Capítulo 7: Harry. Otra vez.

— ¿Y si me odia? —le preguntó Atria a Remus por quinta vez en el día. Estaban tan solo a treinta de julio y Atria estaba de los nervios. Harry cumplía años al día siguiente y Hagrid le había propuesto ir con él para buscar a su hermano pequeño—. Le dejé solo con los muggles, sería lo más normal del mundo.

— No va a odiarte, de verdad —le repite Remus, suspirando—. Es Harry, tú eres su hermana mayor, no puede odiarte.

— ¡Sí que puede, le dejé solo!

— Tienes once meses más que él, creo que entenderá que no podías hacerte cargo de él —Remus ya no sabe cómo calmar a su ahijada, que está caminando exactamente igual que cuando Lily se enteró de que estaba embarazada de ella. No para quieta. Cada año se va pareciendo más y más a su madre en los pequeños gestos, pero por la cantidad de líos que se mete en el año cualquiera diría que es como James—. Y si te odia siempre puedes empezar a utilizarle como sujeto de tus experimentos, quizá así aprende a apreciarte.

— Los sujetos somos Fred, George y yo, no planeamos probar nada en los demás que haga daño —le dice Atria, sentándose en el sofá, por fin. Pero dura poco ya que llaman a la puerta y sale corriendo a abrirla—. ¡Hagrid!

— Hola, Atria —le dice el guardabosques, sonriendo y mira dentro de la casa para ver a Remus, sentado tranquilamente con una taza de té en la mano—. Me la llevo ya, tenemos un largo día, esos muggles no dejan de moverse.

— Espero que tú tengas más suerte que yo convenciéndola de que no le va a odiar —le dice Remus, sonriendo—. Pásalo bien y...

— Sí, lo sé, no tengo que mencionarle nada de ti, lo sé —dice Atria, impaciente y mira a Hagrid—. ¿Nos vamos ya?

— Claro, ¿tienes todas tus cosas?

Atria asiente, con energía y Remus no puede evitar reírse. Hagrid es enorme, así que Atria a su lado resulta ser realmente pequeña, más que cuando se pone a su lado. Remus calcula que debe de ser ahora mismo un poco más alta de lo que era Lily, pero no cree que vaya a crecer mucho más. Atria se despide de él, dando pequeños saltos en el sitio, totalmente nerviosa y Hagrid mueve su paraguas rosa para que ambos desaparezcan. Dumbledore debe de haberle dado permiso para que haga magia, aunque está completamente seguro de que no le ha dado permiso para que venga a por Atria y eso es algo que ha salido de él. Y Remus se lo agradece, al igual que lo hace Atria.

Cuando vuelven a aparecer están en un pueblo costero, donde está a punto de desatarse la mayor tormenta del siglo, o al menos esa es la impresión que tiene Atria.

— Si alguien pregunta hemos venido volando —le dice a Atria y ella asiente con ganas— y tú, por supuesto, no has venido.

— No te preocupes, Hagrid, no diré nada, ¿sabes que tengo algunos problemas para recordar ciertas cosas que se supone que no debo estar haciendo? Esta va a ser una de ellas —le dice, sonriendo de oreja a oreja y Hagrid no puede evitar soltar una carcajada.

— ¿Te apetece que cenemos en ese pub y a las doce en punto vayamos a por Harry? Está en ese islote que hay ahí en medio, para llegar hasta allí sí que volaremos.

— Estupendo, ¡yo pido! Se me da bien hablar con muggles.

En realidad no se le da hablar con los muggles, pero teniendo en cuenta que va con un hombre que mide más de dos metros y medio a los muggles no les importan las rarezas de Atria al hablar o como mira con curiosidad ciertas cosas. Lo que conoce del mundo muggle son las cosas cotidianas como la nevera, el frigorífico, la televisión, los bolígrafos o el teléfono, no los pubs. Teóricamente ni siquiera tiene edad para entrar, pero todos los muggles están tan pendientes de Hagrid que poco les importa que se haya colado una niña de once años dentro del pub.

— Quedan quince minutos, Hagrid, ¿por qué no vamos yendo? —le pregunta Atria, que no deja de moverse en la silla, inquieta—. Creo que los muggles quieren echarnos.

— ¿Sabes usar su dinero? —le pregunta Hagrid y ella asiente—. Bien, ve a pagar, te espero fuera y nos vamos.

Hagrid tira todo al salir del pub, por eso Atria se apresura a disculparse por él e, incluso, les deja algo más de propina por las molestias. Y luego sale corriendo detrás de Hagrid, que vuelve a tener el paraguas en la mano.

— ¿Lista?

— Nací lista —le dice ella y Hagrid la da la mano para empezar a volar. Y es la sensación más rara que ha sentido Atria en su vida.

Cuando llegan a la cabaña la tormenta está en su punto fuerte y Atria jura que nunca más va a volar sin escoba. Se aleja de Hagrid, un poco mareada y él la mira, riéndose un poco.

— En un minuto estoy llamando, venga, recomponte —le dice y ella asiente. Respira hondo un par de veces y pronto el suelo empieza a dejar de moverse tanto.

— Creo que tendría que haber traído mi escoba —le dice— total, no hubiéramos llamado mucho más la atención, tenías que ver cómo te miraban los muggles. ¡Oh, las doce en punto, llama, llama!

Y Hagrid obedece y da un fuerte golpe en la puerta. Nadie responde, así que vuelve a llamar, con fuerza.

— ¿Quién está ahí? —dice alguien dentro de la cabaña—. ¡Le advierto... estoy armado!

Hagrid se ríe y decide pasar a la acción. Han tenido dos oportunidades para abrir bien, así que de un golpe tira la puerta abajo, sacándola de los gozones. Y luego entra, como si nada, espera a que Atria esté dentro y cierra la puerta.

— Podríamos preparar un té, sí, no ha sido un viaje nada fácil —Atria se ríe, todavía oculta detrás de Hagrid y no ha visto nada de la casa, ni a sus tíos, ni a su primo, ni a Harry porque está oculta detrás de su gran amigo. Hasta que este se tira al sofá, claro—. Aparta, bola de grasa.

Y Dudley sale corriendo al lado de su madre, tía Petunia. Remus la había hablado de ella y de lo mal que llevaba todo lo relacionado con la magia hasta el punto de no volver a hablar a Lily nunca más.

— ¡Ah, aquí está Harry, mira Atria! —dice Hagrid, mirando al niño que está junto a la chimenea. Ha crecido mucho, aunque claro, tampoco es que Atria tenga muy claro como era antes Harry, solo tiene recuerdos un poco borrosos y las fotos que ha visto—. La última vez que te vi cabías en la palma de mi mano. Eres igual que tu padre, pero con los ojos de tu madre.

— ¡Le exijo que se vaya enseguida, señor! ¡Esto es allanamiento de morada! —dijo un señor que tenía un rifle en las manos y les estaba apuntando con él. Y Hagrid se levantó, se lo quitó de las manos y lo dobló como si fuera de goma.

— Cierra la boca, Dursley, grandísimo majadero —le dice, gruñendo y Atria supone que ese debe de ser su tío Vernon. Al igual que le ha pasado con Petunia, es incluso peor de lo que imaginaba—. Por cierto, Harry, muchas felicidades, tengo algo para ti. Quizá Atria lo ha aplastado un poco porque no se estaba quieta.

— ¡Oye, qué he estado tranquila! —dice ella, hablando por primera vez y parece que, por fin, se fijan en ella. A Petunia casi le da algo al ver a la niña, pensando que no tendría que volver a verla nunca más. ¿No se la habían llevado los magos? Se suponía que no tendrían que cuidar de ella, ¿venían a dejarla con el otro?

— ¿Quiénes sois? —preguntó Harry, después de mirar la tarta. El niño estaba sorprendido, tanto por el gigante como por la niña que estaba delante de él, que era igual, pero quizá un poco más mayor y en versión femenina. Y sin gafas, claro.

— Es cierto, perdona, no me he presentado, soy Rubeus Hagrid, Guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts —dice el gigante, riéndose y luego señala a Atria—. Y ella es Atria, ha cambiado mucho, ¿verdad? ¿Hacemos ese té?

Le dio la mano a Harry, que se la sacudió intentando entender qué pasaba. No podía apartar la mirada de los dos extraños que habían entrado y mucho menos lo hizo cuando el gigante se acercó a la chimenea y, cuando se alejó, estaba encendida. Harry no pudo evitar pegarse más a la chimenea, al igual que lo hizo Atria porque estaba totalmente empapada. Hagrid empezó a sacar más y más cosas de sus bolsillos y, como si nada, se puso a hacer unas salchichas y té. En cuanto estuvieron listas Atria cogió la primera y, de reojo, vio como Vernon paraba a Dudley y le decía que no cogiera nada de lo que le diera Hagrid. Atria no pudo evitar pensar en los pastelitos de roca que solía hacer Hagrid y lamentó que no los hubiera traído para dárselos a su tío. O más bien lanzárselos a la cabeza. Quizá con uno de ellos le podía dar tan fuerte que le cambiaba la personalidad a una mucho más amable y agradable.

— Perdonad, pero sigo sin saber quiénes sois —dice Harry y Atria deja de comer para mirar a su hermano. ¿Los muggles no le han contado nada?

— Llámame Hagrid, todos lo hacen, incluida Atria —contesta Hagrid después de dar un sorbo a su té—. Ya te lo he dicho, soy el Guardián de las Llaves de Hogwarts. Ya sabrás todo de Hogwarts, por supuesto.

— Yo... yo no... —empieza a decir Harry y a Atria se le cae el mundo. Solo tiene que mirar a su hermano para saber que no le han contado nada—. Lo lamento, pero no sé de qué está hablando.

— ¿Lo lamentas? —chilla Atria, levantándose del suelo y va hacia sus tíos, pero Hagrid la frena y hace que se vuelva a sentar. Y ella lo hace, protestando. Hablará con Fred y George, tienen nuevos sujetos de pruebas y son sus tíos. Que le den a eso de no probar cosas peligrosas en los demás, se lo merecen.

— Ellos son los que tienen que lamentarse, Harry, no tú. Sabía que no estabas recibiendo las cartas, pero nunca pensé que no supieras nada de Hogwarts. ¿Nunca te has preguntado dónde aprendieron todo tus padres? ¿Dónde estaba estudiando Atria?

— ¿El qué? —pregunta Harry de nuevo y Atria vuelve a levantarse, lista para ir a gritarles cuatro cosas a sus tíos, pero Hagrid se le adelanta.

— ¿Me van a decir que el muchacho no sabe nada? —grita y Harry a cada segundo parece más y más desconcertado.

— Sé cosas, puedo hacer cuentas y eso —dice y Atria no puede evitar poner los ojos en blanco.

— Se refiere a nuestro mundo, Harry. También es el tuyo —dice ella, intentando sonar tranquila, pero por dentro está pensando en utilizar alguna de sus creaciones contra ellos. Bien valdría una carta de la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia.

— ¿Qué mundo?

— DURSLEY —grita Hagrid, fuera de sí y hasta Atria da un pequeño salto—. Tienes que saber algo de tus padres, ellos son famosos, Atria también es famosa, ¡tú eres famoso!

— ¿Cómo? ¿Mis padres eran famosos? —dice, sonando realmente sorprendido—. ¿Tú también eres famosa?

— No sabes... ¿no sabes quién soy? —le pregunta Atria y nota como sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas cuando Harry niega.

— ¡Deténganse, ahora mismo! —ordena Vernon—. ¡Les prohíbo que le digan nada al muchacho!

— ¿Qué nos prohíbes qué? —le dice Atria, mirando a su tío fijamente a la vez que Hagrid. Ella podría no resultar muy amenazadora, pero él si lo era, así que Vernon Dursley no tardó en temblar como un corderito.

— ¿No se lo ha dicho? ¿No le ha hablado sobre el contenido de la carta que Dumbledore le dejó? ¡Yo estaba allí! ¡Vi que Dumbledore la dejaba, Dursley! ¿Y se la ha ocultado durante todos estos años? —le grita Hagrid, casi fuera de sí.

— ¿Qué es lo que me han ocultado? —pregunta Harry, y de verdad espera que se lo cuenten. Quiere entender por qué esa chica es exactamente igual que él. Quiere que se lo confirmen, necesita que lo hagan.

— ¡DETENGANSE, SE LO PROHIBO! —vuelve a gritar Vernon y Atria se cansa. Sin que nadie la vea, saca su varita de la cintura de los pantalones y murmura un hechizo para que se le caigan los pantalones hasta los tobillos y no se los pueda subir. Sí, le da igual la carta, ya se lo explicará a Remus, era algo totalmente necesario. Y cuando oye gritar a su tía con terror sonríe de oreja a oreja.

— No tenías que haber hecho eso —dice Hagrid y Atria sabe que se lo dice a ella, pero sonríe angelicalmente, tal y como hace con los gemelos cuando les pillan. Hagrid se gira para mirar a su hermano, dejando de lado el espectáculo de Vernon y su intento de subirse los pantalones—. Harry, debes saber que eres un mago.

— ¿Un qué?

— Un mago, Harry, pero no como los de las películas, uno de verdad —le dice Atria, sonriendo de oreja a oreja.

— Serás uno de los mejores en cuanto te hayas entrenado un poco, con James y Lily Potter como padres no podría ser de otra forma.

— Dale la carta, Hagrid, venga, tiene que leerla —le dice Atria, impaciente y Hagrid se la tiende al pequeño.

Durante unos segundos que a Atria le parecen interminables Harry lee su carta de Hogwarts. Y cuando acaba lo primero que hace es preguntar qué es eso de la lechuza de confirmación. Así que Hagrid se saca del bolsillo una lechuza —Atria se preguntaba por qué no la había metido a ella también ahí dentro, se hubiera mojado menos y, para dar un efecto mucho más dramático, podría haberla sacado del bolsillo— y escribe una pequeña nota de confirmación de asistencia para Harry.

— Él no va a ir —dice Vernon, todavía con los pantalones en los tobillos. Al menos se ha puesto una manta por encima.

— Me encantaría ver a un muggle como usted impidiéndoselo —le dice Hagrid y Atria se ríe.

— ¿Un qué?

— Muggle es la gente no mágica, como ellos tres —le dice Atria y mira a sus tíos con asco—. Y estos tres son mucho peores de lo que he pensado toda mi vida.

— Cuando lo adoptamos juramos acabar con toda esta tontería —dice Vernon y Atria está tentada de hechizar también la manta.

— ¿Sabíais que era un... mago? —les pregunta Harry y empieza a enfadarse. ¿Le han mentido todos estos años?

— ¡Saber! —chilla Petunia de repente y Atria da otro bote. Su voz es realmente insoportable—. ¿Cómo no íbamos a saberlo siendo mi condenada hermana una de esos! Se fue a ese estúpido colegio y cuando volvía lo hacía con los bolsillos llenos de sapos y transformaba las tazas de té en ratas. Yo era la única que veía lo que era, una monstruosidad, y nuestros padres la alababan. ¡Estaban tan orgullosos de tener una bruja en la familia! —Petunia coge aire para una pequeña pausa, pero es de tan solo un segundo—. Luego conoció a este Potter en el colegio y, nada más salir, tuvo a la mocosa y luego te tuvieron a ti, los dos tan anormales como ellos. Por suerte se llevaron a la mocosa la noche de la explosión y solo tuvimos que quedarnos contigo.

— ¿Explosión? —grita Harry y Atria casi se cae al suelo—. ¡Me habíais dicho que habían muerto en un accidente de coche! ¡Los tres!

— ¿Accidente de coche? —chilla Atria, furiosa. No solo le habían mentido, también le habían dicho que ella estaba muerta—.¿¡Le habíais dicho que estaba muerta!?

— ¿Cómo iban a morir James y Lily Potter en un accidente de coche? —grita Hagrid, poniéndose de pie y mandando al rincón a los Dursley de nuevo—. ¡Eso es un ultraje! ¡Un escándalo! ¡Y decirle que su hermana mayor estaba muerta! ¡Que Harry Potter no conozca su propia historia cuando todos los niños de nuestro mundo lo hacen!

— Pero ¿por qué? ¿Qué sucedió? —pregunta Harry, ansioso. Quiere que se lo digan ya, de forma directa. Quieren que le digan que no está tan solo como pensaba.

— Dumbledore me aviso de que esto iba a ser difícil, pero no me imaginaba cuando —murmura Hagrid, sentándose de nuevo y le hace un gesto a Atria—. Menos mal que te he traído porque no me corresponde a mi contárselo, pero no puede ir sin saberlo.

— Sabes que yo no sé casi nada, Hagrid —le dice Atria y el asiente, solo la necesita para que le explique donde estaba ella y, bueno, para que diga su nombre.

— Comienza con... bueno, una persona... no puedo creerme que no conozcas su nombre, todos en nuestro mundo lo saben...

— ¿Quién?

— No puedo decir su nombre, nadie lo hace —Atria carraspea, y Hagrid pone los ojos en blanco. Por supuesto que ella lo hace.

— ¿Cómo se llama?

— Gárgolas galopantes, Harry, la gente todavía tiene miedo, no puedo... Bueno, ese mago se volvió malo, lo más malo que puedas imaginar. No, peor aún. Su nombre era... era...

— ¿Quieres escribirlo? —le ofrece Harry, pero Hagrid niega y mira a Atria, que suspira.

— Es solo un nombre, Hagrid, como cualquier otro —le dice, pero él niega y ella suspira—. Se llamaba Voldemort.

— No lo repitas más, me da escalofríos —dice Hagrid, que con un asentimiento le da las gracias a Atria—. Bueno, sigamos, este mago hace unos veinte años empezó a buscar seguidores. Lo consiguió, claro, algunos querían poder y otros solo le tenían miedo, pero funcionó. Este mago iba teniendo más y más poder cada día, el mundo mágico estaba en completa oscuridad porque se estaba apoderando de todo. Uno de los pocos lugares seguros era Hogwarts, gracias a Dumbledore, por supuesto, Quien-tú-sabes le temía, así que no se atrevía a apoderarse del colegio. Lily y James eran la mejor bruja y el mejor mago que he conocido nunca; en su época de Hogwarts eran los primeros. Intentó unirlos a su causa, pero se negaron así que, en un intento de quitarlos del medio, la noche de Halloween de hace diez años fue a vuestra casa. Atria tenía dos años, tú tenías uno y... y...

— Yo no estaba esa noche en casa —Atria se apresura a continuar la historia ya que Hagrid tiene que sacar un gran pañuelo de su bolsillo porque empieza a llorar—. Estaba pidiendo caramelos en un pueblo muggle cercano con... bueno, unos amigos de papá y mamá. Fue lo que me salvó la vida esa noche. Cuando volvimos... cuando lo hicimos la casa estaba... estaba...

— Lo siento, Atria, ya sigo yo —dice Hagrid, dándole unas palmadas en el hombro a la chica, que sonríe tristemente y se frota los ojos con fuerza—. Es tan triste, vuestros padres eran las mejores personas que podrías encontrar y... Quien-Tú-Sabes los mató. Sin más. Si Atria hubiera estado esa noche allí también lo habría intentado con ella y probablemente lo hubiera conseguido. Y contigo también lo intentó, por supuesto, pero como puedes ver no lo consiguió. Nadie sabe muy bien que pasó esa noche, suponemos que quería hacer un trabajo limpio y acabar con todos los que estaban en la casa o quizá solo era matar por matar. ¿Nunca te has preguntado por qué tienes esa cicatriz en la frente? La hizo una maldición realmente poderosa, fue la que terminó con vuestros padres, pero no pudo contigo. Esa maldición acabó con multitud de los mejores magos de la época, pero no pudo contigo, Harry, con un bebé de tan solo un año.

Atria puede ver la mirada de Harry, perdida. Ella tiene algunos recuerdos de cuando eran bebés y, espera, que Harry no recuerde nada de la maldición ni de la muerte de sus padres.

— Yo te saqué de las ruinas, por Orden de Dumbledore. Te llevé con esta gente...

— ¡Tonterías! —grita Vernon y Atria y Harry dan un respingo en su sitio. Ambos se habían olvidado de que sus tíos seguían ahí—. Ahora escucha esto, chico, acepto haya algo extraño en ti, pero no hay nada que unos buenos golpes no puedan curar. Tus padres eran raros, pero el mundo está mucho mejor sin ellos. Se lo buscaron, al mezclarse con todos esos brujos.

— ¿Qué se lo buscaron? ¿Quieres acabar sin manta también? —chilla Atria y Hagrid consigue frenarla para que no saque la varita delante de ellos, pero él sí que saca su paraguas rosa.

— Le estoy avisando, Dursley, una palabra más y... —la amenaza parece surgir efecto ya que Vernon vuelve a la pared y Atria acepta volver a sentarse, de mala gana, en el suelo.

— ¿Qué sucedió con Vol-, perdón, Quién-Tú-Sabes? —Harry se corrige y a Atria le entra una pequeña risa al ver que a Hagrid le había entrado un escalofrío con tan solo una sílaba de nombre.

— Nadie lo sabe, Harry, desapareció esa noche —le dice Hagrid, ya más tranquilo—. Eso te hizo aún más famoso, claro, porque se estaba haciendo más fuerte y poderoso. Algunos creen que murió, otros que está escondido, esperando el momento, pero yo no me lo creo. La mayoría creemos que está escondido en alguna parte, demasiado débil para volver.

El silencio vuelve a la cabaña y Atria empieza a mover el pie de forma nerviosa. No le gustan mucho los silencios ni las explicaciones largas que ya conoce —por eso se aburre tanto en clase de pociones— y empieza a mirar el fuego mientras que de fondo oye la conversación. Harry no cree poder ser un mago, Hagrid se ríe y ella también lo hace. Hagrid le explica las cosas raras que siempre sucedían a su alrededor eran por la magia y Vernon insiste en que no va a ir. Entonces es cuando insulta a Dumbledore y hasta Atria se levanta, enfadada. Sí, tiene sus diferencias con el director, sobre todo por esa parte en la que Harry tiene que estar con su tío, pero los únicos que pueden insultar a Dumbledore son ella y Remus para quejarse de que Harry tenga que estar con los muggles. Esta vez Atria no oculta la varita, apunta a su tío sin ningún miedo, al igual que lo hace Hagrid con su paraguas.

— NUNCA... —empieza a gritar Hagrid— INSULTE A ALBUS DUMBLEDORE EN MI PRESENCIA.

Su paraguas se mueve a la misma velocidad que la varita de Atria. La manta de Vernon pasa a estar en sus tobillos mientras que él grita y Dudley también lo hace porque le ha alcanzado una luz de color violeta. Atria se fijó en que a su primo le había salido una pequeña cola de cerdo que asomaba por los pantalones y no pudo evitar empezar a reír sin control.

— No debería enfadarme —dice Hagrid, tirándose de la barba y luego le da un golpecito a Atria para que esta esconda su varita—. Quería convertirlo en cerdo, pero parece ser que, se parece tanto a un cerdo que no es posible hacer nada más cercano —mira de nuevo a Harry y luego suspira—. Te agradecería que no mencionaras nada de esto en Hogwarts, yo... bueno, no tengo permitido hacer magia y solo tenía un permiso especial para hacerte llegar las cartas e ir a por ti y... bueno, Atria tampoco tendría que estar aquí, pero no podía...

— A mí nadie me ha visto —dice ella, sonriendo de oreja a oreja y tumbándose en el suelo tranquilamente.

— ¿Por qué no debería estar aquí? ¿Por qué no puedes hacer magia?

— Porque tendría que estar en casa y porque me expulsaron de Hogwarts —le responde Hagrid y Harry entiende que es mejor no preguntar más por esa noche—. Me partieron la varita en dos en mi tercer año. Dumbledore me dejó quedarme como guardabosques, es un gran hombre.

— Nunca me has contado porqué te expulsaron, Hagrid —le dice Atria, y el gran hombre niega.

— Vamos, se está haciendo tarde, a dormir, los dos. Tenemos que ir a la ciudad a conseguir los libros y demás cosas —dice Hagrid y se quita su gran abrigo para ponérselo a los dos hermanos—. Si algo se mueve es porque todavía tengo lirones en los bolsillos, pero bueno, al menos estaréis calientes. No, Atria, no puedes quedarte un lirón.

— Soy responsable, de verdad, puedo tener mascota —dice ella, cruzándose de brazos bajo el abrigo, pero de poco sirve porque Hagrid ya ni siquiera la mira. Así que mira a su hermano pequeño—. ¿Nos vamos a dormir entonces?

Y el pequeño asiente. El abrigo de Hagrid les está tan grande que no hay ningún problema para que los dos se tumben bien cómodos y se tapen sin problemas. Atria duerme bastante bien y, a diferencia de otros días, se despierta sin problemas y bastante pronto. Hagrid seguía dormido, al igual que Harry. El sol entra por las ventanas y Atria no puede evitar sonreír y salir para observar el paisaje. A los pocos minutos aparece una pequeña lechuza que lleva El Profeta y decide volver a entrar para ver si Hagrid lleva algo de dinero encima para pagarla porque ella solo lleva algunos galeones y sickles y la lechuza no tiene pinta de tener cambio. Así que entra y se choca con Harry, que está rebuscando en los bolsillos hasta que encuentra el dinero.

— Dale cinco knuts —dice Hagrid y Atria se ríe cuando ve a Harry confuso.

— Estas —le dice, cogiendo las de bronce y dándoselas a la lechuza.

— Vamos, tenemos que darnos prisa, hay que ir hasta Londres para comprarte todas las cosas del colegio —dice Hagrid, levantándose por fin del sofá.

Todavía tardan un poco en ponerse en marcha porque resultaba que Harry tampoco sabía que tenían dinero. ¿Cómo iban a vivir si no ella y Remus? ¿Del aire? Sí, están los libros de Remus, pero el oficio de escritor con pseudónimo no da muchos beneficios. Aunque claro, Harry no sabía nada de eso. Tampoco sabía que hay un Ministerio de Magia, que hay que estar loco para intentar robar en Gringotts y seguramente mil cosas más. Al menos el viaje en la barca se les hace relativamente corto. Cuando llegan al pueblo muggle Harry y Atria se ocupan de comprar los billetes para Londres y, en cuanto están en el tren, Hagrid empieza a tejer una gran capa amarilla. Acaba recordándole a Harry que saque su carta de Hogwarts para ver el material escolar y, por supuesto, pregunta dónde van a comprar todo eso.

Atria nunca ha entrado al Caldero Chorreante por la entrada muggle, así que lo mira todo maravillada. Ella siempre va directamente desde la parte mágica, así que solo puede mirar. Mirar y aburrirse porque no tardan en reconocer a su hermano y todo el mundo quiere saludarle.

— Hola, profesor Quirrell —dice Atria al profesor del colegio, que asiente, tembloroso. Atria sabe que le tiene miedo porque es amiga de los gemelos y suelen causar muchos problemas los tres juntos, así que no le tiene en cuenta su actitud temblorosa cuando está cerca. Aunque en esos momentos parece que tiembla aún más de lo que tiembla en el colegio, quizá su miedo a los vampiros se ha incrementado durante ese mes de verano.

Por supuesto las conversaciones se alargan y Atria empieza a aburrirse. Al final consigue tirar de Hagrid para que se vayan de una vez y, por fin, entran al Callejón Diagon.

— Primero a Gringotts —dice Hagrid y Atria niega.

— Os espero fuera, voy a aprovechar para ir comprando mis cosas, ya llevo dinero y la carta en el bolsillo, ¿nos vemos en Ollivander's? —Hagrid asiente y Atria sonríe.

Casi le falta tiempo para ir a comprar sus libros y luego sale disparada hacia Gambles y Japes. Tenía que comprar cosas para los gemelos y para ella para poder seguir con las bromas. Luego pasó por el boticario para comprar distintos ingredientes para pociones —incluidos los que Remus le tenía prohibido comprar por ser altamente explosivos— y, finalmente, paró delante de la tienda de artículos de quidditch. La nimbus 2000 estaba en el escaparate, pero ella la ignoró. Sí, era preciosa, pero la barredora seis que tenía no se podía sustituir, había sido un regalo de Remus cuando cumplió nueve años y no pensaba cambiarla por nada del mundo. Buscó un pequeño peluche de una snitch y pidió que lo envolvieran para regalo. A Harry de pequeño le gustaban las snitch, solo esperaba que, ahora, también lo hicieran.

Cuando llegó a Ollivander's Harry ya había comprado su varita y ahora también tenía una lechuza. Atria sonrió y la acarició, pero no dijo nada. Se había perdido la elección de la varita de su hermano, todo porque se había entretenido por el camino.

Ella no volvió a decir nada mientras que avanzaban por el callejón Diagon y luego salieron a la zona muggle, caminando hasta la estación de Paddington. Hagrid compró dos hamburguesas y Atria se comió la suya, en silencio mientras que miraba a la gente. No solía salir al mundo muggle, solo con Remus cuando tenían que ir a comprar algo al supermercado o porque se les había roto un electrodoméstico, así que aprovechaba para estar pendiente de todo lo que podía. Escuchó como Harry dudaba de que fuera especial y le dio un trago a la bebida y luego miró a su hermano.

— Acabas de descubrir la magia, es normal que dudes, pero estoy segura de que vas a ser de los mejores —le dice ella, sonriendo— y si no tengo algo que te puede ayudar a sobresalir.

— ¡Atria! —la regaña Hagrid y ella solo sonríe de oreja a oreja.

— No he hecho nada. Todavía —le dice ella.

— Lo que dice tu hermana es verdad, eres un principiante, pero aprenderás —le dice, mirando de reojo a Atria, que juega con la pajita de su refresco—. Disfrutarás de Hogwarts, ya verás. Todos lo hacen. Además, Atria estará allí y yo también, así que no estarás solo.

— De todos modos, harás amigos rápido, es lo mejor de Hogwarts —añade Atria, intentando que suene mejor que lo que ha dicho Hagrid—. Y si no te presentaré a los míos, estoy segura de que te van a caer muy bien.

— Bueno, basta de cháchara, tienes que coger el tren de vuelta a tu casa —dice Hagrid, levantándose de la silla y luego le tiende a Harry un sobre—. Ese es tu billete para Hogwarts. Uno de septiembre en King's Cross, está todo en el billete. Nos veremos allí, Harry. Cualquier problema con los Dursley escribe, tu lechuza sabrá encontrarme.

— Oh, y escríbeme a mí también, tenemos mucho de qué hablar —le dice Atria, sonriendo. Hagrid ayuda a Harry a subir al tren con todas sus cosas y, en el último momento, Atria le da el regalo a Harry—. No es mucho, pero espero que te guste.

No le da tiempo a decir nada más. El tren arranca y Hagrid la pone una mano en el hombro. Quiere quedarse en la estación hasta que el tren desaparezca, pero Hagrid realiza una desaparición conjunta y, de golpe, están en la puerta de su casa. Y Remus tiene dos cartas en la mano, está cruzado de brazos y no parece que le haga mucha gracia.

— Te prometo que era necesario —le dice ella rápidamente y Hagrid asiente rápidamente—. Las dos veces.

— Esos Dursley son insoportables —añade y luego se aleja de Atria—. Bueno, me marcho ya a Hogwarts, nos vemos en septiembre, Atria.

— Adiós, Hagrid —dice Remus, sin apartar la mirada de su ahijada. Y luego suspira—. ¿Qué tal con tu hermano?

— ¡Le habían dicho que estaba muerta! —chilla ella, y entra a la casa de golpe para ir directa hacia la nevera y saca una naranja. Acababa de cenar, pero no podía evitar querer comer algo más, sobre todo porque había decidido prescindir del helado y ahora se arrepentía—. ¿Te lo puedes creer? ¡Qué estaba muerta! Además, no le habían contado nada, Harry ni siquiera sabía que era un mago. Ah, y le habían dicho que mamá y papá habían muerto en un accidente de coche, ¿te lo puedes creer, Moony? ¡Tenía que hechizarles!

— ¿Qué utilizaste?

— Fred y George me dieron la idea, es realmente estúpido, pero te baja los pantalones hasta los tobillos y luego no te los puedes volver a subir nunca más —dice Atria, sonriendo y Remus niega. La verdad es que es ingenioso—. Tengo el contrahechizo, por supuesto, pero no pienso decírselo, tendrá que tirar los pantalones. Y la manta.

— Tienes suerte que crean que es magia accidental y no que sea adrede —le dice Remus, y ella sonríe.

— Por eso creo hechizos tan tontos, ¿no soy brillante?

— Y modesta, igual que tu padre.

Atria se ríe y Remus al final lo acaba haciendo también. Se supone que tiene que regañarla, pero han mentido al niño durante años. Y el Ministerio tampoco va a hacer nada, así que no hay mucho problema.

— Cuéntame tu día.

Y Atria se lo cuenta. Le habla de cómo es Harry, de lo perdido que estaba y lo que sabía en realidad. A Remus le parte el corazón darse cuenta de cómo lo están tratando los muggles, pero mira a Atria y piensa que, al menos, la ha podido salvar a ella de ese terror. Atria acaba quedándose dormida en el sofá, realmente cansada de haber pasado todo el día fuera y Remus la lleva en brazos hasta su habitación. Al día siguiente, como siempre, ella baja como un torbellino, desayuna y vuelve a subir corriendo para luego bajar.

— Tengo que pedirles a los Weasley su lechuza ya que nosotros no tenemos una —le dice, acercándose a la chimenea y cogiendo un puñado de polvos flu— porque alguien piensa que no soy lo suficientemente responsable.

— Y no lo eres, te hechizaste a ti misma perdiendo la memoria y conseguiste que un gnomo prefiriera ser cocinado antes que pasar un solo día más contigo —le dice Remus y ella hincha sus mofletes y se mete dentro de la chimenea—. Pásalo bien.

— Lo del gnomo pasó cuando tenía dos años, Remus. ¡La Madriguera!

La red flu hace su trabajo y Atria sale de la chimenea, tosiendo un poco porque le ha entrado ceniza en la boca, como siempre.

— ¿Vienes a desayunar, cariño? —le pregunta la señora Weasley, ofreciéndola un vaso de agua, pero ella niega.

— Ayer vi a Harry —le dice, sonriendo. La señora Weasley puede ver el brillo en los ojos de la niña y sonríe. Cuando se acaba el vaso de agua la señora Weasley la abraza fuertemente.

— ¡Eso es maravilloso, cariño! Cuéntame, ¿cómo es?

— Como yo, pero en chico —dice ella, sonriendo—. Ah, y lleva gafas siempre, creo que no ve bien de lejos. Hagrid casi no me dejó hablar con él así que venía a pediros a Errol porque no creo que me escriba si no lo hago yo primero, creo que le dará vergüenza.

— Por supuesto, cariño, debe de estar fuera, con la lechuza nueva de Percy. ¿Te vas a quedar a comer? Puedes ir a buscar a Remus si quieres.

— Oh, no, Molly, no me quedo, tengo que hacer deberes, todavía no he empezado —dice ella, sonriendo y la señora Weasley asiente.

— ¿Te llevarías a Fred y George para que los hagan? Creo que si no llegarán a Hogwarts con los deberes a medias.

— ¡Ya los hemos terminado! —ambos bajan las escaleras corriendo, habiendo oído a Atria desde el piso de arriba.

— Tienes muy mal concepto de nosotros, mamá —dice Fred y se acerca para levantar a Atria del suelo.

— La irresponsable es Atria, no nosotros —dice George, que también la levanta del suelo cuando Fred la deja.

— No soy un saco, ¿sabéis? Si queréis hacer ejercicio jugad al quidditch, no me levantéis —dice ella y, como respuesta, los gemelos la vuelven a coger. Esta vez la agarran ambos por la cintura y le han pasado los brazos por sus cuellos, así que no tienen problema en levantarla y dejarla así—. Llevadme con Errol, lacayos.

— ¿Para qué quieres a Errol? ¿No hablaste con Leah hace tres días?

— Y no olvides que habló con Julie hace cuatro, Ciara seis y Beth ocho —añade George a la pregunta de su hermano y Atria se ríe.

— ¿Celosos de que yo pueda escribir a alguien más que no sea Lee?

— Que sepas que Angelina me escribió ayer —dice Fred y le saca la lengua.

— Y a mi Alicia.

— Dejadme adivinar, os han escrito a los dos, una carta entre ambas porque están juntas en casa de Alicia—dice ella y los gemelos la bajan rápidamente al suelo.

— No es justo que hables tanto con nuestras amigas, las conocimos primero, Potter —dice Fred, cruzándose de brazos y Atria le saca la lengua.

— ¿A quién quieres escribir? —le pregunta George y la cara de Atria cambia completamente.

— ¡A Harry! —chilla ella y abraza rápidamente a los gemelos—. ¡Hagrid me llevó a verle ayer! Pero no digáis nada, se supone que no podía ir.

La señora Weasley sonríe al ver a Atria hablar con los gemelos, feliz. Sabía que lo había pasado mal y, parecía, que la reunión con su hermano había ido bastante bien. No dejaba de contarles a los gemelos todo lo que había hecho y, al final, los tres se fueron a buscar a Errol para que entregara la carta. La pobre lechuza los miró, desesperada, pero los gemelos la obligaron a volar.

Atria volvió a casa y, tranquilamente, se fue a hacer sus deberes, tal y como le había dicho a la señora Weasley que iba a hacer. Había quedado con los gemelos para entrenar como cazadora. Ese año pensaba entrar en el equipo, Angelina y Alicia ya estaban dentro, al igual que Fred y George, así que ella también tenía que entrar. Había dos puestos libres, cazador y buscador y Atria prefería ser cazadora, como lo había sido su padre, aunque tampoco le iba a importar si tenía que jugar como buscadora.

Atria pasó el resto del verano escribiendo a Harry —hablaban, sobre todo, de tonterías muggles que Atria no conocía y Harry le explicaba, además de que intentaba contarle un poco como era Hogwarts, pero manteniendo el misterio que envolvía al castillo— y jugando al quidditch con los gemelos. También pasó un día en casa de las primas O'Brien y otro en casa de Katie. Además, el día de su cumpleaños lo celebró en La Madriguera, con los gemelos y todos sus amigos. Angelina, Alicia, Lee, Katie, Leah, Julie, Ciara y Beth habían ido hasta allí solo para darle una pequeña fiesta sorpresa y Atria lo pasó estupendamente. Tanto que, al día siguiente, se quedó dormida.

— ¡Moony, llego tarde! —chilló Atria a las diez y media de la mañana, levantándose de la cama y cayéndose al suelo de cabeza. Guardó las pocas cosas que había dejado fuera en el baúl y lo arrastró hasta la planta de abajo, pero Remus no estaba en ningún lugar—. ¡Lupin, vamos, que llego tarde!

Pero Remus no contestaba porque se había quedado dormido, como Atria. Así que ella subió corriendo de nuevo por las escaleras —y casi se cae de boca de nuevo— y saltó sobre su cama.

— Moony, son casi las once, voy a llegar tarde, vamos, tienes que llevarme —empieza a decir mientras le sacude sin parar y, al final, parece que funciona.

— Ya voy, vete a desayunar, nos desapareceremos —gruñe y Atria baja de nuevo las escaleras. Se hubiera quedado dormido si no fuera por el golpe que oyó, que le hizo levantarse de la cama y salir corriendo hacia las escaleras.

— ¡Estoy bien! —le dice Atria, levantándose del suelo y sacudiéndose los pantalones.

— Me vas a matar de un infarto.

Atria sonríe y va a la cocina para coger algo rápido de desayuno. Encuentra una magdalena que tiene una pinta bastante decente —llevaba olvidada en el armario cerca de una semana— y se toma un vaso de leche mientras se la come. Coge de la nevera los cuatro sándwiches que preparó la noche anterior entre bostezos y los mete en su pequeña mochila justo cuando Remus baja las escaleras.

— ¿Lista?

— Sí, venga, faltan diez minutos, al final llego tarde —se queja ella.

— Haberte puesto un despertador.

— Tú eres el adulto, no tendría que preocuparme por esas cosas.

— Tú eres la que va a Hogwarts, deberías preocuparte por esas cosas.

Con el baúl en una mano y Atria en la otra Remus se aparece en un callejón que está bastante cerca de la estación. Luego conjura un carrito de King's Cross y pone el baúl de Atria sobre él. A ella le falta tiempo para salir corriendo hacia la estación, gritando adiós a Remus mientras corre. Vuelve a mirar el reloj de su muñeca y ve como faltan apenas cinco minutos. Los muggles a su alrededor la miran con curiosidad, pero ella les ignora y sigue corriendo. Atraviesa la barrera en la carrera y solo respira aliviada cuando ve que faltan todavía tres minutos para que salga el tren. Atria empieza a andar deprisa, en lugar de correr hasta que casi se choca con Ginny.

— Por fin llegas, esta vez te has superado —le dice Ginny sonriendo y luego se acerca a ella, susurrando—. Fred y George ya han visto a Harry.

— ¿Dónde está?

— En el tren, obviamente —le dice Fred, que coge su baúl con la ayuda de George—. Venga, vamos, tenemos que colocar esto en nuestro compartimento, además, Lee tiene una tarántula.

— Ahora te llevamos a ver a Harry —le dice George, sonriendo y Atria asiente.

Abraza rápidamente a la señora Weasley y a Ginny y se sube al tren junto a los gemelos, justo a tiempo porque suena el silbato del tren. Se despiden de ambas por la ventana, junto a Ron, que no tarda en avanzar en sentido contrario a ellos.

— Deja el baúl aquí, ahora venimos a por él, primero a ver a tu hermano— dice Fred, cogiéndola de la mano y tira de ella hasta llegar al vagón donde está Harry, que asiente cuando Ron le pregunta si los asientos están vacíos.

— Eh, Ron —dice Fred y él le mira. Atria sigue escondida, sin atreverse a asomarse al compartimento—. Nosotros nos vamos a la mitad del tren, Lee tiene una tarántula gigante y queremos verla.

— De acuerdo —murmura Ron y a Atria le entra risa porque nota que está terriblemente nervioso.

— Harry —dice George y el pequeño le mira, con curiosidad—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley, ese es nuestro hermano Ron. Y esta —en ese momento Fred decide empujarla hacia la puerta del compartimento, dejándola a la vista de Harry y ella sonríe— es Atria, aunque creo que ya la conoces, ¿no?

— Quizá —dice Harry, que también sonríe.

— Si quieres algo estaré con ellos, son los amigos de los que te hable —dice Atria, sonriendo y Harry asiente.

— ¿Le has hablado de nosotros? —dice George.

— Qué bonito, ya le cuenta cosas de nosotros a su hermanito —termina Fred y Atria golpea a ambos.

— Sois estúpidos —les dice, riéndose y los gemelos también ríen—. Nos vemos en Hogwarts, Harry.

— Hasta luego —añaden los gemelos cuando Atria empieza a empujarles para que salgan.

El viaje para Atria es realmente distinto al de Harry. Mientras que ella juega con la nueva araña de Lee —que a mitad del camino sale volando por la ventana y todos se quedan terriblemente decepcionados— Harry empieza a conocer más, tanto de su hermana como del mundo mágico. Descubre que conoce a los Weasley desde que era pequeña y que se queda con ellos varias veces al mes porque el padre de la persona que la cuida —Atria había dejado muy claro a todos los Weasley que iban a Hogwarts que no podían mencionar a Remus bajo ningún concepto o decir que vivía con su padrino o acabaría con ellos y todos asintieron, sabiendo que era capaz de hacerles la vida imposible con sus bromas— estaba realmente enfermo. Harry también se enteró de que su cumpleaños había sido el día anterior y que tan solo se llevaban once meses. Además de que era muy amiga de los gemelos y de que estaba en Gryffindor. Eran cosas que debería haberle preguntado a Atria, pero estaba demasiado distraído pensando en que por fin había alguien que le hacía caso y, como ella solo daba detalles superficiales de Hogwarts, no se atrevía a preguntar. ¿Y si ella no le había contado más porque no le quería? ¿Y si en realidad pensaba que era tonto? ¿Y si no le quería como hermano porque ya tenía a los Weasley?

Cuando llegaron a la estación de Hogsmeade Atria saludó a Harry desde la distancia y se fue a los carruajes con todos sus amigos mientras que Harry iba en los botes con el resto de los niños de primero. Como las carrozas eran de cinco personas acabaron dividiéndose en varios grupos. Fred, George, Lee, Angelina y Alicia fueron en una; Katie, Leah y Atria en otra y Ciara, Beth y Julie se fueron cada una en una con sus amigas de sus casas ya que el viaje en tren lo habían pasado todos juntos.

En cuanto llegaron Atria empezó a dar saltitos en su sitio y los gemelos tuvieron que sujetarla para que se estuviera quieta. Cuando entraron, por fin, los niños de primero, lo único que Atria podía hacer era mirar a Harry, que parecía estar a punto de desmayarse de los nervios. Cuando le llamaron oyó los murmullos, por supuesto, y empezó a morderse las uñas cuando vio que no le seleccionaban. Fred se dio cuenta y tuvo que sujetarla las manos antes de que se quedara sin uñas. Y, por fin, el Sombrero Seleccionador, habló:

— ¡GRYFFINDOR!

Es incluso más ruidoso que con ella el año anterior. Los gemelos empiezan a saltar y a gritar "¡Tenemos al otro Potter! ¡Tenemos al otro Potter!". Cuando todo consiguió calmarse saludó a Harry, orgullosa de tener a su hermano pequeño con ella en la misma casa y lo vio como la mejor oportunidad de sus vidas parar recuperar todo el tiempo perdido.

La ceremonia terminó con Ron como último elegido para Gryffindor —todos lo festejaron— y Atria no llegó a escuchar a que casa iba el tal Blaise Zabini porque no podía dejar de felicitar a Harry y a Ron por haber entrado en Gryffindor. Y empezó el banquete.

Atria consiguió escabullirse por debajo de la mesa un par de veces, cambiando entre Harry y los gemelos para hablar con ambos a la vez. Más de una vez le consiguió asustar y Ron le advirtió de que ella era así, con todos. Acto seguido Atria le asustó a él y cuando volvió con los gemelos se dio cuenta de que, lo que le pasaba a su hermana era que ella tampoco sabía cómo acercarse a él.

Harry escuchó el discurso de Dumbledore y, cuando anunció que el pasillo del tercer piso estaba prohibido, no pudo evitar mirar a Atria mientras que hablaba con Percy. Ella estaba hablando con los gemelos y a los tres les brillaba los ojos ante la emoción que suponía ese pasillo del tercer piso. Entonces Dumbledore dijo que iban a cantar la canción del colegio y todos empezaron a hacerlo, cada uno al ritmo que quería. Cuando acabó solo los gemelos Weasley y Atria seguían cantando, los tres con la melodía de una marcha fúnebre. Dumbledore les dirigió a los tres con la varita, que en lugar de esconderse empezaron a cantar aún más alto y, cuando terminaron, se pusieron de pie en los bancos e hicieron varias reverencias ante los aplausos de sus compañeros. Ahora sí que empezaba el nuevo curso.

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Hola que Taylor ha sacado CD adios.

Es broma vengo a anunciar mi boda con ese album y poco más no sé que decir jajajajajajajajajajajajajajaja Ah sí, que a lo mejor la semana que viene subo dos capítulos porque el viernes es el cumple de Harry (y Umbrella Academy season 2 o sea las ganas que tengo??????) y hay que celebrar que el niño que sobrevivió cumple añitos yasssssss

Que más... que más... sinceramente no sé jajajaja que menudo capítulo, o sea, larguísimo y mis niños están juntitos (más o menos, están en ello vale? muchos años sin verse los quiero mucho)

Mil gracias por leer y comentar y votar porque esta historia esta subiendo como la espuma y estoy flipando porque es una locura de verdad ♥♥♥♥♥♥♥

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