Capítulo 17: Duermes conmigo

En los vestuarios de Gryffindor lo único que se oían eran gritos por parte de Oliver Wood. Al menos es lo que notó Harry cuando llegó, con la escoba al hombro. Eso y que Atria todavía no había llegado, a pesar de haber salido antes que él hacia la biblioteca.

— ¡Salimos al campo en tres minutos y tenemos al buscador sin vestir y nos falta una cazadora! —grita Oliver y Harry sale corriendo a cambiarse a la túnica de Quidditch—. ¿Dónde está tu hermana, Harry?

— Eh...

— Te lo hemos dicho ya, Oliver, Atria ha ido a la biblioteca —le responde Fred y mira a Harry—. ¿No te la has cruzado por el camino?

— No, a lo mejor ha tenido que volver a por la escoba —le responde, pero Fred niega.

— La deja en el escobero —le informa y luego mira a Oliver—. Llegará pronto, ya lo verás.

— ¿Y me puedes explicar por qué ha ido a la biblioteca antes del partido? —dice Oliver, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño.

— Se le ha olvidado devolver un libro —responde George—. Mira, Oliver, Atria se toma esto en serio. Seguramente llega tarde porque Madame Prince la está regañando por devolverlo tarde o algo así.

— ¡Si no aparece en el próximo minuto la echo del equipo! —grita y sale al campo, visiblemente enfadado.

— No la va a echar, ¿verdad? —pregunta Harry a los gemelos, y ambos niegan.

— No se atrevería, Katie ya no está entrenando con nosotros y echar a Atria le supondría tener que hacer entrenamientos extra con Katie para que se aprendiera todas las estrategias —dice George y Harry respira, un poco más aliviado—. Venga, vamos al campo, seguro que la vemos venir corriendo en nada.

Los gemelos y Harry salieron al campo, donde fueron aclamados por todo el público. Oliver, Angelina y Alicia ya estaban calentando, así que ellos no tardaron en unirse también. Tanto Fred como Harry no paraban de mirar hacia el castillo, intentando ver en la distancia a Atria, corriendo porque llegaba tarde, pero ella no aparecía por ninguna parte. Madame Hooch ya estaba abriendo el cofre con las pelotas y Oliver bajó a hablar con ella por si podían atrasar cinco minutos el partido o bien mandar a alguien a buscar a Atria, pero ni siquiera pudo responder ya que la profesora McGonagall apareció en el campo, con un megáfono de color morado en la mano.

— El partido acaba de ser suspendido —grita y Oliver cambia de objetivo para ir a hablar con ella, al igual que el equipo de Gryffindor baja al suelo para ver qué va a pasar exactamente.

— ¡Pero profesora! —grita todavía a medio camino—. Tenemos que jugar, la copa... Gryffindor no puede...

— Todos los estudiantes tienen que volver a sus salas comunes de inmediato, los jefes de las casas irán a informarlos. ¡Id lo más deprisa que podáis, por favor! —grita, ignorando completamente a Oliver. Cuando baja el megáfono no tarda en hacerle una seña a Harry, que se acerca con miedo—. Potter, es mejor que vengas conmigo.

Todo el mundo obedece y, poco a poco, el campo de quidditch va quedándose vacío, no sin quejas, claro. ¿De verdad era necesario que volvieran a las salas comunes? La profesora McGongall empieza a andar, pero se frena cuando ve que Harry no la sigue porque sigue quieto en el sitio.

— Venga, vamos a buscar a Atria —dice George, justo cuando pasan al lado Harry con las escobas al hombro, pero no llegan muy lejos porque la profesora McGonagall les frena.

— Coged a Potter, por favor. Creo que también será bueno que vengáis conmigo —les dice.

— No hemos hecho nada —dice Fred y ella asiente. Claro que sabe que no han hecho nada, por una vez no tiene que regañarlos. Fred se gira hacia George, que se encoge de hombros y ambos van hacia Harry—. Has debido de ser tú el que haga algo.

— Ah, Weasley, sí, tú también puedes venir —dice la profesora McGonagall cuando se cruzan con Ron, que se une a Harry y los gemelos con cara de miedo, sobre todo por ver a sus hermanos.

— ¿Qué habéis hecho y por qué nos llevan con vosotros? —les pregunta Ron en un susurro, pero ambos niegan.

— Tienes muy mal concepto de nosotros, Ron —le dice George—. No siempre estamos haciendo algo.

— Tú lo has dicho, no siempre —le contesta.

— Esto os resultará un poco sorprendente —dice la profesora McGonagall, con un tono sorprendentemente suave para como suele hablar ella. Sobre todo con los gemelos. No ayudaba tampoco que se estuvieran acercando a la enfermería en lugar de a su despacho, como esperaban los cuatro chicos—. Ha habido otro ataque... un ataque triple.

A los cuatro les dio un brinco el corazón. La profesora McGonagall abrió la puerta de la enfermería y los dejó pasar. Primero vieron a una chica de Ravenclaw —Fred y George la reconocieron como una de las prefectas de sexto curso— pero había más.

— Hermione —gime Ron cuando la ve sobre la camilla, justo al lado de la chica de Ravenclaw. Harry se acerca rápidamente hasta su amiga, al igual que lo hace Ron. Ambos se dan cuenta de que está inmóvil, con los ojos abiertos y la mirada vidriosa.

— Atria —susurra Fred, pero en el silencio de la enfermería se oye a la perfección. Harry aparta la mirada de Hermione para ver a los gemelos, esperando que su hermana llegara corriendo y protestando por la cancelación del partido. Pero en su lugar se encuentra con que ambos avanzan hacia otra cama, la que está a la derecha de la de Hermione. Y allí está Atria, petrificada.

— Las encontraron junto a la biblioteca —explica la profesora McGonagall, mirando a los cuatro chicos con pena, pero principalmente a Harry. No tenía bastante con que hubieran petrificado a su amiga que también habían petrificado a su hermana—. Supongo que no podréis explicar esto, ninguno de los cuatro, ¿verdad? Estaba junto a ellas, en el suelo.

La profesora McGonagall levanta un pequeño espejo y los cuatro niegan, a lo que la profesora McGonagall suspira. Ve como Harry empieza a moverse entre ambas camas, observando a Hermione y luego a Atria. "Pobre niño" piensa.

— Os acompañaré a la torre de Gryffindor —dice, cambiando de nuevo a su tono más serio, uno que no dejaba réplica, pero aún así, Fred y George lo tenían que intentar.

— ¿No podemos quedarnos con ella? —la pregunta George y la profesora niega.

— Ningún estudiante puede estar fuera de su sala común. Vamos, tengo que hablar con todos vosotros para explicar las nuevas medidas.

A regañadientes Harry, Ron, Fred y George salen de la enfermería, siguiendo a la profesora McGonagall hasta la torre de Gryffindor. Las nuevas medidas son que no pueden ir a ningún lado solos, que tienen que estar a las seis en las salas comunes, que no pueden ir al baño solos y que el quidditch y demás actividades extraescolares están suspendidas. Y, por supuesto, que, si no encuentran al agresor, el colegio cerrará.

— Han caído tres de Gryffindor, cuatro si contamos al fantasma, uno de Ravenclaw y otro de Hufflepuf —dice Lee en cuanto la profesora McGonagall sale de la sala común—. Solo los de Slytherin parecen estar a salvo, ¿no se han dado cuenta los profesores o qué? ¿Por qué no los expulsan a todos? —pregunta con fiereza, demasiado molesto porque una de las petrificadas había sido Atria. Muchos de lo que le escuchaban no tardaron en alabar sus palabras y empezar a formar sus teorías de por qué habían sido atacadas ellas tres. Alguno llegó incluso a decir que Atria resultaba un peligro para el heredero de Slytherin porque demostraba que la amistad entre casas era posible y, por eso, las habían atacado. Otros decían que, en realidad, iba a por Hermione porque era hija de muggles y las otras dos solo estaban allí en el momento equivocado.

Percy, por su parte, ni siquiera se molestó en intentar frenar el discurso de Lee. Estaba sentado en una silla, pálido y ausente.

— Han atacado a Atria y a una prefecta, creo que piensa que pueden ir a por él en cualquier momento —le susurra George, con una mueca—. Creo que siempre ha pensado que los prefectos estaban a salvo, pero ahora... y, bueno, han estado atacando a nacidos de muggles, pero Atria no es una y...

Harry ni siquiera escuchaba, solo podía ver los rostros de Hermione y Atria, en la enfermería, quietos y sin vida. Y pensaba en el diario, que le había mostrado que Hagrid era el culpable. Tenían que hablar con él y así se lo dijo a Ron.

Mientras que Harry y Ron investigaban qué había pasado, Fred y George dedicaban todos sus esfuerzos a vigilar que Atria siguiera en la enfermería con el mapa del merodeador —vieron como Remus llegaba al colegio al ver a su ahijada y hablaba con la profesora McGonagall— e intentar animar a sus amigas. Leah era, sin duda alguna, la que más afectaba estaba por la petrificación de Atria. Ellos preferían no mostrarlo en público, claro, preferían animar. Aunque en cuanto volvían al dormitorio dejaban de intentarlo y, junto con Lee, intentaban averiguar todo lo que podían. Durante la madrugada, tanto Fred como George se escabullían gracias al mapa del merodeador para llegar hasta la enfermería a ver a Atria, que seguía igual de inmóvil que el día que la encontraron. Pasada una semana Fred era el único que seguía bajando todas las noches a ver a Atria mientras que George solo bajaba de vez en cuando, prefiriendo quedarse en la habitación intentando averiguar qué era lo que había atacado a Atria.

Habían estado jugando al snap explosivo con Ginny, Harry y Ron, pero ninguno de los tres parecía tener ganas de irse a la cama. Ginny parecía estar verdaderamente afectada por la petrificación de Atria y los gemelos lo achacaban a que habían pasado todo el verano juntas. Intentaban animarla, claro, pero al menos esa vez, lo intentaban más suavemente. Habían tenido que fingir que se iban a dormir —solo lo había fingido él, claro, George en realidad sí que se había ido a dormir esa noche— y, en cuanto comprobó que Harry y Ron no estaban en la sala común, se bajó a la enfermería.

— Ojalá hubiera ido contigo —le susurra Fred a Atria cuando llega a su lado.

No le gusta mirarla así, petrificada. Le da miedo porque parece que está muerta. La profesora Sprout les había asegurado que, en cuanto las mandrágoras estuvieran lo suficientemente maduras, el profesor Snape podría hacer la poción para despetrificarles a todos. George se solía colar en el invernadero entre los cambios de clase para ver que tal iban y, según lo que decía, no podían faltarles mucho para madurar del todo, así que Fred esperaba.

— Te echo de menos —murmura y no puede evitar darla la mano, a pesar de saber que no le va a devolver el apretón—. Leah se está subiendo por las paredes, deberías verla. No la quieren castigar porque es peligroso, pero en cuanto todo vuelva a la normalidad estoy seguro de que va a estar castigada.

"Ahora está siempre con Katie, porque tampoco puede ver a sus primas. Katie intenta animarla, pero es complicado porque ella también te echa de menos. Lee tampoco lo lleva bien, creo que también echa de menos que duermas con nosotros. Y Angelina y Alicia están también preocupadas por ti, Atria. George y yo estamos intentando averiguar qué fue lo que os atacó, pero no hemos encontrado nada. Vamos a seguir buscando, pero quizá le pedimos ayuda a Harry y Ron, creo que ellos saben más de lo que nos cuentan. Harry tampoco lo está llevando muy bien, como Ron. Aunque los que peor están son Percy y Ginny. Bueno, mejor dicho, los que peor estamos somos George y yo."

Fred suspira y se levanta de la silla junto a Atria. No puede evitar darla un beso en la frente antes de salir. Lleva ya casi tres semanas petrificada y la echa muchísimo de menos. Esto no es como el verano pasado, cuando se fue con sus amigas. O cuando eran más pequeños y no se veían todas las semanas. No, esto es mucho peor, porque está ahí, a tan solo unos pasos y, por mucho que habla con ella, no contesta.

— Cuando te despierten no te vamos a dejar ir sola a ningún sitio —le dice y luego sonríe—. Vengo a verte mañana, ¿vale?

Sale sigilosamente de la enfermería, cierra la puerta y sube directamente hasta la sala común de Gryffindor. No se molesta en sacar el mapa porque los profesores no dan vueltas a estas horas de la noche por los pasillos, lo sabe de todas las excursiones a la cocina. Solo tiene que esquivar a los centinelas, pero ellos no conocen los pasadizos del castillo. Cuando llega a la sala común el fuego de la chimenea se ha convertido en cenizas y unas cuantas brasas, pero aun así se sienta allí, como hizo Atria en Halloween. Nota demasiado su ausencia.

El retrato de la señora gorda vuelve a abrirse tan solo cinco minutos después y Fred se gira para ver quien está entrando a esas horas. ¿Y si Atria había despertado? Pero no había nadie. Fred suspira y se levanta del suelo, volviendo a su habitación. George se ha vuelto a quedar dormido leyendo uno de los libros de la biblioteca que había sacado Angelina para ellos. Nunca habían hecho nada a la biblioteca del colegio, pero Madame Prince se negaba a dejarles sacar libros. Nunca les había preocupado, claro, si querían algo se lo pedían a Atria y ella se lo traía. Pero ahora no podía.

Tres días antes de que empezaran los exámenes —todo el mundo estaba en contra de ellos, ¿cómo podían plantearlo con lo que estaba pasando? — la profesora McGonagall se puso en pie durante el desayuno.

— Tengo buenas noticias —dijo y, en lugar de que todos guardaran silencio, empezaron a hablar sin parar.

— ¡Vuelve Dumbledore!

— ¡Han atrapado al heredero de Slytherin!

— ¡Se cancelan los exámenes!

— ¡Vuelve el quidditch! —grita Oliver, poniéndose incluso de pie y Angelina y Alicia no pudieron evitar tirarle a la cabeza un par de naranjas.

Cuando todo el alboroto se calma, la profesora McGonagall anuncia que esa misma noche se podrá revivir a las personas petrificadas y el grito que da Leah al oírlo causa las risas de gran parte de Gran Comedor. La felicidad de Leah fue contagiosa y todos estuvieron sonriendo sin parar durante toda la mañana. Atria despertaría y entonces podría contar a todos qué la había atacado. Se pondría nerviosa por los exámenes de la siguiente semana, claro, pero Fred estaba seguro de que conseguiría sacarlos todos. Y si era necesario estudiaría con ella para que los pasara. Estaba claro que, en cuanto la despetrificaran, iban a acabar todos juntos en la habitación, festejando. Y estaba claro que todos acabarían durmiendo allí porque ni Fred pensaba separarse de Atria ni Leah iba a hacerlo.

— ¿Qué le pasa a vuestra hermana? —les pregunta Angelina cuando ve como Ginny sale corriendo de la mesa de Gryffindor.

— Percy la habrá regañado por algo —le responde George, encogiéndose de hombros—. Ya sabes como es, se habrá enterado de que no ha hecho los deberes o algo así y la habrá amenazado con decírselo a mamá.

— ¿Hablamos con ella más tarde? —le pregunta Fred y George asiente—. Estupendo, voy a ver si puedo escabullirme a la enfermería.

— ¡Voy contigo! —chilla Leah, levantándose rápidamente de la mesa—. Venga, ¿a qué esperas? Yo también quiero verla.

Y, por supuesto, no llegan a ningún lado. Leah empieza a dar una excusa sobre que tiene que devolver unos libros a la biblioteca, pero por supuesto a la profesora McGonagall parece darle exactamente igual. Los manda con sus respectivos grupos y ella misma va a buscar a los de séptimo, a quienes tenía que dar clase en esos momentos.

— Bueno, la veremos esta noche —le dice Leah a Fred, encogiéndose de hombros y vuelve con George, que se ríe al ver que su intento ha sido totalmente frustrado.

La mañana pasa realmente rápido para lo que están acostumbrados. Se suponía que pronto acabaría la clase de Encantamientos en la que estaban los gemelos y estaban ansiosos porque sonara el timbre. Pero no sonó.

— Todos los alumnos volverán inmediatamente a sus respectivos dormitorios. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Ruego que se den prisa.

La última vez que había habido un anuncio así fue con el triple ataque. Fred, George, Lee, Angelina y Alicia no tardaron en unirse rápidamente y, cuando subieron a la sala común, buscaron a Leah y Katie. Fred y George encontraron rápidamente a Percy en la sala común, pero no encontraban por ninguna parte a Ron, Harry y Ginny. Volvieron a respirar tranquilos cuando Harry y Ron entraron a la sala común, cinco minutos más tarde, pero seguía faltando Ginny.

— Atención —la profesora McGonagall no tardó en llegar y, solo por la expresión, todo el mundo sabía que no había sido nada bueno—. El expreso a Hogwarts os conducirá mañana a primera hora a vuestros hogares —los murmullos en la sala común son inmediatos, pero la profesora McGonagall levanta la mano y todos guardan silencio—. Una compañera vuestra ha sido secuestrada y llevada a la cámara de los secretos. Estamos... estamos intentando hacer todo lo posible para rescatarla.

Fred y George notaron inmediatamente la mirada de la profesora McGonagall. Cambiaba entre ellos, Percy y Ron, en lo que parecía ser infinito y, por fin, se atrevió a moverse de la puerta y entrar en la sala común. Percy tardó poco tiempo en avanzar hacia la profesora McGonagall, que iba directamente hacia Ron, sabiendo que los más mayores vendrían inmediatamente después. Y, en cuanto los tuvo alrededor, volvió a hablar:

— No sabemos dónde está la cámara de los secretos, pero estaremos buscándola sin descanso para encontrar a vuestra hermana.

No había forma de dar esa noticia. Los Weasley y Harry consideraron ese día como el peor de todo el curso. Atria y Hermione, al menos, seguían en la enfermería y vivas, aunque petrificadas, Ginny había sido secuestrada por el monstruo de la cámara de los secretos. Percy no tardó en subir a su habitación para escribir a sus padres mientras que Fred, George, Ron y Harry se quedaron en la sala común, apartados en un rincón, sin hablar. Nadie sabía qué decirles de todas formas. Fue la tarde más larga y silenciosa de todas las que había habido en la torre de Gryffindor desde que empezaron con el encierro por precaución. Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, en un intento de dormirse y que, cuando se despertaran, todo estuviera solucionado.

— Ginny volverá —murmura Fred, tirándose sobre la cama de George.

— Quizá va siendo hora de que se una también a nuestro grupo.

— Sí, Atria ya la adora y Leah es muy parecida a Atria, creo que será fácil que se lleven bien.

— No olvides que le encantan las Arpías de Holyhead, como a Alicia —añade George y Fred asiente.

— Va a ser divertido cuando discuta con Angelina por qué equipo es el mejor —dice y no puede evitar sonreír. Sí, podía ver a su hermana con ellos, normalmente entre Atria y Leah, riendo con las locuras que se les ocurrían a ambas. También podía ver las discusiones con Angelina sobre qué equipo era mejor y ver como Atria y Alicia la apoyaban mientras que Leah y Lee apoyaban a Angelina y al Puddlemere United.

Ambos empezaron a imaginar cómo sería. Ni siquiera necesitaban hablar para ello, solo estaban tumbados el uno al lado del otro, en una vigía constante que les permitía soñar con una Ginny viva y con ellos. Hasta que los señores Weasley entraron en la habitación y se lanzaron sobre sus dos hijos, claro.

— ¡Estáis bien, menos mal que estáis bien! —decía ella, abrazando a ambos, que seguían intentando entender qué estaba pasando y como había llegado su madre hasta allí.

— Harry y Ron han encontrado a Ginny —les dice el señor Weasley, mucho más tranquilo y acercándose a sus hijos para darles un abrazo.

— ¿Y Percy? —pregunta la señora Weasley, no dejando tiempo ni que contesten—. Oh, es verdad, sexto piso.

— Habrá un banquete especial, ¿por qué no os preparáis para él? Nos vemos cuando acabe el curso, portaos bien —les dice el señor Weasley y sale detrás de su mujer, que ya estaba abrazando a Percy dos pisos más arriba.

— ¿Esos eran mamá y papá? —le pregunta George a Fred, que asiente, todavía mirando la puerta. Lee, desde su cama, tenía los ojos abiertos como platos.

— ¿Qué acaba de pasar? —consigue preguntar después de unos segundos.

Pero no llega a contestar porque en la torre de Gryffindor suena la voz de la profesora McGongall anunciando el banquete que acaba de mencionar el señor Weasley y, además, informaba de que Ginny se encontraba bien y en la enfermería, siendo atendida por Madame Pomfrey, como el resto de petrificados. Todo volvía a ir bien en Hogwarts.

Mientras que todo el colegio bajaba hacia el Gran Comedor para la gran cena, Madame Pomfrey se encargaba de dar el zumo de mandrágora a los petrificados. Lo estaba dejando actuar y, según iban despertando, les realizaba un pequeño examen. Si todo estaba bien podían irse al Gran Comedor para cenar, si no, tenían que quedarse en la enfermería. Quizá porque eran las que menos tiempo llevaban petrificadas, pero Atria, Hermione y la prefecta de Ravenclaw fueron las primeras en despertarse. Atria sentía que tenía todo el cuerpo totalmente agarrotado y tenía algo de frío, que era lo último que había sentido al ver los ojos amarillos del basilisco.

— Vamos, no tengo toda la noche, tengo más pacientes de los que ocuparme —les dice Madame Pomfrey, haciendo que se levanten de las camas.

La primera en la revisión es la prefecta de Ravenclaw, que no tarda en salir corriendo hacia el Gran Comedor. Luego sigue Hermione, que sonríe de forma nerviosa y Atria tiene que decirle que vaya ya con Harry y Ron porque parece que va a explotar de la alegría en cualquier momento. Ella sale corriendo, por supuesto y, cuando Madame Pomfrey termina de revisar a Atria, ella también lo hace.

Atria entró al Gran Comedor y no pudo evitar empezar a reírse cuando vio a todos en pijama. Y luego salió corriendo hacia la mesa de Gryffindor, donde se lanzó contra todos sus amigos, chillando. Nadie entendía nada de lo que estaba pasando, pero lo disfrutaban. Atria no paraba quieta, alternando entre todas las mesas, seguida siempre de Leah y Fred, que parecía que se habían pegado a ella con pegamento. Cuando paraba de dar vueltas solía estar abrazando a cualquiera de sus amigos o a Harry, que se ponía rojo cada vez que Atria le abrazaba y le decía lo orgullosa que estaba de que hubiera sacado a Ginny de la cámara de los secretos. Cuando anunciaron los cuatrocientos puntos para Gryffindor todo el Gran Comedor se volvió loco porque, de nuevo, Slytherin no ganaba la copa de las casas; pero no fue nada comparado con cuando la profesora McGonagall anunció que, como recompensa a los alumnos, habían decidido prescindir de los exámenes.

La fiesta se alargó durante toda la noche y, cuando los mandaron a las salas comunes a descansar un poco, Fred no se lo pensó dos veces y, pese a las protestas de Leah, se llevó a Atria.

— No me voy a ir a ningún lado, no necesito que me lleves —le dice ella, riéndose al ver que no la suelta la mano.

— La última vez que hablé contigo decías que ibas a la biblioteca y que volverías a tiempo para el partido. Leah y yo ya lo hemos hablado, no te vas a volver a quedar sola —le dice, sonriendo y Atria se ríe.

— ¿Y qué pensáis hacer?

— Oh, es fácil, ella está contigo durante todo el día, pero duermes conmigo —le responde, abrazándola cuando llegan a la habitación.

Leah y Fred se ocuparon de cumplir lo que habían dicho. El resto del trimestre Atria lo pasó durante las mañanas con Leah y por las noches durmiendo con Fred, algo que Leah no tardó en protestar, claro. No tardó en recuperar el mes perdido en cuanto a bromas y, por eso, no era de extrañar que estuviera castigada y alguno de los dos se dejara castigar con ella.

Las clases seguían por eso, a tan solo tres días de que acabara el curso, Atria conoció la verdad de los animagos. Y decidió que, ya que Remus no le había contado la verdad, le iba a llegar una hermosa carta que le hablaría de la que había liado. Por eso, durante la comida, todo el mundo en Hogwarts llevaba el pelo de un horrible color verde moco gracias a la poción que había conseguido introducir con éxito en la comida. Ni siquiera los profesores se habían librado de cambiar de color de pelo. La única que no lo llevaba verde era ella.

— ¡POTTER! —gritó McGonagall, viendo cómo se reía a carcajadas en mitad del Gran Comedor.

— Déjala que disfrute, Minerva, el verde moco no nos queda tan mal —dijo el profesor Dumbledore, observando su nueva barba en el reflejo de una cuchara—. Creo que un tono lavanda tampoco me habría ido mal, ¿tú qué opinas, Severus?

Pero el profesor Snape no opinaba nada, si no que ya estaba castigando a Atria, que no podía parar de reír mientras que miraba al profesor Snape. Sus amigos, sin embargo, no estaban tan contentos porque había vuelto a olvidar que tenían planes esa noche. El color de pelo era, sin duda, lo de menos porque la conocían y sabían que duraría, como mucho, un par de horas. Y así fue en la mayoría de los casos, quitando a los de Slytherin, que pronto les cambió a pelirrojo exceptuando a Beth, Cassie y Lia. ¿Qué mejor forma que meterse con las serpientes si no era con algo rojo?

Como habían pensado los gemelos, Ginny se llevaba sorprendentemente bien con todos sus amigos. Tenían planeada para esa noche una pequeña fiesta de despedida —Angelina y Alicia fingieron que estaban realmente enfadadas con Atria porque no iba a ir y tampoco podían cambiarla porque estaba castigada durante todas las noches que quedaban de curso— y, como Atria no podía ir, Leah había dicho que no iba y Ginny había decidido quedarse con ella en la habitación.

— Bueno, pequeña pelirroja, ¿qué te apetece hacer? —le pregunta Leah, emocionada al ver que no va a pasar la noche sola. Quedaban al menos tres horas para que Atria volviera y las fiestas, sin ella, no eran lo mismo para Leah.

— ¿Qué tal si vamos a ver a tus primas? Siempre me habláis de ellas, pero no me las habéis presentado.

Y eso fue lo que hicieron mientras que Atria ordenaba los estantes de la clase de pociones, dejándola perfectamente limpia para el siguiente curso. Ni siquiera era un castigo que la importase cumplir, a pesar de estar constantemente vigilada por el profesor Snape. Habían llegado a un acuerdo silencioso, él la dejaba en paz durante las clases y ella no le dejaba en ridículo durante las mismas. Atria conocía los trucos que ponía en la pizarra, los había leído mil y una veces de otra letra distinta, la de su madre con apuntes ocasionales de la letra de su padre, dedicados muchas veces a ponerla de los nervios. Y ahora ese... ser se aprovechaba de sus conocimientos. Atria quería gritarle lo estúpido que era y que superara sus problemas —Remus le había contado todo—, pero tenía que controlarse porque seguía siendo su profesor.

Atria volvió tranquilamente a la sala común de Gryffindor después de una pequeña parada en las cocinas para un tentempié de medianoche, los que eran sus favoritos. Sorprendentemente, a pesar de haber pasado tres semanas petrificada, tenía la misma hambre de siempre. Lo había hablado con Hermione más de una vez, lo raro que se había sentido todo y las sensaciones que habían tenido. Había sido como un sueño en el que, de vez en cuando, podías oír cosas. Hermione decía que había oído a Harry y Ron hablando del basilisco porque notó como le quitaban el papel de la mano mientras que Atria había oído a Fred hablando de sus amigos. Y, por supuesto, ambas habían oído las quejas de Madame Pomfrey.

Podría subir a la habitación de los chicos y ver que tal iba la fiesta, pero estaba verdaderamente cansada. Tan cansada que, cuando llegó a su habitación, se tiró sobre la cama sin hacer caso a Leah y Ginny, que hablaban tranquilamente sobre la cama de la mayor.

— ¿Qué tal el castigo? —le pregunta Ginny, y Atria la responde, con la cara enterrada en la almohada y ninguna de las dos la entiende—. ¿Qué?

— Que bien —dice, levantando esta vez la cabeza—. No sabía que podía haber tantos estantes en esa clase y con tantas cosas encima, si normalmente siempre usamos lo mismo.

— ¿Y qué te queda de castigo?

— Quizá mañana me pide que ordene el armario de los estudiantes, no tengo ni idea, Leah, Snape no es conocido por ser un gran hablador —Atria se gira en su cama y mira a sus dos amigas—. ¿Y qué habéis hecho durante todo este rato?

— He conocido a Beth, Julie y Ciara —le responde Ginny y sonríe—. Ya entiendo por qué te llevas bien con las de Slytherin, cualquiera diría que son serpientes.

— La he llevado de excursión por todas las salas comunes —informa Leah y Ginny asiente.

— Es curioso como en Ravenclaw solo hay que resolver un acertijo y en Hufflepuff tocar un barril en un ritmo determinado —dice Ginny y Atria se ríe—. También me asombra lo poco originales que son en Slytherin, tienen contraseña como nosotros y encima es...

— Merlín, si, lo sé, es realmente estúpido, cualquiera podría pasar por allí y decirla —le dice Atria, riéndose—. Por lo menos ya la han cambiado, hasta las navidades era sangre pura.

— Y no olvides que hasta Pascua fue Salazar Slytherin —añade Leah y Ginny empieza a reírse.

Y así es como las encuentran, unos minutos más tarde, Alicia, Katie y Angelina, que entran a la habitación sin poder parar de reírse.

— ¿Ya habéis acabado con todo el whisky de fuego? —las pregunta Atria cuando ve como se tumban en la cama de Katie, riendo sin parar.

— Están demasiado borrachas, ¿las metemos en la ducha?

— Creo que eso no es buena idea, Ginny —le dice Leah, levantándose para ver como estaban y Atria se acerca con ella—. ¿Estáis bien?

— ¿Recordáis los juegos de Lee? —pregunta Alicia, que es la única de las tres que ha conseguido tranquilizarse un poco—. Habíamos quitado la parte de verdad y dejado solo retos que involucraban besos y Katie...

— ¡No lo cuentes!

— Katie le ha comido la boca a Lee cerca de tres veces porque siempre le ha tocado con él —dice, acabando con una carcajada—. ¡Ha tenido siempre la misma suerte!

— ¡La botella estaba encantada! —chilla ella, pero luego empieza a reírse—. Aunque la que mejor se lo ha pasado ha sido Angie, ¿verdad?

— Dinos, ¿qué gemelo besa mejor? —le pregunta Alicia y Angelina no tarda en darla un almohadazo en la cara mientras que Atria y Leah empiezan a reírse a carcajadas.

— No quiero saber esto —dice Ginny, levantándose rápidamente de la cama de Leah y escondiéndose en el baño—. ¡Cuándo acabéis de hablar de los gemelos me lo decís!

— Creo que yo también me voy a ir con Ginny, sigo sin comprender el interés en unos besos —dice Atria, encogiéndose de hombros y, cuando va a irse, Angelina la coge del brazo—. ¿Qué te pasa, Angie?

— No te molesta que haya besado a Fred, ¿verdad? —le pregunta y, por un momento, Atria piensa que su amiga se va a echar a llorar—. Solo era un juego, no significa nada y...

— Angie, ¿te gusta Fred? —le pregunta Atria, sentándose a su lado mientas la da la mano, cuando ella asiente Atria no puede evitar chillar y abrazarla—. ¡No sé hacer de celestina, pero lo voy a intentar!

— ¿Qué? —consigue decirla Angelina, notando la cabeza mucho más despejada de golpe.

— Sí, o sea, no se me da nada bien esto del amor y todo eso, pero no te preocupes, voy a intentarlo —dice, sonriendo de oreja a oreja—. Además, ¡eres perfecta para Fred! No malinterpretarías nuestra amistad, lo cual es maravilloso.

— Creo que se ha intoxicado con lo que sea que le ha dado Snape para limpiar —dice Leah, acercándose a Atria y poniendo una mano en su frente—. Pues fiebre no tienes.

— ¡Estoy emocionada!

— ¿Pero a ti desde cuándo te emociona el amor? —le pregunta Leah, pero Atria ya está dando vueltas por la habitación, arrastrando su caldero hacia el baño.

— Ginny, necesito que mires en mi baúl, tiene que haber un maletín con ingredientes para pociones, voy a quitarlas la borrachera para que podamos hablar con tranquilidad —ordena Atria, encendiendo dentro del cuarto de baño un pequeño fuego y Ginny, obediente, no tarda en ir a por el maletín—. ¡Estupendo! Haz que beban mucha agua mientras tanto, ¿vale?

Mientras que Atria mezcla ingredientes —sabe que hay una poción, pero ni siquiera sabe donde están sus gafas como para encontrar el libro correcto— confiando en su instinto, Leah y Ginny consiguen convencer a las chicas que tienen que beber agua. La primera en ir a vomitar es Katie, a quien le entra un gran sueño después. Angelina ni siquiera vomita, se empieza a quedar dormida sobre Alicia, a quien no deja de entrarle una risa tonta constantemente. Cuando Atria llega con tres vasos llenos de la poción primero tienen que conseguir despertarlas y, luego, que se lo beban.

— ¡Sois como niñas pequeñas! —grita Leah, que se ocupa de Alicia. Ginny era la única que había tenido suerte con Katie, que se bebe el vaso en el mismo momento en el que Ginny se lo dio. Atria, por su parte, tenía que conseguir que Angelina se mantuviera despierta para poder darle el vaso.

— Angie, pon de tu parte, por favor —le ruega por tercera vez y Ginny suspira.

— Abre la boca, venga —dice, poniendo un tono que le recuerda al de la señora Weasley. Angelina obedece inmediatamente y Ginny vuelca el contenido dentro de su boca, poco a poco—. Recuerda tragar. Siempre has tenido suerte, Atria, tendrías que haber sufrido alguna vez la gripe de los gemelos.

— Ya sufría yo la mía, no te preocupes —le dice, riéndose.

Ginny también consigue que Alicia se tome la poción y, cinco minutos después, vuelven a estar en sus cinco sentidos. Ginny decide que prefiere no escuchar nada de Atria como celestina porque sabe que va a salir mal, incluso ella, dos años más pequeña, tiene más conocimientos que Atria sobre el tema.

— Lo primero, averiguar los sentimientos del objetivo —dice Atria, sacando un boli y una hoja y empezando a apuntar—. De eso me puedo encargar yo.

— ¿El objetivo? ¿Es en serio? —le pregunta Alicia y Atria asiente—. Déjalo, el plan lo hacemos nosotras, tú solo tienes que conseguirnos esa información.

— ¡Pero la celestina soy yo! —protesta Atria—. ¡Yo me he pedido el papel!

— Acabas de llamar a Fred el objetivo, creo que has perdido todo tu derecho a ser la celestina —le dice Alicia y Atria se cruza de brazos—. De todos modos, ¿por qué tanto interés por el amor de golpe? Hace un rato has dicho que no te interesaba el tema de los besos.

— Son mis amigos, quiero que sean felices —dice, encogiéndose de hombros—. Sencillamente no entiendo eso de juntar las bocas, ¿sabéis la cantidad de cosas que pueden pasarte?

— Creo que has visto demasiada televisión muggle —le dice Katie, negando—. Son solo besos, Atria, no te van a hacer nada malo. Si son con la persona que quieres serán especiales.

— Comparto la opinión de Atria —dice Leah y Atria sonríe y levanta la mano para chocar los cinco.

— ¿Y por qué no lo probáis? —les dice Alicia y ambas la miran—. Sí, entre vosotras.

— ¿Te parece? —le dice Leah a Atria, que se encoge de hombros.

— Quizá así nos dejan tranquilas. O a lo mejor descubrimos algo que resulta ser alucinante —dice Atria y empieza a reírse.

Atria sabe cuál es la teoría, la ha visto en la televisión y, cuando se acerca a Leah, su respiración la hace cosquillas, por lo que se ríe. Sus labios son suaves y, quizá, puede admitir que hay algo en la idea de besarla que está bien. Pero cuando se alejan todo sigue igual. El mundo no ha cambiado, no es más brillante y, sobre todo, los besos siguen siendo algo que no la llama la atención.

— Leah, sabes que te adoro, pero...

— No eres mi persona especial —dicen las dos a la vez, estallando en risas después. Sí, un beso no iba a cambiar nada entre ellas. ¿No?

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Ya está, sigue viva y todo bien, no ha durado mucho jejejejejejeje ¡Y Ginny ha conocido a las primas O'Brien! Por cierto, ¿cuál es vuestra favorita? Irán saliendo más próximamente jejejeje

Y... no quiero decir nada pero 🌚🌚🌚🌚

He mirado también el capítulo del próximo martes y madre mía, ya es el capítulo por el que empecé a escribir la historia como pasa el tiempo de rápido efjnwkejfnkwe No sé que título tendrá, pero se va a dividir en dos partes porque... son 41 páginas de word je

Y, por cierto, mil gracias por los dos mil comentarios madre mía son un montón y además ya estamos casi en dos mil visualizaciones así que solo puedo decir gracias una y otra vez ♥♥♥♥♥

Quizá pronto hay una nueva historia en mi biblioteca... solo digo eso🌚

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