050 | #LIBERADA
—Desde los doce años que no salto.
Él ríe con mi respuesta, a lo que no veo qué gracia tiene.
—Elige una canción. Armaré un circuito de ejercicios—me dice él y por algún motivo el tono ronco en su voz me hace pensar varias veces en la transparencia o malicia con la que habla.
¿Transparencia en Nicholas Jefferson? Definitivamente no.
Voy hasta el móvil que tiene conectado al equipo de música y noto que va vinculado a una cuenta de Spotify Premium. Mucha de la música que tiene reproduciendo son sólo canciones guardadas.
—¿Ni una playlist?—le pregunto, volviéndome.
Y noto que está sobre un step, bajando la bolsa que cuelga del techo.
—Suelo andar un poco ocupado para eso—me contesta.
—Oh, disculpe doctor.
Él suelta una pequeña carcajada que me suena placentera. El sonido de su risa. Esa que siempre se esfuerza tanto por contener. ¿Es que no le gusta? ¿Se siente incómodo? ¿Débil? Sea lo que fuese, necesita reír más, de eso no cabe duda y me alegra saber que conmigo puede hacerlo.
Elijo entre las canciones que tiene guardadas y armo una playlist. No todas me gustan, algunas son heavy metal, otras ni siquiera las conozco pero me resultan desconocidas. Opto por algunas nada más. Busco también entre mis favoritas y termino armando una lista de reproducción según los gustos de ambos.
Pienso en un título mientras lo observo colocar una soga gruesa desde el gancho donde antes colgaba la bolsa.
—¿Qué se supone que haces?—le pregunto.
Él ríe.
—Jugar—contesta por fin con un tono de sarcasmo palpable.
Aunque la pregunta más acertada sería según lo que antes me indicó de que estaba armando un circuito de ejercicio. ¿Me habrá visto gorda? Imposible. Mi porte no lo permite a menos que se tratase de sarcasmo, ironía o broma, según el uso que se le dé.
Pero esa misma respuesta me termina sugiriendo el nombre para la playlist que acabo de armar:
Los Juegos de Jefferson
E intercalo las canciones siguiendo una de sus favoritas con otra de mis favoritas donde incluyo como primera la que recuerdo de la primera noche que nos encontramos en el club nocturno. Apartment de Bobi Adonov.
—Nat—me llama el jefe—. Ven aquí.
Sigo su voz hipnótica.
—Sujétate de los extremos de la soga—me ordena
Qué circuito más extraño.
Lo hago. Y debo ponerme en puntitas de pie debido a la altura.
—¿Y bien?—le pregunto—. ¿Debo ejercitar las piernas? ¿Ganaré tonicidad en el abdomen, la cintura?
—Aún no—me dice y se aleja hasta la pared—. Sostente firme y por nada pienses en soltarte.
—Bien—contesto apretando la soga con fuerza como si se me fuese a escapar.
...hasta que se mueve.
Levanto la cabeza y distingo que la soga está subiendo.
La cadena que sostiene el ancho del cual colgaba la bolsa se está enroscando gracias a una polea que levanta la soga y en consecuencia, ¡me está levantando a mí!
—¡¿Qué haces?!—le digo y me vuelvo a un costado en busca de encontrar a Nick hasta distinguirlo finalmente moviendo la manivela de la polea que me está levantando.
Considero la idea de soltarme pero cuando bajo la mirada estoy casi a mi propia altura. ¡Carajo!
—Jugando contigo, Nat—me dice y su voz se oye casi como el ronroneo de una bestia.
—¡Bájame!—le ordeno.
—No aún.
—Esto está muy alto—le digo, muerta de miedo. Estoy al menos, a un metro sesenta del suelo. Puedo soltarme, sin embargo la caída me dañaría necesariamente.
—Perfecto—contesta y traba la manija.
Dejo escapar aire caliente desde mi garganta. Hay una extraña opresión en mi pecho que me hace sentir preocupada, como si mi vida misma corriese peligro si me suelto de las cuerdas sujetas a la cadena del techo. Qué carajos tiene Nick en esta casa-edificio. Mientras más suben los pisos, ¿más profundo se entra? ¿Qué es esto? ¿Internet?
Observo a mi costado justo cuando la cadena en el techo hace un "click" y es que Nick acaba de ponerle el seguro a la polea desde la cual me ha subido. Sus ojos son como los de un animal nocturno.
Camina hasta mí y sus pectorales definidos resaltan bajo la luz mortecina del lugar. Su gesto oscuro y tenebroso evidencia que parece haber sido poseído por algún demonio. Una media sonrisa adorna su rostro pero inspira peligro.
Sus pies descalzos avanzan sobre el suelo del gimnasio y se acerca lentamente a mí, divirtiéndole que cada vez me cuesta menos sostenerme.
Mis bíceps empiezan a temblar justo cuando está delante de mí. Lo observo desde arriba y mi respiración se agita cada vez más, como si el riesgo de que me fuese a ocurrir algo extremadamente malo fuese inevitable.
—No...puedo...más...—le suplico.
—¿Necesitas que te ayude?—me pregunta.
Asiento.
—Bien—contesta.
Y levanta sus manos hasta colocarlas en la cintura de mi pantalón pijama. ¿Qué hace? Me produce un ligero cosquilleo que tiene por efecto acrecentar mi dificultad por sostenerme de la soga trenzada.
Desde el elástico del pantalón desliza una de sus manos por mi abdomen y me acaricia hasta llegar a la juntura delantera de mi sostén. Pasa su dedo índice y tira de él hacia abajo.
—¡Me voy a...caer!—le digo y presiono mis piernas para evitar ese incómodo cosquilleo que se me ha desencadenado en el interior y que me pone en peligro cada vez que el tacto de Nick impacta contra mi piel.
—No puedes hacerlo—me contesta.
Y sigue tironeando.
El mayor problema no es que me empuja sino que mi interior es un insoportable estallido de excitación.
Entonces trato de concentrarme en la música... La voz ronca de Jesse de The Neighbourhood me ayuda a relajarme y entrar en consonancia con la locura de Jefferson.
Hasta que logra su cometido y me rompe el sostén. Lo hace añicos con una sola de sus manos y lo arroja al suelo.
A continuación vuelve a mi pantalón y con el mismo dedo índice me lo baja dejándome en bragas. Lo observo desde arriba y aunque una pequeña vocecita de mi sentido común me sugiere que debería deshacerme de él, no quiero hacerlo. Noto su cabello revuelto y sus manos quitándome la parte de abajo del pijama hasta que éste queda en el suelo con los trozos de tela.
Levanta la mirada y su rostro queda expuesto a la luz y a la sombra del lado contrario de la luz evidenciando uno de sus ojos tan claros como el hielo y el otro tan oscuro como los de una pantera.
—Te echaré una mano—dice—, o algo más.
Se mete entre mis piernas y yo cedo como si fuesen de gelatina. Él me toma por la cintura y me baja. Cuando lo hace, sus labios rozan la fina tela que recubre mi entrepierna y me estremezco.
Acto seguido me incorpora sobre uno de sus hombros y mi rostro queda de frente a su enorme espalda.
Empieza a caminar conmigo a cuestas.
—¿Qué haces?—le pregunto.
Y me da una nalgada en el trasero.
—Ejercicio—contesta.
Observo de lado que se dirige hasta los tubos que sostienen los discos más pesados. Hay una parte intermedia en la cual hay tubos sin discos ni tubos en la parte superior. No entiendo por qué hasta que veo una de las manos de Nick tomando uno de los tubos y con un esfuerzo lo empuja hasta develar una repisa de hierro.
—Asombroso—señala. Y creo que se refiere a su obra perversa de estar transformando el gimnasio en una oda al sadomasoquismo, o mejor dicho algo similar a una sala de elementos medievales para tortura.
Me incorpora sentada sobre la repisa cuya altura da hasta su pecho y mis rodillas quedan apoyadas contra sus pectorales. Al comienzo la sensación del metal es fría pero las manos de Nick me calientan de sólo acercarse a mí.
Acto seguido tira unos discos de uno de los tubos de abajo y los escala como si fuese esto una pista de practicar montañismo. Y del interior de uno de los tubos superiores saca una funda de cuero negro con una argolla.
—¿Qué carajos es este lugar?—le digo, perpleja e inquieta por intentar descubrir qué cosas esconde este gimnasio y en lo que resulta que se lo puede transformar.
—Donde hago ejercicio—me contesta guiñándome un ojo.
Acto seguido, colgado de lado me pasa la funda de cuero que resulta ser un collar de grosor enorme y lo cierra usando ambas manos. Su firmeza y decisión evidencian experiencia en esto, en ningún momento trastabilla.
Acto seguido, de otros tubos saca dos fundas de cuero más y me coloca una en cada mano. En todas cuelga una argolla.
Se dirige hasta una cajonera próxima al lugar donde está incorporado el equipo de música y saca una cadena con múltiples extensiones. Al notarla, me puedo imaginar lo que sucede.
—Quítate la camiseta—me ordena, y yo no puedo quitar mis ojos de estupefacción de esas cadenas—. Hazlo.
Me espabilo y sigo sus instrucciones. Me la quito y la arrojo a un lado.
De los extraños recovecos en la armazón de hierro, mi jefe saca una reduecilla con puntas de hierro que parecen ser un...¿cortapizza?
—¿Qué es eso?—le pregunto, espantada.
—Es para darte placer.
—¿Vas a cortarme? Ya sabes...literalmente.
Él me mira. Y coloca las reduecillas sobre la piel sensible de uno de mis senos. Una sensación electrizante me inunda el pecho.
—Sólo si te mueves—contesta, desafiante.
Carajo.
Desliza la ruedecilla lentamente, pasando por mis pezones y dejo escapar una exhalación ahogada. Hasta que llega a mi abdomen, mi ombligo y se detiene en mi pubis, donde lo saca y bajo la mirada como si pudiere entender qué está sucediendo.
Entonces Nick se acerca a mí y me pilla por sorpresa cuando cierra su boca en uno de mis pezones. Un resoplido escapa desde mi garganta y cierro los ojos. Chupa uno y luego el otro.
—Deliciosa—murmura él como el gruñido de un tigre.
Deja la ruedecilla en su lugar, cierra las cadenas en mi cuello, mis manos y a los tubos superiores dejando mis manos en alto.
—Eres mía—sentencia—, toda para mí.
Me he quedado sin opciones...estoy sentenciada a ti, maldito y hermoso demonio.
Ni siquiera soy capaz de disponer sobre mi propia persona; su posición de dominación me hace sentir extasiada.
Acto seguido toma mis piernas y las cruza sobre sus hombros.
Rompe mis bragas con los dientes y el mundo empieza a arder en intensas llamaradas de fuego cuando su boca impacta en la sensibilidad de mi piel.
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#LosJuegosDelJefe
#AlCarajoLasReglas
#AlCarajoTODO
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Hola!! Si quieren seguir toda la música mencionada, no se pierdan la playlist en Spotify "Los Juegos del Jefe"
Ya conocen mis reglas (? así que nos leemos pronto!!! Les adoro <333
Bssss,
L.
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