Capítulo 55: Quiero que te escondas
Cuando has dormido menos de media hora que te despierten los rayos de sol directos a los ojos no es lo más agradable del mundo porque solo te aumentan el dolor de cabeza que ya tienes por haber dormido poco.
— Me quiero morir —murmura Atria, intentando esconderse del sol. Hasta que se da cuenta de algo. El sol del amanecer—. ¡Mierda, Remus!
Fred protesta cuando nota como Atria se mueve y cuando oye el golpe en el suelo se sienta rápidamente. Por supuesto que Atria se había caído de la cama, no podía ser de otra forma.
— Perdona por despertarte —dice mientras que se viste. No lo piensa, solo coge la camiseta de Fred y va directamente hasta el cajón de la ropa interior porque intentar encontrar algo en el suelo de su habitación resulta altamente improbable y más teniendo en cuenta que por la noche lo habían lanzado todo por los aires. Al menos las varitas las habían dejado sobre la mesilla y Atria coge la primera que pilla—. Vuelvo en cinco minutos, podemos dormir otro rato.
— Claro —esta completamente embobado mirando a Atria y no tiene muy claro si es por la falta de sueño o porque lleva puesta su camiseta. Y cuando ella se inclina para besarle antes de salir no puede evitar atraparla de nuevo en la cama.
— ¡Fred! —se ríe entre los besos, sonríe mientras la está besando y es definitivamente lo mejor que le ha pasado—. Tengo que ir a sacar a Remus.
— ¿Cómo sabes que ya ha acabado todo? Quizá sigue transformado, deberías quedarte cinco minutos más.
— Ha salido el sol, el lobo se debilita según va acercándose el amanecer. Y si sigue siendo un lobo solo tengo que transformarme —vuelve a besarle y consigue escapar del abrazo, a pesar de que no quiere salir de la cama—. ¿Quieres algo de desayunar?
— Ya lo preparo yo, ve a buscar a Remus anda.
Atria sonríe y vuelve a acercarse a él cuando le ve levantarse de la cama y se pone de puntillas para besarle de nuevo antes de salir por fin de la habitación hasta el sótano. Cuando levanta la varita para deshacer la magia no puede evitar sonreír al ver que ha cogido la varita de Fred. Le hace cosquillas en los dedos y le produce una sensación similar a la que tuvo cuando cogió la suya por primera vez. Y eso es nuevo.
Termina de quitar todas las cerraduras, mágicas y muggles y entonces entra en el sótano. No se sorprende cuando ve a Remus en un rincón, con solo un brazo enganchado en las cadenas y todavía con los ojos de un color poco humano.
— Todavía no —prácticamente gruñe, pero Atria no le hace caso y se acerca aún así—. ¿Por qué nunca me haces caso?
— Tú me has criado, pregúntate qué has hecho mal para que sea tan desobediente —le responde y Remus se ríe entre dientes y, cuando Atria le quita la cadena, no duda en intentar asustarla un poco y ella grita.
— ¡Joder, no hagas eso, qué te arranco la cabeza de un mordisco!
— Te has levantado con el pie equivocado por lo que veo —sí, seguro que ha sido eso. Entonces se fija un poco más en lo que lleva puesto. Una camiseta demasiado grande para ella y que definitivamente no es suya—. No necesitaba saber que de verdad te habías acostado con él.
— Cállate, Moony —le responde, dándose la vuelta y volviendo a subir las escaleras—. Fred decía que iba a hacer el desayuno, ¿vas a querer algo?
— No sé si quiero algo que ha cocinado él.
— Si quisiéramos envenenarte lo echaremos en la pizza, no seas bobo, primero algo no envenenado y luego la sorpresa —le responde y se gira para sonreír de oreja a oreja a lo que a Remus se le escapa una carcajada que acaba pronto. No sabe que ha hecho, pero por la tos que le entra, es probable que esa noche se haya roto alguna costilla—. ¿Ves por qué tenía que estar contigo?
— No, y se va acabar eso.
— Que no te extrañe entonces si un día te despiertas sin un brazo o algo así, si no puedo pelear con el lobo pelearé con el humano, que lo sepas.
No lo dice en serio y Remus lo sabe, por eso niega y pone los ojos en blanco. Tiene claro que, si puede evitarlo, no va a estar más con él. Algo encontrará para que no vuelva a bajar a ese sótano. Y probablemente la respuesta está en el chico que está en la cocina. Atira había ido directamente hasta allí y se había sentado en la encimera. Habían durado separados unos segundos y, probablemente, porque Fred estaba echando la masa de tortitas dentro de la sartén. No sabe que le susurra a Atria, pero ella vuelve a reírse y Remus piensa que, al menos así, no se acuerda de Sirius. Y que pase lo que pase mientras no tenga que volver a verla como en la enfermería.
— En la encimera no hagáis nada —les dice, entrando en la cocina y los dos se ríen. Sí, definitivamente prefiere verla así, aunque eso de que tenga novio… bueno, ya había tenido novia, así que al menos no era el primero—. Y tampoco quiero sobrinos.
— Más bien serían nietos, Moony.
No había pensado cuando había dicho Moony. Siempre había tenido claro que quería contarles a los gemelos que Remus era uno de los merodeadores, pero quería contárselo a los dos, no solo a uno de ellos. Quería ver sus caras, con Remus y Sirius delante. Aunque ahora ya solo era Remus.
La cara de Fred pasa primero por confusión, luego asombro y, finalmente, se indigna.
— ¿Moony? ¿Lunático? —grita, mirando a Remus, que suspira después de mirar a Atria con cansancio—. ¡Joder!
— ¿Sorpresa? —Remus no tiene muy claro que tiene que decir, pero Fred no deja de mirarle y es lo primero que se le pasa por la cabeza.
— ¡Has estado delante de nosotros siempre! ¡No me puedo creer que no me lo contaras! —se gira para mirar a Atria, que no puede parar de reírse—. ¡No tiene gracia!
— Oh, sí que la tiene, sobre todo esas veces que no habéis dejado de idolatrar a los merodeadores. Aunque luego el ego de Remus subía por las nubes, la verdad, menos mal que Sirius nunca escuchó nada y papá tampoco… —y Fred parece que vuelve a colapsar, no habiendo hecho la relación entre el resto de merodeadores.
— No me puedo creer que te hayas guardado ese secreto todos estos años, pero ¿qué clase de novia eres? —entonces empiezan la venganza, cosquillas. Cosquillas hasta que Atria esta llorando de la risa y solo para porque tiene que darle la vuelta a la tortita—. ¡Eres hija de un merodeador!
— Sí, sí que lo soy —dice en risas y Fred, por fin, para un poco, lo que la deja respirar—. El mapa era mío y os lo dejé, que lo sepáis.
— Te lo hubiéramos dado si lo hubieras dicho —aprovecha para darle un beso en la frente. Porque recuerda el mapa, el como les dijo las palabras y las conversaciones con sus creadores. Cornamenta era el más interesado en que lo abrieran, ahora sabía que era James Potter—. ¿Lo querías para hablar con él?
Atria asiente ante el susurro y Fred vuelve a abrazarla. Esta vez no se aleja ni cuando tiene que sacar la tortita y preparar la siguiente. De hecho, no vuelve a alejarse de ella, deja que se enganche en sus caderas con las piernas e intenta concentrarse en las tortitas y no en las piernas de Atria enganchadas a él.
— Eh, Remus, ya tienes cinco —le dice y mueve la varita para que el plato vaya hasta él.
— ¿Esa no es la varita de Atria?
— Ha cogido la mía antes.
Sí, lo había notado antes y eso no dejaba de sorprenderle. Remus no sabía mucho de varitas, pero sí que sabía algo de las lealtades. Y parecía que a las varitas de esos dos no les importaba ser cambiadas de dueño sin discriminación. La varita de Fred estaba también sobre la encimera y el chico iba cogiendo la que más cerca tuviera para hacer cualquier cosa como que el sirope se empezara a echar en las tortitas, que la mesa se fuera poniendo o el cuenco que se lavase solo en el fregadero.
— No hagáis ruido.
Atria ni siquiera llega a responder a Remus porque desaparece escaleras arriba, con el plato de tortitas en la mano. Pronto oyen los pasos en la escalera y luego como se cierra una puerta. Y entonces llega el beso. Un beso que está muy bien, no va a negarlo. Y la hace querer más, mucho más.
— Recuerda, nada de ruido —Fred tiene una sonrisa de oreja a oreja cuando se aleja de Atria y baja al cuello, porque sabe lo que viene. Y el suspiro de Atria no es para nada silencioso—. Tendré que alejarme entonces.
— Ni se te ocurra.
El que suspira en esos momentos es Fred, por el beso, por las caricias en el costado y por cómo Atria mete la mano en su pelo. Remus había dicho en la encimera no, pero no había dicho nada de la cocina, ¿no? Solo había mencionado la encimera y no había dicho absolutamente nada de utilizar la pared como punto de apoyo. Así que aprovecha que tiene las piernas de Atria enganchadas en la cadera y la levanta para moverse hasta la pared.
— Así que esto es lo que hacemos ahora, ¿no? —y a Atria no le importa lo más mínimo, no cuando está agradeciendo no haberse puesto pantalones—. Nunca había pensado en la cocina, la verdad.
— Pero si en la ducha, ¿no?
Atria primero se ríe y, cuando va a responderle, no puede porque una carta se cruza justo delante de sus narices.
— ¿Esto es en serio? ¿Las tres de la mañana es el único momento en el que podemos estar tranquilos? —dice, con fastidio y coge la carta—. Es George.
— ¿Qué quiere ahora?
— Que si vas a ir a trabajar. Eso es lo corto, si quieres te digo exactamente la cantidad de guarradas que ha puesto en tan solo tres líneas y para preguntarte eso —responde, girando la carta y Fred la lee rápidamente para luego soltar una carcajada.
— Bueno, desencaminado no va, ¿no? —responde y, para dar veracidad a las palabras de Atria, aprovecha para pegarla más a él y, por qué no, tocarle mejor el culo—. ¿Respondes por mi? Estoy… ocupado.
— Sí, ocupado con las manos en mi culo, ¿no?
Aún así responde a la carta. Primero saca la varita del bolsillo trasero de los pantalones de Fred —lamentablemente no llega a tocarle el culo— y, con un sencillo hechizo, uno de los múltiples bolígrafos de la casa, aparece delante de ellos.
— Vale, ahora solo tengo que decirte lo que quiero decirle, ¿no? —Atria asiente—. Perfecto. George eres un cotilla, vete a la mierda, déjanos acostarnos tranquilos.
— ¿Eso es lo que le piensas decir? —dice Atria, levantando una ceja y Fred pone los ojos en blanco.
— Día libre, por cierto —termina diciendo y cuando mira a Atria ella ya sabe que tiene que mandar la carta—. Creo que podemos dejarlo para la noche.
— Sí, va a ser lo mejor.
Lo dice porque ve el patronus de Tonks aparecer. La verdad es que la liebre le pega mucho a la auror.
— ¿Vas a salir hoy? Supongo que no, pero ya sabes que tengo que saberlo. ¿Para cuándo esa pizza?
— Creo que vamos a tener que acostumbrarnos a, o bien no dormir, o a ser muy rápidos —y, para remarcar sus palabras, le besa rápidamente, justo antes de que el patronus de Tonks vuelva a aparecer—. De verdad que no me lo puedo creer.
— Supongo que Fred estará contigo, dile que me conteste él, ¡si en cinco minutos no tengo respuesta entiendo que estás sola y que necesitas que te cuide!
— ¿Por qué pensáis que necesito una niñera? ¡Tengo casi diecisiete!
— Tú lo has dicho, casi. ¿Desayunamos? —cuando Atria asiente la baja al suelo y le quita la varita para que los platos se monten solos y suban directamente a la habitación—. Desayuno en la cama.
— La verdad es que deberíamos dormir. Y deberías contestar a Tonks antes de que se presente aquí.
Y lo hace. La contesta mientras que van subiendo las escaleras y no tarda en informarla que tiene que venir a la mañana siguiente porque él estará en la tienda. Atria gruñe al oírlo porque, definitivamente, no necesita niñera como todos piensan. Además, Remus estará en la casa, no necesita que Tonks también este por allí. Seguro que tiene cosas mejores que estar encerrada con ella.
Desayunan entre risas y llenándose un poco de los distintos siropes, pero sin duda alguna merece la pena. Igual que merece la pena realizar un sencillo hechizo de oscuridad para poder dormir unas cuantas horas más. Remus los encuentra así, con los platos de las tortitas en el suelo de la habitación de Atria y los dos abrazados en la cama, durmiendo plácidamente. Cualquiera que no los conociera pensaría que son angelitos.
Los días pasan así, Fred se queda a cenar y a dormir todas las noches y, en ocasiones, George también aparece por allí. Tonks también suele quedarse a cenar, y cuando por fin prueba la pizza, casi le da algo porque, en sus palabras, los muggles sabían crear comida de dioses. Y con eso se había quedado la noche del diez de julio, una en la que se iba a quedar a dormir porque, al día siguiente, a primera hora, iba a llevar a Atria al Callejón Diagón para que viera, por fin, la tienda de los gemelos. Atria no durmió mucho esa noche, no solo por la emoción de ver la tienda, si no porque también a las doce en punto de la noche, cuando el reloj cambio de día, era su primer aniversario con Fred.
Y tenían grandes planes para celebrarlo.
Por eso, a las siete y media del día siguiente, Atria intentaba encontrar la ropa que se habían quitado la noche anterior mientras que Tonks llamaba insistentemente a la puerta. Por supuesto, la auror no dijo nada, pero por la forma en la que levantaba las cejas mientras que desayunaba, tenía claro que sabía por qué habían tardado en abrir la puerta quince minutos.
— Nada de escaparse esta noche, ¿entendido? Si te quedas en el apartamento de los gemelos, te quedas en el apartamento —le advierte Remus y ella asiente rápidamente. Le interesa cumplir eso ahora para qué, la próxima vez, pueda hacer lo que quiera—. Y mañana por la mañana Bill irá a buscarte para llevarte a La Madriguera porque yo me voy esta madrugada. No se lo digas a Molly, Bill ya sabe que tiene que mentirle y está encantado de hacerlo.
— ¿Crees que quiero que me mate o me prohíba salir de casa? No, gracias —responde Atria antes de abrazarle—. Ten cuidado, Moony, te quiero de una pieza, ¿entendido?
— ¿Cómo puedes ser tan exagerada? Molly no te mataría, a veces creo que James te ha poseído.
Atria vuelve a abrazarle antes de ir junto a Fred y Tonks para realizar la aparición conjunta. Como quieren sorprenderla, aparecen justo delante de la tienda, donde George ya está esperándoles con una cámara en la mano.
— ¡Tú lanzas la foto Tonks! —y le lanza la cámara, algo que había quedado demostrado que era bastante mala idea y, por mucho que la intenta coger al vuelo, la cámara se rompe contra el suelo. ¿A quién se le ocurría lanzar una cámara a alguien que acababa de aparecerse?
— ¡Lo siento! ¡Reparo! —Tonks recoge la cámara del suelo rápidamente y lanza una primera foto que no tarda en salir de la cámara. No ha tenido mucho cuidado al apuntar, pero aún así se les puede ver a los tres mirando con preocupación a Tonks—. Todo bien, no sé qué haría sin la magia, ¿cómo sobreviven los muggles? Bueno, ¿estáis listos?
Hay varias fotos. En algunas es Atria la que está en el medio, en otras es Fred y en otras George. En todas se están moviendo y en todas Atria y Fred tienen las manos entrelazadas, se vea o no se vea. Y, cuando George se acerca a ver las fotos que han ido saliendo, no puede evitar aprovechar para hacerles una en la que los dos están abrazados y pilla justo el momento en el que se dicen "te quiero" justo a la vez.
Las fotos se dividen en tres, cada uno eligiendo las que más le gustan y pronto están dentro de la tienda para que Atria pueda verla sin la molestia de los clientes. Ella no puede dejar de mirar todo asombrada y chilla cada vez que reconoce un producto o los ve perfectamente etiquetados y con sus promociones. Definitivamente la tienda es perfecta y le emociona verla así.
— Estoy tan orgullosa de vosotros dos —dice, antes de abrazar a ambos a la vez.
Queda todavía media hora para abrir la tienda y por eso les da tiempo a subir al apartamento y se lo enseñan por completo a Atria. La cocina está nada más entrar y tiene una isla —Fred no duda en darle un apretón en la mano cuando ve que está mirando la isla y la imaginación de Atria se dispara cuando piensa en lo que podría pasar allí— que la divide del comedor, donde hay un sofá grande y otro pequeños frente a una mesa donde tienen puesta una planta que definitivamente no es de verdad por lo bien que se ve. Luego pasan a las habitaciones, primero le enseñan la de George, luego pasan a la que supuestamente es suya y, por último, a la de Fred.
— La has puesto de verdad en un jarrón —dice Atria viendo cómo la rosa que le había regalado estaba sobre la cómoda del chico y este asiente.
— Claro que la he puesto en el jarrón y se conserva igual de bien que el primer día —el orgullo se nota en su tono y Atria no duda en abrazarle.
Y va a besarle, pero entonces Tonks se choca con el marco de la puerta al intentar salir de la habitación y ambos suspiran.
— Recuerda, para mamá duermes en la habitación de al lado y tienes ahí tu armario, pero la realidad es esta —Fred abre los cajones de la cómoda y Atria ve como la mitad está vacía. Y cuando abre el armario ve lo mismo, un montón de perchas vacías en la mitad del armario, junto a toda la ropa de Fred. Y los ojos se le llenan de lágrimas—. Cariño… ¿es mucho? ¿Prefieres ir a la otra habitación? Solo es para que tengas ropa aquí también, pero no es necesario y…
— No lloro porque sea mucho, lloro porque soy tonta y no me creo que esto sea real y que estés diciendo que traiga ropa y… —a Atria se le rompe la voz poco a poco hasta que ya no puede más y empieza a llorar de verdad.
— Ven aquí.
Fred abre los brazos y Atria no tarda en abrazarle, escondiéndose en su pecho, donde puede oír perfectamente su latido. Eso la relaja, la tranquiliza y, aunque sigue llorando un rato más, no le importa.
— Es solo que… no tendría que estar pasando así —lo dice bajito, como si estuviera mal lo que está diciendo, aunque Fred se hace una idea de lo que está diciendo Atria—. No tendría que tener la posibilidad de traer mi ropa porque dirían que soy muy pequeña para medio vivir con mi novio.
— Lo sé —si, definitivamente lo dice por sus padres—. Estoy seguro de que no les importaría.
— A papá le gustarías mucho, una vez soñé con ello, adoraría molestarte y tú le molestarías de vuelta —murmura y Fred se ríe—. Y mamá te adoraría porque cuidas de mi.
— Estoy seguro de que nos hubiéramos llevado muy bien.
Los ojos de Atria vuelven a llenarse de lágrimas y, está vez, se tumban en la cama hasta que ella se queda profundamente dormida. Entonces es cuando Fred baja a la tienda, avisando a Tonks de que Atria esta arriba, durmiendo.
La auror no duda en aprovechar el único momento en el que la chica está tranquila para descansar un rato en el sofá de la casa. Entre las guardias como auror y estar pendiente de Atria cada día duerme menos, así que se hace un hueco en el sofá y no tarda en quedarse dormida. Y lo que la despierta es un olor a quemado bastante fuerte.
— Es pasta, ¿cómo puedes estar quemando la pasta? Es agua y pasta, es imposible quemar el agua —oye el murmullo de Atria y se levanta lentamente del sofá para ver cómo está frente a una sartén de la que sale un montón de humo—. Hervir el agua, echar la pasta hasta que esté blandita, no puede ser tan complicado.
— Deberías coger una cazuela, no una sartén.
El bote que da Atria en el sitio hace que la sartén con los espaguetis quemados salga volando por el apartamento hasta estrellarse contra el sofá, lo cual hace que Tonks tenga una carcajada aún más grande.
— ¡Eres igual que Remus, no me asustes o te arranco la cabeza! —la amenaza con un tenedor y Tonks no puede evitar reírse aún más. Si planeaba mover los espaguetis con eso entiende por qué estaba quemándolos.
— Anda, déjame a mi, soy una experta en espaguetis —mientras que se acerca a la cocina aprovecha para limpiar los espaguetis voladores de antes con un movimiento de varita—. Vamos, saca esa cazuela grande.
Tonks no miente cuando dice que es experta en espaguetis. Principalmente porque la pasta es una de las cosas más rápidas que puede hacer cuando llega a casa tan cansada que no se tiene en pie, así que es una experta en cosas de quince minutos máximo. Porque la magia siempre está de su parte y utiliza distintos hechizos, como uno para poner a hervir el agua para evitar tener que estar esperando u otro para que a los tomates les desaparezca la piel antes de echarlos a una sartén para preparar una salsa de tomate.
— Pues si que eres una experta —dice Atria con la boca llena de comida una vez se sientan sobre la isla para comer.
— Te lo dije, es lo que tiene ser la favorita de Ojoloco, no me deja tiempo para nada. Así que agradezco que me mande contigo, estás muy tranquila últimamente, ¿qué tramas?
— No tramo nada —o al menos no de forma consciente, no había tenido tiempo de ponerse a investigar el diario de Regulus de verdad.
— Ya, quizá te puede creer Molly, pero te aseguro que yo no te creo —Tonks aprovecha para cambiar su aspecto y ser una perfecta copia de Atria, que frunce el ceño de forma automática y Tonks también lo hace—. Confiesa.
—No estoy planeando nada. Y quítate mi cara, me da mal rollo.
— Eres aburrida —dice mientras que vuelve a su aspecto normal—. Podría ayudarte con lo que tramas.
— Lo dudo —se le escapa y Tonks salta de la isla para chillar.
— ¡Lo sabía! ¡Confiesa, Atria Potter! —sabe admitir una derrota, así que se baja de la isla y va hasta la habitación de Fred, donde han dejado su mochila y saca el diario para volver de nuevo a la cocina.
— Creo que tiene tinta invisible o hechizos para que no todo el mundo pueda leerlo.
— Menos mal que me ha enseñado Ojoloco, esto lo resuelvo yo en un momento.
El momento no resulta ser un momento, si no toda la tarde y, finalmente, lo consigue cuando los gemelos entran a la casa y lanzan las corbatas hacia el sofá.
— ¿Qué estáis haciendo? —preguntan a la vez al verlas inclinadas sobre el diario. Y cuando ambas gritan se tapan los oídos.
— ¡Lo has conseguido Tonks! —y se lanza sobre la auror que grita también de felicidad—. ¡Eres la mejor!
— ¿Qué es esto? —George es quien coge el diario de Regulus del suelo y lo abre por la primera página—. Diario de R.A.B. Atria, ¿a quién le has robado el diario?
— Al hermano de Sirius, como total, está muerto, no importa mucho —dice, levantándose del suelo y cogiendo el diario. Antes ponía diario de Regulus, algo que ya tenía que haberla advertido sobre el contenido basura que tenía y lo único que había decente en el otro lado del diario era la nota de Kreacher del final, ahora venía firmado con las iniciales del chico y con solo pasar las hojas rápidamente ve que está mucho más lleno de lo que parecía en un inicio—. Joder, esto está lleno de cosas.
— Y tan lleno —dice Fred, asomándose por encima del hombro de Atria—. Nos engañó con el otro, ¿eh?
— Seguramente lo tenía para Walburga, parece el tipo de persona que cotillearía el diario de sus hijos. Y que mejor forma de esconder algo que dejarlo a simple vista, ¿no?
— Bueno, te puedo asegurar que con mamá es mejor esconderlo bien—dice George, recordando el incidente con los caramelos longuilinguos—, pero si al hermano de Sirius le funcionaba, ¿por qué no?
— Bueno, ahora que estos dos ya están aquí os dejo, tengo que ir a hablar con Remus antes de que se vaya—Tonks se levanta también del suelo y rápidamente está en la puerta—. ¡Pasadlo bien, chicos!
— Eso, pasadlo bien —dice George, guiñándoles un ojo y siguiendo a Tonks. Solo que él no se va del todo, vuelve a abrir la puerta y asoma la cabeza—. En mi cama no y en el sofá tampoco. ¡Y usad protección, quiero ser tío, pero no ya!
— ¡George! —grita Atria y le lanza un cojín del sofá que no llega a darle porque cierra la puerta de la calle justo a tiempo—. Será…
— Bueno, él no ha dicho nada de la encimera, ¿no? —Fred mueve las cejas de arriba a abajo y consigue que a Atria se le escape una carcajada—. ¿Cenamos?
— Por supuesto.
Cenan en la mesa del salón, encendiendo dos velas que se encuentran por el apartamento y que les iluminan lo justo para que parezca una velada totalmente romántica. Lo acompañan con fresas con chocolate para el postre y, entre fresa y fresa, llegan los besos y las caricias. George había dicho su cama y el sofá, pero tampoco pensaban hacerle caso, sobre todo a la parte del sofá, en el que no tardan en tumbarse después de que desaparezcan las primeras capas de ropa.
Y en el momento en el que Fred desabrocha el sujetador de Atria, el timbre de la puerta suena.
— Si se ha dejado las llaves pienso matarle —murmura Fred, pero aún así no se mueve—. Quizá podemos hacerle creer que nos hemos quedado dormidos.
— Ojalá se lo crea, mañana pienso matarle.
Pero el timbre vuelve a sonar, y ellos siguen sin moverse, figiendo que no están despiertos en esos momentos. Y, por tercera vez, suena y los dos se miran.
Si fuera George ya les hubiera avisado —o molestado— de otra forma.
— Coge la varita —susurra Fred mientras que se visten rápidamente y, antes de ir a la puerta, se gira para mirar a Atria—. Quiero que te escondas.
— No.
— No es negociable, ahora mismo no soy solo tu novio, también formó parte de la Orden y una de mis misiones es protegerte porque no sabemos si quieren volver a hacer daño a Harry y yo no pienso arriesgarme a perderte. Así que vas a coger y te vas a quedar en el sofá escondida y solo atacarás si grito ahora, ¿entendido?
— Si fuera un mortifago no llamaría al timbre —responde Atria y el timbre vuelve a sonar, como si quisiera dar validez a las palabras de Atria—. Déjame estar contigo, por favor, me esconderé detrás de ti.
— No, quédate en el sofá.
Atria gruñe, pero le hace caso y se queda agachada en el sofá, con la varita en alto, mientras que Fred se acerca a la puerta. Y cuando la abre decide que de verdad se va a esconder.
— Profesor Dumbledore —¿acaso viene a por Atria porque no está en La Madriguera? Molly les matará.
— Señor Weasley, un placer volver a verle. He oído que su tienda de bromas funciona estupendamente.
— Sí, a George y a mi nos va muy bien —desconfia de la gran amabilidad del director, sobre todo porque se ha presentado en su casa a las doce menos cuarto de la noche y sin previo aviso—. ¿Quería algo?
— Ah, sí, disculpa mis modales, vengo a buscar a Atria, ¿podría pasar?
— No está aquí —responde automáticamente y Atria sonríe desde su sitio.
— Bueno, debería estar en La Madriguera, he ido a buscarla y a Molly no le ha hecho ninguna gracia saber que tenía que estar allí está noche y no lo está —y encima los había delatado. Atria decide que ya ha tenido bastante y sale de detrás del sofá, apuntando al director Dumbledore.
— ¿Cómo sabemos que es usted? —pregunta, sin bajar la varita ni un segundo y el director sonríe.
— Veo que Remus te he enseñado bien, estupendo, estupendo, ¿por qué no me preguntas algo que hayamos hablado solo tú y yo? —le sugiere, sin parar de sonreír y Atria frunce el ceño.
— ¿Qué me dijo cuando me encontró frente al espejo de Oesed? Lo que veía usted.
— Mi mayor error arreglado mientras sujeto un par de calcetines.
— ¡Mierda! —Atria baja la varita y se gira, frustrada. De verdad es Dumbledore.
— Yo también estoy encantado de verte, Atria, ¿puedo pasar? Los descansillos ya no son tan seguros como antes.
Fred se aparta y el director Dumbledore entra a la casa como si fuera suya. Se sienta en el sofá y no duda en coger una de las fresas con chocolate que no se habían comido.
— ¿Qué es lo que quiere? Porque, por si no se ha dado cuenta, estábamos en medio de algo —dice, señalando la mesa y el director asiente.
— Vengo a por ti, Atria, ya lo he dicho.
— Ya, pues no me voy a ir con usted, ya tengo planes.
— Vamos a ir a por Harry y luego a hacer una visita a un viejo amigo.
— Pues que se lo pase bien viendo a Harry y a mis tíos, yo no voy, ya se lo he dicho —y, para remarcar sus palabras, le da la mano a Fred—, tengo planes.
— Me temo que vas a tener que posponerlos, esto es importante.
— Lo dudo.
— Supongo, entonces, que no te interesa saber nada sobre el testamento de Sirius.
Es un golpe bajo y Atria lo sabe. Coge aire y no duda en mirar al director con odio. Le odia, no le soporta y, a pesar de que sabe que el mundo sigue siendo seguro porque está vivo, le gustaría que estuviera muerto. Quizá si no la estuviera manipulado cambiaba de opinión, pero en esos momentos que le dieran.
— Quiero que me traiga de vuelta aquí —le dice, levantando el dedo, pero Dumbledore niega.
— A La Madriguera, Harry también se quedará allí cuando acabemos con la visita que tenemos que hacer.
— O sea que, ¿tengo que parar mi vida porque usted llega y desea que vaya a buscar a mi hermano y luego a hacerle una visita a alguien? Váyase a la mierda, director.
— Con el debido respeto, director Dumbledore, todo está perfectamente protegido y Atria puede quedarse aquí está noche cuando acabe lo que tiene que hacer. Bill vendrá a recogerla a primera hora para llevarla a La Madriguera —dice Fred, pero Dumbledore ya no escucha y se pone a mirar su desiluminador.
— Si te has traído ropa, Atria, cógela, deberíamos estar ya en Privet Drive.
Fred tiene que frenarla para evitar que coja un cuchillo de la cocina y se lo intente lanzar a Dumbledore. La abraza y le susurra al oído los próximos planes. Irá a buscarla al día siguiente y vendrá al apartamento y pasarán la coche juntos como tenía que haber sido en un inicio. Y Atria asiente.
— Ten cuidado —susurra Fred antes de alejarse de ella y Atria se pone de puntillas para darle un beso en la mejilla—. Te veo mañana La Madriguera, dile a mamá que iremos a cenar.
— Se lo diré. Te quiero.
— Y yo a ti.
— ¿Tienes todo listo? —dice Dumbledore cuando ve a ambos separarse y cuando Atria asiente va hacia la puerta y sale al descansillo—. Maravilloso, agárrate a mi brazo, vamos a desaparecernos conjuntamente.
— Genial —murmura Atria, antes de agarrarse al brazo del director.
— Espero poder pasarme en horario comercial por su tienda, señor Weasley, mi más sincera enhorabuena para usted y para su hermano.
Fred asiente y entonces es cuando el director Dumbledore se desaparece, con Atria en su brazo. El chico no puede evitar suspirar antes de cerrar la puerta.
— Aniversario estropeado —murmura antes de empezar a recoger los restos de la cena.
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Put0 Dumbledore que les ha jodido el polvo JAJAJAJAJAJAJA lo siento adoro que les interrumpan de verdad es mi actividad favorita.
Iba a decir algo más pero la verdad es que se me ha olvidado hmmmmmmmmm
Nos vemos la semana que viene mil gracias por todo ❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️
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