Capítulo 54: ¿Qué he robado?
Lo único que Atria había sacado de Grimmauld Place era su ropa y los libros que le había robado a Regulus y que, con un poco de magia ilegal, los había cambiado de tamaño para esconderlos entre la ropa. Cuando llegó a casa no dudó en esconderlos bajo el colchón, esperando el momento perfecto para devolverlos a su tamaño original y empezar a aprender. Claro que no todo es tan fácil, por supuesto. Atria no tiene claro cómo lo hacen, pero siempre hay alguien con ella que no la deja sacarlos. Tonks parece que se divierte cuando está en casa, Remus no sale al menos que no sea necesario y Fred siempre aparece en La Cueva cuando no está en la tienda. Y a veces una necesita un rato tranquila. Sobre todo cuando quiere aprender la magia más oscura para poder contrarrestarla.
— Estoy bien, de verdad, no tienes que venir —evitaban que Atria usara la magia, así que los gemelos se habían acabado comprando un teléfono y, de esa forma, Atria se comunicaba con ellos sin problemas porque los mortifagos no se acercaban a nada muggle.
— No es que estés bien o no, tengo que ir contigo, sabes que no es opcional —dice Fred y Atria pone los ojos en blanco—. Sé que no es lo mejor del mundo, pero…
— De verdad, no tienes que venir, me he dado cuenta de que cuando vienes duermes muy poco.
Tampoco es que ella durmiera mucho más porque intentaba mantenerse despierta hasta que Fred se durmiera y, entonces, sacar los libros de Regulus. Pero en los dos días anteriores eso había sido imposible.
— Además, hoy es la luna llena —sabe que solo con mencionarlo puede acabar en La Madriguera, pero no le queda otra.
— Y por eso tengo que ir, para que no te metas en el sótano.
— Voy a entrar en el sótano y me quedaría más tranquila si no estás en la casa.
Le estaba mintiendo, pero lo estaba haciendo por una buena causa. Remus le había dicho que tenía terminantemente prohibido estar en el sótano esa noche y que, si bajaba, iría a La Madriguera y no volvería a salir de allí en todo el verano. Atria sabía que sería capaz de cumplir la amenaza, así que le había gruñido y había aceptado. Todo por los estúpidos libros de magia oscura y por seguir durmiendo con Fred.
— Atria, si entras al sótano vas a La Madriguera y, que yo sepa, quieres venir a ver la tienda.
— Vale, no bajaré al sótano, pero no vengas y quédate descansando, ¿sí? Estaré bien y, si viene alguien, solo tengo que llevarles al sótano, Remus se encargará del resto.
Eso sí que no era un mal plan, que Remus se ocupara de matar a quien fuera que viniese a por ella. Aunque Atria no tenía muy claro que la quisieran a ella, claro.
— No estoy muy seguro…
— Vale, no les llevaré al sótano, seré yo quien se los coma. ¡Tengo que dejarte, Lyall acaba de llegar y tenemos que preparar todo! ¡Te quiero!
Se siente mal por colgarle, pero no puede dejar que la conversación siga o acabará delatandose. Quizá viene más tarde, claro, porque le ha colgado y estaba insistiendo mucho en que no hacía falta que viniera.
— ¿Viene ya Fred? —pregunta Remus y Atria niega.
— Me ha dicho que las cosas se han complicado un poco en la tienda porque hay muchos clientes, así que vendrá más tarde, no te preocupes, solo saldré a por la pizza cuando Fred venga y no me meteré al sótano.
Otra mentira más. Al final conseguiría que nadie se fiase de ella, pero ¿qué importaba? Lo hacía con motivos, unos que cuando lo supieran lo entenderían. O eso esperaba. Quizá la mataban o quizá se unían. Quizá tenía que contárselo a los gemelos, ellos se unirían... y seguro que Hermione tenía un montón de libros que tenían aún más hechizos. Podrían usar a Harry y Ron como conejillos de indias. Vale, no, pero seguro que a ellos se le ocurrirían cosas también.
— Pues vamos.
Lyall no iba a ir ese día porque estaba ocupado con más asuntos de la Orden. Por mucho que Atria preguntaba nadie le decía cuales eran esos asuntos, aunque viendo El Profeta, podía hacerse la idea y eso que el verano acababa de empezar. ¿Qué pasaría en unos meses? Tan solo hacía una semana que el mundo sabía que Voldemort había regresado, ¿cuántos muertos y desaparecidos habría en unos meses? Porque estaban empezando a un ritmo demasiado alto.
Atar a Remus es mucho más duro que pelear con él porque ve perfectamente como su padrino se avergüenza de lo que es, de que tenga que sujetarle con unas cadenas tan grandes que a Atria le cuesta manipular porque sus manos son demasiado pequeñas.
— Volveré por la mañana.
— Cena bien. No os acostéis tarde. En general, no os acostéis. Si lo hacéis usad protección. Y silenciad la habitación, así no os tengo que oír yo, ni vosotros me tenéis que oír.
— Vale, Remus.
Atria aprieta aún más las cadenas y luego saca la varita para terminar de asegurarlas. Lyall lo ha explicado todo, le ha explicado los hechizos y le ha explicado cómo bloquear la puerta tanto con magia como con los sistemas muggles.
— Te pediré pizza para mañana.
Remus no dice nada y solo observa como Atria sube las escaleras. Oye los ruidos de los cerrojos y luego la voz de Atria con los hechizos. Entonces empieza la transformación, antes de lo previsto. Grita, aunque intenta no hacerlo porque Atria sigue demasiado cerca. Oye el golpe que ella da contra la puerta y no puede volver a evitar gritar de dolor.
Pronto olvida todo.
Pero Atria no olvida los gritos. Quiere quitar la magia, quitar las cadenas y bajar de nuevo al sótano, distraer a Remus para que no duela tanto, para que se haga más ameno.
Pero aguanta y va hasta el teléfono.
Tiembla cuando marca el número, tiembla cuando oye los pitufos y coge aire cuando oye la voz.
— Pizzería Tommo, te atiende Harry, ¿que puedo prepararte?
— Hola, Harry, quería tres pizzas —tiene que esforzarse en hablar deprisa porque los gritos de Remus aumentan— una hawaiana, una barbacoa y otra con toda la carne que tengas.
— ¡Atria, cuánto tiempo! ¿Qué tal te va todo?
— Bien, Harry, ¿y a ti?
— Bien también, Louis y yo nos preguntamos dónde estabas. Y Lottie también, dice que dónde está la chica rara del nombre raro y las historias de fantasía.
— En guerra, ya sabes cómo es el mundo mágico, un año todo va bien y al siguiente el hombre que mató a mis padres revive —oye como Harry se ríe al otro lado de la línea, pero ella no se inmuta—. Oye, cámbiame la hawaiana por jamón y pollo, creo que ahora no quiero piña. Y ponle bacon también.
— Menos mal, porque no nos queda, se han mudado al pueblo unas locas obsesionadas con la pizza con piña, las Davies y no estoy seguro de que nos quede. Tiene una hija de tu edad, o un año más mayor, no lo sé, pero se lleva muy bien con Lottie.
— No la conozco, pero si voy por el pueblo me presentaré, tienen buen gusto.
— Sé que os llevarías bien, en media hora Louis estará en el mismo punto de siempre, ¿de qué quieres el helado?
— No he pedido helado, Harry.
— Regalo de la casa, ¿de qué lo quieres? —¿por qué la idea de que le regalen una tarrina de helado le da ganas de llorar?
— Chocolate —susurra y oye como al otro lado de la línea apuntan algo en un trozo de papel.
— ¡Perfecto! Louis estará allí en nada, llámanos más a menudo, Atria, ¿quieres?
— Claro.
Cuelga el teléfono porque es otra mentira. Y son muggles a los que solo les pide pizza, pero le gusta pensar que son amigos, que los conoce y que se lleva bien con ellos. Por eso nunca les ha mentido con lo de Voldemort, esperando que la crean. Quizá ahora tiene que esforzarse más en ello, es un pueblo muggle y a los mortifagos les gusta divertirse con los muggles.
No tiene muy claro por qué empieza a llorar, pero Fred llega cinco minutos más tarde —si Atria de verdad se pensaba que la iba a dejar sola con Remus en el sótano lo llevaba claro— y se la encuentra en el suelo, abrazando sus rodillas mientras que de fondo solo se oyen gritos.
— ¿Qué ha pasado?
— Que los muggles creen que tengo una imaginación increíble y no me creen y me van a regalar helado de chocolate y no me merezco el helado de chocolate porque no estoy con Remus y Sirius está muerto porque no le dije que se tenía que quedar en Grimmauld Place y tengo arriba libros de magia oscura que me quiero leer y no puedo hacerlo porque no tengo cinco minutos a solas y no quería decirlo porque no quiero que penséis que me he vuelto loca.
Fred intenta procesar todo lo que ha dicho Atria de seguido, pero se le escapa un “¿Qué?” y eso hace que Atria llore aún más y ni siquiera sabe por qué.
— ¿Puedes explicarme todo un poco más despacio, cariño? Para que pueda entender lo que ha pasado desde que has colgado hasta ahora —se sienta en el suelo con ella y no duda en abrazarla, sabiendo que eso puede ayudarla algo a que se relaje y hable como una persona normal.
— Tenemos que ir a por la pizza —dice después de unos minutos en los que se tranquiliza del todo. Los abrazos están bastante bien para tranquilizarse—. ¿Te lo cuento mientras que vamos?
Fred asiente y cuando ve que Atria se levanta no duda en hacerlo él también y vuelve a abrazarla. Nota como ella se apoya en su pecho y como le abraza con fuerza, para luego levantar la cabeza y mirarle.
— Gracias por venir, pero no tienes que hacerlo.
— ¿Y perderme una noche que voy a poder dormir contigo? No, gracias, en una semana tienes que ir a La Madriguera porque Remus tiene una misión y sabes que mamá no me va a dejar quedarme —Atria cierra los ojos cuando nota los labios del chico sobre su frente y sonríe.
— Siempre puedes colarte por la ventana —sugiere para luego ponerse de puntillas y darle un beso en la mejilla—. O puedes secuestrarme y me llevas a tu piso.
— Creo que me gusta más la idea de llevarte al piso, además, ¿no tenías que enseñarme el mundo muggle?
Teóricamente no pueden ir, pero tampoco es que hayan seguido nunca las reglas, ¿no? Lo único que hay que hacer es tener más cuidado de lo normal y si pasa algo raro solo tienen que desaparecerse de forma conjunta y están a salvo. Así que ese es el plan, la primera noche en La Madriguera no dormirá allí, ya lo organizarán todo para que nadie se de cuenta.
— Bueno, ¿qué es exactamente lo que ha pasado? —pregunta cuándo cierran la puerta y Atria suspira.
— Creo que me he agobiado un poco con todo.
Mientras que caminan por el bosque le habla de Remus y las cadenas, de lo encerrada que se siente en casa —porque sí, agradece la compañía y agradece estar al menos allí, pero a veces necesita salir a tomar el aire o un momento a solas y no puede ni salir al jardín— y como los muggles no creen nada de lo que dice. También le explica sobre los libros de Regulus y Fred no dice nada sobre la idea de Atria. Sí, crear hechizos que te defiendan de las maldiciones que utilizan los mortifagos es buena idea, pero para saber que hacen tiene que probarlas. Y sabe en quién las va a probar, claro que lo sabe porque Atria es así. Así que lo único que queda es ayudarla.
— ¡Madre mía, Atria, casi no te reconozco! ¡Anda, pero si no vienes sola! ¿El pelirrojo quién es?
— Hola Louis, él es Fred, mi novio —le responde Atria cuando llegan hasta el final del camino. Allí hay un chico que tendrá algo más de veinte años y lleva en las manos tres cajas de pizza coronadas por un bote de helado.
— ¿Y cómo es que el verano pasado no pediste ninguna pizza? Echábamos de menos ese pedido tuyo de toda la carne que tengáis —Fred se da cuenta de que al muggle le gusta hablar y no se sorprende cuando Atria le sigue el rollo.
— Ya sabes, el que mató a mis padres ha vuelto así que hemos formado una organización ilegal para intentar matarlo. Lo normal, claro, ahora el padrino de mi hermano está muerto por su culpa, así que todo es maravilloso y hoy es luna llena así que Remus vuelve a estar encerrado en el sótano —no puede evitar mirar a Atria fijamente porque se lo está contando a un muggle. De verdad lo está haciendo.
— Así que el tal lord Volinoir ha vuelto —dice Louis, tendiendo las pizzas a Atria.
— Voldemort, Louis, Voldemort, te lo he contado muchas veces. Si veis a gente con capas negras y varitas escondeos, son mortifagos y les gusta torturar muggles como pasatiempo —y acaba de advertirle sobre los mortifagos—. Bueno, nos volvemos ya, que si no se va a derretir el helado.
— ¡Pasadlo bien! —grita antes de subirse a la moto—. Y llama aunque sea para hablar con nosotros, ya te consideramos una amiga y que desaparezcas así… ¡Vamos a pensar que Valdimore te ha cogido de verdad!
— Llamaré si no acabamos todos muertos, no te preocupes, Louis. Dale recuerdos a Harry, a Lottie y a Johanna.
— Pásate por la pizzería entonces, a mamá le encantará verte —el chico se pone el casco y no tarda en desaparecer carretera abajo mientras que Atria mira como se aleja.
— Podemos proteger a los muggles y ellos ni siquiera nos creen cuando les dices la verdad —murmura, antes de empezar a andar de nuevo hacia la casa.
— No podemos protegerlos a todos, pero lo intentaremos, es lo que hacemos, ¿no?
Vuelven a casa tranquilamente, abrazados y pasan la cena sentados en el sofá, con el volumen de la tele lo más alto posible para tapar los ruidos del sótano. Hasta que Fred se levanta del sofá y, sin más, empieza a recoger.
— ¿Cómo lo aguantas? —dice desde la puerta de la cocina y Atria solo mira la puerta del sótano.
— No lo hago, me estoy muriendo por dentro solo de escucharle.
Recogen todo y dejan la pizza de Remus bien guardada en la nevera y suben hasta la habitación de Atria, donde ella va directa a levantar el colchón y saca todos los libros. Un hechizo más tarde tienen el tamaño correcto y ella se sienta en el suelo para empezar a leer el que más le llama la atención, un cuaderno que había pensado que era un libro.
— Solo una hora, luego dormiré —se lo dice como una promesa y Fred lo sabe, así que asiente y, en lugar de tumbarse en la cama, se sienta a su lado.
— Venga, vamos a aprender.
Pero no aprenden. Al menos no lo que esperaban.
— Diario de Regulus Arcturus Black —murmura Atria, leyendo la primera página y mira a Fred—. ¿Qué he robado?
— El diario de un mortifago, por lo visto.
A Atria se le escapa una carcajada porque resulta bastante cómico pensar en un mortífago con un diario. ¿Escribiría sobre las misiones que le mandaba hacer Voldemort? ¿O serían sus sentimientos? O quizá solo hablaba de lo malo que era Sirius.
Atria empieza a leer y pronto se encuentra totalmente sumergida en la lectura. Empieza justo cuando Sirius se va se va de la casa de los Black y parece que Regulus está encantado con ello porque no deja de criticar a Sirius y decir que por fin la casa está libre de alimañas como él. Al principio Regulus escribe poco y solo sobre Sirius y cómo de contento está de que se haya ido, pero cuando Atria se da cuenta Regulus ya tiene dieciséis años y escribe sobre una reunión familiar en Grimmauld Place en la que Bellatrix enseña orgullosa la marca tenebrosa. Ha sido la primera mujer en conseguirla según escribe Regulus y a Atria le entra un escalofrío porque incluso así puede notar la locura de la mujer.
En la siguiente entrada del diario Regulus describe la marca tenebrosa y solo han pasado unos días desde que Bellatrix le enseñó la suya. Tan solo tiene dieciséis años y ya se ha unido a los mortifagos.
— "Me encanta el contraste oscuro de la marca tenebrosa contra mi pálida piel." —Atria empieza a leer en voz alta y nota cómo le tiemblan las manos al sujetar el cuaderno—. "Tengo muchas ganas de salir de este asqueroso colegio y acabar con todos ellos, acabar con todos esos sangre sucia que pasean por los pasillos con la cabeza levantada y sus varitas en alto. Esos sangre sucia que no dudan en hechizarnos cuando pasamos a su lado, sin hacerles nada. Se creen capaces de hacer todo solo porque el gran Dumbledore les protege. Ya se darán cuenta de la verdad, que Dumbledore es un cobarde que solo se esconde detrás de su ridículo ejército del qué forma parte mi hermano. Ya vendrán a adorar al Señor Tenebroso. Y Mi Señor les dará su merecido. A él, al estúpido de su novio y a los estúpidos de sus amigos, me muero de ganas de ver cómo acaban con la sangre sucia de Evans y todas sus amigas traidoras a la sangre.".
— Regulus parece... —dice Fred, sin terminar la frase. No sabe cómo hacerlo de todas formas.
— Un loco obsesionado con Voldemort, sí, no lo entiendo, ¿cómo podía pensar así? No lo entiendo, Sirius le quería muchísimo, ¿cómo podía querer a alguien así de retorcido? ¡Esa sangre sucia es mi madre!
Fred no responde porque no sabe qué decir, pero mueve a Atria hasta que ella queda apoyada en su pecho y ve cómo sigue leyendo. Atria frunce el ceño, aprieta los puños y de vez en cuando resopla, como si al hacerlo Regulus la oyera y fuera a cambiar de opinión.
— ¿Qué? —dice de repente, sentándose de golpe y empezando a leer aún más rápido—. No me lo puedo creer, que fuerte.
— ¿El qué? —tira de ella para que vuelva a apoyarse en su pecho y Atria se deja mover porque levantar el diario de Regulus es mucho más importante.
— Mira, escucha "El Señor Tenebroso me ha pedido a Kreacher, y por supuesto no he dudado ni un segundo en dejárselo. Le he dicho a Kreacher que en cuanto termine con El Señor Tenebroso vuelva a casa porque quiero que me prepare una tarta de manzana.”.
— Vaya, que sorpresa, solo quiere a Kreacher para que le prepare comida —Atria levanta la mirada del cuaderno y niega.
— No, lo interesante viene ahora, mira, la letra cambia de golpe. Y no tiene ningún sentido lo que pone, lee.
— "El amo Regulus le ha dicho a Kreacher que tiene que escribir lo que ha pasado en la cueva" —empieza a leer Fred y Atria contiene el aliento a pesar de haberlo leído ya— "y Kreacher se lo ha prometido al amo Regulus. El amo ha muerto. Se ha sacrificado por Kreacher. Y le ha dado a Kreacher la tarea de destruir el guardapelo. Kreacher no va a fallar al amo, no, Kreacher destruirá el guardapelo y el amo Regulus estará orgulloso de Kreacher.".
— No tiene sentido, ¿verdad? —dice Atria, volviendo a coger el diario y girándolo entre sus manos—. Oculta algo, hay más que no estamos viendo, es obvio. No sé que sería ese guardapelo, pero Regulus murió por ese guardapelo y Kreacher ha puesto aquí que Regulus prefirió morir por él. ¿Lo entiendes? ¡Regulus se sacrificó por un elfo, eso es que hay algo bueno en él!
— Bueno, había, no salió de la cueva esa que menciona —Fred no entiende la emoción de Atria, pero ella parece muy emocionada.
— Tenía algo bueno que querer, por eso Sirius le quería tanto. Estoy segura de que aquí hay algo más, no puede estar diciendo que odia a los nacidos de muggles y que le encanta la marca tenebrosa y alaba a Voldemort, pero luego defender a Kreacher hasta el punto de morir por él.
— ¿Y qué crees? ¿Qué hechizó el diario por si lo encontraba alguien? —la cara de Atria se ilumina de golpe.
— ¡Eres un genio! —dice para luego cogerle de las mejillas y besarle—. ¡Tengo que…!
— No, nos vamos a dormir, son las tres de la mañana, Atria —Fred no duda en quitarle el diario de Regulus y lanzarlo a la otra punta de la habitación para luego abrazarla por la espalda—. Mañana lo miraremos mientras Remus duerme.
— Tú mañana tienes que ir a la tienda —dice Atria, pero Fred niega.
— George podrá solo.
Es un poco rastrero empezar a besar el cuello de Atria para que acabe aceptando irse a dormir, pero lo hace igualmente. No porque espere nada, si no porque de verdad quiere que se vaya a dormir antes de que empiece a experimentar y acabe cometiendo alguna locura. Antes de llegar a una solución válida habrá muchas más que salgan mal y no quiere pensar en ello, pero siempre recuerda lo mismo, los hechizos de memoria. Y esto no era lo mismo, claro, pero crear hechizos era peligroso.
— Oye, esto no es justo —murmura Atria antes de que se le escape un fuerte suspiro—. Tengo que resolver eso.
— Tienes que dormir a mi lado.
La gira para besarla y de verdad parece que a Atria se le olvida el diario de Regulus porque solo puede concentrarse en una cosa, los labios de Fred. Luego su mandíbula, su oreja y su cuello. Al poco rato también el hombro y cuando vuelve a pensar con algo de cabeza decide que ya ha tenido suficiente distancia y se sienta sobre las caderas del chico. Solo se mueve un poco, sin estar muy segura de lo que hace, pero basta para notar como Fred la pega más contra él así que algo tiene que estar haciendo bien.
— Creo que te sobra ropa.
— A ti también.
Atria había pensado mucho en todo esto, pero se lo imaginaba distinto. Para empezar habrían tenido una cita muggle llena de risas, habrían cenado fuera, habrían descubierto mil cosas que hacen los muggles y luego hubieran vuelto al Callejón Diagón. Hubieran subido al apartamento entre besos y en cuanto la puerta hubiera estado cerrada no habrían tardado nada en empezar a dejar caer la ropa hasta llegar a la habitación de Fred. O, más bien, su habitación, la de los dos, porque si todo hubiera salido como querían Atria hubiera pasado más tiempo en el apartamento que en su casa.
Pero habían tenido pizza acompañada de los gritos de dolor de Remus y la lectura del diario de un mortifago.
Suponían que no podían tener todo en la vida, aunque lo que más pedían era un poco de normalidad en sus vidas. Y probablemente esa era la poca que iban a tener.
Aunque tampoco se iban a quejar, no cuando llevaban mucho tiempo esperándolo.
Al menos la situación tenía algo bueno, nadie iba a interrumpirlos.
Como habían dicho ambos, les sobraba la ropa y entre besos acaba por el suelo, lanzada sin ningún cuidado porque lo importante está en los besos y las caricias. En rozar las partes más sensibles y ver quién arranca al otro más gemidos. En esos momentos van empatados, pero Fred se cansa de ese empate y decide empezar a bajar los besos poco a poco. Primero en el cuello, luego los hombros y acaba llegando donde quiere. No es la primera vez que están así, pero se siente como la primera, como aquella noche en Grimmauld Place en la que compartieron aquellos primeros besos y aquellas primeras caricias. Recuerda perfectamente aquella noche y los escalofríos que le entraban a Atria con cada caricia, unos escalofríos que se repiten esa noche cuando el chico le acaricia la espalda mientras que con la otra mano busca uno de sus pechos, el que está libre de la atención de su boca. Y sonríe cuando oye a Atria gemir porque va por delante en ese juego que han empezado sin saber.
— Por favor para con la tortura —acaba diciendo Atria cuando nota que, otra vez la mano de Fred vuelve a alejarse de entre sus piernas.
— Nos queda mucha noche, no seas impaciente —se ríe al decirlo, a pesar de que él también quiere más, pero lo está disfrutando. Hasta que Atria baja la mano y empieza a ser ella la que juegue—. Joder.
No tardan en subir a la cama, al igual que tampoco tardan en coger la protección que está en el baúl de Atria. Fred agita la varita y pronto las luces de la habitación se apagan y, de golpe, no hay más ruidos. No se oyen los aullidos del lobo del sótano, no se oye como el viento mueve la copa de los árboles, no se oyen a los grillos en el césped.
— Guau —susurra Atria al darse cuenta de lo ruidoso que es el mundo aunque no lo parezca y Fred se ríe.
Vuelve a besarla, como tenía que haber hecho en esa misma habitación ya hacía casi cuatro años. La luz de la luna entra por la ventana de la habitación como había entrado tantos años atrás e ilumina un trozo del suelo, justo donde ha acabado el diario de Regulus, ahora tapado por la camiseta de Fred.
Duele. Al principio duele y es molesto a la vez que algo agradable y Atria no sabe qué pensar, pero por un momento es que todo acabe. Poco a poco, con movimientos lentos, empieza a mejorar, pero el dolor sigue y cierra los ojos con fuerza.
— ¿Quieres que pare? —ella niega y entonces empiezan los besos suaves en las mejillas que acaban de nuevo en el cuello—. Dime lo que necesitas.
— Solo despacio.
Acaba mejorando, el dolor acaba desapareciendo y empieza a ser algo agradable. Hasta que todo explota de golpe y a Atria le da vueltas la cabeza y le late el corazón tan rápido que cree que le va a estallar. Aunque también cree que le va a estallar cuando Fred se tumba bocarriba, moviéndola para que se tumbe sobre él y la abraza. Si antes le explotaba el corazón por el placer, ahora le puede explotar de amor.
— Estoy completa y localmente enamorada de ti, Fred Weasley —le dice, antes de volver a besarle.
Había dolido, sí, pero a la vez había sido realmente placentero. Y si no iba a ir a la tienda al día siguiente podrían emplear el tiempo en hacer desaparecer totalmente ese dolor hasta que solo quedará el placer.
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