029 | #NÚMEROS
Lunes.
Mientras voy entrando a la oficina de residentes, me choco de frente a Sophia quien viene mirando el móvil y yo mirando...a ningún lugar preciso. Quizás hacia mi interior. He pasado un fin de semana de pesadilla. Con sentimientos contradictorios de odio intenso y odio no tan intenso hacia Jefferson.
Por un lado están sus gestos de compasión hacia mí, nuestros encuentros sexuales y las buenas referencias profesionales que ha dado de mí; sin embargo está ese otro costado oculto que me destroza, que aflora todo el tiempo, esa ira andante que le caracteriza y últimamente estaba ocultando de mí, dejándome ver al verdadero Nick.
Milagro que duró poco.
—¿Estás bien?—me pregunta Sophia sin podérsele salir esa estúpida risita socarrona del rostro.
—Yo creo.
—¿Mucho Minecraft otra vez?
—Ejem...sí. Jugando en red, ya sabes. ¿Tú qué me puedes explicar acerca de esos dedos pegados al celular y esa cara gigantezca de alegría?
—No te haces una idea.
Sophia mira hacia todas partes, me toma de la camiseta y me mete en la oficina. Su cabello enrulado ondea en el aire debido a la alegría con la que reacciona.
—Tienes que saberlo—me muestra la foto de perfil del chico con el que está hablando. De pronto me impacta el rostro cuadrado y el cabello rubio del atlético doctor Ken, amigo y socio de mi peor enemigo—: Nos acostamos.
La mandíbula se me desencaja y de inmediato me espabilo como si me hubiesen dado diez mil bofetadas por vez.
—¿Tú y...? ¿Cómo?
—Bueno, él me sacó el vestido, yo había bebido un poco y...
—¡No eso, boba! ¡¿Cómo sucedió?!
—Amiga, he tratado de contártelo un millón de veces pero ibas demasiado ocupada o preocupada. Lo siento.
—No...—creo que la situación no ha cambiado mucho desde lo que mi amiga denuncia—. No te disculpes. Creo que asumo la responsabilidad de ello.
El punto es que la imagen de Bea saliendo de la oficina con Ken sigue metida en mi sesera. ¿Debería decirle algo a Sophia? Quizá crearía discordia mal fundada lo cual no dice absolutamente nada, y si todo fue un malentendido de mi parte le quitaré la alegría a mi amiga de la cual yo carezco.
Sophia se guarda el móvil, toma mis manos y busca mi mirada con sus ojos escrutiñadores. No soy muy aficionada del contacto físico, pero hoy como excepción, se lo permito con demasiada reticencia.
—¿Me contarás?—insiste—. ¿Lo que pasa contigo?
Tuerzo el gesto y me aparto finalmente. Han pasado demasiados segundos seguidos. De todas formas, sabe que no soy muy entusiasta de la amistad corta de distancias o de proximidad física.
Me cruzo de brazos.
—¿Tiene que ver con tu madre?—insiste hurgando en el peor lugar donde podría haberlo hecho—. ¿Tu hermana? ¿Tu padre? ¿Se ha cumplido algún aniversario de su...?
—No, Sophia, no se trata de ninguna de todas las personas que hacen a mi familia. Con ellos se encuentra todo igual. ¿Y si mejor hablamos de Ken? Creo que hace tiempo querías hablarme de él y...yo también tendría algo para decirte sobre él.
Ella abre los ojos con sorpresa.
—¿Qué será?—pregunta.
—Verás... Hace unos días...
La puerta se abre de golpe.
Ambas nos alteramos y miramos hacia atrás.
Su perfume demasiado intenso y demasiado caro me llega antes que su ridícula voz o sus aires de diva al caminar con tacos. Creí que habían prohibido los tacos en este hospital.
El pelo negro de Beatrice Lange ondea al ritmo de sus senos apretados en su chaqueta escotada y la bata abierta. Sus ojos grandes y rasgados en las comisuras nos evaden a Sophia y a mí cuando pasa de largo a buscar algunas cosas en el armario. Saca la carpeta de historiales clínicos y aguardamos a que termine con sus cosas.
—Sigan hablando. No es necesario que se queden calladas—acusa con los ojos dirigidos al montón de hojas que sostiene—. Es de pésima educación quedarse en silencio cuando una persona aparece.
—Haz lo tuyo y lárgate—le suelto.
Sophia me mira con asombro.
Beatrice se detiene como si hubiese sido suspendida en el tiempo. Tuerce el gesto y me mira con la boca entreabierta y sus ojos evidenciando repugnancia. Creo que compartimos el sentimiento. Ella avanza y los veinte centímetros de altura que me saca de ventaja no logran intimidarme.
—¿Acabas de darme una orden?
—No es una orden. Una advertencia. Lárgate.
El pecho de Beatrice (¿cómo es posible que pueda respirar o dormir boca abajo esta chica?) sube y baja producto de sus ganas por abofetearme.
Pero si eso la detiene, es que Serge llega corriendo hasta la puerta de nuestra oficina y nos encuentra al borde del conflicto. Me mira con cierto pesar, me evade y pasa a Sophia pero con una advertencia dirigida a las tres:
—Tenemos que bajar. Reunión de urgencia a todos los residentes.
—¿Qué ocurre?—Sophia aprovecha la interrupción para meterse entre medio de BeaTetas.
—Problemas. Alerta Roja Jefferson.
Escuchar esas cuatro palabras en una misma oración puede ser la antesala de cualquier catástrofe mundial.
—Una conversación para evitar el pase a tribunales—explica—. Han robado un dineral de su cuenta bancaria.
Mi corazón se acelera.
Su cuenta.
Los números.
Habían descendido considerablemente la última vez que la vi pero lo vinculé a que, quizás, el caro estilo de vida del señor Jefferson lo justificaban.
—¿Un dineral?—pregunta Bea. Parece que sus tetas se levantan al escuchar que el tipo más sexy de todo este hospital la tiene gruesa...a la cuenta bancaria.
—Casi un millón de los verdes—responde Serge y la preocupación se me mete bajo la piel.
El día transcurre eterno entre preocupaciones, trabajo y más preocupaciones. Apenas logro cruzar palabra con Serge cuando llego al laboratorio y él se está por ir:
—No olvides dejar todo cerrado—comenta mientras deja su chaqueta.
—Gracias.
Y sigue de largo hasta la puerta mientras me pongo los guantes esterilizados. Sin embargo él se detiene y se vuelve a mí.
Me toca un hombro para que me vuelva y la cercanía de su tacto me recuerda que confiar en los hombres no es una buena opción.
Aún cuando sus ojos evidencien preocupación y sus labios sean demasiado gruesos.
—Nat, puedes confiar en mí—comenta.
No, no puedo Serge. Lo siento.
—Cla...claro—logro articular arrancado las sílabas de mi boca.
—¿Cómo estuviste luego de...esa noche? Cuando necesites algo a la hora que sea, ten presente que ahí estaré.
Asiento.
No pronuncio más palabra. Suerte que no vio a Jefferson ya que, al bajar, el jodido doctor pornógrafo ya se había ido.
Sólo lo miro y fuerzo una sonrisa. Las palabras me comen por dentro.
Tienes que hablar, Nat. Palabras que no se expresan te devoran la cabeza.
Percibo cierto calor en mis ojos, captando que estoy a punto de llorar pero hago un esfuerzo descomunal por contenerlo. He pasado por cosas muchísimo peores en mi vida como para soltar un estúpido llanto ahora mismo frente al sentimental de Serge Marseille. Si alguien debiera saber esto en primera lugar es mi mejor amiga Sophia Petrova, no obstante parece tan feliz que no quiero arruinarle el cuento de hadas con mis cosas. Aún menos con lo de Beatrice y Ken, el punto es que esto debo decírselo, me veo obligada. Pero no me animo.
Tienes que hablar, Nat.
—Intento ayudar—dice Serge.
Y se inclina a mi mejilla dejando reposar un suave beso en mi piel pálida.
Inspiro profundo ante el contacto y mi piel entera se crispa.
Luego se aparta y se marcha.
Lo siento tanto, Serge...
$USD 4.769.000.007
Casi un millón.
Jefferson tenía más de cinco millones setecientos mil la primera vez que me encontré con su cuenta. La segunda ya tenía menos de cinco millones, sin embargo el número continúa descendiendo.
¿Cómo es posible?
Con un poco de miedo ante lo que me pueda encontrar, actualizo la página en mi tablet y debo reiniciar el sistema de HardDeep para volver a poner todas las cosas en su lugar.
Y me encuentro con lo más caótico que esperaba ver:
$USD 4.768.999.981
El número desciende segundo a segundo.
A este ritmo, para el próximo mes toda la fortuna de Jefferson se habrá diluido y toda su inversión y empresas se irían a la quiebra segura.
Es evidente que alguien lo está hackeando y no sé si debería quedarme de brazos cruzados.
Acto seguido escucho ruidos afuera de mi casa y mi corazón se encoge. Apago la tablet y cierro la tapa de mi computadora. Me acerco en pijama hasta la ventana pero no logro discernir qué sucede.
Sólo un golpe fuerte a mi puerta es suficiente para encontrarme con dos mastodontes. Uno negro calvo y otro rubio. Ambos de casi dos metros que deben agachar la cabeza para poder pasar por la puerta e incluso poner un poco de costado sus gigantescos hombros.
Son ellos.
Vienen a matararm...
Hasta que uno se incorpora de un lado, otro del otro y al medio aparece un inconfundible hombre de unos centímetros menor en altura, comparado con los gorilas que le flaquean. Sus guardias de seguridad llevan gafas oscuras, un auricular negro en el oído derecho, visten de esmoquin y no dicen una sola palabra. Sólo me observan.
Jefferson tiene puesta su camisa celeste que tan bien le sienta (deduzco que tiene más de una) pero está salida de su pantalón negro. Lleva los zapatos sin lustrar, tiene más barba que de lo común y el cabello sumamente despeinado.
—Siento entrar de esta manera—dice pronunciándose en mi dirección. Sus mastodontes me hacen sentir a mí misma como una amenaza—, pero tienes que venir conmigo.
—¿Qué?—miro a diestro y siniestro con la ligera sensación de que esto podría ser una pesadilla o una película de acción pero nada de eso me pasa—. ¡¿Te volviste loco?! ¡No iré a ninguna parte!
Miro el móvil sobre la mesa y recuerdo el mensaje.
—Me temo que no tienes opción—añade—. No te pasará nada, Nat. Pero, si no lo haces, tendrás problemas graves. Sólo estoy tratando de evitarte inconvenientes o que dejes una mancha más en tus antecedentes policiales.
¡Mierda!
Ha seguido indagando en mis fichas personales del hospital y la universidad. Sabe de la muerte de mi padre, del tumor de mi madre, de mis inconvenientes con la puta Ley.
Presa de la ira tomo mi móvil y lo arrojo contra su pecho macizo. Éste cae al suelo pero no se desarma.
Mi acto es preciso para que el guardaespaldas negro saque un revólver y antes de que me apunte, Jefferson lo detiene sólo con tajantes palabras:
—Guarda eso ahora mismo, Ian.
Éste lo mira con dudas pero obedece sin retrucar. Guarda el revólver en el interior del saco, lugar donde lo sacó y Jefferson añade:
—No vuelvas a hacer eso, carajo. ¡No con ella!
Las venas en el cuello de Jefferson se marcan al dar el grito e insiste esta vez hacia mí:
—Tú eliges, Nat. Vienes con nosotros y te evitas problemas o lo resolvemos en un juzgado.
"Terminó tu juego, imbécil". El mensaje ronda en mi cabeza varias veces. ¿Por qué lo hice? ¿Acaso no podía mantenerme calladita un tiempo más? Sólo hasta que todo pasara. Ya me lo había sacado de encima, ya lo había hecho enojar lo suficiente como para que no quisiera saber nada más sobre mí.
Pero ahí estuvo mi insensatez para recordarle que existo y hacerle creer que mi pequeñez y estupidez podrían contra su enorme poder.
—¿Me meterías presa, hijo de puta?—le suelto. El insulto me hiere profundo pero aún más a él, aparentemente, porque intenta ocultar su gesto de dolor tensando el rostro y dando un resoplido.
—No, Natalie—me contesta—. Nunca haría nada que pudiere perjudicarte. Pero tu mensaje ha sido filtrado en la Compañía y quieren que te demandemos. Y es lo que corresponde, no obstante me opondré mientras tú quieras que me oponga. De lo contrario, no me quedan opciones más que dejar que te enfrentes a ellos.
No es necesario que especifique a qué se refiere cuando dice "a ellos". Conociendo sus secretos en el mundo de la pornografía también he expuesto a sus socios Ken y Kaneki.
Ellos me quieren demandar.
Y no hace falta que los mencione directamente, ya me he dado cuenta solita de lo que se trata.
Aunque escucharlo de su boca es aún más duro de lo que imaginaba:
—Eres la culpable de un robo por más de un millón de dólares y tu mensaje te incrimina como potencial autora de semejante crimen, Natalie Hale... Lo siento.
Me he quedado sin opciones.
Si voy presa nunca podré ayudar a mamá.
Si voy presa, mi hermana morirá en la pobreza absoluta culpa mía y de que fui la hermana que pudo hacer una carrera universitaria.
Todo habría sido en vano.
Mis planes destrozados.
No me queda más opción que avanzar.
De pronto los mastodontes se incorporan a mis espaldas y avanzo. Cuando paso por delante de mi non grato anfitrión, saltan chispas en su mirada cuando la cruzo con la mía y sentencio:
—Te odio, Jefferson. Te odio como nunca antes lo hice en mi vida.
___________________________
#LosJuegosDelJefe
#AlCarajoLasReglas
ig/luisavilaok
___________________________
Hola! Contesto algunos de los miles de mensajes que me enviaron:
1. ¿POR QUÉ ALGUNOS YA LEYERON EL LIBRO? Fue publicado con Editorial Planeta llevando material extra (:
2. ¿ESO QUIERE DECIR QUE DEJARÁS DE PUBLICAR EN WATTPAD? Nope. Eso quiere decir que puedes leerme desde Wattpad, Booknet, Editorial Planeta y Grupo Litworld.
3. ¿SE PUEDE COMPRAR DESDE MI PAÍS? Mis libros están disponibles en papel y en digital para todo el mundo desde cualquier tienda online.
4. ¿CÓMO SERÍA LUIS AVILA COMO NOVIO? No entiendo por qué comentan eso en todos los capítulos, hasta en ig lo encontré... ¿cómo creen ustedes? ¿Un poco de BDSM?
Es todo, gracias por estar ahí <3 les adoro.
Nos leemos pronto!!!!
L.
https://youtu.be/j1KAVSh6iUg
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top