vii. Jason Goes Overkill...
━━ chapter seven
jason goes overkill...
( piper )
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚
La vida de Piper había dado un giro drástico en las últimas horas. Cuando todo iba bien y finalmente consiguió que Jason la besara y fueran de la mano en un viaje al Gran Cañón, de repente él no la recordaba. No solo eso, sino que todos los recuerdos que tenía de él eran falsos, el paradero de su padre la estaba poniendo seriamente de los nervios (empezaba a pensar que su sueño era real) y ahora es una semidiosa que se desmayó porque alguna diosa decidió visitarla (¿Hera?) y pedirle que la liberara de su prisión.
No sabía cómo no se había echado a llorar. Lloró delante de Annabeth (lo cual fue vergonzoso), pero Piper en realidad quería esconderse donde nadie pudiera verla y gritar. No quería que aquello pareciera como si el universo lo hubiera hecho todo injusto para ella, pero había una parte que susurraba egoístamente: nadie sabe por lo que estoy pasando. Odiaba esa parte, pero en cierta medida era verdad. Porque nadie conocía lo mucho que la atormentaba ese sueño, ni lo mucho que la volvía loca el paradero de su padre. Y lo peor de todo era que no podía decirles nada. ¿Y cómo podría? Si era verdad, ¿cómo iba a explicar a sus amigos más queridos que tenía que llevarlos a la muerte? Sus horribles muertes. Y todo empezó con los espíritus de la tormenta en el puente. Se desarrolló ante Piper como una de las películas de su padre. Excepto que su padre no salvó a todos al final, y ella definitivamente no podría. Sería el peor final de todos, y lo llevaría en su conciencia.
Y ahora, mirando la fogata frente a ella, todo lo que podía ver era la enorme hoguera púrpura de sus sueños y a su padre atado a una estaca.
Se estremeció aunque no hacía frío.
Su padre.
Piper siempre había tenido una relación difícil con su padre. Era una estrella de cine ocupada. Y ella era la chica que ansiaba la atención que él no podía brindarle. Y entonces robó, se metió en problemas y gritó pidiendo atención, lo que terminó en peleas y conversaciones de Piper, estoy decepcionado. Y ahora, su padre estaba en terrible peligro; muriendo (o tal vez incluso ya muerto.)
No llores, Piper, gruñó para sí misma entre los niños cantantes de Apolo. Concéntrate en otra cosa.
¿En qué? Su mente respondió llorando.
Automáticamente, su mirada buscó a sus amigos en el anfiteatro. Vio a Savreen entre un grupo de campistas con sonrisas locas y aspecto travieso, y Piper se preguntó si podría pedir que la sacaran de allí. Sav debía odiar estar rodeada de ese tipo de personas. Y a la luz del fuego, Piper pudo verla sentada torpemente, aferrándose a los bolsillos de su chaqueta vaquera como si temiera que le robaran algo. Leo estaba con un grupo de campistas de aspecto corpulento bajo una pancarta gris acero adornada con un martillo. También buscaba entre la multitud, probablemente a Savreen. Piper quería que estuvieran todos juntos. Tenía todo un plan con Jason... su mirada encontró al chico rubio sentado entre Annabeth y Claire.
Piper se preguntó si esa conversación había ocurrido alguna vez o si se la había inventado en su cabeza.
Eso le afectó la cabeza y el corazón, al darse cuenta de que esos sentimientos fuertes que tenía por un chico fueron creados por algo. La niebla. Se había enamorado de un chico que nunca existió; o de su fantasma, una marioneta con hilos hecha para distraerla de la verdad. Y, sin embargo, Piper todavía anhelaba sentarse a su lado, sentir su mano en la de él. ¿Qué tan patética era?
Piper, ¿sabes siquiera su apellido? Annabeth había preguntado.
Las llamas de la fogata cambiaron debido a la energía que las rodeaba. Debió haberse sentido como Piper, porque era de un oro vibrante; ella se sentía de un azul apagado y lúgubre.
Finalmente, las estúpidas canciones terminaron con muchos aplausos ruidosos. Un tipo a caballo se acercó trotando, o más bien, lo que Piper había considerado al principio. Pronto se dio cuenta que no. Era un centauro. Una figura con la mitad inferior de un semental blanco y la parte superior de un hombre de mediana edad con cabello rizado y barba recortada. Blandía una lanza ensartada con malvaviscos tostados.
—¡Muy bien! Un recibimiento especial para nuestros nuevos invitados. Soy Quirón, el director de actividades del campamento, me alegro de que todos hayáis llegado vivos y con la mayoría de las extremidades intactas. Os prometo que dentro de un momento comeremos galletas con chocolate y malvavisco, pero antes...
—¿Qué pasa con el juego de capturar la bandera? —chilló alguien. Brotaron gruñidos entre algunos chicos con armadura sentados bajo una bandera roja con el emblema de la cabeza de un jabalí.
—Sí —contestó el centauro—. Sé que los de la cabaña de Ares están deseando volver al bosque para jugar.
—¡Y matar a gente!
—Sin embargo —dijo Quirón—, hasta que el dragón esté controlado, no será posible. Cabaña nueve, ¿algo de lo que informar al respecto? —se volvió hacia el grupo de Leo. Leo encontró a Piper entre la multitud y le guiñó un ojo, disparándole una pistola en el dedo. Ella sonrió levemente y su estado de ánimo mejoró. Entonces recordó su sueño y volvió a su azul apagado.
La chica al lado de Leo se levantó con nerviosismo.
—Estamos trabajando en ello.
Más gruñidos.
—¿Cómo, Nyssa? —demandó un hijo de Ares.
—Muy duro —respondió la chica antes de volver a sentarse acompañada de quejas. El fuego chisporroteó. Quirón golpeó con su casco las piedras del fogón (clac, clac, clac) y todos los campistas guardaron silencio.
—Tendremos que ser pacientes —dijo Quirón con severidad—. Mientras tanto, tenemos asuntos más urgentes que tratar.
—¿Y Percy? —preguntó alguien.
El fuego se atenuó, pero Piper no lo necesitó para darse cuenta de que todo el campamento se había puesto de mal humor. Este Percy debía ser alguien extremadamente importante para que todo el campamento tuviera tanta ansiedad por su desaparición.
Quirón le hizo un gesto a Claire. Se puso de pie, jugueteando con los dedos con el collar de llaves que colgaba justo más allá del cuello de su camisa de campamento. Piper vio algo brillar con ello; una concha de mar carmesí. Sus dedos se fijaron alrededor de ella, sujetándola con fuerza. Respiró hondo.
—No he encontrado a Percy —anunció, con la voz ligeramente quebrada—. No estaba en el Gran Cañón, como yo creía. Pero no vamos a rendirnos —añadió, pero sonó mucho más como si estuviera tranquilizándose a sí misma—. Grover, Tyson, Cain, Nico, Annabeth, los Cazadores de Artemisa, yo: todo el mundo lo está buscando. Lo encontraremos. Quirón ha propuesto otra cosa. Una nueva misión.
—Es la Gran Profecía, ¿verdad? —gritó una chica.
Todos se volvieron hacia la voz; entre un grupo al fondo, colocado bajo una pancarta de color rosa con un emblema de una paloma. Habían estado charlando entre ellos y sin prestar atención hasta ahora, cuando su líder se levantó: Drew.
Claro que sería Drew.
El resto de personas se quedaron sorprendidas. Al parecer, Drew no se dirigía a la multitud muy a menudo. (¿Por qué Piper no se sorprende?
—¿Drew? —Claire le frunció el ceño—. ¿A qué te refieres?
—Venga ya —Drew extendió las manos como si la verdad fuera obvia—. El Olimpo está cerrado. Percy ha desaparecido. Hera te manda una visión y vuelves con tres semidioses nuevos en un solo día. Está pasando algo raro. La Gran Profecía ha empezado, ¿verdad?
Piper susurró a Rachel a su lado:
—¿Qué es eso de la Gran Profecía?
Entonces se dio cuenta de que el resto de los presentes también estaba mirando a Rachel.
—¿Y bien? —gritó Drew—. Tú eres el oráculo. ¿Ha empezado o no?
Los ojos de Rachel de repente parecieron muy aterradores a la luz del fuego. Piper se puso tensa. Tenía miedo de ponerse rígida y volver a la extraña voz que le había hablado antes, pero simplemente dio un paso adelante. Con voz tranquila, se dirigió a la multitud.
—Sí. La Gran Profecía ha empezado.
Lo que siguió fue algo no muy lejano al caos.
Entre todo eso, Piper llamó la atención de Jason. Él articuló: ¿Estás bien? Ella asintió y esbozó una sonrisa, pero luego apartó la mirada rápidamente. Tragó la bilis que tenía en la garganta. Dios, esto era incómodo.
(¿O debería Piper empezar a decir Dioses? Oh, ni siquiera lo sabe.)
Cuando finalmente cesó la conversación, Rachel dio otro paso hacia la audiencia. Más de cincuenta semidioses se alejaron de ella.
—Para los que no la hayáis oído, la Gran Profecía fue mi primera predicción. Llegó en agosto. Dice así:
ㅤDiez mestizos responderán a la llamada.
ㅤBajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer...
ㅤSólo el miedo puede guiar la armonía hacia la aceptación
ㅤo enfrentarse a la auténtica y caótica discrepancia.
Jason se levantó de repente. Tenía una mirada de loco, como si le hubieran disparado con una pistola eléctrica.
Incluso Rachel pareció sorprendida.
—¿J... Jason? —dijo—. ¿Qué...?
—Ut cum spiritu postrema sacramentum dejuremus —recitó—. Et hostes ornamenta addent ad ianuam necem.
Piper no puso una cara bonita. Ella, al igual que los demás en la fogata, miró a Jason en completo shock. Tenía la boca abierta. Nunca supo que Jason podía hablar latín (sí, ella sabe que es latín). Entonces, Piper se sorprendió: ni siquiera conoces a este Jason.
—Acabas... de pronunciar la profecía —dijo Rachel tartamudeando—. ... Un juramento que mantener con un último aliento. Y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte. ¿Cómo has conseguido...?
—Conozco esos versos —las manos de Jason volaron a sus sienes e hizo una mueca—. No sé cómo, pero conozco la profecía.
—En latín, nada menos —gritó Drew en un ronroneo sensual—. Guapo y listo.
Sus hermanos de la cabaña de Afrodita se rieron. Qué panda de pringados, pensó Piper. Me alegro de no estar con ellos. Sus risas no ayudaron mucho a romper la tensión. La hoguera ardía con un nocivo tono verde.
Jason se sentó, con aire avergonzado. Annabeth le puso una mano en el hombro y murmuró algo tranquilizador. Piper odiaba sentir una punzada de celos. Debería estar sentada a su lado, consolándolo; el Jason que supuestamente conocía, y que le gustaba, y que le parecía guapísimo con toda su inteligencia y al mismo tiempo su grave desesperanza. Pero Piper tenía que recordárselo a sí misma. Este no era ese Jason.
Rachel Elizabeth Dare todavía parecía un poco conmocionada. Miró a Quirón en busca de asesoramiento, pero el centauro permanecía sombrío y silencioso, como si estuviera viendo una obra que no podía interrumpir: una tragedia griega que termina con muchos muertos en el escenario.
Te entiendo, pensó Piper con amargura.
—Bueno —Rachel intentó recuperar la compostura, cuadrando sus pecosos hombros—. Así que esa es la Gran Profecía. Esperaba que tardara años en cumplirse, pero me temo que está empezando. No puedo daros ninguna prueba. Solo es una impresión. Y como ha dicho Drew, está pasando algo raro. Los siete semidioses, quienesquiera que sean, todavía no se han reunido. Tengo la sensación de que algunos están presentes esta noche y de que otros no.
Los campistas empezaron a moverse y a murmurar, mirándose unos a otros con nerviosismo, hasta que una voz soñolienta gritó entre la multitud:
—¡Estoy aquí! Ah... ¿estabais pasando lista?
—¡Vuelve a dormirte, Clovis! —alguien chilló entre las risas que siguieron.
—En fin —prosiguió Rachel, volviendo el tono hosco—, no sabemos lo que significa la Gran Profecía. No sabemos el desafío al que se enfrentarán los semidioses, pero, como la primera Gran Profecía predijo la guerra de los titanes, podemos suponer que la segunda predecirá algo como mínimo igual de malo.
—O peor —murmuró Quirón.
Piper se preguntó si eso había sido realmente necesario.
—Lo que sí sabemos —dijo Rachel— es que la primera fase ha empezado. Ha surgido un problema importante y necesitamos emprender una misión para solucionarlo. Hera, la reina de los dioses, ha sido capturada.
Silencio de estupefacción. Piper recordó la voz que escuchó en la cabaña de la diosa. Volvió a temblar. Cincuenta semidioses empezaron a hablar a la vez. Quirón volvió a golpear su casco. Una vez que Rachel volvió a llamar la atención, explicó lo que había sucedido en el Gran Cañón, acerca de cómo el entrenador Hedge se había sacrificado cuando los espíritus de la tormenta atacaron. La mirada de Piper cayó. Nunca le había gustado el entrenador, pero pensar que podría estar muerto... algo le arañó el pecho. Había muerto para ayudarlos. Continuó explicando la visión de Piper en la Cabaña de Hera (trató de mantener la cara seria ante esto, pero su sangre hirvió ante Drew, quien fingió desmayarse con sus hermanas), y su mensaje a Jason.
Si te pliegas a su voluntad, su rey se alzará y nos condenará a todos. Le había advertido Hera.
(Y volvió a tener ganas de gritar.)
—Jason —dijo Rachel—. Um, ¿te acuerdas de tu apellido?
Él parecía cohibido, pero negó con la cabeza.
—Entonces te llamaremos simplemente Jason. Está claro que Hera te ha encargado una misión.
Piper se preguntó cómo Jason podía simplemente sentarse allí, apretar la mandíbula y asentir, valiente y decidido, con la mirada y presión de todos sobre él.
—Estoy de acuerdo.
—Deberás salvar a Hera para impedir un gran mal —prosiguió Rachel—. Que se alce algún tipo de rey. Por motivos que todavía no entendemos, deberá ocurrir en el solsticio de invierno, a solo cuatro días de hoy.
—Es el día del consejo de los dioses —señaló Annabeth—. Si los dioses todavía no saben que Hera ha desaparecido, sin duda para entonces se percatarán de su ausencia. Probablemente empiecen a pelearse, acusándose unos a otros de haberla capturado. Es lo que suelen hacer.
—El solsticio de invierno —habló Quirón— también es el momento de mayor oscuridad. Los dioses se reúnen ese día, como siempre han hecho los mortales, porque la unión hace la fuerza. El solsticio es un día en el que la magia perversa es muy fuerte. Magia antigua, más vieja que los dioses. Es un día en el que las cosas... se agitan.
La forma en que lo dijo hizo que a Piper se le erizara la piel. Se le cortó la respiración al pensar en el gigante de su sueño y en su padre en la hoguera.
—De acuerdo —dijo Claire, fulminando con la mirada al centauro—. Gracias, Capitán Optimismo. Sea lo que sea lo que esté pasando, estoy de acuerdo con Rachel. Jason ha sido elegido para dirigir esta misión, así que...
—¿Por qué no ha sido reconocido? —gritó alguien de la cabaña de Ares—. Si es tan importante...
—Ha sido llamado —anunció Quirón—. Hace mucho. Jason, hazles una demostración.
Al principio, Jason parecía inseguro de lo que quería que hiciera. Pero Piper tuvo una idea. Lo había visto en esa pasarela. Y aunque no sabía quién era Jason, sabía una cosa; era un héroe y muy valiente. Cuando dio un paso adelante, sus ojos la encontraron y ella se sorprendió un poco. Pero terminó imitando el lanzamiento de una moneda.
Él metió la mano en su bolsillo. Su moneda brilló en el aire, y cuando la atrapó en su mano, estaba sosteniendo una lanza: una barra de oro de unos dos metros de largo con una punta en un extremo. Los otros semidioses se quedaron sin aliento. Rachel, Annabeth y Claire dieron un paso atrás para evitar la punta.
—¿No era...? —Annabeth vaciló—. Creía que tenías una espada.
—Bueno, creo que ha salido cara —dijo Jason—. La misma moneda, pero un arma de largo alcance.
—¡Colega, yo quiero una!
—¡Es mejor que la lanza eléctrica de Clarisse, Lamer!
—Eléctrica... —murmuró Jason ante las palabras de los niños Ares, como si fuera una buena idea—. Retiraos.
Annabeth, Rachel y Claire entendieron el mensaje. Jason levantó la jabalina, y un trueno hendió el cielo. A Piper se le erizó todo el vello de los brazos. El relámpago descendió a través de la punta dorada de la lanza y alcanzó la fogata con la fuerza de un obús.
Cuando el humo se disipó y el zumbido en los oídos de Piper disminuyó, todo el campamento quedó congelado. Llovieron cenizas por todas partes. Jason bajó su lanza, avergonzado.
—Esto... perdón.
Quirón se quitó algunas brasas de la barba. Hizo una mueca como si sus peores temores se hubieran confirmado.
—Tal vez te has pasado un poco de la raya, pero nos has convencido. Creo que sabemos quién es tu padre.
—Júpiter —dijo Jason—. Digo, Zeus. El señor del cielo.
Piper sintió que sonreía con un soplo de asombro. Tenía sentido. No sólo en la forma en que Jason gritaba hijo del Rey de todos los dioses en su gloria dorada. Sino que los había sacado volando del cañón, salvándole la vida.
Sin embargo, el resto del campamento no estaba tan seguro. Todo estalló en un caos, con decenas de personas haciendo preguntas hasta que Annabeth levantó los brazos.
—¡Un momento! ¿Cómo es posible que sea hijo de Zeus? Los Tres Grandes... Su pacto de no tener hijos mortales... ¿Cómo es posible que no hayamos sabido antes de él?
Quirón no respondió. Piper tuvo la sensación de que lo sabía. Ella frunció los labios.
—Lo importante es que Jason está ahora aquí —dijo Rachel—. Tiene que cumplir una misión, lo que significa que necesitará su propia profecía.
Cerró los ojos y se desvaneció. Dos campistas se adelantaron apresuradamente para sujetarla. Un tercero corrió a un lado del anfiteatro y cogió un taburete de bronce con tres patas, como si hubieran sido entrenados para esa función. Sentaron a Rachel con cuidado en el taburete delante de la fogata desbaratada. Sin fuego, la noche era oscura y fría, y Piper podía tiritar sin sentirse fuera de lugar. Una niebla verde empezó a arremolinarse alrededor de los pies de Rachel, y Piper abrió los ojos de par en par. Cuando abrió los ojos, brillaban como antorchas. De su boca salió humo esmeralda. La voz que surgió no era la suya, sino una mucho más antigua y áspera.
ㅤ"Hijo del rayo, de la tierra guárdate.
ㅤLa venganza de los gigantes a los diez verá nacer.
ㅤLa fragua, la paloma y su armonía romperán la celda.
ㅤY la muerte se desatará con la ira de Hera."
Al pronunciar la última palabra, Rachel se desplomó, pero sus ayudantes estaban esperando para cogerla. La apartaron de la fogata y la colocaron en el rincón para que descansara.
—¿Es normal? —preguntó Piper. Enseguida se dio cuenta de que había roto el silencio y todo el mundo estaba mirándola. Oh, genial—. Quiero decir, ¿echa humo verde a menudo?
—¡Oh, dioses, mira que eres corta! —dijo Drew con desprecio—. Acaba de pronunciar una profecía: ¡la profecía de Jason para salvar a Hera! ¿Por qué no te...?
—Drew —espetó Claire, lanzando a la chica una mirada penetrante—, Piper hizo una pregunta justa. Hay algo en esa profecía que desde luego no es normal. Si el hecho de romper la celda de Hera desata su ira y provoca muchas muertes... ¿por qué íbamos a liberarla? Podría ser una trampa o... o tal vez Hera se vuelva contra los que vayan a rescatarla. Nunca se ha portado bien con los héroes.
Jason se levantó.
—No tengo muchas opciones. Hera me ha robado la memoria. Necesito recuperarla. Además, no podemos no ayudar a la reina de los cielos si está en apuros.
Claire parecía estar muy contenta con eso. Annabeth inclinó la cabeza como diciendo: Bueno...
Nyssa volvió a levantarse entre los de Hefesto.
—Tal vez. Pero deberías escuchar a Claire. Hera puede ser vengativa. Tiró a su propio hijo, nuestro padre, por una montaña solo porque era feo.
—Muy feo —añadió en tono de mofa alguien de la cabaña de Afrodita.
—¡Cállate! —gruñó Nyssa—. También tenemos que averiguar por qué hay que guardarse de la tierra. ¿Y qué es la venganza de los gigantes? ¿A qué nos estamos enfrentando que es tan poderoso para secuestrar a la reina de los cielos?
Nadie respondió, pero Piper notó que Annabeth, Claire y Quirón tenían un intercambio silencioso. Piper pensó que iba más o menos así:
Annabeth: La venganza de los gigantes... No, no puede ser.
Quirón: No hables de eso aquí. No los asustes.
Claire: Un momento, ¿no debería yo enterarme de esto?
Annabeth: ¡Me estás tomando el pelo! No podemos tener tan mala suerte.
Quirón: Luego, niña. Si lo contaras todo, se aterrorizarían.
Claire: Oh, sí, de verdad que tengo que saberlo. Venga, Annabeth, dímelo.
Piper sabía que debería ser imposible leer las expresiones de tres personas que apenas conocía tan bien. Pero estaba absolutamente segura de que los entendía, incluso el "más tarde" que Annabeth envió a Claire, y eso la asustó. Casi tanto como su sueño.
Annabeth respiró hondo.
—Es la misión de Jason —anunció—, así que la decisión es de él. Por supuesto, es el hijo del rayo. Según la tradición, puede elegir a dos compañeros.
—En este caso —dijo Claire, todavía con el ceño fruncido—, creo que necesita elegir tres. Se mencionan la forja, la paloma y la armonía.
El chico sentado al lado de Savreen se levantó y gritó:
—Obviamente iréis tú, Claire, o Annabeth. Tenéis más experiencia.
—No, Travis —dijo, sacudiendo la cabeza—. En primer lugar, yo no voy a ayudar a Hera. Ni hablar. En segundo lugar, Annabeth, Cain y yo nos marchamos a primera hora de la mañana a buscar a Percy.
—Está relacionado —dijo inesperadamente Piper, sin poder detenerse—. Sabes que es verdad, ¿no? Este asunto, la desaparición de tu novio... todo está relacionado.
—¿Cómo? —preguntó Drew—. Si tan lista eres, dime cómo.
Piper intentó darle una respuesta, pero fue incapaz. Ella se sonrojó.
Afortunadamente, Claire intervino:
—Puede que tengas razón, Piper. Si está relacionado, Annabeth, Cain y yo lo descubriremos de la otra forma: buscando a Percy. Como he dicho, no pienso correr a rescatar a Hera, aunque su desaparición provoque otra vez peleas entre los olímpicos. Pero hay otro motivo por el que no podemos ir: la profecía dice otra cosa.
—Dice a quién debo elegir —convino Jason—. La forja, la paloma y su armonía romperán la celda. La forja es el símbolo de Vul... Hefesto.
Bajo la bandera de la Cabina Nueve, los hombros de Nyssa se desplomaron, como si le acabaran de dar un yunque pesado para cargar.
—Si tienes que guardarte de la tierra, deberías evitar viajar por vía terrestre. Necesitarás transporte aéreo.
—Ofrecería el carro de mi padre —dijo Claire—, pero por haberlo roto, creo que estaré castigada por un tiempo...
—Y estamos usando los pegasos para buscar a Percy —continuó Nyssa—. Pero a lo mejor desde la cabaña de Hefesto podemos idear otra cosa para ayudar. Ahora que Jake está incapacitado, yo soy la campista mayor. Puedo ofrecerme voluntaria para la misión.
No parecía entusiasmada.
Entonces, de la nada, Leo se levantó. Había estado tan callado que Piper casi había olvidado que estaba allí.
—Iré yo —dijo. Sus compañeros de cabaña se movieron. Varios intentaron hacerle sentar de nuevo, pero Leo se resistió—. No, iré yo. Sé que debo ir. Tengo una idea para el problema del transporte. Déjame intentarlo. ¡Puedo arreglarlo!
Piper vio a Savreen entre la multitud, con los ojos muy abiertos y mirando de un lado a otro entre Leo y Jason, aterrorizada.
Jason lo observó por un momento. Entonces sonrió.
—Empezamos esto juntos, Leo. Me parece justo que vengas. Si nos consigues un medio de transporte, estás en el grupo.
—¡Sí! —Leo dio un puñetazo al aire.
—Será peligroso —le advirtió Nyssa—. Dificultades, monstruos, terribles sufrimientos. Quizá ninguno de vosotros vuelva vivo.
—Ah —de repente Leo no parecía tan entusiasmado. Acto seguido se acordó de que todos lo estaban mirando—. Quiero decir... ¡Ah, qué guay! ¿Sufrimiento? ¡Me encanta sufrir! Vamos allá.
Annabeth asintió.
—Ahora solo te queda elegir a los tercer y cuarto miembros de la misión, Jason. Nosotros no tenemos ningún hijo de Harmonía —miró insegura a la multitud y luego a Quirón—. Tal vez te encuentres a alguien durante la misión o... —su mirada se posó en la cabaña de Hermes. Piper pudo ver a Savreen mirando atentamente sus dedos. Annabeth frunció los labios, pero continuó—. Lo que sí tenemos es la paloma...
—¡Ah, por supuesto! —Drew estaba de pie, sonriendo—. La paloma es Afrodita. Todo el mundo lo sabe. Soy toda tuya.
Piper apretó los puños. Dio un paso adelante.
—No.
Drew puso los ojos en blanco.
—Venga ya, cochambrosa. Déjame en paz.
—Yo tuve la visión de Hera, no tú. Tengo que hacerlo.
—Todo el mundo puede tener una visión —dijo Drew—. Solo estabas en el sitio adecuado en el momento adecuado —se volvió hacia Jason—. Oye, luchar está bien. Y la gente que construye cosas... —miró a Leo despectivamente—. Bueno, supongo que alguien tiene que mancharse las manos. Pero necesitas encanto a tu lado. Yo puedo ser muy persuasiva. Podría serte de gran ayuda.
Los campistas comenzaron a murmurar, coincidiendo en que Drew era bastante persuasiva. Piper vio que los estaba convenciendo, e incluso Quirón se estaba rascando la barba.
—Bueno... —dijo Annabeth—. De acuerdo con la redacción de la profecía...
—¡No! —la voz de Piper le sonó extraña incluso a sí misma: más insistente y con un tono más sonoro—. Tengo que ir yo.
Fue entonces cuando sucedió lo más extraño. La gente empezó a estar de acuerdo con ella. Drew miró a su alrededor, incrédulo ante sus asentimientos. Incluso algunos de sus propios hermanos se inclinaban por la declaración de Piper.
—¡Ni hablar! ¿Qué puede hacer Piper?
Piper fue a responder con algo sarcástico, pero su confianza flaqueó. ¿Qué podía hacer? En realidad, nada. No era una guerrera, ni una planificadora, ni una solucionadora, no tenía más habilidades que meterse en líos y pedirle a la gente que le diera cosas (que luego devolvía). Pero ella sabía lo que tenía que hacer en esta misión, por más de una razón.
Cumplirás nuestras órdenes y podrás salir con vida.
—Bueno —dijo Drew con aire de suficiencia—, supongo que ya está decidido...
Sus palabras fueron interrumpidas por un grito ahogado colectivo. Todos los campistas miraron a Piper como si acabara de explotar. Miró hacia abajo para comprobar si todavía estaba intacta y gritó.
Su ropa... ¿qué demonios? ¿Qué era esto? ¿Un vestido? Odia los vestidos. Le estorban, no puede correr con ellos ni hacer nada. Pero ahora estaba engalanada con un precioso traje sin mangas blanco que le llegaba a los tobillos, con un escote en pico tan bajo que resultaba de lo más bochornoso. Piper se lo tapó de inmediato, echando los brazos por delante del pecho. Se sentía expuesta; con tantos ojos mirándola y Drew hirviendo como si acabara de hacer las cosas aún más personales. A Piper se le cortó la respiración al ver los brazaletes de oro que rodeaban sus bíceps; delicados diseños de flores de damero, coral y oro brillaban en su pecho por el collar, y su pelo...
—Dios mío —gimió—. ¿Qué ha pasado?
Una atónita Annabeth señaló la daga de Piper, que ahora estaba engrasada y reluciente, colgando a su lado de un cordón dorado. Piper no quería desenvainarla; tenía miedo de lo que vería. Pero ganó su curiosidad. Desenvainó Katropis y la utilizó como lo había hecho su dueña original: un espejo para ver su reflejo en la hoja de metal pulido. Su pelo era perfecto: exuberante, largo y castaño chocolate, trenzado con cintas doradas a un lado para que le cayera sobre el hombro. Incluso iba maquillada, mejor de lo que Piper jamás sabría hacerlo, sutiles toques que le hacían los labios rojo cereza y resaltaban todos los colores de sus ojos.
Estaba... estaba...
—¡Preciosa! —exclamó Jason—. ¡Piper, estás... estás tremenda!
En circunstancias diferentes, el corazón de Piper se le saldría del pecho. Pero, en ese momento, mirándose a sí misma en el bronce de su daga, a Piper no le gustaba lo que veía. Sí, era hermosa, pero no era ella.
La cara de Drew rebosaba horror y repugnancia.
—¡No! —lloró—. ¡No es posible!
—Esta no soy yo —Piper no podía soportar mirarse a sí misma por más tiempo—. No... lo entiendo.
Pero Quirón flexionó las patas delanteras y se inclinó ante ella, y todos los campistas siguieron su ejemplo.
—Salve, Piper McLean —anunció Quirón con gravedad, como si estuviera hablando en su funeral. Eso no la hizo sentir mejor—. Hija de Afrodita, señora de las palomas, diosa del amor.
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