Capítulo 60: Siento haber tardado tanto tiempo
Atria no se movió de la enfermería en todo el domingo. Cuando se despertó y vio que Katie no estaba allí preguntó por ella a Madame Pomfrey y, en cuanto la enfermera le aclaró que estaba en San Mungo, Atria se tumbó en la cama, de espaldas a la puerta, y no se movió de allí en todo el día. Cuando entraba alguien cerraba los ojos rápidamente para fingir que estaba dormida y solía funcionar, la gente se iba, pero a veces ella también se quedaba dormida y despertaba poco después, como si Katie estuviera gritando todavía en la cama de al lado.
Madame Pomfrey la dejó quedarse el domingo y no dijo nada cuando vio que el lunes seguía sin moverse de la cama, pero por la noche acabó echándola de la enfermería y le advirtió que, como no fuera a clase el martes, tendría que contárselo a la profesora McGonagall. Así que Atria suspiró y volvió a ir a clase.
La gente preguntaba por Katie y qué le había pasado y a Atria no le hacía ninguna gracia responder, así que a todo aquel que preguntaba, lo hechizaba sin más. Por supuesto, se ganó un castigo por parte de Snape, pero tampoco le importaba mucho porque ni siquiera fue al castigo, con lo que se ganó más castigos y le contestó al profesor un "vete a la mierda" que acabó con otra semana más de castigos a los que pasaba olímpicamente de ir. Como aquella noche, que se suponía que tenía que estar haciendo copias en el despacho de Snape, pero estaba en la sala común de Gryffindor.
Que el murciélago dijera lo que le daba la gana, ella no iba a ir a un montón de castigos estúpidos por muchos puntos que le bajase a Gryffindor cada vez que no aparecía por allí.
— Hola —un murmullo la sacó de la hoja de papel en la que estaba trabajando. Le gustaba aprender, pero no estudiar, todo eso era por Katie, para que cuando volviera, pudiera tener unos apuntes en condiciones.
— Hola, Harry.
Atria se quitó las gafas y se frotó los ojos con fuerza, para después devolver las gafas a su sitio. Harry nunca había visto a Atria con aspecto tan cansado. El pelo corto no le llegaba para hacerse un moño completo, así que su hermana se recogía lo que podía, dejando el resto suelto y bastante revuelto, probablemente porque tenía a su micropuff jugando en su pelo. Tampoco la veía mucho con las gafas, lo cual probaba lo poco que, en general, estaba con Atria.
— ¿Quieres ver el libro?
Hermione lo había pensado, que quizá que Atria examinase el libro del Príncipe Mestizo la animaba un poco, y cuando Atria asintió Harry sonrió. Iban por buen camino.
O, al menos, eso parecía hasta que Atria empezó a bufar al leer las instrucciones.
— Menuda copia más descarada de los apuntes del abuelo han hecho —dice, según va pasando las páginas. En algunas frunce el ceño y acerca más la cara al libro, en otras pone cara de asco y, en algunas de ellas, se ríe—. No sé de quién será, pero madre mía, que cara tiene de poner estas anotaciones.
— Al final del libro pone que es propiedad de El Príncipe Mestizo —dice Harry y a Atria se le escapa una carcajada.
— ¿Quién se pone ese apodo? Madre mía, tiene que ser alguien lamentable —dice mientras que pasa las páginas hasta el final. El problema está en que ese nombre le suena de algo—. Me da hasta pena, creo que ha robado todos estos apuntes, en los cuadernos de mamá hay notas similares escritas por papá y, por lo que me ha contado Remus, era muy dado a compartirlas en clases de pociones a gritos.
— ¿Crees que es de papá? —pregunta Harry y Atria niega.
— Esa no es su letra, además, Cornamenta, ¿recuerdas? Papá era un pringado que adoraba jugar con su pelo, pero ni siquiera él era tan lamentable como este Príncipe —la burla en el tono de Atria hace que Harry se ría—. Tengo dos teorías, el libro puede ser de alguien que iba a clase con el abuelo y, observándole, copio todo.
— ¿No crees que el abuelo vino a Hogwarts hace demasiado?
— ¿Cada cuánto te crees que cambian los libros? Como mucho una vez al siglo, aquí no se actualizan, ¡qué escribes con pluma, Harry! Los muggles tienen bolígrafos, espabila.
— A veces creo que odias Hogwarts —responde su hermano y ella solo se encoge de hombros.
— Tengo mis dudas con algunos de sus métodos de enseñanza y con todo eso de la estética, somos magos de casi el siglo veintiuno, no necesitamos velas, pergaminos y plumas.
— ¿Y tu otra teoría?
— Alguien que iba al mismo curso que papá y copió todo lo que iba diciendo en voz alta —responde ella inmediatamente—. Le preguntaré a Remus en Navidades si conoce a ese Príncipe Mestizo.
— ¿Vas a ir en Navidades con él? Pensaba que irías con Fred —no quiere que el tono suene acusador, pero la verdad es que lo suena y Atria niega.
— La idea es ir con Remus, ahora bien, si él decide mandarme con mi novio yo no me voy a quejar, ¿sabes?
A Atria se le escapa un bostezo y Harry no tarda en recoger todas sus cosas y luego ponerla de pie.
— Venga, tienes que dormir.
— Tu eres el pequeño, no tienes que cuidar de mi.
— Sí, sí, lo que tu digas.
No es la única noche que pasan en la sala común, los dos hablando sobre James y Lily o sobre el equipo de quidditch o el libro de pociones. Cuando la sala común se queda vacía los dos hermanos aprovechan para ponerse al día tirados sobre la alfombra frente a la chimenea.
Hasta que llega la noche antes de Halloween.
Atria no sabe cómo decírselo sin desvelar su plan. No quiere que vaya con ella porque es peligroso salir del castillo, aun teniendo la capa de invisibilidad él sigue siendo Harry Potter y los mortífagos quieren acabar con él. Así que le toca mentirle.
— Oye, Harry —acaba diciendo después de un rato de silencio después de una de las anécdotas de los merodeadores.
— ¿Qué pasa?
— Me preguntaba si... podrías dejarme la capa —cierra los ojos, preparándose para la mentira y coge aire—. Mañana quiero salir del castillo para ir a ver a Fred.
— Mañana hay clase, Atria.
— No iba a ir a clase, nunca voy a clase en el día de Halloween.
— Deberías ir a clase, no ir a ver a tu novio.
— Venga, Harry, solo necesito que me dejes la capa y el mapa para poderme mover con libertad por todo el castillo —dice Atria, levantándose del suelo y Harry niega.
— Tienes que ir a clase.
— Si me quedo en Hogwarts no saldré de la cama, Fred se ha ofrecido a hacer el aniversario de la muerte de nuestros padres mucho más distrayente, ¿no puedes dejarlo estar?
No ha mentido en eso, al menos no del todo. Fred se había ofrecido a quedar en Hogsmeade, incluso había hablado con McGonagall para ello y la profesora le había dicho que era una completa locura, pero aún así le había dado un permiso para que, al menos, viniera al castillo. El plan de Fred era utilizar una de las tiendas de campaña de los mundiales en los límites del Bosque Prohibido para pasar el día, pero Atria lo había rechazado, utilizando como excusa a Katie y tomar apuntes para ella. Sorprendentemente, había funcionado, aunque Fred había dicho que, si en cualquier momento le necesitaba, que le llamase. No pensaba hacerlo, iba a estar bien, iba a estar perfectamente.
— Está bien —acaba diciendo Harry y Atria se lanza a abrazarle.
— ¡Gracias! ¿Me lo darías todo ahora? Me quiero ir pronto.
Sorprendentemente Harry se levanta del suelo y va a por la capa y el mapa, aunque cuando vuelve solo deja ambas cosas sobre las piernas de Atria antes de volver a las escaleras y empezar a subirlas.
— ¡Gracias, Harry! —vuelve a decirle y parece que su hermano la oye ya que se da la vuelta y la mira.
— Solo... ten cuidado, ¿sí? —por una vez no lo dice por Fred, pero Atria lo malinterpreta.
— Es solo Fred, ya lo sabes —quizá, para no sentirse tan mal por mentir a Harry, sí que debería hablar con él para que vaya.
— Ya, ya lo sé, no es por él, Atria, ¿has visto cuántas desapariciones hay? El castillo, por mucho que lo niegues, ahora mismo es uno de los lugares más seguros —añade la última parte lo más rápido que puede, sabiendo lo que va a decir su hermana—. Solo ten cuidado, ¿sí? Vigilad vuestras espaldas y... eso.
— Claro que voy a tener cuidado —dice ella, levantándose del suelo y yendo hacia su hermano para darle un abrazo—. Gracias, de verdad.
Le gustaría decirle a dónde va de verdad, pero no puede, lo ha notado en todas las conversaciones por las noches, ha notado las ganas que tiene de verlos y no puede llevarle con él porque no va a ser suficiente para protegerle.
— Hasta mañana, Atria.
— Hasta mañana, Harry.
Lo susurra y Harry asiente antes de empezar a subir hasta el sexto piso, sin mirar atrás. Si sospecha algo no lo demuestra y Atria suspira antes de ir a coger la capa y el mapa para luego ir a su habitación. La habitación se siente demasiado vacía sin Katie y sin Leah, que se había vuelto a ir a dormir con sus primas. Así que Atria estaba a solas en la habitación, lo cual lo hacía todo más sencillo.
No sabe cómo es capaz de dormirse, pero acaba consiguiéndolo y, cuando el reloj suena, solo quiere seguir durmiendo. ¿Por qué había querido levantarse a las siete de la mañana? Ah, sí, para salir cuanto antes del castillo.
No tarda en prepararse y salir de la torre de Gryffindor con la mochila a cuestas y la capa escondida dentro junto con el mapa. Se esconde en uno de los cuartos de baño del quinto piso para ponerse la capa antes de bajar hasta el tercero, donde se asegura varias veces de que todo está despejado antes de abrir la estatua de la bruja tuerta y entrar dentro del pasadizo. Le queda el camino aburrido, llegar hasta la trampilla de Hogsmeade, donde tiene que hacer lo siguiente, lo verdaderamente peligroso, desaparecerse.
— Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo —murmura cerrando los ojos con fuerza—. Puedo hacerlo.
Sabe los puntos donde tiene que aparecerse. Tendrá que hacerlo varias veces porque cruzarse todo Escocia y gran parte de Inglaterra es demasiado, pero no importa, llegará bien y a salvo.
Primero para en un par de pueblos pequeños en los que no hay ni un alma en pie, y cuando llega a Leeds aprovecha para entrar en una cafetería muggle y desayunar algo antes de continuar su viaje hacia el suroeste. Ahí es cuando cambia a ciudades algo más grandes ya que en los mapas que había encontrado siempre había fotos y, ya solo con eso, a Atria le resulta mucho más sencillo desaparecerse. Pasa por Nottingham, Leicester y se desvía un poco hacia el este yendo a Peterborough y a Cambridge, pero desde allí es mucho más sencillo desaparecerse hasta Londres y luego Reading y Southampton. Y cuando llega allí aprovecha para comer algo de nuevo porque, con tanta desaparición, siente que se va a desmayar.
Quizá para un primer viaje había sido demasiado, quizá sí que tenía que avisar a Fred para volver porque en esos momentos no se ve con la fuerza necesaria para hacerlo.
Vuelve a cerrar los ojos cuando se esconde en un callejón detrás de la cafetería donde ha vuelto a comer y se concentra. Solo queda ese y estará allí, en el valle de Godric. Por fin.
La sensación de la desaparición es desagradable otra vez más, pero al menos ya no tiene que repetirlo en varias horas, cuando tenga que volver al colegio para la cena en, aproximadamente, tres horas. Así que se pone en marcha por todo el pueblo.
Quizá es más eficaz hacer un traslador ilegal hasta Hogsmeade que volver a dar todos esos saltos y luego recorrer de nuevo el pasadizo hasta Hogwarts.
Primero visita la casa. No tiene claro si todo el mundo ve las ruinas como las ve ella, pero sí que están las pintadas en el cartel en recuerdo por sus padres.
Sabía que iba a doler, pero no sabía cuánto.
No lo duda cuando entra en la casa en ruinas y entra por la misma puerta que Voldemort entró quince años atrás, donde se encontró con James y lo mató, dejándole tiempo solamente a gritar "¡Lily, coge a Harry y vete! ¡Id a buscar a Atria! ¡Es él! ¡Vete, corre!". No le dio una oportunidad para luchar contra él, ni siquiera le dejó coger la varita.
Atria se queda parada en la cocina y es cuando le empieza a faltar el aire por primera vez. Porque recuerda estar allí, con James, cocinando galletas que luego eran incomestibles porque ella había sido la que había echado los ingredientes en las cantidades que quería y no en las que le decía su padre. Allí había volado con su escoba detrás de Harry, con James persiguiéndoles mientras que Lily estaba sentada en la encimera y no dejaba de reírse al ver como los niños huían de su padre entre risas.
Nopuedeseguirahí.
Sube las escaleras como puede hasta el piso de arriba. Primero ve la habitación de Harry, con la cuna rota, el suelo revuelto y nota como empieza a llorar. Necesita sentarse y lo hace en el suelo, sin saber que ese era el mismo punto donde el cuerpo de Lily estuvo por última vez antes de que Remus lo sacara de la casa para enterrarlo en el cementerio.
Sientequeseahoga.
Tarda unos minutos en recomponerse, los justos para encontrar uno de los viejos peluches de Harry, el perro que representaba a Sirius. Tiene que arrastrarse entre los trozos de techo que han caído en la habitación de su hermano, pero lo hace y consigue el peluche, lleno de polvo y escombros.
Lo guarda en la mochila antes de salir de la habitación de su hermano para ir a la suya.
Sigue igual que la recordaba, con una pared pintada con las manos de ella y de Harry, acompañadas también con las de Lily y James. Los dibujos que había hecho con ceras de colores estaban en el suelo algunos, rotos y mojados, otros en las paredes, casi pegados con ellas. Acaricia las manchas de pintura, pone la mano sobre las huellas de sus padres y acaricia con suavidad la suya propia. Cuando ha cambiado, que poco queda de esa niña de dos años que tenía todo.
Toca todas las huellas, compara su mano con las manos de sus padres y ve como tendría una mano apenas un poco más grande que la de su madre y bastante más pequeña que la de su padre y eso la hace llorar porque nunca va a poder darles la mano nunca más, nunca va a poder hacer esa comparación en la realidad y duele, duele demasiado por eso deja de hacerlo y se vuelve a sentar en el suelo para ver tres huellas más.
Tienen puestos los nombres con una letra infantil que definitivamente es la suya. En la primera se lee Sirius, con letras en mayúsculas y demasiado grandes. En la siguiente Remus. En la última pone Peter. Y Atria no quiere, pero acaricia la huella de Sirius y toca la de Peter.
Y vuelve a llorar porque a pesar de todo sigue echando de menos a Peter porque él la quería y los traicionó y no sabe por qué lo hizo y probablemente sea una de las cosas que más le duelan. Así que se levanta del suelo y vuelve a mirar su habitación.
O lo que queda de ella.
Encima de la cama hay una gran rama de árbol que parece que lleva allí mucho tiempo, tanto tiempo que ha empezado a extender sus raíces hacia los viejos libros de cuentos. Son insalvables, pero aún así Atria los coge y los guarda en la mochila porque los recuerdos son mucho más valiosos.
La butaca donde James y Lily se sentaban para leer los cuentos está rota y parece que las termitas se la han empezado a comer y Atria no puede evitar llorar por ello. La casa donde tenía que haber crecido, destruida con tanta facilidad, como su familia.
Nopuederespirar.
Le queda una última habitación, la de sus padres.
No quiere entrar, pero aún así lo hace y el desorden es el peor porque no es un desorden de lluvia o viento, si no que es el desorden que sus padres dejaron la mañana de Halloween de 1981. El pijama de Lily sobre la cama desecha, el de James sobre la almohada. El armario abierto y una percha sobresaliendo con una chaqueta colgada de él. La cama de sus padres es la única cama en la que uno se puede sentar y Atria lo hace, cogiendo aire entre los sollozos.
No tendría que haber ido sola, estaba siendo demasiado, era demasiado.
Lefaltaelaire, lecuestapensar, nopuederespirar, soloquieredejardellorar.
Desde la cama puede ver la mesilla de James con una foto de los cuatro que no duda en coger. Las lágrimas caen sobre ella y las limpia rápidamente, pero casi es peor porque al tocar la foto siente como si estuviera tocando a sus padres y solo puede seguir llorando.
Acaba guardando la foto en la mochila y levanta la cabeza para ver el armario, lleno de ropa. Ropa que no parece estar en muy mal estado. Coge una chaqueta que, definitivamente, James había comprado en una tienda muggle su época en Hogwarts, probablemente en un intento de impresionar a Lily con sus conocimientos del mundo muggle. Era una chaqueta vaquera, muchas tallas más grande que la que le corresponde a Atria, pero no importa porque era de su padre y la había llevado mucho tiempo puesta. Y ella la quiere.
La chaqueta no la guarda en la mochila, lo que guarda en la mochila es su propia chaqueta y se pone la de su padre. Le gustaría decir que seguía oliendo como olía él, pero la verdad es que Atria no se acuerda y solo el pensamiento la hace hundirse un poco más.
No tenía que haber ido sola, cada vez es peor.
Cadavezespeor y a l a v e z t o d o s e a l a r g a m u c h o m a s , e l t i e m p o s e e s t i r a y l o q u e e s s o l o u n m i n u t o p a r e c e n v e i n t e.
Mira en el armario, pero nada de lo que hay de su madre parece convencerla, quizá porque todo lo que hay en el armario son vestidos de verano porque a Lily había ido atrasando el momento de sacar la ropa de invierno y Atria no tiene fuerzas para ponerse uno ni para buscar la ropa de su madre. Así que se gira y va a la cómoda, dónde deben estar los jerseys y camisetas. Allí encuentra no solo eso, si no también bufandas, pulseras y anillos.
Y ella no es una chica de pulseras o anillos, pero no duda en guardarlo todo en la mochila, todo excepto uno de los anillos. Lo reconoce de las fotos que le ha enseñado Remus, Lily se lo compró en una de las últimas excursiones a Hogsmeade y era un anillo que, en realidad, eran dos, unidos por una cadenita. Lily lo había llevado siempre puesto hasta que Harry había encontrado el anillo lo suficientemente llamativo y no dejaba de tirar de la cadena. Así que Lily lo había guardado en la cómoda, listo para recuperarlo en cuanto Harry creciera un poco.
Solo que nunca pudo llegar a hacerlo porque Voldemort llegó mucho antes de que Harry creciera lo suficiente y el anillo quedó olvidado y ellos sin padres.
Sobre la cómoda también hay un gorro de lana que conjunta a la perfección con la bufanda que hay al lado y Atria sabe perfectamente que era lo que Lily se puso ese último día cuando salieron al jardín para colocar las calabazas que habían estado cortando.
No duda en ponerse el anillo y luego la bufanda y el gorro, agradeciendo inmediatamente el calor que le proporcionan en la cabeza y en el cuello. No aguanta más allí, así que no duda en volver por donde ha venido y se dirige, por fin, hasta el cementerio.
Le duele pasar por el centro del pueblo porque allí está la estatua que los representa a los cuatro, que representa el sacrificio de la familia. De su familia. No se para a verla, no puede hacerlo, no. No puede ver a sus padres, no puede ver a Harry en los brazos de sus padres y a ella abrazada a las piernas de sus ambos, con una mano en su cabeza. No puede quedarse parada viéndola, pero cuando pasa la ve y la observa demasiado.
Y duele demasiado así que sale casi corriendo al cementerio, donde atraviesa la verja con tanta fuerza que rebota y tiene que esquivarla y casi se cae en un agujero que hay en el suelo.
No le cuesta encontrar la tumba de sus padres.
Tiene un ramo de flores frescas y Atria no duda en hacer aparecer un segundo y lo deja sobre la tumba, arrodillándose frente a ella.
— Siento haber tardado tanto tiempo en venir a veros, papá, mamá —consigue decir antes de volver a romperse.
Deja que las lágrimas caigan hasta que consigue volver a tranquilizarse y entonces se fija bien en el ramo de flores que hay sobre la tumba, el que no ha dejado ella. Lirios. Definitivamente ese ha sido Remus, y probablemente no se lo haya encontrado por el camino de milagro. Quizá tendría que haberle avisado, haberle dicho que iba a ir y los dos podrían ir juntos. Quizá así podría estar hablando con sus padres y con Remus al lado sería más sencillo.
— ¿Creéis que tendría que llamarle? —pregunta a la tumba y solo el viento responde con algo que parece un no, o al menos es lo que Atria entiende, que no llame a Remus, que hable—. Soy Premio Anual, como vosotros.
"Os habéis perdido tantas cosas. No sé si las habréis visto, pero poco después de que murierais conseguí que un gnomo se suicidara. Remus no me deja tener mascotas desde entonces, pero al menos ahora tengo un micropuff. Le he llamado John, creo que es la primera vez que he dicho el segundo nombre de Remus bien y creo que es un nombre perfecto para el micropuff. Ah, es verdad, no sabéis que son, claro, son puffskein en miniatura, los han creado Fred y George. Ellos son mis mejores amigos y adoran a los merodeadores. Fred ya sabe que tú, papá, eras uno y sé que le hubiera encantado decirte lo mucho que os admiran. También es mi novio. Os habéis perdido eso también, creo que he crecido demasiado en estos quince años, ¿no creéis?"
No sabe cuándo ha empezado a llorar de nuevo, pero ahora es más sencillo hablar a pesar de las lágrimas que caen sin parar por sus mejillas y les cuenta todo. Les habla de Harry y de cómo vive con los muggles, les habla de lo mucho que odia a Dumbledore por ello y les cuenta que es una animaga y que está con Remus en las lunas llenas. Les habla del susto de agosto, en el que Remus estaba convencido que la había transformado y les habla de lo duro que es dejar que le pongan las cadenas, de lo humillante que es y cómo Remus lo aguanta sin quejarse en ningún momento. Les habla de cómo suspendió el examen de aparición y de cómo lo aprobó a la segunda. También habla de las pociones, de los hechizos de memoria y de las ganas que tuvo de utilizar uno cuando murió Sirius. Les pregunta que les parecería que él tuviera una tumba a su lado y está vez oye decir al viento que sí.
Definitivamente se lo está imaginando, pero prefiere hacerlo antes que aguantar el silencio del cementerio.
— Ojalá hubierais estado todos estos años —susurra a la tumba y, entonces, se levanta por fin.
Cuando se gira, lista para irse, no espera encontrarse una anciana con otro ramo de lirios en las manos.
— Tú debes de ser Atria, ¡cómo has crecido! —dice la anciana, con una sonrisa amable y Atria no duda en mover la mano para coger su varita—. ¡Oh, claro, eras tan pequeña! Soy Bathilda, cielo, Bathilda Bagshot, nos vimos muchas veces cuando me pasaba por vuestra casa para llevaros la compra. También fui al cumpleaños del pequeño Harry y al tuyo, ¿te acuerdas?
— Sí, me acuerdo de usted —murmura ella, insegura, y la anciana vuelve a sonreír.
— ¿Te apetece una taza de té? Llevas mucho rato allí sentada, he venido hace una hora, pero no quería molestarte —parece amigable, pero aún así Atria no se fía y agarra su varita con más fuerza—. Déjame dejar el ramo para tus padres e iremos a mi casa, está cerca de aquí y debes tener frío.
— Me encantaría, señora Bagshot, pero tengo que volver, me están esperando —retrocede un paso y la anciana se ríe.
— Oh, cielo, sé que te has escapado de Hogwarts, tienes apenas diecisiete años, no te preocupes, no diré nada a Dumbledore si se pasa por aquí. Ni a Remus.
— ¿A Remus?
— Viene mucho a dejar flores frescas sobre la tumba de tus padres, le he visto esta mañana y se ha tomado una taza de té antes de irse a no sé qué misión de La Orden, ¡ya no confían en las viejas ancianas como antes!
— ¿Pertenece a La Orden? —se le escapa a Atria y la bruja asiente.
— Algunos dicen que chocheo, pero son tonterías, estoy perfectamente —mueve la mano como si estuviera desechando la idea y luego saca la varita—. Espero que esto te convenza, cielo.
Atria no llega a ver el patronus de la anciana, pero si su voz clara en la que habla a Remus directamente y le dice que va a hacer pasteles de caldero y que si quiere algunos no le importa hacer extras para él. Y, al poco rato, el lobo aparece en el cementerio, con la voz inconfundible de Remus.
— Muchas gracias, Bathilda, pero tengo que rechazarlos, estaré fuera en los próximos días y solo se pondrán malos. Para la próxima vez.
Y el patronus desaparece.
— ¿Te hace entonces esa taza de té? Debes estar helada.
No espera la respuesta de Atria, solo echa a andar y empieza a hablar sin parar sobre su fachada de vieja que chochea. Hablan en voz muy alta, quizá demasiado alta para ir hablando sobre una supuesta fachada y Atria empieza a pensar que a, lo mejor, sí que chochea, sobre todo cuando empieza a hablar sobre Dumbledore.
— Tu madre tampoco me creía, lo sé, pero Dumbledore y Gellert eran muy amigos, una pena lo de Ariana, sí, una pena —dice la anciana mientras sirve el té en unas tazas demasiado feas—. Mi sobrino nieto podría haber sido menos... radical y podrían haber estado perfectamente, si, amigos o algo más si querían, ¡ay la cantidad de veces que les oí hablar sobre los planes de futuro! Pero Gellert se torció tanto... todavía recuerdo el funeral de Ariana y todo lo que discutieron allí, sí, fue el último día que los vi hablar.
Atria deja que la anciana hable sin parar sobre el director y, no puede evitarlo, pero deja de escucharla. Se toma el té mientras entra en calor y, de vez en cuando, asiente a lo que le dice Bathilda y, en cuanto ha terminado el té, se pone en pie.
— Ha sido un placer volver a verla, señora Bagshot, pero tengo que volver a Hogwarts.
— No te preocupes, querida, te haré un traslador hasta Hogsmeade, ¿por dónde iba? —la anciana coge de nuevo la tetera y llena de nuevo la taza de Atria—. Bueno, no importa, no importa, cambiemos de tema, ¿te parece? ¿Qué tal está tu hermano?
— Bien, señora Bagshot, pero de verdad que no me puedo quedar, ni siquiera con un traslador.
— ¡Tonterías, no hemos llegado a la mejor parte! ¿Te han contado las veces que hice de niñera vuestra para que vuestros padres salieran a disfrutar de su juventud? ¡Qué jóvenes eran para tener dos niños tan pequeños!
— Señora Bagshot...
— Bathilda, Atria, cielo, llámame Bathilda, ¡te he cambiado el pañal!
— Bathilda... de verdad que quiero quedarme, pero si no salgo ya no llegaré a Hogwarts, ha sido un día muy largo y... —Atria hace una mueca y, de repente, la anciana parece que se da cuenta.
— ¡Oh, cielos, claro que sí! Ha sido la primera vez que vienes a verlos, ¿verdad? Y has estado en la casa, por lo que veo, oh cielo, pobrecita, ¿quieres descansar un rato en lo que preparo el traslador?
— El traslador no es necesario, señora Bag... Bathilda —Atria se corrige rápidamente y la anciana sonríe de nuevo—, pero de verdad me iré ya.
— Entonces te prepararé el traslador, sí, voy a ello, ¡come unas galletas mientras busco un botón que no me pegue con nada!
La anciana agita la varita y una bandeja de galletas llega volando desde lo que Atria supone que es la cocina. La anciana la está poniendo nerviosa con tanta hospitalidad y a ella solo le duele la cabeza de tanto llorar y está terriblemente cansada. Quiere llegar ya a su cama en Hogwarts y dormir hasta el día siguiente, no le apetece comer ni le apetece hablar con nadie en esos momentos.
— ¡Ya se me han caído todos los botones, por Merlín, qué desastre! —grita la anciana y Atria, no sabe por qué, agarra la varita con fuerza—. Lo que te contaba antes, ¡qué de locuras hacían tus padres!
Y empieza a hablar desde la habitación y le cuenta un montón de cosas de sus padres. Muchas ya las conocía por Remus, pero no sabía nada de los bailes de sus padres en la cocina de la casa, cuando pensaban que nadie les estaba mirando. Remus tampoco le había hablado de las horas que sus padres se pasaban en la pequeña hamaca que tenían en el jardín y, mucho menos, le había contado como los dos reían mientras que se balanceaban y, cuando Bathilda abría la puerta del jardín, los dos niños salían corriendo hacia sus padres. No, esas historias no las conocía Remus porque él no había estado allí, pero Bathilda sí y parece que adora hablar de ellos.
— ¡Ah, aquí está, este no le usaré nunca!
Remus le había mandado un patronus, Remus confiaba en la anciana, sus padres también lo hacían, pero, por un momento, Atria duda. Demasiada hospitalidad, demasiado insistir en que se quede un poco más, contarle todo eso de sus padres. ¿Y si era una trampa? ¿Y si la acababa de liar?
Y entonces llaman a la puerta.
— Niña, toma el botón, escóndete en el armario —la anciana ha dejado de parecer débil y, de pronto, tiene demasiada energía.
Bathilda empuja a Atria hasta el armario que tiene en el salón, donde cierra la puerta cuidadosamente. Atria no puede evitarlo y empuja un poco la puerta, abriendo una pequeña rendija desde la cual puede ver cómo la actitud de Bathilda Bagshot cambia de golpe de anciana perfectamente consciente y activa a anciana con un bastón que le cuesta saber dónde está. Y así es como abre la puerta.
— Bathilda, le traigo la compra, ¿se la dejo en la cocina?
— ¡La compra claro que sí! La memoria de una vieja ya no es la que era, sí, en la cocina, déjala en la cocina —y el chico entra, sabiendo perfectamente donde está todo y se oyen perfectamente el ruido de las bolsas al sacar las cosas—. ¡Yo lo coloco, yo lo coloco!
— Pero Bathilda, si siempre se lo coloco yo —dice el chico y la anciana da un golpe en el suelo con el bastón.
— ¡Y luego me toca andar ordenandolo porque no sé dónde están las cosas! ¡Ya me encargo yo, sí, ahora fuera, sí, fuera Luke, fuera!
— Como quiera, Bathilda, ya sabe dónde vivo, mandeme una lechuza y vendré a ayudarla.
Y el chico, por fin, desaparece y Bathilda va casi corriendo al armario para abrir las puertas.
— Vamos, vamos, no hay tiempo que perder, por si acaso, ¡Portus! —dijo de la nada, apuntando al botón y luego asintió, como si hubiera hecho algo bien—. ¿Qué me falta, qué me falta?
— ¿Está bien, Bathilda? —consigue decir Atria y la señora asiente.
— Sí, sí, ya debería estar, en menos de un minuto. ¡Espero que vengas a verme en Navidades, te haré pasteles de caldero!
A Atria no le dio tiempo a responder porque el botón se activó y empezó a sentir el tirón familiar del traslador. Intentó mantener el equilibrio, pero falló de forma estrepitosa y acabó tirada en el suelo, detrás de Las Tres Escobas, entre las bolsas de basura. Y quería desaparecerse, pero en lugar de hacer nada, empezó a reírse sola.
¿Cómo podía haber sido todo tan surrealista? Porque de repente había estado llorando en su casa, luego en el cementerio y una señora que le había cambiado los pañales le había dado té y hablado de Dumbledore y sus padres sin parar, para luego meterla en un armario y mandarla de vuelta a Hogsmeade.
Sabe que necesita dormir cuando la risa empieza a ser histérica y acaba llorando de nuevo.
Lo malo es que Madame Rosmerta sale a tirar más basura y Atria se desaparece sin estar del todo concentrada, así que cuando aparece en el pasadizo ha perdido las uñas de la mano izquierda. Y joder, no es que duela, pero solo que el aire roce los dedos es realmente molesto.
No tiene muy claro cómo lo hace para curarse los dedos de una forma medianamente decente, pero al menos ya no sangran y puede sacar la capa de invisibilidad sin problemas de la mochila.
La lleva en brazos, junto al mapa, durante todo el trayecto por el pasadizo y cuando llega justo a la salida se la pone y saca el mapa. Genial, Harry está al otro lado, andando de un lado a otro. Y era casi la hora de la cena. ¿En qué estaba pensando? Así que no se pone la capa y sale del pasadizo.
— ¿Pero qué te pasa? ¡Van a descubrir el pasadizo si no dejas de pasear por aquí!
— ¡Bueno, disculpa que este preocupado si no has aparecido en todo el día! —dice él, sin fijarse realmente en Atria—. ¡Ni siquiera has ido a desayunar!
— He desayunado en Leeds. Y luego otra vez en Southampton —responde ella, como si nada y entonces es cuando Harry la mira de verdad.
— ¿Qué llevas puesto? Te está enorme.
— El gorro y la bufanda eran de mamá. La chaqueta de papá.
Harry une poco a poco los puntos. Los ojos rojos, ropa de sus padres, Southampton, Halloween. No tiene claro dónde está el valle de Godric en un mapa, pero ya ha oído muchas veces que está en la zona oeste de Inglaterra.
— Has estado en el valle de Godric —afirma Harry y Atria asiente, dejando a su hermano sin palabras.
— Está... la casa está... está...
No puede hablar, no puede describirla y solo se lanza a abrazar a Harry de nuevo. Gracias a Morgana por haber puesto a Bathilda en su camino para que le hiciera ese traslador o no hubiera llegado nunca a Hogwarts.
— Tengo algo para ti —consigue decir después de un rato en el que Harry no ha dejado de abrazarla e intentar tranquilizarla. Se aleja de su hermano y abre la mochila para rebuscar hasta que saca el peluche del perro negro.
— Oh —murmura Harry y no duda en cogerlo. Claramente es Sirius.
— El mío es de un lobo —susurra Atria y Harry vuelve a abrazarla.
— Tendrías que haberme avisado —dice él y Atria niega.
— No puedo arriesgar a "El Elegido" solo para coger un peluche mohoso y cuatro piezas de ropa —responde ella y Harry se ríe.
— Pero si puedes arriesgarle para que vayamos a la casa de nuestra infancia y veamos a nuestros padres.
— ¿Puedo dormir hoy contigo? —nota como va a volver a llorar y está tan, pero tan cansada.
— Claro, pero tienes que ponerte el pijama primero y darte una ducha. Y deberías ir a comer algo —dice. pero ella niega.
— Ni siquiera tengo hambre, Harry —le susurra, dándole un último abrazo antes de que ambos vayan a la Sala Común—, pero gracias por preocuparte por mi, te quiero mucho hermanito.
Harry no pregunta nada por el camino, pero Atria se lo cuenta porque nota perfectamente como quiere saber. Así que le habla del estado de la casa, le habla de la tumba y le habla sobre Bathilda. Hablar de Bathilda es lo más seguro porque, al menos, con eso no llora y aunque Harry la regaña por confiar en una extraña, es mucho mejor que estar llorando.
Aunque cuando se mete en la ducha vuelve a echarse a llorar y cuando se tumba con Harry en la cama también.
— Los echo tanto de menos, Harry, los echo tantísimo de menos.
— Yo también les echo de menos, Atria —susurra Harry, aunque sabe que ni de lejos está como s hermana. Porque él no los recuerda y ella sí que lo hace, así que deja que llore todo lo que necesita mientras que la abraza e intenta calmarla.
Atria acaba durmiendose, cansada de tanto llorar y Harry no tarda en caer rendido también. Y, después de cenar, cuando Ron sube con un sándwich en la mano para Harry, solo puede reírse al ver a los dos hermanos en la cama, uno con la cabeza en la almohada y la otra con los pies, clavandose los codos y las rodillas mutuamente. La colcha está en el suelo, así que Ron no duda en cogerla y echarsela ambos por encima antes de él ir también a dormir.
— Buenas noches, chicos —murmura antes de apagar la luz de su mesilla.
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Si has llorado deja aquí un emoji, un punto o lo que sea.
Atria quería ver a sus padres, yo quería que fuera a ver a sus padres y bueno, aquí estamos jajajajaja llorando porque bueno, en fin, que pobrecita mi niña en serio.
Bueno, que nos vemos la semana que vieneeeeeeeeeeee en esa no toca llanto, es en la siguiente!!!!!
Ah y si algún día veis que respondo comentarios de hace un mes es que voy por ahí no me olvido solo que me faltan unas 42 horas al día para todo lo que tengo que hacer y quiero hacer :(
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