xix. Golden Tipped
━━ chapter nineteen
golden tipped
( jason )
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No había salida, por lo que no tuvieron más remedio que entrar.
Y Jason habría muerto cinco veces (o más) camino de la puerta principal de la mansión de no haber sido por Leo.
Primero fue la trampilla activada por movimiento de la acera, luego los láseres de la escalera, después el dispensador de gas nervioso de la barandilla del porche. ¡Ah! Y que no se olvide de los pinchos venenosos sensibles a la presión de la alfombra de la entrada. Y claro, tampoco podía dejar de lado el timbre explosivo.
(¿Quién se toma tantas molestias para una mansión de este tamaño? Obviamente hay algo extravagante en el interior.)
Leo lo desactivó todo. Era como si pudiera oler las trampas como un sabueso, sintiendo todas y cada una de ellas antes de que pudieran activarlas y escoger la herramienta adecuada de su cinturón.
—Eres increíble, tío —le había dicho Jason.
Aquello estaba tenso, muy tenso. A Jason no le importaban las trampas, ya estaba parado sobre miles de agujas afiladas que lo apretaban cada vez que miraba a Leo y recordaba lo que había dicho bajo el hechizo de Medea.
Leo frunció el entrecejo mientras examinaba la cerradura de la puerta principal.
—Sí, increíble —refunfuñó—. No soy capaz de arreglar un dragón, pero soy increíble.
Jason se estremeció. Era como si le hubieran golpeado con un látigo. Había dicho esas cosas, y entonces Festus cayó, destruido para mantenerlos a salvo de los láseres y el cerco. Leo perdió lo único de lo que estaba orgulloso, y Jason había dicho aquellas palabras, aunque no hubiera sido él mismo, pero se arrepentía tanto... porque, en cierto modo, ¿había sido él? ¿Lo había dicho en serio, en el fondo?
Se odió a sí mismo al pensar que lo había hecho.
—Eh, no fue culpa...
—La puerta no está cerrada con llave —lo interrumpió Leo, sin siquiera darle una mirada.
Piper se quedó mirando la puerta con incredulidad.
—¿De verdad? ¿Todas esas trampas, y la puerta no está cerrada?
—Bueno, imagino que nadie ha llegado a la puerta principal con todas esas trampas —susurró Savreen, con los ojos muy abiertos cuando Leo giró el pomo. La puerta se abrió fácilmente. Entró sin vacilar.
Antes de que Jason pudiera seguirlo, Piper lo agarró del brazo.
—Va a necesitar un tiempo para superar lo de Festus. No te lo tomes como algo personal.
—Sí —murmuró Jason—. Sí, vale.
Sin embargo, no cambió la culpa que sentía. Jason deseaba poder retractarse, pero no podía, y ahora Piper tenía razón: sólo tenía que esperar. Sintió que alguien más le apretaba el otro brazo. Miró y Sav le envió una sonrisita tranquilizadora antes de entrar detrás de Leo.
De no haber sido por ella y Piper, los dos estarían muertos. Y ellas tampoco habían salido bien paradas de ese enfrentamiento.
Volvió a mirar a la chica que estaba a su lado. Había estado nerviosa desde el enfrentamiento con Medea, como si esperara que algo saliera y los matara en cualquier momento.
—Piper, sé que en Chicago estuve atontado, pero eso de tu padre... Si está en apuros, quiero ayudar. Me da igual si es una trampa.
Los ojos de Piper siempre cambiaban de color: un caleidoscopio hermoso, brillante y retorcido que atraía a Jason cada vez que los miraba. Pero ahora mismo, el caleidoscopio estaba hecho añicos y el color se había perdido.
—Jason, tú... —su voz se tensó de repente—. No sabes lo que dices. Por favor, no me hagas sentir peor. Vamos, debemos mantenernos unidos.
Se metió en la casa.
Jason observó al grupo desde afuera, sintiéndose muy pesado. Él tenía que liderar esta búsqueda, lideraría a su equipo que había comenzado a convertirse en sus amigos. Personas en las que encontraba consuelo y sentían que no era un alma perdida que buscaba la verdad sobre su pasado. Sentía que se conocía a sí mismo con ellos. Y ahora...
—Unidos —dijo Jason para sí, amargado—. Sí, se nos está dando de fábula...
Pero con una respiración profunda y cuadrando los hombros, entró.
La casa estaba a oscuras. Podía ver poco y oír todo: sus pasos resonaban y rebotaban en las paredes distantes. Eso le indicó que el vestíbulo era enorme, más grande todavía que el ático de Bóreas, pero no sabía qué aspecto tenía, ni siquiera con las luces del jardín. Distinguió la silueta de unas gruesas cortinas de terciopelo que se elevaban unos tres metros hacia las profundidades de un techo desconocido. Por lo que Jason sabía, podían extenderse hasta la nada, hacia las nubes e incluso más allá de ellas.
Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse, pero una vez que lo hicieron, pudo ver un poco más. Vio estatuas de metal de tamaño natural a lo largo de las paredes y sofás dispuestos en forma de 'U' en el centro con una mesa de café. Una silla grande destacaba entre los sofás, fantasmal bajo una enorme y reluciente lámpara de araña. En cierto modo le recordaba a Jason como un trono.
—¿Dónde está el interruptor de la luz? —su voz hizo eco; le hizo sonar pequeño.
—No veo ninguno —respondió Leo a su izquierda.
—¿Fuego? —propuso Piper.
Lo intentó, pero no pasó nada.
—No funciona.
—¿Se te ha apagado el fuego?
—Bueno, Pipes, si lo supiera...
—No importa —interrumpió Savreen—. Si exploramos, podríamos encontrar un interruptor de luz en alguna parte.
Leo negó con la cabeza.
—¿Después de todas las trampas que había fuera? Mala idea, preciosa. Te podrían cortar el dedo del pie.
Jason sintió un cosquilleo en la piel, un escalofrío que le subió por la espalda y le bajó por los brazos. Odiaba ser semidiós. Al mirar a su alrededor, no veía una habitación cómoda en la que pasar el rato. En la oscuridad, imaginó horrores: espíritus de la tormenta, dragones, cualquier monstruo al acecho en las sombras, serpientes bajo las alfombras y una lámpara de araña hecha de letales fragmentos de hielo. Todo preparado y hecho para matarlos.
—Leo tiene razón —decidió—. No vamos a volver a separarnos, como en Detroit.
—Oh, gracias por recordarme a los cíclopes —a Piper le tembló la voz—. Lo necesitaba.
—Faltan unas cuantas horas para que amanezca —Jason no lo sabía con certeza, sólo podía adivinar—. Hace demasiado frío para esperar fuera. Metamos las jaulas y acampemos en esta sala.
Nadie propuso una idea mejor y se pusieron manos a la obra. Metieron las jaulas que contenían al entrenador Hedge y a los espíritus de la tormenta haciéndolas rodar antes de acomodarse entre los sofás. Leo no encontró almohadas venenosas ni cojines de ventosidades eléctricos, pero se mantuvieron alejados de la silla con forma de trono que se alzaba sobre el resto. Jason tenía un presentimiento y estaba seguro que los demás estaban de acuerdo; algo no se sentía bien en este lugar, especialmente en esa silla.
Leo no parecía estar de humor para preparar más tacos. Además, no tenían fuego, así que se conformaron con raciones frías. Estaba en silencio y, por una vez, Jason lo odió por completo. Bajo la mirada de extrañas estatuas en la oscuridad, techos extrañamente altos y sin poder ver más allá de los dedos de sus pies, Jason quería escuchar a los demás solo para recordarle que no estaba solo.
A pesar de lo nervioso que se sentía, en cuanto tuvo el estómago lleno, Jason sintió que el cansancio también le golpeaba. Sav se durmió primero, absolutamente exhausta. Apenas había terminado de comer cuando ya estaba al lado de Piper y dormitaba acurrucada en su costado. Piper la siguió poco después, y ambas chicas se quedaron dormidas como una flama en el otro sofá. Pero se preguntó si estarían evitando preguntas. Jason sabía que Piper había eludido las conversaciones sobre su padre; independientemente de lo que Medea hubiera querido decir en Chicago —sobre la posibilidad de que Piper recuperara a su padre si cooperaba— no sonaba bien. Si Piper arriesgó a su propio padre para salvarlos, eso hacía que Jason se sintiera más culpable. Pero Medea también había mencionado un collar en el bolsillo de Sav, y fuera lo que fuera, ella lo evitaba también. Ahora tenía la mano en el bolsillo de su chaqueta, estrechándola con las cejas fruncidas, como si se preocupara por ello incluso en sueños.
Y se les estaba acabando el tiempo. Si Jason llevaba bien la cuenta de los días, era la madrugada del veinte de diciembre, lo que significaba que el solsticio de invierno era al día siguiente.
—Duérmete —dijo Leo. Había pasado todo el tiempo trabajando en silencio en la jaula cerrada del entrenador Hedge—. Te toca.
Jason respiró hondo. Ahora que estaban solos, sentía que podía intentar disculparse y, con suerte, que significara algo. Leo se había convertido en su amigo y ahora significaba mucho para él. Como las chicas. Jason los necesitaba a todos y cada uno, pero una parte de él necesitaba más a Leo en este momento.
—Leo, siento lo que dije en Chicago. No era yo el que hablaba. No eres un pesado y sí que te tomas las cosas en serio, sobre todo tu trabajo. Ojalá yo pudiera hacer la mitad de las cosas que haces tú.
Leo bajó el destornillador. Miró brevemente a Sav, como si no pudiera evitarlo. Se sentía atraído por ella; la necesitaba como el fuego necesitaba oxígeno para sobrevivir. Luego, miró hacia el techo y sacudió la cabeza como diciendo: ¿Qué voy a hacer con este tío?
—Me esfuerzo mucho por ser un pesado —dijo Leo—. No insultes mi capacidad para hacerme el pesado. ¿Cómo se supone que te voy a tener envidia si vas por ahí pidiendo disculpas? Soy un humilde mecánico. Tú eres como el príncipe del cielo, el hijo del señor del universo. Se supone que te tengo que envidiar.
—¿El señor del universo?
—Claro, eres... la repera. El hombre relámpago. Mira cómo vuelo. Soy el águila que remonta el vuelo...
Jason reprimió sus risas y sacudió la cabeza. Pero la habitación se volvió más cálida. Leo no sólo conjuraba fuego de sus manos, sino que también calentaba la habitación con sus bromas y su personalidad. Les hacía ser un equipo.
—Cállate, Valdez.
Leo logró esbozar una sonrisa.
—¿Lo ves? Sí que te parezco un pesado.
Jason también esbozó una sonrisa.
—Pido disculpas por disculparme.
—Gracias —volvió al trabajo, pero la tensión se había aliviado entre ellos. Jason sintió que un peso se levantaba de sus hombros. Leo todavía parecía triste y agotado, pero no tan enfadado.
—Duérmete, Jason —dijo de nuevo—. Me va a llevar unas horas sacar a este hombre cabra. Todavía tengo que averiguar cómo construir una celda más pequeña para los vientos, porque no pienso arrastrar esta hasta California.
—Sí que arreglaste a Festus, ¿sabes? —dijo Jason—. Le diste otra vez un objetivo. Creo que esta misión fue el punto álgido de su vida.
Tenía miedo de haberlo estropeado, de ir demasiado lejos, justo cuando la herida aún estaba fresca, y hubiera enojado a Leo nuevamente, pero su amigo solo suspiró.
—Eso espero —murmuró—. Y ahora duérmete, tío. Quiero estar un rato sin formas de vida orgánica.
Jason no estaba del todo seguro de a qué se refería, pero no le llevó la contraria. Cerró los ojos y durmió larga y plácidamente sin tener sueños.
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Se despertó con el sonido de los gritos de un sátiro psicópata y trastornado.
—¡AHHHHHHGGGGGHH!
Jason se sobresaltó de inmediato, su visión se nubló en manchas grises mientras el resto de su cuerpo trataba de recuperar el equilibrio. No sabía qué era más chocante, si la luz del sol que bañaba la habitación o los gritos del entrenador Hedge.
—El entrenador se ha despertado —dijo Leo casualmente. Un comentario un poco innecesario, considerando que Gleeson Hedge estaba haciendo cabriolas sobre sus peludos cuartos traseros, blandiendo su porra y gritando: «¡Muere!» mientras hacía añicos el juego de té, aporreaba los sofás (lo que sobresaltó a Piper y Sav) y embestía contra el trono.
—¡Entrenador! —gritó Jason.
Hedge se volvió jadeando. Tenía tal mirada de loco que Jason temió que fuera su próximo objetivo. El sátiro seguía llevando su polo naranja y su silbato de entrenador, pero sus cuernos resultaban claramente visibles sobre su cabello rizado y sus cuartos traseros dignos de un toro eran sin duda de pura cabra.
—Tú eres el chico nuevo —dijo el entrenador Hedge, bajando la porra—. Jason —miró a Leo y luego a Piper y Sav—. Valdez, McLean, Arora . ¿Qué ocurre? Estábamos en el Gran Cañón. Los anemoi thuellai nos estaban atacando y... —centró su atención en la jaula de los espíritus de la tormenta, y sus ojos adoptaron de nuevo una mirada asesina—. ¡MORID!
—¡Whoa! ¡Tranquilo, entrenador! —Savreen corrió a interponerse en su camino, lo cual era bastante valiente, a pesar de que Hedge era quince centímetros más bajo. Pero Sav tenía ese efecto en la gente e incluso Hedge no podía ignorar la calma que desprendían sus palabras. Él bajó su porra ligeramente, pareciendo muy confundido—. No pasa nada, se lo prometo. Están encerrados. Lo liberamos de la otra jaula.
—¿Jaula? ¡¿Jaula?! ¿Qué está pasando? ¡Que sea un sátiro no quiere decir que no te pueda mandar a hacer flexiones, Arora!
Jason se aclaró la garganta.
—Entrenador... Gleeson... comoquiera que prefiera que le llamemos...
—¿Supercabra? ¿Psicocabra? ¿Cabra asesina? —ofreció Leo.
—Nos salvó en el Gran Cañón. Fue usted muy valiente.
—¡Por supuesto que sí!
—El equipo de extracción acudió y nos llevó al Campamento Mestizo. Creíamos que lo habíamos perdido. Luego nos enteramos de que los espíritus de la tormenta lo habían llevado con su... ejem, jefa, Medea.
—¡Esa bruja! Espera, eso es imposible. Es mortal. Está muerta.
—Sí, bueno —Leo levantó las manos, haciendo una mueca dramática—, pero ha conseguido dejar de estarlo.
Hedge asintió. Entonces, entrecerró los ojos.
—¡Bueno! Así que os mandaron en una peligrosa misión para rescatarme. ¡Excelente!
Compartieron miradas nerviosas. Piper y Savreen se estremecieron un poco, intentando pensar qué decir. Jason no sabía cómo explicárselo al entrenador. Claro, sin duda habrían emprendido una misión para salvarlo si supieran que estaba vivo... pero no lo sabían, y esa no era la misión. ¿Cómo decirlo? ¡Ah, sí! Lo hubiéramos hecho, pero no. ¡Pero es muy bueno que esté vivo, eh! Jason no quería hacer que el entrenador probablemente se sintiera peor de lo que ya estaba.
Jason encontró la mirada de Sav, suplicante. Se refería a lo que le dijo en Festus antes de estrellarse. Era la negociadora. La única en la que Jason confiaba y creía que podía convertir la gravedad y la incomodidad de esta situación en algo simple y comprensivo.
—Um, vale, bueno... —empezó Savreen, tomando un pequeño respiro y volviéndose hacia el entrenador. Levantó las manos para que no la atacara—. De hecho, señor Glees, um, ¿señor Hedge? En realidad, ¿puedo seguir llamándole entrenador Hedge? ¿Le parece bien? Los otros no me parecen adecuados. Pero, um, estamos en una misión por otra cosa, y fue un milagro que lo encontráramos a usted por casualidad.
Milagro, felicitó Jason. Gran elección de palabras. Buen trabajo, Sav.
—Ah —el entrenador pareció desanimarse, pero tan solo un instante. Acto seguido, sus ojos volvieron a iluminarse—. ¡Pero no hay casualidades! No en una misión. ¡Esto estaba destinado a pasar! ¿Conque esta es la guarida de la bruja? ¿Por qué es todo de oro?
—¿Oro? —fue el turno de Jason de estar confundido. ¿Oro? ¿Cómo que oro? Por la forma en que sus amigos recuperaron el aliento, ellos tampoco se habían dado cuenta todavía. Todos miraron a su alrededor al unísono y Piper jadeó.
La habitación estaba llena de oro. Y Jason no se refería a pintura de color dorado ni a adornos de oro falso, sino a oro real. Las estatuas, el juego de té que Hedge había hecho añicos, el sillón que definitivamente era un trono, las almohadas, las cortinas, incluso las alfombras. Auténtico oro. Fibroso y rico en peso, reluciente en la forma en que relumbra el oro de verdad, y no el de los necios. Puro. Estaban parados en una mente de oro puro en forma de casa de lujo.
—Qué bonito —dijo Leo. Se había agachado para mirar la alfombra, enamorado de las fibras tejidas y de la mecánica—. Esto es increíble, ¡no me extraña que tengan tanta seguridad!
Sav extendió la mano para sentir el sofá en el que había dormido, como si no pudiera creer que realmente hubiera dormido sobre oro. (Jason tampoco podía creerlo, ¿cómo había sido tan cómodo el oro?)
—Esta no es... —dijo Piper tartamudeando, con los ojos bien abiertos mientras miraba en derredor—. Esta no es la casa de Medea, entrenador. Es la casa de una persona rica de Omaha. Escapamos de Medea y aterrizamos forzosamente aquí.
—¡Es el destino, yogurines! —insistió Hedge. Leo arqueó una ceja de forma dudosa—. Estoy destinado a protegeros. ¿Cuál es la misión?
Antes de que Jason pudiera decidir si quería darle explicaciones o volver a meter al entrenador Hedge en su jaula, se abrió una puerta en el otro extremo de la sala.
Un hombre gordinflón con un albornoz blanco entró con un cepillo de dientes dorado en la boca. Tenía una barba blanca y uno de esos largos y anticuados gorros de dormir apretado sobre el pelo blanco. Se quedó paralizado al verlos, y el cepillo de dientes se le cayó de la boca.
Todo estaba en silencio hasta que Sav levantó una mano incómoda para saludar y decir tímidamente:
—Hola...
El extraño lanzó una mirada a la habitación que tenía detrás y gritó:
—¿Hijo? Lit, ven aquí, por favor. Hay unos extraños en la sala del trono.
El entrenador Hedge hizo lo obvio. Levantó su porra y gritó:
—¡Muere!
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