xi. Icy Hearts
━━ chapter eleven
icy hearts
( jason )
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Dejar a Leo era lo último que Jason quería hacer, pero estaba empezando a pensar que salir con Cal, el deportista de hockey, podría ser la opción menos peligrosa en este lugar. Mientras subían la escalera cubierta de hielo, Zethes permaneció detrás de él con la espada desenvainada. Aquel tipo podía parecer un desecho de la época disco, pero su espada no tenía nada de gracioso. Jason se imaginaba que si recibía un espadazo, probablemente se convertiría en una limonada humanoide.
Luego, estaba la princesa de hielo. De vez en cuando se volvía y sonreía a Jason, pero no había calidez en su expresión. Contemplaba a Jason como si fuera un espécimen científico especialmente interesante; uno que no quería más que diseccionar en ese mismo momento.
(Si estos eran los hijos de Boreas, Jason no estaba seguro de querer conocer a su padre. Annabeth le dijo que Boreas era el más amigable de los dioses del viento... está empezando a darse cuenta de que ella quiso decir que no mataba héroes tan rápido como los demás.)
A Jason le preocupaba haber llevado a sus amigos a una trampa. Si las cosas iban mal, no confiaba en poder sacarlos con vida. Sentía que tenía que hacerlo, que se lo debía. Recién había aparecido en sus vidas, con sus recuerdos perdidos mientras ellos tenían recuerdos falsos de él, y aun así no dudaron en seguirlo en esta búsqueda; Jason necesitaba ofrecerles algo, necesitaba compensarles por lo que Hera les había hecho pasar. No era culpa suya, pero realmente lo sentía así. Otra parte de él se preguntaba si estos chicos le seguían a partir de sus recuerdos de una versión de él, y no del verdadero Jason...
¿Quién era el verdadero Jason?
¿Qué podría ofrecer? ¿Cómo podría liderar una misión? ¿Cómo podría protegerlos?
Era un don nadie que apenas podía recordar un fragmento de su pasado real.
Sin pensarlo, Jason tomó la mano de Piper para tranquilizarse.
Ella levantó las cejas hacia él, pero no lo soltó.
Jason se sentía mal; de veras. La relación que ella mantenía con él era falsa, y se daba cuenta de que se aferraba a ella con fuerza. No quería engañarla, no quería hacerle daño... pero no podía evitarlo. Ella le hacía sentir tranquilo; con su voz como la miel y sus hermosos ojos. Jason no recordaba si había alguien más, pero al mirar a Piper y sentir cómo le apretaba la mano, realmente deseaba que fuera sólo ella.
—Todo irá bien —le prometió ella—. Solo vamos a hablar, ¿no?
En lo alto de la escalera, la princesa de hielo miró hacia atrás y se fijó en que estaban cogidos de la mano Su sonrisa se desvaneció. Su sonrisa desapareció. De repente, Jason notó en la mano con la que cogía la de Piper un frío gélido: un frío ardiente. Cuando la soltó, sus dedos desprendían vapor de la escarcha, al igual que los de Piper. Detrás de ellos, Savreen miraba fijamente a la princesa. Jason se sintió un poco mejor sabiendo que ella les respaldaba a su manera.
—El calor aquí no es buena idea —advirtió la princesa con frialdad—, sobre todo si yo soy vuestra mejor opción para seguir vivos. Por aquí, por favor.
Savreen les dirigió a él y a Piper una mirada que decía que aquello fue demasiado rarito. Hubo un destello de advertencia en sus tonos cálidos. Jason se preguntó si al ser la hija de Harmonia, podía sentir el caos y los aires inquietos como un monstruo podía oler a un semidiós. Él lo creía, porque cada vez que ella lo miraba, era como si leyera sus pensamientos, sus sentimientos... era lo único intimidante en ella.
Zethes le dio un golpe en la espalda con su espada de carámbano y Jason salió de sus pensamientos. Siguieron a la princesa por un enorme pasillo adornado con tapices escarchados.
La foto de Thalia todavía estaba en su bolsillo, aunque ya no necesitaba mirarla. Su imagen se había grabado a fuego en su mente. Bastante grave era no acordarse de su pasado, pero saber que tenía una hermana en alguna parte que podía tener respuestas a sus preguntas y no hallar forma de encontrarla le sacaba de quicio. En la foto, Thalia no se parecía en nada a él. Los dos tenían los ojos azules, pero ahí acababan las semejanzas. Ella tenía el pelo moreno. Su tez era más mediterránea. Sus rasgos faciales eran más marcados, como los de un halcón. Aún así, le resultaba muy familiar. Hera le había dejado la memoria suficiente para estar seguro de que era su hermana. Pero Claire y Annabeth se habían mostrado muy sorprendidas cuando él se lo había contado, como si nunca hubiera oído que Thalia tuviera un hermano. ¿Sabía acaso Thalia de él? ¿Cómo se habían separado?
Tenía muchas preguntas y ningún recuerdo con el que responderlas. Hera había tomado esos recuerdos. Ella había robado todo de Jason, lo había metido en una nueva vida y ahora esperaba que él la salvara de alguna prisión sólo para que él recuperara lo que ella había arrebatado. Parece bastante injusto y unidireccional, ¿no? Como una palanca, una moneda de cambio. Ella lo estaba manipulando para cualquier juego de ajedrez que estuviera jugando con los dioses, esa mujer de tierra y los gigantes y su venganza (o algo así). Todo esto enfurecía tanto a Jason que quería irse, dejar que Hera se pudriera en esa estúpida jaula, quizás dejar que los lobos la atraparan, pero no podía hacerlo. Estaba atrapado. Era como ver The Bachelor, era terrible, pero tenía que saber más, y eso lo resentía aún más. (Eso y que no sabe a qué demonios se acaba de referir. Su pasado lo sabía, ¿pero este Jason? Este Jason no tenía ni idea.)
—Eh —Piper le tocó el brazo—. ¿Sigues entre nosotros?
Parpadeó para volver a concentrarse. Piper y Savreen lo miraban preocupadas. Se preguntó por qué confiaron en él para liderar esta búsqueda. Era un semidiós amnésico que ni siquiera sabía lo que hacía (pero tiene la sensación de que debería hacerlo, lo que lo frustraba tanto como caminar por este resbaladizo pasillo de hielo).
—Sí... sí, perdona.
Sin embargo, estaba agradecido por tenerlas. Jason necesitaba amigos. Se alegró de que Piper hubiera empezado a perder la bendición de Afrodita. El maquillaje se estaba desvaneciendo. Su cabello poco a poco estaba volviendo a su antiguo estilo entrecortado con las pequeñas trenzas a los lados. La hacía parecer más real y, en lo que a Jason se refería, mucho más hermosa. Él creía que Afrodita debería creer en la belleza del individuo en lugar de reclamar a sus hijos en una versión despampanante de sí mismos. Piper era hermosa tal y como era; auténtica e independiente. La belleza no consistía en sentirse incómodo, sino en sentir quién eres y ser feliz con ello. Piper resonaba eso y la hacía mesmerizante. (Basta, se dijo a sí mismo. No era justo para Piper pensar de esa manera. Jason no tenía ni idea de lo que le esperaba de vuelta en su antigua vida... o quién podría estar esperando). Y con Savreen, Jason tenía la sensación de que nunca había conocido a alguien tan amable como ella. Incluso estando molesta, enfadada o asustada, siempre anteponía la bondad a todo lo demás. Siempre que Jason sentía que no podía hacer algo, la miraba y sentía que la armonía lo bañaba como un líquido tibio, y sabía que podía hacerlo. Puede que él no fuera el mayor guerrero de ellos, pero ella era sin duda la fuerza que los mantenía unidos.
Al final del pasillo se vieron ante unas puertas de madera de roble con un mapa del mundo tallado en ellas. En cada esquina había un hombre con barba que soplaba viento. Jason estaba convencido de que había visto mapas como ese antes, pero, en aquella versión, todos los dioses del viento eran del invierno y soplaban hielo y nieve desde todos los rincones del mundo.
La princesa se volvió. Sus ojos marrones brillaron y Jason sintió que era un regalo de Navidad que ella esperaba abrir. Para ser honesto, sentía que ella se sentiría muy decepcionada si lo recibiera como regalo de Navidad.
—Esta es la sala del trono. Compórtate lo mejor posible, Jason Grace. Mi padre puede ser... frío. Yo te traduciré lo que diga e intentaré animarlo para que te escuche. Espero que te perdone la vida. Podríamos divertirnos mucho.
(Jason se figuró que la definición de diversión de la chica no era la misma que la de él.)
—Hummm, vale —logró decir—. Pero solo hemos venido a hablar un poco. Nos marcharemos después.
La muchacha sonrió fríamente.
—Me encantan los héroes. Sois tan felices en la ignorancia.
Piper posó la mano en su daga.
—¿Qué tal si nos ilustras un poco? Dices que vas a hacer de traductora, pero ni siquiera sabemos quién eres. ¿Cómo te llamas?
Savreen rápidamente intervino y le dedicó una sonrisa a la princesa.
—Lo siento, no queremos ser groseros. Sólo queremos conocer a la persona que probablemente será la que nos mantenga con vida.
(Jason no sabe cómo hace que cada sentido suene como una propina en un tarro de miel. Puede que sea la hija de Concor... Harmonía, pero aun así, ¿ni siquiera siente la más mínima necesidad de criticar a alguien?)
La chica resopló con disgusto, mirando a Savreen con una mirada gélida.
—Supongo que no debería sorprenderme que no sepáis quién soy. Ni siquiera en la Antigüedad los griegos me conocían bien. Sus hogares eran demasiado calurosos y estaban demasiado lejos de mis dominios. Soy Khione, hija de Boreas y diosa de la nieve.
Agitó el aire con el dedo, y a su alrededor se arremolinó una ventisca en miniatura: grandes y esponjosos copos suaves como el algodón.
—Y ahora, venid —dijo Khione. Las puertas de madera de roble se abrieron, y una fría luz azul salió a raudales de la estancia—. Con suerte, sobreviviréis a vuestra pequeña charla.
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Era como si Jason acabara de entrar en un frigorífico. Una bruma flotaba en el aire. Jason se puso a tiritar y su aliento formó vaho. A lo largo de las paredes, unos tapices morados mostraban escenas de bosques nevados, montañas yermas y glaciares. En lo alto, en el techo, unas franjas de luz de color (la aurora boreal) vibraban. Una capa de nieve cubría el suelo, de modo que Jason tuvo que andar con cuidado. Por toda la sala había esculturas de hielo de guerreros de tamaño real, unos con armadura griega, otros con armadura medieval, otros con camuflaje moderno, en diversas posiciones de ataque, con las espadas en alto y las armas cargadas y listas para disparar.
Por lo menos Jason creía que eran esculturas. Entonces intentó pasar entre dos lanceros griegos, pero estos se movieron con sorprendente velocidad, haciendo crujir sus articulaciones y salpicando cristales de hielo al cruzar sus jabalinas para cerrarle el paso.
Desde el otro extremo del pasillo, se escuchó la voz de un hombre en un idioma que sonaba como francés. La estancia era tan larga y estaba tan cubierta de neblina que Jason no podía ver el otro lado, pero, fuera lo que fuese lo que dijo el hombre, los guardias de hielo descruzaron sus jabalinas.
—No pasa nada —dijo Khione—. Mi padre les ha ordenado que no os maten aún.
—Genial —dijo Jason.
Zethes le empujó en la rabadilla con la espada.
—Sigue adelante, Jason junior.
—Por favor, no me llames así.
—Mi padre no es un hombre paciente —le advirtió— y, lamentablemente, la hermosa Piper está perdiendo su peinado mágico muy deprisa. Tal vez luego pueda prestarle algo de mi amplio surtido de productos para el pelo.
—Gracias —gruñó Piper.
Siguieron andando, y la bruma se apartó para dejar a la vista a un hombre sentado en un trono de hielo. Tenía una constitución robusta y estaba vestido con un elegante traje blanco que parecía hecho de nieve, con unas alas de color morado oscuro que se desplegaban a cada lado. Su largo cabello y su barba desaliñada estaban incrustados de carámbanos, de modo que Jason no sabía si tenía el pelo gris o si simplemente estaba blanco de la escarcha. Sus cejas arqueadas hacían que pareciera enfadado, pero sus ojos emitían un brillo más cálido que los de su hija, como si en algún lugar bajo aquellas capas de hielo tuviera sentido del humor. Al menos, Jason así lo esperaba.
—Bienvenu —dijo el rey—. Je suis Boreas le roi. Et vous?
Khione estaba a punto de hablar, pero Piper dio un paso adelante e hizo una reverencia.
—Votre majesté —dijo. Las cejas de Savreen saltaron en sorpresa—, je suis Piper McLean. Et c'est Jason, fils de Zeus. Et voici Savreen Arora, fille d'Harmonia.
El rey sonrió con agradable sorpresa.
—Vous parlez français? Très bien!
—¿Hablas francés, Piper? —preguntó Jason.
Piper frunció el ceño.
—No. ¿Por qué?
Savreen dejó escapar una risita de sorpresa.
—Acabas de hablar en francés.
Piper parpadeó.
—Ah, ¿sí?
El rey dijo otra cosa, y Piper asintió.
—Oui, votre majesté.
Boreas se rió y aplaudió, obviamente encantado. Dijo algunas frases más y luego acercó la mano a su hija como si la ahuyentara. Khione parecía muy molesta.
—El rey dice...
—Dice que como soy hija de Afrodita —la interrumpió Piper—, sé hablar de forma natural francés, que es el idioma del amor. No tenía ni idea. Su majestad dice que ya no será necesario que Khione traduzca.
Detrás de ellos, Zethes resopló y Khione le lanzó una mirada asesina. Hizo una rígida reverencia ante su padre y dio un paso atrás. Boreas evaluó a Jason y decidió que sería una buena idea hacer una reverencia. Savreen lo siguió con una por igual.
—Majestad, soy Jason Grace. Gracias por, um, no matarnos. ¿Puedo preguntaros... por qué habla en francés un dios griego?
Piper tuvo otro intercambio con el rey.
—Habla el idioma de su país anfitrión —tradujo Piper—. Dice que todos los dioses lo hacen. La mayoría de los dioses griegos hablan en inglés porque ahora viven en Estados Unidos, pero Boreas nunca fue bien recibido en su reino. Su dominio siempre estuvo lejos, más hacia el norte. Actualmente le gusta Quebec, de modo que habla en francés —el rey dijo algo más y Piper palideció—. El rey dice... Dice...
—Oh, déjame a mí —dijo Khione—. Mi padre dice que tiene órdenes de mataros. ¿Acaso no os lo dije antes?
Jason se puso tenso. El rey seguía sonriendo afablemente, como si acabara de darles una estupenda noticia.
—¿Matarnos? ¿Por qué?
—Porque lo ha mandado mi señor Eolo —dijo el rey con un acento francés muy marcado. Se levantó.
Bajando de su trono, recogiendo sus alas contra su espalda. Mientras se acercaba, Khione y Zethes se inclinaron. Jason, Piper y Savreen siguieron su ejemplo.
—Me dignaré hablar vuestro idioma —dijo Boreas—, del mismo modo que Piper McLean me ha honrado hablando el mío. Toujours he sentido cariño por los hijos de Afrodita. Respecto a una hija de Harmonía... hmm, tu vida está llena de tragedias y no se puede remediar. En cuanto a ti, Jason Grace, mi señor Eolo no quiere que mate a un hijo del señor Zeus... sin antes escucharte.
¿Vida llena de tragedias? ¿Qué rayos significaba eso? Jason pudo ver a Savreen congelarse, como si le hubieran quitado el aire de los pulmones. La moneda de oro pareció pesarle en el bolsillo. No le gustaban las posibilidades que tenía en caso de verse obligado a luchar. Al menos dos segundos para invocar su espada. Entonces, se enfrentaría a un dios, dos de sus hijos y un ejército de guerreros liofilizados.
—Sois semidioses —contestó Boreas, como si eso lo explicara todo—. La labor de Eolo consiste en dominar los vientos, y los semidioses siempre le han dado muchos quebraderos de cabeza. Le piden favores. Desatan los vientos y el caos. El último insulto fue la batalla con Tifón el verano pasado... —agitó la mano y apareció en el aire una capa de hielo parecida a una pantalla plana de televisión. Las imágenes de una batalla parpadearon en la superficie: un gigante envuelto en nubes de tormenta cruzó el río en dirección al horizonte de Manhattan antes de que una ola de oro se apoderara de él y se lo tragara el océano—. El gigante de la tormenta, Tifón. La primera vez que los dioses lo derrotaron, hace una eternidad, no murió sin armar alboroto. Su muerte liberó a multitud de espíritus de la tormenta: vientos salvajes que no respondían ante nadie. La labor de Eolo consistió en encontrarlos y encerrarlos en su fortaleza. Los otros dioses no le ayudaron. Ni siquiera se disculparon por las molestias. Eolo tardó siglos en encontrar a todos los espíritus de la tormenta, y naturalmente eso le irritó. Y entonces, el verano pasado, la Emisaria de la Luz acabó con Tifón...
—Y su muerte liberó a otra oleada de venti —aventuró Jason—. Lo que enfadó todavía más a Eolo.
—C'est vrai —convino Bóreas.
—Pero majestad —dijo Piper—, los dioses no tenían más remedio que luchar contra Tifón. ¡Iba a destruir el Olimpo! Además, ¿por qué los semidioses deben ser castigados por eso?
El rey se encogió de hombros.
—Eolo no puede descargar su ira sobre los dioses. Además, la Emisaria de la Luz es una semidiosa... Claire Moore, creo —los ojos de Jason se abrieron de par en par al acordarse de la rubia que le había aconsejado en esta búsqueda. Sabía que ella tenía poderes de luz, pero no había hecho la conexión hasta ahora—. Así que se desquita con ella y los semidioses que ayudaron en la guerra. Nos ha dado órdenes concretas: los semidioses que acudan a nosotros en busca de ayuda ya no serán tolerados. Tenemos que aplastar vuestras cabezas de mortales.
Se hizo un silencio incómodo.
—Eso suena... radical —se aventuró a decir Jason, eligiendo las palabras con cuidado—. Pero no iréis a aplastar nuestras cabezas todavía, ¿verdad? Antes nos escucharéis, porque cuando os enteréis de nuestra misión...
—Sí, sí —asintió el rey—. Verás, Eolo también dijo que un hijo de Zeus podría buscar mi ayuda, y que, si eso ocurría, debía escucharte antes de destruirte, porque podías... ¿cómo dijo? Hacer nuestras vidas muy interesantes —(Me alegro de poder ayudar en vuestras aburridas vidas, pensó Jason con amargura)—. Sin embargo, solo estoy obligado a escucharte. Después, tengo libertad para emitir el juicio que considere oportuno. Pero primero escucharé. Khione también lo desea. Puede que no os matemos.
Jason quería estar agradecido y estático por tener la oportunidad de vivir, pero todo lo que sentía era una creciente necesidad de pegarle un puñetazo a Boreas. Pero mantuvo la compostura y la disciplina. Jason no sabe dónde aprendió eso, pero sabía que era un soldado. Conocía las reglas y modales de un soldado, y respetaba a sus superiores por muy molestos y bastardos que pudieran ser.
—Muchas gracias.
—No me des las gracias —Boreas sonrió—. Podrías hacer nuestras vidas interesantes de muchas formas. A veces conservamos a los semidioses por diversión, como puedes ver.
Señaló a las diversas estatuas de hielo de la estancia.
Savreen hizo un ruido estrangulado.
—¿Queréis decir son todos semidioses? ¿Semidioses congelados? ¡¿Están vivos?!
—Una pregunta interesante, hija de Harmonía —concedió Boreas, como si nunca se le hubiera pasado por la cabeza. Jason se dio cuenta de que no le importaba si estaban vivos o no—. No se mueven a menos que obedezcan mis órdenes. El resto del tiempo simplemente están congelados. A no ser que se descongelen, lo cual sería un verdadero desastre.
Khione se puso detrás de Jason y le puso sus fríos dedos en el cuello. Él se puso rígido. Mantén la calma, se recordó.
—Mi padre me hace regalos muy bonitos —le ronroneó al oído—. Únete a nuestra corte. Tal vez entonces deje marchar a tus amigos.
—¿Qué? —interrumpió Zethes—. Si Khione se queda con este, yo me merezco a la chica. ¡Khione siempre consigue más regalos!
Piper frunció el ceño. Parecía como si quisiera chillar: ¡esa chica tiene nombre! Savreen le dio unos golpecitos en el brazo para calmarla, pero ella también parecía furiosa.
—Vamos, niños —dijo Boreas severamente—. ¡Nuestros invitados van a pensar que estáis malcriados! Además, vais muy deprisa. Todavía no hemos oído la historia del semidiós. Luego decidiremos qué hacer con ellos. Por favor, Jason Grace, entretennos.
Jason sintió que se le bloqueaba el cerebro. No miró a Piper ni a Savreen por miedo a perder totalmente los papeles. Él los había metido en aquello, y ahora iban a morir o, peor aún, iban a convertirse en un entretenimiento para los hijos de Boreas y a acabar congelados para siempre en aquella sala del trono, corroyéndose poco a poco, pudriéndose mientras aún estaban vivos. Congelándose más y más...
Khione se puso a ronronear y le acarició el cuello. Jason no lo pretendía, pero su piel generó una electricidad que le recorrió el cuerpo. Se oyó un ¡pop! y Khione salió volando hacia atrás y se deslizó por el suelo.
Zethes se echó a reír.
—¡Muy buena! Me alegro de que lo hayas hecho, aunque ahora tendré que matarte.
Por un momento Khione se quedó demasiado aturdida para reaccionar. Entonces el aire que la rodeaba empezó a arremolinarse movido por una diminuta ventisca.
—¿Cómo te atreves...?
—Alto —ordenó Jason con toda la fuerza que pudo reunir. Sorprendentemente, la sala del trono quedó en silencio—. No vais a matarnos. Y no vais a quedaros con nosotros. La mismísima reina de los dioses nos ha encargado nuestra misión, así que a menos que queráis que Hera eche abajo las puertas de vuestra casa, nos dejaréis marchar.
Savreen asintió ante esto, luciendo mucho más valiente de lo que Jason estaba seguro que era así. Él seguro que sonaba mucho más confiado de lo que se sentía. Pero llamó su atención. La tormenta de nieve de Khione se detuvo. Zethes bajó su espada. Ambos miraron inseguros a su padre.
—Hmmm —murmuró Bireas pensativamente. Sus ojos brillaron, pero Jason no pudo decir si era enojo o diversión—. ¿Un hijo de Zeus apoyado por Hera? Desde luego, es el primero. Cuéntanos tu historia.
Jason lo habría echado todo a perder en el acto. No esperaba que le dieran la oportunidad de hablar, y ahora que podía hacerlo, se quedó sin voz.
Sin embargo, para su sorpresa y la de Piper, fue Savreen quien se adelantó.
—Su Majestad —hizo una reverencia con increíble aplomo, como si su vida no estuviera en juego. Le contó a Boreas toda la historia, desde el Gran Cañón hasta la profecía, de forma mucho mejor, más calmada y más rápida de lo que Jason podría haberlo hecho. La sala a su alrededor parecía tranquilizarse. Jason olió lo que podría describir como brownies calientes recién salidos del horno. Se preguntó si alguien más podría olfatearlo. De cualquier manera, sintió que se calmaba y pensaba: ¿sabes qué? Tal vez puedan hacerlo. Tal vez no mueran.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Savreen debía estar haciendo esto. Como hija de Harmonía, era una gran negociadora.
—Lo único que pedimos es consejo —concluyó, sonriendo dulcemente—. Los espíritus de la tormenta que nos atacaron trabajan para una malvada señora. Si los encontramos, tal vez también podamos encontrar a Hera. Y tal vez ayudar a Eolo con su enigma de los espíritus de la tormenta. Vos sois un sabio dios del viento, seguro que sabéis dónde podrían estar estos espíritus.
El rey se acarició los carámbanos de su barba, luciendo mucho más sereno que segundos antes. Incluso la tormenta de Khione se había calmado y ella observaba a Savreen con los ojos entrecerrados. Al otro lado de las ventanas, se había hecho de noche y la única luz que se veía procedía de la aurora boreal, que lo bañaba todo de rojo y azul.
—Sé de la existencia de esos espíritus de la tormenta —dijo finalmente Boreas—. Sé dónde están metidos y sé que han hecho un prisionero.
—¿Os referís al entrenador Hedge? —preguntó Jason—. ¿Está vivo?
Boreas hizo a un lado la pregunta.
—Por ahora. Pero la que controla esos espíritus de la tormenta... Sería una locura enfrentarse a ella. Haríais mejor quedándoos aquí como estatuas heladas.
—Hera está en un aprieto —dijo Jason—. Dentro de tres días se... qué sé yo... se consumirá, se destruirá o algo parecido. Y un gigante va a despertar.
—Sí —convino Boreas. ¿Eran imaginaciones de Jason o el rey lanzó una mirada airada a Khione?—. Están despertando muchas cosas horribles. Ni siquiera mis hijos me cuentan todas las noticias que deberían. Tu padre creyó como un tonto que la gran rebelión de los monstruos que comenzó con Cronos acabaría cuando los titanes fueran derrotados, pero las cosas están igual que antes. La batalla final todavía está por llegar, y el monstruo que despertará es más terrible que ningún titán. Los espíritus de la tormenta solo son el principio. La tierra alberga muchos más horrores. Cuando los monstruos ya no permanezcan en el Tártaro y las almas ya no estén encerradas en el Hades... El Olimpo tiene motivos para tener miedo.
Jason no estaba seguro de lo que significaba todo aquello, pero no le gustaba la forma en que sonreía Quíone, como si aquella fuera su idea de la diversión.
—Entonces, ¿nos ayudaréis? —preguntó al rey.
—No he dicho eso.
—Por favor, majestad —dijo Piper.
Todas las miradas se volvieron hacia ella. Tenía que estar muerta de miedo, pero lucía una apariencia hermosa y segura... y no tenía nada que ver con la bendición de Afrodita. Parecía otra vez ella misma, con su ropa de viaje usada, el pelo desigual y la cara sin maquillar, pero casi emitía algo parecido a un brillo cálido en aquella fría sala del trono.
—Si nos decís dónde están los espíritus de la tormenta, podremos capturarlos y llevárselos a Eolo. Quedaríais muy bien ante vuestro jefe. Puede que Eolo nos perdonara a nosotros y a los otros semidioses. Incluso podríamos rescatar al entrenador Hedge. Todo el mundo saldría ganando.
—Está preciosa —murmuró Zethes—. Quiero decir, está en lo cierto.
—Padre, no la escuches —protestó Khione—. Es una hija de Afrodita. ¿Y se atreve a embrujahablar a un dios? Congélala ahora mismo.
Boreas consideró esto. Jason se metió el bolsillo y se preparó para sacar la moneda fría. Si las cosas salían mal, tendría que actuar rápido. El movimiento llamó la atención de Boreas.
—¿Qué es eso que tienes en el antebrazo, semidiós?
Jason no se había dado cuenta de que se le había subido la manga y había quedado a la vista el borde de su tatuaje. De mala gana, le mostró a Boreas sus marcas.
Entonces el dios del Norte hizo algo inesperado. Se rió. Con tal fuerza que un carámbano del techo se agrietó y cayó con gran estrépito junto a su trono. La silueta del dios empezó a vibrar. Su barba desapareció, se hizo más alto y más delgado, y su ropa se transformó en una toga romana forrada de color morado. Su cabeza estaba coronada con una corona de laurel escarchada y un gladius (una espada romana como la de Jason) colgaba de su costado.
—Aquilón —dijo Jason, aunque no tenía ni idea de dónde había sacado el nombre romano.
El dios inclinó la cabeza.
—Me reconoces mejor bajo esta forma, ¿verdad? Y sin embargo, ¿has dicho que vienes del Campamento Mestizo?
Jason arrastró los pies con torpeza.
—Bueno... sí, majestad.
—Y Hera te mandó allí... —los ojos del rey del invierno estaban llenos de regocijo—. Ahora lo entiendo. Está jugando a un juego peligroso. ¡Atrevido, pero peligroso! No me extraña que el Olimpo esté cerrado. Deben de estar temblando al ver cuánto se ha arriesgado.
—Jason —dijo Piper con nerviosismo—, ¿por qué Bóreas ha cambiado de forma? La toga, la guirnalda... ¿Qué está pasando?
—Es su forma romana —contestó Jason—. Pero no sé... lo que está pasando.
El dios se echó a reír.
—No, seguro que no. Sería muy interesante verlo.
—¿Significa que podremos marcharnos? —se aventuró Savreen con cautela.
—Querida mía —dijo Aquilón—, no tengo ningún motivo para mataros. Si el plan de Hera fracasa, cosa que creo que ocurrirá, especialmente si ella te ha adquirido, os destruiréis unos a otros. Eolo no tendrá que volver a preocuparse por los semidioses.
Jason sintió como si los dedos fríos de Khione estuvieran en su cuello, pero no estaba ahí. Había muchas palabras preocupantes en esa frase. ¿Qué quería decir el dios sobre Savreen? ¿Por qué palidecía hasta que sus mejillas de bronce se volvieron grises? Pero lo peor de todo fue darse cuenta de que tenía razón. Esa sensación de equivocación que había molestado a Jason desde que pisó el Campamento Mestizo, y el comentario de Quirón acerca de que su llegada sería desastrosa... Boreas sabía lo que significaban.
—Me imagino que no podréis explicarlo.
—¡Oh, ni por pensamiento! No me corresponde a mí entrometerme en el plan de Hera. No me extraña que te robara la memoria —se rió el dios, aparentemente todavía pasándose un buen rato imaginando a los semidioses destrozándose unos a otros—. Ya sabes, tengo fama de ser un dios servicial. A diferencia de mis hermanos, es sabido que me he enamorado de mortales. Mis hijos Zethes y Calais empezaron siendo semidioses...
—Lo que explica por qué son idiotas —gruñó Khione.
—¡Basta! —le espetó Zethes bruscamente—. Solo porque tú nacieras siendo una diosa...
—Congelaos, los dos —ordenó su padre. Jason podía imaginar que ese mundo tenía mucho poder en esta casa—. Como iba diciendo, tengo buena fama, pero rara es la vez que Bóreas desempeña un papel importante en los asuntos de los dioses. Vivo en mi palacio, en el límite de la civilización, y por eso casi nunca tengo diversiones. Incluso el tonto de Noto, el viento del sur, tiene vacaciones de primavera en Cancún. ¿Y qué tengo yo? ¡Una fiesta de invierno con quebequenses desnudos revolcándose por la nieve!
—A mí me gusta la fiesta de invierno —murmuró Zethes.
Savreen lo miró con desprecio.
—Lo que quiero decir —espetó el dios— es que ahora tengo la oportunidad de ser el centro. Oh, sí, os dejaré seguir con vuestra misión. Naturalmente, encontraréis a los espíritus de la tormenta en la ciudad del viento. Chicago.
—¡Padre! —protestó Khione, pero él la ignoró.
—Si podéis capturar a los vientos, puede que consigáis entrar en la corte de Eolo. Si milagrosamente tenéis éxito, aseguraos de decirle que habéis capturado a los vientos obedeciendo órdenes mías.
—Claro —dijo Jason—. ¿Así que Chicago es donde encontraremos a la mujer que controla a los vientos? ¿Ella es la que ha atrapado a Hera?
—Ah —Boreas sonrió—. Son dos preguntas distintas, hijo de Júpiter.
Júpiter, comprendió Jason. Antes, lo llamó hijo de Zeus.
—Sí, encontraréis a la que controla los vientos en Chicago —prosiguió Boreas—. Pero ella solo es una criada: una criada que muy posiblemente acabará con vosotros. Si la vencéis y capturáis a los vientos, podréis acudir a Eolo. Solo él tiene conocimiento de todos los vientos de la Tierra. Todos los secretos acaban en su fortaleza. Si alguien puede deciros dónde está encerrada Hera, es Eolo. Por lo que respecta a quién encontraréis cuando por fin deis con la celda de Hera... Sinceramente, si os lo dijera, me suplicaríais que os congelara.
—Padre —protestó Khione—, no puedes dejarles...
—Puedo hacer lo que quiera —dijo él, y su voz se endureció—. Sigo siendo el amo aquí, ¿verdad?
Por la forma en que Bóreas miró a su hija, era obvio que había alguna discusión entre ellos dos. Los ojos de Khione brillaron de ira, pero apretó los dientes.
—Como desees, padre.
—Y ahora marchaos, semidioses —dijo Boreas, antes de que cambie de opinión. Zethes, acompáñalos fuera.
Todos se inclinaron, y el dios del viento del norte se deshizo en niebla.
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