xxiv. Building Bridges

━━ chapter twenty-four
building bridges
( and watching them burn )
( leo )

✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚

Cuando Leo vio lo bien que estaban siendo tratados Piper y Hedge, se sintió muy ofendido.

En serio.

Se los había imaginado con el trasero helado en la nieve como él (¡incluso con su calor natural!), pero la cazadora Phoebe había montado un pabellón plateado justo delante de la cueva. Leo no tenía ni idea de cómo lo había hecho tan rápido, pero dentro había una estufa de queroseno que los mantenía calentitos y un montón de cómodos cojines. Piper parecía haber vuelto a su estado normal, vestida con un anorak, unos guantes y unos pantalones de camuflaje. Savreen se apresuró a rodear los hombros de Piper con sus brazos, feliz de verla viva y con buen aspecto. Piper le devolvió el abrazo, colocando su mejilla contra la de ella. Ella, Hedge y Phoebe estaban pasando un buen rato y bebiendo chocolate caliente.

—No me lo puedo creer —se mofó Leo—. ¿Nosotros hemos estado sentados en una cueva y a vosotros os ofrecen una tienda de lujo? Que alguien me contagie la hipotermia. ¡Quiero chocolate caliente y un anorak!

—¿Y si te acercas y te doy un puñetazo en la cara? —Piper ofreció inocentemente.

Leo le frunció el ceño.

—Me alegro que hayas vuelto a tu yo violento.

Ella sonrió dulcemente.

Phoebe inspiró con fuerza.

—Chicos —dijo, como si fuera el peor insulto que se le ocurriera.

—Tranquila, Phoebe —intervino Thalia—. Necesitarán abrigos de sobra. Y creo que podemos ofrecerles chocolate.

Phoebe refunfuñó, pero Leo, Jason y Savreen no tardaron en vestirse con ropa de invierno plateada, increíblemente ligera y cálida. Sav se estiró las mangas para que le cubrieran los dedos, acurrucada en su ropa de invierno como un bebé de gran tamaño, agarrada a un chocolate caliente que era (para los estándares de Leo) de primera calidad.

Le sonrió un poco, notando como su corazón se encendía más. Leo deseaba poder decirle cómo se sentía, cómo ella le alegraba los días, cómo le hacía sentir que podía pensar y respirar. Cómo le hacía sentir que no estaba solo. Que incluso a pesar de todos esos años separados, creciendo sin el otro, seguía pensando en ella como si fuera un ángel cerniéndose sobre su hombro. Bromeaba, le ponía motes y flirteaba sin rumbo con cualquier chica que pasara por allí, incluida Sav, pero también la apreciaba como a ninguna otra que le llamara la atención. También era su mejor amiga, y aquello era más especial que cualquier sentimiento que tuviera. Por eso hacía que parecieran bromas divertidas, por eso la mantenía a raya... una llama extinguida por una manta de algodón mojada. Lo último que Leo quería era perder también a Savreen; que lo abandonara como los demás, y ahí estaría él de nuevo, corriendo y corriendo, siempre en movimiento. No quería eso. Leo quería que duraran, de cualquier forma posible.

—¡Salud! —dijo el entrenador Hedge. Masticó su taza térmica de plástico.

—Eso no puede ser bueno para sus intestinos —dijo Leo.

Thalia le dio a Piper una palmadita en la espalda.

—¿Te ves con ganas de moverte?

Piper asintió con la cabeza.

—Sí, gracias a Phoebe. Se os da muy bien la supervivencia en la naturaleza. Me siento como si pudiera correr veinte kilómetros.

Thalia guiñó el ojo a Jason.

—Es dura para ser hija de Afrodita. Me gusta.

Algo cruzó por el rostro de Piper, como si quisiera tomar eso como un cumplido, pero no pudo evitar sentir un tenso momento de amargura.

A Phoebe le tomó exactamente seis segundos levantar el campamento, y sí, Leo habla en serio y no puede creer cómo. La tienda se plegó sola en un cuadrado del tamaño de un paquete de chicles y Leo quería preguntarle por el diseño, pero no tenían tiempo.

Thalia echó a correr cuesta arriba a través de la nieve, por un pequeño sendero en la ladera de la montaña, y Leo pronto se arrepintió de haberse hecho el macho, ya que las cazadoras lo dejaron atrás. El entrenador Hedge daba brincos como una cabra montesa feliz, animándolos a seguir como solía hacer cuando practicaban atletismo en el colegio.

—¡Vamos, Valdez! ¡Aprieta el paso! Cantemos: Yo tengo una chica en Kalamazoo...

—Nada de cantar —espetó Thalia.

De modo que corrieron en silencio.

Leo se colocó junto a Jason al final del grupo. Su amigo no había dejado de cavilar desde que salieron de la cueva.

—¿Cómo lo llevas, tío?

La expresión de Jason bastaba como respuesta: No muy bien.

Suspiró y miró hacia adelante, con la mirada fija en su hermana mayor que lideraba el grupo.

—Thalia se lo ha tomado con mucha calma —murmuró—. Como si el hecho de que yo haya aparecido no importara. No sé lo que estaba esperando, pero... —se encogió de hombros con tristeza, mucho más dolorido de lo que dejaba entrever—, ella no es como yo. Parece mucho más equilibrada.

—Eh —Leo le dio un codazo—, ella no tiene que luchar contra la amnesia. Además, ha tenido más tiempo para acostumbrarse a la movida de semidiós. Tú apenas has tenido una semana. Te has despertado, sin acordarte de nada, con la expectativa de guiarnos en una misión para salvar a la todopoderosa Tía, luchar contra monstruos y salvar el mundo de los semidioses. Y sí, te acabas de encontrar con tu hermana que no veías en años, y apenas has empezado a recordar... ¡claro que importa! Y Thalia estará flipando por dentro, pero ya sabes, después de luchar contra monstruos y hablar con dioses durante un tiempo, probablemente te acostumbras a las sorpresas... o te acostumbras a ocultar lo que sientes.

Las cejas de Jason se fruncieron. Tenía esa expresión triste en su rostro de siempre, pero en este momento parecía miserable.

—Tal vez... Ojalá entendiera lo que pasó cuando tenía dos años y por qué mi madre se deshizo de mí —Leo oyó como se le quebraba la voz un momento—. Thalia se escapó por mí.

Leo sintió una punzada en el pecho. Sabía cómo era eso. Sabía lo que era que alguien odiara tanto verte, que no pudiera soportar la idea de retenerte, que te echaran, al ser un niño demonio, para que te las arreglaras por tu cuenta.

Siempre pensó, incluso en la Escuela del Monte con un extraño recuerdo falso, que él y Jason no podrían ser más diferentes. Ahora, todo lo que Leo podía ver era a un niño tan destrozado como él.

Entonces Leo dijo:

—Oye, pasara lo que pasase, no fue culpa tuya. Y tu hermana es muy guay. Se parece mucho a ti.

Jason aceptó eso en silencio. Leo se preguntó si había dicho lo correcto. Quería que Jason se sintiera mejor, pero no era un terreno en el que se moviera bien.

Deseó poder meter la mano en su cinturón y sacar la llave inglesa adecuada para reparar la memoria de Jason (tal vez un pequeño martillo), golpear el punto de fricción y hacer que todo funcionara bien. Eso sería mucho más fácil que intentar solucionarlo hablando.

Recordó lo que le dijo su padre: No se me dan bien las formas de vida orgánicas.

Genial, se burló Leo. Gracias por ese rasgo heredado, papá.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que las cazadoras se habían parado. Chocó contra Thalia y estuvo a punto de hacer que los dos se despeñaran por la ladera de la montaña. Afortunadamente, la cazadora era rápida. Los equilibró y a continuación señaló hacia arriba.

—Eh —se atragantó Leo—, esa roca es muy grande.

—Gigantesca —añadió Savreen.

Estaban cerca de la cima de Pikes Peak. Debajo de ellos, el mundo estaba cubierto de nubes. El aire estaba tan enrarecido que Leo apenas podía respirar. Se había hecho de noche, pero brillaba la luna llena y las estrellas eran increíbles. Extendiéndose hacia el norte y el sur, los picos de otras montañas sobresalían de las nubes como islas o dientes.

Dientes como la Mujer de Tierra.

Tío, ese pensamiento era espeluznante.

Pero el verdadero espectáculo estaba encima de ellos. Elevándose en el cielo a casi medio kilómetro de distancia, había una enorme isla flotante de reluciente piedra púrpura. Allí mismo vivía todo un ecosistema, flotando en el aire con escarpados acantilados plagados de cuevas, cascadas heladas y robles retorcidos cubiertos de nieve. De vez en cuando, una ráfaga de viento salía de cuevas escondidas con un sonido como el de un órgano de tubos. En lo alto de la roca, unos muros de latón rodeaban una especie de fortaleza.

Lo único que conectaba Pikes Peak con la isla flotante era un estrecho puente de hielo que brillaba en la oscuridad como si fuera simplemente una extensión de la luz de la luna.

Pero tal vez fue porque lo era. El puente no era exactamente de hielo, porque no era sólido. Cuando el viento cambió de dirección, el puente empezó a ondular: se volvió borroso y se estrechó, y en algunos puntos incluso se rompió en una línea de puntos como la estela de vapor de un avión.

Leo palideció. Maldijo en español.

—No iremos a cruzar eso en serio, ¿verdad?

Thalia se encogió de hombros.

—Lo reconozco, no soy muy aficionada a las alturas. Pero si queréis llegar a la fortaleza de Eolo, es el único camino.

—¿La fortaleza siempre está ahí flotando? —preguntó Piper—. ¿Cómo es posible que la gente no se fije en que está encima de Pikes Peak?

—La Niebla —contestó Thalia—. Aun así, los mortales sí que se fijan de forma indirecta. Algunos días Pikes Peak parece de color púrpura. La gente dice que es una ilusión óptica, pero en realidad es el color del palacio de Eolo, que se refleja en la ladera de la montaña.

—Es enorme —murmuró Jason. Savreen le dio un golpecito en el hombro para indicarle que había otra ráfaga de viento.

Thalia se rió.

—Deberías ver el Olimpo, hermanito.

—¿En serio? ¿Has estado allí?

Ella hizo una mueca como si no conservara un buen recuerdo.

—Debemos cruzar en dos grupos distintos. El puente es delicado.

—Es muy tranquilizador —murmuró Leo—. Jason, ¿no puedes llevarnos volando allí arriba?

Thalia volvió a reír. Entonces se dio cuenta de que Leo hablaba en serio.

—Espera... Jason, ¿puedes volar?

Jason contempló la fortaleza flotante.

—Bueno... más o menos. Más bien, puedo controlar el viento. Pero allí arriba el viento sopla con tanta fuerza que no estoy seguro de querer intentarlo. ¿Quieres decir... que tú no puedes volar, Thalia?

Hubo un momento en el que Thalía pareció genuinamente asustada antes de respirar profundamente y volver a poner su expresión como la de un halcón severo. Leo se dio cuenta de que tenía mucho más miedo a las alturas de lo que dejaba entrever.

—Sinceramente, nunca lo he intentado. Será mejor que vayamos por el puente.

El entrenador Hedge dio unos golpecitos a la estela de vapor con la pezuña y a continuación saltó al puente. Sorprendentemente, este aguantó su peso.

—¡Es pan comido! Yo iré primero. Piper, vamos, muchacha. Te echaré una mano.

—No, no hay problema... ¡eh! —Piper no tuvo mucha opción, ya que el entrenador la tomó de la mano y la arrastró por el puente con él.

Cuando estaban en la mitad, el puente aún parecía aguantar sin problemas.

Thalia se volvió hacia su amiga cazadora.

—Phoebe, no tardaré. Ve a buscar a las otras. Diles que voy para allá.

—¿Estás segura? —Phoebe entrecerró los ojos hacia Leo y Jason de manera acusadora. Leo le frunció el ceño y levantó las manos en señal de rendición.

—No pasa nada —le prometió Thalia.

Phoebe se mostró reacia, pero al final asintió y luego corrió por el sendero de la montaña, con los lobos blancos pisándole los talones.

—Jason, Savreen, Leo, id con cuidado al poner los pies —dijo Thalia—. Casi nunca se rompe.

—Este puente todavía no sabe quién soy yo —murmuró Leo, pero él, Sav y Jason avanzaron encabezaron el camino por el puente.

Todo iba bien, demasiado bien, de hecho, algo que Leo sabía porque a mitad de camino, las cosas empezaron a ir mal, y por supuesto, fue culpa suya. Piper y Hedge ya habían llegado sanos y salvos a la cima y los saludaban, animándolos a seguir subiendo, pero Leo se distrajo. Estaba pensando en puentes: cómo diseñaría algo más estable que aquella superficie movediza de vapor helado si el palacio fuera suyo. Estaba meditando sobre abrazaderas y columnas de apoyo...

Cuando tuvo una revelación que le hizo pararse en seco.

—¿Por qué tienen un puente?

Thalia frunció el ceño.

—Leo, este no es un buen sitio para pararse. ¿A qué te refieres?

—Son espíritus del viento —dijo él—. ¿No pueden volar?

—Sí, pero a veces necesitan una forma de conectarse con el mundo de abajo.

—Entonces, ¿el puente no siempre está aquí?

Ella negó con la cabeza.

—A los espíritus del viento no les gusta anclarse a la tierra, pero a veces es necesario. Como ahora. Saben que venís.

Los pensamientos invadían la mente de Leo. Sintió que su corazón se aceleraba. Estaba tan emocionado que casi podía sentir que la temperatura de su cuerpo aumentaba; no era capaz de expresar sus ideas con palabras, pero sabía que había descubierto algo importante.

—¿Leo? —preguntó Savreen, confundida—. ¿En qué piensas?

—¡Oh, dioses! —exclamó Thalia—. No te pares en este momento. Mira tus pies.

Leo retrocedió arrastrando los pies. Se dio cuenta con horror de que su temperatura corporal estaba aumentando realmente, como le había ocurrido hacía años en una mesa de picnic debajo de una pacana, cuando había perdido el control de su ira. Ahora la excitación le estaba provocando la misma reacción. Sus pantalones desprendían vapor en el aire frío. Sus zapatos echaban humo, y al puente no le gustaba... el hielo se estaba deshaciendo.

—Para, Leo —dijo Jason, con la respiración entrecortada por el miedo repentino—. Vas a derretirlo.

—Lo intentaré —contestó Leo, pero su cuerpo estaba recalentado y se movía tan deprisa como sus pensamientos—. Oye, Jason, ¿cómo te llamó Hera en aquel sueño? Te dijo que eras un puente.

—Leo —Savreen estiró los dedos hacia él—, respira antes de...

—No, escuchad, ¿vale? —Odiaba interrumpirla, pero necesitaba sacar todo esto antes de perder el control. Corría una corriente rápida y Leo nadaba tras ella—. Si Jason es un puente, ¿qué es lo que une? A lo mejor une dos sitios distintos que normalmente no se llevan bien, como el palacio del aire y el suelo. Tenías que estar en alguna parte antes de todo esto, ¿no? Y Hera dijo que eras un intercambio.

Savreen abrió los labios. Sus ojos se desorbitaron al darse cuenta. Parecía que esto ya se le había ocurrido antes, pero no así. No con este repentino soplo de comprensión.

—Un intercambio... —repitió. Lo miró y él asintió, contento de que estuviera de acuerdo—. Percy Jackson. Él es un lado del puente, Jason es el otro. Y ahora... se han intercambiado.

Los ojos de Thalia se abrieron.

—Oh, dioses —susurró una ráfaga de palabras en griego antiguo: algo así como una oración.

Jason los miró a los tres, todavía tratando de entenderlo.

—¿De qué estáis hablando?

—Ahora entiendo por qué Artemisa me mandó aquí —dijo Thalia—. Jason, ella me dijo que buscara a Licaón y que encontraría una pista sobre Percy. Tú eres la pista. Artemisa quería que nos encontráramos para que pudiera oír tu historia.

—Tú eres la pista para encontrar a Percy —le dijo Savreen—. Claire dijo que había soñado con un chico con un solo zapato, y le dijo que eso la llevaría hasta Percy.

—Pero no lo entiendo —protestó Jason, empezando a frustrarse—. Yo no tengo ninguna historia. ¡No me acuerdo de nada!

—Pero tienen razón —dijo Thalia—. Todo está relacionado. Si supiéramos dónde...

A Leo se le ocurrió una idea. Chasqueó los dedos.

—Jason, ¿cómo llamaste a aquel sitio que apareció en tu sueño? La casa en ruinas. ¿La Casa del Lobo?

Thalia estuvo a punto de atragantarse.

—¿La Casa del Lobo? ¡¿Por qué no me lo has dicho antes, Jason?! ¿Es allí donde tienen a Hera?

Jason levantó las manos.

¿Cómo iba yo a...? Espera —se detuvo—, ¿sabes dónde está?

Entonces el puente se deshizo. Leo habría sufrido una caída mortal, pero Jason lo agarró del abrigo y lo puso a salvo. Ellos dos y Savreen subieron al puente con dificultad y, cuando se volvieron, vieron a Thalia al otro lado de un abismo de casi diez metros. El puente seguía derritiéndose y convirtiéndose en nada más que niebla y estrellas.

—¡Marchaos! —gritó Thalia, retrocediendo por el puente a medida que se desmoronaba—. Averiguad dónde tiene el gigante al padre de Piper. ¡Salvadlo! Yo llevaré a las cazadoras a la Casa del Lobo y esperaré a que lleguéis. ¡Podemos hacer las dos cosas!

—¡¿Pero dónde está la Casa del Lobo?! —gritó Jason.

—¡Ya sabes dónde está, hermanito! —ella estaba ahora tan lejos que apenas podían oír su voz por encima del viento—: ¡Te veré allí! ¡Te lo prometo!

Entonces se volvió y echó a correr por el puente mientras se derretía.

Leo, Sav y Jason no tuvieron tiempo de quedarse quietos. Ascendieron para salvar el pellejo mientras el vapor de hielo se disolvía bajo sus pies. Jason agarró a Sav o Leo (o a los dos) varias veces y utilizó los vientos para mantenerlos en alto, pero, más que volar, parecía que hicieran puenting.

Cuando llegaron a la isla flotante, Piper y el entrenador Hedge los ayudaron a subir al mismo tiempo que desaparecía lo poco que quedaba de vapor. Se quedaron jadeando al pie de una escalera de piedra labrada en la cara del precipicio que subía hasta la fortaleza.

Leo miró hacia abajo. La cima de Pikes Peak flotaba debajo de ellos en un mar de nubes, pero no había ni rastro de Thalia. Y Leo acababa de quemar su única salida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Piper—. Leo, ¿por qué te echa humo la ropa?

—Me he acalorado un poco —jadeó—. Lo siento, Jason. De verdad. Yo no...

—No pasa nada —dijo Jason, pero su expresión era sombría. Eso no hizo que Leo se sintiera mejor. En cambio, todo lo que sintió fue más culpa—. Tenemos menos de veinticuatro horas para rescatar a una diosa y al padre de Piper. Vamos a ver al rey de los vientos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top