaros, tonto! —chilló la diosa—. Me convertí en energía pura para poder desintegrar a los monstruos, restaurar este sitio y salvar a esas desgraciadas cazadoras del hielo.
—¡Pero los mortales no pueden miraros con esa forma! —gritó Thalia—. ¡Lo habéis matado!
Savreen logró encontrar sensación en sus piernas. Lentamente, se puso de pie y se acercó. Miró a su amigo, vio la forma en que sus ojos se habían puesto en blanco, la forma en que ni siquiera se inmutaba ante ninguna palabra... estaba completamente sin vida en este mundo. Él estaba muerto. Jason Grace estaba muerto.
Se agachó a su lado cuando escuchó a Thalia empezar a llorar. Sintió los hombros de Piper temblar contra los suyos mientras intentaba contener sus gritos, pero no podía. No se encontró con la mirada inyectada en sangre de Leo que la observaba derrotada.
Savreen no sabía qué hacer. Llorando y llena de culpa, la hija de Harmonía dejó escapar un susurro entrecortado de:
—Lo siento... lo siento mucho... —ahora entendía la profecía. Y la muerte se desatará con la ira de Hera, ella lo había sabido desde el principio. Debería haberlo sabido.
Por el rabillo del ojo, vio a Piper inclinarse para abrazarlo alrededor del pecho, ocultando su rostro en la tela de su camisa. Pero entonces, sin más, se quedó quieta. Savreen la vio soltar un suspiro de sorpresa. Levantó la vista para mirarlo a la cara, observando atentamente hasta que sus ojos se abrieron y gritó:
—¡Respira!
Savreen dejó de llorar para intentar escuchar. Su corazón comenzó a acelerarse, su pecho comenzó a elevarse; se inclinó hacia delante para colocar su oreja cerca de su nariz... y entonces lo sintió... la más mínima exhalación de aire.
—¡Respira! —dijo de nuevo, comenzando a sonreír de oreja a oreja.
—Imposible —dijo Hera—. Ojalá fuera verdad, pero ningún mortal ha...
La ignoraban. No les importaba lo que una diosa decía o les ordenaba, sus reglas no eran nada comparadas con las de ellos. Eran semidioses, tenían sangre mortal e icor dorado. Eran humanos: amaban, se preocupaban, lloraban y esperaban lo imposible, eran amigos, y ni una sola vez aquel grupo había hecho caso de verdad de lo que les decían las reglas; siempre era su amor el que las rompía. Y por nada del mundo iban a permitir que las reglas de los dioses fueran diferentes.
—¡Jason! —llamó Piper, infundiendo al nombre toda su fuerza de voluntad. Agarró sus mejillas—. Escúchame. Puedes conseguirlo. Vuelve. Vas a estar bien.
No pasó nada. Pero no perdieron la esperanza. Savreen asintió hacia Piper mientras Leo la agarraba por el hombro y le decía que siguiera intentándolo.
—La curación no es un poder de Afrodita —dijo Hera mientras tanto—. Ni siquiera yo puedo solucionarlo, muchacha. Su espíritu mortal...
Pero ella sonaba en el fondo de sus mentes. Era un ruido blanco para sus oídos. Jason estaba respirando e iba a volver con ellos,
—Jason —intentó Piper de nuevo, más decidida. Respiró hondo por la nariz y cerró los ojos brevemente antes de ordenar—: ¡Despierta!
Jadeó. Sus ojos se abrieron de golpe. Por un momento, estuvieron llenos de luz: oro puro resplandeciente; y luego la luz se apagó y volvieron a su mirada celeste. Los ojos de Jason. Vivo. Los miró fijamente y empezó a fruncir ante sus rostros cubiertos de lágrimas.
—¿Qué... qué ha pasado?
Se rieron. Piper maldijo su nombre con nuevas lágrimas y le echó los brazos al cuello. En segundos, Savreen y Leo lo siguieron, riendo y llorando mientras envolvían a Jason en un abrazo amoroso y agradecido. Jason estaba confundido, pero también logró soltar una risita y rodearlos con torpeza con sus brazos. Los cuatro amigos compartieron un hermoso abrazo.
Savreen estaba tan emocionada que se apartó para tirar de la cabeza de Jason hacia abajo y plantarle un beso fraternal entre su cabello. Dejó escapar un gruñido ante el movimiento repentino, pero se estaba riendo, frotando la espalda de Piper mientras ella lloraba y sonriéndole a Leo, quien puso los ojos en blanco y también le revolvió el cabello.
—Idiota —le dijo él—. Eres muy idiota, Grace.
Y fue un momento para celebrar. Para reír y llorar y abrazar. Que Thalia besara a su hermano en la mejilla y le apretara la mano, entre lágrimas por casi perder de nuevo a su hermanito. Fue uno de los mejores momentos de sus vidas, allí abrazados en medio de un campo de batalla después de casi ver cómo el mundo era destruido... porque a pesar de todo, lo lograron. Ganaron juntos y desafiaron las leyes de los cielos mientras lo hacían el uno por el otro.
Eran cuatro delincuentes. Cuatro adolescentes desdichados que perdieron a todos los que les importaban, o que sentían que los habían perdido, que defraudaron a todo el mundo, que se encontraban solos y que no podían dedicarle al mundo ni una segunda mirada, y mucho menos una sonrisa. Pero cuando se vieron tan sumidos en la oscuridad, encontraron una luz entre ellos. Eran familia. Cuando todos les rechazaban y les ignoraban, se sentían aceptados y queridos en compañía de otros como ellos. Y eso era más poderoso que cualquier dios, cualquier gigante, cualquier monstruo o cualquier cosa que Gaia pudiera lanzarles. Mucho más poderoso.
Finalmente, Jason levantó la cabeza para descansar entre los hombros de Sav y Piper.
—Me estáis aplastando.
Se apartaron de inmediato, todavía riendo y llorando. Piper se secó las lágrimas de las mejillas y se rió entre dientes.
—Lo siento.
Thalia seguía agarrando la mano de su hermano.
—¿Cómo te encuentras?
—Tengo calor —murmuró, y sus sonrisas comenzaron a desvanecerse mientras lo escuchaban. Savreen le frotó el hombro para consolarlo—. Y la boca seca. He visto algo... terrible.
—Era Hera —refunfuñó Thalia—. Su Majestad, la Bomba de Relojería.
—¡Se acabó, Thalia Grace! —espetó la diosa—. Te voy a convertir en un aardvark, así que...
—Basta —espetó Savreen, ya harta de todo—. No es momento para discusiones.
Sorprendentemente, las dos se callaron.
Piper ayudó a Jason a levantarse y le dio el néctar que les quedaba de las provisiones. Después de eso, pareció cobrar más color en sus mejillas. Mientras lo hacía, Savreen se paró ante la diosa y la Teniente de las cazadoras.
—A ver —comenzó, y el collar colocado justo al lado del escote de su camisa sostuvo un tenue resplandor—, creo que es muy justo decir que Hera, Su Majestad —añadió, no queriendo que se ofendiera aún más—, no podríamos haberos rescatado sin la colaboración de las cazadoras. Y, Thalia, nunca habrías vuelto a ver a Jason de no ser por Hera. Hay muchas cosas entre vosotras dos que no tienen por qué ser motivo de una reconciliación permanente, pero ¿ahora mismo? Será mejor que hagáis las paces porque tenemos problemas más graves.
Las dos le lanzaron una mirada fulminante y, durante tres segundos, Savnreen no supo cuál de las dos iba a matarla primero. Pero ella se mantuvo firme, no dispuesta a retroceder.
Finalmente, Thalia gruñó.
—Tienes brío, Savreen —sacó una tarjeta plateada de su anorak y se la entregó. Sav la cogió—. Si alguna vez quieres ser cazadora, llámame. Nos vendrías bien.
Savreen estaba agradecida, pero respetuosamente se la devolvió.
—Me siento honrada, de verdad —le dijo a Thalia. Se encontró mirando a sus amigos; su mirada se posó en Leo por más tiempo del que esperaba. Sus cejas se arquearon, impresionadas. Su pecho se calentó. Reprimió una sonrisa y se volvió hacia Thalia—. Pero... hay muchas cosas que quiero hacer con mi vida después de que esto acabe... No podría hacerlas siendo cazadora.
Thalia asintió. Le estrechó la mano y Savreen supo que no había resentimientos.
Hera se cruzó de brazos.
—Por suerte para esta cazadora, tienes razón, hija de Harmonía —evaluó a Savreen como si la estuviera viendo claramente por primera vez—. Te has preguntado, Savreen Arora, por qué te elegí para esta búsqueda, por qué te elegí durante mucho tiempo. Eras mi apuesta, sí... pero debo admitir que hasta este momento no estaba segura. Algo me decía que serías vital para esta misión. Ahora, veo que tenía razón. No es por ese collar o por el arma que empuñarás. Eres más fuerte de lo que pensaba. Tienes la mente equilibrada y el corazón para unir a la gente; eres el puente, Savreen Arora. Unirás los dos mundos para vencer los peligros que se avecinan. Debemos trabajar juntos.
Savreen sabía que debía darle las gracias. Pero no lo hizo. Sólo asintió, su mente dando vueltas por lo que dijo Hera, sintiendo ya el peso sobre sus hombros por lo que vendrá.
Se alegró de que Leo interviniera; colocándose a su lado.
—Sí. No creo que Porfirio se haya derretido y se haya muerto sin más, ¿verdad?
—No —convino Hera—. Salvándonos a mí y este sitio, habéis impedido que Gaia se despierte. Nos habéis hecho ganar tiempo. Pero Porfirio se ha alzado. Simplemente sabía que no le convenía quedarse aquí, sobre todo porque todavía no ha recuperado todo su poder. Los gigantes solo pueden morir a manos de una combinación de dios y semidiós trabajando conjuntamente. Cuando me liberasteis...
—Escapó —entendió Jason—. Pero ¿adónde?
Hera no respondió, pero una sensación de temor se apoderó de todos ellos. Savreen se acordó de que Porfirio había dicho que iban a matar a los dioses del Olimpo arrancándoles las raíces. Grecia. Miró las expresiones serias de los demás y supuso que habían llegado a la misma conclusión.
—Tengo que encontrar a Claire y a Annabeth —murmuró Thalia—. Tienen que saber lo que ha pasado aquí.
Al darse cuenta de que esas palabras sonaban como un adiós, Jason se apresuró a cogerla de la mano.
—Espera, Thalia... No hemos tenido ocasión de hablar de este sitio ni...
—Lo sé —su expresión se suavizó—. Te perdí aquí una vez. No quiero volver a dejarte. Pero dentro de poco nos reuniremos. Me encontraré con vosotros en el Campamento Mestizo —lanzó una mirada a Hera—. ¿Os aseguraréis de que llegan allí sin ningún percance? Es lo mínimo que podéis hacer.
—No te corresponde a ti decirme...
—Reina Hera —Savreen habló suavemente.
La diosa suspiró.
—Está bien. Sí. ¡Y tú, lárgate, cazadora!
Thalia frunció los labios y le dio a Jason un fuerte abrazo. Se aferró a ella todo el tiempo que pudo, pero al final, tuvo que alejarse y despedirse. Piper avanzó suavemente con sus dedos hacia el meñique de Jason y él se aferró a ella con la misma fuerza. Savreen logró sonreírles con tristeza. Cuando las cazadoras se fueron, el patio parecía extrañamente silencioso. El estanque seco y reflectante no mostraba señales de que alguna vez hubiera habido zarcillos o jaulas de tierra. El cielo nocturno estaba claro y estrellado. El viento susurraba entre las secuoyas.
—Jason, ¿qué te pasó aquí? —murmuró Piper finalmente—. O sea, sé que tu madre te abandonó aquí, pero dijiste que era un lugar sagrado para los semidioses. ¿Por qué? ¿Qué pasó después de que te quedaras solo?
Él encontró su mirada y sacudió la cabeza con inquietud.
—Todavía no lo tengo claro. Los lobos...
—Se te concedió un destino —dijo Hera—. Entraste a mi servicio.
Jason frunció el ceño.
—Porque obligasteis a mi madre a hacerlo. No podíais soportar saber que Zeus había tenido dos hijos con mi madre. Saber que se había enamorado de ella dos veces. Fue el precio que exigisteis por dejar en paz al resto de mi familia.
—También esa fue la decisión correcta para ti, Jason —insistió Hera—. La segunda vez que tu madre consiguió embaucar a Zeus para que le diera su amor fue porque se lo imaginó con otro aspecto: el aspecto de Júpiter. Eso es muy raro, no debería suceder: dos hijos, uno griego y otro romano, nacidos en la misma familia. Si llega a pasar, tienen que separarse. Tenías que estar separado de Thalia. Aquí es donde todos los semidioses de tu clase emprenden su viaje.
—¿De su clase? —Piper frunció las cejas.
—Se refiere a los semidioses romanos —explicó Jason—. Se deja aquí a los semidioses. Y conocemos a la diosa loba Lupa, la misma loba inmortal que crió a Rómulo y Remo.
Hera asintió.
—Y si sois lo bastante fuertes, sobrevivís.
Savreen se preocupó.
—¿Qué quieres decir con si son lo bastante fuertes? ¿Algunos mueren? ¿Los niños se ven obligados a aprender a sobrevivir a una edad temprana antes de saber hablar bien y algunos no logran sobrevivir?
Lo encontró horrible, pero pronto se dio cuenta de que el Campamento Mestizo no era muy diferente. Vio a niños de cinco y seis años aprendiendo a luchar por sus vidas cuando deberían disfrutar de cosas simples como fiestas de cumpleaños, asistir a su primer día de escuela y colorear.
—Pero... —Leo parecía desconcertado— ¿qué pasó después? Jason no llegó al campamento.
—Al Campamento Mestizo, no.
Savreen se sintió un poco mareada. Tenía sus sospechas, sus dudas y sus teorías durante toda la búsqueda. Pero oírlas decir delante de ella; probadas como ciertas, le hizo darse cuenta de que todavía había una parte de ella que no había querido creerlo.
—Estabas en otro sitio —dijo, mirando a Jason a los ojos—. Otro sitio para los semidioses... pero ¿dónde?
Jason se volvió hacia la diosa.
—Los recuerdos están volviendo a mí, pero no la ubicación. No me la vais a decir, ¿verdad?
—No —respondió Hera—. Forma parte de tu destino, Jason. Debes encontrar el camino de vuelta. Pero cuando lo hagas... unirás dos grandes poderes. Nos darás esperanza contra los gigantes y, lo que es más importante... contra la mismísima Gaia.
—Queréis que os ayudemos —dijo Jason—, pero os calláis información.
—Darte respuestas invalidaría esas mismas respuestas. Es la costumbre de las Moiras. Debes forjarte tu propio camino para que signifique algo. De momento, los tres me habéis sorprendido. No habría creído posible... —negó con la cabeza—. Basta con decir que lo habéis hecho bien, semidioses. Pero esto es solo el principio. Ahora debéis regresar al Campamento Mestizo, donde empezaréis a planificar la siguiente fase.
—De la que tampoco nos vais a hablar. Y me imagino que habéis destruido a mi caballo, así que tendremos que volver andando a casa.
Hera rechazó la pregunta con un gesto de la mano.
—Los espíritus de la tormenta son criaturas del caos. No lo destruí, pero no tengo ni idea de adónde ha ido ni de si volverás a verlo. Pero hay una forma más fácil de que volváis a casa. Como me habéis hecho un gran favor, os ayudaré... al menos, esta vez. Adiós por el momento, semidioses.
Savreen estaba a punto de preguntarle qué iba a hacer, pero entonces el mundo se puso patas arriba y estuvo a punto de perder el conocimiento.
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
Cuando pudo volver a ver con claridad, Savreen casi se tambaleó hacia adelante y vomitó. Tropezó con algo blando, hasta que se dio cuenta de que había pisado la pizza de alguien en su plato. Se quedó mirando el lugar donde su zapato había destruido un pepperoni en perfecto estado y sus mejillas se sonrojaron.
—Um... perdón.
Rápidamente se dio cuenta de que estaban de vuelta en el campamento, en ese pabellón en medio de su cena. Miró a su alrededor a muchos rostros con los ojos muy abiertos y boquiabiertos, mientras algunos seguían comiendo su comida, actuando como si fuera normal que cuatro semidioses se materializaran y acabaran con los pies en las pizzas de la gente.
Si bien ella logró aguantar las náuseas, Leo no tuvo tanta suerte. Saltó de la mesa, echó a correr hacia el brasero de bronce que tenía más a mano y vomitó en él, lo que probablemente no fue un gran holocausto para los dioses.
—¿Jason? —Quirón avanzó trotando, totalmente atónito—. ¿Qué...? ¿Cómo...?
Drew seguía mirando el lugar donde el zapato de Savreen había encontrado su lugar en su pizza de pepperoni.
Piper respiró hondo en medio del silencio.
—Hola —dijo, lo más despreocupadamente posible—. ¡Hemos vuelto!
Aquella noche, todos querían oír sus historias. Querían saber cómo habían derrotado no a uno, sino a dos gigantes. Cómo consiguieron atravesar el país y a qué monstruos se enfrentaron por el camino. Querían oírlo todo, pero Savreen sólo quería dormir. Mientras Piper había sido arrastrada al gran grupo que formaban sus hermanos, contestando a muchas preguntas y haciendo que muchos de los más pequeños juguetearan con su pelo para quitarle todas las ramitas y la suciedad, y Leo se había reencontrado con la cabaña Hefesto a brazos abiertos, compartiendo los mismos gestos expresivos con las manos cuando contaban sus historias y Jason había sido rodeado por todos los demás, alabado y aplaudido, siendo el que más preguntas había contestado de todos ellos, Savreen se encontró sola. Se encontraba sentada a solas en la mesa de Harmonía y sola en la fogata del campamento. Cuando quemaron sus sudarios para celebrar que habían vuelto a casa, Sav no había tenido ni cabaña ni hermanos (ni seguidores) que le hicieran uno. Sonrió y aplaudió a sus amigos, feliz por ellos.
Hasta que entre toda la charla y el alboroto de la hoguera una persona acudió a estar con ella. Savreen miró y se incorporó cuando Claire Moore se paró torpemente frente a ella. Frunció el ceño, hasta que la hija de Apolo dijo:
—¿Qué te parece? —entonces sacó un sudario doblado de detrás de su espalda. Lo abrió con una leve sonrisa, mirando por encima del borde para ver la reacción de Savreen.
Era encantador. La tela estaba forrada con hilo rosa brillante, envolviéndose dentro y alrededor para formar el símbolo de Harmonía en el centro. Y parecía brillar a la luz del fuego, como si estuviera hecho con rayos reales de luz solar. Savreen se iluminó.
Claire lo sacudió un poco.
—¿Te gusta? —preguntó, conteniendo una sonrisa—. Entiendo que el rosa no sea tu color y siento lo de los pequeños rayos de sol, pero mis hermanos no pueden hacer nada sin añadir algo de ellos mismos...
—¡No, no! —Savreen negó con la cabeza. Su corazón se hinchó—. ¡Es increíble! ¡Gracias! —se levantó y lo tomó, sintiendo la tela entre sus dedos. Tímidamente miró a Claire—. No tenías por qué hacerlo.
—Claro que sí —dijo Claire. Le dedicó una sonrisita—. No podía dejar que te lo perdieras. Todos merecen tener a alguien que espere su regreso. Además, sé que Percy te habría hecho uno si estuviera aquí. Él era como tú, solo en una cabaña durante el primer verano... aunque pensé que podríamos hacer uno bonito, en lugar de la sábana de pintura roja salpicada que le dio la cabaña de Ares después de nuestra primera misión.
Savreen acercó el sudario. Casi no quería quemarlo. Ignoró la idea de que también estaban hechos en caso de que no regresaran, y en cambio se centró en el hecho de que Claire hizo todo lo posible para que sus hermanos la ayudaran a crear uno para ella, para asegurarse de que no se sintiera sola, que tenía a alguien esperando su regreso y se preocupaba por ella.
Estaba tan cansada que se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió a abrazar a Claire con fuerza. Ella quedó sorprendida, y si no un poco incómoda. Pero entonces, Claire le devolvió el abrazo y Savreen se preguntó si secretamente realmente necesitaba uno, solo por la forma en que se relajó y apoyó suavemente la barbilla en su hombro.
—Lo encontraremos —le prometió Savreen—. Él está ahí fuera, sé que lo está. Buscándote.
Y lo decía en serio, sabía que era la verdad. Sabía que de dondequiera que Jason hubiera provenido, Percy había ocupado su lugar. Tal vez él también había perdido la memoria, pero Jason recordaba a Thalia y tal vez... no, estaba segura de que, si la desesperación de Claire era cierta, Percy Jackson estaba en algún lugar al otro lado del país, sintiendo exactamente la misma determinación de volver a casa. De volver con ella.
—Venga —dijo Claire mientras se alejaba. Con una sonrisa, condujo a Savreen hacia el fuego—. Es hora de celebrar que has vuelto a casa.
Savreen arrojó el hermoso sudario al fuego. Lo vio arder, las brasas y las cenizas flotando hacia el cielo nocturno, y comenzó a darse cuenta de que tal vez este era su hogar... o si no lo era ya, muy pronto, sabía que lo sería.
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
Savreen no recordaba gran cosa del resto de la noche. (Y no, no fue porque ella, Piper y Claire se pusieran hasta arriba en la fiesta posterior celebrada en la cabaña de Apolo). En cuanto se acostó en compañía de los hermanos de Claire, recibidos con los brazos abiertos en lugar de tener que dormir sola en la cabaña de Harmonía, Savreen se quedó dormida. Fue la primera vez que dormía bien por la noche, agradeciendo la suavidad de la almohada y la cama en lugar de hacerlo en el suelo o a lomos de un dragón.
Los siguientes días fueron bastante... bueno, tranquilos en comparación con todo lo que pasó y advirtieron que sucedería. Tanto que era casi ridículo. Al principio, Savreen no sabía qué hacer. Pero aunque era su propia líder de cabaña, podía planificar su propio horario y asistir a cualquier actividad que deseara, lo cual suponía que era positivo. El primer día fue un poco extraño. Tras terminar el desayuno, siguió a la cabaña de Afrodita e hizo todas las actividades que estaba haciendo Piper. Pero al segundo día empezó a hacer las cosas sola. Asistió a clases de escultura y arte, luego cruzó el campamento para que una ninfa acuática le enseñara a navegar en canoa. Asistía a lecciones de griego antiguo y monstruos (y la teoría de cómo luchar contra ellos), y pasaba las tardes jugando voleibol y pasando el rato con sus amigos. Su entrenamiento consistió en lecciones obligatorias de tiro con arco, de lucha con espada y el intento ocasional de subir la pared de lava, y el evento semanal de Capturar la Bandera (en el que Savreen a menudo ayudaba a los sátiros en lugar de unirse para pelear.)
Pero poco a poco, había iniciado una rutina. La mantuvo mientras se preocupaba por lo que le depararía el día siguiente; mientras miraba la tierra a sus pies y esperaba ver un par de ojos parpadeando hacia ella. Cada día sentía que estaba un paso más cerca de la próxima amenaza de Gaia, y mientras intentaba distraerse, hacer amigos, ayudar a Claire en la enfermería, sorprender a Leo en la fragua, o recoger fresas con Jason y ser invitada a fiestas de té en la cabaña de Afrodita a pedido de Piper... a menudo se encontraba de vuelta en los muelles donde Claire la llevó el primer día que llegó, temiendo lo que vendría después.
Algo grande estaba por llegar. Incluso una guerra: la sentía en el aire, la escuchaba como susurros en sus oídos. Y el collar que aún estaba debajo de su camisa le decía que no habría un final feliz. La tragedia se encontraba al final del camino que iban a afrontar.
Su rutina cambió en cuanto Leo les pidió a todos que se reunieran con él en la linde del bosque. Savreen estaba un poco confundida, al encontrarse con Jason, Piper, sus compañeros de cabaña, Claire y Quirón. De sus amigos, la hija de Apolo estaba sola, pues Annabeth, Cain y Rachel aún no habían regresado al campamento, faltaban dos días para que por fin pudieran celebrar un consejo de discusión sobre la búsqueda que habían emprendido. Savreen sabía que Claire estaba desesperada por escucharlo todo, especialmente cuando Sav le comentó en voz baja, a pesar de la petición de Quirón, que habían encontrado información sobre el paradero de Percy. Sentía que merecía ser la primera en saberlo.
—¿Qué ocurre? —Savreen le preguntó a Leo cuando ella se acercó. Él encontró su mirada; perfecto a su altura antes de alcanzar su mano. Mientras lo apretaba, respondió: Mi secreto.
Ella asintió. Puedes hacerlo.
Leo le envió una pequeña sonrisa antes de, con una respiración profunda, guiarlos hacia los árboles. No fue una caminata corta. Viajaron más profundamente de lo que Savreen había llegado antes. Miró a los demás para ver si reconocían esto, pero todos parecían tan despistados como ella, excepto Quirón. La expresión de su rostro se había vuelto sombría y gris; sabía adónde los llevaba Leo... y por la forma en que parecía haber envejecido mil años, los recuerdos no eran buenos.
El grupo de semidioses y el centauro continuó su camino a través de la densa espesura; pasando por encima de las raíces y abriéndose paso entre los arbustos. Leo no pronunció una palabra durante todo el viaje, lo que le indicó a Savreen que estaba muy nervioso, incluso asustado. Compartió un rápido y silencioso intercambio con Piper y Jason.
Luego, se detuvieron en un pequeño claro que se abría hacia un acantilado de piedra caliza. Leo apretó los puños y los abrió antes de girarse hacia ellos y esbozar una sonrisa aprensiva.
—Allá vamos.
Su mano estalló en una pequeña llama. Todos sus compañeros de cabaña se quedaron sin aliento por la sorpresa.
—¡Leo! —gritó Nyssa—. ¡Sabes utilizar el fuego!
—Sí, gracias —murmuró—. Lo sé.
Puso su mano contra el acantilado de piedra caliza. Mientras lo hacía, Jake Mason, a quien le habían quitado la escayola pero seguía usando muletas, dijo:
—Santo Hefesto. Eso significa... es muy poco habitual que...
Sus palabras fueron cortadas cuando la piedra caliza comenzó a crujir. Algo tembló bajo sus pies. Savreen agarró la manga de Piper para mantenerse firme, escuchando algo hacer clic y luego algo rodar... ¡clang! Sonó como algo invisible bloqueado en su lugar. Y entonces, para su asombro, la piedra caliza alrededor de la mano de Leo comenzó a agrietarse, se astilló por los lados antes de que, con una sacudida, una puerta se abriera.
El único que no parecía sorprendido era Quirón. El centauro arqueó sus cejas pobladas y se acarició la barba, como si el grupo estuviera a punto de atravesar un campo de minas.
—¿Qué es este lugar? —soltó Claire, asombrada.
—Bienvenidos al búnker 9 —dijo Leo—. Pasad.
Permanecieron en silencio mientras Leo los llevaba por las instalaciones. Era un taller entero escondido en el hueco de un acantilado. Savreen se quedó boquiabierta ante las máquinas gigantes, las mesas de trabajo, los mapas antiguos y los esquemas. Miró hacia el techo, entrecerró los ojos hacia las grietas y se detuvo para mirar los viejos planos que estaban esparcidos por las paredes, preguntándose quién y por qué había creado esto.
Leo se detuvo junto a una mesa de trabajo central donde encima estaba la cabeza de Festus, todavía maltratada y chamuscada por su último accidente en Omaha. Se acercó a él, con el rostro pálido mientras extendía la mano y acariciaba la frente del dragón.
—Lo siento, Festus —murmuró—. Pero no te olvidaré.
Jason lo siguió. Puso una mano sobre el hombro de su amigo.
—¿Hefesto la ha traído aquí para ti?
Leo asintió.
—Pero no puedes repararlo —conjeturó Jason.
—Es imposible —dijo Leo—, pero voy a reutilizar la cabeza. Festus vendrá con nosotros.
Piper frunció el ceño cuando ella y Savreen se unieron.
—¿A qué te refieres?
Antes de que pudiera contestar, Nyssa gritó:
—¡Mirad esto, chicos!
Se encontraba ante una de las mesas, hojeando un bloc de dibujo que contenía diagramas de cientos de máquinas y armas distintas.
—Nunca he visto nada parecido —dijo emocionada—. Aquí hay ideas más increíbles que en el taller de Dédalo. ¡Llevaría un siglo hacer prototipos de todas!
Claire pasó su dedo por una de las mesas de trabajo, examinando el polvo que recogió antes de colocar el dedo contra uno de los viejos esquemas clavados. Intentó leer la fecha, pero suspiró y sacudió la cabeza. Volviéndose hacia Quirón, le preguntó:
—¿Quién construyó este lugar, Quirón? ¿Y por qué?
Él frunció los labios. No respondió y ella frunció el ceño, desconcertada.
—¿Por qué no quieres decirlo? —luego preguntó, confundida.
Savreen encontró un mapa en la pared. Mostraba el Campamento Mestizo con una fila de incansables en el estrecho, catapultas encaramadas en las colinas alrededor del valle y puntos señalados para trampas, trincheras y lugares de emboscada. Una sensación espantosa se instaló en su estómago.
—Debe haber sido un centro de mando de guerra —se dio cuenta—. Y tuvo que ser atacado una vez.
—¿En la guerra de los titanes? —preguntó Piper.
Nyssa negó con la cabeza.
—No. Además, ese plano parece muy viejo. La fecha... ¿qué es lo que pone?
Los ojos de Savreen se dirigieron hacia la esquina, la única en la habitación capaz de leer las letras en cursiva en la parte inferior.
—1864 —soltó, sorprendida.
Todos se volvieron hacia Quirón.
La cola del centauro se meneaba frenéticamente.
—Este campamento ha sido atacado en muchas ocasiones —reconoció por fin—. Ese plano es de la última guerra civil.
—Guerra civil... —Piper sacudió la cabeza, encontrando esto difícil de creer—. ¿Se refiere a la guerra de Secesión, la que se produjo hace unos ciento cincuenta años?
—Sí y no —respondió Quirón—. Los dos conflictos (el mortal y el de los semidioses) fueron parecidos, como suele ocurrir en la historia occidental. Fíjate en cualquier guerra civil o en cualquier revolución posterior a la caída del Imperio romano y verás que tuvo lugar en una época en la que los semidioses también se enfrentaron entre ellos. Pero esa guerra civil fue especialmente terrible. Para los mortales estadounidenses, sigue siendo el conflicto más sangriento de todos los tiempos, con unas bajas superiores a las de las dos guerras mundiales. Para los semidioses, fue igual de devastadora. Ya entonces este valle era el Campamento Mestizo. En este bosque se produjo una espantosa batalla que duró dos días, con unas pérdidas terribles en los dos bandos.
—¿Los dos bandos? —Claire se cruzó de brazos—. ¿Quieres decir que el campamento se dividió?
—No —Jason habló y ella se giró hacia él—. Se refiere a dos grupos distintos. El Campamento Mestizo formaba un solo bando durante la guerra.
—Vale... —sonaba muy confundida—. ¿Y quién es el otro bando? No hay otro campamento para semidioses por aquí —se volvió hacia el centauro, casi exigiendo una respuesta—. Quirón, ¿quiénes estaban en el otro bando?
Quirón alzó la vista al letrero destrozado en el que se leía BÚNKER 9, como si se estuviera acordando del día que se colocó.
—La respuesta es peligrosa —advirtió—. Es algo de lo que juré sobre la laguna Estigia que no hablaría nunca. Después de la guerra de Secesión, los dioses estaban tan horrorizados por el número de víctimas infantiles que hubo, que juraron que no volvería a pasar. Los dos grupos se separaron. Los dioses dedicaron toda su voluntad y utilizaron la Niebla para asegurarse de que los enemigos no se acordarían nunca los unos de los otros, ni coincidirían en sus búsquedas, para evitar, así, que se derramara más sangre. Ese plano es del final de la época oscura de 1864, la última vez que lucharon los dos bandos. Desde entonces, ha estado a punto de estallar algún conflicto en varias ocasiones. Los años sesenta fueron especialmente peligrosos. El encuentro más reciente fue el día que te topaste con ese chico en la presa Hoover, Claire.
Los ojos de Claire se abrieron como platos.
—Yo... ¿qué? —sacudió su cabeza—. No te lo he contado nunca.
Quirón le suspiró; sus ojos pesaban mucho.
—Sólo sería cuestión de tiempo antes de que os encontrárais. Aunque fue breve, fue increíblemente peligroso.
—¿A quién? —exigió Claire, cada vez más sorprendida y aún desesperada por saber la respuesta—. ¿Por qué no me cuentas las cosas, Quirón?
—No puedo decírtelo —le dijo, arrepentido—. Juré guardar estos secretos para asegurarme de que nunca tuviéramos otra guerra civil. Si supieras a quién conociste, Claire, sería el combustible exacto que necesitaban los que aún guardan rencor.
—¡Que le den a los juramentos! —espetó Claire—. ¡¿Quién era él?!
—Claire —el centauro parecía absolutamente desgarrado por no poder decírselo. De todos los secretos que debía guardar y nunca contar, éste era el que más le dolía. Especialmente cuando podía ver que en el fondo Claire Moore parecía ya saberlo—. El solo hecho de venir aquí es peligroso. Remueve viejos recuerdos, despierta viejas enemistades. Despierta viejos recuerdos y reaviva las viejas enemistades. Ni siquiera el año pasado, cuando los titanes nos amenazaron, pensé que mereciera la pena arriesgarse a utilizar este sitio. Si te lo dijera, temo por las consecuencias.
De repente, la sensación triunfal de Leo se convirtió en sentimiento de culpa.
—Oiga, este sitio me encontró a mí. Estaba destinado a pasar. Es algo bueno.
—Espero que tengas razón —dijo Quirón, grave.
—¡Pues claro que la tengo! —sacó algo del bolsillo y lo extendió sobre la mesa para que todos lo vieran. Savreen frunció el ceño ante el dibujo de un barco dibujado con lápices de colores—. Aquí está —dijo orgullosamente—. Eolo me lo devolvió. Lo dibujé cuando tenía cinco años. Es mi destino.
Nyssa enarcó una ceja.
—Leo —dijo, como si estuviera esforzándose mucho en elegir sus palabras para ser amable—, es un dibujo de un barco hecho con lápices de colores.
—Mira —señaló el esquema más grande en el tablón de anuncios: el plano mostraba un magnífico trirreme griego. El ceño de Savreen se levantó; miró entre éste y el tosco dibujo sobre la mesa, y no podía creer lo que veía. Uno estaba mucho mejor dibujado... pero cuando veías más allá de las líneas garabateadas y el color caótico, eran el mismo diseño; el mismo número de mástiles y remos, las mismas decoraciones en el escudo y velas...
—Es imposible —dijo Nyssa—. Ese diseño debe de tener cien años como mínimo.
—Profecía. Poco clara. Vuelo —leyó Jake Mason en las notas del proyecto—. Es un diagrama de un barco volador. Mira, eso es el tren de aterrizaje. Y las armas... ¡Santo Hefesto! Balistas giratorias, ballestas montadas, blindaje de bronce celestial. Ese cacharro sería una máquina de guerra alucinante. ¿Se llegó a construir?
—Todavía no —contestó Leo—. Fíjate en el mascarón de proa.
No había duda: la figura situada en la parte delantera del barco era una cabeza de dragón. Un dragón muy especial.
—Festus —Piper se dio cuenta. Todo el mundo se volvió y miró la cabeza del dragón colocada sobre la mesa.
—Tiene que ser nuestro mascarón de proa —dijo Leo—. Nuestro amuleto de la suerte, nuestros ojos en el mar. Tengo que construir este barco. Voy a llamarlo Argo II. Y necesito vuestra ayuda, chicos.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Savreen. Se encontró con la mirada de Leo y murmuró:
—El Argo II. El barco de Jasón.
Jason parecía un poco incómodo. Pero como siempre hacía, respiró hondo y aceptó la responsabilidad. Asintió.
—Leo tiene razón. Ese barco es justo lo que necesitamos para el viaje.
—¿Qué viaje? —Nyssa frunció el ceño—. ¡Si acabáis de volver!
Piper pasó los dedos por encima del viejo dibujo de colores.
—Tenemos que enfrentarnos a Porfirio, el rey de los gigantes. Dijo que destruiría a los dioses de raíz.
—Por supuesto —dijo Quirón—. Muchos detalles de la Gran Profecía de Rachel siguen siendo un misterio para mí, pero una cosa está clara. Vosotros cuatro, Jason, Piper, Leo y Savreen, estáis entre los diez semidioses que deben emprender la misión. Debéis enfrentaros a los gigantes en su patria, donde son más fuertes. Debéis detenerlos antes de que despierten del todo a Gaia, antes de que destruyan el monte Olimpo.
—Um... —Nyssa se removió—. No se refiere a Manhattan, ¿verdad?
—No —dijo Leo—. Al monte Olimpo original. Tenemos que viajar a Grecia.
—Y necesitaremos ayuda —añadió Savreen. Fijó su mirada en Claire, quien la encontró lentamente. Había una seria determinación en sus ojos. No sabía cómo explicarlo, pero tenía este presentimiento: Claire debía unirse a ellos.
Lo entendió. Frunció los labios y miró el dibujo. Después de un momento, se decidió:
—Bueno, supongo que otra búsqueda que desafíe a la muerte y acabe con la Tierra no estaría de más.... si me aceptáis —esbozó una sonrisa sombría.
Jason asintió, agradecido y sus labios se arquearon en una leve sonrisa.
—Bienvenida a bordo, Emisaria de la Luz.
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
Annabeth, Cain y Rachel regresaron y finalmente se llevó a cabo una reunión del consejo dentro de la sala recreativa de la Casa Grande. Todos se sentaron alrededor de una mesa de ping-pong donde unos sátiros servían nachos y refrescos. Alguien había sacado a Seymour, la cabeza de leopardo, de la sala de estar y lo había colgado en la pared. De vez en cuando, un líder le arrojaba una galleta para perros.
Savreen se sentía abrumada. Intentaba recordar los nombres de todos, pero dependía mucho de lo que dijeran los demás. Jugueteaba con su collar y se daba cuenta de que los demás se lo quedaban mirando, sabiendo exactamente lo que era. Pero se alegró de que Leo, Piper y Jason estuvieran sentados con ella; eran sus primeras reuniones como líderes. Clarisse, que era la líder de la cabaña de Ares (su nombre era difícil de olvidar, venía acompañado de una personalidad igual de complicada de olvidar) tenía las botas sobre la mesa, pero a nadie parecía importarle. Clovis, de... ¿era la cabaña de Hipnos? roncaba en un rincón mientras Butch, de la cabaña de Iris, veía cuántos lápices podía meterle por la nariz. Travis Stoll, de la cabaña de Hermes, sostenía un encendedor debajo de una pelota de ping- pong para ver si ardía. Claire estaba sentada junto a Will Solace (la única cabaña que tenía dos líderes), mientras se enrollaba y desenrollaba distraídamente una venda alrededor de la muñeca. Estaba distraída, clavando la mirada en Annabeth y Cain al otro lado de la mesa. Savreen miró a Cain con una respiración cautelosa, sintiendo que la rodeaba un aire sofocante, sentía como si cada miedo que albergaba estuviera a punto de saltar de las sombras a una orden suya. Lo cual era extraño, porque también lo estaba viendo preguntarle suavemente a Annabeth si quería algunos de los nachos que no pudo terminar, tendiéndoselos torpemente con un brazo de metal. Aquello la desconcertaba.
Ella los tomó, pero no se los comió. Annabeth no parecía tan relajada. Llevaba una armadura sobre la ropa del campamento, con su cuchillo a un lado y el cabello rubio recogido en una cola de caballo. Siguió mirando a Jason, fijando una mirada expectante que lo hizo sonrojar, como si estuviera intentando sacarle información simplemente con su fuerza de voluntad. Savreen todavía creía que algún día podría lograrlo.
Rachel Daré, el oráculo, estaba sentada junto a Quirón a la cabecera de la mesa. Llevaba puesto su uniforme de la Academia Clarion, lo que resultaba un tanto raro, pero le sonrió a Savreen y notó lo ansiosa que estaba.
—Se abre la sesión —comenzó Quirón—. Lou Ellen, devuélvele la nariz a Miranda, por favor —la líder de la cabaña de Hécate se quedó helada, en medio de una pelea con la líder de la cabaña de Deméter, quien luchaba desesperadamente por su nariz que en realidad le había sido robada de la cara—. Travis, haz el favor de apagar esa pelota de ping-pong, y Butch, creo que veinte lápices son demasiados para cualquier orificio nasal humano. Gracias. Como podéis ver, Jason, Piper, Savreen y Leo han regresado con éxito... más o menos. Algunos de vosotros ya habéis oído fragmentos de su historia, pero dejaré que os pongan al corriente.
Todo el mundo miró a Jason. Él carraspeó y comenzó a relatar la historia. Savreen, Piper y Leo intervinieron de vez en cuando, completando los detalles que olvidó, pero también para asegurarse de que sintiera que no necesitaba pasar por todo esto solo. Sólo tomó unos minutos, pero parecieron más con las miradas silenciosas y expectantes de todos. Era pesado, incluso asfixiante, conseguir que tantos semidioses con TDAH se quedaran quietos y escucharan sin entrometerse ni hacer preguntas durante tanto tiempo. Savreen sabía que su historia era muy espantosa. Jason terminó con la visita de Hera que había tenido lugar justo antes de la reunión.
Annabeth entrecerró su mirada gris.
—Así que Hera ha estado aquí —dijo con severidad—. Hablando contigo.
Jason asintió.
—Oye, no estoy diciendo que me fíe de ella...
—Muy inteligente.
—... pero no se ha inventado lo de que hay otro grupo de semidioses. Yo vengo de allí.
—Romanos —Clarisse arrojó una galleta para perros a Seymour—. ¿Esperas que creamos que hay otro campamento de semidioses, pero que obedecen a las formas romanas de los dioses? ¿Y nunca hemos oído hablar de ellos?
Piper se inclinó hacia delante.
—Los dioses han mantenido a los dos grupos separados porque cada vez que se ven intentan matarse.
—Lo respeto —la hija de Ares se encogió de hombros—. Aun así, ¿por qué no nos hemos encontrado en nuestras misiones?
Quirón miró brevemente a Claire.
—Sí que os habéis encontrado —dijo tristemente—. Muchas veces. Pero siempre acaba en tragedia, y los dioses siempre hacen todo lo posible por borrar los recuerdos de los que se ven implicados. La rivalidad que existe entre los dos grupos se remonta a la guerra de Troya, Clarisse. Los griegos invadieron Troya y la redujeron a cenizas. Eneas, el héroe troyano, escapó y llegó a Italia, donde fundó la raza que un día se convertiría en Roma. Los romanos se volvieron más y más poderosos, adorando a los mismos dioses pero con distintos nombres y con personalidades también ligeramente distintas.
—Más guerreros —dijo Jason—. Más unidos. Más centrados en la expansión, la conquista y la disciplina.
Travis hizo una mueca.
—Qué horror —terció.
Varios líderes más se mostraron igual de incómodos, pero Clarisse se encogió de hombros una vez más y se recostó en la silla como si le pareciera bien.
Annabeth hizo girar su cuchillo sobre la mesa.
—Y los romanos odiaban a los griegos. Se vengaron al conquistar las islas griegas y las incorporaron al Imperio romano.
—No los odiaban exactamente —la corrigió Jason—. Los romanos admiraban la cultura griega y, hablando claro, la envidiaban un poco. Por su parte, los griegos pensaban que los romanos eran unos bárbaros, pero respetaban su poderío militar. Así que, durante la época romana, los semidioses empezaron a dividirse: o griegos o romanos.
—Y ha sido así desde entonces —aventuró Claire—. Pero no tiene sentido. ¿Dónde estaban los romanos durante la guerra de los titanes? Necesitamos esa ayuda.
Quirón se tiró de la barba.
—Sí que ayudaron, Claire. Mientras tú y Percy dirigíais la batalla para salvar Manhattan, ¿quién crees que conquistó el monte Otris, la base de los titanes en California?
—Un momento —Travis extendió una mano—. Tú dijiste que el monte Otris se vino abajo cuando vencimos a Cronos. Estaba conectado a su fuerza vital y, por eso, cuando lo enviaron de vuelta al Tártaro, se destruyó junto a él.
—No —dijo Jason. Se volvió distante, como si reviviera recuerdos que no deseaba—. No se cayó sin más. Nosotros destruimos su palacio. Yo mismo vencí al titán Críos.
Savreen continuó jugueteando con su collar, recostándose en su asiento. La forma en que Annabeth miraba a Jason la asustaba: sus ojos estaban tan tormentosos como un espíritu de la tormenta.
—El Área de la Bahía —murmuró, pensativa—. A los semidioses siempre nos han dicho que no nos acerquemos allí porque allí está el monte Otris, pero no era el único motivo, ¿verdad? El campamento romano... tiene que estar en algún sitio cerca de San Francisco. Apuesto a que lo colocaron allí para vigilar el territorio de los titanes. ¿Dónde está?
Quirón se movió en su silla de ruedas.
—No lo sé. Sinceramente, ni siquiera a mí me han confiado esa información. Mi colega, Lupa, no es precisamente alguien dada a compartir secretos. Y la memoria de Jason también ha sido borrada.
—El campamento está muy oculto por medio de magia —dijo Jason—. Y muy vigilado. Podríamos pasarnos años buscándolo y no encontrarlo.
Rachel Dare entrecruzó sus dedos. De entre todas las personas de la sala, ella era la única a la que la conversación no parecía ponerla nerviosa.
—Pero lo intentaréis, ¿verdad? Construiréis el barco de Leo, el Argo II. Y, antes de que os dirijáis en él a Grecia, zarparéis hacia el campamento romano. Necesitaréis su ayuda para enfrentaros a los gigantes.
Cain frunció los labios. Habló por primera vez:
—Si ven acercarse un buque de guerra, asumirán que es un ataque; cualquiera lo haría.
—Probablemente tengas razón —convino Jason—. Pero tenemos que intentarlo. Me mandaron aquí a estudiar el Campamento Mestizo y a tratar de convenceros de que los dos campamentos no tienen por qué ser enemigos. Una prenda de paz.
—Hera está convencida de que necesitamos los dos campamentos para ganar la guerra —Claire se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa—. Los romanos y los griegos uniendo fuerzas; diez héroes que podrían llegar a ganar contra los gigantes. Y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte. Gaia debe haberlas abierto; está dejando salir lo peor del inframundo para luchar contra nosotros. Medea, Midas... habrá más y peores. Tendremos que trabajar juntos para encontrar las puertas y cerrarlas.
—O puede querer decir que lucharán unos contra otros en las Puertas de la Muerte —apuntó Clarisse—. No dice que vayamos a colaborar.
—Pues tenemos que hacerlo —dijo Claire, decidida—. No tenemos otra opción.
—Por eso estoy yo aquí —dijo Savreen en voz baja. Todos se volvieron hacia ella y se sonrojó, no acostumbrada a esa atención—. Soy la única hija de Harmonía, ¿por qué si no estaría en la misión? El intercambio no será suficiente.
—Yo iré —dijo Annabeth—. Jason, cuando hayáis construido el barco, déjame ir con vosotros. Cain se viene también.
Los ojos de Cain se abrieron. La miró fijamente, sorprendido.
—¿Yo voy?
Ella lo miró.
—Te necesitaremos. Gaia debe tenerle miedo a algo. Podrías darnos esa ventaja —compartieron un breve intercambio, uno del que nadie más parecía estar al tanto. Las cejas de Cain se fruncieron, confundido... hasta que lo entendió y asintió.
—Sí —dijo entonces. Se aclaró la garganta y se removió en su asiento—. Sí, supongo que puedo ir.
De repente, los ojos de Claire se abrieron de par en par. Miró a Savreen y la vio palidecer, temblando en su asiento. Agarró la mesa con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Por un momento no pudo hablar. Las palabras se le atascaban en la garganta. Los miró a todos a su vez, y a pesar de la gente que la rodeaba, a pesar de lo dura que Claire Moore estaba decidida a ser, su mirada había empezado a llenarse de lágrimas al darse cuenta de la verdad.
Finalmente, logró decir:
—Espera... dijiste un intercambio. Eso... funciona en ambos sentidos. Tú has venido aquí, ¿pero quién se ha ido allí? ¿Quién tomó tu lugar? ¿Quién...?
Se interrumpió, sabiendo la respuesta. Will frunció el ceño y le apretó el hombro, ella no se dio cuenta. Claire se tapó la boca con las manos y respiró hondo por la nariz para calmarse. La cabeza se le hundió entre las manos. Todos se quedaron callados... todos empezaron a comprender, y hubo una tristeza colectiva y a la vez respeto mientras permanecían sentados, empáticos con la chica que por fin había encontrado el camino que debía seguir para encontrar a quien buscaba.
Claire levantó la vista y fijó la mirada en Savreen.
—Él está ahí, ¿no? —dijo, su voz tranquila y vulnerable—. Él está allí...
Sav asintió suavemente.
—Sí —respondió.
—Pero... —Claire Moore se dio cuenta de algo horrible. Se volvió hacia Jason—. ¿Pero cómo sabrá él...?
Una parte de él se desplomó al darse cuenta de que iba a decirle exactamente lo que ella temía:
—Cuando llegué aquí tenía la memoria borrada. No sabía quién era ni cuál era mi sitio. Por suerte, vosotros me acogisteis y encontré un nuevo hogar. Sé que no sois mis enemigos. En el campamento romano no son tan amistosos. Allí o demuestras lo que vales deprisa o no sobrevives. Puede que no sean tan amables con él, y si se enteran de dónde viene, se va a ver en un buen lío.
—Entonces tenemos que ir a buscarlo —Claire golpeó la mesa con ansiedad—. Iré a buscarlo. Dime dónde está el campamento, Jason. Yo encontraré el camino hasta allí. No puedo dejar que pase por eso solo.
—Tendrá que hacerlo —dijo él—. Si necesita demostrar su valía ante los romanos y demostrarles que se puede confiar en los griegos, debe hacerlo solo.
Claire parecía destrozada. Savreen había empezado a comprender que Percy Jackson significaba para ella algo más que un novio. Pronto aprendió que él se había convertido en una parte de ella, una válvula de su corazón, un miembro arrancado de ella tan repentinamente que se quedó sin poder respirar. Y ahora que sabía dónde estaba, tenía que esperar más, sabiendo por lo que él tendría que pasar; sabiendo que no tenía otra opción.
Sabiendo que existía la posibilidad de que Percy Jackson ni siquiera recordara quién era ella.
THE END
SAVREEN ARORA, CLAIRE MOORE Y CAIN RICHARDS
VOLVERÁN EN PANDORA'S BOX...
desliza para saber más sobre el tercer libro de la saga.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top