Capítulo 19: No pienso en ti de esa manera

Cuando Atria aparece en la chimenea de La Madriguera no tarda en asustar a Ron, demasiado distraído intentando arreglar, de nuevo, su varita. Es demasiado divertido oír el grito de terror de Ron solo porque le ha dicho un pequeño "Bu". Bueno, que haya salido de la chimenea sin avisar es probable que haya influenciado, pero que se le va a hacer. Molly Weasley niega, con una sonrisa, cuando ve como Atria revuelve el pelo de su hijo pequeño, sonriendo de oreja a oreja, mientras Ron protesta.

— ¿Te quedas ya, cariño? —le pregunta y la niña niega.

— Vengo a por Fred y George —dice, sonriendo y la señora Weasley asiente.

— Deberían estar en su habitación, ¿se quedan a dormir contigo? —le pregunta y ella asiente—. Recuérdales que tienen que llevarse ropa.

— Por supuesto, Molly —le dice Atria y abraza a la mujer—. ¿Necesitas algo del Callejón Diagon? Lo traeremos pasado mañana, cuando vengamos.

— No volváis loco a Remus, ¿vale? —le dice Molly y Atria asiente, sonriendo—. ¿Qué tal está Lyall? Se me olvidó preguntarle las últimas veces que tal iba, con todo lo que estaba pasando en el colegio tenía la cabeza en las nubes.

— No te preocupes, Molly, Remus lo sabe, ha sido un curso de locos y más teniendo en cuenta que Remus ni siquiera ha estado aquí—le dice Atria, sonriendo. No quiere mentirla, pero no es su secreto—. Voy a buscar a los gemelos y nos iremos ya.

— Claro, cariño, ¿quieres llevarte un poco de tarta de melaza? —a Molly Weasley no le hace falta que Atria responda, porque ya sabe perfectamente la respuesta, lo ve en el brillo de sus ojos. En cuanto la ve asentir con ganas se ríe y empieza a preparar un gran trozo para los cuatro.

Atria vuelve a abrazarla rápidamente y sale corriendo escaleras arriba, hasta el cuarto de los gemelos. Ni siquiera llama a la puerta, entra como un torbellino y se lanza sobre el primero que ve, chillando. Por supuesto esto causa que Percy salga de su habitación, totalmente enfadado y de brazos cruzados. Vaya, parecía que estaba de mal humor.

— ¿No puedes comportarte como una persona normal cuando vienes? —le pregunta Percy a Atria, que ha acabado en el suelo, bajo George que no para de hacerla cosquillas. Y ella quiere responderle, pero las carcajadas no la dejan.

— Venga ya, Perce, conoces a Atria, ¿por qué iba a cambiar ahora? —le dice Fred, sonriendo de oreja a oreja. Luego mira a su gemelo y a Atria, que cada vez suelta carcajadas más altas y no tarda en unirse a George para hacerla cosquillas, logrando que empiece a llorar de la risa.

— No hagáis tanto ruido —les dice Percy, y vuelve a encerrarse en su habitación, con un portazo. Definitivamente está de mal humor, normalmente el portazo hubiera sido más suave.

— ¿Qué haces aquí? Habíamos supuesto que te quedarías con Remus hasta pasado mañana —le pregunta George, parando de hacerla cosquillas, pero Fred no para así que Atria sigue riendo a carcajadas.

— Os... venís... conmigo —consigue decir, entre carcajadas y Fred para automáticamente de hacerla cosquillas. Mira a George y ambos sonríen de oreja a oreja, porque ir a casa de Atria es sinónimo de no tener reglas.

— ¡Estupendo! —dicen ambos a la vez y Atria, por fin, se sienta en el suelo con ellos.

— Volveremos pasado mañana, preparad una mochila y ahora nos vamos al Callejón Diagon, Remus me ha dicho que podemos comer helado —dice ella, sonriendo, pero los gemelos saben perfectamente que la pasa y ambos la abrazan a la vez.

— No has podido hablar con Harry, ¿verdad? —le pregunta Fred y Atria asiente. No necesita decirlo en voz alta, la conocen, sabe lo que le afecta—. En cuanto quieras podemos ir a buscarle, seguro que el Autobús Noctámbulo puede dejarnos en la puerta de su casa.

— Podemos probar con tu primo alguno de nuestros experimentos —añade George, viendo como a Atria empieza a sonreír de oreja a oreja.

— Empecé a trabajar en algo anoche, os lo enseñaré luego —dice ella, poniéndose de pie y luego pone los brazos en jarras—. Vamos, preparar una mochila con ropa, os espero abajo, tengo que recoger la tarta de melaza y volveré a preguntar a vuestra madre si necesita algo.

— No te va a responder, ya lo sabes —le dice Fred y ella se encoge de hombros. Nunca se cansará de intentarlo.

Atria vuelve a bajar las escaleras después de despedirse de Percy tras la puerta, saluda a Ginny con un grito cuando pasa por el primer piso y vuelve a la planta de abajo, donde Ron está escribiendo una carta. Que por supuesto es para Harry, a pesar de que solo llevan un día sin verse. Quiere escribirle, pero no quiere que se sienta mal porque ella puede ir a ver a los Weasley cuando quiera y él tiene que estar atrapado en Privet Drive, así que controla sus impulsos y vuelve a la cocina con la señora Weasley.

— Oh, Atria, ahí estas, cariño, te he preparado también un poco de potaje, para que Remus se lo lleve a Lyall, seguramente después del tratamiento se encuentre muy débil —le dice la señora Weasley, dándole una pequeña olla. Atria no puede evitar levantar la tapa y meter dentro el dedo para comerse un poco. Total, apartarán un poco para Lyall y el resto se lo comerán ellos.

— Le encantará, Molly, muchas gracias —le dice, sonriendo de oreja a oreja. Es imposible no querer probar la comida de la señora Weasley en cuanto la tienes cerca—. ¿Necesitas algo del Callejón Diagon?

— No, no, tenemos todo cubierto —dice, sonriendo, pero Atria ve como se le desvía la mirada hasta Ron, que tiene su varita rota sobre la mesa. Al menos ha dejado de pegar celo sobre ella. Quizá pueda empezar a esconder galeones por toda la casa para comprarle una varita a Ron.

— Atria, vas a perder la varita —Fred es el que baja primero, con la mochila colgando de un hombro y empuja un poco la varita en los pantalones de la chica. Ella solo se ríe, notando como la varita en lugar de verse por arriba ahora se ve por la parte de debajo de sus pantalones cortos—. ¿Por qué no la llevas en el bolsillo como las personas normales?

— Porque no entra, pensaba que era obvio, espero que en el futuro hagan los bolsillos de los pantalones más grandes —le dice, sonriendo y él niega, pero también sonríe—. ¿Cuánto le queda a George?

— Ya estoy —dice el nombrado, atravesando la puerta de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Atria solo necesita mirarle para saber que han hecho algo y lo confirma en cuanto Percy baja corriendo segundos después.

— ¡Sé que habéis sido vosotros tres! —grita, con la cara llena de tinta y Atria no puede evitar soltar un grito, indignada.

— ¡Percy! —dice la señora Weasley, acercándose a su hijo con la varita en mano y rápidamente le limpia la cara. Tenía tinta hasta dentro de la boca e incluso el pelo le había cambiado de color—. No puedes culparles por todo lo que pasa, Fred y Atria estaban aquí, si ha sido alguien ehubiera sido George, acaba de bajar.

— ¡Oye! —George protesta, pero con una mirada de la señora Weasley sabe que es mejor callarse. Atria mueve su pierna y George mete la mano en el bolsillo para sacar un puñado de polvos flu—. Nos vemos pasado mañana, mamá. ¡La Cueva!

— ¿Y le dejas irse? —dice Percy en cuanto George desaparece en la chimenea, enfadado mirando a su madre y ella asiente.

— Elige, se van con Atria hasta pasado mañana o los tienes aquí, con ella, durante cinco días —le dice la señora Weasley y a Percy le falta tiempo para salir corriendo escaleras arriba, enfadado—. Fred, coge la tarta, anda, Atria ya no tiene más manos.

— Por supuesto —dice, sonriendo. Avanza hasta Atria, le sujeta durante unos segundos la olla para que ella pueda sacar su puñado de polvos flu, luego se la devuelve, saca él su puñado y coge la tarta de melaza—. ¡Hasta luego!

— ¡Pórtate bien! —le dice la señora Weasley, pero es demasiado tarde ya que Fred ya no está en la chimenea—. Espero que no molesten mucho a Remus.

— No te preocupes, Molly, Remus ya está acostumbrado a mi —le dice Atria, sonriendo.

Se mete en la chimenea y, con la mano en la que tiene los polvos flu, se despide de la señora Weasley. No tarda en soltarlos y, rápidamente, está de nuevo en su casa. Fred y George, por supuesto, ya han dejado sus cosas en su habitación y están en el sofá, con Remus, esperándola.

— Para Lyall —le dice Atria cuando llega, y levanta la olla de potaje. Remus asiente y Atria deja la olla en la cocina, dentro de la nevera. Agradece que la madre de Remus fuera muggle porque no podría vivir sin nevera o televisión.

— Atria, la varita de nuevo —insiste Fred cuando vuelvo al salón y vuelve a empujarla dentro de sus pantalones—. ¿Te la llevo yo?

— No, está bien, ¿nos vamos? —les pregunto y los tres asienten.

Remus es el primero en meterse en la chimenea, conociendo las ganas que tienen los gemelos y Atria de llegar al Callejón Diagon y salir corriendo hacia el callejón Knockturn. Y en cuanto desaparece los gemelos miran a Atria.

— ¿Qué ha hecho esta vez el muggle? —le pregunta Fred y ella solo niega—. Venga, tenemos de comer helado, ¿qué ha hecho?

— Me ha dicho que no le llame más y ha colgado —murmura, mirando al suelo—. Tiene doce años, no pueden tratarle así.

— Se lo diremos a Ron para que hable con mamá, seguro que pronto podemos ir a por él— dice George y ella sonríe. Sin duda alguna son sus mejores amigos. Abraza a ambos, pero George no tarda en coger un puñado de polvos flu de la chimenea y va con Remus.

— ¿Cuándo crees que podré vivir con Harry? —pregunta Atria, mirando a Fred y él solo se encoge de hombros. No sabe la respuesta, nunca la ha sabido por mucho que le gustaría decírselo no hay forma, así que solo la abraza con más fuerza. La varita vuelve a salirse de los pantalones de la chica y él se la quita, directamente.

— Te la guardo, la vas a perder —le dice, y ella va a protestar, pero no le da tiempo ya que Fred se aleja hasta la chimenea y desaparece.

Atria suspira y espera un momento, dándole tiempo a Fred a llegar hasta el callejón Diagon y que luego se aparte de la chimenea para aparecer ella. Y cuando aparece con ellos ya están hablando animadamente de las explosiones de Atria de la noche anterior y de que había limpiado su habitación.

— Pensábamos que nos habíamos equivocado de puerta —bromea George, viendo como Atria ya está con ellos y ella le da un golpe en el brazo. Luego se acerca a su gemelo y le mete la mano en el bolsillo para sacar su varita. Remus no puede evitar arquear una ceja, viendo como su ahijada le mete la mano en el bolsillo del pantalón y luego carraspea.

— Ellos han metido antes las manos en mis pantalones —dice Atria, sonriendo de oreja a oreja y los gemelos no pueden evitar reírse al ver la cara de Remus. Sabe que está creciendo, pero una parte de él esperaba que su obsesión por las Arpías de Holyhead se trasladara también a sus gustos. O, mejor aún, que no tuviera gusto ninguno todavía—. Tenía polvos flu para ellos ahí guardado, no seas malpensado.

— Con vosotros nunca se sabe —dice Remus, suspirando. No tiene ni catorce años, es muy pequeña para estar con nadie y los gemelos ya tienen quince. Si James la viera la mantendría lejos de ellos dos, seguro. O quizá le harían tanta gracia que querría que saliera con alguno de los dos. O los dos, lo que su pequeña quisiera para que fuera feliz. Todavía recuerda las amenazas que le dedicó cuando empezó a salir con Sirius y él solo era su hermano. Quizá podía temer por ellos, sí—. ¿A dónde queréis ir?

— Gambol y Japes —dicen los tres a la vez, sonriendo. Si Atria hubiera heredado la melena pelirroja de Lily ahora mismo pasaría por una Weasley más y todo el mundo pensaría que son trillizos.

Y por supuesto van a Gambol y Japes. Atria va entre los gemelos, enganchada a ambos por los brazos. Remus va unos cuantos pasos detrás, vigilándoles y, cuando llegan a la puerta, avisa a Atria de que va a ir a comprar lo que necesitan. También le recuerda que como vuelva y no estén en la tienda los gemelos volverán a La Madriguera esa misma noche y no habrá poción para animagos. No piensa dejar que Remus le quite la oportunidad de ser animaga.

Como siempre que van a Gambol y Japes o a Zonko examinan todos los productos, intentando entender como los han creado para ver si los pueden mejorar aún más. Y, cuando Remus va a buscarlos una hora y media más tarde, tiene que sacarlos de allí a rastras porque todavía seguían perdidos en las estanterías. Por supuesto se han comprado una gran cantidad de bombas fétidas, bengalas y fuegos artificiales y Remus no puede evitar reírse al ver la caja que lleva Atria en brazos. Es casi tan grande como ella, por eso los gemelos no tardan en quitársela de los brazos, sabiendo que si no se quedarían pronto sin ella.

— ¿Listos para el helado? —les pregunta Remus y los tres asienten—. Luego vamos a por ingredientes para pociones, Atria.

— Estupendo, espero que tengan lo que necesito —dice ella. Pronto los tres se encuentran sentados en la heladería de Florean Fortescue, comiendo helados de todos los sabores que tienen disponibles. Atria ríe con las bromas de Fred y George y Remus no puede evitar hacerlo también. Si ellos supieran que él es Lunático... les daría algo, sí. ¿Y si se lo cuenta?—. ¡Tengo que ir a Flourish y Blotts!

— Dime que no son más libros sobre runas —le ruega George y ella sonríe. Claro que no son libros sobre runas, pero no está preparada para contarles a ninguno de los tres que está pensando de nuevo en los hechizos para las memorias—. Cualquier día no nos hablas en inglés, nos hablas con runas.

— No estoy tan obsesionada como Ciara, pero puedo empezar cuando quieras —le responde Atria, pero Fred rápidamente la tapa la boca.

— No, por favor, te lo rogamos, nada más de clase hasta septiembre —le pide y Remus no puede evitar reírse con una carcajada. Atria siempre insistía en que los gemelos tenían que ir con ella antes de la luna llena y, sin duda alguna, estaba de mucho mejor humor desde que lo hacían.

En cuanto terminan en la heladería van a la botica para comprar los ingredientes que necesita Atria y, después a Flourish y Blotts. No tiene muy claro como consigue convencer a los gemelos y a Remus de que se queden fuera, esperando, pero lo consigue y entra a la tienda. Por supuesto lo primero que hace es ir a la sección de runas y coger un par de libros a los que ya le tenía echado el ojo y luego va a las secciones donde le interesa más. Coge un par de libros sobre creación de hechizos y pociones y luego va a la sección de memoria. Con eso de limpiar la habitación lo único que había conseguido era volver a tener las ganas de crear los hechizos, así que coge algunos libros sobre ello y vuelve para pagar. Por supuesto, como siempre, la miran raro, pero deberían estar acostumbrados. Atria saca del bolsillo trasero de sus pantalones una bolsa de tela y mete rápidamente los libros sobre la memoria ahí dentro, tapándolos con los de creación de hechizos y pociones. Coge los libros de runas en la mano y cuando sale ve a los gemelos intentando convencer a Remus de que es buena idea gastar una broma en esos mismos instantes.

— Será rápido, Malfoy ni siquiera se enterará —oye decir a Fred y Aria no puede evitar reírse—. ¿Ves? Hasta a ella le hace gracia la idea.

— Me hace gracia otra cosa —dice ella, sonriendo de oreja a oreja mientras que mira a Remus. Con una mirada él ya sabe que le está diciendo que es un cobarde y que donde está su espíritu merodeador.

— ¿Necesitáis algo más? —les pregunta, sin caer en el reto de Atria y los tres niegan—. Pues a casa.

— ¿Te has comprado toda la librería o qué? —le pregunta George, viendo cómo lleva la bolsa y los libros que lleva en las manos.

— Si me sale mal eso de jugar al quidditch de manera profesional tendré una librería.

Vuelven hasta las chimeneas del callejón Diagon tranquilamente, disfrutando del paseo y con todas sus compras en los brazos. Esta vez la primera en pasar es Atria, que en cuando llega a casa sale corriendo para dejar sus libros sobre la memoria escondidos debajo del colchón, donde los gemelos no mirarían y Remus tampoco. Pronto llegan los gemelos, que dejan en el suelo las compras de Gambol y Japes y la bolsa con los ingredientes de las pociones.

Atria no tarda en poner toda la habitación patas arriba, destrozando todo lo que había recogido. Remus no puede evitar reírse cuando, a la hora de llegar, oye una nueva explosión. No le sorprende, cuando se asoma a la habitación, encontrar a los tres mirando el caldero sin cejas.

— ¿Qué os parece si os vais a duchar y luego os arreglo las cejas? —les dice entre las risas de ellos y todos asienten.

Los primeros en irse son los gemelos y Atria baja con Remus hasta la cocina, donde se sienta en la encimera y le mira, sonriendo.

— Moony, ¿lo has comprado?

— Sí, lo tengo todo guardado en mi despacho, pero me gustaría saber una cosa, Atria, ¿cómo vas a ocultar el olor de la hoja de mandrágora? —le dice, sonriendo de oreja a oreja, pero no parece que eso sea un problema para la chica.

— Oh, lo tengo todo pensado, voy a retarles —dice y una pequeña sonrisa sale de sus labios—. Debo tener la hoja de mandrágora de luna llena a luna llena, ¿no? Solo tengo que retar a Fred y a George para comunicarnos por signos durante un mes.

Y a Remus se le para el corazón. La misma idea que habían tenido James y Sirius tantos años atrás ahora la tenía ella.

— Lo hicieron ellos también, ¿verdad? —le pregunta, suavemente y cuando ve como su padrino asiente, se baja del escritorio para abrazarle—. Seguro que papá está orgulloso de que quiera hacer esto para ayudarte.

— Sí, y que Lily querrá matarme —le dice y Atria ríe. Conoce las historias sobre sus padres y sabe que es una verdad a medias. Su madre no le mataría, solo le haría sufrir por aceptar el plan de ella, pero a la vez se lo agradecería porque si no Atria lo haría por su cuenta—. Ayúdame a poner la mesa, venga.

— ¿Qué decís, chicos? ¿Qué necesitáis ayuda porque no sabéis bajar de la planta de arriba? —dice Atria, sonriendo de oreja a oreja mientras que se va alejando de Remus—. ¡Ya voy! Lo siento, Moony, me necesitan.

— ¡Llama antes de entrar! —le grita Remus, sabiendo que si no se lo recuerda entrará al baño y luego gritará porque ha visto algo que no quería ver. Bueno, en realidad le estaba bien empleado.

Gracias al recordatorio de su padrino, llama al baño y espera a que los gemelos le abran la puerta para entrar, mientras que se balancea sobre la punta de sus pies. No está acostumbrada a esperar, normalmente entraría de cualquier forma a hablar con ellos.

— Que a mí también me ha explotado el caldero, vamos —les dice, volviendo a llamar a la puerta y entonces Fred saca la cabeza, con la toalla sobre ella—. Por fin, venga.

— Eres demasiado impaciente —le responde, terminando de abrir la puerta y ella asiente.

— ¿Ayudáis a Remus a poner la mesa? —le dice ella, sonriendo de oreja a oreja y cuando Fred asiente le da un beso en la mejilla y pasa dentro del baño, cerrando la puerta de golpe. Pero la vuelve a abrir y mira a Fred—. ¿Y George?

— En tu habitación, supongo, ha sido el primero en ducharse —le dice y ella vuelve a cerrar la puerta. A los pocos segundos oye unos toques y cuando la abre ve a Fred con ropa limpia en sus brazos—. Se te había olvidado, como siempre.

Atria le saca la lengua y vuelve a meterse al baño para quitarse los restos de ceniza que tenía encima. Esta explosión había sido peor que las anteriores porque se había quedado sin cejas, pero al menos habían comprobado que el hechizo para contener todo alrededor del caldero funcionaba ya que el líquido había salido disparado en todas direcciones y se había chocado con un muro invisible alrededor del caldero. Quizá no había sido buena idea mirar al caldero, pero querían ver como iba la poción y luego explotó. Por suerte lo que habían creado no quemaba con la piel, solo te dejaba sin cejas, así que podría ser una buena idea para algún artículo de broma. Solo tenían que encontrar la forma de modificarlo para que las cejas volvieran a salir sin tener que recurrir a la magia. O crear algo nuevo que te las generase, lo que sucediera primero.

Cuando Atria salió de la ducha pasó primero por la habitación para guardar en un frasco un poco de la poción, apuntó en una hoja todo lo que había salido mal y luego bajó de nuevo al comedor, donde la mesa ya estaba puesta y los gemelos volvían a tener dos cejas, así que miró a Remus y este fingió que no sabía de qué le estaba hablando. Así que, en cuanto Atria fue a la cocina a por la tarta de melaza y los platos, no dudó en echar en el trozo de Remus un poco de lo que habían creado para ver que hacía con él. Y sabiendo que Remus sospecharía de ella, le dio a George el plato malo.

— No comáis —dice Remus cuando Atria vuelve a sentarse en la silla—. Tú primero.

— No siempre os echo cosas en la comida —dice ella, sonriendo y coge un trozo de la tarta de melaza—. Deliciosa, como siempre.

— Fred, tu turno —dice Remus y él la come sin ningún problema. Remus espera a que pase algo y luego mira su plato y el de George.

— ¿A quién le has dado un poco de esa cosa que ha explotado antes? —le pregunta Remus, frunciendo el ceño, pero Atria niega y coge un trozo del plato de George, uno donde se ha asegurado de que no hay poción y se lo come.

— ¿Ves? No he hecho nada.

— Cámbiame el plato —le dice y ella lo hace sin problemas, así que vuelve a desconfiar. Quizá había sido mala idea contarle las historias de los merodeadores y dejar que se juntara tanto con Fred y George—. Te cambio el plato, George.

— Vale —dice él, sin terminar de entender el lío que está habiendo en la mesa. Es obvio que Atria ha echado poción en alguno de ellos, pero ¿en cuál? Por mucho que intenta seguir la mentalidad de su amiga, no consigue descifrar en cuál de ellos está en la poción.

Fred decide que, antes de que le cambien el plato, prefiere arriesgarse a comer la tarta de melaza, aunque pueda acabar sin cejas otra vez, así que se la come tranquilamente mientras mira a Remus y a Atria, que sigue sonriendo. Le gusta verla sonreír. Ha echado de menos su sonrisa.

— Si quieres que friegue yo ya puedes ir dándote prisa para acabar —le dice Atria, tomando la última cucharada de tarta—. ¿Por qué no aprendes a hacerla, Remus?

— ¿Y por qué no aprendes tú? —le contesta él, tomando, por fin un trozo de tarta. Y en cuando se lo traga, Atria empieza a sonreír.

— ¿Te quieres quedar sin cocina? —le responde, sonriendo aún más al ver que él sigue comiendo. Y pronto los pelos de sus cejas empiezan a caer y Atria suelta una carcajada—. ¡Es estupendo, chicos, mirad!

— Un día te voy a echar de casa —murmura Remus, levantando la cuchara para mirarse y ve que, como temía, se ha quedado sin cejas. Mueve la varita y vuelven a aparecer, pero no duran—. ¡Atria Lilian Potter!

— Devuélveme mis cejas y te digo como arreglar las tuyas —Remus sabe que es un truco, pero aun así se las devuelve y ella sonríe—. Iré a ver si consigo sacar el antídoto, hasta entonces mejor que no las hagas crecer, parece que si te lo bebes no pueden volver a salir.

Recoge todos los platos y, riéndose, va hacia la cocina, donde empieza a fregar tranquilamente. Está tan concentrada en fregar que no oye como, en el salón, los gemelos no dejan de alabarla y Remus niega, fingiendo que está realmente ofendido por las acciones de su ahijada. Pero está orgulloso, realmente orgulloso.

Atria no tarda en subir escaleras arriba, mientras que los gemelos se quedan con Remus viendo la televisión. Cada vez que oyen una explosión uno de ellos sube a ver si sigue viva o se ha intoxicado esta vez, pero siempre parece estar bien. Sin cejas de nuevo, pero bien.

— ¿Quieres ayuda? —la pregunta George la cuarta vez que sube. En una hora lleva diez explosiones y ella niega, siendo realmente cabezota—. Voy a buscar a Fred, quizá entre los tres...

— No, esto lo pienso sacar, George, vete a ver lo que sea que estéis viendo —le dice, pero como no podía ser de otra forma, George la ignora y se asoma a las escaleras.

— ¡Fred, vamos, Atria va a explotar la casa a este paso!

— ¡Te voy a explotar a ti como digas eso! —le amenaza ella, y tanto Remus como Fred no pueden evitar reírse desde el salón. Fred se levanta del sofá y, tranquilamente, sube las escaleras para ver como George y Atria están peleando sobre el caldero por ver quien echa los ingredientes—. ¡Suéltalo!

— ¡Diez explosiones, Atria, diez! —le dice George, intentando empujarla para alejarla del caldero. Fred decide intervenir y alejar a Atria del caldero, dejándola sobre su cama. Y para evitar que se escape la tumba y se tumba a su lado, pasándole un brazo por encima para evitar que vuelva al caldero con George.

— Siempre te pones de su parte —le dice, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño—. Pensaba que yo era el celebro del grupo.

— Tú eres la pequeña, y George tiene razón, llevas diez explosiones y estás sin cejas otra vez —le dice Fred y ella niega.

— ¿Cómo quieres que sepa si funciona si tengo cejas?

— Así que tu solución ha sido beberte un poco de lo que hemos creado antes por accidente y probarlo luego en ti, ¿no?

— Bueno, no iba a probarlo en Remus —se defiende Atria y Fred niega, riendo.

— ¿Qué es lo que has ido probando? —le pregunta George, que mira todos los ingredientes que ha dejado por el suelo junto a las notas que tiene a su alrededor.

Atria empieza a enumerar los intentos que ha realizado mientras que juega en la cama con el pelo de Fred. Es bastante divertido porque mientras que ellos han decidido dejarse el pelo largo, ella lo lleva cada año más corto. En cualquier momento ellos lo tendrán más largo que ella y tiene ganas de que sea así para poder hacerles trenzas o coletas. Se lo va a pasar bien, sí piensa Atria mientras que se le empiezan a cerrar los ojos. Fred había empezado a acariciarla la espalda, dejándola completamente relajada hasta que, finalmente se quedó dormida en sus brazos, abrazándole. Remus se lo espera, claro que lo hace, todos lo creen, pero es muy pequeña, así que cuando llega a la habitación y se los encuentra así, solo se apoya en la puerta, cruzandose de brazos e intentando parecer amenazador.

— Tiene trece años, Fred —le advierte Remus y él le mira sin entender por qué lo dice, así que Remus suspira. Esto era trabajo de James, no suyo, él es quien tendría que estar manteniendo a Fred lejos de Atria, no él—. Las manos lejos de mi ahijada, Weasley.

— ¿Qué?

— Que no te líes con ella, Fred —le dice George, echando al caldero alas de murciélago. Agita la varita y, después de una pequeña explosión, mira a Remus, sin darse cuenta de la expresión de terror que tiene Fred—. Ven, creo que he encontrado la forma de devolverte las cejas.

— No sé si me fío de algo que hayas creado tú —le dice Remus, pero aun así acepta a beberse lo que le ha dado George. Y el efecto es instantáneo, las cejas de Remus aparecen y George salta de alegría—. Bien hecho.

— Atria intentó algo parecido en la quinta explosión, pero le faltaba añadir un poco de zumo de calabaza, por eso explotó —le informa mientras escribe en un papel la receta—. Es sorprendente como cosas totalmente normales pueden ayudar a estabilizar las pociones.

— Por eso el sabor —dice Remus, asintiendo y luego vuelve a mirar a Fred, que sigue teniendo cara de terror—. Creo que tu hermano lo ha dejado más claro que yo.

— Yo no... Atria no...  ella no quiere... ni siquiera se fijaría en mi —le dice, empezando a ponerse rojo.

— Pero tú si te fijas en ella, así que te lo recuerdo, tiene trece años y tú quince, las manos, la boca y otras cosas lejos de ella —le dice y sale de la habitación. Remus recuerda sus quince años, como empezó a enamorarse de Sirius y sus siguientes años, cuando empezaron a salir. Sí, sin duda alguna no quiere eso para Atria, es demasiado pequeña para sesiones de besos interminables que acaban en la cama.

— ¿Me haces un hueco, Fred? —oye decir a George desde el pasillo, y Remus no puede evitar volver hasta la habitación de su ahijada—. Oh, hola de nuevo, ¿me alcanzas esos libros que tiene Atria encima de la estantería?

Remus pensaba que se iba a volver loco. George no iba a tumbarse también en la cama, si no que estaba de pie sobre ella, intentando coger unos libros que tenía Atria tan altos que la única forma de cogerlos era subiéndose a la cama. Y como estaban tumbados en ella, George no llegaba. Mueve la varita y los libros bajan hasta las manos de George, y luego vuelve a moverla para despejar el suelo de la habitación y hacer que la cama que tiene Atria bajo la suya aparezca. Y por supuesto está llena de papeles por todas partes. Fred y George se ríen y Remus también lo hace, pero esta vez no mueve la varita.

— Despertadla y que lo ordene, me prometió limpiar la habitación antes de irse a La Madriguera con vosotros —les dice y esta vez no se queda a verlo.

Fred se mueve lentamente, intentando despertar a Atria de la mejor forma posible —aunque no hay forma humana de hacerlo— y, al final, acaba moviéndola lentamente. Ella protesta, se gira y se da la vuelta, lista para seguir durmiendo, pero Fred no la deja y empieza a moverla, siendo un poco más insistente.

— Tienes que limpiar los pergaminos que hay debajo de la cama, Atria, venga —Fred insiste y la mueve, pero Atria finge que no le ha escuchado.

— Mientras que tú la despiertas me voy a poner el pijama —dice George, viendo como no va a ninguna parte y sale de la habitación tranquilamente. Fred suspira y vuelve a mirar a Atria.

Fred sabe perfectamente que tiene trece años, que es bastante más pequeña que él. También sabe que no le interesan estas cosas. No necesitaba que Remus se lo recordara. También sabe que, cuando la petrificaron, a él y a George —aunque un poco más a él— casi les da algo. Estuvieron sin ella casi veinte días y, a pesar de que la profesora Sprout no dejaba de decirles que las mandrágoras estaban casi listas, Fred pensó que la perdían. Y luego se juntó con que casi pierden a Ginny porque había sido secuestrada. Había sido una mierda de año.

— Atria, venga —insiste Fred, y la mueve de nuevo, pero esta vez con ganas. Y Atria, por supuesto, no puede evitar empujarle de la cama.

— Eres un pesado, vete a dormir con tu hermano —le dice, con el ceño fruncido y luego se asoma al borde de la cama para ver a Fred entre sus pergaminos. Todos los que tenía escondidos porque iban de la memoria—. Fuera de ahí, vamos.

— ¿Otra vez estás con ello? —le pregunta, sentándose en la cama y ella niega.

— Son antiguos, ya no quiero saber nada de eso, el profesor Flitwick ya me dijo que era imposible —dice Atria, soltando la mentira a medias y Fred suspira, por lo que Atria decide tirarse de su cama sobre él—. Tampoco es que me importe mucho.

— Quizá deberías mentir a otra persona, Atria —le dice Fred, sonriendo y ella sencillamente se apoya en su hombro. Sí, definitivamente no puede mentirle—. ¿Por qué no dejas que te ayudemos?

— No me importa, de verdad —insiste ella, y se aleja rápidamente para recoger todos los pergaminos que hay por el colchón. Son sus notas antiguas, de cuando entró en Hogwarts, así que no tienen mucha importancia—. Si no levantas el culo no podré recoger todas, Fred.

— ¿Ahora te entra la prisa? —le dice, pasándole las hojas y una de ellas capta su atención. Por supuesto que sabe que Atria crea hechizos, pero no tenía ni idea de cómo de lejos había llegado con ello porque los que les había enseñado eran bastante inocentes—. Este fue el que probaste, ¿verdad?

— No, ¿por qué? —dice, mirando al papel y Fred arquea una ceja ante la descarada mentira que ha dicho Atria—. Sí, pero Madame Pomfrey me arregló. Y no he vuelto a utilizar ningún hechizo de memoria sobre mi.

— Pero se te siguen olvidando cosas, ¿verdad? —le dice, cruzándose de brazos y ella se ríe.

— No, eso es porque no presto atención —le dice, sonriendo. Puede que el hechizo la afectase un poco y la hubiera vuelto más distraída, pero no era tan grave como para decir que se le olvidaban cosas—. Bueno, ¿me pasas ya la hoja? ¿Y dónde demonios se ha metido George? Esta casa no es tan grande como para que se pierda.

— Se habrá ido a comer algo —le responde, encogiéndose de hombros mientras que la chica guarda en su baúl los pergaminos—. ¿Vas a dormir ya?

— Sí, Remus no ha puesto el hechizo silenciador así que tendremos que dejar los inventos para mañana, no quiero que venga a las tres de la mañana por otra explosión —le dice, volviendo a la cama y le da unas palmadas para que vaya con ella, pero Fred no se mueve y Atria se cruza de brazos cuando ve que Fred niega—. ¿Por qué?

— Porque das patadas cuando duermes —dice, mintiendo y Atria no puede evitar soltar una carcajada.

— Como que te ha importado durante todo junio.

— Era distinto —Fred intenta defenderse, pero Atria arquea una ceja y sabe que le está preguntando por hace unos minutos—. Solo ha sido un rato.

— Vale, ahora dime la verdad —le dice, bajando de nuevo a la cama con Fred. Pero él no responde así que Atria se tumba a su lado y no deja de mirarle. Y eso le pone terriblemente nervioso—. No me importa dormir aquí abajo, le daré mi colchón a George.

— No quiero que tu padrino piense cosas que no son —acaba diciendo Fred, cerrando los ojos nada más decirlo y, cuando los vuelve a abrir, Atria está sentada de nuevo en la cama, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué?

— Es por la estúpida maldición Potter, por eso se piensa que... —dice ella, tapándose la cara con las manos y Fred no puede evitar reírse al oír esas palabras—. No te rías, ni siquiera sabes de qué va.

— Tiene un nombre gracioso —dice, aguantando la risa y, al final, se acaba tumbando en la cama y Atria a su lado—. ¿Qué es?

— Por lo visto todo Potter tiene su pelirroja —dice Atria, mirando al techo y entonces Fred se ríe aún más fuerte.

— Entonces no te preocupes, te buscaremos a tu pelirroja —dice, sonriendo de oreja a oreja, aunque una parte de él, una que silencia rápidamente, le dice que diga que lo tiene delante. Es la misma parte que intenta callar cada vez que recuerda el espejo de Oesed.

— Es una completa tontería, porque a mi padre, a mi abuelo y así durante toda la línea de los Potter independientemente de su género se haya cumplido no significa que sea verdad —dice Atria, cruzándose de brazos—. Y no me vais a buscar a una pelirroja.

— Si lo que quieres es un pelirrojo tienes donde elegir, desde Bill hasta Ron, no te recomiendo a Percy, dicen que es un poco gruñón y creemos que su novia ha roto con él por correo porque está aún más gruñón de lo normal—le dice, riendo y Atria no tarda en coger un cojín y darle en toda la cara.

— Pienso romper esa estúpida maldición, empezando por no salir con nadie que sea pelirrojo —dice Atria, volviéndose a tumbar al lado de Fred, y luego le mira, viendo como finge que está ofendido por esas palabras. Lo que Atria no sabe es que, en el fondo, a Fred le molestan un poco y ni siquiera él entiende por qué. O más bien si lo entiende, pero no quiere pensarlo, no ahora—. De todos modos, sigo sin entender por qué no podemos dormir juntos si llevamos haciéndolo un mes. O más bien toda la vida, salvo el verano pasado, siempre he acabado durmiendo en tu cama o tú en la mía.

— Éramos niños, Atria —le responde Fred y ella se ríe.

— ¿Y qué somos ahora, Fred? ¿Adultos? Tienes quince años, por Morgana, no eres más que un adolescente —le dice, riéndose y él la mira fijamente, intentando explicarla, sin palabras, por qué no pueden dormir juntos. Y ella parece que lo entiende—. Oh.

— No pienso en ti de esa manera —le aclara rápidamente, viendo cómo se empieza a poner roja y ella niega rápidamente, pero las palabras están en su cabeza—. Solo es que Remus ha insistido mucho en que tienes trece años y yo quince.

— Tengo casi catorce —dice ella, cruzándose de brazos y Fred no puede evitar reírse al verla así y se acerca hasta ella, apoyándose en su hombro mientras que está tumbado bocabajo.

Fred se repite otra vez que no piensa en ella de esa forma, pero estando tan cerca se lo piensa dos veces. ¿Por qué Remus ha tenido que decir eso? ¿Por qué George ha tenido que explicarle que no tenía que liarse con Atria? Ahora lo único en lo que puede pensar es en qué pasaría si la besase. Como había hecho aquel reflejo del espejo que encontraron hace dos años. ¿Qué se sentiría? Ya había besado a Angelina, había sido agradable, sí, y había tenido ganas, pero no como las que tenía ahora de besar a Atria. ¿Por qué habían tenido que meterle esa idea en la cabeza? ¿Por qué tenía que haber vuelto a recordar lo que había visto en el espejo? Había conseguido olvidarlo, ahora por culpa de esos dos volvía a estar en su cabeza. No había podido olvidar esa imagen, aunque tampoco es que lo hubiera intentado con muchas ganas.

Lo que Fred no sabía es que Atria estaba teniendo un dilema similar. Sí, sabe que le gusta abrazarle o dormir con él. Que la ayudó a relajarse cuando estaban volando el coche el año pasado con solo darle la mano. Si bien nunca había pensado en besarle, ahora se lo estaba planteando seriamente. No entendía por qué, nunca había querido besar a nadie, lo de Leah había sido más para que las chicas dejaran el tema no porque realmente quisiera y ahora... ahora sí quería. ¿A eso se referían las chicas? ¿Y si le besaba ahora y luego fingía que había sido sin querer? Sí, eso podría funcionar, se le pasaría la curiosidad y todo seguiría igual.

— Fred, Atria, ¿hola? —George se esperaba que ahora pasase algo así, lleva esperando meses pillarlos a punto de besarse o besándose. Pero se esperaba que se alejaran rápidamente y fingieran que no pasaba nada, no que siguieran como si nada. Fred le mira, tranquilamente, mientras que Atria sonríe. Hasta que ve la naranja que tiene en la mano.

— George, ¿no sería esa la naranja que estaba en la nevera con una cara pintada, verdad? —le dice, intentando recordar si había más naranjas guardadas en la nevera, pero no logra recordarlo. Sabía que le había dicho a Remus que esa naranja no se la podía comer, pero eso había sido el verano pasado—. ¿George?

— Sí, ¿por qué? —dice, comiendo más de la naranja y Atria sale corriendo de la cama para lanzarla contra el suelo—. ¡Atria!

— Fred, corre, en mi baúl tienen que estar los papeles para el antídoto, en el cuaderno rojo —dice, mirando a George—. ¿Y dónde están mis gafas? Venga, que, si no, no puedo leer y dudo que ninguno de los dos entienda qué escribí.

Atria se había olvidado por completo de que la naranja que había preparado el año anterior seguía en la nevera. Aunque, siendo sinceros, esperaba que Remus la hubiera tirado ya, no que la hubiera dejado casi un año ahí metida.

— ¿Pero qué has hecho? —le pregunta Fred, revolviendo todo el baúl hasta que encuentra el cuaderno. Se lo lanza a Atria, que no deja de buscar sus gafas y se las tiene que pasar él. Ella se las pone y rápidamente pasa las páginas hasta que encuentra la receta que busca y, cuando vuelve a mirar a George, ya está lleno de granos.

— Bueno, al menos sé que ahora funciona —dice, sonriendo—. Gracias, George, me has ahorrado tener que probarla yo misma para ver los efectos.

— Ahora van a saber quién es el gemelo guapo —dice Fred riéndose mientras que ve como George sale corriendo hacia el baño para mirarse.

— ATRIA, TE VOY A MATAR —grita George, pero ella es bastante más rápida y cierra de una patada la puerta de la habitación, para luego terminar de asegurar la puerta con magia—. ¡Abre ahora mismo!

— Cuando acabe la poción, ve a enseñarle a Remus lo que le hubiera pasado si se hubiera comido la naranja —le dice, moviendo la cama del suelo de la habitación y poniendo su caldero de nuevo en el centro. Murmura el hechizo por si acaso algo explota y entonces empieza a echar ingredientes en el caldero.

Verla trabajar pasando las hojas de su cuaderno es algo que Fred lleva haciendo desde que Atria empezó a desarrollar las pociones. Y no puede evitar mirarla los labios cuando empieza a comer una pluma de azúcar que no tiene muy claro de donde ha sacado. Si George no les hubiera interrumpido la hubiera besado, sin duda alguna. Ya hubiera solucionado el problema más tarde, pero lo hubiera hecho.

— ¿Necesitas ayuda? —le pregunta, intentando olvidar la idea de besarla y ella asiente. Ha pasado el momento, quizá otro día...

— Necesito que mantengas el fuego constante —le dice, mirando el cuaderno—. O quizá George se queda con las cicatrices de los granos, no tengo muy claro que escribí aquí, creo que eran las tres de la mañana y los granos que tenía en el brazo y la mano no me dejaban escribir.

— ¿Cómo que me pueden dejar marca? —grita George al otro lado de la puerta.

— Y calma a tu hermano, por favor, no hay quien trabaje así.

— ¡Ni tampoco quien duerma! —grita Remus desde su habitación. Al final acaba levantándose para ver a George en el pasillo, contra la puerta de Atria que está cerrada. Y cuando se gira no puede evitar gritar al ver como tiene la cara—. ¡Atria!

— ¡Estoy trabajando en ello, pero dejad de gritarme! —chilla de vuelta ella ante el regaño de su padrino, que mira a George con pena.

— Te has comido la naranja, ¿verdad? —le dice, intentando aguantar la risa ahora que ya se le ha pasado el susto de verle así.

— ¿Quién guarda una naranja con una poción de este estilo en la nevera? —George se queja, y no es para menos. Los granos no solo le pican, sino que también le duelen.

Remus intenta distraer a George de los picores hasta que Atria abre la puerta, diez minutos después con medio pelo recogido en un moño y el resto suelto, y de nuevo está sin cejas.

— ¿George no te ha dado el remedio para las cejas? —le pregunta Remus, mirándola y ella se encoge de hombros mientras que le tiende el frasco a George.

— Vamos, bébetelo —le dice y no hace falta que lo diga dos veces ya que rápidamente le da un trago y los granos empiezan a desaparecer, poco a poco—. Ven a la luz, tengo que ver si tienes marcas o no.

— ¿No podéis actuar como las personas normales? —les pregunta Remus desde la puerta cuando ve como sientan a George en el suelo y empiezan a examinarle con lupas. Los tres le miran, como si no estuvieran haciendo nada raro y al final suspira—. Son las dos de la mañana, chicos, agradeced que vivimos en mitad del bosque o ya hubieran llamado a la policía.

— Hubieran llamado hace muchos años, Remus, las explosiones son difíciles de camuflar —le responde Atria, sonriendo y vuelve a examinar a George. No parece que tenga ninguna marca, así que deja su lupa y sonríe—. Has quedado exactamente igual de feo que antes, ¿no te parece estupendo?

— Ah, claro, ahora soy feo, pero si no hubiera llegado antes hubieras besado a Fred, que es exactamente igual que yo —dice George y Remus entra rápidamente en la habitación, de brazos cruzados.

— Fuera de aquí, los dos —les dice, cogiendo a los gemelos de las orejas y Atria no puede evitar soltar una carcajada—. Y ya hablaré contigo más tarde.

— Si los sacas de aquí empezaré a traer chicas y nunca sabrás si estoy con ellas o son solo amigas. Ten claro que mis chicas no tendrían ningún problema en fingir estar conmigo solo para molestarte —le dice, sentándose en su cama y riéndose. Atria le da una patada a la cama que habían guardado Fred y ella para sacar el caldero y Remus suspira. Le gustaría ver a James lidiar con Atria, sí. A Lily le daría exactamente igual, de hecho, sería probable que le hiciera mucha gracia la situación y dejase dormir a ambos allí, bajo la excusa de que ella había hecho lo mismo con James durante el último curso en Hogwarts—. Tú eliges, Remus, confías en mi ahora o yo no vuelvo a confiar en ti nunca.

— ¿Por qué estás en Gryffindor si eres una manipuladora ambiciosa? —le dice, soltando a los gemelos, que van corriendo detrás de Atria—. Seguiremos hablando tú y yo en cuanto vuelvas de La Madriguera.

— No puedes regañarme cuando tu dormías con tu novio en la habitación que compartías con tus amigos —le dice, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño. Fred y George, por supuesto, no pueden evitar reírse al ver como la pequeña Atria desafía a su padrino—. Y estoy segura de que hacíais más que dormir.

— Ni que fuéramos los únicos —murmura Remus, pero no lo hace lo suficientemente bajo ya que Atria le oye perfectamente y empieza a poner cara de asco.

— ¡Qué son mis padres, no necesitaba saberlo!

— ¿Pero cómo te crees que naciste?

— ¡No necesitaba aún más confirmación! —chilla ella y Remus encuentra el punto perfecto para avergonzarla, así que sonríe.

— Tenías que oír los gritos en la habitación, menos mal que Lily aprendió pronto los hechizos silenciadores porque no te haces una idea de lo que era aguantarlo todas las noches.

— ¡Lupin, cállate! —chilla Atria, levantándose de la cama y tapándose los oídos hasta que llega a él y luego le empuja fuera de la habitación y cierra de un portazo—. ¡Largo, Lupin, eres asqueroso!

— ¿De verdad, Atria? —le pregunta Fred, riéndose a carcajadas y entonces ella se gira y los mira.

— Sois siete hermanos, ¿cuántos intentos creéis que tuvieron vuestros padres hasta que llegaron a vuestra hermana? —les dice, sonriendo y entonces quieres tienen la cara de asco son ellos—. Ya no es tan divertido, ¿verdad?

— ¿Cómo se supone que vamos a dormir ahora? —dice George, intentando eliminar la idea de su mente, pero resulta realmente difícil, al igual que para Fred y Atria, que niegan a la vez.

— Creo que hoy no dormimos.

— Habla por ti, en cuanto me hagas un hueco en la cama caigo dormido —dice Fred, empujando a George a la otra y Atria se cruza de brazos.

— Claro, ahora sí quieres dormir conmigo —le dice, para luego tirarle de la cama con George, que se queja, pero devuelve a Fred a la cama con Atria.

— No pienso dormir con ninguno de los dos, dais patadas —les dice, cogiendo la almohada y poniéndola al otro lado, por si acaso Atria o Fred se tiran de la cama durante la noche que al menos no le aplasten la cabeza. Aunque tampoco tiene muy claro si es buena idea que lo que caiga sobre su cara sean sus pies.

Una vez deja la almohada sobre el colchón se levanta a apagar la luz, y pronto los tres quedan a oscuras. O al menos un intento de oscuridad ya que la luz de la luna casi llena entra perfectamente por la ventana. Y a Atria eso le da escalofríos. ¿Cómo ha podido dejar a Remus solo tantos años? ¿Qué pensarían sus padres de que no hubiera hecho nada para ayudarle? Atria se tumba rápidamente en la cama, mirando a la pared y finge que tiene mucho sueño cuando nota como Fred se acomoda a su espalda. Últimamente duermen así, él la abraza por la espalda y ella juega con sus manos. Pero hoy no lo hace.

George no tarda mucho en quedarse dormido, a diferencia de Fred y Atria, que ambos se mantienen quietos, sin decir nada. Hasta que ella se cansa y se levanta de la cama para ir a sentarse a la ventana, bajo la luz de la luna. Sobre ella no tiene el mismo efecto que sobre Remus, porque a ella la tranquiliza e, incluso, juraría que la hace más fuerte. No hay ningún estudio que demuestre que a las brujas le sienta mejor la luz de la luna que la del sol, pero Atria tiene claro que se siente mucho más poderosa por las noches.

— ¿Qué te pasa? —Fred acaba yendo con ella a la ventana y se sienta en el suelo, junto a ella. Le acaricia la pierna suavemente y a Atria le entra un escalofrío. ¿Por qué le pasa esto ahora? —¿Atria?

— Me vas a desgastar el nombre —le dice y sonríe, pero lo hace hacia la luna, de la que no puede apartar la mirada. Y Fred no puede apartar la mirada de ella.

Se levanta lentamente y se sienta con ella en el borde de la ventana, sin apartar la mano de su pierna, pero al final acaba cogiéndola la mano.

— Puedes confiar en mí, no le diré nada —le dice, susurrando y ella niega, dejando que se pierda la sonrisa. No puede contarle sus planes, no puede contar el secreto de Remus porque no es su secreto.

— Vuelve a la cama, venga, ahora mismo voy —le dice, volviendo a sonreír como si nada, pero Fred sabe que miente. Cualquiera que la conozca lo más mínimo sabe cómo es su verdadera sonrisa y esa no lo es. Así que la coge en brazos y la lleva con él a la cama.

— Tienes que descansar —le dice cuando la deja sobre la cama y se tumba a su lado.

Fred calcula perfectamente le beso que le da a Atria, justo en la comisura derecha, el lado que tiene él más cerca. Y luego finge que no ha pasado absolutamente nada, a pesar de la haber oído un "Oh" por parte de Atria y que tiene el corazón totalmente disparado. "Todo es culpa de Remus" vuelve a pensar mientras que abraza a Atria por la espalda. Y con ese pensamiento acaba quedándose dormido, a diferencia de ella, que no puede dejar de pensar en lo que acaba de pasar y en lo que casi pasa antes.

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Este fue uno de mis capítulos favoritos de escribir, sobre todo la parte final y la del casi beso ienfwejfnwefn. Parece que la niña sí que quiere besar a alguien y cero gracia porque es mi hija y una bebé, ¿vale?

Luego, a ver, lo otro, que es muy probable que cambie el día de publicación a miércoles y domingo idk todavía no lo he decicido de todas formas lo avisaré en el perfil de Wattpad y tal.

Ah, sí, ¿quién ha pillado la referencia a Save him? Jejejejejeje

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