xiv. With the Wolves
━━ chapter fourteen
with the wolves
( jason )
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Jason soñó que estaba envuelto en cadenas y que colgaba boca abajo como un pedazo de carne. Le dolía todo: los brazos, las piernas, el pecho y la cabeza. (Especialmente la cabeza. Parecía un globo de agua demasiado inflado.)
—Si estoy muerto —murmuró para sí mismo—, ¿por qué duele tanto?
—No estás muerto, mi héroe —dijo una voz de mujer—. Todavía no ha llegado tu momento. Ven, habla conmigo.
Los pensamientos de Jason abandonaron su cuerpo. Oía chillidos de monstruos, gritos de sus amigos y explosiones de fuego, pero todo parecía estar pasando en otro plano de la existencia que quedaba cada vez más y más lejos...
Se encontró parado en una jaula de tierra. Zarcillos de raíces y de piedra se arremolinaban entre ellos, encarcelándolo. Al otro lado de los barrotes, vio el fondo de un estanque seco, con otra espiral de tierra que crecía en el otro extremo, y encima, las maltrechas piedras rojas de una casa incendiada.
Junto a él en la jaula, había una mujer con ropa negra sentada de piernas cruzadas, con la cabeza cubierta por un manto. Apartó el velo y dejó a la vista una cara orgullosa y hermosa... pero también endurecida por el sufrimiento.
—Hera —Jason la reconoció de inmediato, y no estaba exactamente feliz con esta pequeña reunión.
—Bienvenido a mi cárcel —dijo la diosa con sarcasmo (¿podían las diosas ser sarcásticas?)—. Hoy no morirás, Jason. Tus amigos te ayudarán... de momento.
Su estómago dio un vuelco.
—¿De momento?
(¿A qué se refería?)
Hera señaló los zarcillos de su jaula.
—Quedan peores padecimientos. La tierra se agita contra nosotros.
—Sois una diosa —Jason frunció el ceño—. ¿No podéis escapar?
Hera sonrió tristemente. Su silueta empezó a brillar hasta que su resplandor llenó la jaula de una luz dolorosa. La electricidad zumbaba en el aire mientras las moléculas se desintegraban como una explosión nuclear. Jason sospechaba que si realmente hubiera estado allí en carne y hueso, se habría evaporado.
La jaula debería haber estallado en pedazos. El suelo debería haberse agrietado y la casa en ruinas debería haber quedado arrasada. Pero cuando el brillo se apagó, la celda seguía igual. Nada había cambiado fuera de los barrotes. Solo Hera parecía distinta: más agotada y cansada que antes, como si en realidad estuviera empezando a mostrar su verdadera edad.
—Algunas fuerzas son superiores a los dioses —dijo—. No es fácil encerrarme. Puedo estar en muchos sitios al mismo tiempo. Pero cuando la mayor parte de mi esencia queda atrapada, se puede decir que es como un pie en una trampa para osos. No puedo escapar, y los otros dioses no pueden verme. Solo tú puedes encontrarme, y cada día que pasa me debilito más.
—Entonces, ¿por qué vinisteis aquí? ¿Cómo os atraparon?
La diosa suspiró.
—No podía quedarme de brazos cruzados. Tu padre, Júpiter, cree que puede alejarse del mundo y, así, hacer que nuestros enemigos vuelvan a dormirse. Cree que los olímpicos nos hemos implicado demasiado en los asuntos de los mortales, en los destinos de nuestros hijos semidioses, sobre todo desde que accedimos a reconocerlos a todos después de la guerra. Cree que eso ha despertado a nuestros enemigos. Por eso cerró el Olimpo.
—Pero vos no estáis de acuerdo.
—No —dijo Hera—. A menudo no entiendo los arranques de cólera de mi marido ni sus decisiones, pero algo así parecía paranoico incluso viniendo de Zeus. No me explico por qué insistió tanto y por qué estaba tan convencido. Era... impropio de él. Como Hera, podría haberme contentado con obedecer los deseos de mi marido. Pero también soy Juno —su imagen parpadeó, y Jason vio una armadura bajo su sencilla túnica negra—. Juno Moneta, me llamaron en otro tiempo: Juno la que advierte. Yo era guardiana del estado, protectora de la Roma Eterna. No podía quedarme sin hacer nada mientras los descendientes de mi gente eran atacados. Percibía peligro en este lugar sagrado. Una voz... —Vaciló—. Una voz me dijo que viniera aquí. Los dioses no tenemos lo que se llama conciencia, ni tampoco sueños, pero la voz era algo parecido: suave e insistente, advirtiéndome de que viniera. De modo que, el mismo día que Zeus cerró el Olimpo, me escapé sin contarle mis planes para que no me detuviera. Y vine aquí a investigar.
—Era una trampa —aventuró Jason.
Hera asintió.
—No me di cuenta de lo rápido que se estaba agitando la tierra hasta que ya era demasiado tarde. Fui todavía más imprudente que Júpiter: una esclava de mis impulsos. Está pasando exactamente lo mismo que la primera vez. Los gigantes me hicieron prisionera, y mi encarcelamiento inició la guerra. Ahora nuestros enemigos se alzan de nuevo. Los dioses solo pueden vencerlos con la ayuda de los mejores héroes vivos. Y a la figura a la que sirven los gigantes... no se la puede vencer, solo mantenerla dormida.
—No lo entiendo.
—Pronto lo entenderás.
La celda empezó a estrecharse y los zarcillos empezaron a apretarse girando en espiral. La figura de Hera tembló como una vela en la brisa. Al otro lado de la celda, Jason vio unas formas reuniéndose en el borde del estanque: humanoides torpes con la espalda encorvada y la cabeza calva. A menos que le estuviera engañando la vista, tenían más de dos brazos. También oyó lobos, pero no los lobos que había visto con Lupa. Por sus aullidos supo que pertenecían a otra jauría: más hambrienta, más agresiva, sedienta de sangre.
—Deprisa, Jason —advirtió Hera—. Mis guardianes se acercan, y estás empezando a despertarte. No tendré suficientes fuerzas para volver a aparecer ante ti, ni siquiera en sueños.
—Esperad —Jason tenía muchas preguntas y sintió que su respiración se aceleraba al darse cuenta de que no podría preguntarlas todas—. Boreas nos dijo que habíais hecho una jugada peligrosa. ¿A qué se refería?
Los ojos de Hera adoptaron una mirada desenfrenada, y Jason se preguntó si realmente había hecho una locura.
—Un intercambio. La única forma de traer la paz. El enemigo cuenta con nuestras divisiones, y si estamos divididos, seremos destruidos. Tú eres mi prenda de paz, Jason: un puente para superar milenios de odio.
—¿Qué? ¿No lo...?
—No puedo contarte más —dijo la diosa—. Si has vivido tanto ha sido porque te quité la memoria. Encuentra este sitio. Vuelve a tu punto de partida. Tu hermana te ayudará.
Jason se sintió un poco mareado. Se había olvidado de casi todo. Su vida, su hogar, todo lo que estaba seguro lo convertía en quien era, todo excepto dos cosas. Su nombre. Y ella.
—¿Thalia?
La escena empezó a descomponerse.
—Adiós, Jason. Ten cuidado en Chicago. Allí te espera tu enemiga mortal más peligrosa. Si mueres, será a manos de ella.
La mente de Jason zumbaba como si le hubiera alcanzado de nuevo aquel rayo. Thalia. Chicago. Enemiga mortal. Muerte... Jason no sabía por qué lo sentía. Pero tenía una picazón en la boca del estómago, que subía y le dolía en la espalda. La forma en que Hera lo dijo, era como si un día, Jason fuera a morir. Y no por vejez.
No podía pensar en eso. No podía permitir que lo detuviera. Ese miedo lo haría flaquear, congelarse y fallar a todos en esta búsqueda a la que lo habían lanzado, esperando liderar. Pero su corazón se estremeció, estaba asustado. Dioses, Jason Grace estaba aterrorizado.
Entonces, se tragó la bilis y exigió la pregunta más importante en ese momento:
—¿Quién?
Pero la imagen de Hera se desvaneció y Jason se despertó.
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Sus ojos se abrieron de golpe.
—¡Cíclope!
—Quieto, dormilón —la voz de Piper, como miel y leche tibia, lo calmó lo suficiente como para no caerse. Se sentaba detrás de él sobre el dragón de bronce, sujetándolo por la cintura para mantenerlo en equilibrio. El calor se extendía a través de sus dedos debido al frío cortante, haciendo que su piel ardiera con ardiente emoción. Dedos delgados con uñas agrietadas y eran hermosos como el resto de ella.
Basta, Grace, se quejó para sí mismo. Tienes cosas peores de qué preocuparte.
Se centró en los demás. Savreen se encontraba frente a él y, como de costumbre, frente a ella estaba Leo, pilotando. Volaban plácidamente a través del cielo invernal como si no hubiera pasado nada.
—De... Detroit —tartamudeó Jason—. ¿Hemos aterrizado? Creía que...
—Tranquilo —dijo Leo—. Hemos escapado, pero has sufrido una conmoción cerebral. ¿Cómo te encuentras?
Jason tenía la cabeza a punto de explotar. Recordaba la fábrica, haber caminado por la pasarela y una criatura que se cernió sobre él, una cara con un ojo, un puño enorme, y luego todo se volvió negro.
(Buen trabajo, Jason, pensó con amargura. Tienes que liderar una misión y tú vas y te quedas inconsciente.)
—¿Cómo habéis... el cíclope...?
—Lo hizo Leo —Savreen sonrió.
El chico de pelo rizado se puso un poco rojo.
—¡Sí! —estuvo de acuerdo Piper—. Leo los destrozó. Estuvo increíble. ¡Puede invocar fuego...!
—No fue nada —dijo Leo rápidamente.
Piper se echó a reír.
—Cállate, Valdez. Voy a contárselo. Más vale que te hagas a la idea.
Sav rió entre dientes, apretando los hombros de Leo con ánimo. Mientras lo hacía, Piper comenzó la historia. Savreen intervenía de vez en cuando con su tímida voz. Al final, Jason quedó impresionado. ¿Cargarse a tres cíclopes con tan solo un juego de herramientas? No estaba mal; de hecho, era una auténtica pasada. Enterarse de lo cerca que había estado de la muerte no le asustó exactamente, sino que le hizo sentirse fatal. Se había metido de cabeza en una emboscada y se había pasado toda la pelea sin conocimiento mientras sus amigos se defendían solos. ¿Qué clase de líder era?
Cuando Piper le habló del otro niño que los cíclopes decían haberse comido, el de la camisa morada que hablaba latín, Jason sintió que la cabeza le iba a estallar. Un hijo de Mercurio... Jason sentía que debía de conocer a aquel chico, pero su nombre no le venía a la cabeza. Y, a pesar de todo, sintió el dolor en el pecho... luto por alguien a quien ni siquiera recordaba. Hera dijo que le quitó sus recuerdos para mantenerlo vivo, pero eso no cambiaba las ganas que tenía de estrangularla.
—Entonces, no estoy solo. Hay otros como yo.
—Jason —dijo Piper—, nunca has estado solo. Nos tienes a nosotros.
—Ya... ya lo sé... pero Hera ha dicho una cosa. Estaba teniendo un sueño...
Les contó lo que había visto y lo que había dicho la diosa dentro de la jaula. Los hombros de Savreen se tensaron ante sus palabras. Sus ojos parpadearon mientras pensaba, sosteniendo suavemente el brazo de Leo.
—Un intercambio... —ella murmuró—. Es una vía de doble sentido. Si ella te entregó al Campamento Mestizo, también habrá alguien más sin recuerdos... —sus palabras se desvanecieron y sus hombros se hundieron. Una tensa sensación recorrió el grupo. No lo sabían con certeza, pero parecía una buena suposición. Jason llega, Percy Jackson desaparece—. Oh, no —suspiró, de repente parecía muy triste—. Claire...
Jason frunció los labios. Miró hacia el horizonte, sintiendo que ya entendía a este Percy Jackson. Estaba en algún lugar, pasando por lo que Jason estaba pasando ahora mismo, o por lo que pasará en el futuro. Pero no podían sentarse y concentrarse en él, o en cómo debía sentirse Claire como lo hacía Savreen. En lugar de eso, se aclaró la garganta y continuó.
—La apuesta de Hera soy yo. Mandándome al Campamento Mestizo, tengo la sensación de que infringió una especie de norma, algo que podía tener consecuencias muy graves...
—O salvarnos —dijo Piper esperanzada—. La parte de la enemiga dormida... suena a la mujer de la que nos habló Leo.
Leo volvió a tensarse. Savreen se centró en él, levantando las cejas. Jason se preguntó si lo habían visto. Es decir, se daba cuenta de que podía ser un poco despistado... pero incluso él se daba cuenta de que había algo ahí. Hasta él sabía que los apodos que Leo le ponía eran tiernos y destinados a alguien más que una amiga.
—Con respecto a eso... Se me apareció otra vez en Detroit, en un estanque con residuos de váteres portátiles.
Jason frunció el ceño. ¿Oyó bien?
—¿Has dicho... váteres portátiles?
Leo les contó su historia sobre el gran rostro de la fábrica. Jason sorprendió a Savreen mirando hacia abajo, como avergonzada. Le tomó por sorpresa. Su mano se metió en el bolsillo de su chaqueta y él sintió un golpe en el pecho... ¿les estaba ocultando algo?
—No sé si es imposible de matar —dijo Leo, ya sea sin darse cuenta de la caída de la mirada de su mejor amiga o eligiendo ignorarla por el momento—, pero no se le puede vencer con asientos de váter. Doy fe de ello. Quería que os traicionara, y yo me puse en plan: ¡puff! —puso una cara de incredulidad—. Claro, voy a hacer caso a una cara que aparece entre líquidos de váter portátil, mujer de tierra.
Lo último lo dijo en español, y ante sus ceños fruncidos, Leo suspiró y puso los ojos en blanco, como si fuera absolutamente horrible que no entendieran el idioma. Lo tradujo para ellos y luego murmuró algo más en español, exasperado. A pesar de todo, Jason logró esbozarle una rápida y divertida sonrisa.
Sin embargo, Savreen sólo tenía peor aspecto. Dentro de su bolsillo, sus dedos parecían apretarse alrededor de lo que había dentro.
—Está tratando de dividirnos... —frunció el ceño hacia el horizonte, una de las pocas veces que Jason vio una mirada furiosa en su rostro.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Savreen lo miró fijamente, pareciendo sorprendida, como si hubiera intentado robar algo del tarro de golosinas.
—Um, nada... solo estoy preocupada.
No dijo nada más y miró hacia otro lado, avergonzada. Jason la miró, muy preocupado.
Después de eso hubo un silencio tenso. Piper deslizó sus brazos de la cintura de Jason.
—¿Por qué están jugando con nosotros? ¿Quién es esa mujer y qué relación tiene con Encélado?
—¿Encélado? —Jason no creía haber oído ese nombre antes.
—Quiero decir... —A Piper le tembló la voz—. Es uno de los gigantes. Uno de los nombres de los que me he acordado.
A Jason le daba la impresión de que a Piper le preocupaban muchas más cosas, pero decidió no presionarla. Sin embargo, parecía que tanto Savreen como Piper albergaban algo, algo que las hacía sentir culpables.
Leo se rascó la cabeza.
—Vaya, no había oído hablar de Enchiladas...
—Encélado.
—Como se llame. Pero Cara Váter mencionó otro nombre. Porcino o algo así.
—¿Porfirio? —preguntó Piper—. Creo que era el rey de los gigantes.
Jason visualizó la espiral oscura en el antiguo estanque, aumentando de tamaño a medida que Hera se debilitaba.
—Voy a hacer una suposición. En los mitos antiguos, Porfirio secuestró a Hera. Fue el primer paso en la guerra entre los gigantes y los dioses.
—Creo que sí —estuvo de acuerdo Piper con el ceño fruncido, buscando en su memoria la poca información que tenía. Jason pensó que ella era extraordinaria por lo que sabía; ha sido de gran ayuda. No sabía cómo podría haber logrado seguir en la misión sin ella... sin ninguno de ellos, en realidad—. Pero esos mitos son muy confusos y se contradicen entre ellos. Es como si nadie quisiera que esa historia sobreviviera. Me acuerdo de que hubo una guerra y de que los gigantes eran casi imposibles de matar.
—Los héroes y los dioses tenían que trabajar juntos —recordó Jason—. Es lo que me ha dicho Hera.
—Eso es bastante difícil de conseguir —gruñó Leo— si los dioses ni siquiera están dispuestos a hablar con nosotros.
Volaron hacia el oeste, y Jason se quedó absorto en sus pensamientos, todos malos. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado cuando el dragón bajó en picado por una abertura entre las nubes y debajo de ellos, reluciendo al sol invernal, había una ciudad a orillas de un enorme lago. Un semicírculo de rascacielos bordeaba la ribera. Detrás de ellos, extendiéndose hasta el horizonte al oeste, había una inmensa cuadrícula de barrios y calles nevados.
—Chicago —afirmó Jason.
Pensó en lo que le había dicho Hera en el sueño. Su peor enemiga mortal le estaría esperando allí. Si moría en la misión... sería a manos de ella. Respiró hondo, queriendo dejar de lado esos pensamientos.
—Un problema menos —dijo Leo—. Hemos llegado vivos. Ahora, ¿cómo encontramos a los espíritus de la tormenta?
Jason vio un movimiento fugaz debajo de ellos. Al principio pensó que era un avión pequeño, pero era demasiado pequeño, demasiado oscuro y demasiado rápido. El objeto se dirigía a los rascacielos trazando una espiral, zigzagueando y cambiando de forma... y, por un instante, adoptó la figura humeante de un caballo.
—¿Y si seguimos a ese y vemos adónde va? —propuso Jason, señalándolo.
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