xxii. Boy Who Cried Wolf
━━ chapter twenty-two
boy who cried wolf
( savreen )
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
A Savreen le seguía pareciendo que se helaba poco a poco, pero en comparación con cómo se sentía nada más despertarse, estaba mejor. Poco a poco, fue sintiendo más calor. El fuego le llegaba a través de los zapatos hasta los calcetines húmedos y el calor corporal natural de Leo a su lado ayudaba mucho. Savreen se había acercado a él sin pensarlo, observándole cocinar con una pequeña sonrisa en la cara. Tras su conversación con ellos se sentía mejor. Más ligera, y el peso de sus problemas se había disipado lo suficiente como para sentir que los compartía con sus mejores amigos. Conocían su horrible verdad y, a pesar de ello, no intentaron echarla, decirle que se fuera. Savreen no estaba habituada a eso, y le daban ganas de llorar de felicidad.
Leo notó su sonrisa y arqueó una ceja divertido. Savreen se sonrojó y se encogió de hombros, mirándolo de reojo mientras retiraba los dedos para robar la comida que estaba cocinando a fuego lento. Él entrecerró los ojos y le envió un gesto con la mano que decía: te estoy vigilando.
Savreen sonrió. Intentó robar su porción de comida nuevamente, pero esta vez su mejor amigo le tomó la mano, levantándola y alejándola con un bufido de risa escapándose por su nariz. Ella se rió en voz baja, tratando de retroceder, pero él la sostuvo con un agarre sorprendentemente fuerte para poder golpear su muñeca: ¿te has calentado lo suficiente?
Tu mano está muy cálida, respondió ella. Tu comida también...
—No le robes al Chef —le dijo Leo en un murmullo bajo, riendo entre dientes—. Eres mejor que eso, chica.
Ella no dijo nada. Savreen inclinó la cabeza, desafiándolo, a lo que Leo la imitó, sobresaliendo su barbilla cómicamente, lo que la hizo solo resoplar y apoyarse en su hombro. Savreen vio a Piper compartir una mirada incrédula con Jason como diciendo, ¿de qué están hablando?
Savreen permaneció sentada hombro con hombro junto a su mejor amigo mientras él le acaba dando al final algo de picar. Ella lo cogió felizmente, agradeciendo la calidez. Los dos continuaron con sus suaves susurros fuera de contexto cambiando del código Morse a palabras.
¿Estás bien abrigada? Leo le preguntó, dándole golpecitos en el brazo mientras ella comía. Savreen asintió, aunque tenía la sensación de que le estaba preguntando más. Ella vio la mirada, en sus ojos marrón suave, llena de preocupación.
Eso hizo que frunciera los labios y con una mirada sutil a Piper, Jason y el entrenador, le tomó la mano. Las cejas de Leo se fruncieron, reconociendo el movimiento antes de que ella dijera algo.
El sueño me hizo ver la muerte de Dadi otra vez, toqueteó suavemente, como si tuviera miedo de que incluso si hablaban un código entre ellos que ninguno de sus otros amigos conocía, fueran capaz de entenderlo.
Las cejas de Leo se alzaron. Sus hombros se hundieron.
—Mi vida... —susurró, sólo para ella. La breve felicidad de Sav flaqueó cuando recordó y se aferró a su mano con más fuerza, tratando de sacar las imágenes de su cabeza.
Sav pudo contárselo porque sabía que Leo la entendía. Y él no intentaba mejorar las cosas, sino que se limitaba a cogerla de la mano o a dejar que apoyara la cabeza en su hombro en lo alto del tejado de la Escuela del Monte. Leo era enérgico y hablaba mucho, pero cuando Savreen más lo necesitaba, se mostraba tierno y cariñoso, y era el que mejor escuchaba de todos los que había conocido. Ella deseaba que él lo supiera. Aunque se lo dijera, él se burlaría, sacudiría la cabeza y haría alguna broma. Todo lo que Leo hacía era convertirse en un canalla consigo mismo.
Se preguntó si ella era su ángel de la guarda como él lo era para ella.
—No sé lo que significa —susurró ella también, encontrando su mirada que siempre parpadeaba como brasas—. No entiendo qué quiere que haga.
Leo negó con la cabeza.
—La Tía nunca tiene sentido. Una vez intentó echarme al fuego.
Sav ladeó la cabeza y miró a su mejor amigo con curiosidad. ¿Por qué sigues llamándola tía? Le preguntó con un golpecito en la palma de su mano. Leo parpadeó, como desconcertado por su pregunta, como si nunca antes le hubiera preguntado eso. Has dicho que te echó al fuego. Ella te ha metido en una misión y en una profecía.
—No lo sé —respondió con sinceridad—. Ni siquiera era mi tía, solo mi niñera... —Leo se encogió de hombros, con la mirada repentinamente distante—. Tal vez sea porque, en cierto modo, ella es mejor que mi verdadera tía. Nunca me llamó niño diablo, así que...
—No lo eres —le aseguró Sav—. Y nunca lo has sido.
La tía Rosa sabía que algo iba mal, Leo trazó las líneas de su palma mientras respondía en código Morse.
—Sé quién eres —dijo Savreen y Leo frunció el ceño, con curiosidad.
—¿Qué crees que soy?
Eres un hogar, quiso decir una repentina parte de Sav, que la dejó sin aliento por un momento. Pero se detuvo y decidió tocar con ternura: Eres mi ángel. Siempre me proteges.
—Y siempre encuentras el camino de vuelta —añadió sonriendo. Leo rió por lo bajo, agachando la cabeza, pero ella vio la expresión de agradecimiento en su rostro que hizo que pareciera calentarse incluso por el contacto que ella sentía de sus dedos.
Y estaré ahí para ti durante todo esto, añadió Leo, y Sav supo a qué se refería. Sus cejas se fruncieron, emocionadas de gratitud. Ella le apretó la mano.
Al final, Leo repartió la comida. Savreen tomó la suya con alegría, engulléndola con poca moderación, se moría de hambre. Al otro lado, con Piper aún calentándose en sus brazos, Jason parecía estar haciendo un gran esfuerzo por no reírse. Sav soltó un grito ahogado y quiso tirar un poco de lechuga, pero decidió que era demasiado valiosa para su estómago como para desperdiciarla. Se conformó con estirar la mano para intentar golpearle la rodilla, pero el rubio no tardó en levantárselas, haciendo que Piper soltara un pequeño chillido ante el repentino movimiento. Leo se rió de ellos y el entrenador negó con la cabeza, aunque Savreen creyó que era porque estaba decidiendo si comerse la comida o el envoltorio.
Era una locura. Aquí estaban, temblando y escondiéndose de una terrible tormenta después de casi morir de nuevo, y riendo y bromeando, como si fueran adolescentes en un fin de semana con sus amigos más cercanos. A Savreen le gustaba imaginar que era eso, y la hizo sonreír mientras comía, permitiéndose finalmente concentrarse en lo que tenía a su lado en ese momento además de la conversación que tuvo en ese horrible lugar.
Pero al final, la sonrisa de Piper se desvaneció. Terminó su comida vegetariana y empezó a jugar con los dedos.
—Chicos —habló bruscamente. Sus risas y conversaciones se desvanecieron, centrándose en ella—. Tenemos que hablar —se incorporó para poder mirarlos a todos—. No quiero esconderos nada más.
Savreen bajó su hamburguesa, preocupada. Nadie habló, atento. Pudo ver lo enferma que parecía su amiga. Piper apretó la mandíbula y respiró hondo como si ganara valor.
—Tres noches antes de la excursión al Gran Cañón —comenzó—, tuve una visión en un sueño: un gigante me dijo que mi padre había sido tomado como rehén. Me dijo que si yo no colaboraba, mi padre moriría.
Las llamas crepitaban.
Al fin, Jason dijo:
—¿Encélado? Antes dijiste ese nombre.
El entrenador Hedge soltó un silbido.
—Un gran gigante. Escupe fuego. A mí no me gustaría que achicharrara a mi padre.
—Entrenador —siseó Savreen ante su falta de sensibilidad.
Jason le lanzó por igual una mirada para que se callara.
—Continúa, Piper. ¿Qué pasó luego?
—Yo... intenté ponerme en contacto con mi padre, pero solo conseguí hablar con su ayudante personal, y me dijo que no me preocupara.
—¿Jane? —recordó Leo—. ¿No dijo Medea algo de que la controlaba?
Savreen también la recordaba.
Piper asintió. Estaba llorosa.
—Para recuperar a mi padre, tendría que sabotear esta misión. No sabía que participaríamos los cuatro. Luego, después de que empezáramos la misión, Encélado me hizo otra advertencia: me dijo que os quería muertos. Quiere que os lleve a una montaña. No sé exactamente a cuál, pero está en el Área de la Bahía: desde la cima vi el puente Golden Gate. Tengo que estar allí al mediodía del solsticio, es decir, mañana. Un intercambio.
No podía mirarlos a los ojos, completamente avergonzada. Los hombros de Savreen se desplomaron. No era la única que se sentía culpable: Piper también lo había estado todo este tiempo. Eso la hizo levantarse y rodear el fuego. Piper levantó la vista, confundida mientras Savreen se sentaba a su lado y la rodeaba con sus brazos. Apoyó la cabeza en su hombro y la abrazó con fuerza. Al instante, sintió a Piper encorvarse, con los ojos cerrados mientras derramaba algunas lágrimas.
Jason se unió, envolviendo un gran brazo alrededor de ambas.
—Dioses, Piper. Lo siento mucho.
Leo dejó su hamburguesa a un lado; la comida ya no importaba.
—¿Lo dices en serio? —afirmó antes de unirse también, situándose detrás y abrazándolos a todos. Apoyó su barbilla en la parte superior de la cabeza de Piper—. ¿Has estado cargando con eso toda la semana? Piper, podíamos ayudarte.
Piper los miró entre lágrimas.
—¿Por qué no me gritáis o algo así? ¡Me han mandado que os mate!
—Y yo tengo un collar maldito que trae tragedias —comentó Savreen—. Leo tiene un poder tan peligroso que temía hacernos daño a nosotros. Jason no recuerda absolutamente nada de su pasado y tiene esas extrañas marcas en el brazo. ¿Y el entrenador? Bueno... es el entrenador.
—Todos somos unos completos delincuentes —sonrió Leo—. Pero como le dijo Jason a Sav, estamos juntos en esto, Pipes. Estás pegada a nosotros.
—Sí —Jason estuvo de acuerdo y le sonrió a Piper—. Nos has salvado a los tres. Yo habría puesto mi vida en tus manos en cualquier momento.
—¡No lo entendéis! —sollozó Piper—. Probablemente al contaros esto he matado a mi padre.
—Lo dudo —el entrenador Hedge eructó. Estaba comiéndose la hamburguesa de tofu envuelta en el plato de plástico, masticándolo todo como si fuera un taco—. El gigante aún no ha conseguido lo que quiere, así que todavía necesita a tu padre para hacer presión. Esperará hasta que pase el plazo para ver si apareces. Quiere que desvíes la misión a esa montaña, ¿no?
Piper asintió, indecisa.
—Eso significa que Hera está encerrada en otra parte —razonó el sátiro—. Y hay que salvarla el mismo día. De modo que tienes que elegir entre salvar a tu padre o rescatar a Hera. Si te decides por Hera, Encélado cuidará de tu padre. Además, Encélado nunca te dejaría marchar aunque colaboraras. Eres una de los diez de la Gran Profecía.
Piper frunció para sí misma. Se inclinó más cerca de Sav, apretando su brazo alrededor de ella para sostenerse como si fuera un salvavidas. Sus siguientes palabras fueron tranquilas, miserables y llenas de dolor.
—Entonces no tenemos alternativa. Tenemos que salvar a Hera o el rey de los gigantes quedará en libertad. Esa es nuestra misión. El mundo depende de ello. Y parece que Encélado tiene formas de vigilarme. No es tonto. Sabrá si cambiamos de rumbo y vamos por otro camino. Matará a mi padre.
—No va a matar a tu padre —dijo Leo con firmeza. Apartó su barbilla en el cabello de Piper para meter su cabeza entre la de ella y la de Jason y poder mirarla a los ojos—. Lo salvaremos.
—¡No tenemos tiempo! —gritó Piper, su brazo agarrando el brazo de Sav aún más fuerte—. Además, es una trampa.
—Somos tus amigos, reina de la belleza —dijo Leo, decidido—. No vamos a permitir que tu padre muera. Solo tenemos que pensar un plan.
—Sí —asintió Savreen—. Salvaremos a tu padre y liberaremos a Hera. A quién le importa lo que diga este gigante.
—Si supiéramos dónde está esa montaña, sería de ayuda —refunfuñó el entrenador Hedge—. A lo mejor Eolo puede decírtelo. El Área de la Bahía tiene mala fama por sus semidioses. El antiguo hogar de los titanes, el monte Otris, se encuentra sobre el monte Tamalpais, donde Atlas sostiene el cielo. Espero que no sea la montaña que viste. Ya he pasado por eso. No es que yo estuviera allí —añadió, malhumorado. Engulló el resto de su taco de tofu.
—Creo que no... —murmuró Piper pensativamente—. Estaba en el interior.
Jason miró la lumbre con el entrecejo fruncido, como si estuviera intentando acordarse de algo desesperadamente.
—Mala fama... No encaja. El Área de la Bahía...
—¿Crees que has estado allí? —preguntó Savreen.
—Yo... —parecía que estuviera a punto de hacer un progreso importante. Entonces la angustia regresó a sus ojos. Jason los cerró con fuerza durante un segundo—. No lo sé. Hedge, ¿qué ha sido del monte Otris?
—El verano pasado, Cronos construyó allí otro palacio. Un sitio grande y feo que iba a ser la sede de su nuevo reino y todo eso. Pero allí no hubo ninguna batalla. Cronos marchó sobre Manhattan e intentó conquistar el Olimpo. Si mal no recuerdo, dejó a unos titanes al cargo de su palacio, pero, cuando le vencieron en Manhattan, el palacio se vino abajo solo.
—No.
Savreen y los demás parpadearon, sorprendidos por la ferocidad de Jason en su respuesta. Incluso él pareció sorprendido.
—¿Cómo que no? —preguntó Leo.
—Eso no es lo que pasó. Yo... —se puso tenso. Su cabeza se giró hacia la boca de la cueva—. ¿Habéis oído eso?
En un primer momento, no se oyó nada. Pero luego Savreen lo escuchó: unos aullidos desgarrando la noche.
—Lobos —respiró Piper, nerviosa. Su trascendental abrazo grupal había terminado—. Suenan cerca.
Jason se levantó y convocó su espada: el oro golpeó como la luz del sol en la oscuridad, haciendo que Savreen se protegiera los ojos mientras se unía a él con Leo y el entrenador a su lado. Apretó los dedos, presionando contra su anillo y activando su chakram. Surgió con un brillo mortal y agudo. Piper intentó levantarse, pero pronto tropezó.
—Quédate aquí —le dijo Jason—. Nosotros te protegeremos.
A Piper no pareció gustarle la idea. Pero su ira vaciló y fue reemplazada por miedo cuando, justo en la entrada de la cueva, vio un par de ojos rojos brillando en la oscuridad.
Savreen retrocedió indecisa, sintiendo que el corazón se le subía a la garganta cuando más lobos se acercaban al resplandor de las llamas. Bestias negras más grandes que un gran danés, con el pelaje cubierto de hielo y nieve. Colmillos relucientes, ojos resplandecientes, garras en sus patas, pero lo peor era la inteligencia que brillaba en el rojo de sus miradas; se parecía demasiado a los ojos de un humano, e hizo que Sav se estremeciera. El lobo del frente era casi tan alto como un caballo y tenía la boca manchada como si acabara de matar a alguien.
Incluso atrapada detrás, Piper sacó su daga de su funda.
Savreen estaba pensando en una manera de calmar a los lobos con su extraño poder de armonía, pero entonces Jason dio un paso adelante y les dijo algo en latín. Al instante, la lengua muerta hizo que los animales salvajes se retorcieran. El lobo alfa hizo una mueca mientras el pelaje se erizaba a lo largo de su columna. Uno de sus lugartenientes trató de avanzar, pero el lobo alfa intentó morderle en la oreja. Entonces todos los lobos retrocedieron en la oscuridad.
—Colega —susurró Leo, sujetando su martillo con las palmas sudorosas—, tengo que estudiar latín. ¿Qué le has dicho, Jason?
Hedge soltó un juramento.
—No sé qué le has dicho, pero no ha sido suficiente. Mira.
Tenía razón. Los lobos estaban regresando, pero el lobo alfa no les acompañaba. No atacaron. Permanecieron a la espera; al menos había ya una docena, formando un semicírculo desigual en el borde de la luz de la lumbre y cerrando la salida de la cueva.
El entrenador levantó la porra.
—Este es el plan: yo los mato a todos, y vosotros escapáis.
Piper levantó las manos, dudosa.
—Le harán pedazos, entrenador.
—Nah, estoy bien.
—¿Con morirse?
De la tormenta surgió la silueta de un hombre. Se abrió paso entre la manada de lobos. Savreen hizo todo lo posible por mantenerse firme, a pesar de que su mente le gritaba que se escondiera.
—No os separéis —ordenó Jason como si sintiera su miedo—. Respetan los grupos. Y Hedge, nada de locuras. No vamos a dejarle atrás, ni a usted ni a nadie.
Los lobos se separaron, dejando que el hombre saliera a la luz como un rey. No se parecía en nada a uno. Su pelo, grasiento y descuidado, era del color del hollín e iba tocado por una corona de lo que parecían huesos de dedos. Vestía con pieles rasgadas de lobo, conejo, mapache, ciervo y varios otros animales, Savreen no estaba segura. Las pieles no parecían curtidas y, por el olor, no eran muy recientes. Tenía un cuerpo ágil y musculoso, como el de un corredor de fondo. Pero su cara era lo más horrible de todo. Una piel fina y pálida se tensaba sobre el cráneo. Sus dientes eran puntiagudos como colmillos. Sus ojos emitían un brillo rojo como los de los lobos y los estaba clavando en Jason con un odio absoluto.
—Ecce —se burló—, filli romani.
—¡Habla en nuestro idioma, hombre lobo! —rugió Hedge.
El hombre lobo gruñó.
—Dile a tu fauno que tenga cuidado con lo que dice, hijo de Roma, o me servirá de aperitivo.
Fauno, recordó Savreen. La palabra romana para sátiro. Hedge había dicho eso en el Gran Cañón. Una vez más, lo romano seguía a Jason como una sombra fantasmal.
El hombre lobo examinó al pequeño grupo. Sus orificios nasales se ensancharon.
—Así que es verdad —reflexionó—. Una hija de Afrodita, un hijo de Hefesto, una hija de Harmonía, un fauno y un hijo de Roma, del señor Júpiter, nada menos. Todos juntos, sin matarse unos a otros. Interesante.
—¿Te han hablado de nosotros? —preguntó Jason—. ¿Quién?
El hombre enseñó los dientes. Savreen no estaba muy segura de si se estaba riendo o desafiándolos.
—Os hemos estado buscando por todo el oeste con la esperanza de ser los primeros en encontraros, semidiós. El rey de los gigantes me recompensará generosamente cuando se alce. Soy Licaón, rey de los lobos. Y mi jauría está hambrienta.
Los lobos gruñeron en la oscuridad para demostrar su punto.
A su lado, Sav vio rápidamente que Leo levantaba el martillo y sacaba otra cosa de su cinturón: un frasco de cristal lleno de un líquido transparente. Rezó para que él supiera que estaba haciendo.
Licaón miraba con furia la espada de Jason. Se movía de un lado al otro como buscando una brecha, pero el arma de Jason se movía con él.
—Marchaos —ordenó Jason. No estaba de humor para juegos—. Aquí no hay comida para vosotros.
—A menos que queráis hamburguesas de tofu —propuso Leo.
El Rey Lobo mostró sus colmillos. Savreen lo tomó como un no al tofu.
—Si por mí fuera, te mataría a ti primero, hijo de Júpiter. Tu padre me hizo lo que soy. Yo era el rey mortal más poderoso de Arcadia, con cincuenta hijos magníficos, y Zeus los mató a todos con sus rayos.
—¿Cincuenta? —repitió Savreen.
—¡Ja! —exclamó el entrenador Hedge—. ¡Tenía un buen motivo!
Jason lanzó una mirada por encima del hombro.
—Entrenador, ¿conoce a este payaso?
—Yo sí que lo conozco —contestó Piper. Sus ojos brillaron con un terrible reconocimiento—. Licaón invitó a Zeus a cenar. Pero el rey no estaba seguro de que fuera realmente Zeus, y para poner a prueba sus poderes intentó darle de comer carne humana. Zeus se indignó...
—¡Y mató a mis hijos!
—Y Zeus lo convirtió en lobo —continuó Piper, ignorándolo—. A los hombres lobo se les llama «lincántropos» por él, el primer hombre lobo.
—Vale —murmuró Leo—, este tío no se parece en nada a Remus Lupin de Harry Potter.
—Tal vez sea algo bueno —añadió Sav—. No quiero que mi perspectiva de Lupin se arruine para siempre.
—El rey de los lobos —concluyó el entrenador Hedge—. Un chucho inmortal, apestoso y cruel.
Licaón gruñó.
—¡Te voy a hacer pedazos, fauno!
—Ah, ¿quieres un poco de cabra? ¡Pues yo te daré cabra!
—Basta —espetó Jason. Sus palabras explotaron con una autoridad atronadora y aterradora que hizo que incluso el entrenador y Lyacon guardaran silencio. Savreen sintió que sabía cómo liderar ejércitos con esa voz—. Licaón, has dicho que querías matarme a mí primero, pero...
—Lamentablemente, hijo de Roma, ya estás reservado. Como esta —agitó sus garras en dirección a Piper— no te ha matado, debes ser entregado vivo en la Casa del Lobo. Una de mis compatriotas ha solicitado el honor de matarte personalmente.
—¿Quién?
El rey de los lobos se rió disimuladamente.
—Una gran admiradora tuya. Al parecer, le impresionaste mucho. Ella se ocupará de ti dentro de poco, y la verdad es que no puedo quejarme. Derramar tu sangre en la Casa del Lobo servirá para marcar muy bien mi nuevo territorio. Lupa se lo pensará dos veces antes de desafiar a mi jauría.
La mención de que alguien quería matar a Jason hizo que Savreen se pusiera rígida. Extendió su arma, frunciendo. Detrás de ella, Piper se puso de pie con dificultad, luciendo asesina.
—Vais a marcharos ahora mismo —gruñó ella— antes de que acabemos con vosotros.
Estaba temblando entre las mantas, pálida, sudorosa y apenas capaz de mantenerse en pie. Pero Savreen pensó que su amiga era muy valiente, incluso ante la risa de Licaón.
—Valiente intento, muchacha. Es admirable. Tal vez acabe contigo rápido. Solo se necesita vivo al hijo de Júpiter. Me temo que el resto de vosotros seréis nuestra cena.
Savreen compartió una rápida mirada con Leo, sintiendo un breve temor de que esto podría ser el final.
Jason dio un paso adelante.
—No vas a matar a nadie, hombre lobo. Antes tendrás que pasar por encima de mí.
Licaón aulló y extendió sus garras. Jason gritó y cortó su espada directamente hacia él. Debería haber sido un golpe mortal, pero su espada dorada lo atravesó como si el rey ni siquiera estuviera allí.
El hombre lobo se echó a reír.
—Oro, bronce, acero... ninguno de esos metales sirve contra mis lobos, hijo de Júpiter.
—¿Y la plata? —sugirió Savreen, cada vez más desesperada—. ¡¿No se hiere a los hombres lobo con la plata?!
—¡No tenemos plata! —dijo Jason.
Los lobos saltaron hacia ellos. Hedge bramó y cargó, pero Leo atacó primero. En un instante, lanzó su botella de cristal y ésta se hizo añicos contra el suelo, salpicando de líquido a todos los lobos. Un olor horrible llegó a la nariz de Sav: el olor de la gasolina. Sin perder un segundo, la mano de Leo echó chispas de fuego y las lanzó hacia el charco. Sav jadeó y se cubrió la cara cuando el fuego estalló con una ráfaga de calor blanquecino, propagándose a lo largo formando una línea abrasadora entre los semidioses y los lobos; como una barrera contra el dolor.
—¿Está el fuego en esa lista? —dijo Leo, algo que Sav sabía que era satisfactorio para él.
—¡Venga ya! —protestó el entrenador Hedge, volviéndose hacia Leo como un niño regañado—. ¡No puedo darles si están lejos!
Cada vez que se acercaba un lobo, Leo lanzaba una oleada de fuego nueva con las manos, pero cada esfuerzo que hacía parecía cansarle un poco más, y la gasolina se estaba consumiendo.
—¡No puedo conseguir más gasolina! —advirtió Leo. Se le tiñó la cara de rojo—. Vaya, no ha salido bien. Me refiero a la combustión. El cinturón va a tardar un rato en recargarse. ¿Tú qué tienes, tío?
—Nada —respondió Jason—. Ni una sola arma que funcione.
—¿Rayos? —preguntó Piper.
Jason frunció el ceño, concentrándose, pero no pasó nada.
—Creo que la tempestad está interfiriendo o algo parecido.
—¡Libera a los venti!
—Entonces no tendremos nada que darle a Eolo. ¡Habremos llegado hasta aquí para nada!
Savreen sintió que se le aceleraba el corazón. Su postura de confianza se hizo añicos y se encogió hacia atrás, dándose cuenta de que estaban rodeados, sin armas y sin salida. Estaban condenados. Sintió que el collar de su chaqueta empezaba a arder, provocándola.
Licaón se rió.
—Puedo oler vuestro miedo. Unos cuantos minutos de vida más, héroes. Rezad a los dioses que queráis. Zeus no tuvo piedad conmigo, y yo no la tendré con vosotros.
Las llamas empezaron a chisporrotear. Jason lanzó una maldición y soltó la espada. Se puso en cuclillas como si estuviera a punto de librar un combate cuerpo a cuerpo. Leo agarró más fuerte el martillo. Piper levantó su daga. El entrenador Hedge alzó su porra, el único que parecía entusiasmado con la idea de morir.
A Savreen le zumbaba la cabeza. Se sintió mareada. Su collar se había calentado tanto que brillaba con el color de las gemas rosadas de su bolsillo. Iban a morir y ella no podía hacer nada al respecto.
Fue demasiado. El chakram de Savreen volvió a doblarse dentro de su anillo y ella extendió las manos con los ojos cerrados y gritó:
—¡No, basta!
Sintió un tirón en las tripas y sus ojos se abrieron justo a tiempo para ver cómo el mismo color rosa del collar que llevaba en el bolsillo rodeaba a Licaón y a sus lobos como una niebla que se extendía hacia sus orejas, sus narices e incluso sus ojos, colándose por las rendijas más pequeñas antes de desaparecer, y el fulgor de sus rojas miradas se tornó de un rosa fantasmal. Y así, todos se detuvieron, tal como ella había dicho.
Savreen y sus amigos se quedaron paralizados, sorprendidos.
Con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada, Sav ignoraba lo que había sucedido o lo que había hecho. Mantenía los brazos extendidos, temerosa de que, si los movía, el hechizo cayera. Antes había confundido a la gente con murmullos de armonía, les había hecho sentirse tranquilos y pensar en lo mejor de sí mismos. Pero nunca había sido capaz de controlarlos; hacer que se detuvieran sin rechistar, como si se hubiera convertido en una especie de titiritera y fueran sus marionetas con hilos.
—Eh... ¿Sav? —logró Leo, sin aliento por el horror—. Ese collar tuyo está brillando.
Desde dentro de su bolsillo, la luz rosada de las gemas estaba creando un espectáculo de luces, proyectando luz sobre las paredes de la cueva, sobre Licaón y sus lobos, e incluso sobre ella.
Estaba demasiado sorprendida para hablar. Si hubiera podido hacer más, nunca tuvo la oportunidad, porque un sonido desgarrador rompió el aullido del viento. Un palo largo brotó del pescuezo del lobo que tenían más cerca: el astil de una flecha de plata. El encantamiento de Savreen se rompió y el lobo permaneció en el limbo por un momento, como si ni siquiera se conociera a sí mismo antes de que el dolor lo golpeara. Se retorció, chilló y luego cayó, derritiéndose en un charco de sombras.
Savreen se llevó las manos al pecho, horrorizada mientras caían más flechas y más lobos. La manada se sumió en la confusión. Una flecha se dirigió hacia Licaón, pero el rey lobo la atrapó en el aire. Entonces, gritó de dolor. Cuando soltó la flecha, le dejó un corte humeante en la palma de la mano. Otra flecha se clavó en su hombro y el rey lobo se tambaleó.
—¡Malditos sean! —gritó. Gruñó a su jauría, y los lobos se volvieron y echaron a correr. Licaón clavó sus brillantes ojos rojos en Jason—. Esto no ha terminado, muchacho —le envió una última mirada fulminante a Sav y tuvo la sensación de que la amenaza también había llegado a ella.
Luego, desapareció en la noche con su manada.
Segundos más tarde, Savreen oyó aullar a más lobos, pero el sonido era distinto: menos amenazador, más parecido al de unos perros de caza siguiendo un rastro. Un lobo blanco más pequeño irrumpió en la cueva, seguido de dos más.
Hedge levantó su porra.
—¿Lo mato?
—¡No! —contestó Piper—. Espere.
Los lobos ladearon la cabeza y observaron al grupo con unos enormes ojos dorados.
Entre la tormenta aparecieron sus amas: un grupo de cazadoras vestidas de camuflaje invernal blanco y gris, al menos media docena. Todas portaban arcos y carcaj con relucientes flechas de plata a la espalda.
Una, un poco más alta que el resto, avanzó con su parka. Se agachó a la luz de la lumbre y recogió la flecha que había herido a Licaón en la mano.
—Ha estado muy cerca —maldijo. Se volvió hacia sus compañeras—. Phoebe, quédate conmigo. Vigila la entrada. El resto, seguid a Licaón. No podemos perderlo ahora. Luego os alcanzaré.
Las otras cazadoras asintieron con un murmullo y desaparecieron tras la jauría de Licaón.
La chica de blanco se volvió hacia ellos, con la cara todavía oculta por la capucha.
—Hace más de una semana que seguimos a esos demonios. ¿Está bien todo el mundo? ¿Han mordido a alguien?
Jason estaba tan congelado como una estatua, con los ojos fijos en la chica. Savreen entonces se dio cuenta de que había algo similar: su voz... era difícil de identificar, pero el modo en que hablaba... le recordaba a Jason.
—Eres ella —aventuró Piper—. Eres Thalia.
Thalia se tensó. Le picaban los dedos como si quisiera tensar el arco, pero luego se los llevó a la capucha de la parka. Se la echó hacia atrás, revelando un rostro afilado como el de un halcón, con ojos azul eléctrico y pelo negro azabache de punta. En su frente brillaba una diadema plateada.
—¿Te conozco? —preguntó ella con la misma autoridad que tenía Jason.
Piper respiró temblorosamente.
—Puede que esto te sorprenda, pero...
—Thalia —Jason logró moverse. Pero sus pasos eran vacilantes y débiles. Sonaba como si hubiera olvidado qué eran las palabras—. Soy Jason, tu hermano.
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