xviii. Everything Can Be Reused

━━ chapter eighteen
everything can be reused
( savreen )

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Savreen era incapaz de creerse lo que había hecho. Provocó la explosión de un edificio. Lo hizo. Ella hizo eso. Y... no se arrepentía. De hecho, Sav experimentaba un toque de entusiasmo y una peligrosa emoción por el caos que acababa de provocar. Medea la había puesto lo más furiosa que había estado en su vida por lo que pensó que podía hacerle a ella y a sus amigos. Lo que les hizo a la madre de Leo y al padre de Piper (todavía no sabe qué significó, pero seguía enfadada porque Medea hubiera obrado así), y cómo estaba dispuesta a hacer que los chicos se enfrentaran entre sí. Era tan contrario a su carácter, pero, ¿y si no? Para ser sincera, Sav no lo sabía.

Sólo sabía que su estómago había hervido como esas pociones en la alfombra; había pensado en todos ellos muriendo allí, en todo lo que Leo pasó por la muerte de su madre, la tristeza constante en los ojos de Piper desde que inició la misión por la que ahora tenía una razón, y la forma en que la hechicera había mirado a Sav como si fuera sólo una niñita sin agallas la hizo estallar.

Hasta ahora, dios tras dios, oponente tras oponente, incluso su propia madre, le han dicho que no estaba lista. Que era ingenua y que no estaba hecha para esta búsqueda. Y, sin embargo, era parte de una Gran Profecía. Era simplemente la dulce, pequeña e ingenua Savreen Arora que no estaba hecha para ser una semidiosa, una heroína, y estaba harta de eso.

No quería darles esa satisfacción. Que la vieran caer en la ira y hacer algo que iba contra su moral, pero Savreen no sentía remordimiento alguno. Le hizo replantearse qué significaba para ella la armonía, la paz. Siempre creyó que debía mantenerse al margen, sonreír a pesar de su dolor constante y ser amable con todos los que veía y conocía, porque así no triunfaría su tragedia. No era una luchadora, no era alguien que rogara por la guerra y se deleitara en ella, y sabe que nunca será esa persona. Pero tal vez la armonía era más de lo que la gente pensaba. ¿Pero qué era? ¿Luchar por la paz? ¿O abogar por ella? ¿Había un punto medio? ¿Algo que estuviera entre medias?

Una parte de Savreen temía que esta búsqueda la obligara a ser algo que no quería. Pero otra parte le rogaba que dejara que ocurriera. Había lanzado su arma, tan de repente como si conociera todas las técnicas existentes, y había disfrutado de la sensación; de tener ese poder por un momento, esa satisfacción de mirar a Medea a los ojos y decirle: Soy más de lo que tú crees que soy.

Todo era tenso y tranquilo a lomos de Festus. Ninguno había dicho una palabra desde que salieron volando de la explosión. Jason y Leo intentaron ocultarlo, pero era obvio que las palabras forzadas por Medea movieron algunos hilos no deseados, la pregunta sobre el padre de Piper flotaba en el aire y qué había querido decir Medea sobre sus muertes, así como sobre el collar de Savreen. Los secretos habían salido a la luz y, aunque todos querían saberlos, estaban desesperados por no contar los suyos. Fue un duro desgarro en su grupo, sus amistades, y Savreen lo odiaba.

Su mirada se posó en Leo. Era consciente de que tenía los hombros rígidos; su cabeza le daba vueltas a cientos de cosas horribles, probablemente pensando en su madre, pero nunca se lo diría. Sav deseó que pudiera sentir su dolor de la misma manera que podía sentir las emociones, porque sin duda sentía el peso que lo oprimía justo ahora.

Era lo único en lo que parecía no poder ayudar. Conseguía calmar sus nervios, hacer que se quedara quieto y pensara por un momento; serenar su mente. Podía hacerle reír, estar a su lado, cogerle de la mano y hablarle como nadie más podía hacerlo. Podía ser su mejor amiga y, sin embargo, no podía evitar su dolor. Su tragedia. Los rincones oscuros de su mente que lo retenían sin gratitud, los verdaderos monstruos de su ser.

Y le dolía porque era lo único en lo que deseaba poder ayudar. Quería que él fuera feliz. Quería que lo fuera más que ella misma.

Sus dedos se dirigieron hacia su espalda, queriendo deslizar sus brazos alrededor de su cintura, pero se detuvo. No parecía correcto, no ahora. Entonces, colocó su mano sobre su hombro y le dio un suave apretón.

—Leo —habló con tranquilidad—, ¿estás bien?

Él le dedicó una mirada.

—Sí... bastante bien para ser un zombie al que le han lavado el cerebro. Gracias por salvarnos allí atrás, Sav. Lo mismo te digo, Pipes —añadió a la hija de Afrodita—. Si no me hubieras sacado de ese hechizo...

—No te preocupes —dijo Piper.

—Sí —asintió Savreen, apretando su hombro de nuevo. Sus dedos encajaron perfectamente alrededor de él—. Es cosa del pasado. Conseguimos salir y estamos a salvo —sabía que él todavía se preocuparía por eso, pero lo dejó ahí.

—Vamos a tener que aterrizar dentro de poco —les avisó él—. Seguiremos un par de horas más para asegurarnos de que Medea no nos sigue. No creo que Festus pueda volar más rato.

—De acuerdo —convino Piper—. El entrenador Hedge también querrá salir de su jaula de canario. La pregunta es: ¿adónde vamos?

—Al Área de la Bahía —aventuró Leo—. ¿No dijo Medea algo sobre Oakland?

Savreen miró a Piper y la vio con el ceño fruncido. Había sido respetuosa con su amiga y no había preguntado nada al respecto, pero sentía curiosidad, ¿qué quería decir Medea sobre el padre de Piper? ¿Cómo pudo ser capturado por Encélado? ¿A qué se refería con lo de la Bahía? Pero Piper parecía no querer hablar de ello, así que se lo guardó para sí.

Pero Jason fue mucho más valiente. Él le preguntó de inmediato.

—El padre de Piper. A tu padre le pasó algo, ¿verdad? Cayó en una trampa.

Piper espiró de forma temblorosa.

—Medea dijo que los dos moriríais en el Área de la Bahía. Y además... aunque fuéramos allí, ¡es enorme! Primero tenemos que encontrar a Eolo y dejar a los espíritus de la tormenta. Boreas dijo que Eolo es el único que puede decirnos adónde tenemos que ir exactamente.

Leo gruñó.

—¿Y cómo encontramos a Eolo?

Jason se inclinó hacia adelante.

—¿No lo ves? —señaló hacia adelante, pero Savreen no vio nada excepto nubes y las luces de algunos pueblos de abajo.

—¿Qué?

—Eso... sea lo que sea. En el aire.

Sav arqueó una ceja. Vio que Piper parecía tan confundida como ella.

Vale —dijo Leo—. ¿Podrías ser más específico con la parte del «sea lo que sea»?

—Es como una estela de vapor —dijo Jason—. Pero brillante. Es muy tenue, pero desde luego está ahí. Hemos estado siguiéndola desde Chicago, así que me imaginé que vosotros también la veíais.

Leo negó con la cabeza.

—A lo mejor Festus puede percibirla. ¿Crees que la ha hecho Eolo?

—Bueno, es una estela mágica en el viento. Eolo es el dios del viento. Creo que sabe que le traemos unos presos. Nos está diciendo adónde tenemos que volar.

—O es otra trampa —murmuró Piper.

Su tono preocupó mucho a Sav. Su padre estaba en peligro y había algo que no quería contarles. No es que Sav estuviera enojada, ¿cómo podría estarlo cuando ella también escondía algo? Y especialmente cuando Piper parecía tan destrozada por la desesperación, como si ya hubiera sellado su destino y fuera su culpa.

Realmente no quería empeorarlo, pero Sav quería ayudar a Piper. Quería estar ahí para ella.

—Pipes —comenzó—. Escucha, si tu padre tiene problemas y podemos ayudar...

—No podéis —replicó ella, con la voz cada vez más temblorosa—. Oye, estoy cansada. Si no te importa...

Se apoyó contra Jason y cerró los ojos. Sav la miró, frunciendo en señal de preocupación. Se encontró con los ojos de Jason y compartieron una mirada triste; pero también de cuestionamiento. Se preguntó qué habría querido decir Medea con su collar y Sav frunció los labios. Si tenía que decírselo, quería decírselo con Piper despierta, y por eso decidió vacilar.

Y ahí terminó la conversación. Volaron en silencio durante unos minutos antes de que Jason decidiera decir:

—Duerme un rato —Leo empezó a protestar, pero Jason sacudió la cabeza—. No te preocupes. Dame las riendas.

—No, estoy bien...

—Leo —interrumpió Jason—, no eres una máquina. Además, yo soy el único que ve la estela de vapor. Me aseguraré de que no nos desviamos.

Aunque intentó discutir, la cabeza de Leo ya cabeceaba.

—Está bien —murmuró al final—. Puede que... —ni siquiera terminó su frase. Simplemente se dejó caer contra el cálido cuello de Festus.

Savreen juntó los labios. Le aseguró bien para que no se cayera. Sus dedos se posaron sobre su pelo rizado; quería tocarlo, pero se detuvo. Déjale dormir, se reprendió a sí misma.

Ruborizada, avergonzada, retiró las manos y miró a Jason con timidez. Él respondió con una sonrisa torpe. Savreen no pudo evitarlo y soltó una risita. Le sorprendió, pero después de todo, ver aquella sonrisa, le hizo recordar al Jason con el que había sido engañada.

—Perdón —dijo ella rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Es que tú... osea, es extraño. Todos mis recuerdos de ti eran falsos y todavía es como si te conociera...

Jason ladeó la cabeza y Savreen vio cómo la culpa se reflejaba en sus ojos azules. Luego añadió:

—No es culpa tuya. No te atrevas a pensar que lo es. Te han sacado de una vida que ni siquiera recuerdas y te han metido en una que ni siquiera conoces, esperando que seas la persona que no crees que eres y que, de paso, lideres una misión. Y te lo tomas con confianza y entereza. En todo caso, deberías estar enfadado o orgulloso de ti mismo. Es admirable.

Su amigo la miró. Lentamente empezó a sonreír. No esa sonrisa incómoda, sino una genuina. Hizo que el constante brillo triste en los ojos de Jason se iluminara; sentirse joven, la edad que realmente tenía. Sólo quince.

—Gracias, Sav —dijo. Ella también sonrió—. Tú también eres admirable, has ayudado a que exploten unos grandes almacenes.

Savreen se rió entre dientes y se encogió de hombros.

—No creo —dijo con sinceridad—. Parece que no soy yo, y... en cierto modo lo disfruté. ¿Eso... eso me hace mala?

—¿Qué? —Jason hizo una mueca—. No, claro que no. Creo que hiciste el trabajo de la armonía.

—¿En serio?

—Sí. A veces, peleamos por la paz. Por la armonía. Normalmente, nunca ocurre quedándonos parados y esperando. Intentamos detener la guerra antes de que ocurra, pero cuando estamos en ella, luchamos por la paz y la armonía que hay al otro lado.

Sav realmente no había pensado en ello de esa manera. Ella se sonrojó.

—En realidad, no soy de armas tomar...

—Sin duda —estuvo de acuerdo Jason. Sonrió de nuevo—. Pero en cierto modo te veo como el negociador. El que discute las cosas para asegurarse de que nadie más salga herido. El que es realmente valiente a su manera.

No sabía cómo lo había hecho, pero, de algún modo, Jason consiguió que se sintiera mejor consigo misma. Ella se sentó más recta, considerando sus palabras, y sintió una oleada de orgullo en su interior. Jason era una de esas personas de las que querías oír un cumplido, en las que el cumplido significaba mucho sin ninguna otra razón que ser admirables y valientes ellos mismos.

—Gracias, Jason —dijo ella sonriendo para sí misma—. ¿Y honestamente? —se encontró con su mirada de nuevo—. Me gusta más el verdadero tú como amigo que el que inventó Hera.

Jason parecía como si esas palabras significaran mucho para él.

—A mí también me encantas como amiga.

Sav asintió, satisfecha con la conversación antes de mirar hacia el cielo. Mientras Leo y Piper dormían, Savreen y Jason charlaron; bromearon suavemente, se rieron entre dientes y, por primera vez, Savreen no vio a Jason como el amigo que había conocido en la Escuela del Monte, sino como era ahora. Y lo decía en serio. A ella le gustaba mucho más este Jason.

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Su conversación se detuvo repentinamente cuando Festus cayó en picado. Savreen gritó, sintiendo una oleada de deja vu de la primera caída. Saltando y pateando, agitó los brazos tratando de alcanzar a los demás. Por favor que no me rompa el brazo otra vez, por favor que no me rompa el brazo otra vez, por favor que no...

—¡Otra vez no! —escuchó gritar a Leo—. ¡No puedes caerte otra vez!

Seguía sobre el lomo de Festus. Savreen apenas podía verlo, pero vislumbró su cabello rizado y sus ágiles dedos que apenas se aferraban a las curvas metálicas de la armadura del dragón. Movió interruptores, tiró de cables; las alas batieron una vez, pero eso fue todo.

Las luces de una ciudad punteaban por debajo, acercándose de forma alarmante. Savreen deseaba poder volar; deseaba poder desplegar alas como un dragón y volar hacia Leo para ayudarle. Podría morir a lomos de ese dragón, eso si el resto no moría también por la caída. Sólo tenían segundos antes de estrellarse. Los demás seguían con él, ella era la única que se había caído de golpe.

—¡JASON! —chilló Leo—. ¡COGE A SAV Y PIPER Y MARCHAOS VOLANDO!

Quería gritar "¡NO!" hacia él, pero ella se estaba alejando cada vez más. Chocaría pronto, en tan solo unos segundos. Su brazo dolía horrores, su chaqueta y su cabello le caían sobre la cara y las brillantes luces de la ciudad la cegaban.

¿Debería simplemente morir? Se preguntó a sí misma sin darse cuenta. ¿Se rompería mi maldición si lo hago? ¿Nadie que me importe se ahogaría en mi tragedia?

Pero entonces un brazo la rodeó por la cintura y la levantó. Fue atraída hacia el pecho de Jason y Piper la mantuvo asegurada con su brazo libre. Savreen se aferró, mirando por encima del hombro para ver a Festus, con Leo todavía en el lomo, caer a toda velocidad hacia una llanura de nieve cercana.

Golpearon vallas, algo se accionó...

Y Festus explotó.

Sav gritó.

Jason los llevó al lugar del accidente en cuanto se tranquilizó. Savreen tropezó con la nieve, casi dándose de bruces. Su brazo se estaba curando gracias a la ambrosía, pero aún le dolía, aunque eso no le importaba. Se puso en pie y tropezó con la espesa capa blanca, tratando de alcanzar los restos. Había partes de Festus por todas partes. Metal doblado, destrozado y quemado. Y Leo estaba en el centro de todo.

El collar en su bolsillo ardía como el sol. Se burlaba de ella: es culpa tuya. Fui yo. No puedes escapar de la tragedia, Savreen.

Quería tirarlo. Aplastarlo. Romperlo en pedazos y dárselo a esos dragones solares en los grandes almacenes de Medea. Leo podría estar muerto... Leo podría estar muerto...

Todavía no, mi querida Savreen, susurró una voz en su mente desde la tierra, y ella la ignoró. La última persona a la que quería escuchar era esa Mujer de Tierra. O su collar. O Hera. ¡O su madre, o cualquiera! No tendrán control sobre ella. No merecen nada.

—¡Leo! —gritó Sav, arrastrándose por la nieve con los demás detrás de ella—. ¡Leo!

Llegó al montón; tosiendo a través del humo y sus pies crujiendo sobre la nieve que se convertía en aguanieve. Y entonces lo vio ahí tumbado. Su rostro estaba cubierto de cenizas, su chaqueta militar quemada y un poco destrozada. Estaba un poco alejado de los escombros y, por un momento, mientras yacía completamente inmóvil, Savreen pensó lo peor.

—¡Leo! —sollozó y corrió hacia él.

Piper y Jason estuvieron a su lado en un instante mientras ella se arrodillaba al lado de su mejor amigo. Le cogió la mano, temblando, pero estaba cálida. La sostuvo con ambas manos, cerca de su pecho mientras buscaba cualquier otra cosa que le dijera que él estaba vivo...

Vio un repentino estremecimiento de su pecho y lloró de alivio. Sabía que estaría disgustado por lo de Festus, pero ahora mismo, lo único que le importaba era él. Y que estaba vivo. Y que no lo había perdido. Había ganado contra el collar por ahora.

Leo era un pilar en la vida de Savreen. Aunque la mayor parte del tiempo no estuviera en ella, había dejado una huella imborrable desde el hogar de acogida y, cuando se reencontraron, Savreen supo que nunca querría dejarle marchar. En el breve momento en que pensó que lo había hecho, Savreen se quedó sin aliento... se había aterrorizado. Había perdido a su padre. Perdió a sus abuelos. Se había perdido a sí misma. Pero no podía perder a Leo.

—A-Ambrosía, o algo —farfulló. No sabía si aún les quedaba de cuando Piper la usó en la guarida de los cíclopes—. Cu-cualquier cosa.

Jason puso una mano sobre su hombro.

—Tranquila, Sav. Se está despertando.

Y así era. Leo se agitó. La respiración de Sav se entrecortó. Se arrodilló, apretando su mano con más fuerza. ¿Leo? Golpeó su nombre contra su mano quemada. Leo, por favor despierta.

Sus ojos parpadearon, mostrando unos oscuros y cálidos que ardían con el calor de un hogar. Estuvieron aturdidos por un momento, tratando de concentrarse. Pero se decidieron por Savreen y ella esbozó una sonrisa llorosa.

—¿Leo? —susurró.

Por un momento, se concentró en ella; solo ella. Sus labios se movieron, pero en lugar de decir nada, movió los dedos en su agarre y respondió con un breve hola en morse.

Pero entonces recordó lo sucedido y se quedó helado. Sus ojos se abrieron y trató de moverse.

—¿Dónde...?

—No te muevas —Piper tenía lágrimas en los ojos—. Te caíste rodando con mucha fuerza cuando... cuando Festus...

Él la ignoró.

—¿Dónde está? —se sentó. Se dobló y Jason lo mantuvo firme. Leo miró fijamente a Savreen, desesperado—. ¡¿Dónde está?!

No supo qué decir. Podría contarle que está en todas partes, roto y desaparecido. Pero Festus significaba mucho para Leo. Se preocupaba por esa máquina como si fuera su mejor amigo y familia. No era sólo el coche de un mecánico construido desde cero. Para Leo, era su logro, su seguridad, lo único en lo que se creía capaz; lo único que había conseguido hacer. Perder a Festus sería como si Leo hubiera perdido una parte de él, y Sav sabía lo que se sentía. Él también lo sabía. Como ella, comprendía lo difícil que es decirle a alguien que te importa que ha perdido una parte esencial de su ser.

Sólo por la expresión de su rostro, él lo supo.

Intentó ponerse de pie. Sav lo ayudó, aunque reticente. Jason se movió para detenerlo.

—En serio, Leo. Podrías estar herido. No deberías...

Pero entonces Leo vio los escombros. Y vio a su dragón.

Festus se había desintegrado. Sus miembros se hallaban esparcidos y su cola colgaba del cerco. Estaba hecho pedazos, destrozado desde el centro. La única parte real de él que quedaba era la cabeza y el cuello; helados, sin luz dentro de sus ojos rojo rubí ni un soplo de vapor de su mandíbula metálica. Leo estuvo a punto de desplomarse.

No... —se atragantó. Se zafó del agarre de Savreen y corrió hacia la cabeza de Festus. Se desplomó allí mismo, con las manos temblorosas mientras alcanzaba su hocico. Los ojos del dragón parpadearon débilmente para verlo, como si hubiera estado esperando para despedirse.

Los tres retrocedieron, dándoles espacio. Pero Savreen estaba llorando.

Leo intentó contener las lágrimas, pero éstas brotaron a raudales. Acarició el morro del dragón, temblando.

—No puedes irte —suplicó—. Eres... eres lo mejor que he arreglado en mi vida.

Festus emitió un zumbido, como un ronroneo gutural. Leo dejó caer la cabeza, agarrando con fuerza a su dragón.

—No es justo —gimoteó.

Hubo silencio. Sav contuvo sus ganas de sollozar. Piper se aferró a las manos de ella y de Jason. Savreen oyó el chasquido de Festus... y tras ese chasquido hubo un largo crujido, y luego dos chasquidos cortos. Chirrido. Chirrido... un patrón. Un patrón familiar para Leo y para Savreen. Código Morse. Festus se estaba despidiendo, dando su última petición en código morse. El cuello de metal, la cabeza de metal y la piel de metal con el aceite y los engranajes ejecutando su cerebro y la memoria, queroseno en sus pulmones... pero en este momento, él era tan humano como el resto.

Leo escuchó más atentamente, traduciendo los sonidos en letras.

—Sí —logró decir—. Lo entiendo. Lo haré. Te lo prometo.

Y los ojos del dragón se oscurecieron por última vez.

Festus se había ido.

Leo se derrumbó. Sav ya estaba harta de quedarse atrás. Caminó con cuidado hacia él y se arrodilló a su lado. Llorosa ella misma, lo agarró del hombro y él se inclinó ligeramente hacia ella mientras abrazaba a su dragón, llorando.

Se enfrentaron a la tragedia, pero no la que pensó Savreen. Pero de todos modos, los rompió a todos de manera diferente.

Cuando Leo finalmente se recostó un poco, con los ojos rojos y las mejillas manchadas, Jason dijo:

—Lo siento, tío. ¿Qué... qué le has prometido a Festus?

Él sollozó. Con una respiración profunda, Leo se adelantó y abrió el panel de la cabeza del dragón.

—Algo que me dijo mi padre. Que todo se puede volver a utilizar.

Acunó la cabeza y el cuello de Festus, y así, el dragón se elevó con el viento y desapareció, disipándose en la nada.

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