033 | #QUIEBRE
Hay momentos en los que te das cuentas que todo es una mierda. Que cualquiera te mata, cualquiera te ama y cualquiera puede hacerte vivir sólo con una palabra.
Hay algunas personas que deciden hacer frente a ciertas injusticias. Pretenden ser defensores de causas perdidas pero les queda un poquito de voluntad para tratar de hacer algo mejor con el mundo y demostrar que puede quedar algo bueno, algo de humano. Porque hace falta que nos maten o que nos amen para que nos reconozcan. Antes que eso, sólo somos un bulto más contaminando el planeta.
Los hay defensores de causas perdidas intentan mejorar nuestro estilo de vida, cada uno con el arreglo que puede. Algunos estudiamos medicina o algo referido a salud en el intento de salvarles la vida a otros. Hay quienes se dedican al arte e intentan embellecer nuestro mundo. Otros van por causas benéficas o humanitarias.
Hasta que, de pronto, ves esto y te das cuenta de algo...
No importa cuánto hagas, la vida no dejará de matarnos.
Júzgame pesimista si así lo quieres. Yo me llamaría realista. ¿Acaso nuestra vida no es sólo una suma de intentos más o menos fallidos para poderle ganar la pulseada al sufrimiento? ¿Acaso no estamos todo el tiempo buscando modos de escape del dolor o de la miseria que nos rodea? Mira donde quieras, sólo dígnate a no ignorar que tengas más o tengas menos, siempre habrá una sombra lista para cernirse sobre ti y recordarte que hay algo malo contigo, que no todo está bien y tu mundo podría desmoronarse en cualquier momento.
Todo lo que hiciste. Todo por lo que luchaste, te esforzaste, intentaste y volviste a intentar.
Todo se habrá caído con tan sólo un viento que sople en contra y haga tambalear la cuerda en la que te sostienes.
Basta con encontrarte a la persona equivocada. O el lugar equivocado. En el momento equivocado.
Basta con que te encuentre la persona equivocada, en el lugar y en el momento que menos lo esperas. Puede que sea justo donde te sientes más segura. Donde crees que nadie podrá hacerte daño jamás, y estarás a salvo pase lo que pase. ¡Por favor! ¡Esas cosas no existen! ¡Nadie está a salvo! No importa lo que hagas, no importa lo que pase.
Si te tiene que encontrar, lo hará.
Y te hará parte de su juego.
El portero brama y doy un salto en el rincón donde estoy tirada. Por un instante la imagen del asesinato de Maddie se hace presente en mi campo visual y cruza por mi cabeza la idea de que ahora viene a buscarme a mí.
Me escribió.
Sabe que existo.
Sabe que intento ir tras él.
Sabe que aún no he podido encontrar siquiera la más pequeña pista, aún con una suma millonaria en mi cuenta bancaria con la que aún no sé qué hacer, salvo pagar deudas y comprar comida sin mirar el precio en las góndolas.
Pero todo eso lo podría perder.
En verdad, podría perderlo absolutamente todo.
Mientras él siga ahí. Él, ella, ellos o eso, lo que sea que se trate.
El portero vuelve a sonar.
Apenas me arrastro hasta la cocina y atiendo con un dedo temblando sobre el botón.
La voz de Nick me llega como un ángel que podría salvarme pero a la vez como el riesgo mayor, el que me metió en esto.
—¡Nat, tienes que abrirme el portón ahora o con mis guardias tiraremos abajo esto y te iré a buscar con tal de asegurarme de que estás bien! ¡Tienes que venir conmigo! ¡En este sitio no estás a salvo!
No respondo. No digo nada. Lo intento. Juro que lo intento. Pero las palabras no salen más allá de mi garganta.
—¡Carajo, Nat...!
Quito el dedo del portero y me maldigo por estar en un edificio viejo donde no funciona la apretura de la entrada desde mi apartamento.
Percibo un solo estruendo lejano y luego otro. Alguien entra al apartamento. No me exalto. Lo espero. Se aparece en la cocina y me encuentra acurrucada en el suelo, contra la pared, abrazándome las rodillas como un niño al que han dado una paliza.
—¡Nat!
Jefferson se inclina en cuanto me ve y me abraza, me da un beso acompañado de jadeos contra mi cabello y luego corrobora si me encuentro bien. Quizá lo esté físicamente pero no más que eso. Y se da cuenta.
—Malcolm—llama a alguien a sus espaldas—. Prepara el coche, ropa limpia y una habitación en la casa.
—Entendido, señor.
A continuación se vuelve a mí y busca mis ojos. Mi mirada perdida da por casualidad con las enormes gemas azules que hay en su mirada y me siento extrañamente en el único hogar que me queda. A su lado. Me siento protegida con él pero ello no quita que esté aterrorizada.
—Nat—insiste Jefferson mirándome—, tienes que venir conmigo. No te puedes quedar aquí. Luego...luego mandaré a que arreglen el portón.
Intento forzar nuevamente la voz y las palabras salen lo cual sólo es atribuible a su compañía.
—¿P...por qué?—murmuro.
—El hacker—contesta—. El hacker ha atacado y sabe de ti. Por algún motivo creemos que sabe que estamos tras él y no es bueno que estés sola. Aquí no tienes seguridad, ni compañía. Y estas lejos de mí. Quiero tenerte a mi lado, si así me lo permites. Por algún...maldito motivo, siento la necesidad de protegerte. Y alguna responsabilidad sobre ti. Quizá se deba a la culpa luego de las veces que te herí, quzá se deba a que te veo vulnerable o simplemente a que no quiero que te alejen de mí.
Sus palabras me dejan helada. Y parece que a él mismo le sorprenden porque no parece nada cómodo al tener que decirlas, al tener que admitir esto. ¿Qué tanto daño te hicieron, Nickolas Jefferson que tanto te cuesta reconocer un gesto de cariño hacia alguien más? ¿Cuál es tu historia, Nick?
—Si estás de acuerdo—prosigue con la mandíbula temblándole—, vendrás conmigo y haré lo posible por protegerte. Sé que no soy digno de tu confianza así que respetaré tu decisión, sólo tienes que saber que aún si te niegas, no te dejaré sola. Esta noche no.
Miro a todas partes. Las mastodontes de seguridad privada que suelen rodear a este hombre esperan al otro lado de la entrada en la cocina. Ya creo que no me dejarán sola. Pero ¿cómo es que esta noche no? ¿Y las demás? ¿Me abandonarías al riesgo de cualquier psicópata, Jefferson? ¿Qué me hace descartar que tu no eres un psicópata? ¿Un perverso? ¿Por qué no fuiste tu el que mató a Maddie? ¿Tendrías motivos para hacerlo? ¿Eres tú el supuesto hacker? "Hacker". Como si fuese un insulto. Yo soy hacker. Sólo se trata de alguien con habilidad en la informática. Un hacker no es lo mismo que un ladrón que hace el mal. Porque a veces he tenido que ser un poco ladrona para hacer el bien.
Y es justo mi mayor secreto frente a Nick.
—Yo...—murmuro sin estar del todo segura—. Iré...contigo.
Nick sella un beso en mis labios. Un beso que lleva un inefable sabor a promesa.
—¿Mamá?
Mi corazón late con fuerza. Con muchísima fuerza.
Estoy de regreso en casa. En el apartamento de mala muerte de mi vieja ciudad, en la que murió mi padre, en la que mi hermana quedó condenada al cuidado de mi enferma madre.
Estoy de regreso.
Lo he conseguido. Estoy doctorada. Pero, por algún motivo, nadie está en casa. La puerta estaba abierta al llegar, todo el interior oscuro y ni un movimiento perceptible con claridad.
Se percibe un intenso olor a encierro con partículas de polvo.
Avanzo entre los muebles viejos de la cocina entre flashes de mi memoria que me recuerdan a los últimos años de mi adolescencia que pasé aquí. A los años de mi infancia que estuvimos viviendo en pensiones, de prestado y hasta alguna que otra noche que nos tocó acurrucarnos en el interior de un juego de algún parque público.
—¿Hola? ¿Hay alguien?—pregunto absolutamente asustada mientras me dirijo a su habitación.
¿Por qué nadie sale a recibirme? Lo he logrado. Lo he logrado. Soy lo que querían que fuese. Soy aquello por lo que tanto luché. He logrado aquello por lo que papá murió y a lo cual mi hermana renunció.
La puerta de la habitación de mamá está entreabierta.
Un pequeño haz de luz se filtra por el espacio abierto. Empujo y percibo que todo está un poco a oscuras. La lámpara en la mesita encendida. Y ella está sentada. A orillas de la cama.
Pálida como el papel.
Con los labios amoratados, ojeras enormes bajo sus ojos y el pijama arrugado. En sus ojos no hay luz. Su semblante se ha apagado.
Pero está despierta. Mirando a un punto vacío de la pared.
—¿Nat?—pregunta y se me pone la carne de gallina.
Sus ojos se levantan y ella se vuelve a mí.
—Oh, mamá—murmuro llevándome una mano al rostro, petrificada al darme cuenta de que está muerta.
Retrocedo.
Ella me mira.
Con decepción. Con tristeza. Mira al enorme agujero cargado de angustia que se ha clavado en mi pecho.
—Mamá...—murmuro entre llantos—. Lo... Lo siento.
—Hija, ¿qué me pasó?
—Tú no estuviste aquí.
Las palabras tajantes de mi hermana provienen desde un rincón de la habitación. Su cabello idéntico al mío está liso, sus manos delgadas y venosas como siempre, los huesos de su quijada marcados y los ojos demasiado salidos. Había olvidado su delgadez extrema. Había olvidado que pasó muchos años en estado de desnutrición.
—Lo siento...Lo siento.
Soy consciente de que no importa cuánto me disculpe. No será suficiente para justificarme.
He perdido el tiempo.
Hice cosas demás.
Me ocupé de otros asuntos.
Perdí el objetivo principal: Salvar la vida de mamá.
—¿Cariño?—ella me mira. No soporto ver su cara sin vida, su falta de expresión, su palidez—. ¿Estaré bien?—me pregunta.
Ojalá pudiera responder.
Ojalá hubiese hecho las cosas bien.
Ojalá hubiese sido mejor hija.
Pero he llegado tarde.
Otra vez.
Despierto de golpe y tomo asiento en una cama que desconozco.
Respiro con fuerza como si hubiese tenido dos manos cerradas a mi cuello mientras estuve durmiendo.
La imagen de mamá se desvanece en mi memoria al verme impactada por el enorme lugar que se alza a mí alrededor.
Es una habitación en un piso altísimo. La ciudad entera de Yorkshire ilumina el enorme ventanal que cubre el lado oeste de la habitación. Las paredes están pintadas de un agradable turquesa glacial que hace juego con las sábanas suaves y con olor a jazmín de la cama donde estoy acostada, donde fácilmente podrían caber unas cuatro personas cómodas. Quito la sábana y mis pies descalzos tocan una agradable alfombra extremadamente suave.
Y es al mirar hacia abajo que me deja aún más impacta verme a mí misma con un camisolín que no es mío. Resulta aún más sedoso que las sábanas de la cama, color rosa claro y con breteles finos.
Luego de hacerme una idea de lo que tiene que valer eso, me deja helada pensar en quién me ha desvestido o qué ha sucedido con la ropa que tenía puesta antes.
Antes.
Mi cabeza explora en los últimos recuerdos que soy capaz de registrar mientras me vuelvo a mirar la luna que se cierne en lo alto de Yorkshire como si vigilara la ciudad completa.
Todo en actividad. Las luces titilando. Es como si nadie durmiera. Como si fuese una ciudad completa con vida propia entre las calles que se pierden en bosques y vecindarios alejados.
Maddie. Jefferson. El hacker. Llegan los pensamientos como flashbacks a mi mente.
Hasta que me espabilo al escuchar tres suaves golpes contra la puerta. No contesto. Pasados unos segundos giran la manija con lentitud y es el tiempo que me alcanza para sacar el cajón de la mesa de luz junto a la cama y usarlo como arma para defensa.
Hasta que una mujer de unos cincuenta años se aparece. Viene vestida de mucama, con prendas dobladas cuidadosamente en sus manos.
—¡Oh, disculpe!—dice en cuanto me ve, luego pasmada el cajón y sale, cerrando la puerta a sus espaldas.
—¡No, aguarde!
Salgo corriendo hasta la puerta y abro. La atrapo mientras intenta escabullirse por el pasillo. Un pasillo pintado de blanco con detalles cuidadosos en las puertas y paredes que rodean la mía. Nada de manchas de humedad ni pintura descascarada.
—Aguarde—le pido.
Ella se detiene y se vuelve. A continuación fija sus ojos oscuros y rasgados en mí. Tiene la piel tostada y el cabello negro recogido en un rodete bajo a la altura de la nuca.
—Lo siento—se disculpa ella—. Sólo vine a traerle su ropa limpia. Me disculpo por haberla molestado.
—En absoluto—le digo con cierta irritación por su trato hacia mí como si fuese una cuestión asimétrica de superioridad e inferioridad—. Por favor, pase. Puede dejarla...sobre la cama.
Entro nuevamente a la habitación tomándome la cabeza como si se me estuviese a punto de partir en cinco partes desiguales. Ella avanza, deja la ropa en un estado que parecen prendas completamente nuevas hasta que capto que hay además una muda de ropa que no es mía.
—Oh, esa cama blanca y la falda no me pertenecen—le digo.
—El señor Jefferson me pidió que se la trajera.
—¿El señor Jefferson?—pregunto, un poco mareada.
—Sí—responde ella.
—E...Esto es... ¿Este piso es donde vive Nick Jefferson? ¿Todo ese piso en este lujoso e...increíble lugar es de él?—le pregunto señalando a nuestro alrededor. ¿Es que Nick tiene todo un piso para él solo en una lujosa torre? Ella me mira con el entrecejo fruncido. Debe pensar que llegué drogada pero más allá que ese ligero gesto, no se percibe atisbo de juzgar. Quizás está acostumbrada; me pregunto a cuántas chicas ya ha traído y acostado Nickolas en esta misma cama o inclusive cuántas se han puesto este bonito camisón que de repente me quiero quitar con la sensación de que me quemase o como si estuviese contaminado—. Disculpa, ¿cómo te llamas?
Mi pregunta parece tomarla desprevenida. Aparenta no esperarse que fuese a interesarme por su nombre.
—A...Anabel, señora—me contesta y ya su solo su acento me llama la atención. A juzgar por esto y sus rasgos faciales, debe ser extranjera.
—¿Podrías explicarme qué estoy haciendo aquí y dónde está Nickolas Jefferson?
Ella traga saliva.
—Lo siento—me contesta—. No puedo responder a eso. Tengo un contrato de confidencialidad en el que tengo prohibido comentar nada de lo que suceda. Espero que pueda comprender.
Parpadeo como si acabase de insultarme pero luego comprendo. Jefferson tiene negocios demasiado arriesgados, por lo tanto es imprescindible rodearse de gente de confianza y Anabel parece ser de las personas que cumplen la norma a la perfección.
—Está bien—asimilo—. Gracias por la ropa, Anabel.
—De nada. El señor Jefferson la espera para cenar. Me pidió que lo ponga en aviso en cuanto usted despierte.
—¿No es un poco tarde para cenar?
—Más de medianoche.
—Ufff.
En efecto debe tratarse de negocios importantes. Hasta que la sombra de Maddie vuelve a aparecerse en mis pensamientos y comprendo que es un tema del cual nos tenemos que ocupar con urgencia. He asumido un compromiso personal de encontrar al que hizo eso y a fines de evitar que pudiese aparecer una nueva víctima. Creo que ya he pensado cuál será mi primera inversión del dineral que me pagó la empresa pornográfica para la cual, extrañamente, me encuentro trabajando: Conseguir el sistema de hardware y software más sofisticado, a fin de disponer de todas las armas posibles con tal de dar con nuestro objetivo.
—Dile que estaré ahí en quince minutos. Por cierto, ¿cuál es el baño para poder darme una ducha y qué puerta es la del comedor?
Ella saca un plano de un bolsillo y me lo pasa.
—Este piso no es del señor Jefferson—me aclara—. Sino todo el edificio. Con permiso.
Y se va.
Abro el mapa que me ha dejado y observo consternada el plano donde indica dónde estoy y dónde debo ir. No especifica qué hay en cada habitación, sino la estructura del lugar.
No me sirve.
Le doy la vuelta.
Tiene algo escrito...
...es de su puño y letra:
Gracias por dejar que te proteja.
N. J.
________________
#LosJuegosDelJefe
#FINdeMARATON
peeeeeeeeeeeeeeero... Si llegamos a 100 comentarios, la extiendo un poquito más ;)
Qué opinan?? ( ͡° ͜ʖ ͡°)
Nos leemos pronto!!
L.
https://youtu.be/j1KAVSh6iUg
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top