iv. A Curse Of Tragedy
━━ chapter four
a curse of tragedy
( savreen )
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Ahora que las cosas parecían haberse calmado, Savreen se permitió admitir que estaba asustada. Nunca había sentido que pertenecía a algún lugar o que tenía un hogar al que regresar desde que sus abuelos fallecieron y se mudó de pueblo en pueblo, de casa en casa, de colegio en colegio, pero todavía sentía que la habían alejado de algo importante. Toda su vida había cambiado en cuestión de segundos y ahora no sabía dónde estaban sus amigos. Estaban aquí, en algún lugar, pero este pequeño campamento de repente se sentía como un océano expandiéndose en todas direcciones; buscó a Leo entre las cabezas nadando en las corrientes, pero no pudo encontrarlo por ningún lado.
Claire frunció ante la forma en que Savreen inclinó la cabeza hacia las cabañas, sus ojos anhelaban algo que no podía ver.
—¿Qué ocurre? —le preguntó mientras pasaban por la última fila de cabañas hechas para los dioses y diosas menores (y Hades, aparentemente.)
—Leo —murmuró antes de poder detenerse—. ¿Está bien? Y Piper. ¿Puedo verlos? ¿Podré quedarme en sus cabañas?
Se sintió estúpida por hacer semejante pregunta; como un niño pequeño que pide quedarse a dormir. Pero Claire parecía entenderlo de una manera que ella no.
—Te quedarás en la misma cabaña que tus hermanos —respondió con simpleza.
¿Y si no tengo hermanos? Se preguntó Savreen con una repentina punzada de miedo. No es que no estuviera acostumbrada. Ha estado sola la mayor parte de su vida, pero la idea de tener que quedarse en una cabaña sola y en un lugar extraño... le erizaba la piel. Pero no lo dijo. En cambio, asintió y continuaron caminando. Claire parecía estar de mejor humor ahora, pero Savreen aún podía ver ese brillo apagado en sus ojos, destellos hacia la dirección del océano, como si esperara que Percy llegara de la nada.
Entraron en el grupo principal de cabañas, centrado alrededor de una hoguera en forma de "U". Las dos de la punta eran enormes; cabañas glorificadas que se alzaban altas como Partenones griegos con diferentes colores. Savreen no sabía por qué, pero en realidad no necesitaba preguntar a quién pertenecían. Lo sentía. La de su izquierda parecía tronar en su oído y la de al lado olía a un dulce perfume de boda.
—Zeus y Hera, ¿no? —murmuró Savreen, sin estar segura de dónde venían las palabras—. Rey y reina del Olimpo.
Claire asintió.
—Más bien como el rey y su vaca —el cielo tronó, pero a Claire no le importó. Puso los ojos en blanco—. Hera y yo no nos llevamos muy bien.
—Se nota —murmuró Savreen. Claire sonrió, divertida.
Avanzando, señaló una cabaña dorada y brillante que, si Savreen la miraba con demasiada precisión, la luz le quemaba los ojos.
—Esa es mi cabaña. Mi padre es un poco... dramático.
Pasaron por la fogata central, donde dos campistas se atacaban con espadas. Savreen jadeó, con los ojos muy abiertos.
—¿Están afiladas? —exclamó, girándose hacia Claire para ver si estaba tan sorprendida como ella, pero a la rubia no le molestó en absoluto—. ¿No es peligroso?
—Es importante aprender a defenderte —dijo Claire—.Esos espíritus de tormenta no serán los últimos monstruos con los que tendrás que pelear. Lo que nos lleva al siguiente punto: hay que buscarte un arma. Los hijos de Hefesto pueden crearte una que se ajuste adecuadamente a tu peso, tu tamaño, todo eso, pero estoy segura de que a Annabeth no le importará que entremos en el cobertizo de Atenea para agarrar algo.
Savreen la siguió, insegura.
—Um... no... no me gusta pelear. No no sé cómo, debería decir —recordó lo inútil que había sido en esa plataforma, llorando y gritando y deseando que todo terminara. ¿Cómo podría esa chica pelear alguna vez?
—Aprenderás —sonrió Claire. Se acercaron a la puerta oxidada de un cobertizo al lado de un edificio gris con una lechuza tallada sobre la puerta. Con una patada, se abrió.
Los nervios de Sav se dispararon al ver todo lleno hasta el borde de armas, cualquier cosa que se le ocurriera. Hachas, espadas, cuchillos, pistolas. Claire pasó por las estanterías como si simplemente estuvieran comprando ropa.
Se quedó allí, sin estar segura de qué hacer o decir. Miró hacia atrás y deseó que Leo estuviera con ella. Quería tomar su mano y que él le contara un chiste en código morse, reirían y nadie sabría de qué estaban hablando. Era cosa de ellos. Cuando Savreen estuvo sola durante años, le enviaba un mensaje al chico que conoció en su primer hogar de acogida, sabiendo que él nunca lo recibiría, pero que tal vez, de alguna manera, llegaría. Cosas pequeñas como te extraño o te veré de nuevo. Y a veces ojalá estuvieras aquí conmigo.
—¿Qué tal esto? —las palabras de Claire la sacaron de sus pensamientos. Le pasó un cuchillo largo. Sav lo miró fijamente. Debió tener una expresión asustadiza en su rostro, porque Claire se rió entre dientes—. ¿No? Está bien, siguiente.
Y lo guardó.
—¿Crees que preferirías largo alcance? Aquí tienen algunas lanzas, arcos y flechas, una escopeta...
Levantó el arma y Sav sacudió la cabeza.
—Vale —Claire pasó al siguiente—. ¿Qué tal una espada? —se la mostró. Sav intentó cogerla, pero era demasiado pesada y voluminosa. Decidieron que esa no era su arma.
Claire miró a Savreen y no pudo evitar reírse ante el ceño fruncido. La hija de Apolo arqueó una ceja y sonrió divertida.
—¿Qué hace tanta gracia?
—No lo sé —se rió Sav—. Es que me miras como si me acabase de convertir en una guitarra.
Claire jadeó dramáticamente.
—Toco la guitarra, así que lo tomo como un cumplido.
Savreen se quedó boquiabierta. Entonces recordó que era hija de Apolo. Mientras volvía a mirar alrededor del cobertizo, algo llamó su atención; un destello en la oscuridad. Bronce que parecía brillar un poco más que todo lo demás. Dio un paso y alcanzó el arma. Sus dedos se agarraron a la empuñadura de cuero en el centro de la hoja circular.
—¿Un chakram? —preguntó, sosteniéndolo ante la mirada de Claire. Sabía lo que era.
Claire se acercó a ella y miró el arma.
—¿Te gusta?
La verdad era que Savreen no sabía usarlo. Nunca había empuñado un arma en su vida y mucho menos conocía la técnica adecuada para lanzar un chakram. Pero había algo que le gritaba mientras lo sostenía, como si hubiera estado esperando en el polvo de este cobertizo sólo para que ella lo encontrara. Entonces decidió aprender. Asintió con la cabeza hacia Claire y sonrió.
—Intenta golpear la abolladura en el cuero —le indicó, y Savreen hizo lo que le dijo. Jadeó cuando el arma se dobló y antes de darse cuenta, se convirtió en un anillo en su dedo medio. Sólo una banda de metal, pero tenía el mismo brillo como si le hablara. Gracias por encontrarme, parecía decir.
—¿Cómo lo ha hecho? —Savreen miró a Claire, asombrada.
Sonrió, empujándola ligeramente.
—Magia, Sav.
Savreen sonrió y giró el anillo en su dedo. Regresaron a la luz del sol, aún jugando con él; golpeándolo y observando cómo se expandía antes de plegarlo de nuevo.
Estaban caminando por el Campamento Mestizo cuando Savreen comenzó a sentirse más cómoda con Claire. Seguía buscando a sus amigos, preocupada por ellos, pero empezó a darse cuenta de que los volvería a ver pronto, y eso le dio un soplo de libertad del estrés y, finalmente, pudo disfrutar de la forma en que brillaba la luz del sol contra las aguas del lago.
Hasta que la vio.
No vio a esa mujer desde aquel temido día en que recibió el collar.
Pero ahí estaba. Allí estaba ella.
La anciana, con su abrigo de tweed y su pañuelo rosa alrededor del cuello, mirándola directamente junto a la cabaña de Hefesto. Sav miró a Claire, preguntándose si estaba viendo lo mismo, pero estaba demasiado ocupada charlando con un sátiro de paso que sostenía una pelota de las canchas de baloncesto donde antes habían jugado contra los niños Apolo.
La respiración de Savreen se entrecortó y se volvió hacia la anciana. El collar se calentó tanto en su bolsillo que sintió como si la estuviera llamando. Susurros de quieres agarrarme, sabes que quieres, y riéndose porque sabía muy bien el terror que le había causado.
¿Qué estaba haciendo ella aquí? ¿Cómo era posible? Su piel áspera estaba tan arrugada como recordaba, pero sus ojos irradiaban poder. Un poder peligroso. Se centraban en los de Savreen.
Libérame, dijo, pero su boca no se movió. Libérame, hija de Harmonía. Libérame, Savreen Arora antes del solsticio, o la Tierra nos tragará. Libérame o nunca más volverás a ver la armonía. ¡LIBÉRAME!
Esas palabras gritaron en los oídos de Savreen, y ella respiró hondo y levantó las manos para cubrirlas. Claire apareció a su lado al instante, preocupada. Parpadeó y sacudió la cabeza para intentar acallar la voz. Cuando volvió a mirar hacia arriba, la mujer ya no estaba.
—¿Savreen? —Claire sacudía sus hombros—. Sav, ¿estás bien? ¿Qué pasa?
Sav la miró fijamente por un segundo antes de decir:
—Sí... pensé que vi algo... —parpadeó de nuevo—, pero probablemente no fue nada. Estoy cansada por todo lo que ha pasado.
No lo estaba, pero no sabía cómo reaccionaría Claire si le decía que había visto a la anciana que le había dado el collar maldito por la tragedia y había gritado en su mente para liberarla.
Pensó en lo que había dicho. Hija de Harmonía ...
Antes de que Sav pudiera siquiera pensar, un recuerdo pasó por su mente.
La señora Ana Mari no era la mujer más simpática. Estaba vieja, cansada y había tenido que lidiar con niños durante la mitad de su vida. A veces, Sav se preguntaba si había sido encantadora al principio, pero que después de años de aceptar huérfano tras huérfano, o niño de una familia dañada tras otra, se había vuelto amargada. O tal vez era sólo un monstruo, eso fue lo que Leo Valdez le dijo a Savreen Arora cuando se rieron en el pasto de la granja, escondiéndose de la vieja bruja cada vez que se metían en problemas.
Sin embargo, Leo estaba con los niños en ese momento. Por la noche los separaban para dormir. Las niñas compartían habitaciones en la izquierda mientras que los niños tenían la derecha, y la señora Ana Mari ocupaba la grande. Se encontró escabulléndose al baño, sola y asustada después del mal sueño que tuvo. Sentada en la bañera, se acercó y trató de mantener sus sollozos en silencio para no despertar a las otras chicas. Era una de las más jóvenes. La mayor tenía diecisiete años y tampoco era la chica más simpática. Savreen no la culpaba, incluso a su corta edad, entendió que si tuviera que lidiar con el sistema de acogida durante la mitad de su vida, ella también estaría enojada.
Deseó tener a Leo. Sabía cómo hacerla sentir mejor cuando tenía pesadillas. Se encontraron en un mundo cruel que no todos experimentaron. Algunos tenían familias, madres y padres, abuelos que estaban vivos y podían cuidar de ellos. Pero ambos conocían la pérdida de una familia, la tragedia que a veces se tragaba entero a un huérfano. Por eso se tenían el uno al otro; se encontraron y eso fue suficiente. Mejores amigos hasta el final. Leo Valdez y Savreen Arora. Podrían conquistar el mundo.
Quería que él estuviera a su lado, que le tomara la mano y le marcara pequeñas palabras en la palma. Él le enseñó el código morse, una forma de comunicarse y hablar entre sí donde nadie podía entender ni escuchar. Era cosa de ellos; su cosita.
Savreen acercó su mano a su corazón y se encontró tocando un simple dicho que él le enseñó cuando comenzaron a conversar, y ella le convenció de que no huyera. Hola, golpeó, mi nombre es... vaciló y lo cambió por otra cosa.
Ojalá estuvieras aquí, Leo. Tengo miedo.
Sabía que él no sería capaz de sentirlo, pero le dio una especie de consuelo, incluso entonces, a los ocho años, que de alguna manera estaba escuchando. Que podía sentir el pulso de sus dedos tocando su palma.
Pero no podía oírla, lo sabía. Sabía que estaba sola en mitad de la noche, intentando reprimir los sollozos. Era extraño, por primera vez en mucho tiempo, Savreen deseaba tener a su madre. Fue una estupidez, porque nunca la conoció. Siempre pensó que había muerto en el accidente automovilístico con su padre (eso es lo que dijeron sus difuntos abuelos; su dadi y su dada). Pero deseaba que su madre estuviera aquí, igual que su padre y sus abuelos. Como todo huérfano; solo y asustado en el mundo.
Golpeó las palabras en su palma: mamá, desearía que estuvieras aquí, tengo miedo...
Y así, el baño se iluminó. Los sollozos de Savreen cesaron y miró hacia arriba, viendo algo flotando sobre su cabeza. Daba calor e hizo que sus miedos se desvanecieran y una sensación de calma la invadiera; una onda armónica que le hizo sonreír. Un collar flotaba sobre su cabeza. Extendió la mano hacia la hermosa imagen, pero ésta simplemente pasó entre sus dedos.
Savreen se había quedado dormida en el baño y pensó que el holograma había sido un sueño. Al día siguiente llegó un auto y la alejaron de su mejor amigo, gritando su nombre a través de la ventana abierta, mirándolo correr tras ella.
Hasta ahora, Savreen no creía que hubiera sido real. Tenía ocho años. Lo más probable es que lo hubiera imaginado, por lo que se guardó ese momento para sí misma. Pero ahora... después de ver lo que le pasó a Leo, ser reconocido, y lo que dijo aquella anciana (si no se lo imaginaba también...) El collar volvió a arder, el que lucía exactamente igual al que recordaba esa noche en el baño.
Tampoco se lo dijo a Claire, porque ni siquiera sabía si era verdad. Incluso después de todo lo que había pasado hoy, y de lo mucho que el mundo a su alrededor gritaba que tenía razón, todavía decidía ser terca. Todavía trataba de entenderlo y aceptarlo todo.
Pero todo desapareció cuando apareció una luz en la cabaña de Hera, y a través de la puerta (que recién se había dado cuenta que estaba abierta), creyó escuchar a Piper gritar.
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