xxv. The Wind Palace

━━ chapter twenty-five
the wind palace
( savreen )

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Su mente estaba a tope.

No solo por casi morir porque Leo quemó el puente (su única salida de este lugar), ni por la extraordinaria vista que era el palacio del viento de Eolo, ni por los latidos de su corazón por los nervios, ni por lo que había sucedido en la cueva hace horas, sino por la revelación de Leo.

Los enemigos en armas, decía la profecía.

Los puentes siempre han sido un símbolo de caminos, de conexión: entre pensamientos, entre mundos, entre almas gemelas. Y si algo había aprendido Savreen en su reciente aventura entre los dioses, era que a éstos les encantaban sus simbolismos y sus lecciones. ¿Era descabellado que Hera hubiera hecho su propio simbolismo entre Percy y Jason? Que la pista de uno fuera el otro; que estuvieran conectados por esta extraña experiencia aunque nunca se hubieran visto. Lo que sea que significara, no sentó bien en el estómago de Savreen. Sabía que era algo peligroso. Sabía que tenía muchas posibilidades de salir mal. Tal vez era su experiencia, tal vez era el collar en el bolsillo de su chaqueta, tal vez eran sus poderes, o tal vez, era simplemente la verdad.

Pero la pregunta ahora era: ¿qué conectaba el puente? ¿Dónde estaba el lugar de donde vino Jason y hacia donde cruzó Percy? Savreen estaba desesperada por saberlo, no sólo por Claire o Jason, sino por ella misma. Percy Jackson se había convertido en tal misterio, tal enigma, que todos querían descubrir quién era. Ver esta figura que todos elogiaron. Ver al chico que enfrentó la misma maldición que Jason y cómo terminó. Dónde terminó.

Porque Savreen también quería saber de dónde venía Jason. Quería conocerlo de verdad, no al recuerdo falso que le habían alimentado.

Lo miró parado a su lado, mirando hacia el palacio con tristeza en los ojos, excepto que esta vez había un nuevo aliento de ira. Savreen, de alguna manera, podía sentir cada gramo de dolor que sentía entonces, y era abrumador: acababa de encontrar a su hermana después de años y en poco menos de una hora, la había perdido... otra vez.

Eso le hizo estirar la mano y agarrar la suya, dándole un apretón amistoso. Sólo para que supiera que ella estaba aquí para él, como siempre lo había estado para el fantasma que se encontraba en la Escuela del Monte. Él se había convertido en parte de su familia allí, y eso había sido aterrador, ya que todas las familias que Sav había tenido se habían marchado de forma trágica o la habían obligado a marcharse, y había perdido esa versión de él, también, pero ahora esta versión (el verdadero Jason) empezaba a convertirse de nuevo en su propia familia.

Simplemente rezaba a los dioses para que tampoco perdiera a esta familia.

No soportaría la idea después de todas las tragedias que ha enfrentado...

Sintió que Jason le devolvía el apretón, pero no dijo una palabra. Se soltó, respiró hondo y volvió a adoptar su postura de liderazgo, aquella en la que echó los hombros hacia atrás e hizo todo lo posible por no mostrar otra emoción que la que los ayudaría a superar esto.

Savreen miró por encima del hombro a Leo. Sus zapatos estaban chamuscados y su ropa aún humeaba. Parecía terriblemente culpable. Dio un paso atrás para ponerse a su altura y también le tomó la mano. Ella se aferró fuerte a él, no dejando que se alejara incluso si quisiera, tal vez temiendo que la quemara, o incluso algo peor. Ella entrelazó sus dedos, tal como lo había hecho en esa cueva, y el roce de su palma, tan cálido, envió aleteos a su pecho.

Podía sentir sus ojos clavados en ella, y dudaba si eran de agradecimiento o algo más. Savreen tenía un poco de miedo de mirar. Después de llegar al campamento, la amistad entre ella y Leo parecía haber cambiado. Había dudas, un aire más tenso entre ellos; no quería pensar que la rivalidad entre sus padres tuviera algo que ver, pero ese pensamiento de que, a pesar de que todo, parecía indicar que siempre habían estado destinados a ser amigos, existía algo imperfecto entre ellos dos, e inquietaba a Savreen. La ponía nerviosa. La hacía ver de repente cosas de Leo que nunca antes había visto.

Quizás todo la ponía nerviosa. ¿Quizás fue lo que pasó en la cueva? ¿Qué les había hecho a esos lobos? Los paró, les dijo qué hacer y ellos escucharon su orden. Esa pregunta la hizo sentir muy incómoda.

Se negó a pensar más en ello.

Y así, juntos, el grupo formado por Savreen, Leo, Jason, Piper y el entrenador Hedge abandonó el puente quemado y subió las numerosas escaleras hasta la fortaleza de Eolo en silencio. Savreen nunca soltó la mano de Leo.

El palacio parecía como si alguien hubiera cogido una fotografía de un libro de cuentos de hadas de un castillo medieval y la hubiera colocado encima de nubes mágicas para hacerla flotar en el aire; parecía el destino mítico de una película de Barbie. Savreen realmente sintió como si hubiera bailado con doce hermanas en los mosaicos exactos para aventurarse en un mundo oculto.

Excepto que esto no la hizo sentir feliz como si fuera Barbie, sintió que su bilis subía hasta su pecho, lista para que algo saliera mal.

Finalmente llegaron a lo alto de la isla. Unos muros de bronce rodeaban los jardines de la fortaleza, pero Savreen no se imaginaba quién podría atacar aquel sitio, o quién querría hacerlo, más bien. Se abrieron unas puertas de casi diez metros de altura, tras las cuales había un camino de piedra púrpura pulida que conducía a la ciudadela principal: una rotonda con columnas blancas de estilo griego, como un monumento de Washington, D. C., salvo por el montón de antenas parabólicas y de torres de radio del tejado.

—Um —Piper decidió hablar, señalando hacia las antenas parabólicas que giraban lentamente—. Es muy raro...

—Supongo que en una isla flotante no se sintoniza la televisión por cable —comentó Leo.

—Seguro que solo se puede ver Fox News —Savreen arrugó la nariz.

—O SBS —añadió Piper. Sav estuvo de acuerdo con ella y las dos chicas tuvieron un intercambio de disgusto.

—¡Jo! —Leo señaló hacia el centro—. ¡Mirad el jardín que tiene este tío!

La rotonda se hallaba en el centro de un círculo que debía de medir unos cuatrocientos metros. Los jardines eran espectaculares de un modo inquietante: estaban divididos en cuatro secciones (como grandes porciones de pizza), cada una de las cuales representaba una estación. La sección de la derecha estaba compuesta de restos congelados, con árboles sin hojas y un lago helado. Los muñecos de nieve rodaban a través del paisaje cuando soplaba el viento y Savreen se acercó a Leo, sin estar muy segura de si eran adornos o estaban vivos. (Pero sabía que Leo probablemente podría derretirlos si se acercaban demasiado, así que se escondió detrás de él). A su izquierda había un parque otoñal con árboles dorados y rojos. Montones de hojas volaban formando dibujos: dioses, personas, animales que se perseguían los unos a los otros antes de volver a dispersarse entre el viento de otoño. A lo lejos, había dos sectores más dentro de la rotonda. Una parecía un prado verde con ovejas hechas de nubes. La última sección era un desierto donde las plantas rodadoras trazaban extraños dibujos en la arena como, por ejemplo, letras griegas, caras sonrientes y un enorme anuncio que decía: ¡VEA A EOLO TODAS LAS NOCHES!

Savreen y Piper compartieron una mirada de incredulidad.

—Una sección por cada uno de los cuatro dioses de los vientos —aventuró Jason, la primera vez que hablaba desde que se vio obligado a despedirse de Thalia—. Cuatro puntos cardinales.

—Me encanta ese prado —el entrenador Hedge se lamió los labios, con los ojos fijos en la sección de la primavera—. Chicos, ¿os importa...?

—Adelante —dijo Jason, y todos se sintieron aliviado de despachar al sátiro... Lo último que necesitaban era que el entrenador Hedge agitara la porra hacia Eolo y gritara: ¡MUERE!

Mientras el sátiro se marchaba corriendo a atacar a la primavera, Savreen, Leo, Jason y Piper recorrieron el camino hacia los escalones del palacio. Cruzaron las puertas principales y entraron en un vestíbulo de mármol blanco decorado con pancartas púrpura en las que ponía: CANAL METEOROLÓGICO DEL OLIMPO, y otras en las que simplemente ponía: CMO.

—¡Ah, CMO suena a comida, será el canal del chef! —murmuró Leo a Sav. Ella reprimió una risita que los dos compartieron ante su terrible broma. Leo sonrió, feliz de hacerla reír.

—¡Hola! —de la nada, una mujer se acercó flotando hacia ellos, literalmente. La boca de Savreen se abrió por la sorpresa. Era bonita al estilo élfico, muy parecida a los espíritus de la naturaleza que Sav solo había visto brevemente en su corto tiempo en el Campamento Mestizo: menuda, con las orejas un poco puntiagudas y un rostro sin edad que podría haber tenido lo mismo dieciséis años que treinta. Sus ojos marrones centelleaban alegremente. Aunque no había viento, su cabello ondeaba como si estuviera en algún comercial demasiado dramático de champú, perfume o algo así. Su vestido blanco ondeaba a su alrededor como la tela de un paracaídas. Brillaba, flotaba en el suelo, se podía ver a través de ella, como si fuera un...

—¿Eres un fantasma? —preguntó Jason.

Savreen miró a su amigo, horrorizada. ¡No se le pregunta a la gente si son fantasmas! Le dijo y él respondió con una mirada de: es igualita a un fantasma, ¿qué otra cosa le iba a decir?

Es comprensible que la mujer se sintiera insultada. La sonrisa se convirtió en un mohín.

—Soy un aura, señor. Una ninfa del viento, como es lógico, y trabajo para el señor de los vientos. Me llamo Mellie. Nosotros no tenemos fantasmas.

Piper acudió al rescate, golpeando sutilmente su codo en el costado de Jason ante sus palabras. Tosió, intentando con todas sus fuerzas no doblarse.

—¡No, claro que no! Mi amigo solo la ha confundido con Helena de Troya, la mortal más hermosa de todos los tiempos. Es un error lógico.

El cumplido parecía un poco exagerado, pero Mellie se ruborizó.

—Oh, si es así... ¿es usted pariente del señor Zeus?

—Esto... —Jason seguía masajeando donde Piper le había dado un codazo—, sí, soy hijo de Zeus.

—¡Excelente! Por aquí, por favor —los condujo por un conjunto de lo que Sav supuso que era unas puertas de seguridad hasta otro vestíbulo, consultando su ordenador mientras flotaba. No miraba adónde iba, simplemente se deslizaba entre las columnas sin ningún problema—. Ahora no estamos en horario de máxima audiencia, lo cual es bueno —reflexionó—. Puedo hacerles un hueco justo después de su espacio de las once y doce.

—Um... de acuerdo.

El vestíbulo era un lugar muy molesto. Alrededor de ellos soplaban vientos de todo tipo, de modo que parecía como si se estuvieran abriendo paso a empujones entre una multitud invisible. Las puertas se abrían y se cerraban solas de un portazo; todo lo que había era igual de raro. Aviones de papel de distintos tamaños y formas pasaban a toda velocidad, y de vez en cuando otras ninfas del viento los cogían, los desdoblaban y los leían, para luego arrojarlos de nuevo al aire, donde los aviones volvían a doblarse y seguían volando.

Una criatura fea... bueno, Savreen no quería decir fea, era una palabra muy mala. Nadie era feo, pero... pasó volando. Parecía una mezcla de una anciana y un pollo atiborrado de esteroides. Por no mencionar que le resultaba familiar, como si Sav ya hubiera visto a tales criaturas antes... hasta que se dio cuenta de que sí. Estaban por todas partes en el Campamento Mestizo, y Claire había bromeado con ella durante la visita diciéndole que se la comerían si se quedaba fuera hasta muy tarde... pero la cosa era que Savreen aún no estaba muy segura de si hablaba en serio o no.

—¿No es un aura? —preguntó Jason a Mellie cuando la criatura pasó tambaleándose.

Mellie se rió. Incluso eso sonó etéreo y melódico, como si lo dijera a través de una flauta.

—Es una arpía, por supuesto. Nuestras, ejem, hermanastras feas, como dirían ustedes. ¿No tienen arpías en el Olimpo? Son los espíritus de las rachas violentas, a diferencia de nosotras, las aurai. Nosotras somos brisas suaves.

Ella los miró parpadeando. Savreen tenía miedo de lo que pasaría si decían que no.

Entonces ella sonrió y dijo torpemente:

—Por supuesto que sí.

Mellie estalló en una sonrisa.

—Eres muy dulce —le dijo a Sav.

Sav miró a Leo para ver su reacción, pero estaba demasiado ocupado mirando hacia todo; el vestíbulo era una presa de dopamina que su TDAH estaba tratando de absorber.

—Entonces —apuntó Piper—, ¿nos llevaba a ver a Eolo?

Mellie los condujo a través de una serie de puertas como las de una cámara estanca. Sobre la puerta interior, parpadeaba una luz verde.

—¡Sí! Tenemos unos minutos antes de que empiece —dijo alegremente—. Probablemente no les mate si entramos ahora. ¡Vamos!

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Si a Savreen le dieran un dólar cada vez que le dicen que existe la posibilidad de que un dios le mate, tendría como dos dólares, pero aún así, incluso conseguir un dólar resultaba inquietante. A diferencia de su gente, atrapada en su frío palacio de Quebec, la sección central de la fortaleza de Eolo era lo más luminosa y cálida que se podía conseguir: era tan grande como una catedral, con un altísimo tejado abovedado cubierto de plata. Los equipos de televisión flotaban aleatoriamente en el aire: cámaras, focos, decorados, plantas en macetas. Y no había suelo. Savreen estuvo a punto de arrastrar a Leo al abismo antes de que Jason tirara de ellos.

—¡La madre que...! —Leo tragó saliva—. Oiga, Mellie, ¡la próxima vez podría avisar!

Savreen se quedó mirando la caída, boquiabierta, toda su vida parpadeando ante sus ojos por un momento. Piper frunció los labios, mirando con cuidado por encima del borde.

—Es una caída super grande —murmuró a la chica a su lado.

—Casi me muero —susurró Savreen en estado de shock.

Piper le envió una sonrisa traviesa. Agarrando la parte de atrás de su chaqueta de mezclilla, empujó burlonamente a Savreen hacia adelante y ella gritó, intentando golpear ligeramente a su amiga mientras se reía, tirando de ella hacia atrás.

—¡No hagas eso! ¡No seas tan mala!

Un enorme foso circular penetraba en el corazón de la montaña. Debía de tener casi un kilómetro de profundidad y estaba lleno de cuevas. Algunos de los túneles probablemente conducían directamente al exterior, donde Sav recordaba haber visto aquellas repentinas ráfagas de viento. Otras cuevas estaban selladas con un material reluciente que parecía cristal o cera. Toda la cavidad estaba repleta de arpías, aurai y aviones de papel, pero, para alguien que no pudiera volar como Savreen, sería una caída muy larga y fatal.

La fortaleza de Eolo tal vez no tuviera una temperatura fría, pero brillaba con fragmentos de hielo. Puede que fuera cálido con las luces del estudio y las sonrisas de Mellie... pero había algo en ello que parecía igual de frío; igual de escalofriante.

—¡Caramba! —jadeó Mellie—. Lo siento mucho —desenganchó un walkie-talkie del interior de su ropa y habló por el aparato—. Hola, ¿decorados? ¿Eres Nuggets? Hola, Nuggets. ¿Podéis colocarnos un suelo en el estudio principal, por favor? Sí, uno duro. Gracias.

Segundos más tarde, un ejército de arpías salió del foso: aproximadamente tres docenas de diabólicas señoras pollo, todas cargadas con cuadrados de diversos materiales de construcción. Comenzaron a trabajar martilleando y pegando... y usando grandes cantidades de cinta aislante, lo que no tranquilizó a Sav, sin importar cuanta gente le dijera que la cinta aislante lo arreglaba todo. Sin embargo, quedó impresionada, porque en poco tiempo había un piso improvisado serpenteando sobre el abismo. Estaba hecho de madera contrachapada, bloques de mármol, losetas, pedazos de césped, cualquier cosa.

—Mierda —soltó Leo. Él y Sav estaban impresionados, pero al mismo tiempo, algo aterrorizados. Dijo algo completamente en español antes de darse cuenta de que no lo entendían, así que tradujo rápidamente poniendo los ojos en blanco—. Es como Minecraft con esteroides.

—Eso no puede ser seguro —murmuró Jason.

—¡Oh, sí que lo es! —les aseguró Mellie—. Las arpías trabajan muy bien.

Para ella era fácil decirlo. Se deslizaba sin tocar el suelo sin ninguna preocupación en el mundo.

Los cuatro amigos que quedaron atrás se miraron entre sí, antes de que Savreen, Leo y Piper fijaran sus miradas en Jason, quien suspiró, sabiendo que sería el conejillo para probarlo.

Vacilante, estiró un pie sobre el puente improvisado. Luego, puso todo su peso sobre él. Sorprendentemente, el suelo aguantó.

Piper rápidamente agarró su mano mientras lo seguía.

—Si me caigo, cógeme.

Jason la miró fijamente. Su respiración se entrecortó y un sonrojo comenzó a formarse en sus mejillas que subió hasta la punta de sus orejas. De repente se convirtió en un manojo de nervios.

Como siempre, Leo estaba ahí para burlarse de él. Fue el siguiente en ir y Savreen no se quedó atrás. Intentó ser lo más liviana posible, pisando la llanura como si estuviera pisando el aire mismo. Aunque técnicamente no podía aligerarse más, la hacía sentir mejor pensar que en su cabeza lo estaba intentando.

—Píllanos a nosotros también, Superman —decía Leo con una sonrisa traviesa—. Pero yo no pienso cogerte la manita.

Piper le sacó el dedo con la mano libre, algo que siempre hacía cada vez que Leo hablaba. Sólo le hizo sonreír más.

Mellie los condujo hacia el centro de la sala, donde flotaba una amplia esfera de pantallas planas de vídeo alrededor de una especie de centro de control. Savreen permaneció al otro lado de Piper, mirando a su alrededor, haciendo cualquier cosa para mantener su atención fuera del abismo de abajo. Un hombre se hallaba suspendido en el aire comprobando monitores y leyendo mensajes en aviones de papel. No les prestó atención cuando Mellie les hizo pasar. Ella apartó una pantalla Sony de cuarenta y dos pulgadas y los llevó a la zona de control.

Leo silbó.

—Tengo que conseguir una sala como esta.

Savreen sintió como si hubiera entrado en el set de The Today Show. Las pantallas flotantes emitían toda clase de programas de televisión. Reconoció algunos (espacios nuevos, en su mayoría, algún programa de la ABC), pero otros resultaban un poco raros: gladiadores luchando o semidioses peleando contra monstruos. Tal vez eran películas, pero con una sensación de malestar en el estómago de Sav, parecían más reality shows.

¿O estaban transmitiendo directamente a la vida de los semidioses? ¿Solo eran eso para los dioses? ¿Entretenimiento? Algo que ver después de cenar y reírse de todos sus errores.

¿Su propia madre, Harmonía, la veía así?

Savreen tuvo que apartar la mirada.

En el otro extremo de la esfera había un telón de fondo de seda azul, como una pantalla de cine, con cámaras y focos de estudio flotando alrededor. El hombre del centro estaba hablando por un teléfono de auricular. Tenía un mando a distancia en cada mano y apuntaba con ellos a varias pantallas, aparentemente al azar.

Estaba envuelto en un traje que parecía estar hecho del cielo mismo, cambiando constantemente de cielos despejados a clima tormentoso a través de la tela. Aparentaba sesenta y tantos años, con el cabello blanco, mucho maquillaje encima y parecía más un muñeco de Ken que una persona real... excepto que parecía que lo hubieran dejado derretir a medias en un microondas. Sus ojos se movían rápidamente de una pantalla a otra, como si estuviera intentando asimilarlo todo al mismo tiempo. Murmuraba cosas por el teléfono, y su boca no paraba de hacer muecas. Estaba entretenido o loco, o ambas cosas.

Mellie se dirigió hacia él flotando.

—Ejem, señor Eolo, estos semidioses...

—¡Espera! —levantó la mano para hacerla callar y señaló una de las pantallas—. ¡Mira!

Era uno de esos programas de cazadores de tormentas en los que salían chiflados adictos a las emociones fuertes que perseguían tornados en coche. Savreen hizo una mueca cuando un Jeep se arrojó directo hacia una nube en forma de embudo y salió lanzado por los aires.

Eolo gritó de regocijo.

—El canal de Desastres. ¡La gente hace eso a propósito! —se volvió hacia Jason con una sonrisa de loco—. ¿A que es increíble? Vamos a verlo otra vez.

—Ejem, señor —dijo Mellie—, este es Jason, hijo de...

—Sí, sí, me acuerdo —Eolo hizo un gesto con la mano—. Has vuelto. ¿Cómo te ha ido?

Jason frunció el ceño. Miró brevemente a Savreen, Leo y Piper. Todos se encogieron de hombros.

—¿Perdón? Creo que me confundís...

—No, no. Jason Grace, ¿no? Fue, ¿cuándo...? ¿El año pasado? Ibas a luchar contra un monstruo marino, creo.

—No... no me acuerdo.

Eolo se echó a reír.

—¡No debió de ser un monstruo marino muy bueno! Me acuerdo de todos los héroes que han acudido a mí en busca de ayuda. Odiseo... ¡Dioses, estuvo en mi isla un mes entero! Por lo menos tú solamente te quedaste unos días. Mira este vídeo. Esos patos acaban absorbidos por...

—Señor —lo interrumpió Mellie—, dos minutos para salir al aire.

—¡Aire! —exclamó Eolo—. Me encanta el aire. ¿Qué tal estoy? ¡Maquillaje!

Hubo un tornado de brochas, toallitas desmaquillantes y bolas de algodón. Formaron una nube de humo en el rostro de Eolo hasta que pareció aún más derretido que antes. El viento se arremolinaba entre su cabello y lo dejaba erizado como un árbol de Navidad helado.

—Um... señor Eolo —Jason se quitó la mochila dorada—. Os hemos traído estos espíritus de la tormenta revoltosos.

—Ah, ¿sí? —miró la bolsa como si fuera un regalo de un fan, algo que en realidad no quisiera—. Qué bien.

Jason se quedó allí, un poco estupefacto por su reacción antes de que Leo le diera un codazo. Entonces Jason le ofreció la mochila.

—Boreas nos mandó cazarlos para vos. Confiamos en que los acepte y deje, bueno, ya sabe, de ordenar la muerte de los semidioses.

Eolo se echó a reír y miró con incredulidad a Mellie.

—La muerte de los semidioses. ¿He ordenado yo eso?

Mellie consultó su ordenador táctil.

—Sí, señor, el 15 de septiembre. «Espíritus de la tormenta liberados por la muerte de Tifón. Responsabilizar a los semidioses», etcétera... Sí, es una orden general de matarlos a todos.

—Porras —dijo Eolo—. Estaba de mal humor. Anula esa orden, Mellie. ¿Quién está de guardia... Teriyaki? Teri, lleva estos espíritus de la tormenta al pabellón Catorce E, ¿quieres?

Una arpía apareció de la nada, agarró la mochila dorada y se lanzó al abismo.

Eolo sonrió a Jason.

—Lamento el asunto de la muerte sin previo aviso, pero estaba muy cabreado —y así, su rostro se oscureció de repente, como una tormenta que se avecinaba. Al igual que su traje, cuyas solapas empezaron a relampaguear—. Ahora me acuerdo. Fue como si una voz me dijera que diera esa orden. Un ligero hormigueo en la nuca.

Savreen vio que Jason se ponía tenso. Y tal como lo había dicho el dios, Sav pareció sentirlo y ocultó un escalofrío.

—¿Como una... vocecilla dentro de la cabeza, señor?

—Sí. Qué raro. ¿Deberíamos matarlos, Mellie?

—No, señor —contestó pacientemente—. Solo nos han traído los espíritus de la tormenta, lo que lo arregla todo.

—¡Claro! —él se echó a reír de nuevo—. Lo siento. Mellie, manda a los semidioses algo bonito. Una caja de bombones, por ejemplo.

—¿Una caja de bombones a todos los semidioses del mundo, señor?

—No, es demasiado caro. Da igual. ¡Un momento, es la hora! ¡Estoy en el aire!

Savreen no estaba segura. Se abrazó el estómago y observó la forma en que el dios del viento volaba hacia la pantalla azul mientras la música del noticiero comenzaba a sonar. Miró a sus amigos, esperando que vieran su mirada de ¿soy yo o está majara? sin realmente mencionarlo. Leo asintió con los ojos muy abiertos para decirle: sí, mogollón, y se sintió mejor porque no era la única que pensaba que esto podría ser un desastre.

Su collar se calentó en su bolsillo.

Basta ya, le dijo.

Milagrosamente, pareció seguir su comando.

—Mellie —comenzó Jason, vacilante—, ¿siempre es... así?

Ella sonrió tímidamente. Su cabello todavía flotaba suavemente como si tuviera una brisa personal siguiéndola como a una amiga.

—Bueno, ya sabe lo que se suele decir. Si no le gusta su humor, espere cinco minutos. La expresión «en qué dirección sopla el viento» está inspirada en él.

—¿Y eso que ha dicho del monstruo marino? —continuó Jason—. ¿He estado aquí antes?

Mellie se sonrojó hasta el tono rojo de un atardecer.

—Lo siento, no me acuerdo. Soy la nueva ayudante del señor Eolo. Llevo con él más tiempo que la mayoría de ayudantes, pero aun así... no tanto.

—¿Cuánto suelen durar sus ayudantes? —preguntó Piper.

—Oh... —Mellie se puso a pensar un momento. Contó un poco con los dedos—. Llevo haciendo esto... ¿doce horas?

—Vamos a morir —Leo se volvió hacia Sav, horrorizado.

Antes de que Jason pudiera decirle que se callara, una voz sonó a todo volumen por los altavoces:

—¡Y ahora, el tiempo cada doce minutos! Con vosotros, el hombre del tiempo del Canal Meteorológico del Olimpo, el CMO: ¡Eolo!

—El canal del chef —bromeó Leo sin poder evitarlo.

La sala estalló con focos cegadores. Savreen tuvo que protegerse los ojos. Eolo se paraba ante todo con una sonrisa anormalmente blanca.

—¡Hola, Olimpo! —dijo con esa voz genérica de reportero de noticias—. ¡Soy Eolo, el señor de los vientos, y os traigo el pronóstico del tiempo cada doce minutos! Hoy tendremos un sistema de baja presión desplazándose sobre Florida, de modo que es posible que haya temperaturas más suaves, ya que Deméter quiere favorecer a los agricultores de cítricos —hizo un gesto hacia la pantalla azul, pero cuando Sav revisó los monitores vio que detrás de Eolo se estaba proyectando una imagen digital, de modo que parecía que se encontrara delante de un mapa de Estados Unidos con animaciones de soles sonrientes y nubarrones malhumorados—. A lo largo del litoral oriental... Un momento —tocó su auricular—. ¡Perdón, amigos! ¡Hoy Poseidón está enfadado con Miami, así que parece que volverá a helar en Florida! Lo siento, Deméter. ¡En el medio este, no sé lo que ha hecho Saint Louis para ofender a Zeus, pero habrá tormentas invernales! El mismísimo Boreas ha sido llamado para castigar la zona con hielo. ¡Malas noticias para Missouri! No, un momento. A Hefesto le sabe mal por el centro de Missouri, así que todos tendréis temperaturas mucho más moderadas y cielos soleados.

Fue así todo el rato. Durante los siguientes minutos, Eolo pronosticó cada área del país solo para seguir cambiando la predicción mientras un dios le hablaba al oído, exigiendo una cosa mientras otro exigía lo contrario. Savreen se quedó mirando, sorprendida y desconcertada.

—No puede ser correcto —susurró Jason—. El tiempo no es tan caprichoso.

Mellie sonrió.

—¿Con qué frecuencia aciertan los meteorólogos hombres mortales? —Savreen se dio cuenta de que Piper estaba luchando contra el impulso de intervenir y agregar mujeres a esa oración—. Hablan de frentes, de presión atmosférica y de humedad, pero el tiempo les sorprende constantemente. Por lo menos, Eolo nos dice por qué es tan impredecible. Intentar contentar a todos los dioses a la vez es un trabajo muy difícil. Cualquiera se volvería...

No dijo la palabra, pero todos sabían lo que quería decir. Eolo estaba completamente loco.

—Hasta aquí la previsión del tiempo —concluyó Eolo—. ¡Hasta dentro de doce minutos, porque seguro que cambiará!

Los focos se apagaron, los monitores de vídeo volvieron a emitir programas al azar y, por un instante, la cara de Eolo se descompuso de cansancio y Savreen pudo ver cuán exhausto podía llegar a estar un dios. Casi le hizo sentir lástima por él, Hera y el resto de dioses que había allí. Hasta que se recordó a sí misma que en tan poco tiempo, todo lo que ya habían hecho era hacer de su vida un infierno absoluto, y la amargura que seguía hirviendo en la boca del estómago regresó.

—Así que me habéis traído unos espíritus de la tormenta revoltosos —Eolo regresó y la sonrisa apareció en su rostro, como si nunca hubiera estado allí—. Supongo que debo daros las gracias. ¿Queréis algo más? Me imagino que sí. Los semidioses siempre queréis algo más.

Leo tomó la mano de Sav para comentar en silencio en código Morse: ¿y los dioses no?

Ella se limitó a apretarle la mano en respuesta para ayudarle a mantener la calma. ¿Estallaría en llamas si se enfadaba demasiado? Odiaba que empezara a centrarse en eso.

Mellie frunció los labios.

—Esto... señor, él es hijo de Zeus.

—Sí, sí. Lo sé. Ya he dicho que me acordaba de él.

—Pero, señor, son del Olimpo.

Eolo se quedó pasmado. Luego, se rió tan abruptamente que Savreen, Leo, Piper y Jason casi se caen al abismo.

—¿Quieres decir que esta vez has venido en nombre de tu padre? ¡Por fin! ¡Sabía que mandarían a alguien para renegociar mi contrato!

—Um... ¿qué?

—¡Menos mal! Ya han pasado, ¿cuánto, tres mil años desde que Zeus me hizo señor de los vientos? ¡No es que no esté agradecido, claro! Pero el caso es que mi contrato es muy impreciso. Obviamente, soy inmortal, pero «señor de los vientos»... ¿Qué significa eso? ¿Soy un espíritu de la naturaleza? ¿Un semidiós? ¿Un dios? Quiero ser dios de los vientos porque me podría beneficiar de muchas más cosas. ¿Podemos empezar?

Jason les devolvió la mirada, desconcertado. Savreen quiso hacer una mueca. Esto podría ser un malentendido realmente peligroso.

—Colega —Leo habló, confundido—, ¿crees que hemos venido a darte un ascenso?

—Entonces, ¿es verdad? —Eolo estaba tan emocionado que parecía un niño hiperactivo con su traje totalmente azul, sin una sola nube en la tela—. ¡Maravilloso! Es decir, creo que he demostrado bastante iniciativa con el canal meteorológico, ¿no? Y, por supuesto, aparezco en la prensa continuamente. Se han escrito muchos libros sobre mí: Aire muerto, Subir a por aire, Lo que el viento se llevó...

—Um, creo que esos libros no tratan de usted... —Jason se detuvo al ver a Mellie sacudiendo la cabeza.

—¡Tonterías! Mellie, son biografías mías, ¿verdad?

—Desde luego, señor.

—¿Lo ves? Yo no leo. ¿Quién tiene tiempo? Pero es evidente que los mortales me quieren. Así que cambiaremos mi título oficial por el de dios de los vientos. En cuanto al salario y el personal...

—Señor —lo interrumpió Jason con valentía—, no somos del Olimpo.

Eolo parpadeó.

—Pero...

—Soy hijo de Zeus, sí —dijo Jason—, pero no estamos aquí para negociar vuestro contrato. Estamos en una misión y necesitamos vuestra ayuda.

La expresión de Eolo se endureció.

—¿Como la última vez? ¿Como cada vez que viene un héroe? ¡Semidioses! Siempre pensando en vosotros mismos, ¿verdad?

—Señor, por favor, no me acuerdo de la última vez, pero si me ayudasteis una vez antes...

—¡Siempre estoy ayudando! Bueno, a veces me dedico a destruir, pero sobre todo ayudo, ¡y a veces me piden que haga las dos cosas al mismo tiempo! Eneas, el primero de tu casta...

—¿Mi casta? —Jason frunció el ceño—. ¿Os referís a los semidioses?

—¡Por favor! Me refiero a tu linaje de semidioses. Ya sabes, Eneas, hijo de Venus: el único héroe superviviente de Troya. Cuando los griegos incendiaron su ciudad, escapó a Italia, donde fundó el reino que acabaría convirtiéndose en Roma, blah, blah, blah. A eso me refiero.

—No lo entiendo.

Eolo puso los ojos en blanco.

—¡El caso es que a mí también me metieron en mitad de ese conflicto! Juno me llamó y me dijo: "Oh, Eolo, destruye los barcos de Eneas por mí. No me gustan." Luego Neptuno dijo: "¡No, no lo hagas! Es mi territorio. Calma a los vientos." Entonces Juno se puso en plan: "¡No, hunde los barcos o le diré a Júpiter que te niegas a colaborar!" ¿Crees que es fácil compaginar peticiones como esas?

—No —contestó Jason—. Supongo que no...

—S-sólo queremos información —trató de intervenir Sav, esperando poder calmar la situación antes de que empeorara—. Hemos oído que usted lo sabe todo.

Por un segundo, Eolo pareció vacilar. El trueno de su traje volvió a ser sólo nubes grises. Se enderezó las solapas.

—Bueno, eso es verdad. Por ejemplo, sé que este asunto —los señaló a los cuatro agitando los dedos—, este plan disparatado de Juno para reuniros, probablemente acabe en una matanza. En cuanto a ti, Savreen Arora, conozco el collar que llevas en el bolsillo y sé lo que te ha hecho. Sé lo que te hará —extendió la mano y una foto revoloteó entre sus manos. A Savreen se le cortó la respiración al verla. Cogió la foto con manos temblorosas, incapaz de no mirar la cara de un padre que apenas recordaba, licenciado en psicología el día de su graduación, entre sus padres, su Dadi y su Dada. Las palabras no parecían funcionar. no podía forzar ninguna a salir de su garganta cerrada, y de repente sintió que se ahogaba. Se volvió hacia Leo, atragantada y confusa—. En cuanto a ti, Piper McLean, sé que tu padre está en un grave aprieto —un trozo de papel aterrizó en su mano extendida: una foto de una Piper más joven sonriendo junto a su padre. Piper la cogió y pareció horrorizada.

—Esto... —tragó con dificultad—, esto es de su cartera.

—Sí. Todas las cosas que se pierden en el viento acaban viniendo a mí. La foto salió volando cuando el terrígeno lo atrapó.

—¿El qué?

Hizo a un lado la pregunta y entrecerró los ojos hacia Leo.

—Y tú, hijo de Hefesto... Sí, veo tu futuro —otro papel cayó en las manos del dios del viento: un viejo dibujo destrozado hecho con lápices de cera.

Leo lo cogió como si estuviera cubierto de veneno. Retrocedió tambaleándose. Sintió que enfermaba.

Savreen lo miró, preocupada y aun así confundida con la propia foto que sostenía con fuerza.

—¿Leo? —dijo Jason—. ¿Qué es?

—Algo que... que dibujé cuando era niño —lo dobló rápidamente y se lo guardó en el abrigo antes de que ninguno pudiera ver lo que era. Leo parecía haber visto un fantasma—. No... no es nada.

Eolo se echó a reír.

—¿De verdad? ¡Solo la clave de vuestro éxito! Bueno, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, queríais información. ¿Estáis seguros? A veces la información puede ser peligrosa.

La información puede ser peligrosa, Savreen se encontró volteando la foto y, en el reverso, había un escrito en la letra de su abuela. Ella tradujo: no temas, hijo, el futuro llega cuando enfrentas tus miedos. Sintió que se llenaba de lágrimas.

—Sí —dijo Jason, ignorando la advertencia de Mellie y sacudiendo la cabeza—. Tenemos que encontrar la guarida de Encélado.

La sonrisa de Eolo desapareció.

—¿El gigante? ¿Por qué ibais a querer ir allí? ¡Es terrible! ¡Ni siquiera ve mi programa!

Piper levantó la foto, sonrojada de ira y preocupación.

—Eolo, tiene a mi padre. Tenemos que rescatarlo y averiguar dónde está cautiva Hera.

—Pero eso es imposible —contestó Eolo—. Ni siquiera yo puedo verlo, y, créeme, lo he intentado. El paradero de Hera está cubierto por un velo de magia muy potente. Es totalmente imposible de localizar.

—Está en un lugar llamado la Casa del Lobo —dijo Jason.

—¡Espera! —Eolo se llevó la mano a la frente y cerró los ojos—. ¡Estoy captando algo! ¡Sí, está en un lugar llamado la Casa del Lobo! —el rostro de Jason se puso pálido por la molestia—. Por desgracia, no sé dónde está.

—Encélado sí que lo sabe —insistió Piper—. Si nos ayudáis a encontrarlo, podríamos descubrir el paradero de la diosa...

—Sí —dijo Leo al caer en la cuenta—. Y si la salváramos...

—Ella os estaría muy agradecida... —prosiguió Savreen.

—Y Zeus podría ascenderos —concluyó Jason.

Las cejas de Eolo se arquearon.

—Un ascenso... ¿Y lo único que queréis de mí es el paradero del gigante?

—Bueno, si también pudierais llevarnos allí —corrigió Jason—, sería estupendo.

Mellie dio una palmada, entusiasmada.

—¡Oh, sí que puede hacerlo! Suele enviar vientos favorables...

—¡Cállate, Mellie! —espetó el dios, y ella cerró la boca, algo asustada—. Me dan ganas de despedirte por dejar entrar a esta gente con engaños.

El rostro de ella palideció.

—Sí, señor. Lo siento, señor.

—No ha sido culpa suya —dijo Jason rápidamente—. Y en lo referente a la ayuda...

Eolo ladeó la cabeza como si estuviera pensando. Savreen tardó un momento en darse cuenta de que estaba escuchando voces en su auricular.

—Bueno... Zeus da su aprobación —murmuró—. Dice... dice que sería preferible que no la salvarais hasta después del fin de semana, porque tiene planeado celebrar una gran fiesta... ¡Uy! Afrodita le está gritando y le está recordando que el solsticio empieza al amanecer. Dice que yo debo ayudaros. Y Harmonía, ajá, es bastante sorprendente que la escuche y está totalmente de acuerdo. Y Hefesto, sí. Hummm. Es muy poco habitual que estén de acuerdo en algo. Un momento...

Jason les sonrió. Savreen nunca lo había visto tan esperanzado. Y no podía culparlo... sus padres, sus padres divinos, los estaban respaldando. La hacía sentir cálida por dentro, le hacía sentir que a Harmonía realmente le importaba.

De la entrada, Savreen escuchó un fuerte eructo. Al mirar hacia arriba, vio al entrenador Hedge entrar anadeando desde el vestíbulo, con hierba por toda la cara. Mellie vio que atravesaba el suelo improvisado y contuvo el aliento.

—¿Quién es ese?

Jason reprimió una tos. Savreen, Leo y Piper compartieron miradas de incredulidad.

—¿Ese? Es el entrenador Hedge. Ejem, Gleeson Hedge. Es nuestro... —él parecía no saber cómo llamarlo. Savreen no quería decir problema, pero...—. Nuestro guía.

—Es muy cabruno...

Piper fingió tener arcadas al lado de Leo mientras él hacía una mueca de absoluto disgusto.

—¿Qué pasa, chicos? —Hedge se acercó trotando—. Vaya, bonito palacio. ¡Oh, losetas de césped!

—Entrenador, acaba de comer —lo reprendió Jason, como si estuviera hablando con un niño—. Y estamos usando el césped de suelo. Esta es Mellie...

—Un aura —Hedge le dedicó una sonrisa encantadora—. Hermosa como una brisa de verano.

Mellie se ruborizó.

—Me da que tengo vómito en la boca —susurró Leo.

—Y Eolo estaba a punto de ayudarnos.

—Sí —murmuró el señor del viento—. Eso parece. Encontraréis a Encélado en el Monte del Diablo.

—¿El Monte del Diablo? —Leo frunció el ceño—. No suena bien.

—¡Me acuerdo de ese sitio! —dijo Piper—. Fui una vez con mi padre. Está al este de la bahía de San Francisco.

—¿Otra vez el Área de la Bahía? —el entrenador negó con la cabeza. Parecía grave—. Me da muy mala espina.

—Bueno... —Eolo comenzó a sonreír—. En cuanto a lo de llevaros allí...

Sin previo aviso, su cara se relajó. Se inclinó y le dio unos golpecitos al auricular como si funcionara mal. Cuando volvió a erguirse, tenía una mirada desquiciada. A pesar del maquillaje, parecía un viejo: un viejo muy asustado.

—Hacía siglos que ella no me hablaba. No puedo... Sí, sí, lo entiendo.

Tragó, mirándolos como si de repente se hubieran convertido en cucarachas gigantes. Savreen no tenía un buen presentimiento.

—Lo siento, hijo de Júpiter. Nuevas órdenes. Todos tenéis que morir.

Mellie lanzó un chillido.

—¡Pero... pero señor...! Zeus ha dicho que les ayude. Afrodita, Harmonía, Hefesto...

—¡Mellie! —espetó Eolo—. Te expones a perder tu puesto. Además, hay órdenes que sobrepasan los deseos de los dioses, sobre todo cuando se trata de las fuerzas de la naturaleza.

—¿De quién son las órdenes? —preguntó Jason—. ¡Zeus os despedirá si no nos ayudáis!

—Lo dudo —el dios del viento movió su muñeca y, muy por debajo de ellos, se abrió la puerta de una celda en el foso. Savreen escuchó el furioso rugido de los espíritus de la tormenta gritando desde allí, girando en espiral hacia ellos con un aullido que reclamaba sangre—. Incluso Zeus entiende el orden de las cosas. Y si ella está despertando, por todos los dioses, es algo que no se puede pasar por alto. Adiós, héroes. Lo siento mucho, pero tendré que hacerlo deprisa. Dentro de cuatro minutos vuelvo a estar en antena.

Savreen se acercó a Leo, presionando con el pulgar su anillo para sacar su arma. Era consciente de lo inútil que sería contra monstruos a los que sólo podía herir una persona, y él le superaba en número mil a uno. Jason invocó su espada. El entrenador Hedge sacó su porra. Piper empuñó su cuchillo y Leo se apresuró a sacar un martillo de su cinturón de herramientas.

¡NO! —gritó Mellie.

Se lanzó a los pies de ellos en el mismo instante en que los espíritus de la tormenta atacaron con la fuerza de un huracán, volando el suelo en pedazos. Hicieron saltar los trozos de alfombra, mármol y linóleo en lo que habrían sido proyectiles letales si Mellie no hubiera extendido su túnica como un escudo y hubiera amortiguado la peor parte del impacto. El grupo cayó al foso, y Eolo gritó por encima de ellos:

—¡Mellie, estás despedida!

—Rápido —chilló Mellie—. Hijo de Zeus, ¿tienes poder sobre el aire?

—¡Un poco!

—¡Entonces ayúdame o moriréis todos! —Mellie tomó su mano y los ojos de Jason parecieron brillar un poco más, como si un relámpago cayera en cascada dentro de él.

Se volvió hacia el resto. Agarró la mano de Piper.

—¡Abrazo de grupo!

Savreen no objetó. Se obligó a avanzar, envolviendo sus brazos alrededor de Piper y Leo, todos ellos acurrucados, aferrándose desesperadamente a Jason y Mellie mientras caían. Sav cerró los ojos y escondió su rostro contra el pecho de Leo a su lado. Apenas lo escuchó gritar: "¡ESTO NO VA BIEN!" mientras caían como piedras.

—¡Os estoy esperando, fantasmas! —gritó Hedge, mientras tanto, a los espíritus de la tormenta—. ¡Os voy a machacar!

—Es magnífico —dijo Mellie suspirando.

—Concéntrate —le apuntó Jason.

—¡Ah, claro!

Savreen apretó la mandíbula con fuerza para no gritar. Sin querer mirar, sintió que el viento los rodeaba como un huracán. Chocaron contra algo, un túnel, a una velocidad dolorosa y rodaron unos sobre otros por un respiradero empinado. No había manera de que pudieran detenerse.

Sav agarró la tela de la chaqueta de Leo. Sintió que él le hacía lo mismo.

Comenzaron a reducir la velocidad, pero los espíritus de la tormenta seguían gritando en el túnel detrás de ellos.

—No puedo... aguantar... mucho —jadeó Mellie a modo de advertencia—. ¡No os separéis! Cuando los vientos ataquen...

—Lo estás haciendo estupendamente, Mellie —dijo Hedge, de alguna manera tranquilo entre todo el ajetreo—. Mi madre era un aura, ¿sabes? Ella no lo habría hecho mejor.

—¿Me mandarás un mensaje de Iris?

Hedge guiñó el ojo.

—¿Podéis quedar más tarde? —gritó Piper—. ¡Mirad!

Savreen encontró el valor para mirar hacia arriba. Detrás de ellos, el túnel se estaba oscureciendo. Podía sentir sus oídos estallar a medida que aumentaba la presión.

—No puedo contenerlos —dijo Mellie nuevamente—. Pero intentaré protegeros como un favor más.

—Gracias, Mellie —dijo Jason—. Espero que consigas otro trabajo.

Ella sonrió y acto seguido desapareció envolviéndolos en una cálida y suave brisa.

Entonces los vientos de verdad atacaron, lanzándolos al cielo tan rápido que Savreen se desmayó.

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