xxvi. Paper Planes
━━ chapter twenty-six
paper planes
( piper )
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Piper soñó que estaba allí, en el tejado de la residencia de la Escuela del Monte.
Sentía la suave brisa de una gélida noche desértica, pero recordaba que podía estar perfectamente. Había traído muchas mantas, se había puesto su jersey más abrigado y, con Jason a su lado, no necesitaba más calor. Ahora se preguntaba si lo había imaginado todo.
Pero el aire olía muy real: la salvia y el mezquite quemado le hacían cosquillas en la nariz. Podía contar las Montañas Spring que se alzaban como dentelladas negras, ni siquiera iluminadas por el tenue resplandor de Las Vegas a sus espaldas. Y las estrellas... recordaba las estrellas, más brillantes que ninguna otra que hubiera visto jamás, como si el mundo hubiera encendido un millón de luces de hadas sólo para ellos, y ella se lo hubiera creído. Creyó que era la noche perfecta.
Y cuando apareció la lluvia de meteoritos, cruzando el cielo casi cada minuto con una línea de fuego blanco, amarillo o azul, Piper sintió como si estuviera sentada en la azotea de sus sueños, en lugar de en la triste escuela a la que se había visto obligada a asistir. Estaba segura de que su abuelo Tom tendría algún mito Cherokee para explicar la lluvia de meteoritos, pero en ese momento estaba ocupada creando su propia historia. Y ahora, Piper la revivía, y en aquel entonces había pensado que era un cuento de hadas y ahora entendía que era una tragedia.
Savreen le dijo una vez que si escribía sus deseos en un trozo de papel y lo doblaba formando un avión, podía lanzarlo a los vientos y ese deseo se haría realidad. En una excursión, en vez de hacer coronas de margaritas, habían llevado papeles con sus deseos y sueños. Luego los habían doblado y enviado al cielo con la brisa. Habían llegado sorprendentemente lejos. Piper recordaba que quería preguntarle a Sav cuál había sido su deseo. Nunca lo supo, pero sí sabía cuál había sido el suyo, y entre sus deseos estaba que su padre le prestara más atención. Que volviera a contarle historias en la playa sobre su historia cherokee. También escribió: ¿podría Jason fijarse en mí también, por favor?
Había sido tonto e infantil. Al escribirlo pareció una cría de doce años. Pero Piper se dio cuenta de que, aunque ponía los ojos en blanco ante las chicas que apostaban por las relaciones y hablaban de chicos (o chicas) entre ellas, se burlaba de sus hermanos en el campamento, y de gente como Drew, pero sobre todo porque en el fondo, ella no era diferente. Su corazón estaba lleno de amor y quería darlo. Quería ser amada a cambio. Quería que Jason la tomara de la mano, que la llamara guapa con sus ropas desparejadas y su pelo desordenado, que le prometiera encontrarla si alguna vez desaparecía, que le prometiera volver siempre y besarla como si fuera lo único que le permitía respirar.
Y la avergonzaba, porque se había pasado tanto tiempo queriendo que la amaran y deseando la atención de su padre, que se había empeñado en no necesitarla nunca. Que estaría bien sola. Se prometió a sí misma que no necesitaría a nadie más que a la chica que era, porque durante mucho tiempo sintió que ella era todo lo que tenía. No tenía madre, su padre apenas estaba, y Piper estaba tan sola que, en cierto modo, quizás envidiaba a los que no lo estaban. Aquellos que, como Drew, tenían a toda la cabaña Afrodita para reírse de sus bromas. Aquellos que, como cualquiera de los de su cabaña, no temían al amor, no temían aceptar su forma de ser, a pesar de las burlas que otros (como ella) les enviaban por ser un chico que mantenía su lado de la habitación limpio y ordenado, por ser una chica que deseaba que otro se fijara en ella.
Piper estaba demasiado avergonzada.
Y los extrañaba. Extrañaba a Mitchell por decir que tal vez no fuera tan mala. Extrañaba a Lacy, que era tan brillante y feliz, con coletas y tirantes, y aun así hermosa. Incluso extrañaba esos estúpidos zapatos de la vergüenza que quería quemar después de apenas pasar una noche en la Cabaña Diez.
Pero, sobre todo, extrañaba esta noche. Extrañaba ese recuerdo falso de estar sentada con Jason que parecía tan real, porque él la hacía sentir que estaba bien. Él la hacía sentir querida y amada y como si sus deseos en aviones de papel pudieran hacerse realidad. La hacía sentir como una mejor persona, que no juzgaba a los demás porque no se juzgaba a sí misma.
Jason le cogió la mano —por fin— y señaló dos meteoritos que atravesaron la atmósfera y formaron una cruz.
Le dolía pensar en lo real que había sido esto para comprender lo falso que era en realidad.
—Wow —murmuró mientras lo hacía—. No puedo creer que Sav y Leo no quieran ver esto.
—En realidad, no los invité —comentó Piper de pasada.
Él sonrió y esta vez ella notó algo diferente. Vio la tristeza en sus ojos, vio la cicatriz en su labio. Piper miró su brazo y vio las marcas: doce franjas y un SPQR quemado.
—Ah, ¿no?
Ella tarareó, asintiendo con una sonrisa en sus labios.
—¿Alguna vez has tenido la curiosa sensación de que cuatro serían multitud?
—Sí —reconoció Jason—. Ahora mismo. ¿Sabes el lío en el que nos meteríamos si nos pillaran aquí arriba.
—Oh, me inventaría algo —dijo Piper—. Puedo ser muy persuasiva. Bueno, ¿quieres bailar o qué?
Él se rió. Piper encontró sus ojos increíbles.
—Sin música. De noche. En un tejado. Parece peligroso.
—Soy una chica peligrosa.
—Te creo.
Él se puso de pie y le ofreció la mano. Piper la tomó y sintió que su corazón se aceleraba mientras bailaban lentamente. Pero justo cuando volvió a encontrar su mirada, él se agachó y la besó. Gentil, vacilante, cuidadoso como si quisiera comprobar si esto era lo que ella quería, y Piper casi no pudo besarlo de nuevo, porque estaba demasiado ocupada sonriendo.
Entonces el sueño cambió, o tal vez estaba muerta en el inframundo, ya que se vio de nuevo en los grandes almacenes de Medea.
—Por favor, que sea un sueño —murmuró para sí misma—, y no mi castigo eterno.
—No, querida —dijo una voz dulce como la miel—. No es ningún castigo.
Piper se volvió, temiendo encontrarse con Medea, pero ante ella había otra mujer que estaba echando un vistazo a la percha de la ropa rebajada a la mitad. Era guapísima, impresionante en todos los sentidos que cualquiera pudiera imaginar. Cabello hasta los hombros, un cuello grácil, rasgos perfectos y una figura asombrosa metida en jeans y una blusa blanca como la nieve.
Había visto a bastantes actrices en su vida (la mayoría de las citas de su padre eran despampanantes), pero aquella mujer era distinta. Era elegante sin pretenderlo, refinada sin esfuerzo, deslumbrante sin maquillaje. Era hermosa por la única razón de ser verdaderamente ella misma.
Y, sin embargo, mientras Piper observaba, su apariencia cambió. No podía distinguir el color de sus ojos, ni el color exacto de su cabello. Se volvió más y más hermosa, como si su imagen se estuviera ajustando a los pensamientos de Piper, aproximándose lo máximo posible a su ideal de belleza.
—Afrodita —se dio cuenta—. ¿Mamá?
La diosa sonrió.
—Solo estás soñando, cielo. Si alguien pregunta, no he estado aquí. ¿Entendido?
—Yo... —Piper quería hacerle mil preguntas, pero todas se agolpaban en su cabeza.
Afrodita sostenía un vestido color turquesa. A Piper le parecía imponente, pero la diosa hizo una mueca.
—Este color no me va, ¿verdad? Qué lástima, es precioso. Medea tiene cosas muy bonitas aquí.
—Este... este edificio explotó —dijo Piper tartamudeando—. Yo lo vi.
—Sí —convino Afrodita—. Supongo que por eso todo está rebajado. Ahora solo es un recuerdo. Siento haberte sacado del otro sueño. Ya sé que era mucho más agradable.
A Piper le ardía la cara. No sabía si estaba enojada con su madre o avergonzada de que su madre lo viera, pero sobre todo se sentía vacía al saber la verdad.
—No era real. Nunca pasó. Entonces, ¿por qué lo recuerdo tan vivamente?
Afrodita sonrió.
—Porque eres hija mía, Piper. Ves las posibilidades mucho más vívidamente que los demás. Ves lo que podría ser. Y todavía puede ser; no te rindas. Por desgracia... —la diosa señaló los grandes almacenes—. Tienes otras pruebas a las que enfrentarte primero. Medea volverá acompañada de muchos más enemigos. Las Puertas de la Muerte se han abierto.
—¿Qué quieres decir?
Afrodita le guiñó el ojo.
—Eres lista, Piper. Ya lo sabes.
Una sensación de frío la invadió.
—La mujer durmiente, a la que Medea y Midas llamaron su patrona, ha conseguido abrir una nueva entrada en el inframundo. Está dejando que los muertos escapen y vuelvan al mundo.
—Mmm. Y no son unos muertos cualquiera. Son los peores, los más poderosos, los que tienen más probabilidades de odiar a los dioses.
—Los monstruos están volviendo del Tártaro de la misma forma —aventuró Piper—. Por eso no se desintegran.
—Sí. Su patrona, como tú la llamas, tiene una relación especial con el Tártaro, el espíritu del foso —Afrodita levantó un top con lentejuelas doradas—. No, esto me quedaría ridículo.
Piper se rió incómodamente.
—¿A ti? Es imposible que algo no te quede perfecto.
—Eres un encanto —dijo su madre—. Pero la belleza consiste en encontrar lo que más se ajusta a ti, lo que te queda más natural. Para ser perfecta, tienes que sentirte perfectamente contigo misma: evitar querer ser algo que no eres. Para una diosa, eso es especialmente difícil. Nosotras podemos cambiar muy fácilmente.
—Mi padre pensaba que eras perfecta —a la chica le tembló la voz—. Nunca se olvidó de ti.
La mirada de Afrodita se volvió ausente.
—Sí... Tristan. Oh, era extraordinario. Dulce y amable, divertido y guapo. Sin embargo, tenía mucha tristeza dentro.
—¿Podemos hablar de él en presente, por favor?
—Lo siento, cariño. Yo no quería dejar a tu padre. Siempre es difícil, pero fue para bien. Si él hubiera descubierto quién era yo realmente...
—Espera... ¿Él no sabía que eras una diosa?
—Por supuesto que no —ella parecía ofendida—. Yo no le haría algo así. Para la mayoría de los mortales, es demasiado difícil de aceptar. ¡Puede arruinarles la vida! Pregúntale a Claire Moore o a tu amigo Jason; un chico encantador, por cierto. Su pobre madre se quedó destrozada cuando se enteró de que se había enamorado de Zeus. No, era mucho mejor que Tristan creyera que era una mujer mortal que lo dejó sin darle explicaciones. Es preferible un recuerdo agridulce que una diosa inmortal e inalcanzable. Lo que me recuerda un asunto importante...
Abrió la mano y mostró a Piper un frasco de cristal brillante que contenía un líquido rosa.
—Es una de las pócimas más suaves de Medea. Solo borra los recuerdos recientes. Cuando salves a tu padre, si puedes salvarlo, debes dárselo.
Piper no podía creer lo que estaba oyendo. Se resistió.
—¿Quieres que drogue a mi padre? ¿Quieres que le haga olvidar lo que ha pasado?
Afrodita levantó el frasco. El líquido emitió un brillo rosado sobre su cara; espantoso y cruel.
—Tu padre actúa con seguridad, Piper, pero camina por una fina línea entre dos mundos. Ha trabajado toda su vida para negar las viejas historias sobre dioses y espíritus, pero teme que esas historias sean reales. Teme haber cerrado la puerta a una parte importante de sí mismo y que algún día eso acabe con él. Ahora un gigante lo ha atrapado. Está viviendo una pesadilla. Aunque sobreviva, si tiene que pasar el resto de su vida con esos recuerdos, sabiendo que dioses y espíritus caminan por la tierra, quedará destrozado. Eso es lo que espera nuestra enemiga. Ella quiere destruirlo, y de ese modo destruir tu espíritu.
Piper tenía ganas de gritar que Afrodita se equivocaba. Su padre era la persona más fuerte que conocía. Piper jamás le robaría los recuerdos como Hera se los había robado a Jason. Ella... ella no quería ocultarle la verdad.
Pero de alguna manera, no podía seguir enojada con su madre. Se acordó de lo que le había dicho su padre hacía unos meses en la playa de Big Sur: Si creyera en la Tierra de los Fantasmas, o en los espíritus animales, o en los dioses griegos... no creo que pudiera dormir por las noches. Siempre estaría buscando a alguien a quien culpar.
Ahora Piper también quería alguien a quien culpar.
—¿Quién es ella? —cuestionó Piper—. La que controla a los gigantes.
Su madre frunció los labios. Se dirigió a la siguiente percha, que sostenía una armadura abollada y unas togas rasgadas, pero Afrodita les echó un vistazo como si fueran conjuntos de diseño.
—Tienes una voluntad fuerte —reflexionó—. Nunca he tenido buena reputación entre los dioses. Mis hijos son objeto de burla. Se les rechaza por vanidosos y superficiales.
Piper bajó la cabeza, sintiendo que ese comentario le había sido enviado a ella.
—Bueno —argumentó débilmente, recordando cómo Drew la trataba a ella y a sus hermanos—, algunos lo son.
Afrodita se echó a reír.
—De acuerdo. Puede que a veces yo también sea vanidosa y superficial. Una chica debe mimarse. Oh, esto es bonito —cogió un peto de bronce quemado y manchado y lo levantó para que Piper lo viera—. ¿No te lo parece?
—No —dijo Piper—. ¿Vas a responder a mi pregunta?
—Paciencia, cariño. Lo que quiero decir es que el amor es la motivación más poderosa del mundo. Mueve a los mortales a la grandeza. Sus actos más nobles y más valientes están hechos por amor.
Pensativa, Piper sacó su daga y estudió su hoja reflectante.
—¿Como cuando Helena provocó la guerra de Troya?
—Ah, Katoptris —sonrió Afrodita—. Me alegro de que la hayas encontrado. Recibí muchas críticas por esa guerra, pero, sinceramente, Paris y Helena formaban una bonita pareja. Y los héroes de esa guerra son ahora inmortales: al menos en la memoria de los hombres. El amor es poderoso, Piper. Puede hacer que los dioses se arrodillen, hacer que los mortales hagan lo imposible, como sostener el cielo para proteger a sus seres queridos. Le dije esto mismo a mi hijo Eneas cuando escapó de Troya. Él pensaba que había fracasado. ¡Creía que era un perdedor! Pero viajó a Troya...
—Y se convirtió en el fundador de Roma.
—Exacto. Verás, Piper, mis hijos pueden llegar a ser muy poderosos. Tú también puedes ser muy poderosa porque mi linaje es único. Estoy más cerca del principio de la creación que cualquier otro olímpico.
Piper se esforzó por recordar el nacimiento de Afrodita.
—¿No... saliste del mar? ¿En una concha de mar?
La diosa se rió.
—Botticelli tenía mucha imaginación. Nunca estuve en una concha marina. Pero sí, salí del mar. Los primeros seres que salieron del caos fueron la Tierra y el Cielo: Gaia y Urano. Cuando su hijo, el titán Cronos, mató a Urano...
—Cortándolo en pedazos con una guadaña.
Afrodita arrugó la nariz.
—Sí. Los pedazos de Urano cayeron al mar. Su esencia inmortal creó la espuma marina. Y a partir de esa espuma...
—Naciste tú. Ya me acuerdo. Así que eres...
—La última hija de Urano, que era superior a los dioses y los titanes. Así que, por extraño que parezca, soy el dios del Olimpo más viejo. Como he dicho antes, el amor es una fuerza poderosa. Y tú, hija mía, eres mucho más que una cara bonita. Por ese motivo ya sabes quién está despertando a los gigantes y quién tiene el poder de abrir puertas a los lugares más recónditos de la tierra.
Su madre permaneció a la espera, como si intuyera que Piper estaba reuniendo poco a poco las piezas de un rompecabezas que formaba un cuadro espantoso.
—Gaia —se dio cuenta—. La propia Tierra. Esa es nuestra enemiga.
Esperaba que su madre dijera que no, pero la diosa mantuvo sus ojos en el estante de armadura hecha jirones.
—Ha dormido durante una eternidad, pero se está despertando poco a poco. Incluso dormida es poderosa, pero cuando se despierte... estaremos perdidos. Debes vencer a los gigantes antes de que eso ocurra y adormecer otra vez a Gaia. De lo contrario, la rebelión no ha hecho más que empezar. Los muertos seguirán resucitando. Los monstruos se regenerarán cada vez más deprisa. Los gigantes asolarán el lugar de nacimiento de los dioses. Y si hacen eso, toda la civilización se consumirá.
—Pero... ¿Gaia? ¿La Madre Tierra?
—No la subestimes —le advirtió Afrodita—. Es una deidad cruel. Ella tramó la muerte de Urano. Ella le dio a Cronos la guadaña y lo animó a que matara a su padre. Mientras los titanes dominaban el mundo, dormía tranquila. Pero cuando los dioses los derrocaron, Gaia despertó de nuevo con toda su ira y dio a luz a una nueva raza (los gigantes) para que destruyeran el Olimpo de una vez por todas.
—Y está ocurriendo otra vez —dijo Piper—. La rebelión de los gigantes.
Afrodita asintió.
—Ya lo sabes. ¿Qué vas a hacer?
—¿Yo? —ella apretó los puños—. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¡¿Ponerme un vestido bonito y camelar a Gaia para que vuelva a dormirse?!
—Ojalá eso funcionara —suspiró su madre—. Pero no, tendrás que encontrar tus puntos fuertes y luchar por lo que amas. Como mis favoritos, Helena y Paris. Como mi hijo Eneas.
—Helena y Paris murieron.
—Y Eneas se convirtió en héroe —replicó la diosa—. El primer gran héroe de Roma. El resultado dependerá de ti, Piper, pero te diré una cosa: hay que reunir a los siete mejores semidioses para vencer a los gigantes, y esa empresa no tendrá éxito sin ti. Cuando los dos bandos coincidan... tú y la hija de Harmonía, Savreen Arora, seréis las mediadoras y decidiréis si todo acaba en una amistad o en una matanza.
Piper no sabía lo que eso significaba. Pero sabía que no se asentó bien en sus entrañas.
—Espera... ¿qué dos bandos?
Su visión comenzó a oscurecerse.
—¡Espera, mamá! ¡¿Qué dos bandos?!
—Debes despertar pronto, niña —dijo la diosa—. No siempre estoy de acuerdo con Hera, pero ha corrido un gran riesgo, y estoy de acuerdo en que es algo que hay que hacer. Zeus ha tenido a los bandos separados demasiado tiempo. Solo juntos tendréis el poder para salvar el Olimpo. Y ahora despierta. Espero que te guste la ropa que he elegido..
—¡¿Qué ropa?! —preguntó Piper, pero en ese instante el sueño se fundió a negro.
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Se despertó ante una mesa en la terraza de un café.
Por un instante creyó que seguía soñando. Era una mañana soleada. El aire era fresco, pero no desagradable para sentarse fuera. En las otras mesas, una mezcla de ciclistas, hombres de negocios y universitarios charlaban y bebían café.
Parecía tan normal en comparación con todas las locuras que sucedieron en los últimos días que tenía que ser un sueño.
Podía oler las calles de eucaliptos. Muchos peatones pasaban por delante de pequeñas tiendas pintorescas. La calle estaba bordeada de callistemones y azaleas en flor, como si el invierno fuera un concepto extraño.
Oh, ahora sabía dónde estaba. Era California.
Y no era un sueño. Sus amigos estaban sentados en sillas a su alrededor: todos con las manos dobladas tranquilamente sobre el pecho, dormitando plácidamente. Y todos llevaban ropa nueva. Piper miró su atuendo y dejó escapar un grito ahogado.
—¡Madre mía!
Gritó más alto de lo que pretendía. Jason se sobresaltó y golpeó la mesa con las rodillas, y todos se despertaron.
—¿Qué pasa? —preguntó Hedge—. ¿Contra quién hay que luchar? ¡¿Dónde?!
—¡Me caigo! —Leo se agarró a la mesa—. No, no me caigo. ¿Dónde estamos?
Savreen simplemente se desplomó en su silla, sin aliento y como si estuviera sorprendida de que estuvieran vivos.
Jason parpadeó, tratando de orientarse. Se centró en Piper y emitió un pequeño sonido ahogado.
—¿Qué llevas puesto?
Probablemente se sonrojó. Llevaba el vestido color turquesa que había visto en el sueño, con unas mallas negras y unas botas de piel del mismo color. Tenía puesta su pulsera de plata favorita, aunque la había dejado en su casa de Los Ángeles, y el viejo forro polar de su padre, que combinaba sorprendentemente bien con el conjunto. Desenvainó a Katoptris y, al evaluar su reflejo en la hoja de la daga, comprobó que también tenía el pelo arreglado. Pero... de una manera que le gustaba. De una manera que se sentía como ella.
—No es nada —dijo—. Es mi... —recordó que Afrodita le había advertido que no dijera que habían hablado—. No es nada.
Pero ya era demasiado tarde. Leo ya estaba sonriendo.
—Afrodita contrataca, ¿eh? Vas a ser la guerrera mejor vestida de la ciudad, reina de la belleza.
Savreen simplemente se rió entre dientes y le dio un codazo.
—Oye, Leo, ¿tú te has visto?
—¿Qué...? Oh.
A todos les habían hecho un lavado de cara. Leo llevaba unos pantalones de raya diplomática, unos zapatos de piel negros, una camisa blanca de cuello Mao con tirantes, su cinturón portaherramientas, unas gafas de sol Ray-Ban y un sombrero de copa baja.
—Dioses, Leo —Piper procuró no reírse—. Creo que mi padre llevaba lo mismo en su último estreno, menos el cinturón.
—¡Cállate! —se quitó el sombrero y trató de ponérselo a Savreen en la cabeza mientras ella se reía a su lado.
Era preciosa. Savreen siempre tuvo un aspecto muy bello, con su pelo oscuro, sus ojos oscuros y su piel bronceada y luminosa. Pero la madre de Piper parecía hacerla aún más hermosa. Llevaba el pelo liso y fresco, como si acabara de lavárselo. Iba vestida con una camiseta negra de manga larga abotonada y escote redondo, acompañada de unos vaqueros de pitillo de cintura baja y unas zapatillas deportivas, como si hubiera salido de un programa de televisión para adolescentes y fuera la protagonista. Un ligero toque de sombra de ojos enmarcaba sus ojeras, y un brillo transparente cubría sus labios, haciendo que su sonrisa brillara mientras forzaba el sombrero hacia Leo.
—A mí me parece que está bien —dijo el entrenador Hedge—. Claro que yo estoy mejor.
Piper intentó no reírse al verlo. Era una pesadilla de tonos pasteles. Afrodita le había dado un traje holgado de color amarillo canario con zapatos de dos tonos que le encajaban en las pezuñas. Llevaba un sombrero de ala ancha amarillo a juego, una camisa de color rosa, una corbata azul celeste y un clavel azul en el hojal, que Hedge olió y acto seguido se comió. Pero a Piper le encantaba su entusiasmo y confianza.
—Bueno —dijo Jason, toqueteándose la camisa y mirando ridículamente sus brazos, como si buscara el más mínimo cambio—, por lo menos tu madre me ha pasado por alto.
Piper sabía que eso no era del todo cierto. Al mirarlo, se quedó sin aliento. No era porque llevara un atuendo magnífico, ni porque se hubiera peinado o retocado las cejas. Jason iba vestido de forma sencilla con unos vaqueros y una camiseta morada limpia, como la que llevaba en el Gran Cañón. Pero eso no era lo importante. Piper sabía lo que Afrodita había querido decir. Jason tenía el mismo aspecto que en su sueño, con sus tatuajes, con aquella cicatriz y aquella mirada triste, y Piper se dio cuenta de la verdad: su madre no había cambiado absolutamente nada de él, porque no tenía por qué hacerlo. Este lado, el verdadero, era mucho más perfecto que cualquier imagen o recuerdo inventado que Piper hubiera tenido de él. Porque él era Jason Grace y era guapísimo.
—En fin —dijo después de aclararse la garganta, esperando que nadie viera el sonrojo que creció en sus mejillas—, ¿cómo hemos llegado aquí?
—Ha debido de ser Mellie —dijo Hedge, masticando alegremente su clavel—. Creo que esos vientos nos han hecho atravesar medio país. Nos habríamos partido la crisma al chocar, pero el último regalo de Mellie, una suave brisa, amortiguó la caída.
—Y la han despedido por nuestra culpa —dijo Leo. Se desplomó—. Somos lo peor, tío.
—No le pasará nada —dijo Hedge—. Además, no pudo evitarlo. Tengo ese efecto en las ninfas —Piper vio a Sav enviarle un gesto de náuseas mientras Hedge no podía verla, y no pudo evitar estar de acuerdo—. Le mandaré un mensaje cuando hayamos acabado la misión y la ayudaré a encontrar una solución. Con esa aura podría sentar la cabeza y criar un rebaño de cabritos.
—¡Ew! —soltaron los adolescentes. Leo dejó que su cabeza golpeara la mesa con un gemido de disgusto. Savreen se cubrió la cara con las manos y sacudió la cabeza mientras Jason hacía una mueca de absoluta repulsión.
—¡Entrenador! —soltó, horrorizado.
—¿Por qué dices eso? —añadió Piper, incrédula y sintiendo como si quedara marcada de por vida—. ¿No podemos...? ¡Agh! ¿Alguien quiere café?
Afortunadamente, la conversación cambió.
—¡Café! —la sonrisa de Hedge estaba manchada de azul de la flor—. ¡Me encanta el café!
—Um —dijo Jason mientras Leo se tomaba unos segundos más para recuperarse de las palabras del entrenador, todavía quejándose en la mesa—, pero... ¿y el dinero? ¿Nuestras mochilas?
Piper bajó la vista. Las mochilas estaban a sus pies, y todo parecía seguir allí. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y palpó dos cosas que no esperaba encontrar. Una era un fajo de dinero. La otra, un frasco de cristal: la poción para la amnesia. Dejó el frasco en el bolsillo, sintiendo que la bilis le subía a la garganta, y sacó el dinero.
Como si pudiera olerlo, Leo levantó la vista y dejó escapar un silbido.
—¿Dinero? ¡Piper, tu madre sí que mola!
—¡Camarera! —gritó Hedge—. Seis cafés dobles y lo que quieran estos muchachos. Póngalo en la cuenta de la chica.
Savreen miró fijamente al entrenador, tan dudosa como el resto de ellos.
—¿Cómo eres capaz de seguir vivo?
Piper se preguntaba lo mismo.
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