052 | #DESPEDIDA
Despierto temprano. Aún no ha amanecido y siento mis ojos amoratados debido a que he dormido menos de dos horas.
Armo mi maleta con cosas y antes de salir de la linda habitación en la que he subsistido estas últimas horas, busco mi ordenador personal y entro a la cuenta del banco.
Tengo todo en orden. Realizo una transferencia a Kaneki de 500 dólares por haberme pagado la cena de hace un par de semanas (fue la pasta más deliciosa que probé en mi vida) y hago otra a mi hermana de diez mil.
Seguramente sabrá hacer algo bueno con ello. Por un momento considero enviarle la mitad de lo que tengo pero tampoco quisiera levantar sospechas de dónde ha provenido el dinero...
Una vez que salgo arrastrando la valija, me encuentro a Anabel ya vestida con su uniforme, pasando la aspiradora en el suelo y escuchando música desde un par de auriculares mientras silba bajito.
Hasta que me ve al pie de la escalera con el cabello húmedo, vestida con mi vieja ropa andrajosa y una maleta a cuestas.
—Señorita Hale—dice con asombro—. Usted se ha levantado antes de lo previsto...
Ahora mismo le preparo el desayuno.
Mira la maleta de refilón en varias ocasiones y noto que si bien le inquieta, se muere por preguntar. No lo hace.
—No es necesario, Anabel. Ahora mismo me marcho. De todas maneras, muchísimas gracias por su hospitalidad. Es una persona asombrosa, realmente no comprendo qué hace trabajando para...ese hombre...
—El señor Jefferson es muy agradable conmigo y hasta el momento es quien mejor me trata en el mundo. De todas maneras, le agradezco haberse preocupado, señorita Hale.
Por algún motivo, siento que estamos hablando de dos personas distintas a menos que esta señora tenga lo del Síndrome de Estocolmo.
—Apenas son las cinco de la madrugada y ya estás haciendo el aseo. Eso es imprudente—le digo.
—Oh, descuide, el señor Jefferson se asegura de que todas las personas que trabajamos para él estemos descansados y con cada una de nuestras necesidades cubiertas.
—Te fuiste a dormir luego que yo, anoche—prosigo en plan de abogada del diablo—, y ahora estás haciendo el aseo por lo que deduzco que has dormido demasiado poco. ¿A qué hora te obliga a que empieces con la limpieza diaria? ¿A las cuatro?
—Por lo general mi día inicia a las seis, pero hace menos de dos horas, el señor me ha encomendado la limpieza del tercer piso.
Lo dice sin trastabillar.
Mi corazón se acelera y siento que mi piel empieza a arder como una olla a presión hirviendo. Jefferson le ha indicado que limpie el desastre que dejamos nosotros hace un momento y para ello ha hecho que además, Anabel deba levantarse antes.
—Es mejor que me vaya—le digo por fin.
—Señorita—ella deja la aspiradora a un lado y se adelanta hasta mí, limpiando sus manos con un paño que cuelga en su cintura—, el señor Jefferson nos ha indicado que corre peligro y tenemos la obligación de protegerla a menos que usted no lo desee así.
—Lo cual quedará más que claro una vez que me haya ido.
—Es una persona de buen corazón—añade y sus adulaciones de abuela comienzan a incomodarme, a hacerme sentir terriblemente culpable—, sabe que aquí será muy bien recibida. Es evidente que el señor...quiere protegerla.
Sus últimas palabras me resultan de una extrañeza enorme.
—¿Y qué te hace pensar eso?—le pregunto sin sonar irrespetuosa, más bien sin comprender del todo.
Ella se coloca una mano en el corazón y dice:
—Usted es la primera persona a quien el señor Jefferson trae a dormir a la casa. Además...hay brillo en sus ojos. Si se va, le arrancará también esa chispa de alegría...
Las palabras de Anabel me han acorralado. De pronto es como si la distancia fuese demasiado corta y a la vez eterna para poder llegar a la puerta. Me siento en peligro. ¿En verdad Nick trata bien a las personas que trabajan aquí? ¿Qué tanto le conoce Anabel? ¿Por qué se autoriza a contarme tales infidencias? ¿Por qué se supone que quiere ver bien a Nick? ¿Será su madre o una tía sino una persona que lo ha criado y le quiere? ¿Podría ella contarme sobre él?
—Anabel—murmuro—, me quedaré hoy solo si pudiere responderme una pregunta.
Ella parpadea y me habilito a decir lo que estoy pensando:
—¿Quién es Nicholas Jefferson?
Ella tuerce el gesto.
—Me temo que no podré responderle eso, señorita Hale.
Mi corazón se cae al piso y debo juntar todos mis pedazos antes de dirigirme a la puerta.
—Espero que nos volvamos a encontrar algún día.
Intento sonreír pero no puedo.
Y escapo de ese infierno.
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#LosJuegosDelJefe
#AlCarajoLasReglas
#NickJefferson
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