Capítulo 18: Tan cabezota como tus padres
El viaje de vuelta en el expreso a Hogwarts fue, sin duda alguna, de lo más entretenido. Desde que Ginny había vuelto de la cámara de los secretos sus hermanos estaban mucho más pendientes de ella, por eso Fred y George no dudaron en irse a un compartimento con Ginny, Ron, Harry y Hermione. Atria llegó una hora después, cuando ya se había despedido, por fin, de todas sus amigas y los encontró jugando una partida de snap explosivo. Se unió en la siguiente ronda, pero perdió tan rápido que entonces decidió dedicarse a hacer perder a los demás, cuanto antes mejor. También aprovecharon los últimos momentos de magia, practicando el hechizo de desarme en el que Harry se estaba volviendo realmente bueno. Cuando faltaba poco para llegar a King's Cross, Atria decidió sacar algunos de los libros que tenía en el baúl para prestárselos a Hermione, y se los iba pasando a Fred, que se los sujetaba sin ningún problema.
— Vale, a ver, déjame que termine de sacar todo y te explico un poco más —dice Atria, metiéndose casi dentro de su baúl para sacar el último libro. O al menos lo que pensaba que era el último libro.
— ¿Ese baúl tiene fondo? —bromea George, viendo como Fred empezaba a estar sepultado bajo tanto libro. Atria sacó la cabeza del baúl y dejó otros dos libros más en la pila, para luego contarlos. Uy—. ¿Qué has olvidado esta vez?
— Creo que lo debe tener Beth... no lo sé, si no pues estará allí el curso que viene —le responde ella, encogiéndose de hombros.
— Es curioso como tenéis la misma cara cuando recordáis algo —dice Fred, señalando a Atria y Harry, que mira a Ginny.
— Ginny, ¿qué era eso que le viste hacer a Percy, pero no quería que nadie supiera? —la pregunta y a ella le entra la risa.
— ¡Oh, eso! Percy tiene novia.
Todos los libros que tenía Fred en los brazos se cayeron instantáneamente al suelo.
— ¿Qué?
— Sí, la prefecta de Ravenclaw que estaba con Atria y Hermione, Penelope Clearwater —dice Ginny, sonriendo, pero pronto cambia de expresión a una un poco más seria—. Por eso estaba tan afectado cuando fue...
— Y yo que pensaba que Percy ya me tenía cariño y una extraña me sustituye —dramatiza Atria, recogiendo los libros del suelo y, como estaban ahí, decidió aprovecharlo para ir separando en dos montones.
— Llevan saliendo desde el verano pasado, era a ella a quien escribía tanto —dice Ginny, riéndose—. Un día los descubrí besándose en un aula, habían estado viéndose en secreto durante todo el curso. No os vais a reír de él, ¿verdad?
— Ni se me pasaría por la cabeza —dice Fred, poniendo una cara que Atria reconoce automáticamente. Se van a burlar de él todo lo que puedan y mucho más.
— Por supuesto que no —corrobora George y se le escapa una risa que termina de confirmar lo que ya sabían.
— ¿Y tú? —le pregunta Ginny a Atria y ella se encoge de hombros.
— Si no me regaña por andar normal, o por andar, o por hablar con los gemelos, o por hablar contigo, o por... Bueno, creo que lo habéis pillado —dice ella, sonriendo y Ginny niega, pero también se ríe.
El tren poco a poco va reduciendo la velocidad y Atria se empieza a dar prisa para meter todos los libros que no van a ser útiles para Hermione en el baúl mientras que luego le tiende los que sí. Ella sonríe y se los guarda en el suyo, que también estaba ya en el suelo.
— Oye, Atria, sabías que era un teléfono, ¿no? —le pregunta Harry y ella asiente—. Bien, este es el número, ¿me llamarás?
— Oh, claro que te voy a llamar hermanito —le dice, levantándose del suelo para abrazarle fuertemente—. ¿Te llamo luego para que puedas guardar tú también el número de teléfono? Es que, si te soy sincera, no tengo a quien llamar así que ni siquiera me lo sé.
— Toma, me puedes llamar cuando quieras —le dice Hermione, rompiendo un pedazo de papel y garabateando los números.
— ¡Estupendo!
— Es un placer hablar con vosotros, pero nos la llevamos para poder atravesar la barrera y que llegue a casa —dice Fred, sacando a Atria del vagón mientras que ella va arrastrando su baúl. Entre los dos lo colocan en el carrito que ya tiene George, donde están sus dos baúles ya subidos, junto al de Ginny.
— A casa... —murmura ella, para luego quedarse parada justo delante de la barrera—. ¡A casa!
— Sí, Atria, a casa, es donde vamos ahora —le dice George antes de atravesar la barrera con Ginny.
— No, no me entendéis, que me voy a casa —le dice a Fred, que abre la boca para decir algo, pero ella niega—. Tengo que ir a verle, nos vemos pasado mañana.
— Pero te ibas a quedar con nosotros —protesta Fred y ella asiente.
— Es que tengo que hablar con él, es algo importante —dice ella cuando llegan hasta los señores Weasley, que abrazan a Ron con todas sus fuerzas mientras Ginny habla sin parar y Percy parece realmente avergonzado de que su madre esté abrazando a Ron con tantas ganas en mitad de King's Cross. Bah, ni que fuera para tanto, ya le gustaría a ella que sus padres estuvieran abrazándola con fuerza en mitad de la estación.
A lo lejos ve a Harry, siguiendo a sus tíos y a Hermione hablando tranquilamente con sus padres. Como se nota la diferencia entre unos muggles a quienes le importas y a quienes no.
— ¿Qué tal estás, Atria, cariño? —le dice la señora Weasley cuando termina de abrazar a los gemelos y Atria sonríe mientras que la abraza. Quizá no tiene a sus padres, pero los abrazos de Molly Weasley son un buen sustituto.
— Estupendamente, me voy a ir a ver a Remus porque seguramente esté preocupado por todo eso de este curso, pero volveré pasado mañana —le dice y ve como la señora Weasley hace una mueca. Estaba claro que no le iba a hacer mucha gracia y menos que mencionara lo del curso. Pobre Ginny.
— Claro, cariño, ¿nos vamos ya? ¿Tenéis todo? —les pregunta y cuando todos asienten se ponen en marcha.
Normalmente hubiera ido tranquila hasta La Madriguera, pero ese día no. Quizá la regañaría cuando llegase por la broma que había hecho, pero no podría regañarla si ella le regañaba primero. Sí, ese era el plan, regañarle primero para que no pudiera decir nada. Fred y George se lo estaban pasando estupendamente en el viaje viendo que Atria no dejaba de mover la pierna de forma nerviosa, algo que ponía a Percy de los nervios. Su cara se iba desencajando con cada movimiento que hacía Atria, causando las risas de los gemelos.
— ¿Te quieres estar quieta? —acaba diciéndola cuando llegan, pero Atria no le escucha ya que sale corriendo y arrastrando su baúl.
— ¡Muchas gracias por todo, nos vemos pasado mañana! —dice Atria mientras coge los polvos flu del saquito que estaba sobre la chimenea. Tenía que traerles algo más—. ¡La Cueva!
Soltó los polvos flu y pronto estaba en casa. Soltó el baúl de cualquier manera en el salón y entonces salió corriendo hacia el despacho de Remus, en la planta superior. La iba a oír, sí. Ya lo estaba ensayando todo en su cabeza. Estaba enfadada porque le había mentido muchos años.
— Hola, Atria —le dice su padrino en cuanto entra como una fiera a la habitación. Cuando Atria se enfada Remus siempre se acuerda de Lily y sus discusiones con James. Es sin duda alguna igual que su madre en cuanto se enfada, aunque el resto es igual que James—. ¿Qué tal estaba todo el colegio con el pelo de color verde moco?
— ¿Cómo has podido callártelo todos estos años? —le chilla, dando un golpe en la mesa—. ¡Soy tu ahijada, tengo casi catorce años, no soy ninguna niña, Remus Janet Lupin!
— ¿Lockhart os ha hablado de los hombres lobo? —le dice, sonando tranquilo, pero por dentro todo se retuerce. La broma de Atria ya estaba apartada en su cabeza, ahora solo había miedo.
Miedo de que no le quisiera, de que prefiriera irse con Harry y los muggles antes que vivir con él, con un licántropo. Remus ya sabía que Atria conocía el patrón de la luna llena, pero Lyall Lupin le había ayudado con la mentira todos estos años y, delante de Atria, también fingía que estaba terriblemente enfermo.
— Eso lo sé desde que tenía siete años, Remus Jarvis Lupin, no soy imbécil —le responde y a Remus se le para el corazón. ¿Desde los siete años? ¿Y de verdad tenía que estar cambiando su segundo nombre a cada segundo? A veces se arrepentía de haberle contado tantas historias de sus años en Hogwarts.
— ¿Cómo, Atria? —le pregunta, notando como su corazón vuelve a su sitio. Si llevaba sabiéndolo siete años, ¿por qué iba a dejarle ahora? ¿Y si era porque la habían petrificado y se había pensado mejor lo de vivir con un monstruo?
— ¿Te crees que no me iba a dar cuenta de que siempre estás lleno de heridas después de la luna llena? ¿O de que siempre voy con ellos en esa fecha? O, mejor aún, Moony —dice, haciendo énfasis en su apodo—, ¿cómo no me iba a dar cuenta de que vivimos en una casa llena de libros de defensa contra las artes oscuras y no hay ni una sola página sobre los hombres lobo? —le dice y termina de relajarse. Aparentemente está molesta, pero sabe que, en realidad, Atria está fingiendo el estar tan enfadada—. ¡Existen formas de conseguir los libros!
— ¿Entonces qué es lo que me he callado? —le pregunta, un poco más confuso. No parece que le importe mucho que no le dijera que era un hombre lobo, de hecho, parece que le da igual. Al igual que a sus padres, al igual que a Sirius.
— ¡Me dijiste que era imposible porque había que nacer con una marca! —chilla Atria, dando de nuevo un golpe en la mesa. Y en el instante Remus sabe de lo que le está hablando. Ahora sí que parece enfadada.
— No —le responde, siendo realmente tajante, pero eso a Atria nunca le ha importado.
— Elige, o me ayudas o lo hago yo sola y sabes perfectamente que soy capaz —le amenaza y Remus suspira.
— Eres tan cabezota como tus padres.
— ¿Y qué te esperabas de la combinación de James Potter y Lily Evans? ¿A alguien tranquilo? ¿A alguien que no va a ayudar a quienes quiere? ¡Qué Harry viva en las nubes no significa que lo haga yo también!
— Solo esperaba que la sensatez de tu madre fuera mayor que la inconsciencia de tu padre —le responde, pero no puede evitar formar una pequeña sonrisa.
— Entonces... ¿qué eliges? Porque si mi padre, Peter y Sirius —Remus cierra los ojos ante la mención de su exnovio— pudieron hacerlo con tan solo quince años yo también lo haré. Y un año antes que ellos, porque puedo demostrarte que soy mucho mejor que vosotros.
— Eres muy pequeña, Atria —insiste Remus, pero ella niega.
— Elige, o lo hago yo sola con ayuda de Fred y George, o me ayudas tú—le amenaza—. Y sabes que como les diga que voy a ser animaga ellos también querrán, ¿quieres que caiga sobre tu conciencia que Fred y George Weasley puedan transformarse en animales a voluntad? Porque creo que te haces una idea de todo lo que puede pasar si esos dos lo consiguen.
— Te ayudaré —le dice, después de unos segundos. No quiere arriesgarse a que los gemelos Weasley puedan tener aún más facilidades para hacer bromas, bastante tenían ya con el mapa del merodeador. Tampoco quiere arriesgarse a que Molly Weasley acabe con él—. Con una condición.
— ¿Cuál es? —le pregunta, frunciendo el ceño. Si se atreve a decirle que no podrá estar con él en las noches de luna llena saldrá de la habitación y volverá a La Madriguera para hablar con Fred y George. ¿Cuál podrían ser sus formas? ¿Cuál sería la suya? Ya quería saberlo, necesitaba saberlo.
— Limpia tu cuarto. De una vez —le dice y Atria empieza a protestar. Por supuesto que iba a elegir eso, llevaba intentando que limpiase su habitación desde siempre, pero Atria llevaba años fingiendo que lo hacía—. Contra antes empieces antes podrás empezar con el proceso, es realmente largo.
— Está bien, ¿me subes mi baúl? —le pregunta, haciéndole ojitos, como siempre que quiere algo y Remus suspira, pero mueve su varita y el baúl que había sido abandonado junto a la chimenea subió las escaleras y se puso delante de la puerta de su habitación—. ¿Si la limpio ya puedo empezar con la hoja de mandrágora en la próxima luna llena? Así quizá puedo tener todo listo para antes de ir a Hogwarts.
— Atria —le advierte Remus, pero ella le ignora y solo le mira fijamente.
— Tú eliges, Remus Juilliard Lupin, por las buenas o las malas. No tengo problema ninguno en hacerlo a escondidas.
Atria sonríe cuando ve a Remus suspirar porque sabe que lo ha conseguido. Y tranquilamente se va hacia su habitación, donde sabe que tiene mucho que limpiar. Intentaba mantenerla limpia, pero sencillamente todo se desordenaba en cuanto llegaba a casa en verano. El suelo estaba lleno de trozos de pergamino, restos de pociones y también de los inventos de los gemelos, que se llevaba de vuelta a casa para intentar ayudarles a mejorarlos. Lo único que pedía Remus era que todo lo que desarrollaran no acabara con la vida de nadie ni con heridos. Así que Atria y los gemelos se mantenían en esa línea. De momento.
— Vale, quizá es buena idea empezar limpiando el suelo —murmura para sí misma, viendo el desastre que tiene a sus pies. En cuanto levanta un par de pergaminos recuerda por qué están en el suelo y hace una mueca. Odia tener que limpiar tinta y esa está allí desde hace un año, seguro que era imposible sacarla si no era con magia. Y todo porque se había quedado sin bolígrafos y lo único que tenía a mano era ese bote de tinta—. ¡Moony, necesito tu ayuda!
— Iremos luego a comprar las cosas, sí, no seas impaciente —le dice, pero aun así va hacia la habitación de Atria y se queda en la puerta, mirando al suelo—. Así que eso era lo que escondías debajo de tanto papel.
— Un sencillo movimiento de varita lo limpiaría —le dice, sonriendo de oreja a oreja. Remus es incapaz de resistirse a su ahijada, lo sabe desde que era un bebé y por eso mueve la varita y toda la tinta de la alfombra desaparece de inmediato—. ¡Gracias, Moony!
— Eres una manipuladora, que lo sepas —le dice, sonriendo mientras que se va y oye la risa de Atria desde su habitación.
— ¡Y me quieres igual! —le grita en respuesta. Parece que se le ha olvidado todo el tema de teñir a todo Hogwarts de color verde, y pensaba dejar que se le olvidase del todo. Al menos hasta que no hubiera terminado todo el proceso para convertirse, claro. Luego ya le comentaría como de fácil había sido hacerlo.
Vuelve a mirar su habitación y suspira. Dormir está realmente sobrevalorado, así que se pone manos a la obra. Antes de cenar consigue separar todos los pergaminos, frascos de pociones y partes de experimentos en tres montones distintos que después se encargará de organizar. Baja a cenar en cuanto empieza a oler las verduras a la plancha que Remus está preparando y, mientras que ambos cenan, le cuenta qué tal ha ido el año. Le había escrito, claro, en Halloween. Luego habían sido cartas más cortas, donde solo le decía que todo iba bien y que no parecía que fueran a atacar a nadie más. Cuando atacaban a alguien prefería callarlo, y solo le repetía que todo estaba bien, solo para no preocuparle. Le habla sobre el brazo roto de Harry, lo inútil que era Lockhart, como los gemelos seguían sin tener ni idea de que él era Lunático y todas las bromas básicas que habían hecho durante el curso hasta que ella fue petrificada. Tampoco iba a hacer algo grande para que tuviera que volver de Estados Unidos, no. Contra más crecía Atria más claro veía Remus que había heredado el talento de James para las bromas y el meterse en problemas. Por parte de Lily no solo había heredado su forma de enfadarse, sino también una gran habilidad para las pociones, algo que se notaba en sus perfectas notas en la asignatura. Y, por supuesto, de él había heredado la pasión por la defensa contra las artes oscuras, no podía ser de otra forma. ¿Qué pensaría Atria de que él fuera el próximo profesor? Sabía que era mala idea, pero Dumbledore ya llevaba un mes detrás de él, insistiéndole en que sería bueno para él. Pero no podía evitar preocuparse por todos los estudiantes del colegio. No dejaba de ser un hombre lobo, era peligroso, por mucho que Dumbledore insistiera en que Snape podría preparar la poción matalobos —y estaba seguro de que si le diera la receta a Atria ella tampoco tendría muchos problemas para prepararla— no creía que fuera lo correcto.
— Voy a seguir ordenando aquello, creo que puedo encontrar lingotes de oro entre toda la mierda que he acumulado en tantos años —le dice Atria, viendo como se ha quedado mirando a la nada, con un tomate a mitad de camino—. ¿Vas a querer más o te recojo ya el plato?
— Puedes llevártelo —le dice, metiéndose el tomate en la boca y ella sonríe, le quita el plato y se pone a fregar. Es uno de los tratos, ella no tiene que cocinar, pero si fregar. Y luego, entre ambos, se ocupan de limpiar la casa de vez en cuando—. ¿Pasa algo por tu cabeza, Moony?
— La luna llena es en tres días —le responde, y ella asiente. Quizá tendría que haberlo dicho antes para que pudiera confiar en ella.
— Todo estará bien, en cuanto sea una animaga completa lo verás —Atria se gira con el estropajo lleno de jabón en la mano y sin cuidado ninguno, lo que lleva a que llene el suelo de agua y jabón. Remus levanta una ceja y Atria le mira raro, pero luego se da cuenta de que está mojando el suelo y sonríe—. Uy.
— Ten cuidado, no quiero volver a llevarte a San Mungo porque tienes otra brecha en la cabeza —le dice, pasando por su lado y revolviéndole el pelo. Lo lleva largo, demasiado para lo que le suele gustar, así que probablemente la próxima vez que venga de La Madriguera lo haga con el pelo cortado por Molly.
— No han sido tantas veces, de hecho la última vez tenía diez años —responde Atria—. Solo cuando me he caído de la escoba porque Fred y George son un poco brutos o cuando me caigo por las escaleras o la temporada en la que fui sonámbula y me choqué con la puerta tres veces en la misma noche.
— ¿Te parecen pocas? —dice Remus, riéndose y ella se encoge de hombros.
— Soy patosa, ¿qué le vamos a hacer? De todos modos, no quiero volver a un hospital hasta dentro de unos meses.
— ¿Qué se siente al ser petrificado? —le pregunta Remus, apoyándose en la encimera de la cocina y ella se ríe.
— Es parecido a cuando estás dormido y te despiertas un poco, pero no sabes si estás soñando o no —le explica, con calma, una que la sorprende incluso a ella. Con la única que lo había hablado era Hermione ya que los demás tenían la misma creencia que Madame Pomfrey, que no sentían nada—. Creo que puedo hacer una poción que te petrifique, por si quieres probarlo.
— ¿Qué parte de que no dañe a nadie no entendiste, Atria? —le recuerda Remus y ella se ríe.
— Está bien, pero se la propondré a Fred y a George, creo que podemos darle un pequeño giro y hacer algo parecido a la maldición de parálisis de cuerpo entero, pero con una apariencia más tétrica, ya sabes, ojos vidriosos, mirada perdida, cuerpo congelado —Atria termina de fregar y entonces se pone a secar, lentamente y mientras, va pensando—. ¿No crees que sería una buena broma? Te comes un caramelo de esos y te convierte en estatua por cinco minutos, logrando asustar a cualquiera que pase por ahí.
— Creo que cinco minutos es excesivo, te recomiendo máximo tres —le aconseja Remus y ella asiente, distraída. Tiene que probarlo.
Guarda los platos, los vasos y los cubiertos rápidamente en su sitio y le falta tiempo para subir corriendo a su habitación. Tiene que apuntar la idea en algún lugar y como llevarla a cabo antes de que se le olvide. Coge el primer trozo de pergamino que encuentra en uno de los montones y se pone a escribir sin parar todas las ideas que tiene para que funcione. Posibles ingredientes para la poción y una forma de prepararla para que salga bien. Solo son ideas, por supuesto, y tendrá que hacer muchas pruebas antes de que salga bien, pero por algún lugar se empieza.
— Ordena tu habitación —le recuerda Remus cuando pasa por delante de la puerta y ella asiente, pero realmente no le está escuchando. Tiene una idea, tiene que empezar a desarrollarla—. Y duerme.
— Mañana —le responde y Remus sonríe, con tristeza. Lily era igual, cuando tenía algo en mente no lo dejaba hasta que lo conseguía—. Que descanses, Moony.
— Tú también, Atria.
Remus cierra la puerta de la habitación de su ahijada y luego pone un encantamiento silenciador. Suele ser un desastre, pero si tiene ideas en la cabeza es aún peor, por lo que las explosiones esa noche van a ser algo de lo más normal. Y Remus necesita descansar antes de la luna llena. Empieza a notarla en su cuerpo, las ganas de carne, las ganas de salir corriendo al bosque. Y por eso han cenado verdura. Remus cierra la puerta de su habitación y corre las cortinas. No quiere ver ni gota de luz lunar, no puede aguantarlo, empieza a picarle en el cuerpo. ¿Y si alguna de esas veces se trasforma antes de tiempo y le pasara algo a Atria? ¿Y si tuviera que volver de improviso a casa y él todavía era un hombre lobo?
— ¿Por qué tuvisteis que hacerla caso cuando dejó de llorar? ¿Por qué no dejásteis que fuera Peter su padrino? —murmura, mirando al techo y recordando.
Aunque legalmente su padrino fuera él, sabía que Sirius también lo era de Atria, al igual que él lo era de Harry. Y Peter de ambos. Oh, Peter. Los ojos de Remus se llenan de lágrimas recordando como era todo antes. James, Lily y Peter seguían vivos, Sirius estaba de su parte. Tenía a todos sus amigos, era feliz. ¿Por qué Sirius iba a traicionarles a todos de esa forma? ¿Qué le había prometido Voldemort para que les entregase a James, Lily, Atria y Harry? ¿Qué había más importante que ellos? ¿Cómo había podido fingir de tal forma la noche que los mataron? Tenía que haber aceptado en ser él el guardián de los secretos, pero estaba demasiado ocupado fingiendo que se unía a la banda de Fenrir Greyback por orden de Dumbledore. Remus intenta dormirse, lo intenta con todas sus fuerzas, pero su línea de pensamiento no se agota. Él tiene la culpa de que estén muertos y Sirius en Azakaban. Él tiene la culpa de que Atria viva con él y no con sus padres. De que Harry tenga que vivir con sus tíos muggles en lugar de sus padres. Si solo hubiera sido más valiente... si hubiera dejado a Atria con Lyall y hubiera vuelto con Sirius... quizá... quizá...
Se iban a casar. Atria iba a llevar los anillos, Harry lanzaría las flores. No iba a ser una ceremonia oficial, claro, estaban en mitad de la guerra y todas las bodas estaban suspendidas, la iba a oficiar James. Tan solo una semana después de Halloween. Y se casarían de verdad en cuanto todo estuviera más tranquilo. Remus quería esforzarse en creer que todo era verdad, porque todas las pruebas decían que había sido él, pero... Dumbledore no había hecho nada por sacar a Sirius de Azkaban, así que debía ser culpable. Independientemente de lo que pensase Atria, independientemente de lo que pensase él, porque Dumbledore no iba a dejar que un inocente se pudriera en Azkaban.
Remus acaba levantándose de la cama y vuelve hasta la habitación de Atria, deshace el hechizo silenciador y entonces oye la primera explosión. Abre la puerta con cuidado, para no asustarla y ve como está en el suelo, rodeada de pergaminos por todas partes y distintas partes de ingredientes para pociones. Y parece desesperada ya que grita.
— ¿Necesitas ayuda limpiando el caldero? —le pregunta suavemente y ella asiente.
— Esta es la quinta vez que me explota—murmura, levantándose para abrir la ventana—, pero es la primera vez que sale humo negro y mira, no puedo mover la mano, me han salpicado unas gotas así que creo que voy por buen camino.
— Sabes que las pociones no son lo mío, pero por el olor que tiene tu habitación ahora mismo creo que te has pasado con el azufre —le dice Remus y ella asiente.
— Estaba probando, pero creo que ese ingrediente no ha sido buena idea, ahora toda mi habitación huele a huevos podridos —se queja y luego sacude la cabeza y mira a Remus—. ¿No puedes dormir? ¿Es por mis explosiones? ¿O por la luna llena?
— Ambas —le responde, entrando a la habitación y sentándose en el suelo.
— Puedes contármelo, Moony, ya no soy una niña —le dice, sonriendo y sentándose a su lado.
— ¿No me tienes miedo? —le pregunta y Atria suelta una carcajada.
— Estoy aterrorizada con el hombre lobo que me regaña porque no doblo bien sus calcetines —le dice sonriendo y a Remus le da un vuelco el corazón porque fue algo parecido lo que le dijeron James y Sirius cuando se enteraron—. ¿Cómo podría tener miedo al hombre que me cambió los pañales, me enseñó a hablar y todo lo que sé? Oh, y no te olvides, te emocionas cuando repiten episodios de Doctor Who en la tele.
— Porque soy un hombre lobo —insiste, pero Atria niega y vuelve a sonreír.
— Sí, y eres terrorífico, mira como tiemblo de miedo —le responde, poniendo los ojos en blanco. Luego se levanta del suelo y mira el montón de pergaminos. Y entonces recuerda que tenía que ordenar la habitación—. ¿De verdad tengo que ordenar la habitación?
— Si no lo haces no hay poción para animagos y le contaré a Molly tu plan de involucrar a los gemelos, además de que mencionaré todo esto de los artículos de broma —le amenaza y Atria suspira. Sabe que es capaz y no puede arriesgarse a que la señora Weasley se entere de ello porque los gemelos la matarán. Así que le gruñe y se pone a ordenar, dejando el caldero en mitad de la habitación.
Remus niega, viendo como ya se le ha olvidado que estaba preparando una poción y sonríe un poco. Es tan dispersa como Lily. Duele verla, duele vivir con ella porque no deja de recordarle a sus padres, pero a la vez es lo mejor que le ha pasado en la vida. Él no se arriesgaría a tener hijos por si acaso la lincantropía hacía de las suyas, pero Atria era una hija para él. Levanta la varita y limpia su caldero, dejándolo perfecto para la próxima vez que suba corriendo las escaleras y se ponga a hacer alguna poción y se levanta del suelo.
Atria ni siquiera se da cuenta de que Remus sale de la habitación y le cierra la puerta porque no deja de mirar todos los trozos de pergamino. Había olvidado lo que quería hacer. Bueno, no lo había olvidado exactamente, lo había dejado de lado porque era demasiado peligroso. Para tener tan solo trece años había conseguido crear, con éxito, una docena de hechizos y pociones algunos más útiles que otros, pero ninguno se acercaba a lo que ella quería. Recuperar los pocos recuerdos que tenía de sus padres. Quería verlo todo, desde que nació y Lily la cogió en brazos por primera vez. Como lloraba James cuando la cogió por primera vez o como se calmó cuando Remus la rescató de los brazos de Peter y se calmó inmediatamente. Quería recordar las tardes de juego con Harry, quería recordar a su hermano pequeño antes de volver a conocerle a sus once años. Quería recordar a Peter y quería recordar a Sirius. Se suponía que por su culpa todo había sucedido así, pero Atria lo dudaba ya que, cuando era pequeña y le pedía a Remus historias de sus padres y los merodeadores, podía notar perfectamente como era imposible que él vendiera a sus amigos. Tenía que haber algo más, algo que nadie supiera. Y ella lo iba a averiguar. Algún día. Sabía que lo conseguiría, a la larga tendría el hechizo que arreglaría todo.
Cambia de pergamino, iniciando un nuevo montón y cambiando a otro tema. No quiere pensar ahora en sus padres y su asesinato, no cuando si limpia la habitación podrá convertirse en animaga y ayudar a Remus. Solo espera que su forma animal sea algo lo bastante útil como para ayudarla. ¿Y si se transformaba en un colibrí? ¿Cómo iba a contener al lobo? ¿Cómo iba a protegerle si con un solo soplido podría hacerla volar metros de distancia?
— Oye, Moony, ¿podría saber qué forma tendría como animaga? —dice, sin levantar la vista de los pergaminos. Sigue clasificándolos en útiles o basura hasta que se da cuenta de que no la ha contestado. Entonces levanta la cabeza y ve como la puerta está cerrada y está sola. Y no se había dado cuenta.
Atria mira por la ventana, intentando distinguir la hora que es, pero al ver como sigue demasiado oscuro lo deja por imposible. "Seguramente Remus se haya ido a dormir" piensa y sigue ordenando sus papeles. En cuanto termina con los pergaminos se levanta del suelo y baja hasta la cocina para coger una bolsa de la basura donde poder meter todo y allí, en el sofá, dormido de cualquier forma, se encuentra Remus Lupin. Viendo la teletienda.
— Sí, definitivamente eres aterrador —murmura Atria, sonriendo al verle. Es demasiado grande para el sofá, se sale por todas partes, pero no parece importarle ya que está profundamente dormido. Si estuvieran en otra época del año lo taparía con una manta, pero hace demasiado calor para ello.
Con la bolsa en la mano sube hasta su habitación y vuelve a encerrarse. Mete rápidamente todos los pergaminos inútiles en la bolsa antes de que se arrepienta y los guarde y entonces empieza con los restos de pociones que tiene en distintos frascos y los ingredientes sueltos. Hay cosas que se pueden salvar, pero otras van directamente a la bolsa en cuanto Atria las toca o huele. Al menos el olor a huevo podrido había ido desapareciendo de la habitación porque si no hubiera sido imposible.
En cuanto termina con los experimentos de los gemelos Atria no puede evitar tumbarse en la cama de golpe. Ya está casi amaneciendo, pero al menos ha conseguido limpiar el suelo de la habitación y puede volverse a andar por ella. No quiere dormirse, pero no puede evitarlo y los ojos se le empiezan a cerrar hasta que cae profundamente dormida.
Y cuando se despierta, horas más tarde, lo primero que hace es levantarse corriendo para coger algo rápido de desayuno y vuelve a encerrarse en la habitación. Ha tenido la solución delante todo el rato. No era azufre lo que necesitaba la poción, era anejo y sopóforo. Si el filtro de muertos en vida te dejaba dormido —o quieto, que era lo que quería Atria— solo tenía que modificar un poco las recetas hasta conseguir algo más o menos perfecto.
Pero por supuesto nada podía salir bien a la primera, así que Atria se tropezó mientras que llevaba en la mano un bote con ojos de sapo y se le cayó todo el contenido entro del caldero. Y por supuesto explotó.
— ¡Mierda! —chilló cuando le cayó un poco de poción en el brazo. Quemaba y bastante, así que volvió a chillar, lo que hizo aparecer a Remus con cara de dormido.
— ¿Qué ha sido esta vez? —le preguntó, mientras que pestañeaba e intentaba ver que había pasado. Generalmente no se despertaba por nada, pero con el ruido que había hecho Atria al bajar a por algo de desayunar y luego la explosión se había levantado tan rápido del sofá que casi se había caído por las escaleras.
— Se me han caído los ojos de rana en la pocion —dice, mientras que se limpia el brazo. Sin duda alguna eso le iba a dejar marca—. Voy a tener que empezar de nuevo y era mi último intento, no me quedan más granos de sopóforo.
— Vamos a ir esta tarde al Callejón Diagon —le informa y entonces ella levanta la cabeza, emocionada—, pero, por favor, no más explosiones por hoy. Llegaste ayer y ya van dos.
— Seis —le corrige automáticamente y luego sonríe.
Remus no puede evitar sonreír también y mientras que se va, niega. Es un caso perdido. Y menos mal que todavía no ha traído a los gemelos o hubieran sido más. A más calderos más explosiones. Atria no tarda en bajar a desayunar con él y tranquilamente hablan. Es demasiado madura para su edad, demasiado inteligente. "Si James y Lily la vieran" piensa Remus, viendo como Atria vuelve a garabatear algo en su brazo con uno de los bolígrafos que lleva siempre encima. No usaba tinta por accidentes como el de su alfombra, había aprendido a las malas que no podía confiar en si misma para utilizar un bote de tinta si no quería acabar manchando todo. Así que abrazó con ganas su ascendencia muggle y, junto a Remus, siempre compraba lápices y bolígrafos. Sus apuntes estaban llenos de color, al igual que sus libros y eso la ayudaba a centrarse. Porque Atria era dispersa, quizá demasiado. ¿Dónde tendría ahora las gafas? Porque la noche anterior la había visto con ellas, leyendo sus pergaminos, pero ahora no las llevaba y cerraba mucho los ojos, intentando ver que lo que estaba escribiendo en su brazo estaba bien.
— ¿Cuál crees que será mi forma animal? —dice, recordando que anoche lo había preguntado al aire y deja a medias lo que estaba escribiendo.
— Quizá una cierva, como tu padre —le dice, sonriendo y ella niega.
— Lo dudo, es demasiado cliché —le responde, y vuelve a escribir en su brazo. Remus se fija y empieza a ver que lo que está escribiendo es una lista de la compra de ingredientes de pociones.
— ¿Por qué no coges una hoja?
— Porque la perderé antes de llegar al Callejón Diagon —le responde, terminando de escribir "raíces de valeriana" en su brazo derecho—. ¿Hay alguna forma de saber qué seré?
— Bueno, tanto la profesora McGonagall como tu padre y Sirius tenían el mismo patronus que su forma animal —le responde y ve como le brillan los ojos—, pero no puedes usar magia fuera de Hogwarts.
— ¡Moony! —protesta ella y Remus niega.
Sabe que acabará enseñándola el hechizo antes de que termine el verano, pero no puede evitar picarla. Y ella se da cuenta, porque siempre hace lo mismo, pero finge que no. La única carta que le había llegado era porque había hechizado a sus tíos y, al hacer la magia fuera de casa, la detectaron. Supone que solo la pillaron porque estaba fuera de casa ya que vive con Remus y que, por mucho que tenga el detector, no son capaces de distinguir si es ella la que está haciendo magia o es Remus. Porque el detector no está en las personas, si no en la casa. Por eso Fred y George siempre la utilizan cuando están a salvo en su habitación o en casa con Remus. Saben dónde pueden hacerla y donde no, por eso nunca les han pillado. Y por eso a Harry sí que le pillaron. Y a ella esa vez.
— Voy a llamar a Harry, me dio su número de teléfono ayer —dice, levantándose de la silla y va directamente hacia el teléfono muggle que tienen en el salón—. ¿Le saludo de tu parte?
— No, Atria —le dice, siendo serio por primera vez desde que ella llegó y la muchacha suspira. No sabe cómo convencerle de que no le va a odiar. Ella había tenido los mismos miedos, pero Harry no la guardaba ningún rencor. Y estaba intentando con todas sus fuerzas ser la mejor hermana mayor que podía.
Atria saca de sus pantalones el número de teléfono de memoria y agradece haberse quedado dormida con la ropa que llevaba en el tren o hubiera perdido el trozo de pergamino. El teléfono da tres tonos y entonces se descuelga.
— ¿Sí?
— Hola, tía Petunia —dice Atria, sonando realmente feliz. No la ha fastidiado, era el número correcto—. ¿Podrías pasarme a Harry, por favor?
— ¡Mocoso! —chilla su tía al teléfono y Atria tiene que alejárselo porque casi la deja sorda.
— ¿Qué? —oye decir a su hermano al otro lado y luego unos murmullos y, por fin, silencio—. ¿Sí?
— ¡Hermanito! —chilla Atria y luego oye la risa de Harry al otro lado. Es uno de sus sonidos favoritos junto con la risa de Remus y el barullo de La Madriguera—. ¿Qué tal con los muggles? ¿Te están tratando bien en este primer día de las vacaciones?
— Como siempre —le responde y ella no dice nada. Quiere que se mude con ella, pero por lo visto no solo Remus está en contra, sino que también lo está el profesor Dumbledore—. ¿Y tú qué tal?
— Oh, bien, ya he causado seis explosiones y mi habitación ha estado apestando a huevo podrido unas cuantas horas—dice, y no puede evitar sonreír—. Al menos he limpiado la habitación.
— ¿Y en qué estás trabajando? —le pregunta Harry. Quiere saber más de ella, sabe solo lo justo, que le gusta experimentar, que es buena bromista. Que la habían petrificado durante tres semanas. Que no vivían juntos porque los Dursley solo habían querido adoptar a uno de ellos y Atria ya tenía dos años y era demasiado revoltosa. Eso le había contado el profesor Dumbledore, al menos.
— Oh, anoche estaba hablando de lo que se sentía al ser petrificada y entonces se me ocurrió, existe el maleficio de parálisis de cuerpo completa, ¿no? ¿Y por qué no algo que te haga paralizarte durante unos minutos? Puedes pensar que es una estupidez, pero te aseguro que Fred y George no van a pensar lo mismo cuando se lo cuente —dice, empezando a hablar cada vez más y más deprisa—. Imagina que le das algo así a Dudley y puedes pintarle un bigote en la cara.
— ¿Darle qué a Dudley? —la voz de Vernon Dursley suena al otro lado del teléfono y Atria suspira. ¿Alguna vez podrá hablar con su hermano de algo? —. ¿Quién eres?
— Hola, tío Vernon, ¿qué tal estás? ¿Me puedes volver a pasar a Harry, por favor? —le dice, tranquilamente, sabiendo que eso le pone de los nervios. La odia y sabe que, si se comporta perfectamente, le sacará de sus casillas.
— ¡No vuelvas a llamar a esta casa, ni te acerques a nosotros, mocosa! —grita al teléfono y lo siguiente que oye Atria es el pitido que la avisa de que le han colgado.
— Moony, ¿de verdad que no podemos ir a por Harry? —le pregunta Atria, a gritos desde el salón, pero aun así oye perfectamente su suspiro—. Está bien.
— Tiene que quedarse con ellos, Atria, lo sabes, son sus tutores legales y... —le recuerda y ella suspira. En cuanto tenga diecisiete podrá ir a por él, sí. Seguramente la ley mágica pueda apoyarla para que le adopte ella durante un año. Remus la mira desde la puerta de la cocina, sabe que es difícil para ella. Él tampoco quería separarlos, si Sirius no hubiera... Remus sacude la cabeza y mira a su ahijada. Tiene que animarla—. ¿Qué te parece si vamos ya al Callejón Diagon?
— ¿Podemos comer helado hoy? —le pregunta y Remus asiente. Sabe que va a decir en cuanto ve como Atria vuelve a abrir la boca para hablar él se adelanta.
— Ve a por Fred y George, venga —le dice, sonriendo. Sabe que no tiene que consentirla tanto, pero no puede verla así—. Eso sí, date primero una ducha, hueles a huevos podridos.
Atria se acerca a su padrino y le abraza, a pesar de sus quejas. Luego sube corriendo a la ducha y, en cuanto está lista vuelve a la chimenea para ir a por sus amigos. Sacará a Harry de la casa de los muggles antes de que acabe el verano. Seguro que en cuanto se lo cuente a Ron él estará de acuerdo y le tendrán en La Madriguera, a salvo de los muggles.
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¿Cuál creéis que va a ser la forma animaga de Atria? Porque yo ya la sé jejejejeje
Tenía que cortar este capítulo a la mitad porque si no eran demasiadas emociones, ya hay bastante con Atria queriendo ser animaga como para meter más cosas jajajaja
¡Nos vemos el viernes! Y mañana en Primavera si la leéis, espero que no colapséis ♥
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